¿Quién es Patrick Modiano? -En el café de la juventud perdida - Premio Nobel de Literatura 2014



En el café de la juventud perdida

PN 705
París, años 60. En el café Condé se reúnen poetas maldi­tos, futuros situacionistas y estudiantes. Y aunque la nostalgia de aquellos años perdidos parecería ser el tema central de la novela, Modiano le da un giro sor­prendente. Porque En el café de la juventud perdida es también una novela de misterio: todos los personajes y las historias confluyen en la enigmática Louki. Cuatro hombres nos cuentan sus encuentros y desencuentros con la hija de una trabajadora del Moulin-Rouge. Para casi todos ellos la chica encarna el inalcanzable objeto del deseo. Louki, como todos sus compañeros de vaga­bundeo por un París espectral, es un personaje sin raíces, que se inventa identidades y lucha por construir un pre­sente perpetuo. Modiano recrea alrededor de la fasci­nante y conmovedora figura de Louki el París de su juventud, al mismo tiempo que construye una hermosísima novela sobre el poder de la memoria y la búsqueda de la identidad.

                                         

La historia de Louki - Robert Saladrigas

Sobre En el café de la juventud perdida, de Patrick Modiano
Originalmente en La Vanguardia (2008)

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Cuando hace sólo unos meses (2/ I/ 2008) escribí a raíz de la traducción de Un pedigrí (2005) que Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945) había coronado un texto excepcional (siempre escarbando en la memoria de su conciencia, describiendo obsesivamente un tiempo y un paisaje que a los viejos lectores de su narrativa nos es archifamiliar), no conocía su última novela En el café de la juventud perdida (Dans le café de la jeneusse perdue)por entonces recién aparecida en Francia. El hermoso título pertenece a la cita que abre el libro y anticipa su sentido: "A mitad del camino de la verdadera vida, nos rodeaba una adusta melancolía, que expresaron tantas palabras burlonas y tristes, en el café de la juventud perdida". Está extraída de las Memorias de Guy Debord (1931-1994), el intelectual marxista, autor de una obra de referencia, La sociedad del espectáculo,que antes de ver su cuerpo arruinado por el sufrimiento eligió morir.
Bajo tales auspicios, Modiano sigue siendo fiel a su propio universo pero en mi opinión - y para mi asombro- da un salto hacia delante en cuanto a asunto y estratagema narrativa. En el París de los cincuenta, nos informa, hubo entre muchos otros un café llamado Le Condé. ¿Su ubicación? ¿Dónde iba a estar sino en el barrio de L´Odéon, en un perímetro exactamente trazado, cuyo vértice es la plaza Blanche? Su clientela era peculiar, compuesta por artistas jóvenes y estudiantes. Un día cruza el umbral una chica discreta que nadie sabe quién es pero vuelve una y otra vez a horas distintas, se sienta al fondo del local, poco a poco se mezcla con los tertulianos y luego alguien, para identificarla, la llama Louki. Pues bien, Modiano se propone contar con su habitual estilo la vaga historia de Louki que como averiguaremos más adelante se llama Jacqueline Choureau, de soltera Delanque, y es hija de una empleada del Moulin Rouge.
