DOSSIER sobre "La rebelión de los naúfragos", de Mirtha Rivero

 La rebelión de los náufragos, por Simón Boccanegra






Este minicronista ha tenido la oportunidad de leer en estos días un libro que considera fundamental para la comprensión de la historia reciente de nuestro país. Se trata de » La Rebelión de los Náufragos», de la periodista Mirtha Rivero. Es la crónica, documentada exhaustivamente, de lo que fue el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez (1989-1993). Antes de añadir un breve comentario sobre el tema tratado no quisiera dejar de señalar la muy alta calidad literaria del texto. No es frecuente, en esta clase de literatura, encontrar la fusión entre la precisión y el tratamiento de los datos expuestos, así como la destreza en exprimir a los entrevistados, con una pluma elegante, de una escritora, una magnífica escritora. La obra es apasionante y se lee de un tirón a pesar de su extensión. Unos dicen que es una reivindicación de CAP, otros afirman lo contrario. Desde mi punto de vista, su gran mérito reside en que Rivero pone a hablar a prácticamente todos los protagonistas, los comenta claro está, pero deja un margen muy amplio para que al final sea el propio lector quien pueda forjarse un juicio sobre período tan complejo. Hay allí un CAP con el cual la historia no será indulgente, por los errores que cometió y por la manera como dejó que su vida personal perturbara la gestión política y alimentara la avalancha que se le vino encima; pero surge también el Pérez al que no se puede negar un talante democrático pocas veces visto (tal vez, nunca antes) en quienes han conducido este país, así como un innegable coraje para hacer frente a la adversidad, poco frecuente también. Mirtha Rivero nos ha proporcionado un libro de esos que podemos lamentar no existan más, en un país que tiene tan poco interés en conocer las peripecias de su vida más reciente.


https://talcualdigital.com/la-rebelion-de-los-naufragos-por-simon-boccanegra/


“La Rebelión de los Náufragos” // Por: José A. Clavier /Noticiero Digital

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“La Rebelión de los Náufragos”

30 December, 2010
Cuando me encontraba en la mitad de la lectura del libro “La Rebelión de los Náufragos”, me he enterado que ha fallecido el Ex-Presidente Carlos Andrés Pérez. ¡Que ironía! Justo cuando había aprendido a admirar al gran demócrata que fue, el hombre nos deja. Es sumamente triste darse cuenta de que la idea que sobre él se había formado en nosotros a través de los años no fue la correcta.

Resulta que el hombre protagonista de escándalos como el “Sierra Nevada” y la “partida secreta”, al final, no fue más que una víctima de un enjambre de odios, rencores y envidias.

Enfocándonos en el libro, debo decir que es una pieza clave para cualquiera que quiera conocer una parte interesantísima de la historia contemporánea de Venezuela. Escrito de una manera muy amena, no provoca dejarlo hasta que se termina, hecho este muy raro en un libro que no es una novela, aunque tiene sus tenues destellos novelescos.

El libro refleja como Carlos Andrés después de ser el líder populista de “La Gran Venezuela”, se presenta para un segundo periodo siendo otra persona. Sin que nadie lo pueda explicar, su pensamiento evolucionó y entendió que el modelo rentista del pasado estaba agotado, lo que lo llevó a querer introducir un nuevo modelo: el de la Venezuela productiva. Al paquete de medidas económicas propuesto se le conoció como “El gran viraje”. Lamentablemente, el estamento político imperante en Venezuela sencillamente no entendió ni sus nuevas ideas, ni las medidas que se pretendían tomar. Por su parte, Pérez consideraba a los partidos (incluyendo el suyo) entes arcaicos incapaces de entender el plan que se quería ejecutar. No se sentía confortable trabajando con Acción Democrática que era el partido de gobierno. Eso el partido no se lo perdonó, y a la larga, se lo cobraría con creces.

En general la sociedad venezolana no estaba lista para aceptar las consecuencias del famoso paquete: los empresarios, los políticos, los medios de comunicación, los trabajadores y los militares. Todos tenían sus inconvenientes con el paquete. A todos los afectada de una manera u otra. Con su paquete Pérez tocó muchos intereses al mismo tiempo y de una manera inesperada. Los empresarios no querían competir, los políticos no querían perder el poder y sus privilegios, los militares no iban a perder sus prerrogativas amparadas en el secreto militar y los trabajadores se vieron afectados por el “shock” de un paquete Fondo Monetarista con su impacto inflacionario en las primeras de cambio.

Hay muchos detalles del libro que resaltan. Por ejemplo, la conducta de los tecnócratas, su desempeño ejemplar, dedicado y transparente. No hay una sola, pero ni una sola, denuncia o juicio hacia los llamados “IESA Boys”, que en cuestión de tres años pusieron a rodar sobre muy bien delineados rieles a la economía venezolana. Aunque si hay un consenso en cuanto a su carencia del manejo de lo político, a lo que muchos atribuyen la crisis posterior. Los tecnócratas eran los expertos en la materia económica, y lo hicieron muy bien en ese campo; pero el estadista era Carlos Andrés. En el libro se sostiene que CAP sobre-estimó sus habilidades. Creyó firmemente que con su carisma y su popularidad podía hacer que la sociedad venezolana asimilara los efectos brutales del paquete de ajustes. En eso se equivocó el andino.

El libro contiene reveladoras entrevistas con los protagonistas de la época como Eduardo Fernández (quien entregó su carrera política en este intento), Beatriz Rangel, Carlos Blanco, Carrera Damas y muchos otros. Debo decir que la entrevista mas simplista y decepcionante resultó ser la de Teodoro Petkoff quien cae en el lugar común de decir que a Pérez simplemente lo sacó la desbordada corrupción. Sin embargo, hay una frase elocuente de Beatriz Rangel que desafía la monserga popular de que Pérez era un corrupto: “a mí me da risa cuando dicen que sacaron a Carlos Andrés por corrupto….… No, no, no a Pérez lo sacó la corrupción”.

En una confabulación inesperada y pocas veces vistas en la historia, la izquierda y la derecha convergen en un fin común: salir de Pérez. Luego que todos los golpes y rebeliones habían fallado, solo restaba el golpe institucional. A Pérez se le manufactura un expediente y todas las instituciones aportan su grano de arena para lograr el fin único: El fiscal acusa, la corte aprueba el antejuicio de merito y el congreso está dispuesto a dar la estocada final para despojarlo del poder.

Un expediente disparatado es ensamblado por el fiscal con la ayuda de gente de la calaña de José Vicente Rangel, quien para entonces ejercía el periodismo y quien cultivaba la denuncia como una institución. El peculado no fue posible probarlo y al final CAP es sentenciado por malversación de fondos, que en la mayoría de las legislaciones del mundo es considerada una irregularidad administrativa y no un delito.

Siendo CAP un hombre exitoso a lo largo de toda su vida, en ese transcurrir dejó a mucha gente de lado que no tuvieron el mismo éxito o resultaron derrotados por El Gocho en diferentes contiendas. Todos esos náufragos, cuyas ilusiones quedaron en el camino, se confabularon para darle un golpe final a Carlos Andrés y sacarlo del poder. Todas esas ánimas resurgieron con fuerza incontenible y dieron rienda suelta a toda clase de odios, rencores, resentimientos y sobre todo facturas pendientes. Los famosos “Notables” encabezaron la lista de gente que se la cobró en un momento de vulnerabilidad extrema. El pasar de los años y la serie de acontecimientos posteriores han demostrado que todos esos espíritus pequeños que pensaron en ellos y solo en ellos, jamás colocaron al país por delante. Por colocar solo un ejemplo, tal vez el más emblemático: El doctor Caldera tenía que ser presidente de nuevo así el país se cayera o se destruyera en el intento, eso no importaba.

De acuerdo al Dr. Alberto Arteaga, su abogado defensor, el expediente estuvo plagado de inconsistencias y barbaridades jurídicas amparadas de manera increíble por el más alto tribunal de la república, como aquella de acusar de peculado y malversación de fondos, cuando jurídicamente ambos delitos no pueden coexistir. A pesar de que el Gocho sabia que todo era una oscura maniobra de enemigos históricos y circunstanciales nunca se amilanó, soporto todo el proceso con estoicismo y gallardía. Al final cuando entendió que estaba perdido, entregó el poder y cumplió con todas las formalidades del caso. En una conducta ejemplar digna de un demócrata, prefirió inmolarse que prestarse a intentonas o aventuras que no faltó quien se las propusiera. Pero lo que demuestra la grandeza de espíritu y su nobleza fue el hecho de que nunca actuó en reciprocidad ante tanta injusticia, nunca se le oyó una injuria, una acusación y eso es lo que lo hace un hombre grande ante la historia. Se fue por la vía institucional a sufrir su purgatorio. Pero como él decía: “llueve y escampa”. La aparición de este gran libro, que le debemos agradecer a Mirtha Rivero, es una muestra de que está empezando a escampar.

Carlos Andrés Pérez, un demócrata a carta cabal, ¡Descansa en Paz!

Opinión
  José A. Clavier

 

Fuente: Noticiero Digital 


https://laprotestamilitar3.wordpress.com/2011/01/12/%E2%80%9Cla-rebelion-de-los-naufragos%E2%80%9D-por-jose-a-clavier-noticiero-digital/


Una reflexión sobre "La rebelión de los naúfragos", de Mirtha Rivero


        



 "debe haber una larga lista de gente que por acción u omisión contribuyó a una situación que terminó tumbando a Pérez"  Moisés Naím, página 129 de La rebelión de los naúfragos. 

