La nueva geografía económica ¿Quién obtiene ventajas en un mundo postestadunidense?

Adam S. Ponen                           29/08/2025 

Adam S. Posen es presidente del Peterson Institute for International Economics (PIIE), que se presenta como "una organización independiente, sin ánimo de lucro y no partidista dedicada a fortalecer la prosperidad y el bienestar humano en la economía global a través de análisis expertos y soluciones políticas prácticas".

Sin embargo en su Consejo de Administración figuran neokeynesianos (o "keynesianos bastardos" cómo los definió Joan Robinson) tan conocidos como Lawrence H. Summers, Barry Eichengreen, Laura D. Tyson, y un gran número de Presidentes o CEOs de diferentes empresas e instituciones financieras. Entre sus Presidentes honorarios se encuentran Alan Greenspan o Jean -Claude Trichet. Por otro lado, entre los expertos que colaboran con el Instituto, estan, entre otros: Richard Baldwin, Olivier Blanchard, Jason Furman, Maurice Obtsfeld, Jean Pisani-Ferry. Entre los donantes para la financiación del Instituto (ver lista de donantes) figuran algunas personas físicas i muchas empresas e instituciones financieras, algunas de ellas muy conocidas.

Estamos hablando, pues, de un think tank del "establishment" norteamericano, neokeynesiano (y neoclásico), y probablemente liberal (o neoliberal), y quizá más próximo a los demócratas que a los republicanos.

Entonces, ¿que nos lleva a publicar un artículo de Adam S. Posen en Sin Permiso? Pues, precisamente, que siendo un think tank del establishment sea tan crítico con la política económica de Trump y, probablemente más importante, porque plantea abiertamente que "La economía mundial postestadounidense ya es un hecho", y hace unas hipótesis sobre hacia dónde puede ir la nueva geografia económica mundial que, viniendo de quien viene, a la izquierda le conviene conocer. SP

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La economía mundial postestadounidense ya es un hecho. El cambio radical en el enfoque económico del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ya ha empezado a modificar las normas, los comportamientos y las instituciones a nivel mundial. Igual que un gran terremoto, ha dado lugar a nuevas características en el panorama y ha dejado obsoletas muchas estructuras económicas existentes. Este acontecimiento fue una decisión política, no un desastre natural inevitable. Sin embargo, los cambios que está impulsando han llegado para quedarse. No hay barreras de protección que puedan restablecer automáticamente el statu quo anterior.

Para comprender estos cambios, muchos analistas y políticos se centran en el grado en que las cadenas de suministro y el comercio de productos manufacturados están cambiando entre los Estados Unidos y China. Pero este enfoque es demasiado limitado. Interrogarse sobre si los Estados Unidos o China continuarán siendo esenciales para la economía global, o centrarse principalmente en las balanzas comerciales, implica subestimar de manera significativa la magnitud y el impacto del cambio de enfoque de Trump, así como el grado de respaldo que el anterior marco estadounidense proporcionaba a las decisiones económicas de casi todos los Estados, instituciones financieras y empresas a nivel mundial.

En esencia, los bienes públicos globales que los Estados Unidos proporcionó después del fin de la Segunda Guerra Mundial —entre otras, la capacidad de navegar con seguridad por los aires y los mares, la presunción que la propiedad está a resguardo de la expropiación, las normas para el comercio internacional y los activos estables en dólares con los cuales realizar transacciones comerciales y almacenar dinero— se pueden considerar, en términos económicos, como formas de seguro. Los Estados Unidos recaudaba primas de los países que participaban en el sistema que lideraba de varias maneras, entre ellas su capacidad para establecer normas que hacían de la economía estadounidense la más atractiva para los inversores. A cambio, las sociedades que se adhirieron al sistema se liberaron de tener que dedicar tantos esfuerzos a proteger sus economías frente a la incertidumbre, lo cual les permitió dedicarse al comercio que los ayudó a prosperar.

Ya se habían acumulado algunas presiones dentro de este sistema antes del ascenso de Trump. Pero, especialmente en su segundo mandato, Trump ha cambiado el papel de los Estados Unidos de asegurador global a extractor de beneficios. En lugar de que el asegurador proteja a sus clientes contra amenazas externas, bajo el nuevo régimen, la amenaza contra la cual se hace el seguro proviene tanto del asegurador como del entorno global. La administración Trump promete librar a sus clientes de sus propios ataques a un precio más alto que antes. Trump ha amenazado con bloquear el acceso a los mercados estadounidenses a gran escala; ha condicionado explícitamente las protecciones que ofrecen las alianzas militares a la compra de armas, energía y productos industriales estadounidenses; ha exigido a los extranjeros que quieran operar en los Estados Unidos que realicen pagos adicionales a sus prioridades personales; y ha presionado en México, Vietnam y otros países para que abandonen los inputs industriales chinos o las inversiones de empresas chinas. Estos actos tienen una magnitud sin precedentes en la historia moderna de los Estados Unidos.

