HITLER Y KAFKA A LOS POSTRES la crueldad con los animales no deberá existir

Adolf-AnimalFriend[6]


Es todavía uno de los puntos más curiosos e inexplicables de la biografía de Adolf Hitler: ¿cómo es posible que semejante genocida se apiadase ante la cotidiana matanza de animales llevada a cabo por el hombre desde el principio de los tiempos, instigando la primera ley de protección animal que se conoce?
Para los vegetarianos actuales, más comunes en Alemania y en el ámbito anglosajón que en el Mediterráneo, el hecho no pasa de ser una anécdota incómoda, y los que no se inclinan por albergar dudas sobre ella nos recuerdan que tras el alzamiento de Hitler al poder en 1933 las sociedades vegetarianas fueron barridas al mismo tiempo que sindicatos y resto de partidos políticos. Los nostálgicos del nazismo, por su parte, hacen de ello un argumento para cuestionar el Holocausto: es demasiado incongruente que el hombre que afirmó que “en el III Reich, la crueldad con los animales no deberá existir”, enviase a las cámaras de gas a cinco millones de personas de forma inmisericorde e indiscriminada.
Para el ala liberal y capitalista que dirige los destinos de la civilización– los que verdaderamente ganaron la guerra, bajo cierto punto de vista–  el gesto de Hitler es sintomático de la anomalía moral que supone sentir deber alguno con la naturaleza y el resto de especies, estableciendo subsiguientes vínculos entre nazismo y ecologismo, movimientos ambientalistas, animalistas y otras chinas en los zapatos del progreso. Ana Botella-Aznar sintetizaría esta suerte de filosofía global: “El planeta está al servicio del hombre y no al revés”.
El amor de Hitler por los animales y su progresivo vegetarianismo arrancan a principios de los 30 y sobre ello existen muchas anécdotas, algunas de ellas bastante cómicas. Cuenta su fotógrafo personal, Hoffmann: 
”Al levantarse por la mañana en el Berghof, Hitler bajaba directamente a la terraza del piso bajo. Allí, en aquel preciso momento, contemplaba un espectáculo único: dos águilas enormes trazaban en su vuelo círculos en el cielo. Hitler las vigilaba con sus gemelos. Pero un día, consternado, no vio más que un águila sola ¿Qué había sido de la otra? Ninguna respuesta pudo calmar su ansiedad. Durante varios días se discutió sobre aquello a su alrededor. Sabíamos que le tenía muy preocupado la desaparición de aquel águila. Algún tiempo después, decidió volver a Obersalzberg a pasar su cumpleaños. Nuestro grupo salió de Munich. A cincuenta kilómetros de la llegada, un coche se acercó rápidamente a nosotros en sentido contrario, y a pesar de la velocidad con que nos cruzamos Hitler observó que una gran ave disecada, con las alas abiertas, iba colocada en el asiento trasero. Detuvo la comitiva:
- Creo que es mi águila -gritó.
El comandante de escolta a las órdenes del Standartenführer Rattenhuber tuvo que dar la vuelta y alcanzar aquel coche.
- Si estoy en lo cierto, nos decía Hitler, les prometo que esos miserables van a sufrir un castigo ejemplar. Lo mismo que el destinatario del regalo.
La cólera que se traslucía en su rostro no presagiaba nada bueno. Una hora después, el auto del comandante volvió a toda marcha. Nos paramos y acudió Rattenführer:
- Tenía razón, mi Führer. Era el águila de las montañas.
- ¿Su destinatario? - interrogó Hitler con voz amenazadora.
Rättenhuber vacilaba. Y al final dijo, sin embargo:

- El águila ha sido remitida a vuestra residencia de Munich en la
Prinzgerenstrasse. Está montada sobre un zócalo de mármol que lleva esta inscripción: A nuestro bienamado Führer. Recuerdo de sus montañas 20 de abril, del grupo local del Partido NSDAP. Berchtesgaden".

