Ni los hechos son hoy sagrados, ni las opiniones, libres Joaquín Rábago

  

18 diciembre 2024

Es un viejo lema del periodismo acuñado por el diario británico The Guardian en los años veinte del siglo pasado ése de que “los hechos son sagrados y las opiniones, libres”.

Todo, demasiado bonito para ser verdad, y eso es hoy más cierto que nunca, no sólo por culpa de cuanto circula muchas veces de forma anónima e irresponsable por las redes sociales.

De un tiempo a esta parte proliferan en los países que llamamos “democráticos” las voces críticas de los ciudadanos hacia lo que se publica en los medios tradicionales, que pierden cada vez más lectores: hay quien habla de “prensa mendaz” y quien lo califica “propaganda”.

Hay que reconocer que los propios medios tienen bastante culpa de que lo que sucede. La prensa se ha convertido muchas veces por desgracia, y no sólo en las dictaduras, en mera “estenógrafa del poder”.

Basta ver lo que se publica en muchos países, por ejemplo, acerca de la guerra de Ucrania, del relevo en la Casa Blanca o del conflicto palestino israelí, para entenderlo.

La guerra de Ucrania empezó, se dice, con la invasión de ese país por Rusia en febrero de 1922 o, si alguien se remonta más atrás, cita la anexión de Crimea también por la Rusia de Putin entre febrero y marzo de 2014.

Nadie menciona ya el contexto ni los antecedentes del conflicto, por ejemplo, el Euromaidán, la revolución que incluso muchos destacados politólogos estadounidenses califican de golpe de Estado alentado por Washington contra el gobierno elegido democráticamente del presidente Víktor Yanukóvic.

Como se olvida –en realidad nunca lo cubrieron nuestros medios- la violencia desatada por las nuevas autoridades pro occidentales de Kiev contra la mayoría étnica rusa del este del país, que se rebeló en esa parte de Ucrania contra el viraje atlantista del nuevo Gobierno, lo que llevó a una guerra civil con más de 14.000 muertos.

Nada de eso interesa ya, como ya nadie se acuerda de las informaciones publicadas en su día por la prensa estadounidense, por ejemplo, The New York Times, sobre la profunda corrupción y los elementos neonazis en Ucrania.

Hoy, un país cuyo gobierno ha prohibido todos los partidos prorrusos además de los medios críticos, ha cerrado las iglesias ortodoxas rusas y trata de desterrar para siempre la cultura del país vecino, es presentado por los medios de Occidente como una nación que defiende la democracia y “los valores europeos”.

Y el presidente ruso, Vladimir Putin, es sólo un dictador que trata de reconstituir el imperio soviético y al que no se puede permitir que gane en Ucrania porque, si se le deja, no se detendrá allí y correrá peligro todo el continente.

De ahí que a cualquiera que ose contradecir con argumentos tal punto de vista y defienda la diplomacia y las negociaciones frente a un rearme que sólo ha producido muertes y destrucción en aquel país sea inmediatamente tachado de “amigo de Putin” y tenga que recurrir muchas veces a los medios digitales para hacerse oír.

Algo similar ha ocurrido con las últimas presidenciales estadounidenses, cuya cubertura por los medios ha estado tan fuertemente sesgada a favor de la candidata demócrata, Kamala Harris, que impedía ver con claridad lo que allí iba a pasar.

De hecho parecía, y no sólo por sus editoriales sino también por sus informaciones sobre el desarrollo de la campaña, que los medios europeos participaban en esas elecciones al otro lado del Atlántico.

Si uno buscaba alguna opinión discordante, tenía que bucear en el universo de internet, sobre todo en los medios digitales de Estados Unidos.

Hay allí por suerte una serie de portales digitales que acogen a conocidos periodistas de investigación, tanto jóvenes como veteranos, algunos incluso premios Pulitzer que, por discrepar de la opinión dominante o la que interesa en ese momento al poder, no pueden ya expresarse en los medios tradicionales.

El triunfo de Donald Trump, que habían predicho esos profesionales más pegados a lo que sucedía en la calle que sus colegas de los grandes diarios como The New York Times, The Washington Post o el Financial Times pilló a muchos gobiernos europeos con el pie cambiado.


Habían tomado sus deseos por realidades, se habían creído la propaganda de los medios de referencia a ambos lados del Atlántico y ahora parecen perplejos por el triunfo aplastante del por ellos detestado candidato republicano.


Algo pues parecido a lo que ocurre, por ejemplo, en Alemania, donde escribo este artículo, con la guerra de Ucrania o el genocidio de Gaza.

Los medios germanos informan casi únicamente y de forma propagandística de los sufrimientos de una de las partes –en su caso, la ucraniana o la israelí-, mientras se prefiere ignorar lo que ocurre al otro lado del conflicto.

Y hablan de “régimen” y no de “gobierno” si se trata de Rusia, de Irán o cualquier otro país del “eje del mal” o se califica continuamente de “terrorista” a Hamás mientras que ese calificativo jamás se utiliza para el Estado sionista [1].

Lo que se agrava por el hecho de que, en el caso concreto de Ucrania, desde que comenzó la guerra de Ucrania, que Moscú califica también propagandísticamente de “operación especial”, Bruselas decidiese prohibir la difusión en los países de la UE de todos los medios rusos. Un hecho sin precedentes en democracia.