La retirada de los Estados Unidos de su antiguo seguro cambiará fundamentalmente el comportamiento de los clientes del país y de los clientes de sus clientes, y no en el sentido que espera Trump. China, el país el comportamiento del cual desean cambiar la mayoría de los funcionarios estadounidenses, será probablemente el menos afectado, mientras que los aliados más próximos de los Estados Unidos serán los más perjudicados. Al ver sufrir a estos aliados dependientes, otros socios de los Estados Unidos buscarán asegurarse por su cuenta, con un gran coste para ellos. Será más difícil salvar los activos y las inversiones en el extranjero serán menos atractivas. A medida que aumente su exposición a los riesgos económicos y de seguridad mundiales, los gobiernos se darán cuenta de que tanto la diversificación exterior como la política macroeconómica se han convertido en herramientas menos eficaces para estabilizar sus economías.

Algunos sostienen que la nueva postura de Trump simplemente impulsará un reajuste potencialmente deseable. Según este punto de vista, aunque su programa exige que tanto los gobiernos como las empresas paguen más por menos, el mundo acabará aceptando su nueva normalidad, en beneficio de los Estados Unidos. Esto es una ilusión. En el mundo que crea el programa de Trump, todos sufrirán, y no en menor medida, Estados Unidos.

 

EL PARAÍSO DE LOS GÁNSTERES

Imagine que tiene la suerte de heredar un terreno junto al mar. Siempre ha tenido unas vistas magníficas y acceso a la playa. Pero solo ha invertido en construir una gran casa en el terreno cuando ha aparecido una empresa muy regulada y fiable que le ha ofrecido un seguro de hogar suficiente. Por supuesto, tuvo que pagar una buena suma por ella. Pero la cobertura de esta compañía también permitió construir a los propietarios de los terrenos vecinos, lo cual inspiró la creación de un barrio próspero con carreteras, agua, torres de telefonía móvil, aumento del valor de las viviendas y, lo más importante, la garantía que, si continuaba pagando las primas del seguro contra inundaciones y huracanes, cualquier inversión adicional que se hiciese en su propiedad tendría un riesgo bajo.

En esencia, esta es la situación económica en la cual funcionó gran parte del mundo durante casi 80 años. Los Estados Unidos obtuvieron enormes beneficios al actuar como proveedor dominante de seguros a nivel mundial después de la Segunda Guerra Mundial. Al asumir este papel, también mantuvo cierto control sobre las políticas económicas y de seguridad de otros países sin tener que recurrir a amenazas severas. A cambio, los países que participaban en el sistema estaban protegidos de varias formas de riesgo. La supremacía militar de Washington y los mecanismos del orden internacional que imponía permitieron que las fronteras nacionales permanecieran en su mayoría estables; la mayoría de las economías podían prosperar sin la amenaza de la conquista. Entre 1980 y 2020, los ingresos convergieron en general tanto entre los Estados participantes como dentro de ellos.

Las injusticias económicas persistieron; a veces, fueron impuestas por los Estados Unidos. Pero, en general, este régimen de seguridad global fue beneficioso para casi todos en cuanto a la estabilidad económica, la innovación y el crecimiento. La violencia y la guerra disminuyeron en general, y los Estados más pobres pudieron integrar mejor sus economías en los mercados de mayor renta que se abrieron al comercio. Esta seguridad puede haber descansado en una ilusión común sobre lo poco que costaría mantener la estabilidad geopolítica en términos de inversión y acción militar. Pero este régimen persistió durante décadas, en parte porque los responsables políticos de ambos partidos de los EE. UU. valoraban el sistema y en parte porque suficientes actores externos creían en él y se beneficiaban.

Ahora, esta sensación de seguridad ha desaparecido. Imagine, de nuevo, su hipotética casa frente al mar. Algunas amenazas a tu propiedad han empezado a aumentar: el nivel del mar está subiendo y los huracanes son cada vez más mortíferos. Sin embargo, en lugar de limitarse a aumentar la prima, su aseguradora, en la cual usted ha confiado durante mucho de tiempo y a la cual ha pagado diligentemente, de repente empieza a rechazar sus reclamaciones por daños salvo que pague el doble de la tarifa oficial y le pase un poco extra bajo mano. Incluso si paga lo que le piden, la aseguradora le escribe para decirle que triplicará el precio de su prima general por una cobertura menos completa. No hay aseguradoras alternativas disponibles. Mientras tanto, tus impuestos empiezan a subir y los servicios públicos cotidianos se vuelven menos fiables a causa de las exigencias que la respuesta a los desastres impone en su comunidad.

Trump no es el único responsable del colapso del régimen económico que prevaleció durante 80 años. La lista de factores que contribuyeron a esto —las amenazas subyacentes que no plantea su aseguradora, en la analogía de la casa en la playa— es larga. El auge de China y la respuesta de los Estados Unidos han influido. También lo han hecho el cambio climático, el avance de las tecnologías de la información y la comprensible pérdida de confianza del electorado de los Estados Unidos en las élites gobernantes después de las intervenciones del país en Afganistán e Irak, la crisis financiera mundial de 2008-2009 y la pandemia de COVID-19.