Hitler no sólo se complacía en amargar a sus invitados las veladas donde se servía carne, tildándolos de “devoradores de cadáveres” y explicando con todo lujo de detalles las atrocidades que esconden tras de sí los abrigos de visón, sino que en una ocasión llegó hasta el punto de discutir airadamente con el rollizo Goering amenazando a los cazadores allí presentes con la abolición total de la caza. Rodeado de animales, especialmente perros, por cuyo bienestar se denodaba, no dejaría nunca de hacer hincapié en el desprecio que le producía la falta de honradez de la raza humana en comparación con el resto de especies.
Durante  los años 30 vieron la luz en Alemania tres leyes fundamentales:  la ley de protección de los animales (Reichs-Tierschutzgesetz, 1933), la ley de caza (Reichs-Jagdgesetz, 1934) y la ley de protección de la naturaleza (ReichsNaturschutzgesetz, 1935). Esta última capitalizaba la tradición ecologista alemana y su vinculación sentimental con la naturaleza, presente en infinidad de poemas y leyendas, canciones y filosofías: de Wagner a Schopenhauer, de Novalis a Goethe, pasando por el pintor Friedrich y el por entonces todavía novedoso séptimo arte, que durante los años 20 había popularizado las llamadas Bergfilme o “películas de montañas” . La Reichs-Tierschutzgesetz y en menor medida la Reichs-Jagdgesetz, que limitaba la caza deportiva, nacían en cambio especialmente promovidas por Hitler y presentaban características inéditas: no se trataba tanto de demarcar espacios naturales y poner coto a las industrias contaminantes –a las que por otra parte el III Reich no hacía ascos- como de convertir a los individuos de otras especies en sujetos portadores de derechos, el derecho a la vida y el derecho a no ser torturados: en el nuevo Reich, un animal debía ser protegido “en cuanto tal”. En sus declaraciones a sus más allegados, Hitler se encargaba de ponerles profética puntilla: “el futuro de la humanidad pasa por dejar de matar animales”.
El vegetarianismo como opción o deber moral no era por supuesto algo nuevo en Alemania, tampoco de hecho entre los judíos: la última y definitiva rebelión judía incorporaba a su mensaje el deseo de que el hombre abandonase de una vez el sacrificio y la matanza de animales, algo a lo que judíos y cristianos, simplemente, hicieron caso omiso, y diecinueve siglos después, en el entorno alemán, muchos otros judíos como Kafka adoptarían el vegetarianismo como modo de vida en protesta con sus tradiciones culturales y religiosas, para las que el holocausto de animales a la mayor gloria de Dios continúa siendo pan de cada día.
En Inglaterra los movimientos en pro de los derechos de los animales habían empezado mucho antes, tal vez cuando Laurence Sterne, muy popular por haber escrito “Tristam Shandy”, puso de moda en todo el país apiadarse de las moscas espantándolas con la mano. Un punto de inflexión llegaría en 1822, como relata Héctor M. Garrido:
“Un burro como testigo en un juicio. Las heridas en su lomo. Sucedió en 1822 y se convirtió en la primera sentencia por maltrato animal gracias a una Ley promulgada por el legislador británico Richard Martin. El propio Martin presentó el caso ante el Tribunal y llevó el borrico al estrado. Cuando el animal entró a la sala, el público estalló en carcajadas. Pero el juez, que observaba así de primera mano el daño producido en el asno, se vio obligado a condenar a su dueño. Se reconocía por vez primera la capacidad de sufrimiento de una especie distinta de la humana”.
Por lo que a la Alemania nazi respecta, aunque algunos hombres clave como Rudolf Hess asumieran fielmente la nueva consigna de Hitler, lo cierto es que en su mayor parte ni la dieta de la nación ni su actitud para con los animales variaron demasiado, y el hecho quedaría singularizado en la figura de su líder; otro interrogante en la personalidad del que ha sido, mal que bien, la star definitiva del siglo XX.
Resulta chocante, finalmente, contrastar esta faceta de Adolf Hitler con la de otro Führer acostumbrado a dar lecciones de éticapero esta vez perteneciente al entorno español: Fernando Savater dejaba caer recientemente estas perlas:  “No existe más moral que la antropocéntrica. El hombre es el centro de la moral porque la moralidad es lo que regula el reconocimiento de lo humano por lo humano. Ningún animal tiene deberes y por lo tanto tampoco debe tener derechos ". 
Confrontando al homo sapiens con el resto de especies que pueblan el planeta, el buen filósofo Savater se arrogaba así el más elemental de los derechos de sus individuos en aras de la buena mesa y el divertimento en las plazas, dos de sus grandes pasiones. Una distendida seguridad moral que lo inspiraría a componer graciosos chistes y juegos de palabras ante los periodistas (“No existen obligaciones morales con los animales… como no se tienen con un cuadro de Rembrandt”; “El único problema que me plantea comerme un cochinillo no es moral, sino dietético. El colesterol, ¡ya saben!”), demostrando de paso cómo, en un sorprendente, kafkiano giro, un venerable profesor de ética puede ser más monstruo que el peor de los monstruos.


