NUSO Nº 306 / JULIO - AGOSTO 2023
Barthes y la novelaNel mezzo del cammin di nostra vita
Enrique Schmukler
Nel mezzo del cammin…
Quien haya tenido la suerte de leer las Obras completas de Roland Barthes1, editadas magníficamente por Éric Marty, no puede más que caer rendido ante una trayectoria intelectual intimidante por su lucidez y su heterogeneidad. De hecho, tal vez sea sobre todo este último aspecto –la heterogeneidad– su principal atractivo. Y se diría que eso es lo que hace que escribir su biografía sea una tarea sumamente difícil. Cómo no podría serlo narrar una vida intelectual de casi 40 años, caracterizada por posicionamientos tan radicales y sutiles como contradictorios sobre las tensiones entre la literatura, la política y la vida del siglo xx.
Tal vez únicamente una escritora como Tiphaine Samoyault –académica, crítica y narradora formada en el pensamiento barthesiano– habría podido aceptar un reto de esa magnitud sin decepcionar. Su biografía Roland Barthes, publicada en Francia en 2015 y editada ahora en español en una muy consistente traducción2, es extraordinaria: un retrato que hace equilibrio entre la lucidez y originalidad del intelectual influyente y la intimidad del personaje elegante y mundanal.
Samoyault dedica aproximadamente 100 de las casi 800 páginas del libro a entender uno de los periodos más enigmáticos de Barthes, el del final de su vida; el Barthes que perseguía tenazmente su último deseo –escribir una novela– cuando fue embestido por la camioneta de un tintorero en la rue des Écoles, el 25 de febrero de 19803. Barthes se disponía a cruzar la calle para ingresar al Collège de France.
La preparación de la novela fue el último seminario que impartió en ese panteón del mundo intelectual francés. Veintitrés años después de su muerte, en 2003, Éditions du Seuil (tan inseparable de la obra de Barthes y del grupo Tel Quel como Éditions de Minuit de Alain Robbe-Grillet y del Nouveau Roman) publicó la versión definitiva de esos cursos a los que Barthes dedicaría, sin saberlo, los últimos dos años de su vida. Un Barthes preocupado por la idea de una nueva vida surge de la lectura de ese texto. En la primera sesión, el 2 de diciembre de 1978, se remonta a los orígenes de la poesía moderna, hasta el célebre comienzo de la Divina Comedia, para expresar la particular sensación que lo embargaba en esa etapa de su vida. Como el poeta al momento de iniciar el descenso al infierno, Barthes confiesa hallarse «nel mezzo del cammin di nostra vita» [en el medio del camino de nuestra vida]. ¿Qué significaba sentirse (porque ese «medio» se trata, por supuesto, de un lugar afectivo, sensible) en ese lugar a finales de la década de 1970? Sobre el íncipit del Dante, anota:
Esta declaración dice: (a) la edad es parte constitutiva del sujeto que escribe; (b) la mitad, evidentemente, no es matemática: ¿quién podría saberlo de antemano? Se refiere a un acontecimiento, un momento, un cambio vivido como significativo, solemne: una especie de toma de conciencia «total», precisamente la que puede determinar y consagrar un viaje, una peregrinación en un continente nuevo (la selva oscura) (…) En cuanto a mí, aunque haya pasado largamente la mitad aritmética de mi vida, experimento hoy esta sensación-certeza de vivir el medio-del-camino, de encontrarme en esa especie de punto (Proust: «la cima de lo particular») desde donde las aguas se separan en dos costados divergentes4.
El medio del camino no señala el punto equidistante de una improbable línea de tiempo vital. Es más bien un corte transversal que divide la vida en dos aguas bajo los efectos de «dos conciencias y un acontecimiento»5. Por un lado, la doble conciencia de que la muerte es algo real, verdadero y tangible, y de que, sobre el tiempo que resta por vivir, pende una amenaza: la repetición de lo ya realizado. Por otro lado, el acontecimiento de que esa realidad y esa amenaza son el resultado de una experiencia definitiva, acaso inédita, del dolor –la muerte del ser amado– y que es ese mismo acontecimiento la llave íntima que guarda el sujeto para salir de la inercia.
Barthes recurre a tres casos paradigmáticos para explicarse mejor ante su auditorio. El primero de ellos es el de Rancé, abad comendador retratado por Chateaubriand en Vida de Rancé, quien al encontrar a su amante muerta decide retirarse en el monasterio de La Trappe. El segundo es el de Proust: la muerte de la madre en 1905 es el diferido fundamento biográfico –comenta Barthes en la sesión del 10 de marzo de 1979– de En busca del tiempo perdido. Por último, el cáncer de pulmón que «condena» a Jacques Brel al final de su vida es el tercer caso que convoca Barthes para argumentar la importancia del «activo del dolor» como acicate del cambio de vida: al descubrirse enfermo terminal, el cantautor belga decide abandonar la música y abrazar el anonimato a bordo de un velero con rumbo a las Marquesas6.
El último Barthes puede descifrarse en uno de estos casos arquetípicos. Descartados la acedia de la vida monástica y el viaje a la lejanía exótica, Proust es el espejo de su propia realidad sentimental. Como para Proust la muerte de su madre, para Barthes la muerte de Henriette Barthes en 1977 representó una devastación anímica cuya única posibilidad de reparación podía hallarse en la creencia de un nuevo comienzo. Y entonces la mención a la Divina comedia del comienzo del seminario parece comprenderse un poco mejor. Si Barthes dice hallarse en el «medio» del camino, si no ignora que se encuentra frente a la azarosa inminencia de una última oportunidad de transformación, es porque es consciente de que ya agotó todas las salidas para transitar el duelo. Todas las salidas menos una: la novelahttp://7
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