La novedad es el artificio literario con que nos conduce hasta esa intensa y extraña criatura que es Louki. Divide el relato en cuatro monólogos: el primero de un alumno de la Escuela de Minas, asiduo del café; el segundo, un detective privado, Casley, a quien Jean-Pierre Choureau, el marido de Louki, ha encargado investigar el paradero de su esposa que ha abandonado el hogar y las pesquisas lo llevan a Le Condé; el cuarto y último es de un escritor, un tal Roland, que conoció a Louki en el gabinete de Guy de Vere, versado en ciencias ocultas, y gracias a Roland conoceremos la resolución de la historia. Pero entremedias Modiano se permite un rasgo de genialidad, una verdadera pirueta, que para mí da la dimensión de su absoluto dominio de la técnica narrativa. Si el estudiante, el detective y el escritor son voces que nos hacen ver desde el exterior a la protagonista, de repente, en el tercer monólogo, quien habla es la propia Louki y naturalmente lo hace desde dentro.La ocurrencia de dejarnos escuchar lo que la chica tiene que decir de sí misma, cuando la historia está montada en torno a su ambigüedad, me parece un riesgo de grosor considerable.
Sin embargo el cambio de perspectiva, magistralmente controlado por el autor, resulta esencial para entender que la clave de la novela, es decir, el conflicto que hace inestable a Louki, que justifica sus ciegas escapadas por los dédalos del barrio, huyendo de las inoperantes certezas del orden burgués, es la búsqueda hipnótica a vida o muerte de una identidad reconocible con la que sobrellevar el caos de la soledad y la desesperación. Pero - he aquí lo terrible que marca la impronta trágica del relato y su poderosa fascinación- el proceso indagatorio al que se entrega desde niña Jacqueline, primero Delanque (de padre desconocido), luego Choureau y por fin Louki (un nombre atribuido casi como una boutade,sin raíces, que nada significa) únicamente le será útil para descubrir que no sólo es un misterio para los otros sino que lo sigue siendo para sí misma. Una verdad insoportable. No es casual que Louki se mueva sin respiro por lo que Roland llama "Las zonas neutras" que describe así: "Había en París zonas intermedias, tierras de nadie en donde estaba uno en las lindes de todo, en tránsito, o incluso en suspenso. Podía disfrutarse allí de cierta inmunidad".
Demostración de sabiduría Roland - y por su mediación Modiano- habla en pasado ya que, según constata al cabo de unos años, nada de eso existe. El café Le Condé, donde se dice que algunos de sus clientes eran Adamov, Maurice Raphaël, Olivier Larraondo, ¿tal vez Genet o Perec?, que se pasaban Los cantos de Maldoror o Iluminaciones,lo encuentra transformado en una tienda de marroquinería. También han sido barridas de París las zonas neutras;la misma Louki fue tragada por el vacío; y la juventud y su adusta melancolía, la esperanza de todos ellos de materializar los sueños, de convertirse algún día en lo que entonces cada uno ambicionaba ser... De manera que las cenizas de aquello que fue real son hoy pura ficción.
No puedo concluir sin referirme una vez más a la precisión expresiva de Modiano que libro tras libro - nunca aburridos ni poco convincentes como sucede con tantos productos de la literatura francesa actual- me produce una admiración que no cesa de aumentar. Pienso que su falsa sencillez es la más brillante y genuina demostración de sabiduría. Y En el café de la juventud perdida la dramática y hermosa historia, extraordinariamente bien contada y diseñada, de una mujer extraterritorial, inolvidable, que sólo un autor dueño de todos sus recursos narrativos podía crear. No la ignoren.
«De una belleza inaudita» (Isabel Coixet).

«Una especie de concentrado de Modiano que presenta efectos altamente estimulantes» (P. Martínez Zarracina, El Norte de Castilla).

«Modiano sigue siendo fiel a su propio universo, pero en mi opinión –y para mi asombro– da un salto hacia delante en cuanto a asunto y estrategia narrativa. Libro tras libro, me produce una admiración que no cesa de aumentar» (Robert Saladrigas, La Vanguardia).

«Magistral... Excepcional» (Miguel Sánchez-Ostiz, ABC).

«Una belleza deslumbrante. Una obra maestra» (Fernando R. Lafuente).

«Como fan (fanático) de Modiano, se la recomiendo muy encarecida­mente» (Joan de Sagarra).



