04 Jun 2023 / JAVIER ORS
Wolfram Eilenberger considera que el pensamiento «empieza cuando el hombre percibe que hay algo que no funciona, que existen aspectos a nuestro alrededor que no están bien respecto a mí, respecto a los demás y respecto al mundo». Es ahí cuando «nace la filosofía». Justo en el instante en el que «las dudas» se abren paso en el alma humana. Quizá por eso ha querido volver a las preguntas iniciales, que no son las que aparecen en los libros escolares, sino las que plantean los niños que tratan de comprender el entorno que les rodea. Después de Tiempo de magos (Taurus) —en el que abordaba las figuras de Heidegger, Walter Benjamin, Ernst Cassirer y Ludwig Wittgenstein— y El fuego de la libertad —donde repasaba las ideas de Simone de Beauvoir, Hannah Arent, Simone Weil y Ayn Rand—, el filósofo alemán cambia de registro, abandona por un segundo esos listones eminentes del pensamiento y publica ¿Sufren las piedras? (Taurus), una reflexión alentada por sus propios hijos. Una obra que no es un índice de lecciones filosóficas para explicar a los más menudos de la casa, sino una manera «de educar a los padres».
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—A los niños les gustan las preguntas. ¿Son más importantes que las respuestas para el conocimiento?
—Debemos recordar, para no olvidarnos, que las preguntas son el centro de la filosofía. Es cierto que a partir de una determinada edad los niños hacen preguntas que, en realidad, son cuestiones de naturaleza compleja y metafísica… Se habla de este libro, «¿Sufren las piedras?», como una obra de educación para niños, pero la realidad es que es todo lo contrario: es para educar a los adultos que tienen hijos. Cuando mis hijos tenían cinco o seis años me planteaban preguntas que no sabía responder. Para ser específico, eran las cuestiones fundamentales para las que los hombres no tenemos contestación. Lo que hicieron con ellas fue abrir en mí un momento de escepticismo, de inseguridad y de ambigüedad. Y esto es lo que define a la condición humana. El hecho de que los niños hagan estas cuestiones nos recuerda que la naturaleza no está basada en el conocimiento, sino en la apertura de nuestro pensamiento, así que, de esta manera, los niños también enseñan a los adultos como era esa amplitud de miras antes de olvidarnos de ella.
—Nos recuerdan las mismas preguntas que nosotros hicimos.
—Todas las preguntas que nos plantean los niños nos las hemos hecho todos nosotros alguna vez, pero son interrogantes para las que no poseemos una respuesta adecuada. Lo que sucede es que existe un momento en que dejamos de hacernos estas preguntas. ¿Cómo dejamos estas cuestiones de lado en nuestra vida? Existen varios conceptos para definir lo que es adulto. Uno de ellos es precisamente cuando dejamos de hacernos las preguntas de la infancia. Con sinceridad, este es un triste concepto de adulto, pero es cierto. Esas preguntas iniciales son para hacértelas constantemente y batallar con ellas, para que vayan penetrando y dejando un poso en nosotros, inclinándonos hacia un diálogo interior. Aunque parezca paradójico, los niños nos enseñan a ser adultos. Lo interesante es que esta idea filosófica enlaza con la situación en la que nos encontramos ahora.
—¿A qué se refiere?
—Todos reconocemos la primacía de las preguntas, pero, sin embargo, ahora tenemos un montón de máquinas que lo único que saben hacer es proporcionarnos respuestas. Estas máquinas, desde el ChatGPT a otras, tienen contestaciones para todo. Vivimos realmente en una pesadilla, la pesadilla de la cultura de las respuestas. Estas máquinas no tienen preguntas, solo contestaciones. Aunque sean imaginadas y malas. Las máquinas no son capaces de plantear preguntas porque no tienen esa capacidad. Es importante, por la fase en la que nos encontramos los humanos, recordar la primacía que posee la pregunta en el conocimiento, porque creo que el destino de la raza humana va a residir en esto.
—Y el diálogo es una fuente de aprendizaje.
