- Para las empresas tecnológicas:
- Beneficios económicos: Trump ha desregulado servicios de IA y fomentado la inversión en criptomonedas, lo que beneficia directamente a empresas de la nube como las de Musk, Zuckerberg y Bezos.
- Contratos gubernamentales: Las grandes empresas tecnológicas obtienen contratos millonarios con el gobierno, como el de la NSA para Amazon Web Services, lo que fortalece su poder y control sobre infraestructura crítica.
- Flexibilidad de políticas: La administración de Trump ha adoptado una política de desregulación que permite a las empresas tecnológicas operar con mayor libertad.
- Para Trump:
- Apoyo financiero y mediático: Los magnates tecnológicos han financiado su campaña electoral y han utilizado sus plataformas de redes sociales para respaldarlo.
- Influencia en la opinión pública: La colaboración con estos líderes tecnológicos le da a Trump una plataforma para influir en la opinión pública y moldear narrativas.
- Popularidad entre los empresarios: La imagen de Trump como un líder que fomenta la innovación y el crecimiento económico le permite ganarse el favor de los empresarios tecnológicos.
- Riesgo de oligarquía: La creciente influencia de estos magnates tecnológicos genera preocupación sobre la concentración de poder en unas pocas manos, con el riesgo de que se conviertan en una oligarquía.
- Falta de regulación: La falta de regulación en áreas como la IA y las redes sociales puede tener consecuencias negativas, ya que los magnates tecnológicos pueden explotar estas tecnologías para sus propios intereses.
- Conflictos de interés: Las alianzas entre el poder político y los magnates tecnológicos pueden generar conflictos de interés, especialmente cuando las empresas obtienen contratos gubernamentales y luego presionan por políticas que les benefician.
El capital está en todas partes, pero el capitalismo está en decadencia. En una era en la que los propietarios de una nueva forma de «capital de control» han ganado un poder exorbitante sobre todos los demás, incluidos los capitalistas tradicionales, esto no es una contradicción.
Érase una vez. Los bienes de capital eran solo los medios de producción fabricados. El aparejo de pesca rescatado de Robinson Crusoe, el arado de un granjero y el horno de un herrero fueron bienes que ayudaron a producir una captura de peces más grande, más alimentos y herramientas de acero brillante. Luego, llegó el capitalismo y otorgó a los propietarios del capital dos nuevos poderes: el poder de obligar a los que no tienen capital a trabajar por un salario y el poder de establecer la agenda en las instituciones que formulan políticas. Hoy, sin embargo, está emergiendo una nueva forma de capital y está forjando una nueva clase dominante, quizás incluso un nuevo modo de producción.
El comienzo de este cambio fue la televisión comercial en abierto. La programación en sí no podía comercializarse, por lo que se utilizó para atraer la atención de los espectadores antes de venderla a los anunciantes. Los patrocinadores de los programas utilizaron su acceso a la atención de la gente para hacer algo audaz: encauzar las emociones (que habían escapado a la mercantilización) a la tarea de profundizar… la mercantilización.
La esencia del trabajo del publicista fue capturada en una línea pronunciada por Don Draper, el protagonista ficticio de la serie de televisión Mad Men, ambientada en la industria publicitaria de la década de 1960. Al asesorar a su protegida, Peggy, sobre cómo pensar sobre la barra de chocolate Hershey que su empresa vendía, Draper captó el espíritu de la época:
“No compras una barra Hershey por un par de onzas de chocolate. Lo compras para recuperar la sensación de ser amado que conociste cuando tu padre te compró una por cortar el césped”.
La comercialización masiva de la nostalgia a la que alude Draper marcó un punto de inflexión para el capitalismo. Draper señaló una mutación fundamental en su ADN. Fabricar eficientemente las cosas que la gente quería ya no era suficiente. Los deseos de la gente eran en sí mismos un producto que requería una hábil fabricación.
Tan pronto como los conglomerados se apoderaron del incipiente Internet decididos a mercantilizarlo, los principios de la publicidad se transformaron en sistemas algorítmicos que permitían la orientación específica de personas, algo que la televisión no podía respaldar. Al principio, los algoritmos (como los utilizados por Google, Amazon y Netflix) identificaron grupos de usuarios con patrones y preferencias de búsqueda similares, agrupándolos para completar sus búsquedas, sugerir libros o recomendar películas. El gran avance se produjo cuando los algoritmos dejaron de ser pasivos.
Una vez que los algoritmos pudieron evaluar su propio desempeño en tiempo real, comenzaron a comportarse como agentes, monitoreando y reaccionando a los resultados de sus propias acciones. Fueron afectados por la forma en que afectaron a las personas. Antes de que nos diéramos cuenta, la tarea de inculcar deseos en nuestra alma fue arrebatada a Don y Peggy y entregada a Alexa y Siri. Quienes se preguntan cómo de real es la amenaza de la inteligencia artificial (IA) para los trabajos administrativos deberían preguntarse: ¿Qué hace exactamente Alexa?
Aparentemente, Alexa es un sirviente mecánico en el hogar al que podemos ordenar que apague las luces, pida leche, nos recuerde que llamemos a nuestras madres, etc. Por supuesto, Alexa es solo la fachada de una gigantesca red basada en la nube de inteligencia artificial que millones de usuarios entrenan varios miles de millones de veces por minuto. A medida que hablamos por teléfono, o nos movemos y hacemos cosas en la casa, aprende nuestras preferencias y hábitos. A medida que nos va conociendo, desarrolla una extraña habilidad para sorprendernos con buenas recomendaciones e ideas que nos intrigan. Antes de que nos demos cuenta, el sistema ha adquirido poderes sustanciales para guiar nuestras elecciones, para manipularnos de manera efectiva.
