Escultura de Freud en Praga – Depositphotos |
“Haré cuanto pueda para demostrarle que no soy muy adecuado como objeto de veneración”, le dijo Freud a Jung. Y pese a que su discípulo finalmente se apartó de su lado, Freud se mantuvo venerado durante décadas tanto en el ámbito profesional como cultural gracias a su trabajo en la teoría sobre la mente humana y a la elaboración de una terapia para tratar afecciones psíquicas.
Hoy en día, Sigmund Freud (1856 – 1939) sigue estando en todas partes pese a que buena parte de sus teorías y conceptos han sido puestos en duda incluso definiendo su psicoanálisis como “pseudociencia“. Pero, ¿por qué Freud se ha convertido en una figura tan controvertida y popular? Tratamos de responder a esta pregunta explorando la mente del psiquiatra más famoso de la historia.
Freud: el ‘químico’ de la mente humana
Ya lo dijo Mario Bunge, el gran problema del psicoanálisis sería que se trata de una disciplina “aislada” del resto del conocimiento. Esa “originalidad” y “autonomía” de las ideas de Freud que fueron aplicadas a su técnica terapéutica explican esa contradicción permanente en el análisis de su figura: despierta fascinación y repulsa, veneración y desprecio, porque sedujo y ofendió desde que inició sus estudios de medicina en Viena en 1873… y hasta hoy.
Pero a pesar de que en no pocos casos se apartó del método científico ortodoxo para conformar sus teorías, Freud siempre se declaró ferviente defensor de la ciencia como el único camino para alcanzar el verdadero conocimiento, repudiando la religión… y la filosofía, pese a que en sus inicios combinó la formación médica con la filosofía.
Pronto se apartó de la “especulación filosófica” y se volcó por completo en sus estudios estrictamente científicos que más tarde le pondrían de nuevo ante el diván de la especulación… científica, una vez que penetró en los oscuros entresijos de la mente humana, allí donde no llegaban (todavía) los tubos de ensayo.
"No, nuestra ciencia no es una ilusión. Pero una ilusión sería suponer que lo que la ciencia no nos puede dar lo podemos conseguir en otra parte.!
Ernst Brücke y la fisiología, Jean-Martin Charcot y la neurología, Josef Breuer y la hipnosis, Wilhelm Fliess y la cirugía… Freud pasó los primeros años de su vida profesional compartiendo avances (y retrocesos) con numerosas figuras de la ciencia en sus respectivos campos, hasta que se encontró con la neurosis en varios pacientes, la extraña y y casi indefinible patología que llevó al médico austriaco a perseguir el resto de su vida una teoría de la mente que explicara los problemas psíquicos más complejos.
¿Cuál fue el objetivo profesional de Freud?
Muchos términos hoy habituales en psicología y psiquiatría, algunos de ellos muy matizados, eso sí, proceden del trabajo freudiano. La neurosis fue, en este sentido, su obsesión a lo largo de su historia profesional: se define como una afección psicógena, originada en la psique y sin evidencia de lesión orgánica, cuyos síntomas son la expresión simbólica de un conflicto psíquico que tiene sus raíces en la historia infantil del sujeto.
De la neurosis como afección psíquica general surgirían otros trastornos más específicos como la neurastenia, la hipocondría, la histeria o la psicosis, siendo esta la más grave ya que suponía en el paciente una pérdida del juicio de la realidad y una falta de conciencia de enfermedad, incluyendo esquizofrenia o paranoia, entre otros posibles trastornos asociados.
Así pues, el objetivo profesional de Freud fue entender los mecanismos de la neurosis y el resto de afecciones psíquicas relacionadas, desentrañando los conflictos psicológicos de sus pacientes para lo cual elaboró la técnica que lo convirtió en una figura venerada… y denostada: el psicoanálisis.
