‘Dublineses. Los muertos’: Una nostálgica mirada a toda una vida


Sinopsis:
Es el día de la Epifanía de 1904 y está a punto de comenzar una de las celebraciones más concurridas de Dublín, la fiesta de las señoritas Morkan. Entre los invitados se encuentra Gabriel Conroy, sobrino de las anfitrionas y marido de Gretta, una de las mujeres más bellas del país. Es una noche maravillosa y los asistentes disfrutan de una magnífica velada. Gabriel, enamorado de su esposa, la contempla detenidamente cuando suena una antigua canción de amor. De vuelta a casa, Gretta le confiesa que aquella canción ha despertado en ella el recuerdo de un amor de juventud, que se vio truncado por la muerte del amado. Nunca antes le había contado a su marido esta historia. (FILMAFFINITY)

Escena de Gabriel Conroy, y su mujer Gretta
Dublineses es la redención de un hombre frente a la muerte, un hombre que se apaga lentamente. Su final es inminente y próximo. Pronto no estará entre nosotros, dejará de escuchar la música y las voces de sus seres queridos, dejará de bailar, de beber, de comer y de disfrutar de los placeres de la vida. Y ahora, cuando todo eso está a punto de desaparecer, quiere sentarse y reir. Quiere abstenerse de conversaciones reflexivas y, sobre todo, quiere ser escuchado. Dejemos de vivir engañados creyendo en las dificultades y hagamos que lo imposible sea posible. Un segundo puede valer más que toda una vida. Quizá cuando nos arrepintamos sea demasiado tarde.
http://www.escuela-tai.com/blog/dublineses-los-muertos-una-nostalgica-mirada-a-toda-una-vida/



El monólogo final de "Dublineses" de John Huston, cuya historia se basa en el relato "La muerte" (The Dead), de James Joyce. Está en inglés subtitulado al español.





El sello de John Huston en lo fílmico y la base literaria escrita por Jame Joyce hacen que no sea necesario decir ni una palabra más para que nos animemos a disfrutar de esta película. Una confidencia basada en el amor y en el pasado es la base de una sencilla reflexión sobre la propia existencia. Tony Huston, hijo del mítico director, hizo la adaptación de un relato corto de Joyce (“Los muertos”, del libro “Dublineses”) a guión cinematográfico. Con la salud deteriorada, su padre dirigió esta magistral película, cuyo estreno no llegó a ver, por lo que siempre se asocia esta obra al legado de uno de los directores más respetados de la historia del cine. La maestría de Huston fue el complemento esencial al entusiasmo del joven James Joyce, que tenía 25 años al escribir la historia original."(...)
"El hijo de nuestro director, Tony Huston, preparó una adaptación cuyo momento cumbre sería la confesión de un antiguo amor por parte de Gretta (Anjelica Huston) a su marido, un sosegado personaje (Gabriel, interpretado por Donal McCann). No es casual que coincida nuestra fecha de proyección con el 14 de febrero. El recuerdo de un amor, la vida y la muerte se abrazan en toda esa carga de profundidad que rescata la esencia del cuento “Los muertos”, perteneciente al libro “Dublineses”, de Joyce. Ya habían colaborado con Huston otros grandes de la literatura, como Truman Capote (La burla del diablo, 1953 ) o Sartre (Freud, pasión secreta; 1962)."
Fuente de los datos: http://www.filmaffinity.com
Textos de la reseña: Rafael Marfil.
Premios
Críticas
  • Elegida por los críticos españoles como la mejor película de los ochenta, "Dublineses" es una de esas joyas que hace de la simplicidad y la transparencia su mejor virtud. Huston eligió el soberbio relato de Joyce para realizar su testamento cinematográfico, un film lleno de sinceridad y nostalgia con un final tan inesperado como conmovedor. Talento, humildad y emoción para una obra maestra absoluta, un oasis de clasicismo hollywoodiense a finales de la peor década de la historia del cine americano.
    Daniel Andreas: FILMAFFINITY 
  • "Gran testamento cinematográfico de Huston, que rodó en silla de ruedas y con máscara de oxígeno"
    Javier Ocaña: Cinemanía 
  • "Una reflexión acerca del paso del tiempo, de lo inevitable de la decadencia y de la muerte y, en especial, de la nostalgia por lo irrecuperable. Una declaración de amor al cine"
    Miguel Ángel Palomo: Diario El País 