Con dispositivos o aplicaciones similares a Alexa basados en la nube en el papel que una vez ocupó Don Draper, nos encontramos en la más dialéctica de las regresiones infinitas: entrenamos el algoritmo para que nos entrene a servir los intereses de sus propietarios. Cuanto más lo hacemos, más rápido aprende el algoritmo cómo ayudarnos a entrenarlo para darnos órdenes. Como resultado, los dueños de este capital de control algorítmico basado en la nube merecen un término para distinguirlos de los capitalistas tradicionales.
Estos “nubelistas” son muy diferentes a los dueños de una firma de publicidad tradicional cuyos anuncios también podían convencernos de comprar lo que ni necesitábamos ni deseábamos. Por glamurosos o inspirados que hayan sido sus empleados, las empresas de publicidad como el ficticio Sterling Cooper en Mad Men vendían servicios a las corporaciones que intentaban vendernos cosas. En cambio, los nubelistas cuentan con dos nuevos poderes que los diferencian del tradicional sector de servicios.
En primer lugar, los especialistas en la nube pueden obtener grandes beneficios de los fabricantes cuyas cosas nos persuaden a comprar, porque el mismo capital de mando que nos hace querer esas cosas es la base de las plataformas (Amazon.com, por ejemplo) donde se realizan esas compras. Es como si Sterling Cooper se hiciera cargo de los mercados donde se venden los productos que anuncia. Los nubelistas están convirtiendo a los capitalistas convencionales en una nueva clase vasalla que debe rendirles tributo para tener la oportunidad de vendernos.
En segundo lugar, los mismos algoritmos que guían nuestras compras también tienen la capacidad subrepticia de ordenarnos directamente que produzcamos nuevo capital de control para los nubelistas. Hacemos esto cada vez que publicamos fotos en Instagram, escribimos tweets, ofrecemos reseñas en libros de Amazon o simplemente nos movemos por la ciudad para que nuestros teléfonos aporten datos de congestión a Google Maps.
No es de extrañar, por lo tanto, que esté surgiendo una nueva clase dominante, compuesta por los propietarios de una nueva forma de capital basado en la nube que nos ordena reproducirlo dentro de su propio reino algorítmico de plataformas digitales especialmente diseñadas y fuera de los mercados laborales o de productos convencionales. El capital está en todas partes, pero el capitalismo está en decadencia. En una era en la que los dueños del capital de control han obtenido un poder exorbitante sobre todos, incluidos los capitalistas tradicionales, esto no es una contradicción.
Yanis Varoufakis. Cofundador del Movimiento por la Democracia en Europa (DIEM25), Yanis Varoufakis es diputado y portavoz de este grupo en el Parlamento griego y profesor de economía de la Universidad de Atenas. Es exministro del Gobierno de Syriza, del que dimitió por su oposición al Tercer Memorándum UE-Grecia. Es autor, entre otros, de «El Minotauro Global».
Texto original: https://www.yanisvaroufakis.eu/2022/04/12/cloudalists-our-new-cloud-based-ruling-class-project-syndicate-op-ed/
https://rebelion.org/la-nueva-clase-dirigente-se-esta-constituyendo-en-la-nube
Traducción: G. Buster
Fuente: https://sinpermiso.info/textos/la-nueva-clase-dirigente-se-esta-constituyendo-en-la-nube
Los nuevos dueños del mundo
Ignacio Ramonet
6 diciembre, 2022
Bien pudiera ser un cuento de José Luis Borges. En un lejano reino, un magno y cruel soberano, aferrado a los atributos de su poder, encerrado en su suntuoso palacio, no se había dado cuenta de cómo el mundo, de manera apenas perceptible, cambiaba a su alrededor. Hasta el día en que hubo de tomar la gran decisión. Entonces, estupefacto, vio que sus órdenes no eran obedecidas, porque el poder se había desplazado. El magno soberano había dejado de ser el dueño del mundo.
Quienes se abandonan a interminables combates electorales para conquistar democráticamente el poder, ¿no se exponen, en caso de victoria, a sufrir una decepción similar a la del soberano del cuento? ¿Saben que, en este fin de siglo, el poder se ha desplazado? ¿Que ha huido de esos lugares precisos que circunscribe la política? ¡El verdadero poder está en otra parte, fuera de su alcance!
Un semanario francés publicaba hace bien poco una encues ta sobre los cincuenta hombres más influyentes del planeta . No figuraba en ella ni un solo jefe de estado o de gobierno, ni un ministro o diputado, de ningún país del mundo. Hace algunas semanas, otra publicación semanal dedicó su portada al hombre más influyente del mundo. ¿Quién era? ¿Bill Clinton, Helmut Kohl, Boris Yeltsin? No. Simplemente Bill Gates, jefe de Microsoft, que domina los mercados estratégicos de comunicación y se dispone a controlar las autopistas de información.
Las increíbles innovaciones científicas y tecnológicas de las dos últimas décadas han estimulado, en diferentes ámbitos, las tesis ultraliberales del laissez faire, laissez passer. Además, la caída del muro de Berlín, la desaparición de la URSS y el desmoronamiento de los regímenes comunistas les han animado a hacerlo. La universalización del intercambio de signos, en especial, se ha acelerado de forma extraordinaria gracias a las revoluciones de la informática y la comunicación. Estas han provocado concretamente la explosión de dos auténticos sistemas nerviosos de las sociedades modernas: los mercados financieros y las redes de información.