Notas:


[1] Para quienes conozcan el idioma alemán hay un libro excelente de la politóloga Renate Dillman sobre la manipulación mediática titulado “Medien. Macht. Meinung” (Ed. PapyRosa).


https://espacio-publico.com/ni-los-hechos-son-hoy-sagrados-ni-las-opiniones-libres

2025: Quo Vadis Homo Sapiens

 Paco Peris

El Alba de la Tierra. Foto de William Anders.

23 diciembre 2024

Frágil, solitaria, diminuta, única. Un punto casi invisible en el universo, en el vacío, como abandonada a su suerte, rodeada de desierto cósmico, donde la no-vida se extiende hasta el infinito, como si el aislamiento fuera su destino fatal. Así se ve la Tierra en el espacio, una foto que es sin duda la representación más escalofriante de nuestra existencia. Un icono que trasciende la historia de nuestra especie, que nos da la visión definitiva de lo que somos y que nos da la respuesta concluyente de nuestro destino. Nunca antes una imagen se había convertido en una metáfora tan clara de lo quebradiza que es nuestra vida.

Hace 56 años, fue el 25 de diciembre de 1968 cuando William Anders, tripulante del Apolo 8, captó esta fotografía a unos 326 mil quilómetros de aquí. El cosmonauta ya en casa declaró: “Fuimos a la luna para descubrir la tierra”. Una confirmación y una advertencia en toda regla. Cuando fuimos a explorar el espacio lo que nos fue revelado es la existencia de nuestro propio planeta. Fuimos a conquistar el universo y entendimos que no debíamos abandonar nuestro mundo. De tanto mirar las estrellas, nos habíamos olvidado de custodiar nuestro hogar.

La foto El Alba de la Tierra (Earthrise), ha sido desde entonces uno de los símbolos de la lucha ambientalista, la imagen concluyente que nos recuerda la ineludible prioridad de proteger nuestro planeta. Ver esta esfera azul rodeada de profundo negro, nos advierte que el milagro de la vida es extraordinario y singular. Que más allá de nuestra delgada y frágil atmósfera, solo existe el vacío, la muerte. Una metáfora que convierte la lucha contra el cambio climático en el desafío más importante y trascendente del futuro de la humanidad después de la bomba nuclear.

“Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. Bhagavad-gītā / Oppenheimer

En 1945 Robert Oppenheimer creó la bomba atómica y así convirtió al Homo Sapiens en la primera especie terrícola capaz de destruir voluntariamente el planeta entero. Y desde hace más de un siglo vamos cometiendo otra temeridad, esta vez sobrecalentando la Tierra y volviendo a poner la existencia en peligro. Pero lo inaudito es que lo hacemos a conciencia, otra vez, desoyendo las continuas advertencias de los científicos. Somos unos depredadores compulsivos, unos consumistas narcisistas, y sobre todo unos adictos al petróleo. Nos gusta vivir así, como dioses inmortales, sin renunciar a nada. La inteligencia sucumbe en la ignorancia, el neoliberalismo, la codicia, la mentira y el trumpismo. Los datos contradicen el negacionismo: La temperatura media anual de 2024 superará por primera vez en la historia los 1,5°C por encima del nivel preindustrial y alcanzará, probablemente, un valor de más de 1,55 °C, según el Servicio de Cambio Climático Copernicus (C3S). Si seguimos traspasando el límite en los próximos años, se multiplicarán los fenómenos extremos que provocarán más miseria, más Danas, más pandemias y más extinciones. No mirar, no escuchar, no sentir: La irresponsabilidad al poder.

Ahora toca poner urgentemente la inteligencia al servicio de la vida. En 1970, pocos meses después de caminar sobre la Luna, entró en vigor el Tratado de No Proliferación Nuclear y hace tan solo unos meses, nació una iniciativa para implantar un Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles. Un proyecto necesario que persigue la eliminación gradual de la producción de combustibles fósiles. Intenciones inteligentes, imprescindibles, que demuestran que muchos luchan por un mundo mejor, combatiendo la vanidad y la negligencia de los gobiernos globales, convertidos en los pirómanos que queman la tierra. En 1989, los políticos escucharon a los científicos y conseguimos revertir una catástrofe planetaria prohibiendo los CFC de los aerosoles que destruían la capa de Ozono. En 2020 el mundo entero se detuvo para combatir el Coronavirus. Si queremos, sabemos hacerlo. Nunca es buen momento para rendirse. Ahora, menos todavía.


Pues sí, la capacidad intelectual de nuestra especie es desconcertante, ambivalente, no se sabe muy bien para qué sirve y qué ventajas nos ofrece. Esta poderosa herramienta es dual y difusa ya que nos permite construir y destruir al mismo tiempo, matar y curar, esclavizar y colaborar. Tener inteligencia no significa saber cómo utilizarla. Lo cierto es que pocos han puesto en duda sus propósitos: reproducción y progreso. A lo largo de nuestra historia, muchos grupos humanos han basado su prosperidad en el crecimiento ilimitado que nos ha llevado a la degradación absoluta de muchos ecosistemas. Sin embargo, muchas otras civilizaciones han creído oportuno no desconectarse nunca del mundo natural y así han conseguido desarrollarse con éxito a lo largo de los siglos.

El imperialismo colonial de occidente aniquiló estas prácticas de gestión económica circular y sostenible e impuso el capitalismo como único modelo posible, sacralizado como una religión. El sistema neoliberal consolidado por el patriarcado se convirtió en la doctrina sistémica, incuestionable, infalible, y ahora el negacionismo es la nueva inquisición. Estos jueces de la ortodoxia populista defienden a muerte el sistema acusando de herejes a los disidentes, seres impíos que deberían ser silenciados o quemados en las hogueras de las redes virtuales.

