El historiador Nicolás Sesma ofrece en el libro 'Ni una, ni grande, ni libre' una visión global del régimen y desecha la idea patriótica de que el dictador defendiese la nación española, sino todo lo contrario.
"El franquismo no murió en la cama", según Nicolás Sesma. En la imagen, el dictador Francisco Franco. |
Nicolás Sesma (Vitoria, 1977) se ha propuesto ofrecer en el libro Ni una, ni grande, ni libre (Crítica) una "visión global" y una "interpretación nueva" de la dictadura franquista. "Mi objetivo ha sido demostrar que el régimen no fue de una sola persona, sino un proyecto colectivo", explica en referencia a Francisco Franco el profesor titular de Historia de España en la Universidad Grenoble Alpes.
Su otro propósito, reconoce, también es divulgativo y didáctico: "Quiero llegar al público joven, porque los profesores de secundaria nos transmiten que la percepción del franquismo que tienen las nuevas generaciones está distorsionada. Por ejemplo, esa idea patriótica de que el dictador defendía a la nación española, cuando sucedió absolutamente todo lo contrario", asegura Nicolás Sesma.
Para apuntalar su tesis, el historiador reinterpreta los estudios de otros colegas y se remonta a la represión tras la guerra civil para, después de un repaso minucioso de la larga noche de piedra que duró cuatro décadas, llegar hasta una transición que presentó a Adolfo Suárez como un "demócrata de toda la vida". A continuación, Nicolás Sesma desmonta algunos de los grandes mitos del franquismo.
Franco no era tonto
"Cuando se convierte en jefe del Estado, Franco no tiene un manual del perfecto dictador, sino que va aprendiendo sobre la marcha y cometiendo algunos errores. Sin embargo, también tiene buenas habilidades", explica el autor de Ni una, ni grande, ni libre. "Toma como ejemplo la dictadura de Primo de Rivera para entender qué funcionó y qué falló, porque no quiere repetir sus mismos errores. Por ejemplo, verse desamparado por sus compañeros o tener por encima a un jefe de Estado que, en algún momento, se pueda librar de él. Luego, poco a poco, va asimilando el oficio".
"Al principio no confía mucho en la gente que lo rodea, ante la posibilidad de que lo destituyan, pero cuando se da cuenta de que los distintos grupos del franquismo le deben haberlos conducido a la victoria en la guerra civil, empieza a fiarse ellos", comenta Nicolás Sesma. "Entonces, comienza a escuchar sus consejos y tiene bastante habilidad para gestionarlos. Incluida la Falange, que en absoluto queda desdibujada durante la dictadura, como demuestra el hecho de que Adolfo Suárez fuese el penúltimo ministro-secretario general del Movimiento, que acaba sobreviviendo al propio dictador".
Al igual que sostiene su colega Ángel Viñas, cuando deja claro que Franco y sus asesores pueden ser de ultraderecha, pero no imbéciles, el profesor titular de la Universidad Grenoble Alpes argumenta que el dictador era hábil y que supo rodearse de cuadros competentes y formados. "Pensar que la clase política franquista era mediocre y caricaturizarla me parece contraproducente, porque implicaría hacer una caricatura de la oposición. Y ser un opositor antifranquista era una profesión bastante seria y arriesgada", razona Nicolás Sesma. "No deberíamos seguir pensando en una clase política franquista encarnada en el actor José Sazatornil, con su bigote y sus y eslóganes ridículos".
"Al contrario, en la dictadura hay un cuerpo diplomático muy experimentado, un cuerpo administrativo bastante competente, una nueva promoción de técnicos comerciales y economistas del Estado y unos cuadros ministeriales intermedios en contacto con las grandes agencias multilaterales (FMI, OMS, FAO, UNESCO…), que acaban modificando un poco las estructuras del Estado", afirma el historiador. "La narrativa nacionalista vendió que nos hemos desarrollado por nosotros mismos. En cambio, no fue una voluntad política del régimen, sino que se produjo una importación de técnicas que habían funcionado en otros países".