Mientras leía la interesante obra de Martha Rivero, La rebelión de los naúfragos, título tomado del discurso de despedida de Carlos Andrés Pérez al tener que abandonar su segunda presidencia, sentía una extraña mezcla de incomprensión y de indignación. Incomprensión porque mucho de lo que leía era nuevo para mí y evidenciaba que yo tenía una laguna significativa sobre esta etapa política de la vida nacional, a pesar de su indudable importancia. Indignación, porque en las páginas de la obra de Rivero se describe una sociedad muy mediocre, llena de intereses mezquinos provenientes de muchos sectores de la vida nacional y hasta de una posible actitud poco loable de personas quienes siempre han sido objeto de mi endiosamiento, como Arturo Uslar Pietri. El libro me llenó de un deseo de revisar, (1), que diablos andaba haciendo yo en esa época y si había sido yo uno de los naúfragos a quienes se refirió CAP II en su discurso; (2), cual es la verdad sobre esa etapa de la vida nacional representada por el gobierno de CAP II, y (3), cual fue la responsabilidad de íconos nacionales como Arturo Uslar Pietri en la conspiración que aparentemente existió para sacar a CAP de la presidencia.

2 I. Que diablos estaba haciendo yo en esa época? Fuí acaso uno de los náufragos de quienes CAP II habló en su último discurso? 

Lo primero que debo decir sobre el libro de Rivero es que me hizo ver esa época bajo una luz muy diferente a la que yo recordaba. Tanto así, que me obligó a tratar de reconstruir mis actitudes durante esos años. Para ello me dí a la tarea de revisar los centenares de artículos que publiqué en ese período en El Nacional y, especialmente, en El Diario de Caracas. Aprovechando los días postreros de 2010 los examiné rápidamente, sobre todo porque un amigo mío, por quien tengo especial admiración y afecto, me había reprochado haber sido muy duro con CAP, de haberlo fustigado injustamente argumentando la corrupción durante sus dos presidencias, sin reconocerle suficientemente sus cualidades. En primer lugar, debo decir que el examen de mis artículos me tranquilizó enormemente. Un buen noventa por ciento está enteramente dedicado a temas petroleros, en especial la defensa de PDVSA, o a temas comunitarios, como presidente que fui de una organización llamada Agrupación Pro-Calidad de Vida, la cual se dedicó a Educación Ciudadana y a la prédica contra la corrupción por diez años, entre 1990 y En estos centenares de artículos hay una sorprendente carencia de artículos de naturaleza puramente política. Hay pocas menciones de CAP como tal y bastantes menciones sobre el gobierno de CAP II, de naturaleza tangencial y casi siempre positivas, en especial sobre sus deseos de modernizar la administración pública y sobre su uso de jovenes tecnócratas brillantes y no contaminados de la pequeñez del sector político. Sin embargo, debo admitir que, como presidente de Pro Calidad de Vida, hablé mucho sobre corrupción y, al hacerlo, incluí al entorno de CAP II en mis comentarios críticos, con nombre y apellido. Algunos de mis artículos hablaban de Gardenia Martínez, Orlando García, del Banco de los Trabajadores, de Antonio Ríos y de Eleazar Pinto, de la Sra. Cecilia Matos y su esfera de influencia, en tono bastante condenatorio. Casi nunca aludí directamente a Pérez, excepto para preguntarme porque un hombre tan osadamente modernizante y con rasgos de grandeza y de estadista podía co-existir con un entorno tan mezquino como ese. Más aún, en dos ocasiones me acerqué a su gobierno con ánimo de participar. La primera vez Pérez me invitó a su despacho y casi me nombró presidente del IVSS, ya que le dije que podía limpiar aquello. Sin embargo, alguien del sector sindical, alarmado por mi posible presencia fumigadora en aquél antro de corrupción, le pasó un artículo mío publicado en El Nacional en 1990, titulado Regreso a un país andrajoso y promisor. Después de leerlo y prestarle más atención a lo de andrajoso que a lo de promisor, Pérez decidió no nombrarme para el cargo. Luego, en Junio de 1992, si acepté la presidencia de un nuevo organismo llamado IDEC, el Instituto de Defensa y de Educación del Consumidor. Cuando Pérez me juramentó me preguntó porque había aceptado esta tarea y le había rechazado el Ministerio de Turismo y le respondí que esa si era una tarea donde pensaba que podía hacer una buena labor. En eso duré apenas tres semanas, tiempo suficiente para convencerme de que el ministro

3 de fomento del momento, Pedro Vallenilla, me había embarcado en una tragicómica aventura, en la cual hasta mis viajes al interior tuve que pagar con dinero de mi bolsillo, porque nunca recibí dinero, personal, oficina o teléfonos del gobierno. Esto lo digo, no para criticar a Vallenilla, quien posiblemente me nombró de buena fe, sino para abonar la tesis de que no fuí uno de los naúfragos en rebeldía sino un venezolano deseoso de ser útil, sin poder llegar a serlo. En efecto, hasta un artículo escribí en El Diario de Caracas, el 13 de Septiembre de 1993, llamado: El optimismo incondicional, en el cual hice un recuento de todo lo bueno que teníamos, incluyendo la acción gubernamental de privatizaciones, de ajustes económicos, de PDVSA y de inversiones foráneas. Al final de ese artículo sugería que estabamos dejando atrás el subdesarrollo y que debíamos ver hacia adelante con optimismo, confiando en nuestros líderes. Es cierto que mi postura anti-corrupción, como parte de las actividades de Pro Calidad de Vida, me dió cierta fisonomía de opositor. En efecto, muchos de mis escritos hablaban de una corrupción sistémica en el país, de un tejido complejo de complicidades entre los partidos políticos, empresarios y algunos funcionarios del gobierno que no permitían al país echar adelante. Inclusive, hablé de lo que me parecía indecisión y debilidad por parte de CAP II para cortar definitivamente con ese mundo tenebroso. Llegué a publicar un artículo donde pedía que el verdadero Carlos Andrés Pérez se pare, por favor, hablando de su compleja personalidad repleta de contradicciones, entre lo sublime y lo ridículo. Más aún, debo reconocer que defendí mi versión personal de lo que ya se llamaba la conspiración. El 16 de octubre de 1992 publiqué un artículo en El Diario de Caracas, Una conspiración transparente, en el cual hablaba de la postura de algunas organizaciones de la sociedad civil, la cual era denunciada por Luis Herrera como una conspiración contra los partidos políticos. En ese artículo hablé de la educación como nuestra única industria básica (frase feliz de Diego Bautista Urbaneja) y de la necesidad de desagregar el gran problema venezolano en una serie de pequeños problemas capaces de ser solucionados uno a uno. Pedía, en contra de la tesis de Herrera, que el estado dejase de ser el tutor de la sociedad. El 23 de Julio de 1993, también en EDC, hablé en otro artículo de Antipartidismo no, anti-corrupción sí. Mucho después, el 6 de Mayo de 1994, en A todo vapor hacia el ridículo (EDC), fustigué al senador Juan José Caldera por sus acusaciones de conspiradores contra Miguél Rodríguez, Moisés Naím, Gerver Torres y otros destacados ex-funcionarios del gobierno pasado. Y agregué: En el esquizofrénico entorno gubernamental de Carlos Andrés Pérez (II) estos jovenes tecnócratas formaron un valioso núcleo modernizante cometieron errores actuaron con impaciencia pero bastantes de sus iniciativas nos han abierto el camino hacia el verdadero desarrollo. Los ataques que han sufrido nos dan asco. En fin, este exámen introspectivo, basado en lo que dije e hice en esa etapa, me tranquiliza un tanto. No creo haber sido uno de los naúfragos que mencionó CAP II pero si fuí, alternativamente colaborador y opositor a su gobierno, por razones que creí de peso en cada momento. Si cometí errores de juicio no fue por tenerle inquina a CAP II. Al contrario, me acerqué a él lo más posible y en ocasiones fuí su opositor leal. Nada de conspiración.