La transmisión de datos a la velocidad de la luz (300.000 km por segundo); la digitalización de los textos, las imágenes y los sonidos; el recurso, ya banal, a los satélites de telecomunicaciones; la revolución de la telefonía; la implantación de la informática en casi todos los sectores de producción y servicios; la miniaturización de los ordenadores y su introducción en redes a escala universal, han conseguido, poco a poco, revolucionar el orden mundial.
Especialmente el mundo de las finanzas. En lo sucesivo, las finanzas reúnen las cuatro cualidades que las convierten en un modelo perfectamente adaptado al nuevo reparto tecnológico. Atributos divinos, como quien dice, que, como es lógico, generan un nuevo culto, una nueva religión: la del mercado. Durante las 24 horas del día se intercambian instantáneamente datos de un extremo a otro de la Tierra. Las principales Bolsas están unidas entre sí y funcionan en bucle. Sin parar. Mientras, en todo el mundo, ante sus pantallas electrnicas, millones de jóvenes superdiplomados se pasan el día colgados del teléfono. Son los oficinistas del mercado. Interpretan la nueva racionalidad económica, que siempre tiene razón, y ante la que cualquier argumento –sobre todo social o humanitario– debe inclinarse.
Sin embargo, lo más normal es que los mercados funcionen, por así decirlo, a ciegas, incluyendo parámetros tomados prestados casi de la brujería, como la economía de los rumores, el análisis de los comportamientos gregarios, o incluso el estudio de los contagios miméticos. Esto es así porque, debido a estas nuevas características, el mercado financiero ha puesto a punto nuevos productos extremadamente complejos y volátiles, que muy pocos expertos conocen bien y que les proporcionan –eso sí, corriendo algún riesgo, como se ha demostrado hace bien poco con el hundimiento del banco británico Braings– una considerable ventaja en las transacciones. Quienes saben actuar sabiamente –es decir, en su propio beneficio– sobre el curso de los valores y las monedas, apenas llegan a ser una decena en todo el mundo. Se los considera los “dueños de los mercados”. Si sale una palabra de su boca, todo puede tambalearse: el dólar baja, la Bolsa de Tokio se hunde.
Ante la potencia de estos mastodontes de las finanzas, los estados no pueden hacer gran cosa. Este hecho ha quedado patente durante la reciente crisis financiera de México, que estalló a finales de diciembre de 1994. ¿Qué peso tienen las reservas acumuladas en divisas de EEUU, Japón, Alemania, Francia, Italia, el Reino Unido y Canadá –los siete países más ricos del mundo– ante la disuasoria fuerza financiera de los fondos de inversión privados, en su mayor parte anglosajones o japoneses? No mucho. Pensemos, por ejemplo, que en el más importante esfuerzo financiero de la historia económica moderna en favor de un país –en este caso México– los grandes estados del planeta (entre ellos EEUU), el BM y el FMI consiguieron reunir, entre todos, 50 mil millones de dólares. Pues bien, por sí solos, los tres primeros fondos de pensiones norteamericanos (Fidelity Investments, Vanguard Group y Capital Research Management) controlan 500 mil millones de dólares…
Los gerentes de estos fondos concentran en sus manos un poder financiero que no posee ningún ministro de economía ni ningún gobernador del banco central del mundo. En un mercado que ha pasado a ser instantáneo y universal, cualquier desplazamiento brutal de estos auténticos mamuts de las finanzas puede suponer la desestabilización económica de cualquier país.
Los dirigentes políticos de las principales potencias del planeta, reunidos con las ochocientas cincuenta autoridades económicas más importantes del mundo en el marco del Fórum Internacional de Davos (Suiza), anunciaron claramente hasta qué punto desconfiaban de la nueva consigna de moda, «¡Todo el poder al mercado!», y cuánto temían a la potencia sobrehumana de esos gerentes de fondos. Su fabulosa riqueza, a menudo al abrigo de los paraísos fiscales, se ha liberado totalmente de los gobiernos, y ellos actúan a sus anchas en el ciberespacio de las geofinanzas. Éste construye una especie de nueva frontera, un nuevo territorio del cual depende la suerte de buena parte del mundo. Sin contrato social. Sin sanciones. Sin ley. Excepto las que establecen a su libre arbitrio los protagonistas. Para su mayor provecho.
En tales circunstancias, ¿es de extrañar que, especialmente en EEUU, el desigual reparto de la riqueza continúe agravándose? ¿Y que el 1% de la población más acaudalada controle aproximadamente el 40% de la riqueza nacional, es decir dos veces más que en el Reino Unido, el país menos igualitario de Europa Occidental?
«Los mercados votan todos los días –opina George Soros, financiero multimillonario–, obligan a los gobiernos a adoptar medidas impopulares, desde luego, pero indispensables. Son los mercados los que poseen el sentido del estado». A lo que Raymond Barre, antiguo primer ministro francés, gran defensor del liberalismo económico, responde: «Dedicidamente, ya no podemos dejar el mundo en manos de un hatajo de irresponsables treintañeros que no piensan más que en ganar dinero». El Sr. Barre considera que el sistema financiero internacional no posee los medios institucionales necesarios para hacer frente a los desafíos de la mundialización y apertura general de los mercados. Hecho que también constata Boutros-Gahli, secretario general de la ONU: «El poder mundial escapa en gran medida a los estados. La mundialización implica el surgimiento de nuevos poderes que trascienden las estructurales estatales».