FRANZ KAFKA: “UN CRUCE”

“Tengo un animal curioso, mitad gatito, mitad cordero. Es una herencia de mí padre. En mi poder se ha desarrollado del todo; antes era más cordero que gato. Ahora es mitad y mitad. Del gato tiene la cabeza y garras; del cordero el tamaño y la forma corporal; de ambos tiene los ojos, que son llameantes y dulces, el pelaje suave y ajustado al cuerpo, los movimientos a la par saltarines y furtivos. Echado al sol, en el alfeizar de la ventana, se hace un ovillo y ronronea; en el campo corre como un loco y nadie lo alcanza. Huye de los gatos y quiere atacar a los corderos. En las noches de luna su paseo favorito es la canaleta del tejado. No sabe maullar y abomina de los ratones. Horas y horas pasa en acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un asesinato.
Lo alimento con leche; es lo que le sienta mejor. A grandes tragos sorbe la leche entre sus dientes de animal de presa. Naturalmente es un gran espectáculo para los niños. La hora de visita es los domingos por la mañana. Me siento con el animal en las rodillas y me rodean todos los niños de la vecindad.

Se plantean entonces las más extraordinarias preguntas, que no puede contestar ningún ser humano:
Por qué hay un solo animal así, por qué soy yo su poseedor y no otro, si antes ha habido un animal semejante y qué sucederá después de su muerte, si no se siente solo, por qué no tiene hijos, cómo se llama, etcétera. No me tomo el trabajo de contestar; me limito a exhibir mi propiedad, sin mayores explicaciones. A veces las criaturas traen gatos; una vez llegaron a traer dos corderos. Contra sus esperanzas no se produjeron escenas de reconocimiento. Los animales se miraron con mansedumbre desde sus ojos animales, y se aceptaron mutuamente como un hecho divino. En mis rodillas el animal ignora el temor y el impulso de perseguir. Acurrucado contra mí, es como se siente mejor. Se apega a la familia que lo ha criado. Esa fidelidad no es extraordinaria; es el recto instinto de un animal, que aunque tiene en la tierra innumerables lazos políticos, no tiene uno solo consanguíneo, y para quien es sagrado el apoyo que ha encontrado en nosotros.
A veces tengo que reírme cuando resuella a mi alrededor, se me enreda entre las piernas y no quiere apartarse de mí. Como si no le bastara ser gato y cordero quiere también ser perro. Una vez -eso le acontece a cualquiera- yo no veía modo de salir de dificultades económicas, ya estaba por acabar con todo. Con esa idea me hamacaba en el sillón de mi cuarto, con el animal en las rodillas; se me ocurrió bajar los ojos y vi lágrimas que goteaban en sus grandes bigotes. ¿Eran suyas o mías? ¿Tiene este gato de alma de cordero el orgullo de un hombre? No he heredado mucho de mi padre, pero vale la pena cuidar este legado. Tiene la inquietud de los dos, la del gato y la de cordero, aunque son muy distintas. Por eso le queda chico el pellejo. A veces salta al sillón, apoya las patas delanteras contra mi hombro y me acerca el hocico al oído. Es como si me hablara, y de hecho vuelve la cabeza y me mira deferente para observar el efecto de su comunicación. Para complacerlo hago como si lo hubiera entendido y muevo la cabeza. Salta entonces al suelo y brinca alrededor.
Tal vez la cuchilla del carnicero fuera la redención para este animal, pero él es una herencia y debo negársela. Por eso deberá esperar hasta que se le acabe el aliento, aunque a veces me mira con razonables ojos humanos, que me instigan al acto razonable”.

E-books:
Peter Singer, Liberación Animal
Más allá del Frente de Liberación Animal

http://signorformica.blogspot.com/2010/03/hitler-y-kafka-los-postres.html

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