                         




EL TESTAMENTO DE JOHN HUSTON
Por Albert Galera

Probablemente una de las películas más bellas jamás realizadas,Dublineses supone el film póstumo de un maestro: John Huston. Un film de extrema delicadeza realizada por un director veterano y moribundo; durante el transcurso de su rodaje, el autor de clásicos inmortales como La reina de África (1951) o El hombre que pudo reinar (1975) se encontraba en los últimos días de su existencia y orquestaba la batuta mientras inhalaba oxígeno. Pero ni la edad ni el terrible estado de salud del mítico realizador restaron ni un solo ápice a la impresionante lucidez que ofrece este exquisito ensayo cinematográfico basado en un relato corto del legendario James Joyce.
En el fin de sus días, John Huston quiso despedirse homenajeando sus orígenes irlandeses, no solo adaptando a uno de los escritores irish más importantes de la literatura universal, sino que lo hizo fijándose en una tierna, romántica y nostálgica obra que habla de la vida y la muerte, del amor y la familia o del paso del tiempo, a través de una gran fuerza de sabiduría. Todos estos aspectos fueron reunidos por el doblemente oscarizado cineasta de El tesoro de Sierra Madre (1947), para confeccionar una película envolvente y cálida donde su debate personal entre la vida y la muerte resulta fundamental y en la que ese espíritu tan familiar adquiere una doble dimensión personal con la decisiva participación de dos de sus hijos: Tony Huston como encargado de escribir la excelente adaptación —reconocida con una nominación al Oscar®— y Anjelica Huston como integrante del reparto coral del film y gran protagonista del emotivo tramo final.
La cena de celebración cristiana del día de la Epifanía forma parte de la esencia del film, el ritual de la llegada de los invitados, el baile previo a la cena, la posterior degustación de la elaborada comida, la excesiva debilidad por el whisky de algunos de ellos, las filosóficas discusiones tras la cena y la majestuosa despedida de invitados, todo ello está ejecutado con una poderosa elegancia, con una solemnidad asombrosa y con un tacto encomiable. Con una puesta en escena que, en ocasiones, recuerda El gatopardo (1963), es fácil intuir el interés por los detalles del debilitado realizador, exaltando aspectos tan majestuosos como el hecho de que el tiempo de espera antes de la cena, los asistentes a la cita escuchen atentamente la interpretación al piano de canciones tradicionales o participen de elegantes bailes. Asimismo, Huston acentúa la intimidad de los personajes, sus miedos, sus frustraciones, los conflictos familiares, pero también sus ilusiones, la bondad o generosidad de las hermanas anfitrionas, el agradecimiento de los invitados y las lágrimas incontenidas que provocan las palabras personalizadas del personaje de Donal McCann mientras propone un brindis de gran calidez.
   Dublineses es una joya cinematográfica cuya exquisitez radica en el enorme tacto de todos y cada uno de los aspectos que forman su conjunto. Las interpretaciones de todo el reparto es sencillamente soberbio, encabezado por Anjelica Huston y Donal McCann, destacan ilustres veteranos irlandeses o británicos como Dan O’Herlihy, Marie Kean, Donal Donnelly o Sean McClory, además de actores convertidos en posteriores rostros habituales, como Colm Meaney. Resulta especialmente reconfortante disfrutar de todo su diseño de producción, del maravilloso diseño de vestuario, también nominado al Oscar® y obra de la ya por aquel entonces veterana Dortohy Jeakins —colaboradora habitual del realizador y uno de cuyos tres Oscar® conquistados durante su longeva carrera lo ganó precisamente por un film de John Huston, La noche de la iguana(1964)—, así como la extrodinaria fotografía de Fred Murphy, un trabajo en el que destaca la increíble iluminación de cada espacio de la casa donde transcurre casi la totalidad de la película, con el justo contraste de las breves escenas de exterior en una Dublín sucumbida a una gran nevada. Y el complemento final y decisivo es el aportado por el mítico y añorado Alex North, el compositor que tan bien conocía a Huston y que no podía faltar a esta última cita, creando para la ocasión una bellísima partitura que se cumplimenta a la perfección con la inclusión de algunos temas tradicionales irlandeses, entre los que destaca sobremanera The Lass of Augrhim, una hermosísima balada cantada por Frank Patterson —quien por cierto también forma parte del reparto, interpretando a Bartell D’Arcy, aunque su interpretación de esta canción la realiza fuera de escena— que da pie a una de las mejores secuencias de la película