Entre estos nuevos poderes, el de los medios de comunicación de masas se nos muestra como uno de los más poderosos y temidos. La conquista de audiencias masivas a escala planetaria desencadena batallas homéricas. Algunos grupos industriales se han enzarzado en una guerra a muerte por el control de los recursos de las sociedades multimedia y de las autopistas de información que, según Albert Gore, vicepresidente de EEUU, «representan para EEUU hoy lo que representó la infraestructura del transporte por carretera a mediados del siglo XX».
Por primera vez en la historia del mundo se envían mensajes (noticias y canciones) ininterrumpidamente a todo el planeta, a través de las cadenas de televisión enlazadas vía satélite. Actualmente existen dos cadenas planetarias (CNN y MTV); mañana serán decenas. Y revolucionarán costumbres y culturas, ideas y debates. «Grupos más poderosos que los estados –constantan dos ensayistas franceses– saquean uno de los bienes más preciados por la democracia: la información. ¿Van a imponer su ley en el mundo entero, o inaugurarán una nueva era de libertad para el ciudadano?».
Ninguno de estos auténticos dueños del mundo han sometido sus proyectos al sufragio universal. La democracia no está hecha para ellos. Están por encima de estas interminables discusiones en las que conceptos como el bien público, el bienestar social, la libertad y la igualdad todavía tienen sentido. No tienen tiempo que perder. Su dinero, sus productos y sus ideas atraviesan sin obstáculos las fronteras de un mercado mundializado.
A sus pies, el poder político es simplemente el tercer poder. El primero es el económico, después de los medios de comunicación. Cuando se posee los dos –como Silvio Berluscone en Italia– conseguir el poder político no es sino una mera formalidad.
https://www.elviejotopo.com/topoexpress/los-nuevos-duenos-del-mundo/
Versión IA
EL PODER DE LOS DUEÑOS DE LA NUBES
- Principales proveedores globales: Unas pocas empresas de gran tamaño dominan el mercado mundial de la nube, incluyendo Amazon (con AWS), Microsoft (con Azure) y Google (con Google Cloud).
- Proveedores regionales: Existen proveedores regionales importantes en otras partes del mundo, como Alibaba y Tencent en China, y OVHcloud en Europa.
- Control de la infraestructura: Estos proveedores construyen, mantienen y gestionan la infraestructura física (servidores, redes, etc.) que permite que la nube funcione.
- Establecen las reglas: Determinan quién puede acceder a sus servicios y bajo qué condiciones, lo que les confiere un control significativo sobre la forma en que los datos se almacenan y procesan.
- Dominio del mercado: El dominio del mercado les da una influencia desproporcionada en la economía digital y en la innovación tecnológica.
- Dependencia: Las empresas que utilizan la nube dependen de estos proveedores para sus operaciones diarias, ya que no necesitan invertir en su propia infraestructura física.
- Propiedad de los datos: Aunque los clientes "poseen" sus datos, no tienen control directo sobre la infraestructura subyacente ni sobre quién más podría tener acceso a ella, lo que genera debates sobre la soberanía de los datos.
«La IA permite una vigilancia total que acaba con cualquier libertad»
En su nuevo ensayo, ‘Nexus‘, el historiador y filósofo Yuval Noah Harari (Israel, 1976) enciende las alarmas sobre el creciente poder de la inteligencia artificial, el avance de la hipervigilancia y el debilitamiento de la conversación. Así, el autor de bestsellers como ‘Sapiens’ y ‘Homo Deus’ plantea una paradoja: si nuestra especie es tan sabia, ¿por qué somos tan autodestructivos?
¿Qué diferencia a la inteligencia artificial (IA) de un totalitarismo o autoritarismo?
Los regímenes autoritarios controlan la esfera política y militar y el presupuesto, pero dejan que la gente tenga un margen. El rey o el tirano no puede saber lo que cada uno de nosotros hace o piensa cada minuto del día. Los regímenes totalitarios intentan precisamente hacer eso. Stalin en la Unión Soviética o Hitler en Alemania no solo querían controlar el ámbito militar y el presupuesto, sino la totalidad de la vida de cada uno de sus habitantes. Pero incluso Hitler y Stalin tenían límites frente al nivel de control de sus súbditos porque no podían seguir a todo el mundo constantemente, ni mucho menos disponer de unos 400 millones de agentes para vigilar y controlar a sus 200 millones de ciudadanos. La IA permite una vigilancia total que acaba con cualquier libertad, porque no necesita agentes para seguir a cada humano: hay teléfonos inteligentes, ordenadores, cámaras, reconocimiento facial y de voz… La IA tiene la capacidad de revisar una cantidad ingente de videos, audios, textos, analizarlos y reconocer patrones.
«La gente del sector de la IA está atrapada en una mentalidad de carrera armamentística»
¿Esto ya está sucediendo?
Por supuesto. En Israel hay territorios ocupados con cámaras y drones, siguiendo a todo el mundo constantemente. En Irán, donde las mujeres deben cubrir su rostro, hay cámaras de vigilancia con software de reconocimiento facial que identifica a las mujeres que, por ejemplo, van en su vehículo sin cubrirse la cara. Ellas reciben de inmediato en su teléfono móvil un SMS que les recuerda su falta y su castigo: la confiscación de su vehículo; deben descender del coche y entregarlo. La autoridad para castigarlas está en manos de la IA. No es un escenario de ciencia ficción ni algo que pasará en 100 años. Ya estamos viviéndolo.
