Los millonarios de Silicon Valley hacen cola para cortejar a Trump y se apoyan en la ultraderecha creciente para imponer su egoísta meta: el lucro. Pero las presiones privadas no deben ganar a la democracia. Hay vías para contrarrestarlas.
Mark Zuckerberg, Lauren Sánchez, Jeff Bezos, Sundar Pichai y Elon Musk, el 2o de enero de 2025, en la toma de posesión de Donald Trump como presidente de EEUU.Getty Images
Carmen Rengel 05/04/2025
Esta nueva era a la que el mundo se está viendo arrastrado tiene, entre otras muchas, una particularidad especial: el desembarco de señores ricos, riquísimos, en el poder. Lo hacen indirectamente, no ocupando cargos estatales -Elon Musk es una excepción-, sino marcando agenda, determinando elecciones con su dinero y aprovechando el desconcierto generalizado para promover legislaciones que les convienen, basadas sobre todo en la hipervigilancia, el control de datos -y, por tanto, de los ciudadanos- y el enriquecimiento egoísta, por encima del bien común.
Es lo que se ha dado en llamar broligarchy, o sea, broligarquía, el gobierno de los brothers, los bros, los hermanos, los colegas, los amigos, una cuadrilla que forman los dueños de las grandes empresas tecnológicas de Silicon Valley, en cuyas manos están desde los sistemas operativos con los que manejamos nuestros ordenadores a las redes sociales en las que mostramos nuestra vida.
Estos tech bros, como también se les llaman, presionan desde X, Meta, Apple, Google o Amazon para hacer un sistema a su manera y están encontrando políticos a su merced o, como poco, dispuestos a escucharles, a hacerles favores y a poner su agenda -generalmente represiva y controladora, o sea, ultraderechista- bien arriba. El caso del Estados Unidos de Donald Trump es el mejor ejemplo. Los jefes de esas empresas -Elon Musk, Mark Zuckerberg, Tim Cook, Sundar Pichai y Jeff Bezos- estuvieron todos en un lugar privilegiado en la toma de posesión del magnate, el pasado 20 de enero. Ahora, por cierto, estos tecnomagnates han perdido más de dos billones de dólares por la crisis bursátil generada por los nuevos aranceles de EEUU.
Pero esa es otra historia. Hablábamos de poder y de influencia y eso, la verdad, no es algo nuevo. Estos hombres -siempre hombres- del mundo tecnológico ya llevan tiempo aliándose con regímenes como los de Rusia o China o hasta el Ejecutivo de India (cada vez menos democrático), empresarios locales ayudando a sus mandatarios a apretar más el puño sobre la población con bases de datos gigantes, extracción y almacenaje de datos biométricos, uso venenoso de inteligencia artificial y cámaras a lo Gran Hermano en cada esquina, satélites de comunicaciones puestos al servicio de la persecución de la disidencia, control de redes sociales (tanto de acceso o veto como de puro contenido) y apagones oportunos cuando hay crisis que, en general, afianzan una "mirada intrusiva", como la llama la Freedom House.
Ahora lo que pasa es que tememos esa misma actitud en terreno conocido, en Occidente, en EEUU y en Europa, y vemos su influencia en la vida diaria de los ciudadanos y en algo tan sensible como los conflictos armados, de Ucrania a Gaza. La tecnología es también un elemento de conflicto.
"Egoístas hasta la médula"
Dos recientes estudios dan cuenta de la gravedad del fenómeno de la broligarquía o plutocracia tecnológica, que es otra de las etiquetas recién salidas del horno. El primero, de una enorme contundencia, ha sido publicado por el Centro de Estudios Políticos Europeos (CEPS) y lo firma la investigadora Julia Pocze. Denuncia que este tipo de personajes tremendamente ricos y que se están adueñando de las grandes decisiones mundiales "no se esconden en absoluto", aunque sí disimulan, afirmando que "su conducta supuestamente beneficia al bien público". Spoiler: no es así. Su influencia va más allá, dice, del poder en las leyes o las políticas, sino que afecta a algo más grave aún: "el sistema de pesos y contrapesos que sustenta el Estado de derecho".