El psicoanálisis: el método para hacer consciente lo inconsciente
Serpiente sobre cabeza humana – Pexels |
El inconsciente freudiano
En la primera tópica de Freud (entendiendo tópica como el “lugar” en el que ocurren los procesos psíquicos), el neurólogo austriaco dividió el aparato psíquico humano (o mente) en tres sistemas: el propio consciente, el inconsciente, compuesto de deseos, anhelos o impulsos de tipo sexual y, a menudo, destructivos, y el preconsciente que sería un nivel de comunicación entre ambos.
Según Freud, el funcionamiento del inconsciente está regido por el principio del placer siempre presionando para manifestarse en la conciencia. Estos deseos (inconscientes) son definidos como pulsiones que son las fuerzas impulsoras (inconscientes) de la mente humana.
La mente a merced de las pulsiones
Pero es importante matizar que “pulsión” no es “instinto”. Si el instinto es fijo y general en seres humanos y animales (como la necesidad de alimento o sexo), la pulsión, pese a su origen biológico, adquiere dimensiones psíquicas en el inconsciente, convirtiéndose en un deseo subjetivo, “variable en función de las contingencias de la historia el sujeto”.
"Es decir, todos tenemos (en mayor o menor medida) los mismos instintos, pero nuestras pulsiones son individuales, definen nuestra personalidad… y nuestros trastornos mentales, según Freud."
En este sentido, buena parte de la conducta humana tendría por objetivo la reducción de la tensión originada por las pulsiones psíquicas. El problema, claro está, es que a menudo no sabemos por qué se producen esas pulsiones ni cuál es su verdadera naturaleza, de forma que no conseguimos rebajar la tensión, a pesar de intentarlo. Este conflicto permanente, de no ser resuelto, puede ser la raíz de las afecciones psíquicas.
Entre los diversos mecanismos de defensa que la mente aplica para luchar contra estos conflictos, está la represión, definida por Anna Freud, hija de Sigmund.
A lo largo de su carrera, Freud diferencia varias fuentes generales de las pulsiones humanas: la pulsión del yo o de autoconservación, que vincula con el narcisismo cuando el propio sujeto “se convierte en objeto libidinal”, la pulsión de muerte que aspira a la disgregación y al retorno a lo inorgánico, y la pulsión sexual, clave en su teoría del psicoanálisis.
¿La mente a merced de la sexualidad?
Un grafiti de Freud en Viena – Wikimedia |
Es probablemente el aspecto más controvertido en la teoría freudiana. Pero no todo (todo, todo) era sexo para Freud: si así lo fuera no habría ningún conflicto en la mente humana. Pero de la relación (a menudo “tensa”) entre el consciente (no sexual) con el inconsciente (sexual) derivarían buena parte de nuestros conflictos mentales, según Freud.
Pero la sexualidad para Freud no es la cópula, no designa (solamente) las actividades y el placer sexual dependiente del aparato genital, sino que abarca “toda una serie de excitaciones y de actividades, existentes desde la infancia, que producen un placer que no puede reducirse a la satisfacción de una necesidad fisiológica fundamental”.
Por lo tanto, una de las grandes aportaciones de Freud a la historia del conocimiento humano es haber enfocado la sexualidad desde una perspectiva más amplia, más allá de sus funciones reproductivas, pero también placenteras, abriendo la puerta a analizar la influencia de la sexualidad en lo más profundo de la psicología humana. La sexualidad (no el sexo) es algo más que reproducirse… y es algo más que procurarnos placer.
El hecho de que Freud analizara hasta sus últimas consecuencias la sexualidad y que la enfocara más allá de casi cualquier tabú fue toda una revolución para su época, estableciendo todo un diccionario de conceptos sexuales hasta ese momento muy poco estudiados: desarrollo psicosexual, regresión, envidia de pene, periodo de latencia, angustia de castración, complejo de Edipo…
El mito primordial: el primer crimen edípico
En este sentido, una de las teorías más controvertidas de Freud aparece en la obra Tótem y tabú. Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos (el hombre era polémico hasta en los títulos) de 1913. En él, Freud se ocupa del incesto y de los orígenes de la civilización tratando de encontrar el mito primordial.