Pero las políticas de la administración Trump constituyen un claro punto de inflexión. Los partidarios del presidente a veces describen estas políticas como un simple reajuste del riesgo: el asegurador del mundo libre está ajustando sus tarifas y servicios para adaptarse a las nuevas realidades y corregir una tendencia anterior a subvalorar sus ofertas. Esta descripción es errónea. La administración Trump ha dejado claro que quiere que los Estados Unidos opere con un esquema completamente diferente, en el cual utiliza la incertidumbre como arma y la mantiene para obtener el máximo beneficio a cambio del mínimo esfuerzo.

Trump y sus asesores argumentarían que se trata de una simple reciprocidad o un trato justo para países que, en su opinión, explotaron a los Estados Unidos durante décadas. Sin embargo, estos países nunca obtuvieron nada que se acercara ni remotamente a lo que recibió Estados Unidos: préstamos a largo plazo a tipos de interés ridículos para el Gobierno de los EE. UU.; inversiones extranjeras desproporcionadamente elevadas en empresas estadounidenses y en la mano de obra estadounidense; una adhesión casi global a las normas técnicas y jurídicas de los Estados Unidos, lo cual benefició a los productores con sede en los Estados Unidos; la dependencia del sistema financiero de los EE. UU. para la gran mayoría de las transacciones y reservas mundiales; el cumplimiento de las iniciativas estadounidenses en materia de sanciones; pagos por el estacionamiento de tropas de los Estados Unidos; dependencia generalizada de la industria de defensa de los EE. UU.; y, lo mejor de todo, un aumento sostenido del nivel de vida estadounidense. Los Estados Unidos no solo se benefició enormemente de ser un proveedor de seguros que otros valoraban, sino que sus aliados también cedieron muchas decisiones importantes relacionadas con la seguridad a Washington.

Lo mejor de ofrecer seguros es que, durante años, no tienes que hacer ni pagar nada para cobrar las primas. Esto es todavía más cierto en el caso del seguro económico que los Estados Unidos proporcionaba a nivel mundial que en el de un proveedor de seguros domésticos, puesto que la mera existencia de las garantías de seguridad estadounidenses reducía las amenazas reales para los asegurados. Esto reducía el número de reclamaciones pagadas. Pero la Administración Trump está abandonando este modelo de negocio rentable y estable en favor de otro que refuerza el ciclo contrario. Cada vez menos clientes correrán más riesgos. Las empresas, los gobiernos y los inversores ya están cambiando radicalmente sus prácticas para intentar asegurarse por su cuenta.

 

LUCHAR O HUIR

En realidad, el enfoque de Trump causará el mayor mal a las economías más vinculadas a la economía estadounidense y que más daban por sentadas las reglas del juego anteriores: Canadá, Japón, México, Corea del Sur y el Reino Unido. Tomemos el ejemplo del Japón: apostó por los Estados Unidos a largo plazo, invirtiendo sustancialmente en la producción en este país durante más de 45 años y transfiriendo sus innovaciones tecnológicas y de gestión a lo largo del camino. Ha colocado la mayor parte de los ahorros de su población en bonos del Tesoro estadounidense durante más tiempo que cualquier otra economía. Japón aceptó servir como portaaviones flotante de los Estados Unidos en primera línea con China y mantiene tropas estadounidenses en Okinawa a pesar de la creciente oposición interna. Japón apoyó a la primera administración Trump en el G-7 y el G-20, siguió a la administración Biden en la adopción de sanciones paralelas contra Rusia después de la invasión de Ucrania y, desde 2013, ha aumentado sustancialmente su gasto militar en línea con las prioridades políticas de los Estados Unidos.

Hasta este año, lo que Japón obtenía a cambio era una cobertura fiable de nivel platino. Los inversores y las empresas japonesas podían dar por sentado que podían vender sus productos de manera competitiva en el mercado estadounidense, ingresar y retirar sus ahorros en bonos del Tesoro de los Estados Unidos y otros activos denominados en dólares según fuera necesario, e invertir con seguridad en la producción en los Estados Unidos. La estrategia económica del Japón de cara al segundo mandato de Trump se basaba en el supuesto de que esta cobertura continuaría, aunque a un precio más alto: en 2023 y 2024, las empresas japonesas anunciaron planes de inversión que ponían de relieve su disposición a invertir todavía más capital en industrias estadounidenses, incluidas las no competitivas, como la siderúrgica, y a renunciar aparte de su cuota de mercado en China para coordinarse con los Estados Unidos.

