FRAGMENTOS Y DOSSIER SOBRE ELIO VITTORINI


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CONVERSACIÓN EN SICILIA', DE ELIO VITTORINI
El mejor neorrealismo italiano

JAVIER MEMBA
Elio Vittorini.

MADRID.- Cuentan sus biógrafos que, a partir de 1925, fueron muchos las veces que Elio Vittorini intentó escaparse de la Siracusa que le vio nacer el 23 de julio de 1908. Acabó por conseguirlo en 1927. Para realizar aquel viejo deseo de dejar atrás padres y patria, se empleó como peón en la construcción de un puente en Venecia.
En aquellos días, cuando las labores del tajo se lo permitían, leyó 'Las mil y una noches' y 'Robinson Crusoe', los dos títulos que determinaron su vocación de escritor. Aunque no tardaría en descubrir las delicias de la burguesía florentina, ciudad en la que se estableció al ser empleado como corrector de pruebas del diario 'La nazione', el solar natal no había quedado atrás.
Muy por el contrario, fue una obsesión que le persiguió durante toda su vida. De ello viene a dar prueba 'Conversación en Sicilia'. Aparecida en 1941, es una de las novelas fundamentales de la literatura italiana del siglo XX, que recupera ahora Gadir en una espléndida edición para el lector español.
Tal vez se deba a que Defoe fue uno de sus primeros autores, el que le catapultó a la literatura. Pero el caso es que -como el 90% de los grandes narradores del pasado siglo, por otra parte-, Vittorini fue un escritor muy influenciado literatura anglosajona. Con el correr del tiempo sería un aplaudido traductor de Faulkner, Lawrence, Steinbeck y Saroyan. Su antología 'Americana' (1942) fue saludada en su momento –los últimos días del fascismo, recuérdese- como una apuesta por un mundo más democrático.

Hallazgos de la narrativa

Pero 11 años antes, en su primer libro, una colección de relatos reunidos bajo el título de 'Piccola borghesia' (1931), Elio Vittorini ya había llamado la atención por su aplicación de los últimos hallazgos de la narrativa. Aun así –se ha de insistir- Sicilia, el drama siciliano –en aquellos días la región más atrasada de Italia-, tan alejado de la apacible cultura florentina, fue una auténtica monomanía en este autor.
No hay duda de que la injusticia social, que conoció en Siracusa desde su infancia como hijo de un ferroviario, le llevó a su concepción radical de la cultura, a veces próxima al realismo socialista. No en vano, Vittorini ingresó en el Partido Comunista italiano (1938) a raíz de la indiferencia de las democracias europeas frente a la Guerra Civil española, para abandonarlo en 1951.
Nada mejor para conocer a este gran autor que la lectura de 'Conversación en Sicilia'. Bien es cierto que en sus primeras ediciones Vittorini negó el carácter autobiográfico de su obra maestra. Pero no lo es menos que en sus páginas se refiere a episodios inequívocos de su biografía. Publicada originalmente por entregas en la revista 'Letteratura' entre 1938 y 1939, dos años después, cuando apareció en forma de libro, no tardó en ser prohibida.

Prototipos de Italia

A punto de cumplir los 30 otoños y empleado como linotipista en una ciudad del norte de Italia, Silvestro es un hombre preso de "las furias abstractas" que hacen mella en él en los últimos meses. Así las cosas, recibe una carta de su padre en la que le anuncia que ha dejado a su madre por otra mujer y le pide que la visite con motivo de su próxima onomástica. Los recuerdos de la infancia se despiertan en nuestro protagonista, quien no tarde en atender la petición paterna y emprender el viaje a Sicilia.
Durante el recorrido, Silvestro se irá encontrando con diversos prototipos de la Italia del momento: un bracero al que han pagado con naranjas que no puede vender; los guardias Con Bigotes y Sin Bigotes, encargados de que todo siga siendo así, y el Gran Lombardo, quien intenta atisbar una solución a la miseria.
Ya en Sicilia, Silvestro se entrega a una liturgia de la memoria que hará que sus recuerdos parezcan ser realidad. De nuevo junto a su madre, cree recuperar la infancia en las casas de los guardabarreras, el canto de las cigarras y en los versos de Macbeth que su padre lee en la sala de espera... El entusiasmo sucede a la miseria en una narración que es una de las cumbres del neorrealismo italiano –que, si bien tuvo su máxima expresión en la pantalla, también fue literario-, un texto que inevitablemente nos recuerda aquel impagable 'Crónicas de pobres amantes' (1947), del gran Vasco Pratolini.
Su proximidad al realismo socialista no ha de retraer a nadie ante su lectura, del mismo modo que no hay que dejar de leer a Pierre Drieu La Rochelle por su complicidad con el Gobierno de Vichy. 'Conversación en Sicilia' es una novela espléndida que ahora se presenta en una espléndida edición.

http://www.elmundo.es/elmundolibro/2004/10/29/narrativa_extranjera/1099067924.html

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Elio Vittorini



Nombre y lágrimas



Yo escribía en la grava del parque y ya estaba oscuro; hacía un rato que había luces encendidas en todas las ventanas.
Pasó el guardián.
"¿Qué escribe?", me preguntó.
"Una palabra", respondí.
Se inclinó a mirar, pero no vio nada.
"¿Qué palabra es?", preguntó de nuevo.
"Bueno", dije yo, "es un nombre."
El agitó sus llaves.
"¿Nada vivo? ¿Nada debajo?"
"¡Oh, no!", exclamé.
Y reí también.
"Es el nombre de una persona", dije.
"¿De una persona que espera?", preguntó.
"Sí", respondí. "La espero."
El guardián se alejó entonces, y seguí escribiendo. Escribí y hallé la tierra bajo la grava; escarbé y escribí, y la noche fue más negra.


