Homenaje. El escritor y ex diputado dice que la política extraña al gran líder del PCI muerto en 1984.
POR EUGENIO SCALFARI
TALENTO. Berlinguer tenía un gran carisma y era moralmente intransigente.
Comienzo
este artículo con una paradoja, y es la siguiente: Enrico Berlinguer tuvo en la
política italiana (y más allá) un papel de algún modo similar al que está
teniendo hoy el papa Francisco en la religión católica (y más allá). Ambos
emprendieron un camino de reformismo de una radicalidad capaz de producir
efectos revolucionarios; ambos fueron amados y respetados aun por sus
adversarios; ambos tuvieron un carisma que capturaba la realidad y alimentaba
un sueño. Hoy, en lugar de comentar los sucesos políticos de la semana que
acaba de terminar, decidí recordar a Berlinguer de cuya muerte se cumplen
treinta años y sobre cuya figura están saliendo en este momento libros y
documentales que evocan su fuerza moral, su coraje político, los errores que
cometió y la profunda renovación que llevó a cabo en la izquierda.
Su semejanza
con el rol del papa Francisco –como ya dije– es una paradoja, pero como todas
las paradojas contiene aspectos de verdad. Si hubieran vivido en la misma época
seguramente se habrían respetado y hasta querido quizá. En lo que a mí se
refiere, conocí, respeté y tuve incluso una profunda amistad personal con
Enrico. Lo conocí por razones profesionales en 1972, cuando fue electo
secretario del PC italiano después de Longo y Togliatti. Fue, por lo tanto, el
tercer secretario de ese partido desde el final de la Segunda Guerra.
Murió en
junio del 84 y todavía recuerdo que, estando ya en agonía, fui a darle mis
condolencias a Botteghe Oscure donde todavía estaban reunidos los pocos
dirigentes todavía en Roma que esa misma noche viajaron a Verona para velar su
muerte. Recuerdo mi primera y cortísima visita porque, después de decir unas
breves palabras de condolencia, terminé declarando que su desaparición era una
grave pérdida para su partido pero sobre todo para la democracia italiana. Lo
dije porque lo pensaba y sigo pensándolo. La visita había terminado, saludé a
los presentes y Pietro Ingrao me acompañó hasta la salida de aquella sala. Nos
dimos la mano pero yo estaba muy conmovido, lo abracé llorando y también él lloró
consolándome. Lo guardé en mi mente porque nunca me había pasado algo así: que
me consolaran en la sede del PC italiano por la muerte del jefe de un partido
al que nunca suscribí y cuya ideología política nunca compartí.
A lo largo
de los años, desde 1977 a 1984, las preguntas más importantes que le hice y las
respuestas que obtuve fueron siete: la naturaleza del Partido Comunista
italiano frente a los otros y sobre todo frente a los que funcionaban en países
occidentales; su relación con la URSS y con el Partido Comunista soviético; su
relación con el leninismo; la concepción que tenía de la futura Europa; la
dialéctica en acción con los socialistas y con la DC; la naturaleza del
centralismo democrático y el rol que debía tener el Partido Comunista italiano
con Italia; el problema planteado por él sobre la cuestión moral.
Esas
preguntas se las hice muchas veces y las respuestas no fueron siempre las
mismas, algunas cambiaron con el paso del tiempo, pero la evolución fue, sin
embargo, coherente. Todavía recuerdo una llamada telefónica que recibí de Ugo
La Malfa el día que Enrico rompió decididamente con Moscú reivindicando su
autonomía con respecto a la URSS, el Partido Comunista Soviético y el
Cominform. “Lo que esperábamos desde hace tanto tiempo finalmente ocurrió.
Ahora ese miserable intentará no dejarlo salir del gueto donde estuvo durante
tantos años el PC italiano. A nosotros nos corresponde ayudarlo para que
nuestra democracia sea finalmente consumada”. Le respondí que tenía razón pero
que la salida del gueto no sería fácil, una parte del PC italiano todavía se
sentía seducida por la ideología leninista estalinista. Nosotros indudablemente
ayudaríamos a Berlinguer pero eran numerosas las dificultades, en parte ajenas
al PC italiano y en parte en su propio seno. “Tienes razón –respondió Ugo– pero
tenemos una gran función por delante y en lo que a mí respecta me comprometeré
hasta el fondo”. Le pregunté quién era el “miserable” que había tratado de
frenar la evolución democrática del PC italiano. “Sabes perfectamente quién es,
de hecho, lo atacas todos los días”.
Era Craxi,
cuyo nombre ni siquiera quería pronunciar. Lamentablemente, a los pocos meses
murió La Malfa y sólo después de muerto los italianos descubrieron que había
sido uno de los padres de la Patria, así como yo descubrí la grandeza política
y moral de Berlinguer en su funeral. El nuestro es un pueblo bastante extraño;
se enamora más de los payasos que de los políticos empeñados en anteponer el
bien común a cada interés personal y partidario. Tenemos tantas fortalezas,
pero esa es una debilidad capital que explica la fragilidad de nuestra
democracia y del Estado que debería ser su titular y contenedor.