La influencia corporativa, asume, ha sido habitual en estos años, con lobistas con un "acceso privilegiado" al poder real, invirtiendo millones en que sus apuestas sean norma, pero ahora esa tendencia se ha agudizado, generando una "democracia a dos niveles", entre quieres tienen dinero y eso se puede traducir en "poder político, reforzando y explotando desigualdades", y la realidad, donde la justicia y la igualdad son necesarias y lo que se encuentran los ciudadanos son "palabras huecas" de partidos que coquetean con estos señores.
"Un sistema de gobierno que beneficia desproporcionadamente a los más ricos de la sociedad no es una democracia, sino una plutocracia. Este sistema permite que una minoría muy pequeña -y las grandes corporaciones- impulsen sus propios intereses, que suelen centrarse en un solo objetivo: el lucro", escribe la experta húngara, que tiene claro que la culpa de este crecimiento se enlaza con la de la derecha radical: crece el descontento ciudadano por falta de respuestas a sus necesidades, persiste la desigualdad y la pobreza (3.500 millones de personas, se dice pronto), hay una "sensación de falta de iniciativa política" y hay quien viene a llenar ese hueco.

Las prioridades de la ultraderecha y los bros coinciden y se están implementando poco a poco: normas excluyentes, desregulación, rebajas de impuestos a ricos, infrafinanciación a la I+D (investigación científica y desarrollo) para evitar la competencia... "El resultado de este "matrimonio" político conduce inevitablemente a un sistema plutocrático regido por los intereses personales de quienes ostentan el poder, lo que exige un desmantelamiento sistémico del Estado de derecho", insiste el documento del tanque de pensamiento bruselense.
La red es tupida y lleva a acallar a voces disidentes, a un nivel que puede llegar al de esos iliberales y totalitarios a los que criticamos a boca llena y a los que cada vez nos parecemos más. No hay más que leer las denuncias que Reporteros Sin Fronteras (RSF) ha hecho sobre los atropellos a la prensa libre desde que Trump retornó a la Casa Blanca, el 20 de enero apenas. Escribe Pocze que se ataca a organismos de control, se compra a medios y se amplía la propaganda, se gasta dinero "para influir en los resultados electorales" y se eliminan controles y contrapesos. "Egoístas hasta la médula", resume.
Además del obvio beneficio económico, esta broligarquía se caracteriza por aprovechar sus "armas de distracción masiva" y dar así a los votantes más "influenciables" unas "pistas falsas para odiar". ¿A quién? Al diferente, sean mujeres, migrantes, refugiados, personas transgénero y otros colectivos marginados, "instrumentalizadas como un enemigo común contra el cual las poblaciones desilusionadas se unen".
"El autoritarismo [de esa tendencia] es tan predecible como un tren suizo", como resume gráficamente la británica Carole Cadwalladr, la periodista que lleva años alertando de esta broligarchy. "Esto es McMuskismo: es McCarthismo con esteroides, persecución política + Trump + Musk + herramientas de vigilancia de Silicon Valley. Es el amanecer de una nueva era de caza de brujas política, donde la hoguera se une a la recolección de datos y las turbas en línea", escribe en The Guardian y en su newsletter.
El problema no es que tengan derecho al pataleo o a tener una visión particular del mundo, como firmas privadas que son, sino que entienden que los Ejecutivos se manejan también mejor con un sistema empresarial y que están, con esa idea, generando ya cambios reales. "Estas políticas no sólo no logran generar el cambio que provocó el descontento en primer lugar, sino que simplemente refuerzan un sistema político que deja atrás a gran parte de la población", insiste la analista de CEPS.
Va mucho más de querer eliminar las famosas políticas DEI (siglas que surgen de diversidad, equidad e inclusión), de su acción "afirmativa" sobre colectivos y realidades o las amenazas reales al estado de bienestar. "Es el sistema económico-político que prioriza cada vez más el lucro sobre las personas. Si solo los intereses corporativos configuran nuestro mundo, no habrá democracia y, con toda seguridad, no habrá justicia social", denuncia.