Después de tantos años de dogmatismo económico nos hemos quedado sin una alternativa al neoliberalismo, todos los otros modelos fueron aniquilados (como el comunismo o el socialismo). Nadie ni nada es capaz de contrarrestarlo. Como decía Mark Fisher «Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo». Y así es. Los grandes magnates de Silicon Valley, Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg o Peter Thiel, defienden que el ambientalismo no ofrece soluciones reales porque supone mayor regulación estatal y aumento de impuestos, en vez de invertir más en tecnología. Dicen que el ambientalismo debe «morir» y nunca cuestionan el sistema capitalista. Al contrario, lo impulsan seduciendo a los consumidores con promesas mágicas de inmortalidad, metaversos nihilistas y felicidad eterna. Esos neoprofetas milmillonarios que representan menos del 1% de la humanidad, van devastando el planeta, pero viven tranquilos, creen que se salvarán huyendo a Marte. Una locura.


Activismo, coherencia y no rendirse a los cantos de sirena agresivos que nos obligan a consumir. Los occidentales debemos asumir que nos urge modificar nuestro estilo de vida y renunciar a muchos privilegios que los otros no tienen. Combatir las desigualdades y frenar el desarrollo económico descontrolado deberían ser las nuevas prioridades. Es muy evidente que tener dos coches, vivir en una casa grande con césped lejos del trabajo, comer mucha carne o ir de compras a Londres un fin de semana no es sostenible, es una obviedad. Como tampoco es suficiente con reciclar, comer vegano, conducir coches eléctricos o votar partidos de izquierda para detener la crisis climática.

Ni pensar en verde, ni el greenwashing, ni las promesas imposibles, ni las mentiras exculpatorias son suficientes: Nuestro viejo capitalismo es incompatible con el ecologismo por qué el neoliberalismo es inviable sin crecimiento infinito. La solución radica en crear un nuevo sistema económico ecofeminista más equitativo y solidario, donde la vida es el núcleo y no el dinero, en definitiva, un nuevo paradigma que cumpla esta simple ecuación:

[(⇓ quema de combustibles fósiles + ⇓consumo = menos gases de efecto invernadero) = ⇓ calentamiento global].

La emergencia no tiene solución si no cuestionamos el modelo, si no cambiamos nuestra mirada egocéntrica, si no explicamos la verdad. ¿Puede ganar las elecciones un candidato al gobierno si en su programa propone un futuro con decrecimiento económico, reducción de consumo y abandono de la vida cómoda occidental? Imposible, no vencerá nunca porque la esperanza de prosperidad es indispensable.  En política, la franqueza siempre pierde. Seamos honrados, reconozcamos que ya no estamos en el centro de todo, que no somos los hijos predilectos, que no somos un buen ejemplo y que no podemos ser los amos del mundo si no somos capaces de cuidarlo. Abandonemos la masculinidad dominante y defendamos la feminidad colaborativa. La prioridad es admitir que nos hemos equivocado y que otro camino es posible para asegurar el futuro de nuestro mundo fragilizado, más allá de la intransigencia del progreso y de las nuevas tecnologías.

Por si no fuera poco, además, tenemos un serio hándicap. ¿Por qué nos cuesta tanto reconocer y resolver errores? La respuesta podría estar en nuestra inexperiencia. Lo cierto es que los Homo Sapiens habitamos este planeta desde hace bien poco. Los primeros homínidos aparecieron hace 7 millones de años y la especie humana hace tan solo 300.000 años, cuando las hormigas llevan 100 millones y los delfines más de 30.

Estamos entonces en el amanecer de nuestra historia, somos como unos niños torpes, egoístas y poco cooperativos, que a falta de memoria caminamos audazmente sin reflexionar, como si fuéramos invencibles. Quizás nos falten más siglos y dramas vividos, más disparates cometidos para alcanzar un grado superior de madurez que nos permita entender nuestro verdadero propósito existencial, recapacitar, restaurar y así dejar de creer en discursos infantiles de exculpación como el populismo. Acurrucados en nuestra cuna, creemos todavía en cuentos de hadas, en historias donde todo es posible y nada tiene consecuencias, donde el bien vence el mal y donde la verdad derrota la mentira. Fábulas de religiones salvadoras, tierras prometidas y pueblos elegidos que solo son quimeras que transforman el anhelo y el deseo en cruzadas totalitarias.


Habitamos todavía en un mundo que rechaza la razón, infantilizado, convertido en un gran bazar donde todo está en venta, como la libertad y la felicidad, subastadas en experiencias de fácil consumo, como juguetes que se pueden comprar, como simulacros obtenidos sin esfuerzo. Unos artículos de moda que proyectan de manera ficticia nuestra existencia hacia una especie de nirvana autoindulgente, cuando en realidad son constructos que condicionan nuestra capacidad empática, y nos convierten de nuevo en niños arrogantes, envidiosos y poco solidarios. Nos cuesta entender el engaño, vamos tropezando, pero mientras crecemos, nos equivocamos y nos quedamos sin tiempo. Como decía Confucio: «El hombre que ha cometido un error y no lo corrige comete otro error más grande«.


