Dr. Tinoco, una estrella fugaz Milagros Socorro

 



Milagros Socorro

El perfil biográfico del doctor Pedro Tinoco (1927-1993), que acaba de publicar Juan Carlos Zapata (Descifradolibros.com, Caracas, 2006), comienza con el relato del momento en que el periodista, entonces de 31 años, se armó de valor para proponerle al legendario banquero la idea de escribir un libro sobre su vida. Zapata cuenta que tenía muchas dudas con respecto al éxito de su diligencia pero que lo impulsaba el deseo de escribir aquella historia y la audacia de su juventud. En medio del diálogo, se quedó asombrado cuando el doctor Tinoco le preguntó: “¿Cuándo comenzamos?”. Se refería a las reuniones para sostener las entrevistas que serían el insumo principal del proyecto que entonces concebía Zapata. Y, efectivamente, las sesiones no tardarían en comenzar: serían entrevistas pautadas a las dos en punto, que se interrumpirían por algún viaje del testimoniante y por sus citas médicas; y que cesarían por la enfermedad del doctor Tinoco, cuya existencia el periodista y casi todo el país ignoraban. Pero el ex presidente del Banco Central de Venezuela sí se sabía próximo a la muerte y por eso aceptó aquella proposición.

Hoy, tras leer las casi seiscientas páginas de su retrato, podemos intuir el dramático debate interno que habrá despertado la invitación a confiar sus memorias para una publicación. Estoy convencida de que Pedro Tinoco vislumbró que de todo su señorío, de toda aquella inmensa ascendencia que tenía sobre los poderosos de su país, de su avasallante personalidad y del mito que llegó a construirse en vida, sólo quedaría esta saga recogida por un reportero. Y así ha sido. De ese hombre a quien consultaba todo aquel que se planteara hacer un negocio de importancia en Venezuela, cuyo parecer era tomado como el dictamen de un oráculo por presidentes de la República, capitanes de empresa y cabezas de grandes consorcios financieros, no queda más que un grueso volumen que no tardará en ser leído como novela, cuando hayan desaparecido todas las referencias reales de esta peripecia.

El libro de Juan Carlos Zapata se titula Dr. Tinoco Vida y muerte del poder en Venezuela. Y no podía tener más capacidad de síntesis. Haberlo llamado Dr. Tinoco -y no Pedro Tinoco o cualquiera de los rangos que resumían su gran poder- es más que sintomático: ¿de cuántos venezolanos puede decirse que son o han sido apelados siempre con un tratamiento respetuoso (porque lo era, no se trataba de un subterfugio irónico)? ¿El doctor José Gregorio Hernández? ¿El doctor Caldera? Rómulo Betancourt, con ser el gran político del siglo XX venezolano, es aludido como Rómulo; y lo mismo se aplica a relevantes personalidades, de indudable solvencia y honorabilidad, como Rómulo Gallegos, Arístides Calvani, Manuel Pérez Guerrero, Simón Alberto Consalvi, Ramón J. Velásquez (referido como Ramón J.), Miguel Otero Silva (recordado entre los periodistas como Miguel), Sofía Imber (a quien el país entero llama Sofía)… en fin, en un país donde el tratamiento de doctor se reparte con salero, lo sea o no el así distinguido, no abundan los individuos que jamás han sido  apelados sin anteponerle el título de doctor. Este es un rasgo que en Tinoco evidencia su determinación no sólo de acaparar poder sino de hacer de éste un blasón, una marca casi física, una manera de plantarse en el mundo, de formularse como diferente, inalcanzable. En una palabra, superior. Porque, de seguro, esa distancia era impuesta por el propio Tinoco, que logró ser percibido, a la vez, como el gran conciliador entre los contrarios y como una máquina de odios.

Al hacer un resumen de la fulgurante carrera de Tinoco, Juan Carlos Zapata dice que quien fuera presidente del Banco Central de Venezuela y líder del escritorio jurídico más importante del país, así como del grupo financiero Banco Latino, era “abogado, banquero, ministro, jefe de partido político, reformador del Estado, asesor de Gustavo Cisneros y del Grupo Cisneros, socio de empresas, socio, aliado y amigos de empresarios de primera línea, representante de bancos, petroleras, y mineras transnacionales, consejero de banqueros y empresarios venezolano, dirigente bancario, candidato presidencial, amigo de presidentes, consejero de presidentes y ex presidentes de la República”. Fue, concluye, más que un banquero y un político, un hombre de poder.