En el caso de Europa, entiende que aún se mantiene "a flote" de esta tendencia tan clara en EEUU, pero pide estar alerta y, sobre todo, actuar. Hay que aplicar las "rigurosas leyes clave" de que se ha dotado Europa, como la Ley de Servicios Digitales y el Reglamento General de Protección de Datos, que ayudan a controlar a las grandes tecnológicas. También, hay que tomar "medidas enérgicas contra los gobiernos que violan constantemente el Estado de derecho (...) suspendiendo su derecho de voto", el arma más poderosa con que cuenta Bruselas y que hay quien ha puesto sobre la mesa para Hungría y Eslovaquia. Y reclama, al fin, "cambiar de rumbo en materia de igualdad", para proteger los valores de la UE. No es que con ello se pueda "erradicar por completo" esa "pesadilla plutocrática", pero por algo hay que empezar.
Julia Pocze, que es especialista en derechos humanos y justicia, concluye recordando que el poder mayor sigue estando en la ciudadanía, en los votantes, en quien está dispuesto a defender un sistema mejorable siempre pero también el más garantista que hemos encontrado hasta ahora. "El mar embravecido puede hundir cualquier barco", cierra citando a su paisano, el poeta Sándor Petőfi.
Tres cambios y una tormenta perfecta
El segundo de los informes sobre broligarquía ha sido publicado por Lawrence Norden y Daniel I. Weiner, investigadores del Centro Brennan para la Justicia de la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York. "El peligro de que intereses privados concentrados capturen nuestro sistema político nunca ha sido más evidente, afirman sin reparos. Coinciden en que la "influencia corrupta" de las grande fortunas no es de hoy, pero ahora es "diferente": por el dinero que inyectan en las campañas, por la falta de control del sistema, por su influencia final en lo que se hace y su poder masivo. Todo, sin sonrojo, con personajes como Musk que (hasta que se vaya, como ha filtrado POLITICO que hará en breve) manejan los hijos sin ver "conflictos de intereses".
Empezando por el primero de esos cambios "clave", el dinero en campaña, afirman los analistas que ha habido un "colapso de las salvaguardas legales diseñadas para frenar la desproporcionada influencia del dinero en unas elecciones", dicen respecto a EEUU. Por decisiones legales, incluso del Supremo, ahora esos "donantes adinerados" pueden legalmente "desempeñar un papel directo en financiar" campañas o actos. Musk, con 288 millones de dólares, fue el mayor donante de la de Trump en las elecciones del pasado noviembre y su gente asumió "funciones esenciales", como ir puerta a puerta o impulsar su candidatura en redes como X.
En esos comicios, 10 donantes individuales aportaron casi el 50% del total recaudado por el republicano. El número de gente que dio más de cinco millones de dólares se duplicó respecto a las elecciones de 2020, que ganó el demócrata Joe Biden. ¿Cómo no va a devolver ahora favores?
El segundo gran cambio es que los propios presidentes norteamericanos, de todo color político, han ido "transformando" su cargo, haciéndolo más presidencialista y "erosionando" normas y leyes que ponían brida a su poder. Trump ha ido a más, "ha acabado el proceso", con sus despidos de inspectores generales o el acceso a datos personales por entes privados como quería Musk. Algunos jueces están bloqueando estas medidas, pero queda un proceso largo por delante.
Así que tenemos dinero no regulado, mucho dinero, y más poder presidencial. Si con cualquier mandatario hay riesgo, "existen peligros especiales cuando se combinan con el enfoque explícitamente transaccional de Trump para ejercer el poder", dicen los expertos neoyorquinos. Más aún cuando en campaña dijo que iba a compensar a sus amigos y financiadores. Mentir, en eso, no miente. Que alguien como Jeff Bezos, presidente de Amazon y dueño de The Washington Post haya impuesto una nueva línea editorial pasadas es sintomático.