Autor: Rafael Suárez Plácido 6 julio 2010
En el café de la juventud perdida
Patrick Modiano
Anagrama, Barcelona, 2008
Todos somos Modiano
Ya nos había presentado Modiano las tres vidas de mujeres anónimas, y plenamente conscientes de serlo, que poblaron su libro Las Desconocidas, que publicó en castellano Debate, en 2001. Su lectura dejó en este lector la sensación de que había más, de que el autor tenía mucho más que contarnos de cada una de esas jovencitas, casi adolescentes, a las que el destino o el azar, siempre aliados contra ellas, había llevado a vidas difíciles, inseguras, aunque dignas en sus modestas soledades.
En 2006 Anagrama editó Un Pedigrí, magnifica novela, o nouvelle, en la que el autor se exponía sin red ante todos sus lectores. Sin perder en ningún momento su pudor, narraba en primera persona las circunstancias de sus padres, y las suyas propias, durante los años de la infancia y primera juventud, concretamente hasta que, de la mano de Raymond Queneau, publicó su primera novela, El Lugar De La Estrella. Uno enseguida comprende que Modiano escribe para tratar de salvarse, y para tratar de salvar también a sus padres y a los personajes que pueblan su infancia. Puede que lo consiga. Todos estos personajes atraviesan la novela, con ese estilo enumerativo tan característico del autor: son decenas de personajes, de los que recuerda o casi recuerda algo; y entre todos ellos nos fijamos en las mujeres, algunas amigas de su madre o de su padre, que le marcaron desde los primeros años, en los que reconocemos gestos, recuerdos y obsesiones, de algunas de las tres protagonistas de Las Desconocidas.
Entre todas ellas, Modiano reconoce que con catorce años se enamoró de una chica, Kiki Daragane, a la que vuelve a ver a mitad de los sesenta, cuando él tenía algo más de veinte años, casada con un industrial de Bruselas, y rodeados de un grupo de autores de Ciencia Ficción y de algunos de los componentes del grupo Pánico. Muchos de sus

encuentros fueron en el célebre café Flore, pero muy bien pudieron ser en Le Condé, el café parisino que da título al libro.

La protagonista del libro es Louki, una chica asidua del café, al que iba a pasar muchas de sus tardes, con un grupo de asiduos a los que nadie preguntaba quiénes eran ni de dónde venían, ni a qué se dedicaban. Algunos eran escritores con obra publicada. A ellos sí los conocía. Pero de los más ni siquiera se podía saber si los nombres eran

auténticos. (Modiano, ya lo sabemos, está obsesionado con los nombres). A quien sí es fácil reconocer es al propio Modiano en el primer narrador: “Y además, si toda aquella época sigue aún muy viva en mi recuerdo se debe a las preguntas que se quedaron sin respuesta.” Era un joven estudiante de la Escuela de Minas que constantemente se

pone en duda si debe seguir o no en dicha escuela, o si debe poner todo su empeño en escribir, y que, como algunos de los demás personajes, cae bajo el hechizo nostálgico y misterioso de Louki. Son cinco narradores que afrontan, desde sus puntos de vista, aquellos años y muy directamente a la chica a la que a medida que avanza el libro vamos conociendo y comprendiendo algo más. Cada personaje nos apunta algo nuevo de ella y algo más sobre ellos mismos, sobre el Paris de los sesenta, sobre “la rive gauche”, sobre tantas dudas que había entonces y que todavía no se han resuelto: el amor, el arte, la culpa. Louki desde muy pequeña, como algunas de las chicas de Las Desconocidas, va al cine sola, a que le cuenten historias que le muestren que el mundo es diferente y que, por ello, merece la pena vivirlo. Una constante en los personajes de Modiano es la soledad: la soledad y la necesidad de afecto. Por eso todos nos resultan tan cercanos y a todos deseamos abrazarlos. Al propio Modiano. La literatura y la vida se entremezclan de una manera diferente a la que últimamente estamos acostumbrados: el autor nos pide nuestra ayuda. Para él y para todos los suyos. Si toda la obra narrativa de Patrick Modiano transcurre entre el deseo de comprender la segunda mitad del siglo XX europeo y el no menos trascendente interés por encontrar su propio hueco en el espacio y en el tiempo, esta obra pertenecería más al segundo grupo. No es difícil entender así lo que dice Félix Romeo: que en Francia no han terminado de acoger como suyo el Nobel de Le Clezio, que lo hubieran preferido para Modiano. Es una afirmación osada, pero muy fácil de compartir. Modiano bucea en su propia historia personal para tratar de explicarnos la historia de Francia, o incluso la historia de Europa, nuestra historia.