4 II. Cual es la verdad sobre esta etapa de la vida nacional, esta presidencia de CAP II? 

El libro de Rivero levanta una porción del velo sobre esta etapa pero no todo el velo. La lectura de algunos capítulos es esclarecedora, unos por su lucidez, como las entrevistas con Moisés Naím, con Carlos Raúl Hernández y con Ricardo Haussman. Otros porque revelan los grotesco de nuestro sistema de gobierno y de toma de decisiones, como la entrevista con Carmelo Lauría o lo dicho por Doña Blanca Rodríguez de Pérez sobre el proyectado atentado contra Pérez en Turiamo. Algunos otros revelan la pequeñez de nuestros dirigentes políticos. El libro también refuerza la actitud modernizante de CAP II y su olímpico desdén por los colegas del partido que iba dejando atrás. En especial, ese contraste entre la actitud de un Lusinchi que nombraba a dedo a sus secretarios adecos como gobernadores y la de CAP que forzó la elección directa de gobernadores y alcaldes. En cierta manera, CAP ajustició la injusta hegemonía partidista en Venezuela, por lo que es justo decir que ha sido uno de nuestros más grandes demócratas. Al mismo tiempo el libro de Rivero deja en claro como Pérez no pudo desprenderse de la posición tradicional del político venezolano hacia las instituciones internacionales y su celo por la llamada soberanía nacional. Es citado diciendo que nunca he dejado de denunciar al Fondo Monetario Internacional. Su posición internacional fue más cercana al grupo de los no alineados (que siempre estuvieron muy alineados en una postura izquierdizante) y a un tercer mundo que incluía a la Cuba de Fidel. Nunca pudo superar esos resabios. CAP II no promovió la corrupción que venía andando desde el trágico quinquenio lusinchista. Durante su gobierno se enjuiciaron a José Angel Cilberto, a Omar Camero, a Blanca Ibañez y hasta al mismo Jaime Lusinchi, pero se toleraron las sinverguenzuras de Gardenia Martínez, de Orlando García, Eleazar Pinto, Antonio Ríos y Cecilia Matos y el CDN de AD levantó la expulsión de once dirigentes adecos acusados de corrupción. Su inauguración fue un acto ostentoso e insensible. Su primer anuncio sobre el alza de la gasolina fue hecho mientras él se encontraba de viaje en el exterior. No es sorprendente, por tanto, que en Enero de 1992 una encuesta de Gaithier mostraba que un 65 por ciento de los venezolanos rechazaba las políticas del gobierno de CAP II y un 56 por ciento desaprobaba de CAP a título personal. La animadversión de algunos políticos de viejo cuño iba dirigida también contra los jóvenes miembros del gabinete de CAP II. Fernando Martínez Mótola cuenta en el libro (página 262) que Maza Zavala (falleció hace pocos meses), miembro del Consejo Consultivo nombrado por Pérez, no se reunía con estos ministros por considerarlos indignos. El rechazo de Maza Zavala al sistema fue causado por razones ideológicas. El mismo Maza Zavala no tendría problemas, años después, en ser cómplice por omisión del saqueo que Chávez hizo al Banco Central de Venezuela, eliminando su autonomía con la ayuda del directorio donde Maza Zavala figuraba. No hay dudas de que mucho del rechazo a CAP II tuvo que ver con la figura de la barragana y con la influencia que ella tenía en los asuntos de gobierno. Era la versión nueva de la Blanca Ibañez de Lusinchi. CAP II había criticado a Lusinchi por dejar que una mujer influyese en su gobierno pero permitió algo muy similar en el suyo. El contraste entre la figura de Cecilia Matos, cargada de joyas, y la digna esposa de CAP,

5 Blanca, servía para alimentar el rechazo. La señora Matos dice algo interesante en el libro (página 320): Yo no me montaba en los aviones de la presidencia Yo tenía el avión de Armando de Armas me recogía y me llevaba a Rusia o a Suiza. Esto revela la complejidad de la corrupción. Nunca se preguntó la señora por qué el avión de De Armas estaba a su disposición? Lo hubiera estado para ir a Rusia o Suiza si Cecilia Matos no hubiera sido la querida del presidente? Lo que dice la señora en el libro suena similar a lo que dice Chávez cuando dona parte de su modesto sueldo para becar a un estudiante pobre. Pamplinas! Anda en un airbus de $65 millones, usa un reloj de $ y alquila pisos enteros de los mejores hoteles del mundo para sus guardaespaldas y cocineros. El General Carmelo Lauría. Uno de los pasajes que muestra claramente la fragilidad de nuestras instituciones de la época (y quizás, de todas las épocas) está en las páginas 210 y siguientes, en las cuales Carmelo Lauría cuenta su versión de los eventos del golpe de Chávez, el 4 de febrero de Dice que llamó al presidente para enterarse de lo que estaba sucediendo y que este le puso a cargo de averiguar que televisora estaba en capacidad de transmitir su mensaje. Inmediatamente Carmelo, ex-ministro, a título personal, se pone en movimiento. Llama a Granier, a Ricardo Cisneros, Llama a Fernando Ochoa Antich, ministro de la defensa, quien le dice que el gobierno está caído ( a esa hora, a las primeras de cambio). Llama a Consalvi en Washington y a Arria en Nueva York. Llega a su casa Reinaldo Figueredo. Llama al general Freddy Maya Cardona y luego al General Leixa Madrid y los arenga. Se encuentra con Pérez en Venevisión y le persuade a cambiar de estrategia militar, usando tanquetas en lugar de tanques. Y, de repente, uno piensa: caramba, esto suena a General Carmelo Lauría, ministro de la defensa. Pero Carmelo no era ni siquiera miembro del gabinete sino un asomado con iniciativa, quien parece haber pasado por encima de todo el sistema militar y civil de defensa de la presidencia para tomar las riendas de la acción. Esto de Carmelo recuerda los cuentos de Don José Giacopini, quien nos decía que, como iba pasando por Miraflores con una máquina de escribir el día del golpe que tumbó a Medina, lo nombraron secretario de la Junta de Gobierno! Vainas que no se ven sino en nuestro país. Julio, el hijo de Petrica salvó a Pérez de un atentado. En otro pasaje asombroso del libro (Capítulo 24, páginas 341 y siguientes) se narra como Julio, el hijo de Petrica, una antigua empleada de la familia Pérez Rodríguez, oye una conversación sobre un complot contra Pérez y se lo cuenta a su mamá, Petrica. Esta se lo cuenta a su jefa Doña Blanca y Doña Blanca se lo cuenta a su marido Carlos Andrés Pérez. Le dice que no vaya a Turiamo ese sábado porque lo van a poner preso. Y Pérez se molesta con ella porque lo que piensa es que Doña Blanca está averiguándole sus enredos con Cecilia. Esto es de telenovela, superior a cualquier cosa que Ibsen Martínez hubiera podido imaginar. El complot aparentemente no fue descubierto por las expertas agencias de inteligencia del estado sino por el hijo de Petrica. Yo hubiera esperado que Julio saliese de esa historia promovido, como nuevo ministro del interior, en reemplazo de Don Luis Piñerúa. Es en este ambiente que transcurre la azarosa etapa de CAP II, esa combinación de modernas políticas publicas, de grandes aciertos como la privatización de la CANTV, y de mezquindad en el sector político, con asomados de todo tipo, con un gabinete

6 talentoso pero sin burdel, con un grupo de notables donde co-existían íconos nacionales como Uslar Pietrri con golpistas como José Vicente Rangel y con los restos de un sistema bipartidista perverso que se negaba a morir. En ese remolino se vio enredado el hombre que parecía políticamente inexpugnable, como un Gulliver aprisionado por miles de las pequeñas sogas de los liliputienses. 

III. Cual es la responsabilidad de íconos nacionales como Arturo Uslar Pietri en la conspiración que aparentemente existió para sacar a CAP II de la presidencia? 

El libro (páginas 248 y siguientes) nos describe la evolución del llamado grupo de Los Notables, desde un inicio caracterizado por planteamientos individuales de Uslar Pietri y otros a la constitución de un grupo más formal, como asociación civil. Entre los miembros de este grupo el libro menciona a Arturo Uslar Pietri, Manuél Quijada, Angela Zago, Pablo Medina, Domingo Maza Zavala, Ernesto Mayz Vallenilla, José Antonio Cova Miguél Angel Burelli Rivas y José Vicente Rangel. Uno diría, no están todos los que son ni son todos los que están. Eso de Uslar Pietri y Mayz Vallenilla junto a José Vicente Rangel y Manuél Quijada suena a arroz con mango. Rangel era un golpista desde el inicio de la conspiración de Chávez. Manuel Quijada era uno de los líderes de aquellas horrorosas aventuras llamadas El Carupanazo y El Porteñazo. Angela Zago se puso a favor de los golpistas del 4 de Febrero. Algunos de los miembros de este grupo eran, pues, golpistas confesos. Habría que preguntarle al Dr. Uslar, que hacía usted en esta compañía? Sin duda alguna, Uslar cometió un error asociándose con estos personajes. Sin embargo, el libro no aporta mayor prueba sobre una conspiración con la ayuda activa de Uslar Pietri para tumbar a CAP. Se limita a exponer los planteamientos de Uslar Pietri, muchos de los cuales yo suscribía a título conceptual, como la uninominalidad y la depuración de las instituciones, así como la lucha contra la corrupción. Algunas entrevistas mencionan la animadversión personal de Uslar contra AD, contra lo que se le había hecho a la caída de Isaias Medina, resentimiento no sin justificación, pero no hay en el record, que yo conozca, ataques de tipo personal de Uslar contra Pérez. Carlos Raúl Hernández (página 330) llega a decir que Uslar Pietri nunca creyó en la democracia; el siempre fue partidario del cesarismo democrático gomecista, lopecista, medinista enfrentado al sistema [democrático]. Hernández se equivoca al decir que ser partidario de López y de Medina Angarita hacía de Uslar un anti-demócrata cuando solo lo hacía un demócrata conservador. Hernández pasa por alto que la actitud ciudadana de Uslar por décadas fue una prueba viviente de su espíritu civilista y democrático, eso sí, con un toque aristocrático de naturaleza intelectual y humanista, quizás hasta arrogante, pero nunca de conspirador por debajo de la mesa. También parece exagerado el juicio de Beatrice Rangel al decir (página 304): me da risa cuando dicen que sacaron a CAP por corrupto no, a CAP lo sacó la corrupción. Tiene razón al decir que el juicio que culminó en su salida no tuvo que ver con corrupción sino con un tecnicismo en el uso de la partida secreta. Pero no hay dudas de que CAP II perdió mucho apoyo político por su negativa a desembarazarse de su entorno macabro. Los miembros de su gabinete hablaban con Dr. Jekyll pero Cecilia y Gardenia interactuaban con Mr. Hyde. Por eso es que Petkoff decía en un escrito en El Diario de Caracas (17 de Mayo de 1993): El país ya sentenció: quiere revocarle el mandato. Ese es un derecho tan democrático como elegir. No era la corrupción la que sacaba a CAP II, como alega Beatrice Rangel, sino el peso de una matriz de opinión mayoritaria que, para bien o para mal, correcta o incorrectamente, revocó su mandato. Para bien o para mál? En retrospectiva, en frío, veo hacia atrás y no me gusta la manera como actué en el momento de la salida de CAP II. La vi en el momento como una medida democrática irreprochable, de la cual me sentí orgulloso. Pensé que las instituciones de mi país habían funcionado a la altura de las instituciones nórdicas. Quizás pensé que CAP II era nuestro Nixon. Acepté su salida con alivio, no me opuse a ella y celebré la llegada de Ramón Velásquez a la presidencia con renovadas esperanzas en un proceso de limpieza institucional. Creo que me equivoqué. Porque si CAP no salió, como lo sugiere el libro de Rivero, mediante un acto de verdadera justicia, sino mediante una extraña confabulación de la izquierda y de la derecha para sacar a un presidente que amenazaba al sistema que ellos representaban, entonces ello no podía ser bueno para la democracia. No estoy seguro de que este acto haya desatado los acontecimientos que abrieron la puerta a Chávez. En esa llegada de Chávez al poder la mayor responsabilidad no la tienen ni CAP II ni quienes sacaron a CAP II sino la actuación errática e inexplicable de Rafaél Caldera y de los venezolanos demócratas quienes pidieron el sobreseimiento de Chávez, sin juzgarlo y condenarlo a prisión por los 30 años que le correspondían. Esta es la pena que ahora el déspota le ha impuesto a Simonovis y pretende imponerle a la juez Afiuni sin que les corresponda. La salida de CAP II, como se llevó a cabo, no fue para bien porque no fue justa. Debo agradecerle a Mirtha Rivero que me haya aclarado el punto. Pero debemos ver al hombre, CAP II, como un todo y no solamente a una de sus partes. Al verlo como un todo, creo que la historia será amable con él pero no le dará el sitial que él soñó.