El acuerdo comercial anunciado a mediados de julio entre los Estados Unidos y Japón ha aumentado el precio para el Japón mucho más allá de esto y ha disminuido la cobertura del Japón. Los aranceles del 15% impuestos al país son diez veces superiores a los anteriores y afectan los automóviles y las piezas de automóviles, el acero y otras importantes industrias japonesas. Japón se comprometió a crear un fondo que invierta un 14% adicional del PIB del país en los Estados Unidos —dinero que se gastará a discreción personal de Trump— y que cederá una parte de los beneficios en los Estados Unidos. Esto supone una enorme rebaja de los rendimientos esperados y del control de los ahorradores japoneses en comparación con sus anteriores inversiones en el sector privado, que no estaban sujetos a una supervisión tan arbitraria por parte del Gobierno de los EE. UU. Las disposiciones explícitas que obligan al Japón a comprar aviones, arroz y otros productos agrícolas estadounidenses, así como a apoyar a la extracción de gas natural en Alaska, exponen al país a nuevos riesgos. Incluso si Japón cumple el acuerdo, continuará siendo vulnerable a las posibles decisiones de Trump de aumentar unilateralmente su prima y reducir todavía más su cobertura. Mientras tanto, las recientes concesiones de Washington en China en el comercio de semiconductores reducen todavía más los beneficios para el Japón de seguir una vía económica basada en la alianza.

La administración Trump esperaba que sus principales aliados pagarían cualquier precio por la protección estadounidense. Hasta ahora, Japón, México, Filipinas y el Reino Unido han seguido un enfoque muy similar al que esperaba la Administración Trump. A corto plazo, estos países han decidido que su destino tiene que estar ligado al de los Estados Unidos, cueste lo que cueste. Pero Trump subestimó el grado en que la proximidad de los aliados a los Estados Unidos los llevaría a considerar la nueva postura de Washington como una traición impactante. La popularidad de los Estados Unidos ha disminuido drásticamente: en la encuesta realizada por el Pew Research Center en la primavera de 2025 sobre la actitud hacia los Estados Unidos, la proporción de ciudadanos japoneses que veían favorablemente al país había bajado 15 puntos porcentuales respecto al año anterior; la valoración favorable del país se había desplomado 20 puntos entre los canadienses y 32 puntos entre los mexicanos. Este cambio tan grande y negativo refleja la sensación de decepción que solo pueden sentir quienes realmente han invertido en una relación.

Las preocupaciones por la seguridad nacional, los lazos existentes y, en el caso del Canadá y México, la proximidad geográfica limitarán el grado en que los aliados más próximos de los Estados Unidos podrán deshacerse de su dependencia económica. Sin embargo, tienen más margen para hacerlo del que aprecian los defensores del enfoque económico de Trump. Canadá se ha resistido a los intentos de Trump de revisar unilateralmente el acuerdo comercial entre los Estados Unidos, México y Canadá de 2020 e imponer aranceles asimétricamente elevados a los productos canadienses. El primer ministro Mark Carney y todos los primeros ministros provinciales del Canadá anunciaron en julio que, para reducir la dependencia del país de los Estados Unidos, habían acordado limitar sus concesiones a las crecientes demandas de Trump y buscar activamente una mayor integración interna. Carney también se comprometió a ampliar el comercio con la UE y otras entidades.

Otros aliados próximos de los Estados Unidos, como Australia y Corea del Sur, probablemente decidirán que, a corto plazo, no tienen más remedio que alinearse con los Estados Unidos. Sin embargo, con el tiempo, es muy posible que los aliados se cansen de los beneficios cada vez menores que reporta la política de apaciguamiento y reorienten sus inversiones. Igual que Canadá, intentarán ampliar sus vínculos con China, la UE y la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN). Pero esta reorientación tendrá consecuencias negativas para todas estas economías. Dependían económicamente de los Estados Unidos por buenas razones; si los mercados, las inversiones y los productos sustitutivos fueran igual de valiosos, los habrían elegido desde el principio. Sin los seguros estadounidenses a precios justos, la propuesta de valor cambia.

 

DEJADOS ATRÁS

La conmoción provocada por Trump también ha afectado a otras grandes agrupaciones económicas. La ASEAN y la UE siempre han estado menos alineadas con los Estados Unidos en materia de política económica y de seguridad que los cinco aliados más integrados. Los dos bloques son varios, con una gran variedad de especializaciones comerciales, ventajas y orientaciones políticas entre sus miembros. Sin embargo, ellos y sus Estados miembros —en particular Alemania, Francia, los Países Bajos, Singapur, Suecia y Vietnam— también han basado su comportamiento económico en el seguro que los Estados Unidos los proporcionaban anteriormente. Como resultado, llegaron a ejercer un papel destacado en las cadenas de suministro y la inversión tecnológica de los Estados Unidos. Sus gobiernos y ciudadanos invirtieron grandes cantidades de dinero en la economía estadounidense a través de la inversión extranjera directa, la compra de bonos del Tesoro y la participación en el mercado bursátil de los EE. UU. Acordaron sumarse a las sanciones y los regímenes de control de las exportaciones de los Estados Unidos, aunque de forma menos sistemática, y apoyaron directamente al ejército estadounidense.