Regresó el guardián.
"¿Sigue escribiendo?", dijo.
"Sí", dije yo. "He escrito otro poco."
"¿Qué más ha escrito?", preguntó.
"Nada más", respondí. "Nada más que esa palabra."
"¡Cómo!", gritó el guardián. "¿Nada más que ese nombre?"
Agitó de nuevo sus llaves y encendió su linterna para mirar.
"Ya veo", dijo. "Sólo está ese nombre."
Alzó la linterna y me miró a la cara.
"Lo escribí más hondo", expliqué yo.
"Ah, ¿sí?" dijo él. "Si quiere continuar le doy un azadón."
"Démelo", respondí.
El guardián me dio el azadón, se alejó de nuevo, escarbé y escribí el nombre en lo profundo de la tierra. Lo habría escrito, de veras, hasta en el carbón y el hierro, hasta en los más secretos metales, que son nombres antiguos. Pero el guardián regresó una vez más y me dijo: "Ahora tiene que irse. Vamos a cerrar."


Salí de las fosas del nombre.
"Está bien", dije.
Dejé el azadón, me sequé la frente y vi la ciudad en torno mío, más allá de los árboles oscuros.
El guardián se rió burlonamente.
"No vino, ¿eh?"
"No vino", dije.
Pero de inmediato pregunté: "¿Quién no ha venido?"
El guardián levantó su linterna y me miró a la cara, como antes.
"La persona que usted esperaba", dijo.
"Sí", dije yo, "no vino."
Y volví a preguntarle al punto: "Pero ¿qué persona?"
"¡Caray!", exclamó el guardián. "La persona con ese nombre."
Agitó su linterna, agitó sus llaves y agregó: "Si quiere esperar un poco todavía, dígamelo; no se ande con cumplidos."
"No es eso lo importante", dije yo. "Gracias."


Pero no me fui, me quedé, y el guardián se quedó conmigo, como haciéndome compañía.
"¡Hermosa noche!", dijo.
"¡Hermosa!", dije yo.


Luego dio él algunos pasos hacia los árboles, con la linterna en la mano.
"Pero ¿está usted seguro de que no está ahí?"
Yo sabía que no podía venir, pero me estremecí.
"¿Dónde?", dije en voz baja.
"Ahí", dijo el guardián. "Sentada en la banca."
Las hojas se movieron con estas palabras; una mujer se alzó de la oscuridad y empezó a caminar sobre la grava. Cerré los ojos al oír el ruido de sus pasos.
"Sí vino, ¿eh?", dijo el guardián.
Sin responderle, le seguí los pasos a aquella mujer.
"¡Se cierra!", gritó el guardián. "¡Se cierra!"
Y gritando "se cierra" se alejó entre los árboles.


Seguí los pasos de aquella mujer fuera del parque, y luego por las calles de la ciudad.
Seguí lo que había sido el rumor de sus pasos en la grava. Y aun podría decir que iba en pos del recuerdo de sus pasos. Y fue un largo camino, un largo seguimiento, ora entre la muchedumbre, ora por aceras solitarias hasta que, por primera vez, alcé los ojos y la vi, una transeúnte a la luz de la última tienda.
Vi sus cabellos, es verdad. Nada más. Tuve miedo de perderla, y empecé a correr.
La ciudad, en aquellos rumbos, alternaba prados y casas altas, oscuros Campos de Marte y ferias de luces, con el ojo colorado del gasógeno al fondo. Pregunté varias veces: "¿Pasó por aquí?"
Todos contestaban que no sabían.
Pero una niña burlona se acercó velozmente, sobre patines de ruedas, y se echó a reír.
"¡Ja, ja, ja! Apuesto a que buscas a mi hermana."
"¿Tu hermana?", exclamé. "¿Cómo se llama tu hermana?"
"No te lo diré", respondió la niña.
Y se echo a reír de nuevo. Sobre sus patines, giró en torno mío la danza de la muerte.
"¡Ja, ja, ja!", reía.
"Dime entonces dónde está", le pregunté.
"¡Ja, ja, ja!", no dejaba de reír. "Está en un portón."
Siguió girando en torno mío su danza de la muerte un minuto más, luego se fue patinando en la infinita calzada, sin dejar de reír.
"¡Está en un portón!", gritó a lo lejos, riendo.


Había abyectas parejas en los portones, pero llegué a uno que estaba desnudo y desierto. El batiente se abrió al empujarlo, subí las escaleras y empecé a oír un llanto.
"¿Es ella la que está llorando?", pregunté a la portera.
La vieja dormía sentada en medio de los peldaños, con sus trapos en las manos. Se despertó, me miraba.
"No lo sé", respondió. "¿Quiere el ascensor?"
No lo quise, quería ir hasta aquel llanto, y seguí subiendo las escaleras entre negras ventanas abiertas de par en par. Llegué hasta donde estaba el llanto: detrás de una puerta blanca. Entré, lo escuché junto a mí, encendí la luz.
Pero no vi a nadie en aquel cuarto, ni oí nada más. Sin embargo, sobre el sofá estaba el pañuelo de sus lágrimas.



A PARTIR DE LOS VEINTE años posteriores a la caída del fascismo, la figura de Elio Vittorini ocupa un lugar preponderante como escritor y organizador de la cultura italiana, por su afición a la verdad, por la pasión intelectual que rechazaba toda forma de conformismo y por los "abstractos furores" de su actitud política. En su obra narrativa no falta nunca la tensión moral, el mito trágico de la ciudad y la evocación de la Sicilia como regazo materno. Semejante al ritmo de los truenos, el de su prosa se desplaza lentamente, acompañada por una especie de cadencioso tamborileo de repeticiones tónicas, que le dan un carácter musical, de eco interminable. El cuento «Nombre y lágrimas» formó parte de su novela Conversación en Sicilia en su primera edición, pero no en las sucesivas, para dejarlo como texto independiente.