¿Considera que debemos asumirnos como especie en peligro?
Sí, pues la IA es diferente a cualquier tecnología previamente inventada. No es una herramienta sino un agente independiente. Todas las anteriores tecnologías —la bomba atómica o las armas nucleares— tenían un inmenso poder destructivo, pero su poder estaba en las manos de los humanos, ellos decidían cómo y dónde usarlas. No sucede lo mismo con la IA, pues esta toma decisiones por sí misma. En el ámbito periodístico, las decisiones más importantes en un periódico están en manos de su editor. Un periodista puede escribir la historia que desee, pero, al final, es el editor quien decide qué publicar en la primera página del periódico. Ahora, en la mayoría de los principales medios de comunicación y plataformas digitales como Twitter y Facebook, el rol del editor ha sido reemplazado por la IA. Son algoritmos los que deciden cuál debe ser la historia recomendada, cuál debe ir en la parte alta del news feed. Ahora la IA no solo toma decisiones por su cuenta, sino que también crea ideales, en cuanto produce mil cosas nuevas por sí misma, desde textos, imágenes, etc.
«Los medios de comunicación integran la base de una democracia a gran escala»
¿Qué papel debe asumir la prensa para fortalecer la democracia?
Antes del mundo premoderno no conocíamos una democracia —la palabra «democracia» significa «conversación»— en sí, pues una conversación a gran escala era imposible. En una pequeña ciudad, sus habitantes podían reunirse en la plaza y conversar llegando a acuerdos, pero en un reino era técnicamente imposible mantener una conversación entre millones de personas. Una conversación a gran escala fue posible con la llegada de la tecnología de la información moderna, cuya primera herramienta fueron los periódicos que surgieron entre los siglos XVII y XVIII en Países Bajos o Inglaterra, en donde nacieron las primeras democracias de la historia. Luego llegaron otras nuevas tecnologías como el telégrafo, la radio, etc., demostrando que los medios de comunicación integran la base de una democracia a gran escala. Algunos dictadores de la era moderna empezaron como periodistas. Lenin antes de ser dictador fue editor de un periódico. Mussolini empezó como periodista socialista y después cambió de parecer y fundó un periódico fascista; era editor de un periódico y a partir de ese poder se convirtió en dictador de Italia. Hoy este poder está en manos de los gigantes: Facebook, Instagram y Twitter y en manos de sus algoritmos.
En este marco, ¿caben la libertad de expresión y la censura?
Si bien existe un fuerte debate sobre la responsabilidad de estos nuevos gigantes tecnológicos, cuando se les acusa de algo siempre hablan de la libertad de expresión: «Nosotros, por la libertad de expresión, no queremos censurar a nadie» y este tema está en el centro de la polémica. Estoy de acuerdo en que las empresas de redes sociales deben ser cuidadosas con el tema de la censura a sus usuarios, pero el problema no son los contenidos producidos por humanos sino las decisiones editoriales de los algoritmos.
«Insto a la gente a marcar la diferencia entre las decisiones de los usuarios humanos y las del algoritmo»
¿Qué pueden hacer las personas del común?
Insto a la gente a marcar la diferencia entre las decisiones de los usuarios humanos y las del algoritmo. Si el usuario humano decide inventar una historia, publicar fake news y mentir (tal vez por error o a propósito), en situaciones extremas, podría ser perseguido y castigado; en términos generales, la gente miente, pero en una democracia debemos tener cuidado antes de empezar a censurar. Además, creo que la gente tiene derecho a la estupidez, inclusive a decir mentiras —excepto cuando se vinculan a un delito—. No es bueno que la gente mienta, pero forma parte de la libertad de expresión. Sin embargo, el tema principal con esas teorías de conspiración y fake news no son las decisiones de los seres humanos protegidos por la libertad de expresión, sino las decisiones de los algoritmos de las corporaciones, pues su modelo de negocio se basa en la implicación del usuario.
¿Cómo describe el modelo de negocio de las empresas de redes de información?
La implicación del usuario es la base de todo. Si las personas pasan más tiempo en las plataformas, las empresas ganan más dinero pues venden más anuncios y recaban datos que más adelante venderán a terceros. Este es su modelo de negocio. Y persiguiendo este objetivo, los algoritmos de las empresas han descubierto que hay que diseminar fake news y teorías que aumentan las dosis de odio, miedo y rabia en los usuarios porque esto hace que la gente se implique, esté más tiempo en las plataformas y envíe enlaces para que sus amigos también se puedan enfadar y tengan miedo. De eso sí que deberían ser responsables las empresas porque esto no es libertad de prensa.
¿Qué pueden hacer las empresas de redes de información?
No hay que detener todo esto; simplemente hay que invertir más en seguridad, como sucede por sentido común en cualquier otro sector. Por ejemplo, si vas a fabricar un fármaco o una vacuna hay que invertir tiempo, esfuerzo y talento para que funcione sin generar efectos adversos. Si las empresas de IA invirtieran, por ejemplo, 20% de su presupuesto, su tiempo y talento en seguridad, sería un paso significativo que podría protegernos de su lado más pernicioso. Pero la gente del sector está atrapada en una mentalidad de carrera armamentística, de competidores, y de no dejarse ganar. Así que cuando les hablas de los peligros de la IA te responden: «Ahora estamos desarrollando la IA y si tenemos un problema en el camino, pues ya lo trataremos». Esto es muy peligroso porque es como si alguien pusiera en la carretera un vehículo sin frenos y dijera: «Solo queremos que vaya lo más rápido posible y, si luego hay un problema en carretera con los frenos, inventaremos algo cuando eso suceda». Esto no funciona así en los vehículos y tampoco debería hacerlo en la IA.
