Domingo 10 de noviembre de 2024
Nobel de Economía | y catedrático de | Capacidad Empresarial | en el MIT |
Por Jose María Robles. PAPEL La revista dominical de EL MUNDO
SIMON JOHNSON*
Progreso y poder. Aún con el subidón del
Nobel de Economía, el catedrático desglosa
el ensayo escrito con Daron Acemoglu sobre
la relación entre tecnología y prosperidad.
“Aspirar a que aumente la productividad y suban los sueldos no es neoludismo”, afirma
“Las nuevas tecnologías no conducen necesariamente a la prosperidad compartida, hay que trabajar para lograrla”
“El modelo de negocio de la publicidad digital está causando un enorme daño a la sociedad y a totalla democracia”
“He aprendido por las malas que no hay que subestimar lo que puede lograr la tecnología, porque una idea pasa de ser una ocurrencia a cambiar el mundo en muy poco tiempo”
Hace apenas un mes, el Instituto Tecnológico de Massachusets (MIT) recibió dos llamadas desde Estocolmo. La Real Academia Sueca de las Ciencias notificó entonces a los profesores Daron Acemoglu y Simon Johnson que habían sido premiados con el Nobel de Economía junto a su compañero James A. Robinson, de la Universidad de Chicago. Sus estudios sobre la desigualdad económica entre países y el papel fundamental de las instituciones en la prosperidad los habían hecho merecedores de la legendaria medalla de oro y los 10 millones de coronas (1,1 millones de euros) del galardón. El turco Acemoglu y el británico Johnson habían publicado juntos a finales del año pasado Poder y progreso (Deusto), una brillantísima reflexión en relación al grado de desarrollo tecnológico alcanzado por el ser humano –desde la revolución agrícola del Neolítico al ascenso de la inteligencia artificial– y al dispar impacto de la innovación en la sociedad. La pareja sostiene que el progreso nunca es un proceso automático y que éste no se traduce necesariamente en una mejora para la mayoría de la población. Al contra rio, hoy el progreso está enriqueciendo a una élite de empresarios e inversores mientras el resto de ciudada nos ven precarizada su existencia. Por decirlo gráfica mente: unos se están empachando con tanta tarta y otros se tienen que contentar con las migajillas. Los dos economistas advierten de que, si no se reparten de forma más igualitaria los beneficios del crecimiento económico promovido por las nuevas máquinas y técnicas de producción, la democracia tiene los días contados. De ahí que propongan diferen tes acciones para redirigir la economía política de la innovación: inversión en trabajadores, incentivos de mercados, troceado de gigantes tecnológicos... Un discurso que a los más recalcitrantes les puede sonar al de los acampados de Occupy Wall Street, pero que en realidad remite a un pregunta que cada vez se plantea con más urgencia en las escuelas de negocios: ¿qué grado de incidencia está teniendo la polarización del mercado de trabajo –y su reflejo en los sueldos– en la polarización política? Johnson fue economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), donde coincidió brevemente con Rodrigo Rato. Mediático, simpático y de verbo ultrasó nico, conversa desde su despacho por videollamada todavía con el subidón del Nobel.
P. Usted y Acemoglu sostienen que el debate sobre tecnología y trabajo se basa en una premisa falsa. Por un lado están quienes dicen que toda innovación ha sido inherentemente buena y que en ella ha estado la clave de la prosperidad del ser humano. Y por otro lado están quienes denuncian que toda innovación es inherentemente mala porque destruye empleos, genera adicción, invade la privacidad... ¿Qué debe hacer un ciudadano medio para no dejar se arrastrar por ninguna de estas dos grandes corrientes y vivir en cierto equilibrio?