¿Y cómo se labró Tinoco esa encumbrada posición? Podría decirse –el libro de Zapata lo afirma- que fue educado para el poder, que su padre, Pedro Tinoco Smith, medio en broma y medio en serio, lo llamaba Presidente cuando era niño; y que, incluso el hecho de haber sido separado de la madre en la primera infancia y engañado por el padre para hacerle creer que la ausencia materna se debía a un embeleco según el cual la señora era una noble española desaparecida en un naufragio o algo así, reforzó sus ansias de poder por ese entramado psicológico de las personas que actúan como si el mundo estuviera en permanente deuda con ellos. El caso es que estamos ante un hombre de ésos de quienes puede afirmarse que tienen “buena cabeza”, lo que no es poco; y si a eso se añade una excelente educación (con primaria suiza y bachillerato norteamericano), dominio de lenguas, perspectiva internacional de los fenómenos, intuición para medir exactamente a quien tiene delante, sólida formación jurídica y fiscal, familiaridad desde muy joven con los negocios (por haber sido abogado de grandes empresarios nacionales) y, sobre todo, un hombre de un aplomo sin parangón.

Cuentan quienes lo conocieron que mantenía una expresión de piedra ante las situaciones más peliagudas y que, aún cuando era reverenciado y adulado por muchos, también recibía estridentes insultos, incluso difundidos en prensa, que no sólo no se molestaba en responder sino que daban la impresión de no perturbarlo. El mismo día en que aparecía publicado un destructivo libelo en su contra, circulaba en los cocteles del brazo de su adorada esposa sin señales de sentirse afectado y sin que nadie se atreviera a mencionar la afrenta.

¿Cómo se ponía en escena el poder de Tinoco? Muy sencillo. En este país no pasaba nada sin que él lo supiera. Era, de hecho, un insaciable consumidor de información y no movía una ficha sin antes saber el más mínimo pliegue relacionado con el asunto que lo ocupara. No dejaba nada al azar. Y tenía la ventaja de contar con legiones de informantes, todos de primera línea. Porque es que nadie se atrevía a hacer una transacción de impacto sin su aprobación.

-En la década de los 60, -apunta Zapata-, el Dr. Tinoco, con una edad comprendida entre treinta y cuarenta años, era un hombre de opinión consultada y respetada, y se hacía sentir en el movimiento empresarial; era opinión tomada en cuenta por capitales internacionales y respetada por políticos en el poder y por políticos de oposición; lo que opinara impactaba amplios sectores profesionales, medios y altos de la población venezolana, inmersa en uno de los períodos de cambio más dinámicos y productivos de la historia republicana.

¿Y qué hacía con semejante influencia? Sabemos que quiso ser presidente de la República y que para ello fundó un partido político e invirtió sus propios recursos (muchos) en el financiamiento de su campaña, en el año 1973. Una iniciativa asombrosa porque sabía que apostaba a perdedor (obtendría el 0.66 por ciento de los votos), pero dicen sus admiradores que lo hizo para construir una referencia de derecha en Venezuela, en la convicción de que ésta era necesaria para establecer un equilibrio político que sería provechoso para el país. Y se dice también que no era arrogante, que ejercía sus prerrogativas con sutileza de maestro en las artes del poder. Hay, asimismo, quien le atribuye grandes reconcomios y enorme tonelaje de intriga y venganza. En lo que sí hay unanimidad es en reconocer que Pedro Tinoco no ascendió hasta la cúspide para ostentar riqueza y poderío, que se daba sus gustos pero jamás incurría en vulgaridades ni exhibía la quincalla de sus posesiones. Baste decir que circulaba en un carro viejo… eso sí, el primer carro blindado que usó un civil en Venezuela.

Para Zapata, “uno puede asegurar que se trataba de un líder dispuesto a todo, dispuesto a ayudar en lo posible y lo imposible al sistema financiero, y de eso no debe quedarle ninguna duda a los banqueros viejos y nuevos, a los caídos y los mantenidos; y también era un líder, un jefe bancario que al actuar era capaz de joder a cualquiera. Y eso le venía de su elevado instinto de supervivencia. Por tanto, su prioridad estaba en el fortalecimiento de la banca para que no hubiese crisis y pudiera así respaldar al sistema productivo y defender el sistema político.”

Sin embargo, tras su muerte el Banco Latino sucumbió. Nadie le prestó el auxilio que Tinoco había concedido a otras instituciones financieras en apuros. Su poder estaba ligado a su personalidad, no era algo capaz de sobrevivirlo. Y hoy no hay una obra suya que persista. Sólo un libro, firmado por un periodista, donde se cuenta la peripecia de un hombre excepcional, cómo no, enredado en las intrigas de un pequeño país atribulado por lances de escandalosa mediocridad. El Dr. Tinoco ha debido atender a su vocación de lector y su pasión por la Historia (un vasto conocimiento que dejó impresionado a Fidel Castro). Al menos hubiera legado sus propios libros.

 

Publicado en la Revista Clímax, agosto de 2006

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