El Palacio de la Luna (Paul Auster)

Auster, Paul - El Palacio de la Luna


A Paul Auster le gusta encerrar varias historias en cada libro que escribe. El modo en que se desarrolla cada una de ellas, cómo se relacionan entre sí y la manera en que interactúan para crear un territorio temático común, es fruto de su talento para la narración. El lector se adentra en sus novelas seducido por una prosa sencilla pero implacable (mención inevitable a la labor traductora de Maribel De Juan), que apenas da oportunidad de apartar la lectura por unos instantes, hasta llegar a un punto en el que se descubre a sí mismo envuelto en una trama sólo aparentemente lineal y simple, plena de simbolismos que comienzan a explicitarse.

Por una vez, adelantaremos los fundamentos de cada una de esas historias sin llegar a desvelarlas por completo para aquellos que no hayan leído la novela y con el afán de destacar aquellos aspectos en los que El Palacio de la Luna resume la temática austeriana.

En El Palacio de la Luna tenemos la historia de Marco Stanley Fogg, un joven de padre desconocido y huérfano de madre que ha vivido bajo el cuidado de su tío y que a la muerte de éste parece no tener interés por integrarse en la vida tal y como la entienden otros jóvenes de su edad. Completa sus estudios en la Universidad de Columbia gracias a la venta progresiva de los libros que su tío le ha dejado casi como única herencia. Agotado el dinero, M.S. Fogg termina viviendo como un vagabundo en Central Park hasta que es rescatado por un amigo de la Universidad (Zimmer) y una chica oriental (Kitty Wu) a la que ha conocido casualmente por un malentendido.

Después de vivir un tiempo en el apartamento de Zimmer comienza a trabajar como ayudante personal de un excéntrico anciano prácticamente ciego. Tras un tiempo en el que su único cometido parece ser el de leer en voz alta erráticamente los libros que su patrón le indica, pasa a leer noticias de prensa y posteriormente necrológicas, momento en el que Fogg es informado de que el verdadero motivo por el que ha sido contratado es el de escuchar de labios del anciano la historia de su vida y así poder componer, con vistas a su próximo fallecimiento, varias necrológicas, todas ellas para la prensa, salvo una, la más extensa y completa, la que da cuenta de su vida real, la única totalmente fiel a los hechos, que deberá ser entregada a su hijo, al que abandonó sin saber de su existencia y que desconoce que su padre sigue vivo.

Pero tenemos también la historia de Mr. Effing, de nombre originario Julian Barber, reconocido pintor que decide viajar al Oeste para retratar los paisajes de la frontera americana al tiempo que aprovecha para poner distancia con su fría mujer. En el Oeste, sufre un asalto y queda abandonado en medio de un paraje desértico. Barber concluye que si el mundo le cree muerto, no puede dejar pasar la oportunidad. Después de vivir un tiempo aislado, regresa a la civilización como Thomas.Effing y hace fortuna, aunque ya no como pintor sino como financiero. En una fiesta, alguien le hace notar su parecido con un famoso pintor desaparecido hace años, lo que sume a Effing en la confusión y pierde la firmeza y determinación que le habían empujado hasta el momento. Comienza a sumergirse en su propio infierno particular (paralelo al que M.S. Fogg vive en Central Park) haciéndose habitual visitante del Barrio Chino; finalmente un accidente le ata a una silla de ruedas y, huyendo de su destino y de su país, se instala en Europa donde residirá hasta que decida su regreso final a Nueva York.

Y, para concluir el tríptico de El Palacio de la Luna, tenemos la historia de Solomon quien crecerá tratando de reconstruir la figura del padre ausente y terminará por crear una imagen de sí mismo, una identidad, que le proteja. Engordará, llevará sombreros absurdos y trabajará en diversas Universidades mediocres pese a su innegable talento académico, cambiando frecuentemente de una a otra. Su único romance en este tiempo es una alumna a la que amará por una sola noche y que luego desaparecerá. Su vida errática, gris, condenada a la apatía y la falta de nervio es la réplica del Central Park y el Barrio Chino de los otros dos protagonistas.

Las tres historias terminarán por converger en una única de la manera más sorprendente (sin duda, muchos podrán anticipar el cómo leyendo la solapa del libro), apareciendo así una de las constantes de las novelas de Paul Auster: el azar. Sus novelas parten del realismo y la verosimilitud pero, sin embargo, el azar se inmiscuye en ellas para darles ese aspecto fantasioso y novelesco que atrapa al lector. Sus personajes, simples y cotidianos la mayoría de las ocasiones, pasan a un primer plano gracias a azares dudosos, encuentros inverosímiles o asociaciones totalmente arbitrarias, de manera que la acción se desencadena casi sin que el lector pueda prevenirse ante lo que está por llegar.