Franco supo leer el escenario internacional, desnazificar el régimen, aliarse con Estados Unidos… Pese a que amagó con abrazar la causa alemana, luego no lo hizo. "Franco y Serrano Suñer quieren entrar en la Segunda Guerra Mundial, pero a Hitler no le conviene, porque necesita un aliado con poderío naval para enfrentarse al Reino Unido. Además, la España franquista pide mucho y ofrece poco a cambio. Luego, tras la caída de Mussolini, se da cuenta de que no se le ha perdido nada en la Segunda Guerra Mundial y, entonces, decide definitivamente que no va a involucrarse en el conflicto".
Ni la dictadura era Franco, ni España fue una, grande y libre
Nicolás Sesma deja claro que personificar la dictadura en Franco eximiría a los cargos altos e intermedios, a la estructura de base y a los propios ciudadanos. Cuarenta años en el poder son muchos, por lo que fue necesaria la complicidad de todos, tanto en la capital como en todo el país. "Para no hacer historia solo de Madrid y Barcelona, también he hablado de la realidad cotidiana de todas las provincias", comenta Nicolás Sesma, quien considera que España no fue una. Ni geográfica, ni ideológicamente: "Durante la dictadura hay una división de la comunidad nacional entre vencedores y vencidos". Los primeros, favorecidos; los segundos, castigados.
"Lo que el régimen quita con una mano a unos, favorece con la otra a la restante mitad de la ciudadanía. En ese sentido, la dictadura es hábil para hacer cómplice por acción o por omisión a esa parte de la población, que se beneficia del sistema y que, a su vez, tiene distintas motivaciones: por convicción, por venganza, por pasividad, porque considera que no tiene otra salida... Al final, todos acaban metidos dentro del sistema y, en el futuro, tendrán un recuerdo de la dictadura positivo. Como decía Jaime Mayor Oreja, el franquismo fue un período de extraordinaria placidez. Pues lo sería para su familia o para él, porque si tienes una visión panorámica, esto fue una catástrofe para el conjunto de los españoles".
Aunque podría figurar en el siguiente mito, esa España no fue grande o no aspiró a serlo por sí misma. "La economía desarrollista no es propia, sino que responde a un escenario internacional. Se ha hablado del desarrollo económico que hubo durante la dictadura, pero en un régimen democrático esa evolución se habría multiplicado. Eso sí, con mayor participación y sin represión ni violencia", explica el historiador, en referencia a la conversión de España en un país atractivo para la inversión extranjera y en un destino turístico. Tampoco cabe hablar de una España libre, sino de un régimen opresor que duró cuatro décadas gracias al "reparto del botín" tras la guerra y al miedo sembrado por la represión.
"Ciertas visiones de la dictadura, sobre todo las que tienen que ver con el patriotismo, se han hecho populares en las redes sociales y entre los chavales. Muchos creen que Franco defendía a la nación. Sin embargo, no tuvo ningún inconveniente en vender la soberanía española cuando lo necesitó para sobrevivir. Así, la enajenó en los acuerdos con Perón, con Estados Unidos y con el Vaticano", recuerda Nicolás Sesma, quien espera llegar con este libro también a un público juvenil. Vox ha entendido que, aunque debe conservar a los nostálgicos, tiene que hablar de temas actuales para captar a los jóvenes y, de paso, aprovecharse de su imagen distorsionada de la dictadura como defensora de la nación".
España no es diferente
Mientras que Manuel Fraga impulsaba a finales de los sesenta el eslogan Spain is Different, Amnistía Internacional colocaba carteles cerca de los aeropuertos británicos con el lema: Páselo bien, pero recuerde: amnistía para los presos políticos españoles. En Francia, a su vez, el del Mouvement Chrétien pour la Paix rezaba: Turista, no hay sol en las cárceles españolas. Sin embargo, el mensaje del ministro de Información y Turismo —cuyo origen se retrotrae a los años veinte—, pese a ser "extremadamente mentiroso", terminó calando. "Actualmente, algunos lo utilizan como orgullo y otros como vergüenza, porque hay gente que considera que España es diferente para bien o para mal", afirma el historiador.