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Tiempo y Espacio vol.24 no.62 Caracas dic. 2014

 

Mirtha Rivero. La rebelión de los náufragos. Caracas: editorial Alfa, colección Hogueras, 2010, 461 pp.

Yuruari Borregales Reverón

Profesora de Geografía e Historia egresada de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador. Cursante de la Maestría en Educación, mención enseñanza de la Historia (UPEL-IPC).

Uno de los temas más debatidos en este momento en Venezuela a raíz de las pasiones políticas desatadas, resulta ser sin lugar a dudas las primeras cuatro décadas de democracia. Aquella que ha estado bajo de la lupa del cuestionamiento, dentro del crisol de posturas críticas, de defensa pero también de desprestigio, de ejemplos de construcción ciudadana y civilista, asimismo de agravios y manipulaciones. Los recientes fallecimientos de los ex presidentes Jaime Lusinchi y Ramón J. Velázquez fungen como un nuevo motivo de revisión de esos años, puesto que de una u otra forma abren y cierran las puertas políticas del periodo de estudio enfocado en esta obra.

La periodista Mirtha Rivero se ha desempeñado en distintos diarios de la región capital y es colaboradora de publicaciones mexicanas. En esta ocasión toma la pluma para ofrecer La rebelión de los náufragos, una reconstrucción testimonial de la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez (1989-1993), en la que familiares, opositores políticos, miembros de su gabinete, compañeros de partido, periodistas y hasta un insigne historiador definen su posición y relatan sus experiencias en torno a este tiempo.

La autora propone una visión, desde diferentes ángulos, de esta controvertida presidencia en un compilado de líneas tan reivindicativas como criticas, aunque como ella misma lo afirmó en una entrevista, explorar esta primera opción no se encontraba dentro de su intención inicial. Divide el libro en cuatro partes, cada una con una serie de capítulos en las que incorpora entrevistas y cronologías a la trama que va armando. Se toma además una licencia literaria para presentar a Moraima, una venezolana de a pie, extraída de su imaginación, desencantada de la política de esos años; recrea su percepción como ejemplo de una opinión pública representativa del momento.

En la primera parte se alude a la fastuosa trasmisión de mando, también llamada coronación, de Jaime Lusinchi a Carlos Andrés Pérez y los iniciales conflictos con Acción Democrática (AD), causados en parte por la conformación de su equipo tecnocrático de gobierno. A su vez los primeros pasos de la implementación de Gran Viraje, e incluido en el, un paquete de medidas económicas bajo la estrategia de shock. Ofrece incesantemente la imagen de un personaje que tiene una visión modernizadora para la cual el país no estaba preparado.

Seguidamente, se enfoca en El Caracazo, un estallido social que ocurre a menos de un mes de su llegada a la presidencia, mostrándolo como producto de un descontento social que se venía gestando desde mucho tiempo atrás, aupada por la crisis política y económica acumulada. Hace hincapié en las deficiencias comunicacionales de la política económica del momento y muestra como el distanciamiento de AD se hacía más evidente, la descentralización como bandera sería un motivo más.

Posteriormente, inaugura la tercera parte con otros sucesos no menos importantes. Los fallidos golpes de estado de febrero y noviembre de 1992. La frágil situación de país, la anti política y los trances entre los partidos serán analizados, entre otros ejemplos de esto, se halla la actuación de Rafael Caldera, aquella anterior y posterior al primer intento golpista.

La última parte escenifica el proceso que llevaría a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) a declarar la existencia de méritos para iniciar un juicio contra el presidente Carlos Andrés Pérez y dos de sus ministros por irregularidades con el Régimen de Cambio Diferencial (RECADI) y administración de la partida secreta. Expone la incongruencia de sostener los delitos de peculado y malversación al mismo tiempo y la politización en torno a la sentencia, ilustrando a esta como una salida política, la única que lograría sacarlo de la presidencia.

Aunque a rasgos generales estas constituyen las ideas manejadas, hay otras que permean cada uno de los capítulos y en este sentido la autora nuevamente se hace eco de muchas de sus fuentes testimoniales. El ex presidente Pérez sobreestimaría su carisma y liderazgo a la par que subestimaría a sus opositores políticos y al propio partido que integraba para llevar a cabo su programa de reformas, manteniendo una pobre campaña comunicacional y gobernando a espaldas del partido que lo respaldaba, sin piso político de maniobra.

Por otro lado, proyecta luces sobre toda una generación de profesionales de diversa índole, políticos, intelectuales y tecnócratas, por mencionar algunos, que se encontraban entre los que no quisieron (instalándose en su zona de confort), no pudieron o no supieron llevar a cabo los cambios que eran necesarios poner en marcha para salir del atolladero político y económico que se habría iniciado, al menos, una década antes. Preparación y disposición faltó para ello.

Particular mención merece el gran ausente, José Vicente Rangel, pieza clave en la denuncia que le llevaría al ex presidente a juicio, este pudo ser entrevistado, a pesar de intentos manifiestos de la autora. De la misma manera la omisión reiterada del nombre del Hugo Chávez, por medio de un sin número de epítetos, pareciendo con ello querer eludir su intervención en el escenario político del país (fatídica para unos, mesiánica para otros) no solo durante 1992, sino desde 1998 hasta su muerte.

Evidentemente, deja la impresión de retratar a CAP como un paladín calificado de imperturbable y sobrio, respetuoso de la institucionalidad, la democracia y el Estado de derecho, pero también terco y arrogante quien tuvo la audacia de intentar enrumbar el país en otra dirección. No pasa desapercibido que la propia fotografía de portada del libro lo captura de forma sencilla, serena y accesible.

En consonancia con lo anterior, tampoco pasa inadvertida la escogencia del título. Con “náufragos” hace referencia a quienes había dejado a un lado a través de su carrera política (expresión tomada del discurso de CAP que pronuncia posterior a la decisión de la CSJ). De cierta forma, la autora expone a un político que hubo procurado reaccionar contra parte significativa del sistema, y habría afrontado como este le devolvía el favor, un personaje que según sus apreciaciones luchó por no convertirse en náufrago.

Rivero confiesa que el texto final es la síntesis de un proceso de “...escribir el cuento ―mi cuento―.” (p. 449), un sello personal que tendría la muy significativa acogida de ocho reimpresiones en tan solo dos años de publicación. Aún esto, la propuesta, el enfoque y la temática se conjugan en un propósito, servir para contrastar el discurso oficial que se teje en torno al periodo con otras importantísimas revelaciones.


https://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1315-94962014000200017

Letras 

LA DOBLE TRAGEDIA DE CARLOS

 ANDRÉS PÉREZ

Desde su primera edición en octubre del año pasado, La rebelión de los náufragos se convirtió no sólo en uno de los libros más vendidos en Venezuela sino en una de las fuentes de controversias más vivas y necesarias en el debate político nacional. Durante años, Mirtha Rivero recopiló, organizó y procesó un enorme caudal de datos alrededor del proceso que concluyó en la dimisión de Carlos Andrés Pérez el 21 de mayo de 1993. Ciertamente es más que una crónica de aquel juicio político que, a mi juicio, abrió una profunda herida en el deteriorado modelo democrático surgido en 1958. Su mayor relieve lo adquiere como profuso análisis de un drama personal que dio paso a lo que hoy —con todo lo que ha sucedido desde entonces— podemos considerar un desastre nacional. Para quienes vivimos de cerca ese proceso tal vez el texto de la periodista venezolana no nos indique algo desconocido pero —aún más valioso— sí nos ofrece sus elementos esenciales y colaterales de manera muy organizada para estimular una reflexión inevitable casi veinte años después. Allí reside su importancia. El libro se vendía como pan caliente en Navidad cuando el 25 de diciembre de 2010 el ex presidente fallecía en Miami, generando una disputa entre sus dos familias que dura hasta hoy. Incluso después de muerto, CAP constituye el epicentro de una doble tragedia: la del hombre y la del político.