«La IA tiene un potencial enorme; no creo que toda la gente en Silicon Valley sea malvada»
¿Algo positivo o aporte de IA a la humanidad?
Sin duda, la IA tiene un potencial enorme; no creo que toda la gente en Silicon Valley sea malvada. La IA puede darnos a todos la mejor atención sanitaria, pues hay falta de médicos en muchos países y la IA podría crearlos; inclusive, el médico de IA puede actualizarse a diario con los descubrimientos, estudios y desarrollos que se producen en todo el mundo. El médico IA puede estar 24 horas con nosotros mientras que los médicos humanos no pueden (además, el médico IA es más barato). En este sentido, dentro de 20 o 30 años la IA podrá crear la mejor atención sanitaria incluso en zonas remotas o de pobreza extrema. Ahora, en el campo de la prevención de accidentes de tránsito, muchas veces los siniestros son producidos por errores humanos, pero cuando le das a la IA el control de un vehículo autónomo, esta no se va a dormir al volante, no bebe alcohol y luego conduce, etc. No hay tecnología perfecta, pero creo que automatizar la conducción salvará millones de vidas.
Esta entrevista hace parte de un acuerdo de colaboración entre el periódico ‘El Tiempo‘ y ‘Ethic’.
Nexus. Una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la IA
A partir de una fascinante variedad de ejemplos históricos, desde la Edad de Piedra, pasando por la Biblia, la caza de brujas de principios de la Edad Moderna, el estalinismo y el nazismo, hasta el resurgimiento del populismo en nuestros días, Harari nos ofrece un marco revelador para indagar en las complejas relaciones que existen entre información y verdad, burocracia y mitología, y sabiduría y poder.
Examina cómo diferentes sociedades y sistemas políticos han utilizado la información para lograr sus objetivos e imponer el orden, para bien y para mal. Y plantea las opciones urgentes a las que nos enfrentamos hoy en día, cuando la inteligencia no humana amenaza nuestra propia existencia.
La información no es el principio activo de la verdad; tampoco una simple arma. Nexus explora el esperanzador término medio entre estos extremos.
Profesor en el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y coautor de los libros ‘Por qué fracasan los países’ (Deusto, 2012) y ‘Poder y progreso‘ (Deusto, 2023), Daron Acemoglu (Estambul, 1967) es uno de los economistas más respetados del mundo. No por nada, su influencia y su trabajo han sido reconocidos con el Nobel de Economía de 2024, de la mano de Simon Johnson y James A. Robinson. Hablamos con él en esta entrevista en exclusiva.
¿Qué significó para usted el Premio Nobel?
Es un reconocimiento que me llena de alegría, no solo por mi trayectoria, sino también porque valida el esfuerzo del equipo que he formado junto con mis coautores en varios trabajos y muchas otras personas, incluida una nueva generación de jóvenes investigadores.
En su libro más reciente, Poder y progreso, menciona que estamos en un momento crítico en cuanto a la relación entre tecnología, igualdad y democracia. ¿Qué consecuencias prevé si el mundo no aborda la compleja relación entre estas tres fuerzas?
Existen dos conjuntos de problemas que probablemente compartan causas comunes.
Primero, la democracia en el mundo industrializado parece más vulnerable ahora que en cualquier otro momento desde la Segunda Guerra Mundial, o incluso antes. Esta situación ha convertido a la democracia en un eje fundamental para muchas otras características institucionales como los derechos civiles, la participación, la libertad de expresión y los medios de comunicación. En Occidente y en ciertos países de América Latina, cuando la democracia se debilita, estos derechos e instituciones también sufren. Todo el tejido institucional de estas sociedades se presenta como más frágil. No creo que debamos exagerar. El declive o colapso de la democracia no es inminente. Sin embargo, observamos la situación en Estados Unidos: Donald Trump, con su fuerte agenda antidemocrática; además, el apoyo a la democracia entre los jóvenes está allí en su punto más bajo. Y vemos tendencias similares en gran parte de América Latina, donde el respaldo a la democracia es considerablemente menor que en la década de 2000. Esto plantea una amenaza significativa con implicaciones potencialmente nefastas para la prosperidad, la libertad de expresión y la igualdad. Al mismo tiempo, nos encontramos al borde de cambios importantes basados en los avances de los últimos 40 años que probablemente se acelerarán. La inteligencia artificial, que depende de tecnologías digitales, podría amplificar algunas de estas tendencias de maneras únicas. La desigualdad ha aumentado en muchos países, incluidas partes de América Latina, Estados Unidos y Europa, y esta situación puede empeorar.
«Se requieren instituciones más robustas que nunca para fomentar el compromiso, el consenso y nuevas soluciones basadas en el diálogo social»
¿Y qué otros factores?
El envejecimiento es otro factor crítico. Todos los países industrializados están envejeciendo, algunos más rápidamente que otros. América Latina, en particular, envejecerá a un ritmo acelerado y no está adecuadamente preparada para enfrentar estos cambios. Aunque tenemos ejemplos de países como Japón, Corea del Sur y Alemania, no creo que estemos listos para afrontar estos desafíos demográficos ni para el cambio climático o las transformaciones en la globalización. Algunos de los desafíos democráticos y las tensiones políticas actuales no pueden entenderse completamente sin considerar la globalización, aunque su naturaleza puede evolucionar en las próximas décadas. Todo esto requiere instituciones más robustas que nunca para fomentar el compromiso, el consenso y nuevas soluciones basadas en el diálogo social y la experiencia. Sin embargo, nuestras instituciones actuales dificultan esta tarea. Tomemos como ejemplo Estados Unidos, donde la polarización ha alcanzado niveles que complican la aprobación de leyes sobre el clima, la capacitación de los trabajadores o la regulación de la IA. Estas son cuestiones críticas que debemos abordar.
