Los mandatarios progresistas de la región sacan adelante parte de su agenda de transformación social con grandes dosis de pragmatismo y cesiones a los sectores conservadores.
Imagen de archivo de una manaifestación de partidarios de la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, en México.EF
César G. Calero 07/02/2025
Tras años de intentos electorales frustrados, pucherazos en su contra incluidos, la izquierda mexicana llegó al poder en 2018 con el incombustible Andrés Manuel López Obrador y un novedoso artefacto político, Morena (Movimiento de Regeneración Nacional), que eclipsó a los partidos tradicionales. Seis años después, Claudia Sheinbaum recogió su testigo y se ha comprometido a profundizar la denominada Cuarta Transformación emprendida por su mentor, un ambicioso proyecto de medidas económicas y sociales que le ha proporcionado a la izquierda una hegemonía atípica en la región, donde los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, Gustavo Petro en Colombia y Gabriel Boric en Chile, entre otros, se las ven y se las desean para sacar adelante su agenda política.
Pese a la diversidad de objetivos y desafíos a los que se enfrentan los distintos gobiernos progresistas latinoamericanos, hay un factor que los identifica: el pragmatismo. La realpolitik ha colonizado la región, del río Bravo a Tierra de Fuego, y condiciona hoy a los gobernantes de izquierdas a la hora de acometer transformaciones sociales. Incluso en México, con el control legislativo que ostenta Morena, los cambios son más lentos de lo que desearían sus líderes. El gen neoliberal anida también en el partido gobernante, como ha recordado alguna vez el escritor Paco Ignacio Taibo II, intelectual cercano a López Obrador y biógrafo del Che Guevara y Pacho Villa. Pero México es un remanso de paz comparado con lo que ocurre en otras latitudes. Lula, en el ecuador de su tercer mandato, ha tenido que hacer grandes concesiones ante un Congreso escorado a la derecha. Petro ha llegado a acusar a miembros de su propio gabinete de no ser suficientemente revolucionarios. Y Boric ha ido difuminándose tanto ideológicamente en sus tres años de gobierno que cuesta reconocer a aquel líder estudiantil de 2011 con ansias de asaltar los cielos.
La izquierda ya no mantiene una posición hegemónica en la región, como sí disfrutaba a principios de siglo. Hay un predominio puntual de gobiernos progresistas (México, Guatemala, Honduras, Colombia, Bolivia, Brasil, Uruguay, Chile, entre otros) pero el mapa es mucho más cambiante hoy en día, con un electorado más volátil y la aparición de nuevos actores políticos surgidos al calor del auge global del populismo ultraderechista. Con menos determinación que en la denominada marea rosa del primer Lula, Chávez, Evo Morales, los Kirchner, Correa o Mujica, la izquierda latinoamericana sigue apostando por sus banderas tradicionales: la lucha contra las desigualdades, la defensa de los derechos humanos, la protección del medioambiente... Tres mandatarios que no formaron parte de aquella marea rosa (Sheinbaum, Petro y Boric) junto al renovado Lula da Silva conforman el eje de la nueva izquierda en América Latina.
México: una hegemonía con nombre de mujer
Andrés Manuel López Obrador (conocido como AMLO) legó a México la Cuarta Transformación (4T), toda una reformulación económica y social enmarcada en un ideario de capitalismo-desarrollista. El balance de su sexenio fue notable: se fomentó la industrialización del país al tiempo que se reducía la pobreza siete puntos porcentuales y se creaban dos millones de puestos de trabajo, con un generoso aumento del salario mínimo. En el último tramo de su sexenio le dejó a su sucesora una patata caliente: la reforma del anquilosado sistema judicial, otra muestra de lo que puede hacer la izquierda con mando en plaza. Los primeros cien días de Sheinbaum en el Palacio Nacional, tras su arrollador triunfo electoral en junio pasado, han confirmado que no es una mera discípula aventajada del carismático AMLO. Y que puede mantenerse fiel a su obra con una impronta diferente. La actividad del Ejecutivo ha sido frenética en estos primeros meses con la primera presidenta de la historia del país al frente. Sheinbaum se ha propuesto cumplir sus promesas de campaña. Ya ha llevado al Congreso, entre otras propuestas, la reforma de la Ley del Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda de los Trabajadores (Infonavit) mediante la que pretende construir un millón de viviendas sociales durante su mandato. En su agenda cobra especial relevancia el Plan México, centrado en potenciar la producción nacional y reducir la excesiva dependencia de las importaciones asiáticas.