A la hora de su lanzamiento llegué a escuchar en varias discusiones  sobre el libro que había sido concebido como una reivindicación del hombre que gobernó a Venezuela en dos oportunidades y el único que ha sido destituido sin que mediara un golpe de Estado. Algunos lo señalaban como un ajuste de cuentas con quienes impulsaron su juicio por malversación de fondos y por el supuesto uso indebido de la llamada Partida Secreta, en especial los miembros del grupo conocido como los Notables, y como un homenaje a un político que prefirió padecer las estrecheces de la democracia que actuar en su contra. Sin embargo, La rebelión de los náufragos desmiente esa pretensión apologética. Más bien arma las miles de piezas de un enorme rompecabezas hasta ofrecer un panorama bastante completo y muy bien sustentado de las razones y mecanismos de aquel proceso político complejo y —por decir lo menos— desconcertante. La periodista se remonta al período que antecedió al triunfo de Pérez en las elecciones de diciembre de 1988 para ofrecer una revisión crítica de un modelo democrático que ya delataba agotamiento en lo político y bancarrota en lo económico.

A partir de ese contexto, Rivero se sumerge en las turbias aguas de un lapso de gobierno vivido de manera muy intensa y que incluyó la llamada “coronación” de CAP en el teatro Teresa Carreño, el impulso de las reformas económicas denominadas el Gran Viraje, la puesta en marcha de la descentralización política y administrativa del país, la revuelta civil del 27 de febrero de 1989, conocida como el Caracazo, los intentos de golpes de Estado del 4 de febrero y el 27 de noviembre de 1992 —que colocaron un nuevo protagonista en la escena política: Hugo Chávez— y el posterior proceso iniciado por José Vicente Rangel, Ramón Escobar Salom, Rafael Caldera y otros miembros de los Notables que alcanzó su objetivo el 21 de mayo de 1993, apenas unos meses antes de concluirse el período presidencial de Pérez. Lo importante era sacar del poder al Presidente de la República. Querían venganza, no justicia. La miopía de los sabios.

Rivero estructura su ensayo gracias a una investigación muy amplia y a la vez precisa, a una muy bien ordenada cronología que poco deja fuera y a un conjunto de entrevistas con personajes que participaron en su gobierno, que se le opusieron o que observaron su devenir político. Todo esto matizado y enriquecido con una magnífica escritura profesional que por momentos juega a lo novelesco pero sin incurrir en superficialidades. Guarda respeto hacia el lector y no pretende engañarlo con simplezas. Evade el chisme, el rumor, la conjetura interesada y se dedica al análisis del aquel período. Desde luego, Rivero mantiene un punto de vista sobre lo sucedido y defiende su interpretación de lo que yo llamaría un lento pero eficaz suicidio político del sistema democrático venezolano. Un suicidio  impulsado por  los supuestos defensores de la democracia. Esto último es una deducción que hago, más allá de las intenciones de Rivero.

De la manera como la autora organiza su material es posible deducir la responsabilidad histórica del Fiscal General de la República, de los dirigentes partidistas que habían debilitado el sistema democrático y que jugaron al caos para sus propios intereses, de los directores de medios de comunicación que apostaron por la llamada “antipolítica” para ofrecer una opción de poder alejada de los partidos, de los forjadores de opinión pública que cobraron sus viejas venganzas y, muy especialmente, del entonces ex presidente Rafael Caldera en plena ruta a su reelección. Un cuadro humano de fatal destino.

Pero también desnuda la responsabilidad del propio Carlos Andrés Pérez en sus errores e indecisiones. En su propia sobreestimación se fundamenta la aparente ingenuidad de su conducta. En la subestimación de sus enemigos se halla el fallo de su instinto político. Pero además —y esto es una conclusión mía, no de la autora— CAP no fue coherente en sus acciones. Desde aquellas fechas no me cabe duda de que su entonces cuestionado plan de reformas económicas y políticas era definitivamente necesario para un país en quiebra y con profundas heridas institucionales. Pérez impulsó la descentralización política y administrativa, propulsó la elección de gobernadores y alcaldes, estimuló la competitividad de las empresas venezolana, abrió nuestra economía hacia el mundo, sinceró sus políticas de precios, acabó con el control de cambio… pero también colocó al frente del Banco Central de Venezuela al máximo líder de un grupo bancario privado, figura reconocida como uno de los Doce Apóstoles, círculo empresarial surgido en su primer gobierno entre 1974 y 1979, en plena Venezuela Saudita.

Cuando terminé de leer La rebelión de los náufragos, meses después del impacto inicial de ventas y comentarios que experimentó en los primeros tiempos de su lanzamiento, sentí que había asistido a la representación de una tragedia con mucho de Shakespeare, con sus pasiones, venganzas, manipulaciones y conjuras. Una reedición parcial de Macbeth. Un libro esencial para comprender lo que ha sucedido en los últimos veinticinco años.

LA REBELIÓN DE LOS NÁUFRAGOS, de Mirtha Rivero. Editorial Alfa, Caracas, 2010. 461 páginas.


 https://ideasdebabel.wordpress.com/2011/03/06/letras-la-doble-tragedia-de-carlos-andres-perez/


Mirtha Rivero, periodista venezolana autora de: “Historia menuda de un país que ya no existe” y “La rebelión de los náufragos”.

Mirtha Rivero:


Los malos continúan ganando”

“La rebelión de los náufragos” cumplió diez años, la crónica sobre la caída de Carlos Andrés Pérez que la catapultó a la fama. Todo comenzó con una novela del nicaragüense Sergio Ramírez y una banda sonora que dejaba colar la voz del gran bolerista Felipe Pirela. El libro ya lleva más de 30 mil ejemplares vendidos. En esta entrevista, Mirtha Rivero habla de política. “Venezuela no es un país normal, es como el mundo bizarro que uno veía en los suplementos de Superman”. Habla, con cautela, de su próxima obra. Y habla de sus pasiones. En este collage, la periodista también se sienta a ratos en el diván.


GLORIA M. BASTIDAS | 11 NOVIEMBRE 2020

El primer libro que Mirtha Rivero escribió lleva por título Historia menuda de un país que ya no existe. Lo publicó la Editorial Alfa en 2012. Lo había terminado hacía tiempo. Mucho tiempo. Pero estaba confinado en una gaveta. Recogía los testimonios de nueve personajes comunes y corrientes. El décimo personaje es la propia Mirtha, que entre un capítulo y otro va matizando los relatos con detalles de su propia existencia. O de la Venezuela que se evaporó. Así, por ejemplo, evoca los paseos que ella y su familia hacían frecuentemente al Litoral Central porque su padre desempeñaba un curioso  oficio: Aforador del Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS). ¿Aforador? Sí: Le tocaba medir y calcular la cantidad y la velocidad de los cauces de los ríos del antiguo estado Vargas. También habla Mirtha del no menos curioso oficio de su madre: Bibliotecaria de Historias Médicas. Con mayúsculas, así la RAE prescriba otra cosa. El dilema que se le presentaba era cómo hacer atractivo un texto que corría el riesgo de pasar por anodino. Ella lo dice claramente en el prólogo: “No es lo mismo narrar la vida de Andrés Galarraga, pelotero de Grandes Ligas, que narrar la de Pastor Silva, pescador de Isla de Coche”. Y tiene razón. Pero allí, justamente, reside el talento del auténtico reportero. En convertir lo sencillo en un anzuelo que atrape al lector.

Eso fue lo que hizo el cronista norteamericano Gay Talese. Era mensajero en The New York Times cuando un día reparó en los letreros luminosos que transmitían las noticias más importantes del rotativo en plena calle. Se hizo una pregunta: ¿Quién está detrás de todo esto? Subió al edificio y encontró a un hombre llamado James Torpey. Desde 1928, había permanecido de pie armando los titulares. El perfil de este hombre fue la primera nota que Talese -siendo mensajero, repito- escribió para el Times. Hablamos de 1953. De ahí en adelante desarrolló una carrera exitosa. En su portafolio entran desde los seres más anónimos hasta los más encumbrados. Su crónica sobre Frank Sinatra es inmortal. Mirtha también se balancea entre lo cotidiano y lo que va más allá. Lo político. Fue precisamente su libro La rebelión de los náufragos el que la dio a conocer. Se acaban de cumplir diez años de su publicación. Van más de 30 mil ejemplares vendidos. Mirtha fue mi jefa en El Diario de Caracas. Por eso transgredo el manual de estilo y la tuteo. Por eso -y porque practico el vicio de la curiosidad- me he permitido hurgar en sus ideas. Y en su personalidad.

I.

-¿Por qué te gustan tanto los gatos?

-Creo que me di el permiso de que me gustaran. Nunca tuve mascotas. No crecí con animales cerca. Pero a los 48 años llegó a nuestra casa una gata, le dimos comida, y se fue quedando hasta que la adoptamos. Era un tanto arisca pero se apegó muy rápido a mí, y eso me encantó. La quise mucho. Cuando la perdí, siempre me quedó ese hueco, y al mudarme a México alimentaba a los gatitos de la cuadra. A los tres años de estar allá, llegó un gato -después supimos que no era macho- que nunca había aparecido. Llegó a deshoras, casi a mediodía, maullándome y restregándose -cosa que los otros felinos, callejeros al fin, no hacían-. Ahí me ganó, y le puse comida ya no en el portal sino en el patio. Como tenía que ir a una cita, cerré el resto de la casa y la dejé ahí: La puerta abierta para que saliera cuando quisiera. A mi regreso la encontré instalada, durmiendo debajo de las trinitarias. Yo acababa de empezar a escribir La rebelión de los náufragos y Paulina -como la bautizamos- estuvo siempre a mi lado durante el año y ocho meses que me llevó la redacción. Justo ahora está al frente mío, mientras escribo. Lleva 12 años con nosotros.