Elio Vittorini nació en Siracusa en 1908; murió en Milán en 1966. Desde muy joven, desarrolló una intensa actividad como traductor de la literatura inglesa y norteamericana. Obra narrativa: Piccola borghesia (1931); Nei Morlacchi y Viaggio in Sardegna (1936); La tragica vicenda di Carlo III (1939), en colaboración con Giansiro Ferrata, cuya segunda edición tituló Sangue a Parma (1967); Conversazione in Sicilia (1941); Americana (1942); Uomini e no (1945); Il Sempione strizza l'occhio al Frejus (1947); Il garofano rosso (1948); Le donne di Messina (1949); Erica e la Garibaldina (1956); Diario in pubblico (1957); Le due tensioni (1967) y Le città del mondo (1969). LC

http://web.uaemex.mx/plin/colmena/Colmena%2050/Italia/Elio.html




Diario en público (fragmento)

" Yo creo que ser escritor es una muestra de gran humildad. Lo veo como lo fue en el caso de mi padre, que era herrador y escribía tragedias y no consideraba que su escritura de tragedias fuera superior a su herrado de caballos. Es más, cuando estaba herrando caballos, nunca aceptaba que le dijeran “Así, no, sino así. Te has equivocado”. Miraba con sus azules ojos y sonreía o reía y meneaba la cabeza, pero, cuando escribía, daba razón a cualquiera a propósito de cualquier cosa. 
Escuchaba lo que cualquiera le dijese y no meneaba la cabeza, daba la razón. Era muy humilde en su escritura; decía que la tomaba de todo el mundo y, por amor a ella, procuraba ser humilde en todo: tomar de todo el mundo en todo. Mi abuela se reía de lo que él escribía. “¡Qué tonterías!” 
Y mi madre, igual. Se reía de él por lo que escribía. 
Sólo mis hermanos y yo no nos reíamos. Yo lo veía ponerse colorado, cómo agachaba, humilde, la cabeza y así aprendía yo. Una vez, para aprender, me escapé de casa con él. 
De vez en cuando mi padre lo hacía: escapaba de casa a escribir en la soledad. Yo lo seguí una vez: caminamos ocho días por el campo de alcaparras, entre las flores blancas de las soledades, y nos detuvimos bajo una roca para estar un poco a la sombra, él, con sus azules ojos, que escribía, yo, que aprendía, y al regreso mi madre me apaleó por mí y por él. 
Entonces mi padre me pidió perdón por los golpes recibidos en su lugar. 

Recuerdo cómo fue. Yo no le respondí. Y él me dijo con una voz terrible: “¡Responde!” ¿Me perdonas?” Parecía el espectro del padre de Hamlet cuando quiere venganza. No es que quisiera perdón. Pero de ese modo aprendí lo que es escribir. "

Elio Vittorini 

El simplón guiña el ojo al fréjus (fragmento)

" Cuando hemos encontrado lo poco que podíamos encontrar, se acabó. Ya no hay nada que nos diga algo. Seguimos embriagándonos con el vino, pero ya no buscamos nada en él, y ya el vino no nos dice nada. Nada ya nos dice nada. El aire que respiramos no nos dice nada ya. Debemos pensar que hemos muerto. De otro modo, estaríamos muertos y habríamos perdido la cordura a la vez. "

Elio Vittorini 



Conversación en Sicilia (fragmento)



" Esto era lo terrible: la quietud en la no esperanza. Creer perdido al género humano y no tener fiebre de hacer cualquier cosa en contra, ganas de perderme, por ejemplo, con él. Estaba agitado por abstractos furores, no en la sangre, y estaba quieto, no tenía ganas de nada. No me importaba que mi compañera me esperase, reunirme con ella o no u hojear un diccionario era para mí lo mismo; y salir a ver a los amigos, a los demás, o quedarme en casa era para mí lo mismo. Estaba quieto, era como si jamás hubiese tenido un día de vida, ni jamás hubiese sabido qué significa ser feliz, como si no tuviese nada que decir, que afirmar, negar, nada mío que poner en juego, y nada que escuchar, que dar y ninguna disposición para recibir, y como si jamás en todos mis años de existencia hubiese comido pan, hubiese bebido vino, o bebido café, jamás hubiese ido a la cama con una muchacha, jamás hubiese tenido hijos, jamás me hubiese caído a golpes con cualquiera, o no creyese todo eso posible, como si jamás hubiese tenido una infancia en Sicilia entre las tunas y el azufre, en las montañas; pero me agitaba dentro de mí por abstractos furores, y pensaba en el género humano perdido, inclinaba la cabeza, y llovía, no decía una palabra a mis amigos, y el agua me entraba en los zapatos. "

Elio Vittorini

Elio Vittorini
   (Italia, 1908-1966) Vittorini
  Novelista, traductor, editor y poeta italiano, nacido en Siracusa, Sicilia, el 23 de julio de 1908. Trabajó como corrector de pruebas y reportero en Florencia a partir de 1929, y publicó por aquel entonces un libro de cuentos, Pequeña burguesía (1931). En 1935, después de que el periódico Solaria, en el cual había publicado fragmentos de su poema procomunista El clavel rojo, fuera clausurado por las autoridades del régimen fascista, decidió que sería más seguro para él continuar su trabajo de periodista en Milán, donde se dedicó también a traducir a D. H. Lawrence, Edgar Allan Poe y otros escritores en lengua inglesa. En su novela Conversación en Sicilia (1939), en la cual un joven retorna a su tierra para reconsiderar su pasado, se deja sentir la influencia de estos y otros escritores, especialmente Ernest Hemingway, de quien era amigo. Por formar parte de la resistencia antifascista fue encarcelado y pasó en prisión dos años, de 1943 a 1945. En 1945 se afilió, junto con su cuñado, el poeta Salvatore Quasimodo, al Partido Comunista Italiano. Vittorini continuó trabajando en Milán para distintas editoriales, en cuyas revistas promocionaba el trabajo de autores jóvenes, como Leonardo Sciascia e Italo Calvino. En las últimas novelas que escribió, especialmente en Las mujeres de Messina (1949), examina los cambios que durante el siglo XX se han ido introduciendo en su isla natal. Vittorini murió el 13 de febrero de 1966 en Milán.

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En Urbino en 1965 converse brevemente;había ido a visitar al Profesor Arturo Massolo que no lo quiso recibir,lo había acompañado hasta su casa. Me dijo entre otras cosas que era "el campeón de las causas perdidas".Sabia que pronto moriría; se estaba despidiendo  de sus amigos.  

"Su obra póstuma las Ciudades del mundo en 1969 pone de manifiesto la perdida de fe en la literatura como instrumento capaz de activar la conciencia."