y, si se me permite, diría que también es uno de los grandes momentos del cine de John Huston y, por supuesto, del cine contemporáneo. Al compás de esta delicada pieza musical, Anjelica Huston y el desaparecido Donal McCann protagonizan un plano contra plano, sencillo de ejecución, pero que consigue trasmitir una emoción como pocas veces se ha generado; durante el transcurso de unos breves minutos, la Gretta Conroy que interpreta la Huston queda absorbida, paralizada, totalmente abducida por el sonido de ese suave y romántico sonido musical mientras se mantiene en la parte superior de las escaleras interiores del hogar donde acaban de celebrar la cena de Epifanía; su marido queda absorto ante la inmovilidad y el rostro hipnotizado de su esposa. Pocos minutos más tarde, conoceremos el significado de esa escena mediante una poética resolución que transmite unas emociones difícilmente igualables.
   Resulta difícil de imaginar un epílogo tan perfecto como Dublineses para cerrar de la mejor forma posible una de las filmografías más brillantes que se recuerdan. Para quienes cuestionan la excesiva americanización de John Huston,Dublineses es también la demostración definitiva de su afinidad hacia el pueblo irlandés, además de un sentido homenaje a sus antepasados. Y por lo que se refiere al aficionado al cine, tan solo queda agradecer la gestación de esta película, la capacidad del maestro irlandés-americano para redondear esta joya y dejar este mundo con una sobriedad envidiable.•
Cada vez me emociona más el final de Los muertos, tanto el de la película como el de Dublineses. No creo que sea por ser más viejo y sentimental, ni por tener más cerca mi muerte, ni por las que me pesan ya. Quizá sea porque Joyce y Huston supieron expresarse a un nivel más poético que racional, y la buena poesía, como la buena música, cala cada vez más hondo.
Tampoco el protagonista de la historia entiende muy bien sus sentimientos. Inesperadamente, su esposa le ha revelado la existencia de Michael Furey, un muchacho que la había amado hasta llegar a morir de frío por no resignarse a perderla.The lass of Aughrim, la canción que han escuchado en la velada pasada en casa de sus ancianas tías, ha reavivado su recuerdo y su dolor.
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If you’ll be the lass of Aughrim
As I am taking you mean to be
Tell me the first token
That passed between you and me
O don’t you remember
That night on yon lean hill
When we both met together
Which I am sorry now to tell
The rain falls on my heavy locks
And the dew wets my skin;
My babe lies cold within my arms;
But none will let me in
Si eres la chica de Aughrim  como veo que dices ser, dime cuál fue la primera prenda que se cruzó entre nosotros. Oh, ¿no recuerdas la noche en aquella colina cuando nos encontramos, de la que ahora me apena hablar? La lluvia cae sobre mis pesados mechones y el rocío humedece mi piel; mi hijo yace aterido en mis brazos; pero nadie me deja entrar.
Luego, cuando ella ya duerme, se le agolpan las emociones y reflexiona sobre aquel amor y el suyo, sobre aquella joven que había tenido un amor así en su vida y sobre ellos dos, que se iban convirtiendo ambos en sombras.  Y al pensar en cómo la mujer que descansaba a su lado había evocado en su corazón, durante años, la imagen de los ojos de su amante el día que él le dijo que no quería seguir viviendo, siente por ella algo nuevo que sólo puede llamarse amor, y que le aproxima a Michael Furey y a esa región donde moran las huestes de los muertos. Y el relato concluye con uno de los párrafos más emocionantes que se han escrito nunca:
Leves toques en el vidrio lo hicieron volverse hacia la ventana. De nuevo nevaba. Soñoliento, vio cómo los copos, de plata y de sombras, caían oblicuos hacia las luces. Había llegado la hora de variar su rumbo al Poniente. Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda. Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen y, más al Oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon. Caía así en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Reposaba, espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos.
Suficiente para abandonar cualquier prevención derivada de malas experiencias con elUlises de Joyce y leer Dublineses, un extraordinario fresco de la clase media del Dublín de inicios del siglo XX, cuyo último relato es Los muertos.  Como los cuadros de la época azul de Picasso, gusta mucho también a los que no se entusiasman con las obras más emblemáticas de estos artistas.
Pero ni Huston ni tampoco Donal MacCann desmerecen:

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