Trump ha sometido ahora a estos países a aranceles masivos y amenazas arancelarias, así como a solicitudes bilaterales de concesiones específicas y pagos paralelos, como la exigencia de que compren más gas natural estadounidense o que transfieran la producción industrial a los Estados Unidos. Estos actores económicos tienen más opciones a la hora de decidir cuánto esfuerzo quieren dedicar a mantener las relaciones con los Estados Unidos. Y están cambiando su comportamiento más rápidamente, reforzando los vínculos económicos entre ellos y con China. Tanto el ASEAN como la UE tenían inicialmente mayores vínculos comerciales con China que con los Estados Unidos; esta brecha se está ampliando, no solo porque la economía china está creciendo, sino también porque los Estados Unidos está limitando sus exportaciones e importaciones con China y sus inversiones en este país. Durante la última década, la participación de China en las cadenas de suministro industrial de Europa y el sudeste asiático aumentó considerablemente, mientras que la de los Estados Unidos disminuyó.

No es sostenible para la UE, y mucho menos para la ASEAN, aislar económicamente a China, y los beneficios de hacer negocios con este país no harán más que aumentar a medida que los Estados Unidos abandonen la escena. El comercio con China no sustituye la garantía que antes ofrecían los Estados Unidos. Pero a medida que el régimen de Trump hace que los Estados Unidos sea menos competitivo como lugar de producción y limita el acceso al mercado estadounidense (reduciendo el potencial de crecimiento de este mercado), la expansión del comercio y la inversión con China puede proporcionar a estos bloques una compensación parcial. Como entidades económicas importantes por derecho propio, los países asiáticos y europeos tienen una capacidad mucho mayor para seguir un camino diferente, aunque gastan más a asegurarse por sí mismos que antes. Por ejemplo, los pedidos de aviones Eurofighter como alternativa a los aviones de combate estadounidenses se han disparado entre los miembros de la OTAN, como España y Turquía. Y el Gobierno indonesio, en la primavera de 2025, firmó nuevos acuerdos económicos con China, entre los cuales se incluye un proyecto de parque industrial «gemelo» de aproximadamente 3000 millones de dólares que conectará Java Central con la provincia de Fujian. Se espera que el proyecto cree miles de puestos de trabajo en Indonesia en un momento en el cual los Estados Unidos no ofrecen nada parecido. El banco central de Indonesia y el Banco Popular de China también han acordado promover el comercio en monedas locales, y ambos países se han comprometido a reforzar su cooperación marítima; ambos acuerdos sorprendieron a los responsables políticos de los EE. UU.

Además (y cosa que es más importante), la política económica de Trump está reforzando y acelerando la separación de dos niveles claros de mercados emergentes en términos de su resistencia a las crisis macroeconómicas. Durante las crisis financieras de 1998-1999 y 2008-2009, incluso las economías emergentes más grandes —Brasil, India, Indonesia y Turquía— se vieron gravemente afectadas. Sin embargo, se han vuelto mucho más resilientes gracias a las reformas internas y a las nuevas oportunidades de exportación e inversión que los han brindado los países más ricos (entre ellos China). Durante la pandemia de COVID-19 y la posterior subida masiva de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal de los Estados Unidos, sus economías no sufrieron grandes daños financieros. Los mercados emergentes más grandes pudieron continuar ajustando sus políticas fiscales y monetarias con cierta autonomía.

Por el contrario, decenas de economías de ingresos bajos y medios acumularon deuda a un ritmo devastador. Desde 2000, la disminución de los ingresos reales en estos países ha compensado con creces las ganancias que habían obtenido en la década anterior. El nuevo enfoque de Trump ha cerrado todavía más sus oportunidades económicas, y la forma en que ha alentado a los mercados emergentes más grandes, en particular la India, a adoptar sus propias políticas de prioridad nacional solo profundiza el aislamiento de las economías más pobres.

El capital busca oportunidades, pero también seguridad. La retirada de los Estados Unidos de los seguros económicos y el gran giro de Trump contra la ayuda exterior y el desarrollo reforzarán la preferencia de los inversores por lugares relativamente estables. Así, es probable que los países más pobres de América Central, Asia Central y Meridional y África se queden estancados en una situación económica desfavorable, con pocos medios para salir, mientras que los mercados emergentes más grandes y geopolíticamente importantes se volverán, en términos relativos, más atractivos. Algunos de los países más pobres llegarán a acuerdos, por ejemplo, proporcionando en los Estados Unidos un acceso preferente a sus recursos o sirviendo de destino para los deportados estadounidenses. Sin embargo, esta respuesta no puede generar el tipo de crecimiento sostenible que muchas economías emergentes disfrutaron bajo el antiguo régimen de seguros de los Estados Unidos.

 

SÓLIDO Y LÍQUIDO

Sin embargo, quizás el cambio más importante que ha introducido Estados Unidos en su sistema de seguros es la reducción de la liquidez del dólar, lo cual disminuye la seguridad de las carteras de los ahorradores de todo el mundo. Los activos de los EE. UU. que antes se consideraban de bajo o nulo riesgo ya no se pueden considerar totalmente seguros. Esto tendrá consecuencias de gran alcance para la disponibilidad y el flujo de capital a nivel mundial.