El alcance lo refleja el cómic de Astérix y Obélix en el que "visitaban España en 1969 en una nueva entrega de sus aventuras, en la que bebían tintorro en una parada de postas, trasnochaban bailando flamenco y eran lanzados a torear en la arena sevillana", escribe en su libro Nicolás Sesma, quien recupera la respuesta de aquel francés que exponía en la historieta de René Goscinny y Albert Uderzo el motivo de su viaje a España: "¡A pasar las vacaciones, hombre! El cambio del sestercio resulta ventajoso y estamos seguros de que allí encontraremos sol [...]. Por lo demás, como sabe todo el mundo... ¡Hispania es diferente!".
"En realidad, España no es esencialmente diferente a lo que pasa en el resto de Europa. Hay una dictadura en Grecia, que es un país que se nos parece mucho, hay otra en Portugal y también en el bloque del Este. Además, nuestro país está relativamente metido en la red económica mundial. Lo que sucede es que Manuel Fraga se da cuenta de la potencialidad del mensaje para atraer a los turistas, a los que vendría a decirles: No tengáis cargo de conciencia por venir a España de vacaciones. Os vais a encontrar un país preparado para recibiros donde hay paz y servicios. Ahora bien, como España es diferente, no preguntéis por nada relacionado con la política. No somos una democracia, pero podéis venir tranquilos, porque en todo lo demás nos parecemos a Europa", reflexiona el historiador.
De alguna manera, Nicolás Sesma está de acuerdo con esto último: España tenía bastantes similitudes con los estados vecinos. Ahora bien, lo dice para criticar el eslogan y su espíritu diferenciador, no para homologar una dictadura a una democracia, lógicamente. "Por desgracia, el lema tiene éxito, porque me parece uno de los legados más nefastos de la dictadura. Siempre estamos con esta idea de que somos diferentes al resto para bien o para mal, cuando en realidad somos un país que —con sus particularidades, ya que la longevidad de la dictadura franquista es una anomalía— se parece bastante a su entorno". ¿Y qué hay de las corruptelas? ¿Tenemos la mano igual de larga?
Nicolás Sesma no establece una comparación entre países, sino entre sistema de gobierno. "Antes había muchísima más corrupción que ahora, pero le hemos comprado un relato demencial a la dictadura. ¿Cómo se iban a difundir los casos de corrupción en el franquismo si no había independencia judicial, ni separación de poderes, ni libertad de información? Y aun así conocimos los casos Barcelona Traction, Matesa y Sofico", comenta el historiador. "En cambio, como en democracia sí hay independencia judicial y libertad de información, conocemos los casos de corrupción, lo que provoca la paradoja de que parece que la democracia es más corrupta. Falso, lo que sucede es que en una dictadura no te enteras".
El franquismo no murió en la cama
"Efectivamente, el franquismo no muere en la cama. Hay resistencia durante todo el régimen y, de hecho, la dictadura se la toma muy en serio. La represión contra la oposición es bestial, además de preventiva y ejemplarizante. Así, las condenas de cárcel son desaforadas y se reactiva la violencia irregular, es decir, se ejerce la violencia incluso fuera de los canales institucionales. De repente, la gente se empieza a caer por las ventanas, como Enrique Ruano en Madrid y Manuel Moreno Barranco en Jerez", ironiza el profesor titular de Historia de España en la Universidad Grenoble Alpes.
