La mayoría de las víctimas del transatlántico viajaban en tercera clase.
Supervivientes del Titanic, en la cubierta del Carpathia.Library of Congress
El pasaje del Titanic era un reflejo de la sociedad de la época. Mientras los pasajeros pudientes disfrutaban en los salones de todo tipo de lujos, los más humildes deseaban llegar a su destino para escapar de la pobreza y la necesidad a fuerza de su trabajo. Cuando el transatlántico chocó contra un iceberg y se hundió el 15 de abril de 1912, el recuento de víctimas ilustra cómo era la vida entonces.
Murieron 130 pasajeros de primera clase, 166 de segunda y 536 de tercera, mientras que se salvaron 199, 119 y 174, respectivamente. El alto porcentaje de fallecidos con menor poder adquisitivo es abrumador. Las cifras bailan en función de la fuente, aunque las anteriores, proporcionadas por la comisión de investigación del Senado de Estados Unidos, son elocuentes. Tres de cada cuatro pasajeros de tercera clase perdieron la vida. Además, solo un niño murió en primera, ninguno en segunda y 53 en tercera, unos seis de cada diez.
Los muertos del Titanic
El pasaje del Titanic era un reflejo de la sociedad de la época. Mientras los pasajeros pudientes disfrutaban en los salones de todo tipo de lujos, los más humildes deseaban llegar a su destino para escapar de la pobreza y la necesidad a fuerza de su trabajo. Cuando el transatlántico chocó contra un iceberg y se hundió el 15 de abril de 1912, el recuento de víctimas ilustra cómo era la vida entonces.
Murieron 130 pasajeros de primera clase, 166 de segunda y 536 de tercera, mientras que se salvaron 199, 119 y 174, respectivamente. El alto porcentaje de fallecidos con menor poder adquisitivo es abrumador. Las cifras bailan en función de la fuente, aunque las anteriores, proporcionadas por la comisión de investigación del Senado de Estados Unidos, son elocuentes. Tres de cada cuatro pasajeros de tercera clase perdieron la vida. Además, solo un niño murió en primera, ninguno en segunda y 53 en tercera, unos seis de cada diez.
Los muertos del Titanic
También hubo clasismo con los muertos. Los ataúdes se destinaron a los pasajeros de primera clase y, cuando se terminaron las bolsas, muchos cuerpos de los más desfavorecidos fueron arrojados al mar. Juan Monrós, ayudante de camarero barcelonés del exclusivo restaurante a la carta, no logró subir a la cubierta y su cadáver fue "recubierto por una tosca lona y literalmente cosido a ella desde los pies a la cabeza, con un punto de hilo que le atraviesa la nariz como símbolo de certificación del óbito".
También hubo clasismo con los muertos. Los ataúdes se destinaron a los pasajeros de primera clase y, cuando se terminaron las bolsas, muchos cuerpos de los más desfavorecidos fueron arrojados al mar. Juan Monrós, ayudante de camarero barcelonés del exclusivo restaurante a la carta, no logró subir a la cubierta y su cadáver fue "recubierto por una tosca lona y literalmente cosido a ella desde los pies a la cabeza, con un punto de hilo que le atraviesa la nariz como símbolo de certificación del óbito".
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Luego recibió sepultura en el océano, junto a otros dos compañeros del restaurante, como describen Javier Reyero, Cristina Mosquera y Nacho Montero en el libro Los diez del Titanic. La conmovedora historia de los españoles que vivieron aquel viaje único (LID). Aunque la muestra es muy pequeña, los siete supervivientes nacidos en nuestro país viajaban en segunda clase y, curiosamente, ninguno iba en tercera. Además de Juan Monrós, que formaba parte de la tripulación, en primera fallecieron Servando Ovies y Víctor Peñasco.
Diversos estudios y análisis de datos revelan cómo el poder adquisitivo influyó en las tasas de supervivencia. Los pasajeros de primera clase, que habían pagado los billetes más caros, tenían acceso a los botes salvavidas, situados en su mayoría en la cubierta superior. Los de tercera, en cambio, vieron entorpecido su salvamento por las complicadas rutas de evacuación, ya que estaban alojados en los pisos inferiores. Además, la tripulación cerró algunas puertas como medida de seguridad y quedaron atrapados. Tampoco ayudó que muchos no hablasen inglés.
