Diego Díaz Alonso 5 octubre 2023
Alicia Alonso (Valladolid, 1968) lleva décadas investigando sobre las cárceles y las personas presas. Licenciada en Derecho, y con una larga trayectoria en organizaciones sociales, este miércoles presentó en La Revoltosa de Xixón su libro “Feminismo anticarcelario. El cuerpo como resistencia”, en un acto coorganizado por Soldepaz Pachakuti y Alambique, en el que la autora reafirmó su compromiso por conjugar la lucha feminista y anticapitalista con la lucha por la abolición de las cárceles. Afincada desde hace años en Roma, donde trabaja con el colectivo Antigone para la protección de los derechos humanos en el sistema penal y penitenciario, sus reflexiones llegan en pleno debate en España sobre la reducción de las condenas a violadores y agresores machistas.
¿Qué es el feminismo anticarcelario?
Nace hace varias décadas en el seno de los feminismos, que son muy plurales y diversos. Es un feminismo que cuestiona el uso de la cárcel, entre otras cosas porque la prisión es una institución que refuerza el patriarcado. En el caso de los presos las masculinidades hegemónicas más violentas y homófobas, y en el de las presas la sumisión y la obediencia.
¿Hay un feminismo carcelario?
Nuestra opinión es que recurriendo la a la cárcel estamos reforzando el patriarcado. Por eso cuestionamos el uso de la cárcel y del derecho penal como principal herramienta para acabar con la violencia machista, y ponemos el foco más en la educación y en erradicar las causas estructurales de la violencia machista, que en aumentar los castigos.
“Somos conscientes de que las cárceles no pueden desaparecer de la noche a la mañana”
Abolir la cárcel no es algo que se pueda hacer mañana ni pasado mañana
Somos abolicionistas, pero somos conscientes de que las cárceles no pueden desaparecer de la noche a la mañana. Por eso proponemos medidas de transición como reducir el uso de la cárcel para los casos más violentos y peligrosos para la convivencia, y buscar alternativas para los delitos más leves mientras trabajamos por la abolición de las prisiones. Hay toda una corriente de justicia restaurativa y transformadora que apuesta por la mediación y por la reparación del daño como alternativa al castigo carcelario, y ya existen experiencias de aplicación de estas alternativas en el Estado español y en otros, aunque por ahora son muy minoritarias.
España es uno de los países con más población carcelaria
Vivimos en sociedades muy desiguales en la que gran parte de los delitos y de la violencia tienen que ver con la pobreza. En una sociedad más igualitaria esos delitos contra la propiedad se reducirían. Pasa lo mismo con los delitos contra la salud pública. Despenalizando y regularizando las drogas podríamos reducir el uso de las cárceles.
Abolir la cárcel parece una utopía, pero en los años 80 los manicomios se vaciaron con la reforma psiquiátrica de la democracia
El movimiento antipsiquiátrico de los años 60 y 70 es una referente para quienes defendemos la abolición de las prisiones, pero siendo conscientes también de sus límites. Muchos de los que antes estaban en los psiquiátricos ahora están las cárceles. Los psiquiátricos cerraron pero la salud mental comunitaria está muy abandonada y necesita inversión pública.
La privatización de los servicios públicos también llega a las cárceles: ¿Cómo afecta esto a las personas presas?
En el Estado español el caso más claro es el de la vigilancia en las cárceles menores. Con todo, todavía estamos lejos de Chile o EEUU, donde hay toda una industria carcelaria que se lucra con el dolor humano y que basa su negocio en que haya el mayor número de presos posibles. Con la privatización de las cárceles cae la calidad de la alimentación de los reclusos o de los programas de formación y de reinserción. A veces el Estado multa a las empresas que las gestionan, pero muchas veces les compensa pagar y seguir haciendo lo mismo.
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