Dice que tiene problemas con la motricidad fina. No se sabe hacer las uñas. No se sabe maquillar. Nunca se le dieron las manualidades. Pero sus manos siempre están impecables. De peluquería. Tampoco se le da la cocina. Dedos aristocráticos. Están reservados únicamente para cuatro cosas: Para acariciar a su hija, a su esposo, a su gata y para escribir. Mirtha es de mente rápida. Tan rápida que muchas veces no suelta palabras sino jeroglíficos. Por eso, le pedí que esta entrevista en parte la hiciéramos por escrito. Lo primero que me mandó fue un texto donde daba detalles de cómo se le ocurrió la idea que luego daría pie a La rebelión de los náufragos.

“La democracia venezolana tenía que haber sido blindada. Pero para que eso ocurriera las élites políticas tenían que haber sido todas del mismo nivel de Rómulo Betancourt”

Mirtha Rivero

-Puedo reconstruir casi el momento exacto en que pensé por primera vez escribir sobre la caída de Carlos Andrés Pérez. Fue un domingo, entre la una y las tres de la tarde, en un apartamento en Camurí Grande, Vargas. A mediados del año 2004. Yo estaba echada en un sofá y acababa de terminar la novela Sombras nada más del nicaragüense Sergio Ramírez, acompañada por el hilo musical que venía del barrio que está detrás del edificio. Esa música que sonaba fuerte y que empecé a escuchar cuando iba en las últimas páginas de la novela, traía la voz de Felipe Pirela cantando, aunque ustedes no lo crean, “Sombras nada más”. Al cerrar el libro, yo estaba sobrecogida. No sólo por lo que acababa de leer, sino por esa rareza que me estaba ocurriendo, por esa especie de banda sonora que me vino a acompañar para el final de la novela, aunque en vez de Javier Solís -que es quien canta en la novela- fuera el venezolano Felipe Pirela.

Comelibro. Aprendió sus primeras letras con la señorita Borges en una escuelita privada que quedaba en San José. Se vanagloria de pertenecer a la primera generación de los venezolanos de apartamento. A mediados de los ‘60, su familia se instaló en el edificio Cerro Grande de El Valle. Un superbloque diseñado por Guido Bermúdez y considerado una joya arquitectónica. Mirtha también se jacta de que su formación académica es producto de la instrucción pública. Se graduó de bachiller en el Liceo Pedro Emilio Coll en Coche. El profesor que nunca olvida: El poeta Carlos Gauna, que usaba boina y pajarita.

-Para los que no hayan leído esa novela de Sergio Ramírez, él cuenta la historia de Alirio Martinica, un oscuro personaje del más oscuro régimen de Anastasio Somoza que, tras el derrumbe de la dictadura, cae preso y enseguida es sometido a juicio popular en una plaza pública. Desde un principio me había atrapado la ficción que Sergio Ramírez armó a partir de unos hechos que conoció de cerca -está inspirada en un hombre real-, y me llamó la atención, y admiré, el sentido de autocrítica que encontraba. Pero además de eso, me gustó la forma que él escogió para contar los hechos, la manera en que interrumpe a cada tanto la narración para introducir, en capítulos apartes e independientes, documentos, o supuestos documentos y declaraciones, que parecían confirmar o analizar la historia que iba corriendo paralela. Me gustó tanto que hasta quise copiar esa estructura, repetirla no ya en una ficción, pero sí calcarla, extraerla para un texto periodístico… Y así… entre eso, y el sabor amargo que me dejó en la boca lo del juicio en la plaza pública intuitivamente fui relacionando cosas, y pensé en ese azaroso capítulo que vivimos entre 1989 y 1993. Siempre me quedó la curiosidad de conocer cómo se habían producido los hechos que llevaron a la salida abrupta de un presidente en la Venezuela democrática.

II.

Hubo varios factores que confluyeron en la conjura contra Carlos Andrés Pérez (CAP). Uno, que Mirtha menciona en La rebelión de los náufragos, es el que tiene que ver con las peleas intestinas que se libraban en Acción Democrática (AD): Jaime Lusinchi versus CAP. Lusinchi, para cerrarle el paso a la reelección de CAP, designa como gobernadores de estado a los secretarios generales de AD en cada entidad. También está la tesis de que a CAP lo tumbó el “paquete”. A mí, que me tocó cubrir el almuerzo que ofreció Pérez el 3 de febrero en La Casona, un día después de la Coronación en el Teatro Teresa Carreño, me impactó que 24 días después ese mismo Pérez tuviera que encarar el estallido social llamado “Caracazo”. De la champaña al saqueo. ¿Qué fue lo determinante?

-En esa serie de hechos que mencionas no hay una cosa determinante. Yo creo que todos esos fueron elementos que jugaron a favor de la desestabilización del Gobierno: La guerra intestina en Acción Democrática. Lo del “paquete”. La descentralización. Todos ellos fueron factores que aprovechó un grupo que ya tenía sus intenciones. La derecha rancia, que quería un primer ministro. Los antipolíticos, que creían que los políticos no servían y aspiraban que un gerente exitoso manejara el país. El sector empresarial, que rechazaba competir. Los resentidos, la gente que tenía facturas pendientes. Dentro de este último grupo, ya sabemos, estaban algunos de Los Notables, porque no todos los notables eran resentidos, y no todos los resentidos eran notables: José Vicente Rangel, por ejemplo…  Pero yo no creo que ninguna de estas cosas por sí sola  fue determinante sino que fueron sumando. AD no le quita el respaldo a Pérez por el programa económico. Esa fue pretexto. Estaban peleando porque Pérez estaba por encima de todo y porque había dejado al partido en la estacada. Acuérdate que Pérez le ganó la candidatura al aparato. Él se fue con las bases y las bases fueron las que lo impusieron. Esa pelea la tenían cazada antes de conocer el programa de gobierno. Acuérdate, además, que antes de que Pérez nombrara a Miguelito [Miguel Rodríguez] no se sabía para dónde iban las cosas. El mismo Pérez, hasta última hora, no definió para dónde iban los tiros en materia económica. Sí, a los adecos no les gustaba el programa económico. Pero también hubo gente dentro del partido que lo apoyó. Ahora, esa suma de factores o esa lista de resentidos no hubieran tenido éxito si no hubiera contado con el consentimiento de la sociedad, que dejó hacer, que se quedó callada, que miró a otro lado y que hasta aplaudió.

“¿Qué deseo para Venezuela? Deseo democracia, deseo paz, sosiego para el alma de los venezolanos, hospitales, comida, tranquilidad, trabajo, seguridad, educación”.

III.

Mirtha era la jefa de Economía de El Diario de Caracas cuando Pérez anunció, la noche del 16 de febrero, los detalles del Gran Viraje, como se conoció su programa de reformas económicas. Después de la alocución del mandatario, la televisión transmitió un programa analgésico: El Miss Venezuela.

–El estallido del 27 de febrero no fue producto de las medidas económicas. Obviamente fue un chispazo. Pero las medidas no se habían implementado. Eso estalla porque unos choferes abusaron. Les habían dicho que a partir de marzo podrían aumentar los pasajes en un 30% y ellos los aumentaron al doble. Y además: Antes de tiempo. Lo hicieron a final de quincena. Dos días después iba a entrar el impuesto a la gasolina. Habíamos vivido año y medio de escasez durante el gobierno de Lusinchi. La gente cambiaba rollos de papel toilette por Harina Pan. Desde diciembre se sembraron expectativas con que iban a liberar precios. La gente fue acumulando y acumulando. Y el 27 de febrero estalló. Paralelamente había un movimiento subversivo, que ya había sido detectado por fuentes de inteligencia, que estaba aprovechando todo esto. A Lusinchi le informaron en noviembre de 1988 del malestar social que se gestaba. Y en febrero, el almirante que dirige la DIM también fue alertado de que dadas las condiciones socioeconómicas que había en el país podía haber un estallido social. Había gente de la ultra que estaba trabajando por eso. Que agitaba. Y de hecho el viernes 24 de febrero ya hubo un intento de hacer en Guarenas una protesta pero no caló. El lunes cala, pero por una rabia. La gente no tenía dinero. Los choferes abusaron. Y empezó lo que ya tú sabes: Vino el efecto multiplicador. La gente abre un supermercado en Guarenas y ve que hay artículos acaparados. Y todo eso se empieza a extender. Yo creo que el paquete económico no fue determinante para esa explosión social. Sí creo que fue muy bien utilizado por los detractores de CAP.

“Aquí se comenzó a horadar la democracia cuando todavía no había razones para ello. La crisis de los partidos vino después. El 27F, también. La democracia siempre tuvo sus enemigos”

Mirtha Rivero

El 3 de febrero acudió a La Casona el jet set internacional. Los invitados -jefes de Estado y de Gobierno, en su mayoría- departían. En un ángulo estaba Violeta Chamorro. En el contrario, Daniel Ortega. Por aquí Felipe González. Por allá Alan García. Hubo un momento en que se produjo una gran aglomeración. Los mesoneros y los encargados de la seguridad del evento cayeron en pánico. Un toldo se tambaleaba como si hubiese un sismo. Como si la ley de gravedad resultase ajena al protocolo. Fidel Castro entraba en escena cual vedette. Pérez levitaba entre sus homólogos y Doña Blanca cuidaba -afable, como era- todos los detalles. Vestía de amarillo. El color de la buena suerte. Quizá no imaginó nunca que el segundo mandato de su marido estaba sentenciado a muerte desde antes de nacer. Mirtha, de nuevo.