ELIO VITTORINI, UN REBELDE CON CAUSA

Este novelista, traductor, editor y poeta siciliano, en su niñez se fugó varias veces de su casa “para ver el mundo”.
Por Alberto Seoane, exclusivo para El Siciliano.
Nació el 23 de julio de 1908, en Siracusa, era hijo de un ferroviario, Sebastiano Vittorini, y de Lucia Sgandurra, Elio, inquieto y rebelde, trajo muchos dolores de cabeza a sus padres, ya que se fugó de casa varias veces afirmando que lo hacía “para ver mundo”. Siendo el mayor de cuatro hermanos, dejó la escuela a la edad de 17 años; aprendió inglés mientras trabajaba como corrector de pruebas y, en 1924, frecuentó círculos anarquistas siracusanos en lucha contra el fascismo.
Se estableció en Gorizia, norte de Italia, donde encontró trabajo en una constructora. En 1926 publicó un artículo político en la revista “La conquista dello stato”, asumiendo posiciones de fascismo antiburgués. En 1927, gracias a la amistad de Curzio Malaparte, comienza a colaborar en “La Stampa” y publica en “La fiera letteraria”.
El 10 de setiembre  de 1927, se casa con Rosa Quasimodo, la hermana menor del célebre poeta Salvatore Quasimodo. En agosto del ’28 nacerá su primer hijo, llamado, Giusto Curzio.
En este periodo interpreta la lectura de los mayores escritores europeos, como Gide, Joyce y Kafka, y para llevar el pan a la casa colabora en “Il Mattino”“Il Lavoro fascista” y en otros periódicos. En el ’29 suscita un escándalo un artículo que escribió contra el provincialismo de la cultura italiana. Vittorini comienza a ser considerado “un escritor tendenciosamente antifascista”.
Gracias al director de la revista “Solaria”, Giansiro Ferrata, realiza su sueño de vivir en Florencia donde en 1930 se traslada a vivir con su familia. Allí trabaja como secretario de redacción de “Solaria”. De la recopilación de sus artículos publicados en esta revista saldrá un libro de cuentos con el título Pequeña burguesía” (1931), su primer libro.
En 1935, después de que “Solaria”, publicara fragmentos de su poema procomunista El clavel rojo”, fuera clausurada por las autoridades del régimen fascista, decidió que sería más seguro para él continuar su trabajo de periodista en Milán, donde se dedicó también a traducir a D. H. Lawrence, Edgar Allan Poe y otros escritores en lengua inglesa. En su novela Conversación en Sicilia” (1939), en la cual un joven retorna a su tierra para reconsiderar su pasado, se deja sentir la influencia de estos y otros escritores, especialmente Ernest Hemingway, de quien era amigo. Afirma Sergio Pautasso, crítico italiano, que Elio Vittorini representa poéticamente, en esta obra, los conflictos que afligen a la humanidad, como el hambre, la miseria, la represión política, la guerra, entre otros, a través de la intensidad simbólica de las conversaciones y de los encuentros del protagonista Silvestro con los diferentes personajes.
Por formar parte de la resistencia antifascista fue encarcelado y pasó en prisión dos años, de 1943 a 1945 en la cárcel de San Vittore y en Bompiani. En 1945 se afilió, junto con su cuñado, el poeta Salvatore Quasimodo, al Partido Comunista Italiano.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, Vittorini se va a vivir a Milán con su segunda esposa Ginetta Varisco, una mujer extraordinaria, cultísima y de gran capacidad expresiva. Trabajó en esa ciudad para distintas editoriales, en cuyas revistas promocionaba el trabajo de autores jóvenes, como Leonardo Sciascia e Italo Calvino. En las últimas novelas que escribió, especialmente en Las mujeres de Messina” (1949), examina los cambios que durante el siglo XX se han ido introduciendo en su isla natal.
En el ’45 dirige por algunos meses “L’Unità” de Milán y funda para la editorial  Einaudi la revista “Il Politecnico” que dirigirá de 1945 a 1947. En los años `50 reemprende su colaboración en “La Stampa” y en 1951, dirige para Einaudi la colección de narrativa “I gettoni”, demostrando su capacidad para recolectar talentos como: Beppe Fenoglio, Carlo Cassola, Italo Calvino, Lalla Romano, Mario Rigoni, Ottiero Ottieri y muchos otros. En 1955 queda destrozado por la muerte de de su hijo Giusto.
En 1959 funda con Calvino “Il Menabò”, una revista literaria abierta a la civilización industrial que durará hasta 1966. Al año siguiente pasa a dirigir la colección de Mondadori titulada “La Medusa”.
Vittorini se volvió, al igual que Césare Pavese, un pionero en la traducción de escritores estadounidenses e ingleses al italiano. Rompió con la literatura del ochocientos y de la anteguerra con novelas situadas dentro del Neorrealismo, que reflejan la experiencia italiana del fascismo y las agonías sociales, políticas y espirituales del siglo XX.
“Conversación en Sicilia” (1941), la cual claramente expresa sus sentimientos antifascistas, es considerada su novela más importante. La edición americana de la novela tenía un prefacio de Hemingway. Vittorini murió el 12 de febrero de 1966 en su casa de Milán.
Obras
  • Pequeña burguesía (1931), relatos.
  • El clavel rojo (1933).
  • Conversación en Sicilia (1941).
  • Hombres o no (1945).
  • Las mujeres de Mesina (1949), rehecha en 1964.
  • El simplón guiña el ojo al Frejus (1947).
  • Erica y sus hermanos (1956), relatos.
  • Diario público (1957).
  • Le due tensioni (1967)
  • Las ciudades del mundo (1969)
  • La tía Agripa pasa en tren.

http://diarioelsiciliano.com.ar/diario/?p=570



elio vittorini

ELIO VITTORINI AI TEMPI DEL “POLITECNICO”

