Por Ricard Ribera
Presidente de la Fundación Neus Català
02/03/2025
El pasado fin de semana la flor y nata de la derecha radical y la extrema derecha mundiales se dio cita en Washington para participar en la Conservative Political Action Conference (CPAC). En este encuentro, organizado por el Partido Republicano, se pudo ver desde el presidente de Argentina, Javier Milei, hasta el presidente de Vox, Santiago Abascal, entre muchos otros. La CPAC ya ha sido bastante comentada, pero si hay que destacar algo, además de los discursos de odio sin tapujos que venimos viendo desde hace tiempo, es un hecho novedoso que lo acompaña: la normalización de la simbología fascista. Steve Bannon haciendo el saludo romano –también lo hizo el actor mexicano Eduardo Verástegui a la CPAC y antes ya lo hizo Elon Musk– ante las cámaras de todo el mundo es exactamente eso.
La CPAC acabó justo el día antes de las elecciones en Alemania, unos comicios en los cuales el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) se ha convertido en la segunda fuerza del país con más de un 20% de los votos (como contrapunto que nos da un poco de esperanza, quiero destacar el resurgimiento de La Izquierda, con casi un 9% de los votos, con un discurso popular, integrador y abiertamente antifascista). El éxito más grande de AfD es cómo ha sido capaz de situar sus propuestas en el centro de la agenda política y marcar el discurso de casi todo el resto de formaciones políticas en temas como las deportaciones.
Con un 25%, AfD fue la primera opción de los hombres de entre 18 y 24 años, y la segunda opción, con un 14%, entre las mujeres de esta franja de edad. Días atrás se publicaron los resultados del sondeo anual del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales que mostraban unos resultados no muy diferentes y que tendrían que preocuparnos. Según este sondeo, un 16,1% de los jóvenes catalanes de entre 18 y 24 años cree que un régimen autoritario o dictatorial “en algunas circunstancias” es preferible a una democracia, mientras que a un 20% esta cuestión les era indiferente. Un 61,8% manifestaba que la democracia era favorable, el porcentaje más bajo de entre todas las franjas de edad.
En cuanto a la ultraderecha y los jóvenes, a veces se tiene la impresión que buena parte de las instituciones y los medios de comunicación asisten a este fenómeno –la normalización de los discursos de odio y su popularidad entre la juventud, especialmente entre los hombres jóvenes– como espectadores. Vamos tarde en la lucha contra el ascenso de la ultraderecha, una cuestión que es clave no solo en el mantenimiento de las democracias, sino en su mejora y su fortalecimiento. El avance de la extrema derecha, y más aún su entrada en las instituciones, ponen en riesgo logros y derechos conseguidos con años de lucha, desde el puesto de trabajo a las libertades personales y colectivas, pasando por la protección de las minorías, el feminismo o las medidas contra el cambio climático.
Cometeremos un grave error si alguien se plantea combatir la extrema derecha desde la defensa del statu quo. La desigualdad, la precariedad vital y una democracia mermada no pueden ser la propuesta a partir de la cual trabajar, no solo porque con esto no se puede parar a la extrema derecha, sino porque la función de ésta, precisamente, es controlar las clases populares en momentos de crisis y fuerte desigualdad. Necesitamos, sin falta, una propuesta de país diferente al que hemos conocido hasta ahora, basada en la igualdad, la libertad y la fraternidad, que comporte una nueva cultura material de vida y garantice el bienestar y los derechos de las personas. Solo con un modelo de país alternativo, recuperando la comunidad y lo colectivo, podremos confrontar el avance de las diferentes formas de la extrema derecha, pero para impulsarlo y para hacer frente a la ultraderecha son imprescindibles frentes amplios antifascistas capaces de situar este eje como una prioridad estratégica.
En la Fundación Neus Català tomamos, desde su constitución, el testigo de esta incansable luchadora antifascista. Partiendo de su legado, uno de nuestros objetivos es articular esta lucha, también en lo referente a trabajar con la gente más joven. Por eso estamos centrando buena parte de nuestros esfuerzos en ofrecer un proyecto educativo para trabajar en la educación secundaria, la educación en el ocio y en el deporte, los tres ámbitos determinantes en la formación de valores de la juventud. Son en estos espacios donde hay que dotarnos de herramientas para poder hacer frente a la normalización de los discursos de odio que precede y acompaña al avance social de la extrema derecha. Se trata de un proyecto que esperamos poder presentar en las próximas semanas, en colaboración con los agentes de la comunidad educativa, y sumar, así, nuevos recursos para enfrentarnos todos juntos a este reto.
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