Berlinguer
siempre fue contrario al estalinismo y, por lo demás, su ascenso a la
secretaría del partido había tenido lugar muchos años después de la muerte de
Stalin y el informe de Kruschev ya había dejado en claro la naturaleza
criminológica de esa tiranía. Era diferente, por el contrario, su relación con
el leninismo, pero esa fue una posición que cambió con el paso de los años,
señalando la evolución del PC italiano hacia la democracia consumada. Menciono
el párrafo más significativo extraído de la entrevista de septiembre de 1980,
cuando Polonia se rebeló contra el yugo de Moscú. En esa oportunidad también le
pregunté qué parte del pensamiento leninista rechazaba y cuál seguía aceptando.
Respondió
así: “Lenin identificó el partido con el Estado; nosotros rechazamos totalmente
esa tesis. Lenin siempre sostuvo que la dictadura del proletariado es una fase
necesaria del camino revolucionario; nosotros rebatimos esa tesis que no es
nuestra desde hace largo tiempo. Lenin sostuvo que la revolución tiene dos
fases netamente separadas: una fase democrático-burguesa y posteriormente una
fase socialista. Para nosotros, en cambio, la democracia es una fase de
conquistas que la clase obrera defiende y extiende, por ende un valor
irreversible y universal que es garantizado al construir una sociedad
socialista”.
Me da la
sensación, –dije yo en ese punto– de que ustedes rechazan todo en Lenin. “No.
Lenin descubrió la necesidad de las alianzas de la clase obrera y nosotros
estamos totalmente de acuerdo en ese punto. Finalmente, Lenin no confió en una
evolución natural reformista y también en eso estamos de acuerdo”.
Eso también
lo sostuvo Maquiavelo mucho antes que Lenin, le dije. “Los comunistas también
leímos a Maquiavelo que fue un gran revolucionario de su tiempo pero que se
refería ‘a la virtud individual de un Príncipe’ mientras que nosotros nos
referimos a una formación política que organiza a las masas para transformar la
sociedad”.
¿Se
esperaban, queridos lectores, que hace treinta años Berlinguer, hablando de un
gobierno de izquierda –del cual el PC italiano habría sido uno de los ejes
portantes– propiciara una salud financiada de su propio bolsillo para aquellos
con ingresos medios-altos? Cuidado con los que hablan del intento actual del
nuevo presidente del Consejo de salir a buscar coberturas para un gobierno que
está más a la izquierda que todos los que ha habido en los últimos treinta
años. Berlinguer, hace treinta años, encontraba las coberturas desgravando a
los trabajadores a expensas de quienes tenían ingresos medios altos. Pero hoy
una propuesta de ese tipo sería tildada de comunismo inaceptable y de hecho ni
siquiera se considera posible y ya un aumento de los impuestos sobre las
ganancias (¿cuáles?) es considerado “subversivo”.
He tratado
de recordar al Berlinguer que conocí. Tenía un gran carisma pero era tímido,
era reservado, era prudente, era moralmente intransigente. Quería, junto a Lama
y Amendola, austeridad, incluso en los salarios obreros, pero quería también
que los valores de la clase obrera coincidieran con el interés nacional, como
siempre debe ser cuando una clase social tiene la responsabilidad de
sintonizarse con todo el país.
Sandro
Pertini lloraba cuando el féretro con sus restos, que había ido a buscar a
Verona, aterrizó en el aeropuerto de Ciampino. Fui allí para verlo y recuerdo
lo que me dijo: “Se fue el último grande de la izquierda italiana. Sin él, este
país volverá a descubrir sus vicios y sus debilidades y no será por cierto la
izquierda, el dique del río fangoso que desbordará”.
Por
desgracia, estaba en lo cierto el viejo Pertini, que había pasado tantos años
de su vida en la cárcel, confinado y en las brigadas Matteotti de la guerra
partisana. Había más gente en aquel funeral que en el de Togliatti que no
obstante había movilizado a millones. Ese fue el último impulso, el llanto de
toda la nación. Ahora nos hemos deslizado más bien hacia abajo; nos reímos,
bromeamos o nos insultamos y nos apuñalamos por la espalda. Y les aseguro que
para un viejo testigo del tiempo, no es en realidad algo agradable de ver.
(c) La Repubblica.
Traducción: Cristina Sardoy
Enrico Berlinguer (IPA [berliŋ'gwɛr]) (Sassari, Cerdeña, 25 de mayo de 1922 – Padua,Véneto, 11 de junio de 1984) fue un político italiano, secretario general del Partido Comunista Italiano (PCI) desde 1972 hasta su muerte.
Eugenio Scalfari ( Civitavecchia , 6 de abril de 1924 ) es un periodista , escritor y político italiano .
Los principales ámbitos de análisis son Scalfari 's economía y la política , que se utilizan ampliamente en el punto de vista de síntesis de la ética - lo filosófico : algunos de sus artículos han dado lugar a batallas culturales ideológica, como las que condujeron al referéndum sobre el divorcio y en el ' aborto . Su inspiración es político matriz social-liberal . Puntos destacados de sus artículos recientes son la laicidad, moral, filosofía [1] y la crítica constante de la acción política de Silvio Berlusconi .
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