EL PODER REVOLUCIONARIO
Observamos que un sistema tradicional puede originarse de modos diferentes. Puede ser que las creencias y los hábitos mentales en lo que se basaba en viejo régimen dejen lugar al simple escepticismo; en ese caso, la cohesión social solamente puede ser preservada por el ejercicio del poder desnudo. O puede suceder que una nueva creencia, que implica nuevos hábitos mentales, adquiere un creciente arraigo en los hombres y al final se haga lo bastante creciente para sustituir a un gobierno en armonía con las nuevas convicciones que sustituyen a las que resultan ya anticuadas. En ese caso, el nuevo poder revolucionario tiene características diferentes de las del poder tradicional y de las del poder desnudo. Es cierto que si la revolución tiene éxito, el sistema que establece se convierte pronto en tradicional; es cierto también que la lucha revolucionaria, si es severa y prolongada, degenera con frecuencia en una lucha por el poder desnudo. Sin embargo, los adherentes a un nuevo credo son psicológicamente muy diferentes de los aventureros ambiciosos y sus efectos pueden ser más importantes y más permanentes.
Ilustraré el poder revolucionario considerando cuatro ejemplos: I) la cristiandad primitiva; II) la Reforma; III) la Revolución francesa y el nacionalismo; IV) el socialismo y la Revolución rusa.
I) El cristianismo primitivo: Me refiero al cristianismo solamente en cuanto afecta al poder y a la organización y no, excepto incidentalmente, en lo que respeta a la religión personal.
El cristianismo fue en los primeros tiempos enteramente apolítico. Los mejores representantes de la tradición primitiva en nuestro tiempo son los cristadelfianos, que creen que es inminente el fin del mundo y se niegan a tener participación alguna en los asuntos seculares. Esta actitud, sin embargo, solamente le es posible a una pequeña secta. Según creció el número de los cristianos también su deseo de influir en el Estado. La persecución de Diocleciano debió fortalecer mucho ese deseo. Los motivos de la conversión de Constantino siguen siendo más o menos oscuros, pero es evidente que fueron principalmente políticos, lo que implica que la Iglesia se había hecho ya políticamente influyente. La diferencia entre las enseñanzas de la Iglesia y las doctrinas tradicionales del Estado romano eran tan grandes que la revolución que se produjo en la época de Constantino deben ser contadas entre las más importantes de la historia.
En relación con el poder, la más importante de las doctrinas cristianas era: «Debemos obedecer a Dios más bien que al hombre». Nunca había existido antes un precepto análogo a éste, excepto entre los judíos. Existían, es verdad, deberes religiosos, pero no se hallaban en conflicto con los deberes para con el Estado, excepto entre los judíos y los cristianos. Los paganos consentían voluntariamente en el culto al emperador, aun cuando consideraban que su pretensión de divinidad estaba totalmente desprovista de verdad metafísica. Para los cristianos, por el contrario, la verdad metafísica era de la mayor importancia: creían que si realizaban un acto de adoración a alguien que no fuera verdaderamente Dios incurrían en el peligro de condenación y preferían el martirio como un peligro menor.
El principio de que debemos obedecer a Dios antes que a los hombres ha sido interpretado por los cristianos de dos maneras diferentes. Los mandamientos de Dios pueden ser transmitidos a la conciencia individual, ya sea directamente, ya indirectamente por medio de la Iglesia. Nadie, excepto Enrique VIII y Hegel, ha sostenido hasta nuestros días que puedan ser trasmitidos por medio del Estado. La enseñanza cristiana ha implicado, por consiguiente, un debilitamiento del Estado, ya sea en favor del derecho al juicio privado, ya sea a favor de la Iglesia. Lo primero, teóricamente, implica la anarquía; lo último implica dos autoridades, la Iglesia y el Estado, sin principio alguno de acuerdo con el cual sean delimitadas las dos esfera. ¿Cuáles son las cosas que pertenecen al César y cuáles son las que pertenecen a Dios? Para un cristiano es seguramente natural decir que todas las cosas pertenecen a Dios. Las pretensiones de la Iglesia, en consecuencia, es probable que sean tales que el Estado las encuentre intolerables. El conflicto entre la Iglesia y el Estado nunca ha sido resulto teóricamente y continúa hasta el presente en materias como la educación.
Pudo haberse supuesto que la conversión de Constantino llevaría a la armonía entre la Iglesia y el Estado. Sin embargo, no fue ése el caso. Los primeros emperadores cristianos fueron arrianos, y el período de los emperadores ortodoxos en Occidente fue muy breve, debido a las incursiones de los godos arrianos y de los vándalos. Últimamente, cuando la adhesión de los emperadores de Occidente a la fe católica fue incuestionable, Egipto era monofisita y gran parte del Asia occidental era nestoriana. Los herejes de esos países acogieron a los seguidores del profeta y les persiguieron menos que el gobierno bizantino. La Iglesia resulta en todas partes victorioso en las disputas con el Estado cristiano; únicamente la nueva religión del islam dio al Estado poder para dominar a la Iglesia.
[...] Toda revolución conmueve la autoridad y hace más difícil la cohesión social. Así sucedió con la revolución que dio el poder a la Iglesia. No solamente debilitó mucho al Estado, sino que dio el modelo para las revoluciones subsiguientes. Además, el individualismo, que fue un elemento importante de la enseñanza cristiana en los primeros días, subsistió como una fuente peligrosa de rebelión teológica y de rebelión laica. La conciencia individual, cuando no podía aceptar el veredicto de la Iglesia, podía encontrar apoyo en los Evangelios para negarse a someterse. La herejía podía ser molesta para la Iglesia, pero no era contraria al espíritu del cristianismo primitivo.
Esta dificultad es inherente a toda autoridad que debe su origen a la revolución. Debe sostener que la revolución original era justificada y no puede, lógicamente, pretender que todas las revoluciones subsiguientes sean malas.
El fuego anárquico se mantuvo en el cristianismo aunque profundamente enterrado, a través de la Edad Media; con la Reforma surgió repentinamente a la superficie, produciendo un gran conflagración.
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