—Eso lo podemos ver en los orígenes de la filosofía, donde lo que había eran tratados políticos. Estos eran diálogos con preguntas. Existía una teoría política, que era una tradición en términos filosóficos que llega hasta Hannah Arendt, donde se dice que la primacía de la pregunta nos lleva hacia una mentalidad más abierta, a no encerrarnos y a ser más permeables al conocimiento. Esto es todo un movimiento político en sí mismo si uno se detiene a reflexionar sobre ello, porque si alguien tuviera respuestas para todo, la propia idea de democracia dejaría de ser necesaria. En este sentido, la democracia, como concepto, es la mejor forma que tenemos para convivir de una manera avanzada, porque está basada en las preguntas no en las respuestas, o sea, en el diálogo. Es cierto que es una forma más compleja y más frágil que otros sistemas políticos, pero también se ha probado que es más exitosa. En algunos aspectos, nos encontramos ahora mismo en un umbral bastante interesante, porque vivimos, paradójicamente, en una era en que nos hemos dado cuenta de que no tenemos respuestas a muchos de los asuntos que nos planteamos.
—Y los niños también nos ofrecen la posibilidad de observar cómo el hombre comienza a conocer su entorno.
—Escribí el libro cuando mis hijos eran pequeños con la intención de aclarar cosas con respecto a la filosofía y a lo que afecta en mi vida. Los hombres conocemos el mundo de nuestro entorno en el regazo de nuestros padres. Es algo muy peculiar de los seres humanos. Se nos lanza al mundo sin tener ni idea de él. Cuando un niño nace está perdido, más perdido que ningún otro animal. Por eso tenemos que enseñarles a comprender el mundo. A un perro no hay que enseñarle eso. A una planta, tampoco. ¿Y cómo funciona ese aprendizaje? A través del lenguaje. Es la forma principal para movernos por el mundo. Pero es muy curioso, porque tenemos varios lenguajes y también muchos idiomas a distintos niveles. Tenemos el lenguaje de la música, la poesía, la ciencia, el mito, el arte, y el habla para comunicarnos. Existen formas diferentes caminar en nuestras sociedades y de ubicarnos en ellas. Al educar o enseñar a los niños, nos damos cuenta de que ellos están precisamente abiertos a todo tipo de idiomas y de lenguajes. En esa experiencia hay rasgo inteligente: los niños se creen todo lo que les cuentas y a la vez proponen preguntas tan profundas que tiran por tierra todo lo que les has contado. Esto tiene consecuencias, incluso políticas. Le explico: en Corea del Norte hay un sistema totalitario. Esto nos lleva a que ellos tratan de inculcar un único lenguaje y apuestan por él. Eso es lo que ofrecen los sistemas totalitarios a la humanidad. Pero ahí está la amplitud de miras de los niños, que se interesan por todo y que desafían ese sistema. Un niño norcoreano jamás podrá evitar una pregunta como «¿dónde está mi abuelo ahora?». Esta clase de interrogantes que plantean, en el fondo, son pequeñas grietas que se abren en todos los sistemas. Debemos proteger estas grietas porque son importantes para el pensamiento.
—En un mundo trabado por el ocio, como videojuegos, series o películas, ¿qué papel queda para que los chavales se hagan interrogantes?
—Primero, hay que distinguir entre realidad y ficción. Ahora es casi imposible distinguir entre ellas y, para mí, es una manera errónea de percibir las cosas. Solo hay que leer a Borges, «El Quijote» o «Madame Bovary» para comprender que nosotros somos seres ficticios, en el sentido de que construimos ficciones, pero también las consecuencias de confundirlas. La otra cuestión es la relación con la pantalla. Esto es un problema muy gordo. No solo somos seres a los que les gusta la ficción, sino también seres dialógicos, en el sentido amplio. Esta apertura se da cuando juegas al fútbol o vas a dar un paseo. Las preguntas brotan porque estamos en un mundo abierto al exterior. Recuerdo un encuentro que tuve con Hans-Georg Gadamer, el filósofo del diálogo. Hablé con él y le planteé qué podíamos hacer para que una entrevista fuera un diálogo. Su respuesta fue que eso solo funcionaría si él no tuviera todas las respuestas y yo todas las preguntas. El problema con las pantallas es que es una interacción cerrada, basado en sistemas clausurados. Así no nos abrimos al exterior. Es todo lo contrario. Es una forma de apartarnos de él. Y, además, es una dialéctica oscura.
—Se refiere a las redes.
Hay que ser consciente, y esto lo digo sabiendo que soy un hombre blanco, mayor, arraigado en la cultura humanidades y a riesgo de ser negativo en la evaluación, de que existe un peligro en las redes sociales. Pero es lo que siento. No me queda otra. Hay un peligro en ese simulacro de diálogo en las redes. No está basado en un intercambio abierto hecho de preguntas y respuestas abiertas. Esa interacción ya está establecida de antemano. Es, por poner un ejemplo, como la posición de una marca. A las marcas no les gusta abrirse ni cambiar. Están bien definidas.
