INTRODUCCIÓN
NO hay periodismo sin moral. Todo periodista es un moralista. Es absolutamente inevitable. Un periodista es alguien que mira el mundo, su funcionamiento, que lo vigila cada día desde muy cerca, que lo ofrece para que se vea, que ofrece, para que se vuelva a ver, el mundo, el acontecimiento. No puede llevar a cabo ese trabajo y a la vez no juzgar lo que ve. Es imposible. En otras palabras, la información objetiva es una añagaza total. Es una mentira. No existe el periodismo objetivo, no existe el periodista objetivo. Yo me he liberado de muchos prejuicios, entre ellos este que a mi juicio es el principal. Creer en la objetividad posible del relato de un acontecimiento. Escribir para los periódicos es escribir en el acto. No esperar. Aunque la escritura tiene que resentirse de esta impaciencia, de esta obligación de ir deprisa y, por lo tanto, ser un poco descuidada. Esta idea de lo escrito con negligencia no me disgusta. Ven ustedes, a veces hacía artículos para los periódicos. De vez en cuando escribía para el exterior, cuando el exterior me inundaba, cuando había cosas que me enloquecían, outside, en la calle —o cuando no tenía otra cosa mejor que hacer. Esto ocurría. He escrito, pues, artículos en los periódicos por diversos motivos. El primero, en efecto, era indudablemente salir de mi habitación. En aquel entonces, escribía libros ocho horas al día. Cuando escribía libros, nunca hacía artículos. El exterior me atrapaba en los huecos y en los momentos vacíos. Cuando escribía libros, creo que ni siquiera leía los periódicos. No reparaba en lo que sucedía, ni lo comprendía. Escribir artículos era salir afuera, era mi primer cine. Las demás razones también; no tenía dinero. Todos los artículos de Vague son alimenticios. Las demás razones también; me lo pedían, prometía crónicas regulares a France-Observateur, y luego me veía obligada a respetar los plazos, como con Libération en 1980. Las razones, además, por las que he escrito y escribo en los periódicos, ponen de manifiesto el mismo movimiento irresistible que me llevó hacia la resistencia francesa o argelina, antigubernamental o antimilitarista, antielectoral, etc.; y que también me indujo, como a ustedes, como a todos, a la tentación de denunciar lo intolerable de una injusticia, sea del orden que sea, sufrida por un pueblo entero o por un solo individuo; y que me llevó también hacia el amor cuando enloquece, cuando abandona la prudencia y se pierde donde halla, en el crimen, el deshonor, la indignidad y cuando la imbecilidad judicial y la sociedad se permite juzgar —sobre esto, sobre la Naturaleza—, como si juzgara la tormenta, el fuego. Pienso, por ejemplo, en el primer artículo que escribí, y que me gustaría colocar a modo de encabezamiento en el libro: «Las flores del argelino» —como también en Nadine www.lectulandia.com - Página 5 d’Orange, en «Poubelle» y en «La Planche», hijos de la Beneficencia pública, decapitados a los dieciocho años en 1958, del mismo modo que en todas las entrevistas con Georges Figón, ese amigo mío que salía de catorce años de cárcel— pienso también mucho en Simone Deschamps de Choisy-le-Roi. Hubo artículos provocados por el exterior y que estuve muy contenta de hacer. Hubo también los pesados trabajos, hechos para comer, de Constellation que firmaba con el nombre de mi tía, Thérése Legrand; nadie los ha encontrado. Hubo también todas esas novelas que hicimos durante la guerra, un grupo de jóvenes, tampoco encontradas nunca, escritas para comprar mantequilla en el mercado negro, cigarrillos y café. Se han perdido bastantes artículos, entre ellos uno sobre la Callas a la que nunca había visto cantar, y que me permitió vivir durante un año: no tenía elección. He olvidado bastantes artículos. Los libros no. Los libros no los olvido. He olvidado bastante de mi vida. Excepto mi infancia, y las aventuras que he podido tener fuera de las normas de la vida cotidiana. De la vida de cada día, no sé casi nada. Excepto mi hijo. El resto representa una masa de acontecimientos paralelos a mi vida. Es muestra de las susodichas razones y de otras, cada vez diferentes, como cada vez son diferentes los encuentros, las amistades, las circunstancias de un amor o de una tragedia. Evidentemente, no ha sido a mí a quien se le ha ocurrido publicar estos textos; nunca hubiera pensado en ello. Fue a Jean-Luc Henning, director de la colección «Illustrations» de la editorial Albin Michel, a quien se le ocurrió esta publicación. Y yo me dije, ¿por qué no? ¿Por qué este pudor de pronto? Si sólo se publicara lo que se escribe hoy y no lo de ayer, no habría escritores, si gustara sólo el objeto de hoy y ya no el de ayer, existiría sólo la esterilidad del presente, esta añagaza también, el presente. No he juzgado los papeles, no los he releído. Yann Andréa lo ha hecho por mí. He dejado hacer. Esto ya no me incumbe.
MARGUERITE DURAS 6 de noviembre de 1980
Marguerite Duras
(Gia Dinh, Vietnam, 1914 - París, 1995) Escritora francesa. Las experiencias que vivió junto a su madre en Indochina, donde residió hasta 1932, le inspiraron la novela Un dique contra el Pacífico, con la que se dio a conocer en 1950, tras publicar varias novelas de escaso éxito. Durante la Segunda Guerra Mundial colaboró en París con la Resistencia, por lo que fue deportada a Alemania.
Una vez terminada la contienda, inició su intensa actividad en los campos del periodismo, la novela, el teatro y el cine, y escribió y dirigió varias películas y obras teatrales. Encuadrada inicialmente en los moldes del neorrealismo de posguerra (Los caballitos de Tarquinia, 1953) y afín a la línea existencialista de Jean-Paul Sartre y Albert Camus, se acercó después a los postulados del «nouveau roman» de Alain Robbe-Grillet, aunque sus novelas no se limitan nunca al mero experimentalismo, sino que dejan traslucir un aliento intensamente personal y vivido, como sucede en Moderato cantabile.
Escribió el guión de la célebre película Hiroshima, mon amour (1958), dirigida por Alain Resnais con gran éxito. Los temas de Duras fueron siempre los mismos: el amor, el sexo, la muerte, la soledad. En 1969 publicó Destruir, dice y dos años después El amor (1971), que anticipa en ciertos aspectos su obra más celebrada, El amante (1984), ganadora, entre otros, del Premio Goncourt.
Al año siguiente apareció el relato con fondo autobiográfico El dolor, que fue escrito en 1945, y en 1990 su última novela, La lluvia de verano. La agitada vida de Marguerite Duras rivaliza y se combina con su obra hasta el punto de ser ambas difícilmente comprensibles por separado.
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