En uno de sus últimos trabajos habla sobre el poder y la riqueza que acumulan las grandes firmas de tecnología. ¿Alguna organización en la historia ha tenido tanta influencia y control como los gigantes corporativos de hoy?
En mi opinión, no. Aunque podríamos compararlos con la Compañía de las Indias Orientales, que, respaldada por apoyo militar y político, controlaba el subcontinente indio, su dominio fue relativamente superficial. Lo sorprendente de los gigantes tecnológicos actuales, especialmente Facebook, Google y, hasta cierto punto, Apple, Amazon y Microsoft, es que no solo son enormes y multinacionales, sino que además controlan las fibras mismas de la sociedad. Dan forma a la información, están integrados en todos los aspectos de la vida cotidiana e influyen en la opinión pública. Nunca hemos tenido empresas tan poderosas como las grandes tecnológicas.
«Cuando se trata de algunas de las empresas más poderosas de la historia, la regulación se vuelve esencial»
¿Ni siquiera las grandes empresas de petróleo?
No, porque estas entidades [tecnológicas] tienen una influencia considerable sobre la sociedad civil e incluso sobre los periodistas. La Standard Oil, por ejemplo, era extremadamente grande y controlaba un recurso esencial, pero nunca logró integrarse en el tejido del pensamiento público. No logró convencer a los medios y al público de que sus actividades eran por el bien común, como lo hacen las empresas tecnológicas actuales. Esa es la situación a la que nos enfrentamos.
Muchas veces se dice que ponerles un freno crea barreras a la competitividad, incluso el conocido informe Draghi aborda este tema. ¿Cree que es así?
Sí, pero creo que debemos ser realistas al respecto. La regulación ciertamente puede ralentizar los negocios, especialmente si no está diseñada de manera óptima, lo que puede dar lugar a ineficiencias. Sin embargo, eso no significa que la regulación sea intrínsecamente negativa o innecesaria. Tiene costos y beneficios. Cuando se trata de algunas de las empresas más poderosas de la historia, la regulación se vuelve esencial. Aunque considero que algunas afirmaciones sobre el potencial de la IA son exageradas, si incluso una fracción de ellas es cierta, esta tecnología será transformadora. Definitivamente, necesitamos mecanismos que contrarresten ese poder, incluso si el proceso resulta algo ineficiente.
¿Qué opina sobre la regulación europea en IA?
Mi perspectiva sobre la regulación europea es triple. En primer lugar, Europa, y la Comisión Europea en particular, merecen elogios. Siempre han estado a la vanguardia. Las regulaciones europeas reflejan en gran medida valores sólidos, como la gobernanza democrática, los derechos humanos, los derechos civiles, la libertad de expresión y la privacidad. Sin embargo, la regulación europea también ha tenido limitaciones en algunas áreas. El informe Draghi señala que Europa está rezagada en comparación con Estados Unidos y China en el ámbito de la IA, e incluso con Canadá. La regulación efectiva es un desafío, ya que incluso las normativas bien intencionadas pueden tener consecuencias no deseadas. Es necesario un enfoque regulatorio más flexible. Tomemos como ejemplo el histórico Reglamento General de Protección de Datos de la UE (RGPD). Apoyo plenamente los valores subyacentes del RGPD, como la privacidad de los datos y la protección de la información personal. Si me hubieran encomendado la tarea de diseñar reglas de protección de datos, tal vez no lo habría hecho mejor. Sin embargo, el RGPD ha tenido efectos adversos. De hecho, ha perjudicado a las pequeñas empresas. Mientras que las grandes compañías tecnológicas encontraron formas de cumplir sin mejorar significativamente la privacidad, las empresas más pequeñas han tenido dificultades bajo su peso.
«Las regulaciones europeas reflejan en gran medida valores sólidos, como la gobernanza democrática, los derechos humanos, la libertad de expresión y la privacidad»
Entonces, ¿qué hacemos?
No se trata de rechazar la regulación. Más bien, se trata de mejorarla. Necesitamos comprender las lagunas jurídicas, abordarlas y reconocer los límites de la democracia para lograrlo. Europa, al igual que Estados Unidos, está polarizada y la Comisión Europea carece de un mandato democrático sólido. Es complicado para la Comisión decir: «Nuestro RGPD, nuestra creación, no funcionó como se esperaba; necesitamos revisarlo». Por último, creo que es posible que necesitemos un enfoque diferente en materia de regulación. Aunque las regulaciones europeas defienden valores excelentes, veo un problema en su naturaleza reactiva. Las empresas de tecnología dan el primer paso, lanzando productos que pueden infringir derechos o eludir las leyes, y los reguladores responden después. Vemos el mismo enfoque reactivo en Estados Unidos. Mi argumento, como se describe en Poder y progreso y otros trabajos, es que debemos adoptar una postura proactiva. En lugar de esperar a que las empresas de IA desarrollen estas tecnologías y luego reaccionar, deberíamos dirigir el desarrollo desde el principio de manera que maximice el beneficio social.
Parece todo un desafío predecir los avances en tecnología, ¿no lo cree?