Estamos advertidos y a pesar de todo no aprendemos: La cumbre del clima COP29 celebrada recientemente en Bakú (Azerbaiyán) se ha saldado con un acuerdo de mínimos: Los países ricos financiarán con tan solo 300.000 millones de dólares (poco más del PIB de Catalunya) a los países pobres para ayudarlos en su transición ecológica (más endeudamiento) y para sufragar los estragos de la crisis climática que provocamos nosotros en sus territorios. Son pequeños avances pero mientras tanto la extracción irresponsable de combustibles fósiles sigue creciendo, invariable. Y así vamos perdiendo tiempo. No será suficiente con estos cambios tan inapreciables. Debemos cuestionarnos el crecimiento global, combatir la desinformación de las redes y cambiar radicalmente nuestro paradigma económico-socio-ecológico. La tecnología no hace milagros, no nos hace mejores ni perfecciona nuestra conciencia; fiarlo todo a la IA es una temeridad, necesitamos recuperar el humanismo en un tiempo de posthumanidad. Tenemos el imperativo moral de revertir la situación y actuar.


Las señales de alarma son inequívocas, la devastación puede ser imparable. Los  efectos ya son evidentes, muchos lo están perdiendo todo, padecen sequías, inundaciones o hambrunas y se ven obligados a migrar. Sin embargo no solo los Otros, los desfavorecidos sufren o mueren, también lo estamos haciendo nosotros, los privilegiados. Pero la vida es resiliente y es muy probable que nuestra maltrecha tierra salga adelante. Si la especie humana sobrevive, si tenemos la voluntad, la compasión y el amor necesarios, iremos aprendiendo y así nos comportaremos como las especies que cohabitan en el planeta desde hace ya millones de años, y que han encontrado el equilibrio entre su supervivencia y la de los otros.


Hasta que los seres humanos no entendamos que nacimos del polvo de las estrellas, que formamos parte de esta única totalidad cósmica, que debemos transformar nuestra relación con el entorno preservando la biodiversidad y redefinir el concepto de alteridad, que nos urge ser solidarios y así abandonar el capitalismo depredador, que somos una pieza más de la cadena de la vida; si no lo comprendemos seremos desterrados. Considerar el patrimonio natural del planeta solo como un recurso económico-lucrativo, seguir matando indiscriminadamente para saciar la gula, destruir el equilibrio ecosistémico, en definitiva, separarnos de la naturaleza nos puede llevar hasta nuestra propia aniquilación. ¿Podría nuestra desaparición aliviar a todos los otros seres vivos?

El Homo Sapiens sigue confuso, asustado y perdido, buscando su encaje en el todo. Subsistir ya no le resulta suficiente, el pensar tampoco. Vuelve a mirar la luna, las estrellas, cree que su salvación está en algún lugar del espacio, lejos de aquí y ve su final reflejado en el infinito preguntándose de nuevo: Quo Vadis. Su profunda fragilidad le estremece, se siente vulnerable e indefenso y entonces comprende su destino: Vencer la incertidumbre conservando el único mundo conocido, el nuestro, el que compartimos entre Todos, más allá de la dictadura del ego. Es cuando la auténtica condición humana aparecerá, y ese día comprenderemos que la respuesta al porqué filosófico de nuestra existencia subyace en el significado mismo de El Alba de la Tierra: El propósito único y genuino de Nuestra vida es preservar LA VIDA.

“El mundo no será destruido por los que hacen el mal, sino por aquellos que miran sin hacer nada”. Albert Einstein


https://espacio-publico.com/2025-quo-vadis-homo-sapiens

Umberto Eco, contra la banalización y el mal gusto

 28 febrero, 2016 

Hasta hace una semana no me di cuenta de que Umberto Eco era mortal. Murió el 19 de febrero, pero llevamos tanto tiempo juntos y él seguía tan activo que ni se me había ocurrido que algún día pudiera suceder. Me lo presentó, me parece recordar, un profesor de Teoría de la Comunicación, allá en los setenta, y ya en las primeras páginas noté el flechazo. Para siempre.

Apocalípticos e integrados constituyó el primer encuentro y ahora, al repasarlo para escribir estas notas, me doy cuenta de cómo me influyó y orientó desde la primera lectura. El debate sobre la cultura de masas y sobre el gusto estaba en su apogeo cuando en 1965 Umberto Eco dio a la imprenta la colección de ensayos que forman el libro. Lo leí unos pocos años después, en el famoso libro en cuya portada aparece Superman, y a lo largo de mi vida siempre he tenido presente la sabiduría de mi ‘profesor’ italiano tan querido y sus sugerencias sobre qué leer y cómo.

Poco tiempo después apareció la primera novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa, que tuvo una acogida excepcional y se convirtió en lo que a ambos nos produce cierta sospecha: un best seller. Siguió escribiendo ensayos y otras novelas, como Baudolino, en la que los conocimientos propios de un medievalista como Umberto Eco producen una satisfacción lectora iniguable, casi tanto como los ofrecidos en la que iba a llamarse El crimen de la abadía. De ambas novelas comentaré algunas cosas en el futuro. Hoy prefiero centrarme en la primera obra que me puso en contacto con el profesor Umberto Eco y recordarle a mi manera.