Durante la campaña electoral de Trump en 2024 y desde que asumió el cargo, altos funcionarios de su administración han amenazado repetidamente con atrapar a los inversores en bonos del Tesoro estadounidense, por ejemplo, obligando a los países y las instituciones a cambiar sus tenencias actuales por deuda a más largo plazo o perpetua, castigando los gobiernos que promueven el uso de monedas distintas del dólar y grabando a los inversores extranjeros con tipos más altos que a los nacionales. Los funcionarios de la administración Trump todavía no han cumplido sus amenazas. Pero estas amenazas, combinadas con los repetidos ataques a la independencia de la Reserva Federal y las promesas de depreciar el dólar, están socavando progresivamente la estabilidad percibida del dólar y los bonos del Tesoro.

El problema subyacente es que el mundo tiene más ahorros que lugares seguros donde guardarlos. Las economías con excedentes de efectivo, como China, Alemania y Arabia Saudí, así como ejemplos más pequeños, pero llamativos como Noruega, Singapur y los Emiratos Árabes Unidos, no pueden mantener todos sus ahorros en casa por tres razones. En primer lugar, sus ahorradores carecerían de diversificación si su economía se viera afectada por una crisis específica del país. En segundo lugar, forzar la entrada de enormes cantidades de ahorro en estos mercados, en su mayoría pequeños, distorsionaría los precios de los activos, lo cual provocaría burbujas, inestabilidad financiera y cambios bruscos en los patrones de ocupación. Y en tercer lugar, esos países no emiten suficiente deuda pública, al menos no la suficiente como para que los extranjeros la quieran mantener. Por eso, durante décadas, el mercado de bonos del Tesoro estadounidense, único por su profundidad, amplitud y aparente seguridad, y los activos denominados en dólares en general, han absorbido la mayor parte del exceso de ahorro mundial.

Entre las muchas ventajas que los bonos del Tesoro y otros mercados públicos estadounidenses ofrecían a los inversores globales, la más atractiva era la amplia liquidez. Los inversores podían convertir los activos que tenían en estos mercados en efectivo con pocos o ningún retraso o coste. La valoración de sus inversiones se mantenía estable y, a diferencia de lo que ocurría en mercados más pequeños, ni siquiera las transacciones de gran volumen provocaban fluctuaciones en los precios. Los inversores no tenían que preocuparse de que sus contrapartes no aceptaran su forma de pago. Con la excepción de los delincuentes conocidos y las entidades objeto de sanciones, todo el mundo podía confiar en la estabilidad y la flexibilidad de las inversiones denominadas en dólares, lo cual a su vez reducía el riesgo que las empresas se enfrentaran a problemas de liquidez o perdieran oportunidades.

El dominio del dólar, que iba mucho más allá del que justificaban el PIB o la cuota de comercio mundial de los Estados Unidos, constituía otro tipo a buen seguro beneficioso para todos. Los Estados Unidos cobraban primas en forma de intereses más bajos por su deuda y tipo de cambio más estables. Tanto los americanos como los extranjeros poseedores de títulos se beneficiaban. Incluso cuando se producía una crisis financiera o geopolítica originada en los Estados Unidos, los inversores daban por sentado que la economía estadounidense continuaría siendo más segura que otras. Cuando los mercados de los EE. UU. desencadenaron directamente una recesión mundial en 2008, los tipos de interés y el dólar cayeron y después subieron juntos a medida que el capital extranjero fluía hacia el mercado estadounidense.

Ahora, el dólar parece comportarse como la mayoría de las divisas, es decir, moverse en dirección opuesta a los tipos de interés. Hasta abril de este año, el dólar siguió de cerca los movimientos diarios del tipo de interés de los bonos del Tesoro estadounidense a diez años. Desde los anuncios arancelarios del 2 de abril por parte de la Administración, la correlación entre los tipos de interés estadounidenses y el dólar se ha invertido, lo cual indica que hay algo más que las noticias económicas diarias que está provocando la caída del dólar.

En varias ocasiones a lo largo de este año, la Administración Trump ha anunciado cambios políticos sorprendentes que han provocado volatilidad económica: el 2 de abril, los aranceles del «Día de la Liberación»; en mayo, el paquete de gasto «One Big Beautiful Bill»; y, a lo largo del mes de junio, varias amenazas de imponer aranceles adicionales, así como el bombardeo estadounidense de Irán. En respuesta a cada uno de estos acontecimientos, el dólar cayó, mientras que los tipos de interés a largo plazo de los EE. UU. subieron, lo cual indica una salida de capitales en respuesta a la agitación.

De manera similar, a lo largo de la historia moderna, la imposición de aranceles ha provocado apreciaciones de las monedas, incluso durante el primer mandato de Trump. Este año, sin embargo, el dólar se ha depreciado a medida que el presidente ha impuesto aranceles. Esta importante ruptura con el patrón histórico sugiere que las preocupaciones mundiales sobre la inestabilidad de la política estadounidense han empezado a superar la habitual fuga hacia la seguridad que empujó al alza el dólar.

