La España negra, Gutierrez Solana. La visita del Obispo, 1926
Nace en Madrid en 1886 y fallece en esta misma ciudad con 59 años en 1945.
Sus años mas fecundos coinciden con el periodo de entreguerras.
1920 el pintor cumple 34, teniendo 54 en 1940.
Es importante señalar que este periodo coincide con su definitiva instalación en Madrid, donde ha regresado en 1917, cansado de la reclusión provinciana de Santander.
Antes de esta etapa de plenitud, Solana pinta una parte importante de su obra.
1904 con 18 años envía por primera vez obra a la Exposición Nacional de Bellas Artes.
1906 vuelve a participar y Zuloaga lo elogia y adquiere su cuadro Procesión por Toledo.
1906-1920 se aleja de los corrillos artísticos porque se instala en Santander, pero no esta inactivo, aunque su obra es menos conocida.
Hace con un estilo consolidado y un discurso propio:
Los autómatas (1907), Las vitrinas (1910), El entierro de la sardina (1912), Las coristas (1915), El lechuga (1915-1917), Mujeres de la vida (1915-1917), La vuelta de la pesca (1917), La peinadora (1918).
1920 comienza a ser tomado en consideración por los críticos y a producir obra de calidad con un ritmo más intenso.
La serie se inicia con dos cuadros excepcionales, fechados en torno a 1920, La tertulia del café Pombo y El Cristo de la sangre.
1920 iniciada en esta década la dinámica vanguardista de España, Solana no permanece ajeno a ella.
1925 interviene en la Exposición de los Ibéricos, que es la primera renovación plástica.
En vida expone en Paris 3 exposiciones y otras en Venecia, Berlín, Londres, Oslo, Nueva York, Pittsburg y San Francisco.
Pero no consolidan su nombre, aun hoy internacionalmente muy desconocido.
Su pintura de entreguerras tiene concomitancias con el panorama internacional, que por entonces vuelve a la recuperación del figurativo, como en la vanguardia local que vuelve al obsesivo tema de las señas de identidad.
El estilo de Gutiérrez Solana no cuadra con el regionalismo español del primer tercio del siglo XX, ni con el expresionismo nacional con vocación cosmopolita, que le permite a Zuloaga tener un notable éxito.
Tampoco cuadra con la vanguardia pretendidamente nacional de Alberto Sánchez o Palencia.
Lo que hace para crear desconcierto entre el silencio y la retorica local, son los ideales éticos y estéticos de la generación del 98.
Por lo que resulta intempestivo, un ejemplo antimoderno, creador a destiempo.
Aunque insiste en los temas del 98, hay un ideario regeneracionista, finisecular con personalidad.
La obra de Solana tiene un discurso propio, de hecho, su peculiaridad en arrastrar con insistencia las señas de identidad, de cara al naciente siglo XX, por la generación del 98.
Es esa forma, pero no el fondo, lo que le diferencia del resto de sus colegas coetáneos.
Pero su pintura, su fórmula, no es nueva, ni en el contexto internacional de expresionistas internacional, el expresionismo truculento tiene notables representantes como el belga James Ensor, además de una dependencia Goyesca y de Zuloaga.
No puede provocar por la novedad de lo que hace, sino como artista a destiempo, por su insistencia y por la carga de violencia que comporta esa obstinación, capaz de generar una transformación cualitativa singular.
Esa actitud de aislamiento y obstinación, no es nueva en la tradición pictórica española, incluso por pintores de la época contemporánea como Goya, que al buscar nuevas ideas y horizontes, se topan con el fondo irreductible de la vieja identidad española.
Representa Madrid y su gente, el acontecimiento callejero que termina en agitación popular, una agitación de guiñol, mascara de carnaval o resignado ceremonial de dolor anónimo.
Pero a diferencia de los casticistas y de los regionalistas así como de los regeneracionistas del 98, Solana no reivindica nada, no pretende comprender nada, rehúye cualquier explicación.
Sus paisajes se diferencian de sus contemporáneos, porque son siempre porque son panorámicas antropomórficas, fondos urbanos, la mayoría de las veces caseríos de pueblo que ayudan a caracterizar un lugar determinado, poro nunca con intención pintoresca.
Maniquíes, muñecos, mascaras, en su iconografía hay predilección por retratar figuras rígidas, acartonadas.
Nunca es nítida en su pintura, la frontera entre lo animado y lo inanimado.
Se entiende su afición por los pasos de Semana Santa con su trágica representación de episodios congelados
La visita del obispo es una estampa del atávico enclaustramiento español, aunque sin concepción folclórica, presenta una agobiante e hierática composición claustrofóbica, que remite a Beckman o Morandi.
No practica la denuncia social, en lo que se separa del regeneracionismo moral del 98, así como de los regionalismos contemporáneos.
Hay un intento de crear un espacio de silencio.
Donde se hace mas nítida esa búsqueda pictórica del silencio, que es una búsqueda de la inmovilidad, es en las escenas cotidianas de burdel, cuando representa autómatas en las vitrinas, .
En ellas la quietud se hace mas explicita y por lo tanto mas ruidosa.
¿Por qué busca el esqueleto de la realidad?
Una cuestión romántica muy poco folclórica.
La búsqueda de una osamenta para la invertebrada realidad española atenaza al 98.
CALVO SERRALLER Francisco, FUSI AIZPURÚA Juan Pablo. El espejo del tiempo. Editorial Taurus, Madrid, 2009.
Fotos Trianart
http://vacioesformaformaesvacio.blogspot.com/2014/08/jose-gutierrez-solana-pintura.html
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