Es cierto, pero no siempre se necesita una previsión precisa para crear una regulación proactiva. Por ejemplo, Europa y Estados Unidos, aunque de manera imperfecta y en una escala limitada, han implementado una regulación proactiva en el sector energético. En lugar de esperar a observar el comportamiento de las empresas energéticas, impusieron impuestos al carbono y otorgaron subsidios a la innovación para fomentar las energías renovables y reducir la dependencia de los combustibles fósiles. Ese es un enfoque verdaderamente proactivo.
«La IA predictiva ha influido en cómo interactuamos con la tecnología a diario; la IA generativa tiene el potencial de ir aún más lejos»
En Poder y progreso advierte sobre el uso de la IA. ¿Cree que es una herramienta que podría impulsar la generación de riqueza en varios países, o es más probable que exacerbe las desigualdades económicas?
Es un poco pronto para decirlo definitivamente. Mucho dependerá de cómo se desarrolle la IA generativa. Como plataforma que combina ideas, técnicas y prácticas, es muy prometedora y podría incluso superar a otras aplicaciones de IA, como la predictiva, que impulsa los algoritmos de recomendación en plataformas como Netflix. La IA predictiva ha tenido un gran impacto y ha influido en cómo interactuamos con la tecnología a diario. La IA generativa tiene el potencial de ir aún más lejos. Sin embargo, podría evolucionar en diferentes direcciones. Podría convertirse en una herramienta basada en conocimientos específicos y expertos, apoyando campos como la atención médica, los oficios especializados y el periodismo, ofreciendo soluciones adaptadas a cada contexto. Ese enfoque sería muy beneficioso. O podría inclinarse hacia un modelo de inteligencia general, como se observa con ChatGPT, que busca una amplia automatización sin un enfoque especializado, lo cual podría no ser tan útil ni transformador. Lo que me gustaría ver es que la IA generativa deje de intentar imitar la inteligencia general y, en cambio, se concentre en proporcionar conocimiento preciso y contextual, en el que los profesionales, como electricistas, enfermeras, plomeros y periodistas, puedan confiar.
¿Ha utilizado ChatGPT?
Lo he utilizado en el pasado, aunque ya no tanto. Inicialmente, experimenté con ChatGPT durante unas horas para comprender sus capacidades. Quería ver si podía ayudarme en dos áreas específicas. Primero, lo probé para editar un artículo de opinión de alrededor de 1.100 palabras, pidiéndole que lo acortara. Sin embargo, honestamente, no lo hizo bien. No pudo identificar los argumentos principales ni distinguir entre los puntos esenciales y los contrapuntos. Concluí que carece del juicio necesario para esa tarea. La segunda área fue la investigación de antecedentes. Funciona razonablemente bien en este aspecto, pero a menudo presenta imprecisiones, por lo que termino verificando los hechos minuciosamente. Actualmente, utilizo más Google y Google Scholar para este propósito, aunque la IA generativa ahora aparece indirectamente en mis búsquedas, ya que Google la ha integrado en su función de búsqueda.
Poder y progreso
Los prestigiosos economistas Daron Acemoglu y Simon Johnson emprenden en este libro un impresionante recorrido por la historia y el futuro de la tecnología, desde la revolución agrícola del Neolítico al ascenso de la inteligencia artificial. Concluyen que el ser humano siempre puede permanecer en el asiento del conductor del desarrollo tecnológico, y decidir si sirve a los intereses de una élite o al bien común.
Poder y progreso ofrece una nueva interpretación de la economía política de la innovación y desafía el derrotismo de quienes asumen que el desarrollo técnico trae inevitablemente una concentración del poder y la riqueza. Acemoglu y Johnson demuestran que estos avances pueden convertirse en una herramienta de empoderamiento y democratización.
Este libro es un recordatorio esencial de que podemos y debemos recuperar el control de la tecnología y redirigir la innovación para que vuelva a beneficiar a la mayoría.
Por qué fracasan los países
Nogales (Arizona) y Nogales (Sonora) tienen la misma población, cultura y situación geográfica. ¿Por qué una es rica y otra pobre? ¿Por qué Botsuana es uno de los países africanos con mayor desarrollo y, en cambio, países vecinos como Zimbabue, Congo o Sierra Leona están sumidos en la más desesperante pobreza? ¿Por qué Corea del Norte es uno de los países más pobres del mundo y Corea del Sur uno de los más prósperos?
Por qué fracasan los países responde a estas y otras cuestiones con una nueva y convincente teoría: la prosperidad no se debe al clima, a la geografía o a la cultura, sino a las políticas dictaminadas por las instituciones de cada país. Debido a ello, los países no conseguirán que sus economías crezcan hasta que no dispongan de instituciones gubernamentales que desarrollen políticas acertadas.
Asimismo, los autores responden a las siguientes cuestiones:? China está creciendo a un ritmo trepidante. ¿Hasta cuándo podrá seguir creciendo al mismo ritmo? ¿Acabará por aplastar al mundo occidental?? ¿Hasta cuándo será Estados Unidos una potencia mundial? ¿Su sistema económico es apto para competir en las próximas décadas?? ¿Cuál es el mejor método para sacar de la pobreza a millones de personas? ¿Realmente las ayudas de Occidente ayudan a erradicar las hambrunas?A través de una cuidada selección de ejemplos históricos y actuales (desde la antigua Roma pasando por los Tudor y llegando a la China moderna) los reconocidos profesores Daron Acemoglu y James A. Robinson harán que usted vea el mundo, y sus problemas, de un modo completamente distinto.

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