Brasil: Lula y la voracidad del Centrâo
Tras pasar injustamente por la cárcel, Lula da Silva salió al rescate de Brasil a finales de 2022. Ningún otro dirigente habría podido derrotar en las urnas al ultraderechista Jair Bolsonaro. Fue un triunfo ajustadísimo seguido de una insurrección golpista en su contra en Brasilia, sede de los tres poderes del Estado. En el ecuador de su tercer mandato y a un paso de cumplir 80 años, el líder del Partido de los Trabajadores (PT) no ha podido reeditar los éxitos del pasado, cuando su carisma y el viento de cola en la economía le auparon al estrellato político a escala global. Como viejo lo lobo de mar, sigue peleando con la misma entereza en un Congreso escorado a la derecha. Varios de sus 39 ministros pertenecen a formaciones conservadoras. A Lula no le ha quedado más remedio que pactar con el diablo, que en la política brasileña no es otro que el Centrâo, un puñado de partidos ventajistas de derechas al servicio del mejor postor. El Gran Centro marca el ritmo en un Congreso atomizado en el que el grupo con más diputados es el bolsonarista Partido Liberal. Para Lula es una cuestión de supervivencia política. Una mayoría del Congreso, aunque no sea de izquierdas, apoya muchas de sus propuestas, pero siempre con contraprestaciones.
En su tercer mandato Lula ha resucitado sus antiguos programas sociales (Bolsa Familia, Minha Casa Minha Vida, Mais Médicos), ha aprobado normas para la paridad salarial entre hombres y mujeres y ha reinstalado las ayudas a la cultura y la educación. La deforestación del Amazonas continúa en niveles alarmantes pero se ha revertido la curva ascendente que registraba en la era Bolsonaro.
Colombia: Petro contra todos
Gustavo Petro, antiguo guerrillero y brillante orador, tuvo que recurrir a la fórmula de la gran coalición -el Pacto Histórico- para que la izquierda llegara al poder en Colombia. Su popularidad anda en horas bajas (un 33% aproximadamente) debido en parte a una permanente campaña mediática en su contra. Adicto a las redes sociales, donde su acerada pluma a veces le juega malas pasadas, se ha erigido en la voz de la izquierda en Sudamérica. Durante sus dos años y medio de gobierno ha logrado sacar de la pobreza a 1,6 millones de colombianos gracias a sus políticas de inclusión social y la entrega de miles de hectáreas de tierras a campesinos de escasos recursos.
La educación, relegada por los gobiernos derechistas precedentes, ha sido otro de los campos de batalla de Petro, con la aprobación de la Ley de Matrícula Cero que devolvió la gratuidad a la enseñanza superior. El presidente ha priorizado también las políticas de igualdad con la creación de un ministerio a cuyo cargo se encuentra desde 2023 la vicepresidenta Francia Márquez. En el terreno medioambiental, el Gobierno se ha apuntado otro tanto: una sensible reducción de la deforestación de los bosques y selvas del país. No ha conseguido, sin embargo, llevar a buen puerto uno de sus principales objetivos cuando llegó a la Casa Nariño: rubricar un acuerdo de paz definitivo con la última guerrilla alzada en armas: el Ejército de Liberación Nacional (ELN), muy activo en los últimos tiempos. El mandatario colombiano afronta además disensiones constantes en el seno de su propio gabinete. La última crisis se ha llevado por delante esta semana a varios altos cargos, enfrentados con un Petro que les ha reprochado su falta de voluntad para cumplir con la agenda progresista de su Gobierno.
Chile: de la esperanza a la decepción
A Gabriel Boric se le recibió en América Latina como la gran esperanza del futuro de la izquierda en la región. Tres años después de haber puesto el pie en el Palacio de la Moneda, los resultados son decepcionantes. A nueve meses de que se celebren elecciones presidenciales en Chile, el joven mandatario ha logrado, no obstante, aprobar una reforma del sistema de pensiones consensuada con la derecha de Chile Vamos y los centristas de la Democracia Cristiana. Para ello, el Gobierno se ha visto obligado a ceder en sus pretensiones iniciales de acabar totalmente con el modelo privado de las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), creado en 1980 durante la dictadura de Pinochet. Gracias al nuevo sistema mixto (público-privado), se incrementarán las pensiones más bajas y se creará un seguro social. “Es el avance más importante en materia previsional de las últimas décadas (…) y una de las deudas más grandes que arrastra nuestro país”, ha declarado Boric, a quien se le recordará por haber sellado esa esperada reforma con altas dosis de pragmatismo, la doctrina que parece haberse instalado en la izquierda latinoamericana.
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