La Literatura es otro tema básico en las novelas de Auster. Sus personajes suelen ser escritores o, al menos, personas que dejan constancia escrita de los hechos. El Palacio de la Luna se presenta como un libro escrito por Fogg pasados varios años después de los acontecimientos narrados. Mr. Effing también siente el impulso de escribir la historia de su vida y Solomon escribe un remedo de novela en la que plasma sus fantasías en relación a la figura del padre ausente. Asimismo, las referencias literarias son innumerables, desde escritores franceses (Auster trabajó en París como traductor) hasta una sorprendente alusión al Lazarillo de Tormes. No olvidemos, como ejemplo de la ironía de la que está repleta la novela, que Fogg sobrevive durante un tiempo gracias a la venta en tiendas de segunda mano de la herencia en forma de libros que su tío le deja, herejía que pocos bibliófilos pasarán por alto.

Otra constante en numerosas obras de Auster es la búsqueda de la identidad. Partimos de que los protagonistas son, en muchas de sus obras y El Palacio de la Luna no es la excepción, individuos que, o bien parten de la confusión y la incapacidad de sacar partido de sus talentos, imposibilitados para erguirse y tomar una determinación sobre el rumbo que desean para sus vida, o se trata de personas que atraviesan una profunda crisis personal que les lleva a ese estado.

Seres acostumbrados a presenciar las acciones de otros, su pasividad les lleva al escepticismo y la tolerancia, en ocasiones incluso se puede decir que parecen carecer de principios toda vez que admiten lo que se les viene encima haciendo poco por encauzar su propia vida. Sin embargo, en su pasar por la vida, se entrecruzan con personas e historias que les hacen reflexionar e, incluso, modifican su actitud, su visión del mundo.

Frente a Mr. Effing, capaz de reconstruirse a cada momento, de reiniciar su vida si es necesario en una huida continua hacia el futuro, y a Solomon, adaptado a una realidad mediocre pero que él mismo parece haber elegido para sí, Fogg espera que el curso de la vida le aclare lo que desea. Los cambios bruscos que definen su existencia son fruto de un azar que parece guiarle discretamente hacia un destino que resulta indiferente a Fogg. Más bien, el joven protagonista de El Palacio de la Lunaparece carecer de empuje o personalidad definida, se integra en la vida gracias a proyectos ajenos; observa a quienes le rodean y de ellos extrae sus enseñanzas evidenciando cierta necesidad de involucrarse a través de estos mediums. Ni siquiera el sorprendente final y la revelación que se abre a los ojos de Fogg logran desperezarle, sacarle de ese sopor blando que parece consustancial a su ser.

La soledad es otro de los temas recurrentes en las obras de Auster. Sus personajes viven en soledad, con independencia de que tengan o no un amplio círculo de amigos, la esencia de su vida es la soledad, tal vez con el fin de mantener un precario equilibrio interior. Esta soledad y el modo de amoldarse a la misma como forma de conocimiento es una de la claves de El Palacio de la Luna y un tema recurrente en cada una de las historias en que se descompone. Ninguno de los protagonistas parece incómodo en dicha situación, antes bien, reducen su contacto con el resto de la sociedad al mínimo imprescindible.

Muchos otros temas se deslizan en esta novela que admite una lectura superficial, atenta a la trama y al modo en que las historias se imbrican y una lectura algo más profunda (no mejor, ni más placentera) que buscará dotar de sentido a cada episodio, explicar el simbolismo que la luna ofrece al conjunto, reflexionar sobre el viaje como experiencia, buscar paralelismos con la vida del propio autor o incluso leer la novela como una parábola sobre la historia de los Estados Unidos, su pasado y su sentido histórico.

Puede decirse que El Palacio de la Luna es la primera gran obra de Auster o, al menos, la primera que anticipa la mayoría de temas que terminarán siendo consustanciales a sus novelas posteriores. El propio Auster ha manifestado que es su obra más querida, no en vano los primeros borradores se remontan a su época universitaria, si bien, no es hasta 1989 cuando se publica definitivamente.

Dicen que hay autores que escriben muchas veces el mismo libro, puede que Auster vaya camino de convertirse en uno de ellos, por eso, si alguno de sus libros puede resultar más imprescindible y necesario, será precisamente éste.

http://confiesoqueheleido.blogspot.com/2009/08/el-palacio-de-la-luna-paul-auster.html

                                           




El palacio de la luna, Paul Auster


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LO MÁS GRAVE de todo es que Auster ya había excedido los cuarenta cuando publicó esta novela. Ya no tenía coartadas creíbles tras las que ocultarse y salir absuelto, la inconsecuencia juvenil no era ya un alegato admisible, no obstante lo hizo.