Y lo hizo partiendo de las teorías de Darwin que sugirieron que los primeros antropoides vivieron en pequeñas hordas compuestas de un patriarca poderoso y sus hembras. Así, Freud sostuvo que la rivalidad por las hembras llevó a los machos más jóvenes a matar al padre… y devorarlo, un mito que entronca con la tradición griega que fundamenta la cultura occidental.
Como señalan Richard Appignanesi y Óscar Zárate en este entretenido cómic sobre Freud, si el intercambio sexual es la base de la cultura y la comunicación, “la culpa provocada por este crimen edípico sería el origen de las normas totémicas tribales sobre el homicidio y el incesto. La represión del crimen edípico originario hacia el inconsciente (¿colectivo?) es el comienzo de toda cultura, religión o arte humanos”.
¿Se le fue la mano a Freud con la influencia de la sexualidad en la historia cultural humana y en la configuración de nuestra mente y nuestra personalidad? Tal vez sí, y es la principal crítica que ha recibido desde entonces, junto a su heterodoxia científica, pese a su ferviente defensa de la ciencia.
Freud en el diván: las críticas al padre del psicoanálisis
Freud colgando de una viga en Praga – Depositphotos |
Su aventajado discípulo Jung fue uno de los primeros en alejarse de sus postulados más radicales… elaborando otros aún más radicales, pero en otra dirección. Para Jung, Freud llevó la sexualidad demasiado lejos, criticando especialmente el origen infantil y sexual de (todos) los trastornos neuróticos.
Desde entonces, la obra de Freud fue objeto de numerosas críticas desde diversos frentes. Los más suaves concluyeron que la labor del neurólogo alemán se puede entender más bien como la de un filósofo que “replanteó la naturaleza humana y ayudó a derribar tabúes, pero cuyas teorías, como ciencia, fallan en un examen riguroso”.
Por supuesto, de leer esta definición, Freud montaría en cólera, pero Karl Popper, uno de los grandes estudiosos (y críticos) del psicoanálisis lo tenía claro: “es simplemente inverificable, irrefutable. No había comportamiento humano concebible que lo contradijese”.
Y para explicarlo, Popper pone de ejemplo su historia del niño en el agua que lleva a concluir que cualquier comportamiento humano puede ser explicado desde el psicoanálisis… porque no hay forma de refutarlo.
Pero Popper matizó que el hecho de que el psicoanálisis fuera a su juicio una pseudociencia, no quiere decir que no fuera valiosa: “constituye una interesante metafísica psicológica (y no cabe duda de que hay alguna verdad en él, como sucede tan a menudo en las ideas metafísicas)”.
Porque, probablemente, el (otro) gran problema del psicoanálisis es la mala interpretación de sus principales ideas, porque buena parte de ellas son muy “interpretables”, con un pie (y medio) en la especulación… o en la “creatividad” propia de cada psicoanalista.
Y esto es un verdadero peligro puesto que, en “malas manos”, el diagnóstico psicoanalítico puede ocasionar verdaderos estragos (mentales) en un paciente. Y el propio Freud, como dejó escrito en su numerosa correspondencia, sabe bien lo que es equivocarse (del todo) en sus diagnósticos, algo de lo que, por otra parte, ningún profesional médico está libre, por supuesto.
No obstante, los seguidores del psicoanálisis se defienden de esta no cientificidad señalando que “para la mayoría de los psicoterapeutas psicoanalíticos actuales, ha dejado de ser un problema fundamental dilucidar si el psicoanálisis es una ciencia o no”, e indicando que el psicoanálisis actual (más allá de Freud) tiene como triple objetivo: comprender al paciente, ayudar al paciente a que se comprenda mejor, e integrar la vida psíquica del paciente facilitando el “crecimiento de su personalidad, llevando una vida más plena”.
A buen seguro que Freud suscribiría estos objetivos 130 años más tarde de que comenzara a elaborar su controvertida y seductora teoría del psicoanálisis.
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