Cinquant’anni senza Elio Vittorini: l’intellettuale siciliano morì a Milano il 12 febbraio 1966. In questo pezzo ricordiamo la sua avventura, non priva di travagli, alla guida del Politecnico.
È il dicembre del 1947 quando esce il numero 39 del Politecnico, la “rivista di cultura contemporanea” diretta da Elio Vittorini per Einaudi. Il pezzo di copertina è di Vasco Pratolini, un’inchiesta-reportage sulla città di Firenze. “I fiorentini sono faziosi, beceri, geniali. Il loro spirito è bizzarro perché è composito, sincero soltanto quando è cinico”, scrive[1].
Nella rubrica delle lettere, un tale G.C. da Biella chiede conto al direttore “delle critiche della Pravda a Pablo Picasso con la sua conseguente espulsione”. Vittorini risponde: «Non mi risulta che Picasso sia stato espulso dal P.C. Un’espulsione, per ragioni simili, sarebbe una novità sensazionale nei metodi del P.C. e non saprei assolutamente spiegarmela. Non sarebbe giustificata da nessun punto di vista». Poco sotto, un riquadro invita i lettori a regalare un abbonamento al giornale per le feste in arrivo. Dono non azzeccatissimo, se non altro perché proprio con il numero 39 l’esperienza del Politecnico – nato settimanale nel settembre ’45 e diventato mensile un anno e mezzo dopo – giunge al capolinea.
Se Picasso ha i suoi grattacapi con la Pravda[2], la grana di Vittorini assumerà le severe sembianze di Palmiro Togliatti. Fin dagli esordi, il Politecnico avrebbe dovuto decisamente agganciarsi alla linea rivoluzionaria del Pci. O almeno queste erano le intenzioni di Vittorini, che non esita a definirsi comunista; d’altro canto, Togliatti e compagnia guardano con attenzione al nucleo di intellettuali che gravita intorno alla redazione di viale Tunisia, a Milano.
Ma bastano pochi numeri della rivista per chiarire a entrambi le parti che, insomma, dev’esserci stato un equivoco. La visione politico-culturale di Vittorini è tutt’altro che ortodossa, e il suo lavoro al Politecnico – generoso, appassionato, a volte persino caotico – ne è uno specchio.  Che riflette, ad esempio, la grande fascinazione per la letteratura e il mondo americano. Uno dei suoi primi colpi è la pubblicazione a puntate di Per chi suona la campana di Ernest Hemingway[3]. Racconta: «Era il 1942 quando riuscii ad avere, via Svizzera, una copia di For whous the bells tolls. Cominciai allora io stesso a tradurlo, sapevo che presto non ci sarebbe più stato Mussolini ad impedire di pubblicarlo. Ma poco tempo dopo venni arrestato, e la mia traduzione andò perduta col testo». Poco male: la prima puntata del romanzo di Hemingway campeggia sulla rivista, accompagnata da un disegno di Renato Guttuso.
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Non solo Hemingway, però. Sul primo numero del Politecnico, nell’elegantissimo formato ideato da Albe Steiner, c’è un pezzo di Henry Miller (titolo sibillino: L’America non è sempre il paradiso). Più avanti troveranno spazio opere o interventi di Charlie Chaplin, Walt Withman e persino di un altro zio Walt d’America, Disney in persona. Accade sul numero 20: l’articolo firmato dal creatore di Mickey Mouse («Walt Disney: la mia officina») è corredato con disegni di Paperino – definito nella didascalia un papero furente – e Topolino («Il topo ragazzo Mickey Mouse è uno dei personaggi più sconsolanti di Disney: euforico, furbo ma non troppo. Un uomo che non sa di essere un topo[4]»).
E insomma se è vero che fu il Politecnico a pubblicare le prime lettere dal carcere di Antonio Gramsci, e che in copertina figuravano pezzi come «Principio di carattere e principio di casta[5]», e all’interno saggi di Georg Luckás, d’altro canto l’ortodossia filo-Pci era ben altra cosa. La tentazione è quella di immaginare lì a Botteghe Oscure una sequela di alzatine di spalle a ogni numero del Politecnico.
Ad esempio: sin dal secondo numero Vittorini affida a Oreste Del Buono (e ad altri collaboratori) il compito di “sdoganare” il fumetto[6], con l’obiettivo di illustrare la dignità del nuovo formato: ecco i balloons con Braccio di FerroBarnaby o il signor O’Malley. Passano pochi giorni e Nilde Iotti censura su Rinascita la “sottoletteratura dei fumetti”, incapace di veicolare contenuti ideologici, formativi o culturali. Anni dopo, intervistato da Umberto Eco su Linus, Vittorini dirà candidamente: «Avevamo cercato di servirci dei fumetti come mezzo di divulgazione letteraria, ma si trattava più che altro di un divertimento per noi stessi. Del resto uno spirito di fumetto c’era anche nel tipo di impaginazione che usavamo per il Politecnico».
Ma la dialettica, al Politecnico, era piuttosto vivace anche dall’interno. Franco Fortini, al fianco di Vittorini dalla prima uscita della rivista[7], tiene una rubrica intitolata Diario di un giovane borghese intellettuale. Ecco quello che compare sotto la voce 13 settembre: «Vittorini mi scrive, indignato per il mio “Kafka” “astruso e inutile”. Dice che è contro lo spirito del Politecnico. Ho telefonato, molto di malumore, a Milano, ma Vittorini non c’era […] Può darsi che sia davvero astruso e inutile, letterario e sbagliato. La buona volontà non basta, è noto. Ed effettivamente, scrivendolo, sentivo di non aver risolto quasi nulla. Ma è possibile oggi parlare altrimenti di Kafka? Non si corre il rischio, parlandone, di riprendere il tono degli innumerevoli articoli che compaiono dovunque sulla sua opera, articoli psicologico critici, mistico letterari, e francamente insopportabili?». La polemica si riferisce al numero 37: il servizio di copertina presenta “cinque inediti di Kafka”, accompagnati da due pezzi critici, uno di Carlo Bo e uno di Fortini.
La verità è che di carne al fuoco, nella cucina di viale Tunisia, ce n’era davvero tanta. È come se Vittorini – e i suoi collaboratori – non vedesse l’ora di rovesciare sulla nazione tutte le istanze represse da vent’anni di dittatura, con una miscela di curiosità intellettuale e zelo pedagogico. La rivista considera ogni linguaggio una tecnica, ma non vuole eccedere negli specialismi. Parla ai lettori in modo rigoroso ma non accademico; invita a uscire «dai compartimenti stagni dei tecnicismi e a rendere traducibili i diversi linguaggi, riconducendoli ai concreti motivi umani da cui hanno avuto origine».