Apocalípticos e integrados

La queja del apocalíptico se basa en que concibe la cultura como un hecho aristocrático, asiduo, solitario y refinado, todo lo opuesto a la vulgaridad de la muchedumbre. Por el contrario, el integrado cree vivir en el país de las maravillas, en un mundo donde toda la cultura está a disposición de todos, a través de la televisión, los periódicos, las revistas, el cine, las historietas y la novela popular. Le faltó citar Internet, pero en los sesenta no se llevaba.

Con Umberto Eco no es necesario optar por uno de los dos extremos, ni ser apocalíptico ni integrado, aunque lo primero pareciera excelso. Eco lo explicaba con cierta ironía al señalar que el apocalíptico, en el fondo, “consuela al lector porque le deja entrever, sobre el trasfondo de la catástrofe, la existencia de una comunidad de ‘superhombres’ capaces de elevarse, aunque sólo sea mediante el rechazo, por encima de la banalidad media”.

San Bernardo contra las vidrieras

Habría que situar el inicio de la cultura de masas en la aparición de la imprenta y, con ella, en la ideología democrática, aunque aún tardara en llegar.

Pero podemos remontarnos más en el tiempo y, siguiendo a Umberto Eco, encontrar ya en el siglo XII el caso de un ‘apocalíptico’ de la cultura. Hay testimonios de la irritación que le producía a Bernardo de Claraval la traducción en imágenes de los contenidos culturales, que en aquella época estaban en posesión exclusiva de la clase dirigente, a propósito del programa del Sínodo de Arrás, que defendía que las imágenes de las vidrieras, las esculturas y los capiteles de las catedrales sirvieran para comunicar a los fieles “los misterios de la fe, el orden de los fenómenos naturales, las jerarquías de las artes y los oficios y las vicisitudes de la historia”.

Frente a este programa, el monje cisterciense Bernardo se muestra partidario de la arquitectura desnuda y rigurosa y lanza una serie de diatribas contra las imágenes. Pero Eco observa en ellas que el monje se traiciona y que, al acusar, “manifiesta ante todo la turbación de quien ha sido oprimido y seducido” por esas imágenes vilipendiadas. Revela odio y amor ante los bienes que ascéticamente rechaza y “se detiene con inequívoca sensualidad en la naturaleza diabólica de las imágenes”.

A Bernardo de Claraval lo que le indignaba más que otra cosa era la difusión, como a muchos de los apocalípticos actuales, que creen que el objeto de arte pasa a ser “consumido”, gracias a los medios industriales, y pierde su valor intrínseco en esta degustación masiva. Me parece que esta actitud no resiste la argumentación contraria: ninguna obra del espíritu puede ser mancillada por quien lo disfruta, aunque sean cientos de miles. Por muchos turistas que visiten el Louvre, la Gioconda seguirá siendo la misma.

Ante esto Umberto Eco siempre ha sido muy tajante: la difusión no empaña la obra, aunque otra cosa es la interpretación que haga el receptor. En una conferencia de hace unos años habló del libro electrónico, algo que no existía en los sesenta, y aunque él militaba ardientemente a favor del papel, lo único que dijo en contra fue que la pantalla hace daño a la vista.

Otra cosa es la calidad de la obra, algo que san Bernardo también denigra por su “naturaleza diabólica”. No estamos en el mismo contexto y no es comparable la imagen de una vidriera medieval con los productos que consume ‘gastronómicamente’ -un adjetivo que le es muy querido a Eco- la sociedad de masas. Pero a veces también nos asalta un doble sentimiento, de amor-odio- cuando nos quedamos absortos ante la tele con las celebrities o con los tebeos y películas de los héroes de Marvel, mientras aseguramos que es una bazofia y que sólo la contemplamos para asegurarnos de que lo es.

William Adolphe Bouguereau, Ninfa y sátiro

La banalización del arte y el mal gusto

Denigrar la difusión de productos de nivel ínfimo, como pueden ser determinadas novelas ‘populares’ o películas de serie B, no implica ningún desdoro porque no se trata de un desprecio aristocrático ni una defensa de los privilegios de clase, sino una defensa del buen gusto.

También hay un tipo de cultura que nace con la intención de ser popular, como ocurrió con el jazz o con las novelas de detectives, pero que se “consumen” por todas las clases sociales y en todos los niveles intelectuales. Sin ningún problema. Cada uno de nosotros puede disfrutar ‘momentos Ezra Pound’ y momentos de lectura menos compleja sin experimentar “sensación alguna de encanallamiento”.

Sin embargo, hay una serie de ‘productos culturales’ que simulan poseer todos los requisitos de una alta cultura cuando, en realidad son solamente una parodia y una falsificación puesta al servicio de fines comerciales. Lo denunció Dwight MacDonald, teórico de la cultura de principios de siglo XX, al definir ese segmento cultural que llama la midcult y cuya característica es “la explotación de los descubrimientos de la vanguardia y su banalización como productos de consumo” (puso como ejemplo ‘El viejo y el mar’, de Hemingway).

Umberto Eco analiza este aspecto en el ensayo siguiente dedicado a la relación entre el Kitsch y la Midcult, en el que reprocha a MacDonald que lo que de verdad le indigne sea el simple hecho de la divulgación de la alta cultura y de la vanguardia.

El mal gusto, reconoce Eco, es muy difícil de definir. A veces puede apreciarse forma instintiva cuando muestra exceso de medida o manifiesta desproporción. Básicamente el mal gusto en arte tiene que ver con una ‘prefabricación e imposición del efecto’, lo que la cultura alemana ha denominado como Kitsch, un término de imposible traducción y que podría provenir, según Ludwig Giesz, de la segunda mitad del siglo XIX, cuando los turistas americanos que deseaban adquirir un cuadro barato, en Mónaco, pedían un bosquejo, un sketch. De ahí vendría el término alemán para designar la pacotilla, la vulgaridad artística destinada a compradores deseosos de fáciles experiencias estéticas.

