La señora Bovary Gustave Flaubert

 

Titulo: La señora Bovary
Autor: Gustave Flaubert
Año: 1856 (2012)
Traducido por: María Teresa Gallego

Editorial: Alba
Temática: Ficción Clásica
Páginas: 400
ISBN: 978-84-8428-789-6

Sinopsis: «Será el primer caso, creo, de novela en que se hace burla de la heroína y de su galán. Pero la ironía no perjudica al pathos; al contrario, la ironía subraya el aspecto patético», escribió Gustave Flaubert en el largo proceso de redacción (1851-1856) de La señora Bovary. Alarmados por su «invencible tendencia al lirismo», algunos amigos le habían aconsejado centrarse en «un tema banal, uno de esos sucesos que abundan en la vida burguesa». Al final, tanta sujeción al «tema banal» y tanta refutación del «lirismo», volcadas en la historia de un adulterio en una ciudad de provincias, escéptica ante el espíritu romántico tanto como ante el científico, le valieron un proceso por «ofensa a la moral y a la religión». No han dejado de correr ríos de tinta en torno a La señora Bovary, que hoy presentamos en una nueva traducción de María Teresa Gallego Urrutia. Defendida en su día por Baudelaire y Sainte-Beuve, reivindicada por Zola y el naturalismo, rescatada por Sartre y los autores del nouveau roman, admirada por Nabókov, es aún hoy un modelo central de lo que debe y no debe ser una novela. La historia de un adulterio en una ciudad de provincias, sin grandes personajes ni ambientes fastuosos, tuvo un aspecto tan realista que las instituciones se vieron agredidas y abrieron un proceso judicial contra el autor, del que saldría absuelto y que le reportó una fama sin precedentes.

  • Estábamos en el aula de estudio cuando entró el director y, tras él, un nuevo vestido de calle y un mozo que traía un pupitre grande.
  • La señora Bovary se mordía los labios y el niño vagabundeaba por el pueblo.
  • Era como una iniciación al mundo, el acceso a placeres prohibidos: y, al entrar, ponía la mano en el picaporte con una alegría casi sensual.
  • Le sentaba mal el ruido de pasos; si te ibas, la soledad le resultaba odiosa; si volvías, seguro que era para presenciar cómo se moría.
  • Si ya le habían dicho que iba a ser desgraciada; y acababa pidiéndole algún jarabe para su salud y algo más de amor.
  • le sellaba los labios el temor de no dar con las palabras adecuadas.
  • Se notó triste como una casa sin muebles:
  • avanzaba rumiando su felicidad, como quien masticase aún, después de la cena, el sabor de las trufas mientras las digiere.
  • le daba besos fuertes y sonoros en las mejillas; otras veces, besitos en fila por todo el brazo al aire, desde la punta de los dedos hasta el hombro; y ella lo apartaba, entre sonriente y fastidiada, como se hace con los niños que no hay forma de quitarse de encima.
  • intentaba saber cómo había que entender exactamente en la vida las palabras «felicidad», «pasión» y «embriaguez», que tan hermosas le habían parecido en los libros.
  • en algunos lugares de la tierra debía de crecer la felicidad como si fuera una planta propia de ese suelo
  • Pero la vida de ella era fría como un desván con tragaluz que diera al norte, y el aburrimiento, araña silenciosa, tejía su tela en la sombra de todos los rincones de su corazón.
  • todos esos hilos de seda entrelazados no eran sino la continuidad de esa misma pasión callada.
  • Ansiaba a la vez morirse y vivir en París.
  • El porvenir era un pasillo completamente a oscuras y, al fondo, solo había un puerta bien cerrada.
  • ¿Hay, efectivamente, algo mejor que estar de noche junto al fuego con un libro mientras el viento golpea los cristales y está encendida la lámpara...?
  • Nos paseamos sin movernos por comarcas que creemos ver y el pensamiento, unido a la ficción, se entretiene en detalles con los que va siguiendo el perímetro de las aventuras. Se mezcla con los personajes; nos parece que somos nosotros los que palpitamos dentro de sus ropas.
  • El amor, creía, tenía que llegar de repente, con mucho estruendo y resplandor de rayos, un huracán de los cielos que se le viene encima a la vida, la trastorna, arranca las voluntades como si fueran hojas y arrastra hasta el abismo el corazón entero.
  • –¡Ay! –dijo Emma–. No son remedios terrenales los que necesitaría yo.
  • la pena se le metía en el alma con alaridos lentos, como el viento de invierno en los castillos abandonados.
  • ¡Pobre mujercita, buscando el amor con la boca abierta igual que una carpa busca el agua encima de una mesa de cocina!
  • las tormentas políticas son aún más de temer que las perturbaciones de la atmósfera…
  • ¡El deber!». Qué demonios, el deber es darse cuenta de lo que es grande, querer lo que es hermoso,
  • ¡Porque no se puede luchar contra el cielo, no puede uno resistirse a la sonrisa de los ángeles! ¡Se deja uno llevar por lo hermoso, lo encantador, lo adorable!
  • Pero ¡la necesito para vivir! Necesito sus ojos, su voz, sus pensamientos. ¡Sea mi amiga, mi hermana, mi ángel!
  • Ella le contó sus tristezas. Rodolphe la interrumpió con sus besos;
  • Se abrazaron y todos sus rencores se derritieron como la nieve al calor de aquel beso.
  • la palabra humana es como un caldero rajado con el que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando lo que querríamos es llegar a las estrellas.
  • Los ojos llenos de lágrimas le brillaban como llamas bajo el agua;
  • los días, espléndidos todos ellos, se parecían como se parecen las olas; y todo se columpiaba en el horizonte, infinito, armonioso, azulado y cubierto de sol.
  • No hay desierto, no hay precipicio ni océano que no cruzase yo contigo.
  • los placeres, igual que colegiales en el patio de un internado, le habían pisoteado tanto el corazón que nada verde crecía ya en él,
  • ¿Por qué tuve que conocerla? ¿Por qué era usted tan hermosa? ¿Tengo yo acaso la culpa? ¡Ay, no, no, Dios mío! ¡Acuse solo a la fatalidad!
  • la tolerancia es la forma más segura de llevar las almas a la religión.
  • se sentía vibrar con todo el ser como si los arcos de los violines se le pasearan por los nervios.
  • penaba de amor, pedía alas. También Emma habría querido, huyendo de la vida, alzar el vuelo en un abrazo.
  • la palabra es una laminadora que estira siempre los sentimientos.
  • su existencia no fue ya sino una trabazón de mentiras en que envolvía su amor como en unos velos para ocultarlo.
  • denigrar a quienes queremos nos quita siempre algo de apego. No hay que tocar los ídolos: el dorado se nos queda en las manos.
  • de la misma forma que una muchedumbre puede caber en un espacio pequeño, en un minuto puede caber un mundo infinito de pasiones.
  • –¿Cómo querías que viviera sin ti? ¡No es posible perder el hábito de la felicidad!
  • una petición pecuniaria es, de todos los chaparrones que le caen encima al amor, el más frío y el más desarraigador.
  • La nada no espanta al filósofo;
  • –¡La culpa la tuvo la fatalidad!
  • Le acaban de conceder la Legión de Honor.

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