El enfoque hostil e impredecible de la Administración Trump hacia las alianzas militares lideradas por los Estados Unidos ha erosionado todavía más el apoyo al dólar. La nueva postura de Washington aumenta el riesgo de que sancione incluso a inversores extranjeros aliados. Y a medida que las alianzas lideradas por los Estados Unidos tienen menos poder para tranquilizar, otros gobiernos están aumentando su gasto en defensa, lo cual aumenta el atractivo relativo de sus monedas. Los mercados de bonos de la UE, por ejemplo, se están haciendo más grandes y profundos a medida que aumenta el gasto en defensa financiado con deuda en el norte y el este de Europa. El euro ofrece más ventajas en Ucrania, los Estados balcánicos y algunos países de Oriente Medio y el norte de África que pretenden reducir su vulnerabilidad a los caprichos de los Estados Unidos buscando armas, comercio, inversiones, préstamos y ayuda en el desarrollo denominados en euros.

 

COBRADORES DE DEUDAS

Sin embargo, los mercados europeos y otros no pueden replicar plenamente las ventajas que antes conferían los activos denominados en dólares. Los inversores de todo el mundo, incluidos los estadounidenses, simplemente tendrán menos lugares seguros donde colocar sus ahorros a medida que los activos estadounidenses pierden liquidez. Esta mayor inseguridad hará subir los tipos de interés medios a largo plazo de la deuda pública estadounidense justo cuando se está emitiendo mucha más deuda. Todos los prestatarios, privados y soberanos, que participan en el sistema financiero estadounidense, sentirán el impacto de esta subida de los tipos de interés, puesto que todos los préstamos se fijan en función de los tipos del Tesoro en cierto sentido.

Algunos ahorradores, en particular los chinos, podrían intentar sacar sus activos de los mercados estadounidenses. Pero esta fuga ejercerá una presión deflacionista sobre sus economías nacionales, puesto que sus rendimientos globales se reducirán y el exceso de ahorro quedará embotellado en mercados que ya tenían un conjunto más limitado de oportunidades de inversión. Mientras tanto, el valor de los activos alternativos —divisas distintas del dólar, materias primas tradicionalmente consideradas reservas de valor, como el oro y la madera, y los nuevos productos de criptomonedas— se disparará. Dado que estos activos son menos líquidos, es casi seguro que estas subidas provocarán crisis financieras periódicas y complicarán enormemente los retos a los cuales se enfrenten los gobiernos en la hora de utilizar la política monetaria para estabilizar las economías. Esto supondrá una pérdida para el mundo, sin ningún beneficio neto para la economía estadounidense.

Igual que las sequías persistentes motivan a las personas a proteger celosamente el acceso a sus suministros de agua, la falta de liquidez en los mercados mundiales anima a los gobiernos a garantizar que su deuda se financie en el país en lugar de dejarla en manos del mercado. Estas medidas suelen adoptar la forma de lo que se denomina represión financiera: obligar a las instituciones financieras (y, en última instancia, a los hogares) a mantener más deuda pública de la que tendrían de otro modo, mediante una combinación de regulaciones, controles en la salida de capitales y la asignación forzosa de deuda de nueva emisión. La represión financiera tiende a reducir la rentabilidad de los ahorradores y aumenta su vulnerabilidad a la expropiación de facto.

En última instancia, la menor disponibilidad de financiación dificulta que las empresas privadas y los gobiernos puedan superar las recesiones temporales antes de agotar sus fondos. Tendrán que acumular reservas para cubrir sus obligaciones en dólares (como préstamos pendientes o interbancarios) en caso de dificultades financieras. Si los países se tienen que autoasegurar, tanto los gobiernos como las empresas se volverán más reacios al riesgo y tendrán menos recursos disponibles para invertir, especialmente en el extranjero, lo cual reforzará la fragmentación de la economía mundial.

 

PERDEDORES

Sin el seguro que proporcionaban los Estados Unidos, surgirán nuevos vínculos entre las economías y nuevas vías de inversión. Pero serán más costosos de construir y mantener, menos accesibles y menos fiables. Sin duda, los países tratarán de asegurarse por sí mismos, pero estos esfuerzos serán intrínsecamente más costosos y menos eficaces que cuando el riesgo se agrupaba bajo un único asegurador. Navegar por la economía mundial nunca ha sido un camino fácil. Pero después del terremoto del cambio de régimen económico de Trump, el terreno se ha vuelto mucho más accidentado.

 Al fin y al cabo, el dinero que se gasta en seguros es dinero que no se puede gastar en otras cosas. Los gobiernos, las instituciones y las empresas tendrán que pagar simplemente para protegerse contra los males resultados, en lugar de financiar los bonos. Las oportunidades de inversión y las opciones de los consumidores se reducirán. El crecimiento de la productividad (y, por lo tanto, el crecimiento de los ingresos reales) se retardará a medida que se contraigan la competencia comercial, la innovación y la cooperación mundial para crear nuevas infraestructuras. Muchos de los mercados emergentes más pobres perderán por completo la cobertura frente a las amenazas, precisamente en un momento en que los riesgos a los cuales se enfrentan están aumentando considerablemente.