Anche in questo caso, l’accavallarsi di idee e spunti rischia di generare disarmonia – e alzatine di spalle a Botteghe Oscure – eppure le intenzioni sono decisamente moderne. Ecco quanto scrive Vittorini a un suo redattore, Marcello Venturi[8], sulla struttura e sulla direzione che avrebbe dovuto seguire per scrivere i suoi reportage: «Vorrei ora impegnarti in un lavoro nuovo. […] Prendendo come esempio l’articolo sulle Puglie, desidererei che qualcosa di simile tu mi facessi su qualche paese tipico della tua zona. politecnico Come lavorano, come mangiano, come amano gli uomini e le donne di famiglie di diversi ceti sociali, le condizioni della donna e dei giovani, le abitazioni di uomini ricchi e poveri. Questo lo schema, ma tutto deve essere raccontato, vivo». E reportage del genere compariranno via via sui numeri del giornale. Italo Calvino ne firma due (Liguria magra e ossuta e Riviera di Ponente), Giorgio Caproni uno (Viaggio tra gli esiliati di Roma).
(Da rivedere la sezione dedicata alla critica musicale: con un pezzo siglato “Firmus”, il Politecnico intona il funerale del jazz, perché «appare chiaro che artisticamente parlando è stato un fenomeno assai circoscritto e di modesta portata[9]»).
Dopo tanto abbozzare e far grossomodo finta di nulla, la prima vera cannonata per il Politecnico arriva per mezzo di un articolo su Rinascita, firmato da Mario Alicata. Dirigente del Pci, intellettuale raffinato – lavorò con Giaime Pintor e Luchino Visconti – Alicata scrisse: «Bisognava lavorare a una cultura nuova, e lavorare per una cultura nuova significa riuscire a creare e diffondere un linguaggio nuovo. Orbene, il linguaggio col quale essi vogliono parlare è risultato quanto mai astratto ed esteriore: intellettualistico, insomma. Mi si chiederà che cosa intendo per intellettualismo. Ecco, per esempio secondo me è intellettualismo giudicare “rivoluzionario” e “utile” uno scrittore come Hemingway, le cui doti non vanno al di là d’una sensibilità da “frammento”, da “elzeviro”, e “rivoluzionario” e “utile” un romanzo come Per chi suona la campana,che rappresenta la riprova estrema dell’incapacità dell’Hemingway a comprendere e a giudicare (cioè, poi, a narrare) qualcosa che vada al di là d’uno suo quadro di sensazioni elementari e immediate: egoistiche».
Ora, si capisce che per Vittorini le parole “Hemingway” e “incapace” non possono comparire nella stessa frase, eppure il direttore del Politecnico prova a non cadere nella provocazione e a rispondere nel merito. E quindi, risponde: «Qui si incorre in una serie di errori. Si vede in Alicata il Partito comunista stesso».
E: «L’errore principale è di ritenere il Politecnico comunista per il fatto di essere diretto da un comunista».
E: «La politica agisce sul piano della cronaca, la cultura sul piano diretto della storia».
In un crescendo wagneriano la polemica giunge al culmine. A scrivere al Politecnico è stavolta il segretario del Pci in persona, Palmiro Togliatti. La lettera, come riferisce nel sommario Vittorini, arriva quando il giornale era “già pronto per andare in macchina”, e viene pubblicata nella sua versione integrale. L’immagine che mi viene in mente di Togliatti si sovrappone a quella di un gatto. «Ma davvero si può arrivare a un punto tale per cui una rivista comunista non potrà esprimersi criticamente a proposito di una pubblicazione culturale fatta da comunisti, senza che s’apra la ridicolissima campagna sulla nostra intolleranza, sul soffocante controllo che noi pretenderemmo esercitare sopra le attività intellettuali?».
E: «La politica, tu dici, è cronaca; la cultura è storia. Falsa generalizzazione!».
E: «Quando il Politecnico è sorto, l’abbiamo tutti salutato con gioia […] Ma a un certo punto ci è parso che le promesse non venissero mantenute. L’indirizzo annunciato non veniva seguito con coerenza, veniva anzi sostituito, a poco a poco, da una strana tendenza a una specie di cultura enciclopedica, a una astratta ricerca del nuovo, del diverso, del sorprendente».
E: «A noi rincrescerebbe che il Politecnico non riuscisse a fare opera di rinnovamento. Il nostro voleva essere più che altro un richiamo alla serietà del compito che vi sta davanti».
E il punto che preferisco, dove sul finire della frase Togliatti incontra Edgar Allan Poe: «Negli ultimi tempi del fascismo, ci furono tentativi di reazione al cretinismo ufficiale; ma anch’essi scarsamente efficaci, perché mancanti di unità e anche di serietà, tanto che si esaurirono nell’attività intermittente, come un fenomeno di fuggevole fosforescenza sopra un corpo in decomposizione, di piccoli gruppi slegati l’uno dall’altro».
Vittorini scrive sul numero 35 un’accorata risposta al segretario del Pci, Suonare il piffero per la rivoluzione?, il cui culmine arriva in questi due passaggi, a): «Se Hemingway, mettiamo, si compromette politicamente, noi potremo considerare nemica la sua persona, ma i suoi libri non sono nemici, sono ancora nostri amici[10], e io ho molto in contrario a vederli rifiutati come letteratura della borghesia reazionaria»; e b): «Rivoluzionario è lo scrittore che riesce a porre attraverso la sua opera esigenze rivoluzionarie diverse da quelle che la politica pone; esigenze interne, segrete, recondite dell’uomo ch’egli soltanto sa scorgere nell’uomo, che è proprio di lui scrittore scorgere e che è proprio di lui scrittore rivoluzionario porre».
Ma a quel punto il destino del Politecnico, che già non era in una fase diciamo espansiva, è segnato. In una lettera inviata a Italo Calvino nel 1956, Vittorini scrisse: «Se qualcosa di pubblico mi piacerebbe di fare, di questi tempi, non sarebbe di dirigere un Politecnico, ma di tornarmene in Sicilia e mettere in piedi un quotidiano[11]». Eppure, Vittorini, che impeto, e quanta libertà, possiamo ancora ritrovare sulle pagine di quella tua rivista.