-Para mí lo determinante en la caída de Pérez fue la confluencia de factores que le dieron piso a todo un grupúsculo de gente que quería desplazarlo del poder para ellos capitalizarlo: La estructura vieja de Acción Democrática y la estructura en general de los partidos que se negaban a modernizarse. Las élites económicas que querían un gerente y además reacias a abrirse y competir. Los grupos que venían desde hace mucho tiempo pidiendo un primer ministro: [Arturo] Uslar a la cabeza. El mismo Rafael Caldera, que no había soportado haber perdido las elecciones internas de su partido y había tenido que irse a la reserva. El grupo de resentidos que se alió y que confabuló y que  guardó y fotocopió un cheque, un cheque que había sido anulado, pero antes de anularlo, lo guardaron y lo tenían en la reserva para dos años más tarde aparecer manejado por José Vicente Rangel y Andrés Galdo. También los golpes del ‘92, pero porque fueron utilizados. No eran un flechazo certero que tambaleara en sí al Gobierno: Recuerda los notables indicadores económicos con que cierra ese año. Es que los grupos que querían atacar y/o desplazar a Pérez los utilizaron como excusa y ahí empezaron a provocar la crisis. Todo el mundo quiso retratarse con los golpistas. Querían congraciarse con ellos. Montarse en esa ola.

IV.

Sin duda que el “Caracazo” fue un signo de descontento, más allá de si estuvo programado o no. Pero llama la atención que el Galáctico (Mirtha es supersticiosa: Jamás menciona a Hugo Chávez por su nombre) comenzara a conspirar aproximadamente diez años antes del estallido. Para entonces, ya se reunía con Douglas Bravo y su proyecto era un embrión. Cuando Venezuela sobresalía como un país próspero, y cuando ni siquiera había ocurrido el “viernes negro” (macrodevaluación de Luis Herrera Campíns), ya él tramaba su emboscada. Aquí se comenzó a horadar la democracia cuando todavía no había razones para ello. La crisis de los partidos vino después. El 27F, también. La democracia siempre tuvo sus enemigos.

-Tú dices que esta gente comenzó a conspirar antes de que la democracia empezara a hacer crisis. Y es verdad,  pero yo creo que la democracia ya venía en un declive. Lo que llegó a 1980 era como el envión que traía el proceso democrático desde los ’60. Era lo que quedaba. Eso empezó a cuartearse como a mediados o a finales de los ‘70 porque no hubo una renovación de las élites. Porque se impide que los cuadros políticos jóvenes empiecen a surgir. Se piensa que se puede manejar el país de la misma forma en que se manejaba antes. Eso, conjuntamente con la crisis económica, va dejando al Estado sin dinero y va dejando a la política sin sangre nueva. La democracia se empezó a horadar. Ahora, lo del Galáctico, que empieza en el ‘83, inclusive un poquito antes, por apetencia, por necesidad de poder, se venía gestando, independientemente de cómo estuviera el país. ¿La democracia siempre tuvo sus enemigos? Sí, pero la democracia se venía deteriorando. No se remozó. Los mismos actores políticos impidieron que se renovara. Y cuando viene la descentralización política eso también hace tambalear los pilares del sistema, que eran los partidos políticos. Porque a los dirigentes se les escapa el control del partido. La democracia venezolana tenía que haber sido blindada. Pero para que eso ocurriera las élites políticas tenían que haber sido todas del mismo nivel de [Rómulo] Betancourt. De esa camada de gente que estuvo en los inicios de la democracia.

V.

Le comento si acaso La rebelión de los náufragos no podría considerarse, en el fondo, como una defensa de Carlos Andrés Pérez. Una defensa muy bien articulada, documentada y escrita -lo dijo el propio Teodoro Petkoff– con talento literario, pero una defensa al fin y al cabo. ¿Qué tuvo de malo Pérez y qué tuvo de bueno?Mirtha lanza un nocaut fulminante.

-Esa pregunta ya me la han hecho muchas veces. Hasta creían que yo era una amanuense de CAP o de alguien que estaba por detrás. Lo que intenté fue armar una crónica ante una pregunta que yo me hice. Me puse a investigar un hecho y salió esta crónica. ¿Es una defensa de CAP? No necesariamente. Sí respeto a Pérez por lo que intentó hacer. Yo creo que él cometió muchísimos errores, pero respeto lo que quiso hacer. Lo que quiso cambiar. Logró entender, porque al principio él ni siquiera estaba muy claro hacia dónde iba, y eso es importante, él pudo entender los cambios que había que hacer. Y les tendió las manos a unos muchachos y se resteó con ellos. ¿Que no debió darles los ministerios?, ¿que debió ponerlos como viceministros y encargar la negociación de ese paquete –económico y político– a verdaderos políticos? Pienso que él tampoco tenía gente para que negociara algo de esa talla. Él se arriesgó. Y siendo una persona que venía de un mundo completamente distinto, de un modelo estatista, en esos dos primeros años [de Gobierno], cambió. Se dio cuenta de que esa era la única manera de que Venezuela pudiera salir de la crisis.

“Cuando Venezuela sobresalía como un país próspero, y cuando ni siquiera había ocurrido el ‘viernes negro’, ya él [Hugo Chávez] tramaba su emboscada”

Mirtha Rivero

El manuscrito de “La rebelión de los náufragos” cayó en manos de Ulises Milla, capitán de Editorial Alfa. Leyó cuatro capítulos y quiso leer más. Mirtha se lo mandó completo. Cuando se reunieron la primera vez, en una fuente de soda, Ulises le dijo que lo publicaría. Mirtha se emocionó. Cruzó la calle y caminó como extraviada por la Plaza Altamira. Llamó a Alberto, su esposo, que estaba en México. Y luego se quedó en blanco. No sabía qué hacer ni adónde ir. De repente me vio. Yo estaba por casualidad en la parada del Metrobús y ni por asomo sabía en qué andaba la Madre Superiora, como, en son de broma, la llamamos el grupo de periodistas que trabajamos bajo su égida en la redacción de El Diario de Caracas. Entonces me contó todo. El azar depara bellezas. Sigamos con CAP.

-Uno de los defectos de Carlos Andrés es que, aparte de que se sobreestimó y no calculó la reacción que se produciría en contra de su política de modernización, subestimó el poder y el encono de la gente que quería desplazarlo. Pero también creo que hay algo ahí que a lo mejor tendría que ver con la edad. No sé, el instinto de estadista, de político, como que se le fue un poco. En relación, por ejemplo, con lo que generaron las asonadas de febrero y noviembre del ‘92. Pasaron esas dos intentonas, él las superó -la segunda mucho mejor que la primera, porque ya estaban preparados- y creyó que eso era materia vista. Porque él había sido policía. Porque él había sido ministro de Relaciones Interiores. Porque él había estado en la época de la guerrilla. Él subestimó ese runrún en los cuarteles. Esas  rencillas internas que estaban ya ahí y que además no lo dejaban tomar decisiones. Él creyó que dominaba eso. No se dio cuenta de que los militares del ‘92 no eran los mismos de 30 años atrás. Y ahí es donde encaja lo de la edad. A pesar de que Pérez intentó cambiar y de que dio muestras de apertura en lo político y económico, pienso que la sagacidad y el olfato van mermando con el tiempo. A lo mejor la reelección no era, no es, lo mejor. Pero él se empeñó en reelegirse como se empeñaron otros.

VI.

Giro de 180 grados. De los defectos de Carlos Andrés Pérez pasamos a los suyos. Le pregunto cuáles son. Un test de personalidad por correspondencia.

-¡Uf! … Defectos, en plural. Toda mi vida pensé que mi mayor falla era ser floja. La floja de la casa. Desde pequeña nunca me gustaron las labores domésticas y, aunque tenía que hacerlas, las rechazaba. Después, frente a un psicólogo, caí en cuenta de que no, no soy floja. Al contrario. Trabajo, y mucho. Solo que no me gusta ni tengo habilidades para hacer las cosas de la casa, pero igual las hago. Dicho eso, paso a enumerar mis defectos verdaderos: Impaciente; impositiva -algo o muy bossy [mandona]-; un tanto arisca; insegura -por eso doy tantos rodeos al escribir, quiero que hasta una coma tenga respaldo-; pienso más rápido de lo que hablo y, entonces, cuando lo hago, hablo atropellado. Desde niña he hablado así. No sé si es porque vivo pensando y encima en mi cerebro los pensamientos van acelerados: Me pinto una película completa y al tratar de contarla quiero retratar todo lo que tengo en la cabeza e hilvanar todo el cuento desde sus orígenes prehistóricos. Lo peor es que soy muy sociable. Me encanta reunirme con mi familia y mis amigos y hablar y preguntar y preguntar. Lo hago hasta con los médicos de confianza, hurgo en sus vidas y nos ponemos a conversar. A echar el chal, como dicen en México. Eso me emociona, pero cuanto más me emociono, más me acelero al hablar. Sí, soy lengua de trapo; soy mejor escribiendo.

Mirtha es empática. Habla, sí. Pero sabe escuchar. Tiene dotes de psicoanalista. Y también es capaz de sacar a flote sus propias heridas, llegado el momento. Le lancé una interrogante de diván. Quise saber cuál había sido el momento más difícil de su vida.