 Esto significa un mundo peor para casi todo el mundo. Aun así, en medio de este cambio, el entorno económico inmediato de China será lo menos alterado, a pesar de las afirmaciones previas de Trump que diseñaría sus políticas económicas para atacar en Pekín de forma más agresiva. China está relativamente bien posicionada para intentar autoasegurarse después de la retirada de los Estados Unidos. Más que cualquier otra economía importante, ya había empezado a reducir su dependencia de los Estados Unidos en materia de exportaciones, importaciones, inversiones y tecnología. Que China sea capaz de aprovechar las nuevas oportunidades externas que se le presentan con la retirada de los Estados Unidos dependerá de si puede superar el escepticismo de otros países sobre su fiabilidad como asegurador. ¿Se limitará a aplicar el mismo tipo de protección que los Estados Unidos, o incluso peor?

Es una ironía trágica y destructiva que, en nombre de la seguridad nacional, los Estados Unidos está ahora perjudicando a los aliados que más han contribuido a su bienestar económico, mientras deja a China en una posición mucho menos desfavorable. Por eso es profundamente errónea la creencia de los funcionarios de Trump de que estos aliados próximos simplemente aceptarán el «reequilibrio» que se los impone. Estos gobiernos serán pragmáticos, pero este pragmatismo adoptará una forma muy diferente a la que desea la Administración Trump. Durante décadas, le dieron a Washington el beneficio de la duda. Ahora están perdiendo sus ilusiones y ofrecerán menos a los Estados Unidos, no más.

Habrá oportunidades en este nuevo panorama. Pero involucrarán cada vez menos a la economía estadounidense. La posibilidad más prometedora es que los países europeos y asiáticos, excluyendo a China, se unan para crear un nuevo espacio de relativa estabilidad. La UE y el Acuerdo Integral y Progresista de Asociación Transpacífica, una alianza compuesta principalmente por Estados del Indo-Pacífico, ya están explorando nuevas formas de cooperación. En junio, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, describió estas negociaciones como un esfuerzo para «rediseñar» la Organización Mundial del Comercio para «demostrar al mundo que el libre comercio con un gran número de países es posible sobre una base normativa». Estas economías también podrían hacer más para garantizar los derechos de inversión mutuos, crear mecanismos vinculantes para resolver las disputas comerciales y poner en común su liquidez para responder a las crisis financieras. Podrían tratar de mantener la función y la influencia del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, protegiendo estas instituciones de la parálisis que se produciría si China o los Estados Unidos trataran de vetar iniciativas necesarias.

Sin embargo, si quieren mantener una parte de la apertura y la estabilidad anteriores de la economía mundial, estos países tendrán que crear bloques con una filiación selectiva en lugar de seguir un enfoque estrictamente multilateral. Esto sería un pobre sustituto del sistema que ha presidido Estados Unidos. Pero sería mucho mejor que aceptar simplemente la economía que está creando ahora la administración Trump.

En cuanto a los mismos Estados Unidos, por muchos acuerdos comerciales bilaterales que negocien, por muchas economías que parecen —en un primer momento— alinearse con Washington a un alto coste, el país se verá cada vez más marginado en el comercio y la tecnología y menos capaz de influir en las decisiones de inversión y seguridad de otros países. Las cadenas de suministro estadounidenses que la Administración Trump afirma querer proteger se volverán menos fiables, intrínsecamente más costosas, menos diversificadas en su abastecimiento y más expuestas a los riesgos derivados de las crisis específicas de los Estados Unidos. Dejar atrás a gran parte del mundo en desarrollo no solo aumentará los flujos migratorios y provocará crisis de salud pública, sino que impedirá a los Estados Unidos aprovechar las oportunidades potenciales del mercado. Las medidas de la administración Trump para asustar la inversión extranjera erosionarán el nivel de vida de los estadounidenses y la capacidad del ejército estadounidense. Es probable que las marcas europeas, asiáticas e incluso brasileñas y turcas ganen cuota de mercado a expensas de las empresas estadounidenses, mientras que las normas técnicas de productos como los automóviles y las tecnologías de servicios financieros se alejarán cada vez más de las normas estadounidenses. Muchos de estos fenómenos se reforzarán entre sí, lo cual dificultará su reversión incluso después de que Trump abandone la Casa Blanca.

Cómo dice la canción, no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. La administración Trump ha pavimentado el paraíso y ha construido un casino, que pronto será un aparcamiento vacío.

 
es presidente del Peterson Institute for International Economics. Ha sido consultor del Fondo Monetario Internacional y de los gobiernos de los Estados Unidos, el Reino Unido y Japón. De 1994 a 1997, fue economista del Banco de la Reserva Federal de Nueva York y, de 2009 a 2012, miembro externo con derecho a voto del Comité de Política Monetaria del Banco de Inglaterra, encargado de fijar los tipos de interés. Es coeditor, junto con Jean Pisani-Ferri, de The Green Frontier: Assessing the Economic Implications of Climate Action.
Fuente:
https://www.foreignaffairs.com/united-states/new-economic-geography-posen
Traducción:
Antoni Soy Casals





































































































https://www.sinpermiso.info/textos/la-nueva-geografia-economica-quien-obtiene-ventajas-en-un-mundo-postestadunidense

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