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[1] Opinione sua.
[2] E non sarà l’unica volta: qualche anno dopo il PCUS non gradirà un suo ritratto commemorativo del compagno Stalin.
[3] «Più importante di Joyce e Proust, è lo Stendhal dei nostri giorni».
[4] Di fianco all’intervento di Disney ecco il pezzo «Come si studia la storia nell’U.r.s.s.»
[5] Esattamente, “casta”.
[6] Con un pezzo intitolato «Il mondo a quadretti».
[7] E per esempio nel numero doppio 33/34 ha scritto un saggio bellissimo sul Canto notturno di un pastore errante dell’Asia.
[8] Partigiano, giornalista all’Unità, futuro direttore della collana Universale economica Feltrinelli. Così lo introduce Vittorini: «Marcello Venturi è un altro giovane che non ha mai pubblicato un rigo. Un altro scrittore del Politecnico. È toscano delle parti di Lucca. Suo padre è ferroviere».
[9] Il pezzo è del 1946. Nel 1965 John Coltrane pubblica A love supreme.
[10] I libri sono degli amici. E Vittorini ancora in difesa di Hemingway: «Giuseppe Mazzini, per citare un esempio illustre, scrisse che Leopardi era un poetucolo decadente al paragone del grande poeta civile G.B. Piccolini».
[11] Quando Vittorini lascia il Pci, Togliatti non rinuncia a un’ultima stoccata e con lo pseudonimo di Roderigo di Castiglia fa uscire su Rinascita un pezzo intitolato Vittorini se n’è ghiuto e soli ci ha lasciato: «A dire il vero, nelle nostre file pochi se ne sono accorti. Pochi si erano accorti, egualmente, che nelle nostre file egli ci fosse ancora. Vittorini? Sì, era stato accanto a noi nel combattimento contro la tirannide interna e l’invasore straniero. Come tanti altri. Né meglio, né peggio, dicono […]. Fondò una rivista che finì per scontentare tutti perché conteneva di tutto e non conteneva nulla […]. (Scrisse libri) di cui è difficile parlare, perché è a tutti difficile trovar la pazienza di leggerli sino alla fine. Nei precedenti, almeno, qualcosa c’era […] Vittorini pensa che rimanga, per lui e per gli altri, la libertà. Ma già ragiona, egli stesso, come uno schiavo».