R. Un buen punto de partida sería comprender el mundo que lo rodea y tomar sus decisiones sobre qué tecnología utiliza él mismo, su familia, su empresa... Entendemos que tenemos mucha capacidad de acción en lo social, aunque, por supuesto, muchas de las decisiones al respecto deben tomarse a nivel de Estado o de algún organismo supranacional. Así que le reco mendaría, por ejemplo, saber más sobre la vigilancia que se lleva a cabo en su entorno laboral o sobre los tipos de empleos que se están creando a su alrededor. En este punto de desarrollo, todo el mundo debería querer involucrarse en estas cuestiones porque son muy, muy importantes. Desarrollar un criterio propio al respecto es un objetivo legítimo y recomendable.
P. Los defensores de la perspectiva netamente catastrofista de la tecnología aseguran que la inteli gencia artificial puede llegar a evolucionar tanto que sería capaz de tener un control absoluto sobre la especie humana... e incluso exterminarla. ¿Cómo de real le parece esta visión pesadillesca, a la que el cine, la televisión y la literatura de ciencia ficción parecen recurrir tan a menudo?
R. Imaginar escenarios distópicos futuros es muy sencillo. Pero hay problemas relacionados con el empleo que remiten a la ciencia ficción que deben ser abordados de forma inmediata, no dentro de 20 años. En realidad, se trata de cambios que ya están produ ciéndose a nuestro alrededor. Primero debemos enfrentarnos a estas cuestiones. Pero estoy de acuerdo en que no deberíamos perder de vista el hecho de que si existiera un armamento autónomo que no respon diera ante la orden de desactivación de un humano podría ser un problema. Al mismo tiempo, pienso que casi todos los problemas de los seres humanos han sido provocados por otros humanos. A diferencia de los desastres que se produjeron en la primera mitad del siglo XX, ahora disponemos de tantos recursos y capacidades que seguramente podemos encontrar formas de prevenir guerras o hambrunas y enfrenta mos a desafíos como el cambio climático. No sé con qué éxito lo haremos, pero no creo que la IA vaya a ser el factor determinante. Tiene más que ver con las personas y hasta qué punto comparten y quieren cuidarse mutuamente. Esas son las cuestiones funda mentales. La IA no será lo que nos destruya.
P. Póngame tres ejemplos de acciones o de proyectos que usted impulsaría para que los avances tecnológi cos beneficiasen a la mayoría de la sociedad, en vez de hacerlo sólo a un grupo de milmillonarios.
R. El primero, proporcionar desde el gobierno una estructura de código libre para desarrollar lo que Acemoglu y yo llamamos IA pro-trabajador. Aunque el gobierno no cree el mejor marco para la digitalización empresarial, a veces ejerce de imán hacia problemas que deben solucionarse. La agencia DARPA estimuló la fiebre por los vehículos autónomos con una competi ción que tenía como premio un millón de dólares. Fue como un pistoletazo de salida. Atrajo a emprendedores que crearon empresas y aprendieron de aquella expe riencia. Así que lo primero que haría eso, abogar por una IA que favoreciera a los trabajadores e impulsara la creatividad de los empleados menos cualificados.
P. ¿El segundo?
R. Controlar la vigilancia. Si se trata de sistemas que me hacen estar más seguro y me protegen de accidentes laborales, sería aceptable. Pero si sólo sirven para extraer más valor de mí, para oprimirme, para seguir me a casa y ver si soy leal a la empresa, entonces no. La hipervigilancia ha sido una fantasía capitalista durante dos siglos y medio y ahora puede materializarse. Y eso requiere salvaguardas y debates muy claros.
P. ¿Y el último?
R. Gravar con un impuesto elevado a la publicidad digital, que mueve 500.000 millones de dólares al año en todo el mundo. La mayoría de los ingresos se los embolsan Meta (Facebook, Instagram, WhatsApp), Alphabet (Google) y, en mucha menor proporción, Amazon. La publicidad digital capta nuestra atención, nos molesta y nos involucra emocionalmente. Eso no es bueno para los niños ni para los adultos. De hecho, es muy malo para la salud mental y terrible para la democracia. Necesitamos un debate razonado sobre estas y otras propuestas para generar prosperidad durante 300 años.
