La Gran Ilusión (1937) de Jean Renoir - Crítica | |||
La refinada y caballerosa amistad entre los personajes aristocráticos de distinto bando (no existe el torpe maniqueísmo) y la creciente relación amistosa entre prisioneros y captores son los principales focos de esta película, narrada de forma magistral por el director y guionista galo, con una sobresaliente capacidad en el trabajo de cámara, su habitual gusto por los planos largos y una excepcional utilización de la profundidad de campo.
El realismo poético emanado en todo el film, culmina con un plano final verdaderamente indeleble.
1ª Guerra Mundial. Dos oficiales pertenecientes al ejército francés, el capitán De Boieldieu (Pierre Fresney) y el teniente Maréchal (Jean Gabin), provenientes de muy diferente estrato social, son apresados y conducidos a un campo de prisioneros alemán.
Allí entablarán relaciones con otros prisioneros de diferente condición y nacionalidad y con sus captores, dirigidos por el capitán Von Rauffenstein (Erich Von Stroheim).
Además de los valores éticos y estéticos anteriormente mencionados es imposible no destacar las interpretaciones de sus tres principales protagonistas, Jean Gabin, Pierre Fresney y Erich Von Stroheim, este último ciertamente magnífico.
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En un contexto europeo en el que ya se barruntan los conflictos que darán lugar a la II Guerra Mundial, dirige Renoir La gran ilusión, película que refleja magistralmente el final de una época que se cierra con la guerra del 14.
Sin embargo, pese a su temática, este film pacifista resulta atípico y no puede alinearse junto a otros de tema bélico o films de "campo de prisioneros". Aquí se elude la guerra en su horror más puramente físico, y no se centra en las privaciones, sino en las secuelas psicológicas y en el sufrimiento emocional de sus protagonistas.Son los problemas humanos universales lo que interesa a Renoir, y no las circunstancias de una guerra concreta, que les sirven meramente como marco.
La trama argumental viene a sintetizar los que han sido las grandes aspiraciones y conflictos del siglo XX. El final de la Belle Époque se nos da desde sus entresijos, con gran sobriedad, a través de los diálogos de un grupo de prisioneros de guerra franceses, confinados en el campo alemán de Hallback. La convivencia obligada evidencia los roces entre distintos sectores sociales, y en último extremo la fragmentación social, la imposible cohesión, plasmando el fin definitivo de la aristocracia (representada por Boïeldieu - Pierre Fresnay- ), y la irrupción de la burguesía, el ascenso de las clases medias, encarnadas en el contramaestre Maréchal (Jean Gabin) y el comerciante judío Rosenthal (Marcel Dalio).
El tratamiento igualitario de franceses y alemanes creó problemas a Renoir; el bondadoso centinela alemán - que protagoniza una de las más emotivas e inolvidables escenas del film - , resulta tan opuesto al tipo como los ingenuos reclutas alemanes, sobre cuya movilización proyecta el director su mirada crítica.
El enfoque lúdico sería también, sin duda, uno de los aspectos que se le pudieron censurar en su día; frente a los jóvenes soldados alemanes, a los que se obliga a actuar como hombres(¿hombres?, he aquí la pregunta que sugiere Renoir), los prisioneros se comportan como niños, unidos por su máxima ilusión en ese momento, la de la libertad, que resume las demás (la del amor, la de la paz); de ahí que sus actividades adopten visualmente el aspecto de un juego (especialmente acentuado al inicio por las intervenciones cómicas de Marcel Dalio), y que desembocarán definitivamente en lo lúdico y en lo teatral; el travestismo de los hombres permite entrever la nostalgia de lo femenino, y da lugar a un clímax visual que tiene como referencia el cuadro de Delacroix "La libertad guiando al pueblo", y como fondo musical la Marsellesa. El profesor, dedicado al estudio de Píndaro, es un intelectual abstraído, quizá el personaje más ajeno a su cautiverio. Las ansias de libertad del grupo se verán frustradas al ser transferidos los prisioneros al castillo-fortaleza de Wintersborn.
Mientras los demás siguen con sus deseos de evasión, Boïeldieu parece abandonarlos por amistad hacia Von Rauffenstein (Eric Von Stroheim), a quien se encuentra más unido por vínculos de clase que separado por su condición de enemigo; también porque sabe que su mundo agoniza más allá de los muros de la fortaleza; por otro lado, le separan de sus compañeros de cautiverio mutuas susceptibilidades de clase. Así, el sacrificio de Boïeldieu sólo puede entenderlo su aristocrático carcelero. La "única flor de la fortaleza" simboliza la soledad y la muerte de esa efímera amistad. La capilla-dormitorio fue diseñada, junto con su vestuario y ciertos elementos del decorado, por el propio Von Stroheim.
La feminidad se hará presente, junto con el amor, en la última parte de la película, en la que un ambiente navideño propicia la comunión entre las víctimas de la guerra, que se niegan a considerarse mutuamente como enemigas. El monólogo de Jean Gabin con la vaca alemana resume el mensaje de la película; y el final abierto da lugar a una esperanza acerca de las ilusiones del ser humano que no sería ya posible tras las II Guerra Mundial.
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