Debes practicarla en verano… y en invierno: el dolce far niente es aconsejable en cualquier época del año. Porque esta postura italiana ante el frenesí de la hiperactividad es una llamada a la calma y a la reflexión, a la contemplación y a la paciencia, a una vida en la que cada acto no suponga la consecución de un objetivo, una vida en la que la diversión no sea otro “trabajo” más. Porque cada vez menos gente “sabe divertirse”… sin desenfreno. Se trata, en definitiva, de disfrutar del simple hecho de estar vivo. Sin más.
‘Dolce far niente’: la vida es bella… si la contemplas
Generelizar es peligroso, porque ni a todos los argentinos les gusta el fútbol ni a todos los japoneses trabajar. Ni todos los italianos están de acuerdo con pasar la vida “sin hacer nada”. A buen seguro que si le preguntamos a Miguel Ángel por ello nos diría algo así: “si yo hubiera practicado el dolce far niente (a todas horas), ahora no tendríais una Capilla Sixtina que admirar”. Pero podríamos apostar que el genio florentino también sabía pararse a reflexionar, a contemplar. Y que esos momentos de inactividad laboral, de fluir de la conciencia sin dirección, sin objetivo, facilitaban su posterior (hiper) concentración creativa.
De eso trata, al fin y al cabo, el dolce far niente: de desconectar para, después, conectar más intensamente. ¿Y de qué necesitamos desconectar? De la rumia, de la agitación productiva, de la actividad incesante. Porque cuando hablamos de la necesidad de “desconexión” surge una paradoja: estamos tan conectados a nuestras rutinas más intrascendentes (pero a menudo imprescindibles), las vivimos con tanta intensidad, que terminamos por desconectarnos de la vida. Y así es imposible contemplar la vida. Porque, paradójicamente (también), la gran belleza es contemplar la vida con los ojos cerrados… y la mente abierta (y despierta).
Cada vez más personas adictas a la intensidad (laboral o vacacional) entran en una espiral de hiperactividad que las asfixia física y mentalmente. Consideran que están “viviendo la vida al máximo” pero ni su cuerpo ni su cerebro “opinan” lo mismo: agotados entre tanta experiencia, emoción y propósito ya no son capaces de degustar la vida. Como el que bebe diez copas de vino y, borracho, ya no distingue los deliciosos matices de la bebida que sí podía degustar en la primera o segunda copa, paladeándola: los adictos a la intensidad están ebrios de experiencias y son incapaces, ya, de aprehenderlas, de procesarlas.
La filosofía del dolce far niente, como otras similares que dan valor a la contemplación, aboga por parar, (de vez en cuando) para vivir más y mejor. Porque la “dulzura de no hacer nada” sí que es un verdadero reto y no acumular frenéticamente experiencias y “vivencias”: un reto porque nos obliga a estar con nosotros mismos sin hacer nada más. Porque tal vez los que no pueden parar de “hacer cosas” están, en realidad, huyendo de sí mismos porque temen encontrarse consigo mismos (a solas) en una habitación cerrada… o en una terraza de verano. Piénsalo: ¿eres capaz de estar media hora sin hacer nada, solo contigo mismo?
El ‘dolce far niente’ no es ‘tocarse las narices’
Un detalle del ‘David’ de Miguel Ángel – Unsplash |
Pero no es exactamente así puesto que el párrafo en el que aparece es mucho más largo y tiene una gran profundidad (e ironía) en el análisis histórico de la cultura siciliana. Lo que en realidad se está está exponiendo en esa frase, es que el siciliano está harto de que otros hagan cosas por su “bien”… sin consultarlos: si es así, prefieren no hacer nada, que nadie haga nada (ni bien, ni mal) por ellos.
Pero ni en Sicilia ni en Milán el dolce far niente se traduce como pereza, ni como renuncia, ni como derrota: descansar no es capitular. Al contrario, la contemplación (de la vida) es mayor trabajo (y diversión) que cualquier otro. Ser capaces de sentarnos en una silla a mirar el horizonte (no a fotografiarlo, a mirarlo) es imprescindible, no solo para nuestra salud física y mental, sino también para nuestro conocimiento. Si no nos damos tiempo a pensar (de forma fluida, sin objetivo) no seremos capaces de aprehender, asimilar nuestras experiencias.
Diríamos, en este sentido, que el acto de contemplar es un acto revolucionario. Es más, toda revolución (metafórica o real, individual o colectiva) debería comenzar así, sentado en una silla, contemplando, paseando por el bosque, escuchando el viento entre los árboles. Las mejores ideas, las “revolucionarias”, llegan cuando el pensamiento está lo suficientemente relajado para concebirlas. Si vivimos tan intensamente que el puro pensar se atrofia, no hay lugar para las ideas ni para las revoluciones: entonces otros pensarán por ti y harán por ti (su) revolución… como sucedió en Sicilia durante siglos y sucede en tantos otros lugares.
Así pues, la filosofía del dolce far niente va mucho más allá de comer un plato de pasta y sestear. Porque los italianos no han revolucionado durante siglos la política, la filosofía o el arte a base bostezos y espresso macchiato: también saben hacer unas cuantas cosas más, ¿a que sí, Miguel Ángel?
https://www.publico.es/psicologia-y-mente/dolce-far-niente-la-filosofia-italiana-que-debes-practicar-este-verano/
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