Las 50 grandes masacres de la historia

Publicado el 7 de mayo de 2011 



Ya es el tercer libro que os comento de Jesús Hernández. Los anteriores los tenéis en 1 y 2. El ser humano es encantador y un ser superior en la Naturaleza. Eso es lo que se desprende de las páginas de este libro. Supongo que habéis captado la ironía, porque lo que realmente se concluye es que estamos muy lejos de ser seres racionales, amables y atentos por el prójimo. Y no me habléis de excepciones, pues las masacres han sido (y son) la norma a lo largo de la Historia y los princiales motivos suelen ser de tipo religioso, de conquista o terrorismo.

Trata todo el rango histórico posible, desde masacres del año 1.500 a.C. hasta épocas tan recientes como el 2007. Así que, desgraciadamente, habrá segundas partes de este libro en un futuro. Por supuesto, cuanto más tiempo hace de la masacre, más disparidad acostumbra a haber en las fuentes. Por ejemplo, la orden de Herodes de matar a niños es harto destacada en el Evangelio de San Mateo. Sin embargo, el historiador Flavio Josefo (37-101), en su Historia de Judea, no hace referencia a ninguna matanza de niños. Por otro lado, durante la Edad Media los escritores cristianos especulaban con el número de bebés asesinados osciló entre 3.000 y 15.000 aunque el censo ordenado de la época por el gobernador romano Quirino cifraba los habitantes de Belén en no más de 800 habitantes. Como veis, la batalla de las cifras en los grandes eventos no es sólo cosa del presente.
Narra la primera derrota de los romanos a cargo de Arminio, líder de la tribu de los queruscos. Lo que se llama masacre no es ya de la lucha en sí, sino de los que quedaron vivos o intentaron huir, que fueron cruelmente sacrificados o quemados vivos. Uno de los jóvenes oficiales que escapó se llamaba Casio Querea, que pasó a la posteridad por matar al emperador Calígula. La derrota fue tan traumática para los romanos que los números de aquellas tres legiones (XVII, XVIII y XIX) no volvieron a ser utilizadas en toda la historia militar del Imperio romano.
Pero hay otras: los pretorianos cerraron el circo de Tesalónica cuando estaba lleno de gente y asesinaron a todos los espectadores. Como relataría Teodoreto: Como en la cosecha de las espigas, fueron todos segados a la vez. La matanza duró cuatro horas.
La descripción de una matanza de los cruzados por parte de Raimundo de Aguilers nos hace ver cómo eran esas matanzas:
Maravillosos espectáculos alegraban nuestra vista. Algunos de nosotros, los más piadosos, cortaron las cabezas de los musulmanes; otros los hicieron blancos de sus flechas; otros fueron más lejos y los arrastraron a las hogueras. En las calles y plazas de Jerusalén no se veían más que montones de cabezas, manos y pies. Se derramó tanta sangre en la mezquita edificada sobre el templo de Salomón, que los cadáveres flotaban en ella y en muchos lugares la sangre nos llegaba hasta las rodillas.
Habla de la matanza de San Bartolomé, en 1572. Los protestantes murieron a manos de los cristianos en una masacre que duró varios días. Mujeres y niños fueron arrastrados por las calles, pasados por la espada y sus cuerpos arrojados al Sena; y averiguamos por qué Oliver Cromwell es tan odiado en Irlanda, ya que su reconquista se saldó con la muerte o exilio de entre el 15 y el 20 por ciento de la población irlandesa. Para muchos, esas acciones serían calificadas hoy como crímenes de guerra o genocidio.
También habla de las matanzas que los blancos infligieron a los indios. En 1864, el coronel Chivingon diría: Los cheyenes serán severamente castigados, o completamente eliminados, antes de que se queden callados para siempre. Yo digo que si alguno de ellos son sorprendidos fuera de su área, lo único que se puede hacer con ellos es matarlos; y en otro discurso dijo: Hay que matar y cortarles la cabellera a todos, grandes y pequeños. El incluir a los niños en esa política respondía a que las liendres se transforman en piojos.
Pues este encanto de hombre atacó a una aldea de indios pacíficos cuyos hombres estaban cazando bisontes en el momento de la masacre. Aunque izaron la bandera blanca al oír cómo se acercaban, Chivington ordenó el ataque al campamento desprotegido. Mataron a mujeres y niños, a los bebés en manos de sus madres, incluso un testigo afirmó ver a una mujer india embarazada a la que habían abierto el vientre de arriba abajo y con el feto a su lado. Los atacantes descabalgaban para mutilar y cortar las cabelleras a las víctimas. Ya lo había advertido: Estoy completamente satisfecho con la idea de que matarlos [a los indios] es la única forma en que tendremos paz y tranquilidad en Colorado, o Voy a matar indios y creo que es justo y honorable usar todos los medios que Dios ha puesto a nuestro alcance para matar indios. Este Dios debía ser un traficante de armas, sin duda.