“Para mí lo determinante en la caída de Carlos Andrés Pérez fue la confluencia de factores que le dieron piso a todo un grupúsculo de gente que quería desplazarlo del poder para ellos capitalizarlo”

Mirtha Rivero

-Si me lo hubieras preguntado hace un año, te habría dicho que la muerte de mi mamá. Para mí fue difícil de asimilar. Hace un año te hubiera hablado de su muerte y del secuestro -hace tres años en Venezuela- de mi papá, que fue algo terrible, horroroso. Pero resulta que hace diez meses pasó otra cosa que puede ocupar un primer puesto en la categoría del “momento más difícil”: El cáncer de mama de mi hija. Ni siquiera el mío, mi cáncer de mama de hace ocho años, lo meto en este lote. Hoy, ya todo está superado, y ella está bien, pero es lo más duro que me ha tocado afrontar. Porque es mi hija, y porque en ningún momento me permití asumirlo como algo que me dolía. No es que me anduve en una onda de optimismo y pongo todo en manos de Dios, es que mi cabeza no podía ni siquiera categorizar el evento. Yo tenía que estar al lado de ella y de su marido, y me impuse explicar, pintar escenarios, mostrar horizontes y enseñarles que sí había salida, y que el camino se podía atravesar. Como si fuera una maestra. Como si no me estuviera muriendo de miedo por dentro, como si no temblara por los posibles y oscuros escenarios. Como si no supiera que duele que jode. Me metí en una coraza, no me permití quebrarme. Flaquee un par de veces, por minutos se me salieron las lágrimas con una amiga y con mi terapeuta. Pero no pude soltar ese miedo, ese dolor que sentía. Hoy, todavía mi cuerpo es una sola contractura.

Mirtha no fuma. Bebe poco. Una o dos copas de vino. Come como un pajarito. Es dulcera: La madre destacó como repostera y el olor a torta recién horneada forma parte de su memoria olfativa. Así como es una flor delicada capaz de cerrarse porque ha caído una tormenta, también es capaz de emerger del inframundo plena y repotenciada. De allí sale con la cara roja como un tomate dispuesta a disfrutar la vida. ¿El momento más feliz?

-El momento en que la cirujano -hace nueve meses- salió de quirófano y me dijo: ‘Los ganglios están limpitos. La biopsia del ganglio centinela dio negativo’. Lloré como una niña chiquita. La doctora creía que yo no entendía: ‘Te digo que salió bien’, insistía. Tu hija está muy bien. Después le expliqué que lloraba de purita felicidad.

VII.

Su sentido del humor es proverbial. Manda en persona. Manda por teléfono. Ella usó el anglicismo: Bossy. Aunque esta vez era yo la entrevistadora, me reclamó que no le hubiese hecho una pregunta. ¿Qué la llena de energía? La música. Los conciertos. Sobre todo los de salsa. Le encanta Rubén Blades. También Ismael Rivera, Héctor Lavoe, Juan Luis Guerra, Marc Anthony. Además de melómana, es una cinéfila consumada. Debe ser algo congénito. El 31 de enero de 1956 sus padres habían ido a ver una película de Cantinflas. A la madre, que estaba embarazada, le empezaron unos dolores. Por poco, no nació en la sala de cine. Mirtha salió a la superficie terrestre esa misma noche en una clínica ubicada en la Avenida Roosevelt, Caracas.

-Agarrada de la mano de la televisión me fui al cine. O nos llevaban. Tenía como 9 o 10 años. Veíamos películas españolas, argentinas, y todas las de Disney que se podían… Mientras hice la carrera vi mucho cine de autor –Fellini, Buñuel, Pasolini, Bergman-, pero después también vi las películas estadounidenses, films como El graduadoButch Cassidy and the Sundance KidBarbarellaEl golpe y, por supuesto, las de Hitchcock. Sí, soy fanática del cine y de las series de TV. Si me preguntas por mi ranking de películas, en primer lugar está La decisión de Sophie, luego sin ningún orden: War Horse -sobre el horror de la Primera y cualquier guerra-; Magnolias de aceroTarde de perrosAll that jazz; El graduado; La sociedad de los poetas muertos; Todas las mañanas del mundoMejor imposible; y Adú (una película española que vi gracias a Netflix).

VIII.

Casi siempre regala libros. Una vez me llamó desde México y yo acababa de visitar una librería. La inflación ya asomaba sus colmillos. Le comenté que no me había podido comprar tres que me habían gustado. Apenas deslicé un comentario, sin mensaje subliminal. A los meses, Mirtha vino de visita a Caracas y mató mi antojo. Sacó de un bolso tres bloquecitos poblados de palabras. Le pido que mencione algunos textos que la hayan marcado. Aquí va la lista.

-Primero fueron los suplementos y las fotonovelas que leía a escondidas, luego las crónicas policiales del periódico y más tarde libros que había en mi casa: Desde Julio Verne hasta William Faulkner. Empecé buscando distracción y encontré placer. Prefiero leer relatos periodísticos y novelas, me fascina la ficción; sin embargo, uno de mis libros preferidos es ensayo: El laberinto de la Soledad de Octavio Paz; otro es El enterrador de Thomas Lynch; otro es El libro del desasosiego de Fernando Pessoa. Entre las novelas: La voz dormida de Dulce Chacón; Cartas cruzadas de Darío Jaramillo Agudelo; Sombras nada más de Sergio Ramírez; El coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García Márquez; El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura; La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa; Charlotte de David Foenkinos; Volver a casa de Yaa Gyasi; Un asesino solitario de Elmer Mendoza. Y textos periodísticos o recreados que, para mí, son periodismo: Noticia de un secuestro y Relato de un náufrago de García Márquez; Lugar común la muerte de Tomás Eloy Martínez. Ahora estoy leyendo El colgajo de Philippe Lançon (periodista sobreviviente del atentado terrorista a la redacción de Charlie Hebdo).

“¿La democracia siempre tuvo sus enemigos? Sí, pero la democracia se venía deteriorando. No se remozó. Los mismos actores políticos impidieron que se renovara”

Mirtha Rivero

Y de verdad que Relato de un náufrago es un texto periodístico. Ya se había contado a retazos cuando García Márquez decidió escribir la historia. La trama resultaba fascinante, aunque ya trajinada por los diarios. Alguien debía hacer de médium para escribir un cuento que atrapara al lector de principio a fin. Y ese fue el Gabo. Con CAP pasaba algo semejante. Todo el mundo sabía lo que había pasado y a la vez nadie sabía nada. Había un tesoro por descubrir. Porque las piezas del rompecabezas son una cosa juntas, y otra separadas. Esa es la tarea del periodista: Unir los cabos. ¿Cuál será el rompecabezas que piensa armar Mirtha esta vez?

-Una crónica periodística sobre un período reciente de nuestro país, aunque no tan reciente como algunos creen. Es un texto doloroso, que ha tenido muchas interrupciones. Me ha sido muy difícil escribir por lo que implica, por el amplio espectro que debe cubrir y por las muchas versiones que confirmar o sopesar. Pero me gusta mucho lo que ya he escrito. Eso sí, va a ser un libro muy largo.

Hasta ahí. Es reservada con lo que escribe. Leí La rebelión de los náufragos cuando ya estaba publicada. El primer capítulo -ese en el que describe a un Carlos Andrés Pérez que se encuentra solo en su despacho presidencial, que saca de la gaveta de su escritorio un revólver calibre 38 que tenía guardado casi como un talismán, que llama al barbero de Palacio para que lo afeite antes de que llegue lo que ella llama el “ejército invasor”, ese Pérez que se despide del poder el 21 de mayo de 1993- me dejó con ese sabor que le deja a uno la tragedia del hombre derrotado. Y luego, ese capítulo tres. El capítulo en el que recrea un momento cumbre: “Todo fue tan rápido. Me meto en su cabeza y pienso como creo pensaría su cabeza esa tarde, cuando iba en el carro rumbo a La Casona. Mientras le abrían el portón del Palacio por última vez, y miraba por la ventanilla a los soldados que todavía se cuadraban a su paso”.

Mirtha, detallista, se preocupaba hasta por la foto de la portada de La rebelión de los náufragos. No imaginaba qué podía ser. Al final, resultó una imagen de Carlos Hernández, quien también formó parte de la redacción de El Diario de Caracas. Pérez posa desde su celda en El Junquito. Ya no hay protocolo ni honores de Estado. Está sentado con las manos cruzadas. Es una atmósfera decadente. Se ve un aire acondicionado de vieja generación. Una cortina llena de polvo. Una cama angosta. Un hombre de 70 años. Un montón de libros apilados. Estábamos en 1993. El futuro todavía quedaba lejos. Ya nos alcanzó. Le pregunto a Mirtha si habrá luz al final del túnel.

-Tú que eres más analista que yo sabes que es muy difícil imaginar lo que puede venir. Es como intentar subir en patines un terreno escarpado. Como cronista he hurgado en nuestro pasado, y eso para cualquiera que viva en un país normal podría servir para por lo menos trazar líneas, aventurarse a especular, pero Venezuela no es un país normal, es como el mundo bizarro que uno veía en los suplementos de Superman. No sé si sería correcto decir que vive una distopía, pero Venezuela no se puede encajonar en nada conocido. Ni siquiera Cuba. O Somalia. Es otra cosa. ¿Qué deseo para Venezuela? Deseo democracia, deseo paz, sosiego para el alma de los venezolanos, hospitales, comida, tranquilidad, trabajo, seguridad, educación. ¿Qué puede pasar en Venezuela, qué puede venir? No sé. Lo veo todo muy oscuro. Se ha hecho de todo en estos últimos 21 años, y sí, se han cometido errores, pero no se puede ignorar que el venezolano lo ha intentado de una y mil formas, se ha esforzado y sigue resistiendo, pero los malos continúan ganando.

*Las fotografías fueron facilitadas por la autora, Gloria Bastidas, al editor de La Gran Aldea

https://lagranaldea.com/2020/11/11/los-malos-continuan-ganando/



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