Museo de Arqueología de Skopie (Macedonia). 2014

El Kitsch no sólo estimula efectos sentimentales, sino que pone en evidencia las reacciones que la obra debe provocar, y tiende continuamente a sugerir la idea de que, gozando de dichos efectos, el receptor está perfeccionando una experiencia estética privilegiada. Ante esta “facilidad” que proporciona la industria de consumo, los artistas comienzan a elaborar, hacia la mitad del siglo XIX, el proyecto de una vanguardia.

Ahí reside la relación entre Kitsch, que no es más que la ausencia de autenticidad, y la creación artística: en la manera en que un producto destinado exclusivamente al consumo pretende configurarse como arte utilizando los hallazgos de la cultura superior encarnada por la vanguardia o por creadores con auténtico genio. No es que estos hallazgos no se puedan reutilizar, siempre que sea de tal forma que aumente de verdad la posibilidad de la propia novedad, pero no de manera fraudulenta, fuera de lugar o de forma meramente repetitiva.

Por otra parte, si el Kitsch se confinara a una serie de mensajes emitidos por una industria de la cultura para satisfacer determinadas demandas, pero sin pretender su imposición por medio del arte, es decir, sin pretender ser arte, no surgiría ningún problema porque no habría engaño; no existiría esta forma especial y fraudulenta del mal gusto.

Despedida

En fin, agradezco a Umberto Eco que me haya dado la posibilidad de disfrutar más aún con las obras disfrutables; a discernir, dentro de mis posibilidades, lo que es falso y desgastado de lo límpido y trascendente; a leer novelas de ciencia ficción o de detectives sin “encanallarme” y a cerrar un libro incluso en la primera página al descubrir que es un tostón relamido y sin sustancia. Porque la máxima de que cualquier libro es mejor que ninguno no es cierta; es, como dice el propio Eco, una elucubración del tipo “los caminos del Señor son infinitos”. Pero es que resulta que ningún camino de ese libro que he tirado a la basura, harta de su inanidad, me lleva a ninguna “buena parte”.

Bibliografía

– Umberto Eco, ‘Apocalípticos e integrados’, Editorial Lumen, 1968

– Dwight MacDonald, ‘Against the American Grain’, 1962

– Ludwig Giesz, ‘Fenomenología del Kitsch’, Tusquets. 1973

– Herman Broch, ‘Kitsch, Vanguardia y el Arte por el Arte’, Tusquets, 1970 (1955)


https://skandza.wordpress.com/2016/02/28/umberto-eco-contra-la-banalizacion-y-el-mal-gusto/

David I. Kertzer: “No considero que Pío XII fuera un figura heroica”

 El antropólogo e historiador estadounidense David I. Kertzer publica «El papa en guerra: la historia secreta de Pío XII, Mussolini y Hitler» (Ático de los Libros).

Texto: David Valiente

 

David I. Kertzer ganó el Premio Pulitzer en 2015 por su libro The pope and Mussolini, pero aunque este sea el galardón más destacable de su palmarés, sus obras se han visto laureadas en multitud de ocasiones. Su trayectoria comenzó en la Universidad de Brown, donde cursó estudios en Antropología. “Muy pronto me empecé a interesar por Italia, ya que en la década de los setenta, cuando era un estudiante, el país mediterráneo contaba con el partido comunista mejor organizado y con la estructura más grande de toda la Europa Occidental”, comenta a través de la pantalla del ordenador David I. Kertzer. Además de esta peculiaridad política, Italia albergaba sobre su suelo y en la capital el corazón político y espiritual de la cristiandad, el Estado Vaticano.

Ese carácter revolucionario combinado con la fe ferviente en Dios fascinó al joven americano que decidió centrar la investigación de su primer libro en Bolonia, la capital del comunismo italiano. Han pasado ya unos cuantos años desde la publicación de su primer ensayo y muchos éxitos jalonan una carrera académica, que tiene como última publicación hasta la fecha El papa en guerra: la historia secreta de Pío XII, Mussolini y Hitler (Ático de los Libros). Sus setecientas cincuenta páginas son un estudio pormenorizado de la diplomacia desplegada por el Vaticano durante la Segunda Guerra Mundial: “Si de verdad estás interesado en el entramado diplomático de la Iglesia católica durante los años de guerra, tienes que ampliar la mira e indagar en los archivos de los otros países involucrados en la contienda. Las cancillerías mandaban, a diario, informes a sus ministros de Asuntos Exteriores de los posibles movimientos diplomáticos del papa e incluso de su estado de ánimo”.

El ensayo de Kertzer se nutre de fuentes muy variadas, pero un peso importante del estudio recae en los archivos a los que el autor pudo acceder después de que el papa Francisco abriera en 2020 los correspondientes al pontificado de Pío XII.

 

¿Por qué cree que el papa Francisco tomó la decisión de abrir los archivos sobre Pío XII?