En El Café De La Juventud Perdida apuesta. desde las primeras líneas, por un lirismo de una intensidad muy poco frecuente. Ya desde el título, que toma prestado de Guy Debord, que también quiso describir estos ambientes y lo intentó hasta que se agotó y se quedó sin más ganas de escribir, ni de vivir. Es algo que cuesta comprender. Pienso ahora en tantos, el último David Foster Wallace, pero son tantos. Un personaje del libro, en idéntico trance, nos ofrece una respuesta: “No hay nada que entender… Cuando de verdad queremos a una persona, hay que aceptar la parte de misterio que hay en ella… Porque por eso es por lo que la queremos, ¿verdad, Roland?” O quizá sí haya algo que entender: escribimos para salvarnos. Pero no todos somos Modiano.
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Siempre me obsesionó el olvido: 

Modiano

El premio Nobel de Literatura 2014, Patrick Modiano, habló en distintos medios de Francia sobre su juventud y el significado de su escritura.


A continuación una selección de declaraciones a distintos medios del francés Patrick Modiano, premio Nobel de Literatura 2014, sobre su juventud, la escritura o su gusto por los casos policiales:

"Escribo estas páginas (sobre mi juventud) como se redacta un parte policial o un curriculum vitae, como documento y sin duda para poner fin a una vida que no era la mía. Se trata de una simple sucesión de hechos y gestos".

"No tengo nada que confesar, nada que aclarar y no me gusta la introspección o el examen de conciencia. Al contrario, cuanto más permanecen oscuras y misteriosas las cosas, más me interesan. He intentado incluso hallar misterio donde no lo había".

"Las cosas que escribo no son realmente novelas, son segmentos, cosas que he tomado y amasado".

"Hay buenos libros que serían aún más interesantes si el autor no tuviese más de 25 años".

"Conozco casi todos los casos policiales de 1920 a la fecha (...) Si se hiciese una radiografía de mis novelas, se vería que contienen pedazos enteros del caso Profumo o del asunto Christine Keeler o del secuestro del hijo de Peugeot."

"Hay algo torcido en la autobiografía porque uno nunca puede verse a sí mismo (...). Para una mayor precisión es necesario recurrir a la ficción".

"Estoy asombrado de escuchar a escritores contar que escriben de 8 a 12 y de 14 a 20. En mi caso el esfuerzo es tan penoso que sólo puede durar una o dos horas".

"Hay algo que no pega entre la televisión y la literatura. Con Bernard Pivot (animador del famoso programa literario francés Apostrophes), funcionaba bien porque él hacía casi un interrogatorio. Para un escritor es más fácil contestar preguntas precisas".

"Si no la tuviese (la escritura), no sé lo que haría."

"En aquel entonces (cuando era joven) me gustaba mezclarme con la gente. Los miraba como desde detrás del vidrio de un acuario. Ya desde entonces sentía que los utilizaría para escribir".

"Siempre me obsesionó el olvido de cosas que sin embargo me parecían tan importantes, un olvido voluntario o un mentirse a sí mismo".

"Lo que me llamaba la atención en la medicina (una carrera que finalmente no estudió) era la precisión. Me decía que me obligaría a dejar de soñar y de ser confuso. Es necesario hallar un punto fijo para que la vida deje de ser una perpetua divagación. Desde mi temprana juventud he buscado una disciplina que me saque de la ciénaga. La hallé en la lengua francesa. Describe muy bien, me parece, los estados crepusculares".

"Siempre pensé que mis lectores me comprenden mejor que yo".

"He tenido siempre el sentimiento de que mi naturaleza profunda era la facultad de ser feliz, pero que la misma siempre había sido desviada, a lo largo de toda mi vida, por circunstancias exteriores. Nací por casualidad en 1945, lo cual me dio un origen turbio y me privó de un entorno familiar".

"Si hubiese nacido en el campo, hubiese sido un escritor paisajista. Me hubiese conformado con eso".



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