—Y está la inmediatez, incompatible con la reflexión.
—La inmediatez es un asunto muy interesante. Reflexionar lleva tiempo y responder correctamente, también. Platón criticaba la escritura, porque, consideraba, que escribir es malo, no solo porque reemplaza el recuerdo, sino que es específicamente malo porque se da una respuesta que no proviene de un diálogo. Esto es lo relevantes. Y es justo ahí, en este punto, donde nos encontramos ahora los seres humanos. Ahora no solo todo es inmediato, sino que desconocemos si la respuesta que se produce en las redes está basada en un conocimiento o está mediada por una contestación sin diálogo. La inmediatez de las respuestas en el contexto de un diálogo es algo muy positivo, sobre todo, porque uno pone de manifiesto su conocimiento, quien es, pero, y esto es bastante relevante, su ignorancia. Pero en esta escritura sin diálogo de las redes, la lógica es diferente. Nunca se pone de manifiesto la ignorancia. Le voy a comentar algo que para mí resuelta crucial. La diferencia, yo creo, es que la inmediatez es útil si a la vez expone nuestro conocimiento, pero también, sobre todo, nuestra ignorancia. En cambio, la inmediatez del intercambio digital tiene otra naturaleza.
—¿Cuál es el desafío de la Inteligencia artificial para la filosofía?
—Esa carta de Elon Musk y otros para tomarse seis meses y reflexionar respecto a la inteligencia artificial es para reírse. Es el mensaje de un verdadero relaciones públicas, algo de lo más triste que he oído. Es un grupo de sinvergüenzas que de repente juegan a ser responsables. Eso no es más que una estrategia propia de alguien dedicado a la mercadotecnia, a las relaciones públicas. Pero la realidad es que ni son responsables ni tampoco quieren serlo. «Vamos a darnos seis meses para reflexionar» … ¿quién, de manera seria, de verdad, es capaz de creerse que se puede pensar en un problema de esta envergadura durante seis meses y encontrar una respuesta? La gente con la que trabajo tarda veinticinco años en reflexionar sobre ciertos asuntos. ¿Seis meses? ¿En serio? Es una cantidad absurda de tiempo que no pone freno a nada… esto lo primero. Respecto a lo que me preguntaba, la inteligencia artificial va a afectar a la filosofía. Tendrá una repercusión enorme para el pensamiento, pero no porque estas inteligencias sean capaces de pensar, sino porque el concepto de pensamiento va a cambiar, me refiero a lo que entendemos por pensamiento. Va a ser el final de la Filosofía analítica. La filosofía analítica escribe en una lengua, una estructura y con un trasfondo de conocimientos que las maquinas van a emular con facilidad. La filosofía analítica morirá porque las maquinas serán mejores, pero me encanta, porque así tenemos la posibilidad de entregarnos a una filosofía más verdadera.
—¿Podrá pensar una máquina como un hombre? ¿El hombre se verá desafiado por una filosofía de las máquinas?
—Va a cambiar sobre todo la idea de ser humano. Probablemente será el mayor de los cambios en los últimos dos milenios, cuando el ser humano empezó a tener un conocimiento teórico y no mítico del mundo. Creo que es probablemente el final de la humanidad tal como la hemos conocido en los últimos 2.500 años. Habrá un umbral en que podremos decir qué será humano y otro momento en que podremos decir que ya no seremos humanos. El concepto de muerte es algo muy específico del hombre. Un perro no tiene ni idea de que va morir. Tampoco los elefantes. Pero todo ser humano con cinco años es consciente de eso. Esto es una característica de los hombres. Lo que brote de la interacción del hombre y de nuestras extensiones tecnológicas o con máquinas puede ser un animal diferente. No sé si puedo imaginar si será inmortal, porque llevamos miles de años siendo mortales. El autor más profético en estas cuestiones fue Borges. Es alguien que predijo la biblioteca de Google, la pesadilla de la inmanencia y también la pesadilla de la inmortalidad y de ser inmortal. Es seguramente el autor al que me dirija en mi siguiente libro. Existe un saber en Borges que tenemos que comprender.
https://www.zendalibros.com/wolfram-eilenberger-estamos-ante-el-final-de-la-humanidad-tal-como-la-hemos-conocido-en-los-ultimos-2-500-anos/
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