Claro que cuando los indios pillaban a los conquistadores no se andaban con contemplaciones. En Fort Kearney, “La Colina de la Masacre” (1866), el oficial que recogía los testimonios escribió: Ojos arrancados y abandonados sobre las rocas; narices y orejas cortadas, mandíbulas tronchadas, dientes arrancados, cerebros sacados y colocados en rocas, entrañas extraídas y expuestas, manos amputadas, pies cortados, brazos arrancados, partes pudendas arrancadas. Ojos, bocas y manos atravesadas por lanzas. Cráneos cercenados de todas las maneras posibles, músculos de piernas, muslos, estómagos, pechos, brazos, arrancados de su sitio.
Durante el invierno, los indios se resguardaban del frío y era el momento en que los americanos, al mando de Custer, decidieron atacar. Se abalanzaron sobre el poblado. Una mujer tenía en sus brazos a un niño blanco de unos 10 años procedente de un rapto. Cuando los soldados acudieron a salvarlo, ella lo mató al instante. Aunque la mayoría de los que murieron fueron mujeres y niños, lo consideraron como una gran victoria militar.
No sería la única. Después de algunas frustraciones y fracasos en encontrar una determinada tribu de indios, el comandante Baker decidió atacar un campamento vecino. No tenía nada que ver con el anterior; al contrario: mantenía relaciones amistosas con los blancos. La mayoría de los guerreros estaba cazando y los soldados americanos arrasaron el poblado. El jefe, llamado Corredor Pesado, resultó muerto en el momento en que salía de su tienda con una bandera estadounidense que le había sido entregada por el ejército para asegurar que nunca sería atacado. El campamento fue totalmente incendiado y murieron todos los ancianos, recién nacidos y heridos. La única baja de los americanos fue el teniente Doan, que había caído de su caballo y se babía roto una pierna, para morir más tarde por una infección.
El general Sheridan mostró todo su apoyo a Baker e hizo todo lo posible por frenar la investigación. Sheridan, a su vez, contó con el apoyo del general William Sherman, el gran héroe nordista de la guerra civil, quien mintió a la prensa asegurando que la mayoría de victimas de aquel ataque eran guerreros armados. Nunca se emprendió una investigación oficial y la historia ha acabado por ignorar el episodio.
Como ya podréis intuir, intentar engañar a la población de las acciones del ejército es la regla y no la excepción, y sigue siendo algo muy actual. En la masacre de Wounded Knee, en la que murieron 320 sioux, el ejército llegó a condecorar a a los soldados del Séptimo de Caballería, pero los relatos en los que se explicaba la matanza de mujeres y niños y las fotos aportadas arrojaron dudas sobre la actuación del Ejército.
También narra una masacre que había sido adjudicada a las SS hasta 2001, cuando se supo que había sido cometida por los propios vecinos del pueblo. Habían convivido judíos con no judíos, pero cuando hubo la ocupación por las tropas alemanas, los no judíos salieron con hachas, machetes y cuchillos dispuestos a asesiar a quienes habían compartido la aldea con ellos hasta ese momento. Hicieron la matanza con tal entusiasmo que los alemanes proyectaron las imágenes en salas cinematográficas para demostrar que la persecución contra los judíos polacos procedía de la propia población polaca. El clero católico del pueblo no hizo nada por impedir que sus fieles participasen en la masacre.
Pero los alemanes en la Segunda Guerra Mundial tampoco se quedaron cortos. Hitler dio la orden de acabar con el pueblo de Lídice en venganza a un atentado contra el hombre de confianza de Himmler: Reinhard Heydrich. Fue totalmente destruido. El Daily Telegraph escribió: Una cosa tan horrenda no había ocurrido desde la Edad Media. También son destacables las masacres sobre los prisioneros a manos de los alemanes cuando los aliados ya estaban cerca. Al ver las zanjas y los cuerpos quemados, un soldado afirmó: Nunca estuve tan seguro antes de por qué exactamente estábamos luchando. Antes de esto, hubiera dicho que estas historias eran propaganda, pero ahora, después de ver los cuerpos de los que allí habían sido asesinados, uno sabe que no lo eran.
Una de las conclusiones que se extrae después de leer todas estas cosas es que los culpables casi nunca pagan. Y a alguno lo condecoran, como a Menahem Begin quien, encima, se llevó el Premio Nobel de la Paz de 1978. Tampoco juzgaron al falangista libanés Elie Hobeika, considerado el responsable material de la matanza de Sabra y Chatila; o también perdonan como hicieron con las guerrillas que habían llevado a cabo la masacre de Sidi Rais en fechas tan recientes como 1997.
Y también habla de ocasiones más famosas, como la de el asalto de los Juegos Olímpicos de Munich de 1972, la de los escolares de Beslán o la de My Lai.
Como afirma el autor:
El que los instigadores o los autores de una masacre acaben pagando su culpabilidad es, lamentablemente, una excepción histórica. Podríamos decir que, paradójicamente, cuanto mayor es el número de personas asesinadas, menores son las probabilidades de que los criminales comparezcan algún día ante la justicia.
El epílogo del libro, que os copio aquí, da para pensar un buen rato. En general, está muy bien, aunque puede, en mi opinión, herir la sensibilidad de algún lector. Apto para todos los públicos.
Título: Las 50 grandes masacres de la historia.
Autor: Jesús Hernández

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