Luego recibió sepultura en el océano, junto a otros dos compañeros del restaurante, como describen Javier Reyero, Cristina Mosquera y Nacho Montero en el libro Los diez del Titanic. La conmovedora historia de los españoles que vivieron aquel viaje único (LID). Aunque la muestra es muy pequeña, los siete supervivientes nacidos en nuestro país viajaban en segunda clase y, curiosamente, ninguno iba en tercera. Además de Juan Monrós, que formaba parte de la tripulación, en primera fallecieron Servando Ovies y Víctor Peñasco.
Diversos estudios y análisis de datos revelan cómo el poder adquisitivo influyó en las tasas de supervivencia. Los pasajeros de primera clase, que habían pagado los billetes más caros, tenían acceso a los botes salvavidas, situados en su mayoría en la cubierta superior. Los de tercera, en cambio, vieron entorpecido su salvamento por las complicadas rutas de evacuación, ya que estaban alojados en los pisos inferiores. Además, la tripulación cerró algunas puertas como medida de seguridad y quedaron atrapados. Tampoco ayudó que muchos no hablasen inglés.
Clasismo en el rescate del Titanic
Al rescate del Titanic acudió el Carpathia, que alojó a más de 700 personas. Su capitán, Arthur Rostron, demostró una gran capacidad organizativa, pero la ubicación de los supervivientes también refleja que el clasismo imperaba antes, durante y después del naufragio. Así, dividió a quienes habían librado la muerte en primera, segunda y tercera, cedió su camarote y las cabinas de sus oficiales a los pasajeros más ricos y destinó los salones de fumadores y la biblioteca a las clases más bajas.
Al rescate del Titanic acudió el Carpathia, que alojó a más de 700 personas. Su capitán, Arthur Rostron, demostró una gran capacidad organizativa, pero la ubicación de los supervivientes también refleja que el clasismo imperaba antes, durante y después del naufragio. Así, dividió a quienes habían librado la muerte en primera, segunda y tercera, cedió su camarote y las cabinas de sus oficiales a los pasajeros más ricos y destinó los salones de fumadores y la biblioteca a las clases más bajas.
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Javier Reyero, coautor de Los diez del Titanic, recuerda que los supervivientes vinculados a la naviera White Star Line, propietaria del Titanic, negaron en la comisión de investigación que los pasajeros de primera clase tuvieran prioridad en la evacuación del transatlántico. "Ahora bien, debido a la ubicación de los camarotes, tenían un acceso más rápido y fácil a la cubierta donde estaban los botes", explica el periodista, quien añade que no hay una gran diferencia respecto al porcentaje de fallecidos en segunda.
La alta tasa de muertos en tercera, según el profesor universitario, obedece a que el número de pasajeros era mucho mayor, superando a las otras dos clases juntas. "Había personas con dinero que, en viaje turístico o de negocios, estaban dispuestas a comprar un billete caro por un gran camarote, aunque el negocio de la naviera era la inmigración. Los pasajeros de tercera pagaban mucho menos, pero eran muchos más y se alojaban en espacios pequeños. Con ellos, la ganancia era superior".
El Titanic y las víctimas de tercera
Javier Reyero, coautor de Los diez del Titanic, recuerda que los supervivientes vinculados a la naviera White Star Line, propietaria del Titanic, negaron en la comisión de investigación que los pasajeros de primera clase tuvieran prioridad en la evacuación del transatlántico. "Ahora bien, debido a la ubicación de los camarotes, tenían un acceso más rápido y fácil a la cubierta donde estaban los botes", explica el periodista, quien añade que no hay una gran diferencia respecto al porcentaje de fallecidos en segunda.
La alta tasa de muertos en tercera, según el profesor universitario, obedece a que el número de pasajeros era mucho mayor, superando a las otras dos clases juntas. "Había personas con dinero que, en viaje turístico o de negocios, estaban dispuestas a comprar un billete caro por un gran camarote, aunque el negocio de la naviera era la inmigración. Los pasajeros de tercera pagaban mucho menos, pero eran muchos más y se alojaban en espacios pequeños. Con ellos, la ganancia era superior".