P. Permítame que le cite: “Sólo puede surgir una nueva perspectiva sobre la tecnología, mucho más inclusiva, si también cambia la base del poder social. Esto exigiría, como en el siglo XIX, la aparición de argumentos divergentes y de organizaciones que puedan plantar cara al pensamiento dominante”. ¿Ve algún indicio de que algo así esté emergiendo?
R. Soy un inmigrante en Estados Unidos. Llevo aquí casi 40 años y me gusta la política estadounidense porque es al mismo tiempo bronca y fluida. Las ideas van y vienen todo el tiempo. Y sí, veo personas que están ofreciendo puntos de vista sensatos. Unas desde los sindicatos, otras desde la sociedad civil... y algunas incluso desde el sector tecnológico. Seguramente no es la visión dominante en estos momentos. Pero en EEUU todo es un proceso continuo. Nunca se termina. Cuando crees que has ganado, resulta que no has ganado del todo. Igual que cuando crees que has perdido, tampoco has perdido del todo. Hay mucho trabajo por hacer. Acemoglu, David Autor y yo tenemos un grupo de investigación que intenta recoger datos, descubrir qué está pasando y luego vincularlos con propuestas de políticas que perfilen el futuro del trabajo. Me siento muy animado por el apoyo que recibimos en el MIT de los colegas y de los estudiantes. La presidenta del MIT inauguró este lunes un nuevo proyecto mencionado un fragmento de nuestro libro, ése en el que afirmamos que las nuevas tecnologías no conducen necesaria mente a la prosperidad compartida y que hay que trabajar para conseguirla. El MIT es un centro prestigioso e influyente. Ganar el Nobel ha puesto el foco sobre nosotros, así que lo usamos para transmitir el mensaje.
P. Hace unas semanas, Elon Musk presentó a sus robots humanoides mientras hacían tareas humanas rutinarias como regar plantas o recoger un paquete. ¿Qué pensó al verlos?
R. Mi reacción fue la misma que la de cualquier analista financiero: no me impresionó demasiado porque esos robots todavía son controlados en remoto por huma nos, algo que no es nada novedoso. Pienso que la ejecución de trabajo físico y la conexión entre cerebro y cuerpo son bastante difíciles de alcanzar para los robots o para la IA. Están muy lejos de ese escenario. Que puedan o no conducir coches de forma segura en áreas urbanas está aún por ver. Pero bueno, esta tecnología va a mejorar y su único promotor no es Musk. Hay más personas que también la están impul sando. La mayoría de mis colegas de informática en el MIT están trabajando muy duro en soluciones de IA para todo tipo de dispositivos y aplicaciones. Llevo en el MIT desde que era un estudiante de posgrado en los 80. He aprendido por las malas que no hay que subesti mar lo que puede lograr la tecnología, porque una idea pasa de ser una ocurrencia a transformar el mundo en muy poco tiempo. Nuestra tesis es que no hay que asumir que eso supondrá un beneficio general o que todo será positivo. Si Musk pudiera eliminar millones de puestos de trabajo mañana, probablemente lo haría, y las consecuencias no las pagaría él, sino todas esas personas que se quedasen sin empleo y la sociedad.
P. ¿Qué diría si alguien lo llamase neoludita?
R. Le diría que no estoy en contra de la tecnología y que nunca he sugerido que se bloquee o se detenga la innovación. Tampoco pretendo frenar la automatiza ción. Francamente, intentar hacer algo así es un empe ño quijotesco completamente inútil. Dicho esto, sí creo que se puede cambiar la dirección de la tecnología e inclinarla para que sea más pro-trabajador. Esto mismo ya lo hemos visto en el pasado. Aspirar a que la tecnolo gía permita aumentar la productividad y asegurarse de que sube los salarios no es ser neoludita en absoluto
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