Desde hace cincuenta años, el Vaticano lleva recibiendo presiones para que abra los archivos de la Segunda Guerra Mundial. Los investigadores hemos querido conocer el papel que jugó durante los años de guerra y la operancia o inactividad que desarrolló en el Holocausto. A diferencia de otros países que abren sus archivos después de un tiempo, en la Santa Sede solo se puede hacer por deseo expreso del papa y solo se desclasifican los documentos relacionados con un determinado pontífice. Creo que el papa Francisco pensó que ya habían pasado muchos años desde el pontificado de Pío XII y que esta acción le ayudaría a mostrar una mayor transparencia de la institución.

 

Hablando de Pío XII, algunos líderes demuestran cierta facilidad para conducir sus países en tiempos turbulentos. El caso más conocido, quizá, es Churchill. ¿El papa Pío XII estuvo a la altura de las circunstancias?

Desde que era un joven sacerdote, su actividad dentro de la Santa Sede ha estado vinculada a la diplomacia y no tanto a las labores de fe que cabe esperar de un párroco. Su carrera la desarrolló en el Departamento de Estado y fue durante doce años nuncio papal en Alemania, hasta que ascendió al puesto de Secretario de Estado en los años treinta bajo el mandato de Pío XI. Sobre si en sus años de mandato papal actuó de manera correcta o no, hay variedad de opiniones al respecto. En mi libro sostengo que tuvo éxito a la hora de proteger los intereses de la iglesia en una época de la historia muy compleja, pero si lo evaluamos como líder moral la cosa cambia. No considero que fuera una figura heroica.

 

Antes del Concilio Vaticano II, el antisemitismo estaba muy presente dentro de la institución eclesial. ¿Pío XII se dejó llevar por esta corriente antijudía?

No comparto la opinión de los historiadores que aseguran que el silencio del papa se debió a su antisemitismo. Porque tampoco se pronunció en 1939, cuando los alemanes realizaron un arresto masivo de sacerdotes polacos, quienes terminaron presos en los campos de concentración. Su silencio, más bien, era una manera de evitar causar molestias a Hitler. Aunque creo que Pío XII no sentía un especial rechazo por los judíos, es cierto que dentro de la iglesia había un fuerte sentimiento antisemita que se había cultivado durante siglos. Décadas antes de los terribles acontecimientos del Holocausto, la iglesia realizó una serie de publicaciones acusando a los judíos de ejercer una influencia maligna en la salud de la sociedad europea y cristiana. De hecho, en los territorios bajo la autoridad papal, los judíos no tenían igualdad de derechos, cosa de la que ya disfrutaban en muchos países europeos en el siglo XIX.

 

Algunos de sus compañeros sostienen que Pío XII ayudó a rescatar a los judíos, creando redes secretas encargadas de ocultar a los perseguidos en propiedades de la Santa Sede. ¿Existen pruebas que corroboren este relato?

En el caso de Italia, se han encontrado evidencias de que muchos judíos estuvieron protegidos en monasterios, conventos e iglesias. Sin embargo, los recursos para salvaguardar la integridad de los grupos perseguidos no fueron movilizados por una orden directa del papa. Por el contrario, Pío XII mostró su incomodidad ante la actividad individual de algunos religiosos, porque, ante todo, no quería despertar la ojeriza de las autoridades alemanas. Los religiosos que echaron una mano a los judíos que huían estaban cumpliendo con la antigua tradición de la iglesia de ayudar a los necesitados. Además, la mayoría de las personas que buscaban refugio en la Iglesia era perseguidos, sobre todo, por causas políticas y podían terminar con sus huesos en algún campo de concentración o realizando trabajos forzados.

 

Lo ha comentado anteriormente, Pío XII tuvo mucho interés en salvaguardar la integridad de la institución y a sus fieles en Alemania, pero no le importó sacrificar a los católicos polacos. ¿Por qué?

Antes de ser papa y ser nombrado Pío XII, Eugenio Pacelli había ejercido de nuncio apostólico en Alemania; hablaba un alemán fluido y su relación era estrecha con la élite católica alemana. En su visión geopolítica de Europa, el papa daba mucha importancia al papel que Alemania podría desempeñar en la defensa del continente ante una posible agresión soviética. Creo que este es el motivo principal de que Pío XII no tuviera tantos escrúpulos a la hora de permitir la persecución de sacerdotes polacos durante la invasión de Alemania. Por otro lado, algunos soldados nazis se consideraban a sí mismos miembros del ejército de Dios, y tenía mucho miedo de que se rebelaran si emitía algún comentario negativo en contra del régimen alemán. Además, quería evitar otra escisión de la Iglesia católica; en este sentido tenía muy presente lo ocurrido en el siglo XVI con Lutero.

 

Entonces, ¿el papa cayó bajo el influjo total de Hitler?

En su toma de decisiones fue totalmente independiente, pero no dejaba de recibir presiones procedentes de Berlín y Roma. Hitler utilizaba los casos de abusos sexuales de curas, que no eran pocos, para chantajear al papa. Apenas hablo de esto en mi libro porque hay muy pocas investigaciones materializadas al respecto. Sabemos que cuando se produjo el Anschluss (la anexión de Austria al Tercer Reich), el papa hizo un llamamiento a los obispos austriacos para que quemaran los archivos que recogían más casos de esta naturaleza. No quería que Hitler los pudiera usar en sus chantajes. El papa soportó muchas presiones y esta arma de los abusos fue empleada por los dos líderes fascistas para que el papa no condenara la realidad política del momento.

 

Pío XII llegó a sentir temor por los dos dictadores.