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Elio Vittorini (1908-1966)




    «Rivoluzionario è lo scrittore che riesce a porre attraverso la sua opera esigenze rivoluzionarie diverse da quelle che la politica pone; esigenze interne, segrete, recondite dell'uomo ch'egli soltanto sa scorgere nell'uomo…»
    [Elio Vittorini, Lettera di Vittorini a Togliatti, su «Il Politecnico», 1947]
rimo di quattro fratelli, Elio Vittorini nasce il 23 luglio 1908 a Siracusa da Lucia Sgandurra e Sebastiano Vittorini. Seguendo gli spostamenti del padre ferroviere, trascorre l'infanzia «in piccole stazioni ferroviarie con reti metalliche alle finestre e il deserto intorno»: e insistentemente in tutta la sua opera sarà presente il fascino del treno e del viaggio.



Inquieto e ribelle, durante l'adolescenza fugge diverse volte da casa «per vedere il mondo», utilizzando i biglietti omaggio cui hanno diritto i familiari di un dipendente delle ferrovie.
Nel 1924 entra in contatto con un gruppo di anarchici siracusani in lotta contro lo squadrismo fascista e interrompe gli studi tecnici a cui i genitori l'hanno destinato. Quindi, a diciassette anni decide di lasciare definitivamente la Sicilia e si stabilisce a Gorizia, dove troverà lavoro in un'impresa di costruzioni. Nel 1926 pubblica un articolo politico sulla rivista «La conquista dello stato», assumendo posizioni di fascismo antiborghese. E nel 1927 grazie all'amicizia con Curzio Malaparte comincia a collaborare con «La Stampa» e pubblica su «La fiera letteraria» il racconto il Ritratto di re Gianpiero con presentazione di Enrico Falqui.
Il 10 settembre 1927, dopo la fuga architettata per potersi sposare subito, viene celebrato il matrimonio "riparatore" con Rosa Quasimodo, la sorella del celebre poeta Salvatore Quasimodo. Nell'agosto del '28 nascerà il loro primo figlio, chiamato, in omaggio a Curzio Malaparte, Giusto Curzio.
In questo periodo intraprende la lettura di alcuni dei maggiori scrittori europei, fra cui Gide, Joyce e Kafka, e nel frattempo le sue collaborazioni si estendono a «Il Mattino», «Il Lavoro fascista» e ad altri periodici. Nel '29 suscita scandalo un suo articolo contro il provincialismo della cultura italiana. Vittorini comincia ad essere considerato «uno scrittore tendenzialmente antifascista». Quindi perde le collaborazioni «ai giornali che pagano» e comincia a collaborare con una piccola rivista fiorentina, «Solaria», su cui pubblica la maggior parte dei racconti, raccolti poi in volume nel 1931 con il titolo Piccola borghesia — il suo primo libro. Così Vittorini diviene un «solariano» e — come racconta egli stesso in Della mia vita fino ad oggi — «solariano negli ambienti letterari di allora, era parola che significava antifascista, europeista, universalista, antitradizionalista…».
Grazie al direttore della rivista, Giansiro Ferrata, realizza il suo sogno di vivere a Firenze, dove nel 1930 si trasferisce con la famiglia. Qui lavora come segretario di redazione di «Solaria» e, per interessamento di Gianna Manzini, viene assunto come correttore di bozze al quotidiano «La Nazione». La sera frequenta il noto caffè degli ermetici «Le Giubbe Rosse», o s'incontra con gli amici in casa di Drusilla Tanzi, moglie del critico d'arte Matteo Marangoni, da tutti chiamata " Mosca" — la futura compagna di Eugenio Montale. In questi anni, sollecitato e dal desiderio di leggere i testi della letteratura anglosassone in lingua originale e dall'intento di aprirsi le porte anche come traduttore, da autodidatta e con grande zelo, inizia a studiare la lingua inglese proprio nella tipografia de «La Nazione», aiutato dal tipografo Chiari. Non parlerà mai l'inglese, ma da quella lingua tradurrà decine di libri (il Robison Crusoe e le opere di Lawrence, Poe, Saroyan, Faulkner, Powys, Steinbeck, Defoe, Caldwell ecc.). Attraverso recensioni e traduzioni — e poi in seguito anche mediante la sua attività editoriale — Vittorini, al pari di Cesare Pavese, contribuirà a diffondere in Italia la moderna letteratura anglosassone e a creare così il mito dell'America: il mito di una civiltà moderna progredita, industriale e cittadina in contrapposizione a quell'italiana, arcaica arretrata rurale e provinciale.
Vivendo poveramente, negli anni 1931-1937 collabora al «Bargello», il settimanale della federazione fascista di Firenze, su cui esprime le sue posizioni di fascista «di sinistra». Nel 1932 vince ex aequo con Virgilio Lilli il premio per il miglior Diario del viaggio in Sardegna, bandito dal settimanale «L'Italia letteraria». Dal primo Quaderno sardo nascerà nel '36 il libro Nei Morlacchi. Viaggio in Sardegna, ristampato nel '52 col titolo Sardegna come un'infanzia. Nel '33 inizia la pubblicazione a puntate su «Solaria» del romanzo Il garofano rosso (edizione definitiva 1948). Nel '34 è costretto a lasciare il lavoro di correttore di bozze a causa di un'intossicazione da piombo. Nello stesso anno nasce il suo secondo figlio, Demetrio, tenuto a battesimo da Montale.
Nel '36 interrompe la stesura di Erica e i suoi fratelli (edito incompiuto nel '54) e comincia a scrivere l'opera che costituisce il punto più alto della sua attività: Conversazione in Sicilia. Il romanzo appare a puntate su «Letteratura» tra il '38 e il '39, e poi nel '41 uscirà in volume: prima presso l'editore Parenti col titolo Nome e lagrime, e poco dopo col titolo definitivo presso la casa editrice Bompiani.
Insieme con altri fascisti di sinistra e ex fascisti (come Bilenchi e Pratolini), Vittorini segue con drammatica partecipazione la guerra civile di Spagna, schierandosi dalla parte dei repubblicani spagnoli. E in seguito alla pubblicazione di un articolo antifranchista, divenuto sospetto al Regime, viene espulso dal partito fascista. Quindi si accosta ai gruppi comunisti clandestini. Nel '37 pubblica sul n.1 di «Letteratura» — una nuova rivista fiorentina «con la quale si cercava di sostituire […] la scomparsa «Solaria» — Giochi di ragazzi, romanzo incompiuto concepito come seguito de Il garofano rosso.
Avendo trovato lavoro presso Bompiani, alla fine del 1938, si trasferisce con la famiglia a Milano, dove attraversa un periodo di crisi per via del suo vecchio amore per la milanese Ginetta Varisco, moglie del commediografo Cesare Vico Lodovici. Nel 1941 la censura fascista, contestando le note critiche di Vittorini, sequestra l'antologia Americana, che tuttavia l'anno successivo verrà rimessa in vendita da Bompiani, benché con l'eliminazione di quasi tutte le note critiche.
Durante la guerra, svolge attività clandestina per il partito comunista. Nell'estate del '43 viene arrestato, ma rimane nel carcere di San Vittore fino a settembre. Tornato libero, si occupa della stampa clandestina, prende parte ad alcune azioni della Resistenza e partecipa alla fondazione del Fronte della Gioventù, lavorando a stretto contatto con Eugenio Curiel. Recatosi nel febbraio del '44 a Firenze per organizzare uno sciopero generale, rischia la cattura da parte della polizia fascista; quindi si ritira per un certo periodo in montagna, dove, tra la primavera e l'autunno, scrive Uomini e no, edito presso Bompiani nel 1945. Finita la guerra, torna a Milano con Ginetta e chiede l'annullamento del suo precedente matrimonio.
Nel '45 dirige per alcuni mesi «L'Unità» di Milano e fonda per l'editore Einaudi la rivista «Il Politecnico». L'apertura culturale della rivista e soprattutto le posizioni assunte da Vittorini in merito alla necessità di una ricerca intellettuale autonoma dalla politica, suscitano la famosa polemica con i leader comunisti Mario Alicata e Palmiro Togliatti che portarono alla sua prematura chiusura nel '47.
Sempre nel '47 esce Il Sempione strizza l'occhio al Frejus, mentre nel '49 escono Le donne di Messina (apparso poi, in una nuova veste, nel '64) e la traduzione americana di Conversazione in Sicilia, con prefazione di Hemingway. Nel '50 riprende la sua collaborazione a «La Stampa» e nel '51 inizia a dirigere per Einaudi la collana di narrativa I gettoni, dimostrandosi un «rabdomantico scopritore di talenti»: Beppe FenoglioCarlo CassolaItalo CalvinoLalla RomanoMario Rigoni Stern, Ottiero Ottieri e molti altri. In quello stesso anno lascia il partito comunista, salutato polemicamente da Togliatti, (sotto lo pseudonimo di Roderigo di Castiglia) con un articolo su «Rinascita», Vittorini se n'è ghiuto, e soli ci ha lasciato! (In seguito si avvicinerà a posizioni di liberalismo di sinistra, ma eletto nel '60 consigliere comunale di Milano nelle liste del Psi, si dimetterà subito dall'incarico). Nel '55 la sua vita privata è lacerata dalla morte del figlio Giusto.
Nel '56 esce La Garibaldina e nel '57 Diario in pubblico, volume che raccoglie gran parte dei suoi scritti critici. Grande clamore suscita poi il suo rifiuto di pubblicare Il Gattopardo di Tomasi di Lampedusa. Nel '59 fonda con Calvino «Il Menabò» — rivista aperta a una narrativa che voglia essere al passo con la civiltà industriale. L'anno successivo passa alla direzione della collana di Mondadori La Medusa e nel '61 si avvicina anche al mondo del cinema, scrivendo la sceneggiatura per un film mai realizzato, Le città del mondo.
Nel '63 si ammala gravemente e viene sottoposto a un primo intervento chirurgico. Malgrado la malattia, fittissima è la sua attività editoriale, avendo assunto nel frattempo la direzione della collana di Mondadori Nuovi scrittori stranieri, e quella di Einaudi Nuovo Politecnico.
Il 12 febbraio 1966 muore nella sua casa milanese di via Gorizia. Postumo escono il volume critico Le due tensioni (1967) e il romanzo incompiuto scritto negli anni cinquanta, Le città del mondo (1969).
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