¿Por qué entonces, como sostiene el autor de Ni una, ni grande, ni libre. La dictadura franquista, se ha caricaturizado a la oposición que luchó contra la dictadura? "No tiene sentido, porque fue capaz de construir un proyecto para el país muy bueno, que además comprendió su diversidad nacional: desde el movimiento vecinal hasta los cristianos de base, desde los movimientos nacionalistas hasta los partidos clandestinos, etcétera. Sin embargo, ahora se intenta desacreditar por parte del revisionismo y hasta los antifranquistas tiramos piedras sobre nuestro propio tejado con el lamento de que Franco murió en la cama", cree Nicolás Sesma.
"Pensemos que a Hitler tuvo que sacarlo del poder una coalición internacional, porque no cayó por la resistencia interna, al igual que sucedió con Mussolini. Es muy difícil derrocar una dictadura solo con una resistencia puramente interna, por lo que no se le puede pedir a la oposición antifranquista que hiciera lo que no se consiguió en ningún otro país", recuerda el historiador. Entonces, si no fue en la cama, ¿dónde murió? "Franco murió en la calle. Y su régimen también, porque había quien quería prolongarlo de manera indefinida. Si la dictadura no es solo Franco, sino algo colectivo, cae por la resistencia a que el régimen continúe más allá de la vida del dictador".
Nicolás Sesma subraya que hubo represión hasta su muerte, incluidas las ejecuciones, lo que contribuyó a que el miedo redujese las voces disidentes. "En los sesenta y los setenta, la oposición antifranquista fue capaz de transmitir una necesidad de cultura democrática a unos sectores sociales muy amplios, pese a que el régimen controlaba todos los instrumentos institucionales. Sin embargo, logra colarse en algunos ámbitos profesionales y una parte de la Administración quiere ejercerla con transparencia y de manera democrática. Es una relación de fuerzas más equilibrada, lo que impide que continúe una forma de franquismo reformado en la transición", reflexiona.
"El proyecto inicial de los franquistas reformistas es que continúe el mismo sistema, quizá permitiendo cierta libertad de expresión o el derecho a la huelga, pero sin autorizar los partidos políticos, que se conquistan en la calle. Llegado un momento, algunos se dan cuenta de que van a tener que acometer alguna reforma, como una modificación de las Leyes Fundamentales. Sin embargo, es la presión de la oposición la que consigue que ese proyecto no siga adelante y se vaya a una reforma real, con partidos y elecciones. Como algunos representantes del régimen perciben que su plan es irrealizable, calibran sus opciones y toman posiciones para el día que termine el régimen", añade el historiador.
Digamos que "la clase política del último franquismo hace sus cálculos y piensa algo así como: Me gustaría que siguiera el régimen, pero tengo que estar preparado para lo contrario". Nicolás Sesma se refiere a Rodolfo Martín Villa, Fernando Abril Martorell o Adolfo Suárez. Y, en general, a quienes pronto serán ministros de UCD, tras el fallecimiento del dictador y la celebración de las primeras elecciones democráticas tras la dictadura. ¿Y qué sucedería si Franco viviese más años? ¿Moriría también en la cama? "Es una pregunta sin respuesta. Entonces, todo el mundo está esperando que se muera; en el libro lo llamo el espíritu del tiempo de descuento. Ahora bien, ¿cuánto va a durar el descuento?".
"Gabriel García Márquez dijo que se vino a vivir a Barcelona porque quería ver morir al dictador, pero luego ironizaba en una entrevista sobre el asunto: Había pensado estar tres años y me quedé siete. Llegué a la conclusión de que Franco no se moriría nunca y empecé a temer que era un experimento de la eternidad", recuerda el historiador en su libro. "Difícilmente habría vivido muchos años más por una simple cuestión de edad, aunque, si estuviese incapacitado, lo podrían apartar de la jefatura del Estado".
En cambio, "sí sabemos que le hace daño la caída de Marcelo Caetano en Portugal y la de los coroneles en Grecia, al igual que no poder entrar en la Comunidad Económica Europea", concluye Nicolás Sesma, preocupado por el auge de la extrema derecha, pese a que matiza que "no es exclusivamente español, sino una corriente global, cuyo reflejo en nuestro país tiene ciertos anclajes en el pasado".
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