Estaba intimidado por ambos, sí. El régimen fascista buscaba el apoyo del papa porque, según los Acuerdos de Letrán de 1929, las instituciones eclesiásticas en Italia recibían el respaldo del Gobierno fascista. Entre ambas instituciones se había desarrollado una relación de estrecha cooperación. Mussolini estaba convencido de que gracias a su intermediación Alemania podía conseguir una relación similar a la que tenía el Estado italiano con la Santa Sede. Los lazos entre el Estado italiano y el Vaticano eran tan estrechos que incluso llegó a despertar el malestar de algunos miembros del estamento eclesiástico, ya que el Duce se estaba aproximando demasiado a la esfera de influencia de Hitler. Hablando en líneas generales, la relación entre el Vaticano y los regímenes totalitarios no fue especialmente buena, aunque a nivel más social la situación era diferente: la Italia de Mussolini fue un régimen clerical y fascista; la Alemania nazi solo fue lo segundo.

 

La diplomacia de los países aliados presionaba constantemente al sumo pontífice para que emitiera una condena contundente contra las acciones alemanas. Pero nunca lo hizo, y me pregunto si hubiera cambiado el curso de la historia que Pío XII se hubiera posicionado a favor de los Aliados.

No es una pregunta fácil de responder y lo tengo que hacer empleando hipótesis. En mis investigaciones en los archivos abiertos, he descubierto que en el otoño de 1942 el presidente Franklin D. Roosevelt envió a su emisario para que se reuniera con el papa. En el encuentro, Pío XII le comunicó que no había encontrado evidencias sólidas que pudieran demostrar el exterminio de los judíos. Sin embargo, el Santo Padre conocía un informe, al que dio el visto bueno, en el cual las evidencias de los actos terribles que estaban cometiendo los nazis eran claras. No permitió que este informe llegara a manos del presidente de los Estados Unidos porque sabía que lo emplearía como propaganda de guerra contra el Eje. Me gusta centrar mis investigaciones y explicaciones en el caso italiano porque la decisión de Mussolini de entrar en la guerra se hubiera truncado si el papa hubiera expresado su rechazo a los nazis. Los italianos no sentían una gran simpatía por la ideología fascista alemana, y sin el apoyo papal dudo mucho que el Duce hubiera contado con el respaldo de su pueblo para entrar en la Segunda Guerra Mundial.

 

Esa comunión con el fascismo implicó una transgresión con una serie de normas éticas que rigen a la comunidad cristiana. ¿Cómo se afrontó desde la Iglesia esto?

El papa desempeña dos papeles: por un lado, es el líder supremo de una organización con cientos de millones de seguidores por todo el mundo y, por el otro, es un líder espiritual y moral; además creo que queda patente cuando observamos los dilemas que enfrentó durante la Segunda Guerra Mundial. Las tensiones entre estas dos facetas estuvieron expuestas, y para solventarlas, trató de seguir mostrándose como un líder moral gracias a sus discursos y mensajes abstractos que hablaban sobre la armonía y la hermandad, sin decir nada que pudiera provocar la hostilidad de los alemanes.

 

Estamos en una época de revisionismos históricos, ¿en el seno de la Iglesia católica se aprecia algún movimiento similar?

No existe dentro de la iglesia ningún movimiento que se parezca. Quizá tenga que ver con el hecho de que gran parte de la Curia está compuesta por italianos. Asimismo, en Italia, hay un gobierno de derechas y se está intentado rehabilitar a figuras históricas de la Italia fascista, como Agostino Gemelli, un reconocido antisemita. El Vaticano nunca ha contemplado la posibilidad de reconocer sus responsabilidades por el apoyo brindado al régimen fascista italiano y tampoco parece haber intenciones de asumir los errores que la institución cometió en el pasado. Es más, cuando El papa en guerra se tradujo al italiano, Vatican NewAvvenire y L’Osservatore Romano (tres periódicos de corte católico) dedicaron hasta una página y media a mi libro para denunciarlo. No comentaron las evidencias que sostengo, sino que defendieron la historia oficial. Dicho esto, dentro de la Iglesia se pueden oír voces críticas que advierten de la importancia de relativizar el discurso oficial. El año pasado, en el marco de un ciclo de conferencias organizadas por la Pontificia Universidad Gregoriana junto a una organización judía, se trató de analizar el comportamiento de Pío XII durante la Segunda Guerra Mundial. Una de las personas encargadas de los Archivos del Vaticano realizó una presentación que no defendía el relato oficial. Resumiendo, ahora mismo el Vaticano vive una situación muy heterogénea que no invita a pensar que se pueda producir un cambio. La versión oficial de la historia de Pío XII sigue siendo predominante.

 

Da la sensación de que el momento del cambio en la Iglesia es ahora, con el papa Francisco, de quien se destaca su talante progresista.

No le conozco en persona, pero creo que tiene sus limitaciones marcadas por las batallas que aún debe rendir contra el ala conservadora de la Iglesia, y para esta ala el papa Pío XII es un gran héroe. En Twitter (ahora X) diariamente se encuentran personas que afirman que Pío XII fue el último papa legítimo, ya que para ellos el Concilio Vaticano II no tiene ningún valor. Aquellos que defienden a Pío XII no sienten una gran simpatía por el papa Francisco. Pero tampoco creo que una de las prioridades de este papa sea replicar el relato oficial.


https://librujula.publico.es/david-i-kertzer-no-considero-que-pio-xii-fuera-un-figura-heroica/