Aún hay un tercer factor de cambio: todo está colapsando justo cuando las principales corporaciones tecnológicas han ganado un poder masivo sobre el sistema político. "Este tercer desarrollo es en parte una historia de una concentración aún mayor de la riqueza", explican. Por poner en contexto: las siete empresas tecnológicas más grandes de EEUU representan aproximadamente un tercio del valor del índice Standard & Poor's 500 (S&P 500, es uno de los más importantes del país) y tienen una capitalización de mercado mayor que cualquier mercado de valores no estadounidense en el mundo. Musk, Bezos y Zuckerberg suman juntos ya "un patrimonio neto de casi un billón de dólares, un valor que es aproximadamente 200 veces todo el dinero gastado en apoyo a los candidatos presidenciales en 2024". Con ese dinero, se puede mover prácticamente cualquier cosa.
A Norden y Weiner no sólo les preocupa el poder, sino el área en la que lo ejercen, la llamada "economía de la atención" o el "capitalismo de la vigilancia", o sea, hacer dinero con el seguimiento perpetuo de los ciudadanos y sus datos, reemplazando a los medios de comunicación tradicionales, sin rendir cuentas éticas de ningún tipo, sin códigos de valores y manipulando con facilidad. "Hoy en día, en EEUU se está gestando una oligarquía de extrema riqueza, poder e influencia que realmente amenaza toda nuestra democracia, nuestros derechos básicos y nuestra libertad", alertó Biden en su último discurso, antes de darle el testigo a Trump.

Hay margen para actuar
Cualquiera de los tres factores citados, deforma aislada, ya sería un reto importante para la mayor potencia del mundo y quien trata de emularla. Sumadas, advierten los analistas, "representan una crisis inminente". ¿Eso quiere decir que la situación es desesperada? Responden con un rotundo no, porque hay una "resistencia legal y política" que ya se está notando. Lo que pasa es que hay que pasar la legislatura entera en estas condiciones. Hacen falta políticos que estén "preparados con soluciones innovadoras y audaces" para cuando puedan actuar, que cierren lagunas legales a la financiación opaca y hagan reformas éticas, empezando por dejar claro que "nadie está por encima de la ley" y siguiendo con más transparencia sobre los algoritmos que usan estas empresas o las normas antimonopolio.
Llaman los autores a un despertar del Congreso, que debe "redoblar sus esfuerzos" en esa línea de garantizar que "el poder privado no supera la fortaleza de la democracia, imperfecta, asumen, pero el mejor sistema. A la vez, hay que estar vigilantes al momento en que este tipo de gobernantes se "extralimiten" y esperar y confiar en el sistema electoral garantista. "Pero algo está claro: no atender las preocupaciones de los estadounidenses ni restaurar su sentido de propiedad sobre su propio gobierno podría ser un error del que nuestra democracia podría no recuperarse", zanjan.
Cadwalladr, la periodista de investigación, añade unos cuantos consejos más domésticos pero igualmente efectivos, dice: desde entender el verdadero poder que tiene un voto a una actitud firme de "no besas el anillo" a estos poderosos, pasando por un propio reconocimiento personal "de lo que crees que es bueno", sin dejarse arrastrar por odios de tuits, y una mayor protección de la vida privada. Con la retranca que la caracteriza, expone: "Actúa como si vivieras en Alemania del Este y Meta / Facebook / Instagram / WhatsApp fuera la Stasi. Lo es". Y más: "Piensa en tus datos personales como si fueran selfis desnudos", "pregúntate qué haría un narcotraficante internacional y hazlo", "es el momento de meterte los dedos en la garganta y sacarte ese veneno tecnológico de encima".
Frente a eso, cree en los medios serios, sigue creyendo que la verdad existe -porque es así- y aférrate a los hechos, trata de conectar con quienes discrepan de ti y échale paciencia, humor y valores como empatía, compasión o solidaridad. También recuerda que esta panda de hermanos "no son dioses". "Los multimillonarios tecnológicos son unos nerds con un gran potencial y la extraordinaria suerte histórica de haber nacido en el momento justo de la historia. Trátalos como corresponde".
No hay comentarios:
Publicar un comentario