El libro, más que remedo tardío de los beatnik, es un eccema epigonal. Una excrecencia grasa que se abulta por fagocitosis de estereotipos de generaciones colindantes. Así, en la novela, se hayan presentes las recurrencias completas que personifican a todos esos muchachos a los que se les fueron negreando los huevos durante los voceríos aledaños a la guerra de Vietnam y todo ese cisma levantisco.

Holgazanería, mendicidad como posicionamiento estético, obnubilación, nihilismo ontológico, desleimiento mental limítrofe a emulsión del córtex…, cosas de este tipo le van ocurriendo al sujeto directo de la acción simplemente porque sí. Sin motivos ni drogadicción intercalada. Una rebeldía átona y sin exabruptos, violencia inversa, vuelta hacia uno mismo, como una huelga de hambre en una isla desierta. Con estas alforjas se nos apareja el burro para un viaje que, a priori, nos parece va a ser corto, mas luego no, luego se hace largo de cojones.

Se nos avisa de una orfandad prematura y un pariente altruista que toca el clarinete. Con la universidad de Columbia se irá el patrimonio y aparecerá la lasitud, el desaliento, la existencia de rizópodo, las pernoctaciones en Central Park y la desnutrición. La semejanza física y conductual con un ser unicelular le librará del reclutamiento. En su ayuda acudirán un compañero de estudios y una novia china que lo acompañará un tramo largo de novela, hasta que un embarazo discontinuo se interpone entrambas partes sin que haya lágrimas que valgan para volver.

Después de esto que digo al autor se le acaba el yo –la biografía- y empieza con la ficción. El personaje debe buscar trabajo y lo encuentra en un tablón de anuncios de la universidad. De todos los lugares a los que podría enviar un tablón de anuncios a un muchacho desesperado e insolvente en la fatua Nueva York –sin recomendaciones previas ni intercesiones divinas notificadas- el salón comedor de su abuelo desconocido será adonde lo envíe. Grave falta de respeto, pérfido menoscabo el perpetrado hacia el lector aquí, dejándonos cariacontecida la lectura, pero que, bien mirado, tampoco importa demasiado vamos.

La historia tuerce por la esquina de la casualidad y se licúa en una espiral de padres errabundos que se hacen los encontradizos ante hijos totalmente perdidos o perdidamente atontados. El abuelo, paralítico y ciego ahora, tuvo un pasado trashumante que novelizar, una juventud inquieta y expedicionaria con toda su ornamentación crepuscular take me home, Country roads: meandros del río Colorado, mulas que se despeñan por los riscos, cantimploras vacías, nativos aullándole a la luna, coyotes y guaridas de cuatreros rebosantes de dinero robado, latas de judías guisadas y bacon ahumado.

El nieto será el dócil amanuense que transcribirá las irisaciones mozas del viejo moribundo y el encargado de hacer llegar al hijo abandonado por el ciego tales crónicas, junto a las prerrogativas sucesorias convenidas por el finado. El descubrimiento del padre encubierto también se producirá al doblar una esquina casual en un viaje espontáneo y malogrado hacia la cueva de los cuatreros que les contara el paralítico difunto. A estas alturas la epistemología del texto ya nos ha persuadido de que la casualidad que pastorea los designios de los personajes también puede revolverse airada, y de igual forma te obsequia con un pariente imprevisto con heredad aneja como te quita un progenitor apenas entrevisto. La retórica de la orfandad ya la dejó clara el poeta:

Qué me agradeces, padre, acompañándome

con esta confianza

que entre los dos ha creado tu muerte?

No puedes darme nada. No puedo darte nada,y por eso me entiendes.

En mitad de la barahúnda sesentera neoyorkina Auster siembra a su personaje por ver si le germina algo decoroso y convincente, un Holden Caufield por ejemplo, que se parezca un poco a él pero no tanto.

El indisimulable efluvio de hechicería india con segregaciones lisérgicas, simbolismo chamánico, telurismo junguiano, viajes iniciáticos de aquí para allá, muertes espirituales y renacimientos carnales hiede, pero el peyote no acaba de aparecer por ningún lado. Se nos anticipa un viaje -on the road- con mucha prosopopeya beat pero sin infiernos dentro, sin tinieblas, sin bebop ni LSD ni heroína ni fornicatura, una pornografía para todos los públicos contada como cuenta este señor sus cosas: todo recto y seguido, sin adjetivar nunca, como si no considerase importante detenerse a matizar, sugerir o proponer desde otra perspectiva que no sea el  plano secuencia aniñado, tafiole y cursi, que convierte sus libros en animación industriosa fastidiosamente transparente para impúberes tornadizos con la frente colérica de acné.

Es inútil escribir sin emoción. Me parece que desciendo cada vez más hacia la sensación, que me encenago en ella y me encamino, así, hacia un terror frío.     –E.M.Cioran-

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