El Titanic y las víctimas de tercera
En su libro, relata que a Fermina Oliva —la doncella de Víctor Peñasco y de su esposa, María Josefa Pérez de Soto, de viaje de luna de miel— no la dejaron al principio subir al bote 8 y que cayó en él porque la empujaron. Casi medio siglo después del hundimiento del Titanic, relataba al diario ABC: "A mí me dejaron fuera. Pero empecé a gritar, desesperada, y no tuvieron más remedio que llevarme. Me echaron como un saco de paja desde más de un metro de altura, cuando ya la barca bajaba. ¡Qué horrible fue!".
Juan Monros ni siquiera tuvo la oportunidad de salvarse. Trabajaba como ayudante de camarero del restaurante a la carta del Titanic, donde solo podían comer los pasajeros de primera clase. La White Star Line le había otorgado la concesión al restaurador italiano Luigi Gatti para "garantizar el servicio más distinguido posible". O sea, ofrecía una atención privilegiada para los ricos que exigían una atención todavía más exclusiva. Así, su plantilla superaba los 70 empleados, entre cocineros, pasteleros, camareros, pinches y friegaplatos.
Solo sobrevivieron tres, pues unos miembros de la tripulación les impidieron dirigirse a la cubierta y quedaron atrapados en un corredor de tercera clase. ¿Una muestra de clasismo? "Por las investigaciones y los testimonios, te vas a encontrar con dos puntos de vista. Por un lado, quienes señalan un comportamiento muy despectivo hacia el equipo de Luigi Gatti y creen que fue una decisión deliberada. Por otro, quienes hablan de pura desorganización. Es decir, como no eran pasajeros y tampoco formaban parte de la tripulación, estaban en una especie de limbo y se olvidaron de ellos", razona Reyero.
El coautor de Los diez del Titanic deja claro que, para responder a determinadas cuestiones relacionadas con el rescate, habría que ser un testigo directo. Y, sobre todo, considera que no pueden juzgarse con los ojos de nuestra época unos hechos ocurridos en 1912, incluida la distribución de los supervivientes en los diferentes espacios del Carpathia. "Aunque pudieron cometerse barbaridades de todo tipo, caeríamos en un revisionismo erróneo. No podemos asimilar los acontecimientos que han pasado hace 113 años utilizando parámetros de nuestro tiempo", opina Reyero.
En su libro, relata que a Fermina Oliva —la doncella de Víctor Peñasco y de su esposa, María Josefa Pérez de Soto, de viaje de luna de miel— no la dejaron al principio subir al bote 8 y que cayó en él porque la empujaron. Casi medio siglo después del hundimiento del Titanic, relataba al diario ABC: "A mí me dejaron fuera. Pero empecé a gritar, desesperada, y no tuvieron más remedio que llevarme. Me echaron como un saco de paja desde más de un metro de altura, cuando ya la barca bajaba. ¡Qué horrible fue!".
Juan Monros ni siquiera tuvo la oportunidad de salvarse. Trabajaba como ayudante de camarero del restaurante a la carta del Titanic, donde solo podían comer los pasajeros de primera clase. La White Star Line le había otorgado la concesión al restaurador italiano Luigi Gatti para "garantizar el servicio más distinguido posible". O sea, ofrecía una atención privilegiada para los ricos que exigían una atención todavía más exclusiva. Así, su plantilla superaba los 70 empleados, entre cocineros, pasteleros, camareros, pinches y friegaplatos.
Solo sobrevivieron tres, pues unos miembros de la tripulación les impidieron dirigirse a la cubierta y quedaron atrapados en un corredor de tercera clase. ¿Una muestra de clasismo? "Por las investigaciones y los testimonios, te vas a encontrar con dos puntos de vista. Por un lado, quienes señalan un comportamiento muy despectivo hacia el equipo de Luigi Gatti y creen que fue una decisión deliberada. Por otro, quienes hablan de pura desorganización. Es decir, como no eran pasajeros y tampoco formaban parte de la tripulación, estaban en una especie de limbo y se olvidaron de ellos", razona Reyero.
El coautor de Los diez del Titanic deja claro que, para responder a determinadas cuestiones relacionadas con el rescate, habría que ser un testigo directo. Y, sobre todo, considera que no pueden juzgarse con los ojos de nuestra época unos hechos ocurridos en 1912, incluida la distribución de los supervivientes en los diferentes espacios del Carpathia. "Aunque pudieron cometerse barbaridades de todo tipo, caeríamos en un revisionismo erróneo. No podemos asimilar los acontecimientos que han pasado hace 113 años utilizando parámetros de nuestro tiempo", opina Reyero.
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