Jason Stanley, profesor de Filosofía del Lenguaje en la Universidad de Yale, y autor de How Fascism Works (traducido al castellano como Facha), ha diseccionado en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona las estrategias que los partidos de extrema derecha han aprendido del fascismo. Presentado por la investigadora Teresa Marques, el también colaborador de The New York Times, ha ofrecido una radiografía de la política “del nosotros y ellos” en contextos aparentemente tan dispares como Estados Unidos, India o España.
“No puedes ser libre sin la verdad”, ha afirmado Stanley ante un auditorio completo, y que ha escuchado atentamente algunas de las técnicas que utilizan tanto Donald Trump como Santiago Abascal. Para el profesor de Yale no es tan importante si estos líderes se consideran a sí mismos "fachas" o no, lo realmente relevante es entender cómo usan los mecanismos que ya funcionaron durante el fascismo clásico del siglo XX. De hecho, según el autor, Trump no es realmente una persona con prejuicios homofóbicos, sino un cínico capaz de hacer servir cualquier maniobra para confundir al electorado y, así, hacerse con el poder.
La negación del cambio climático, poner en duda los hechos más evidentes, o difundir un mensaje xenófobo es lo que, a grandes rasgos, iguala a todos estos movimientos que, aunque con diferentes nombres, crecen de una manera muy similar. El patriotismo exacerbado es otro de los elementos clave de la ultraderecha. Combatir sus pericias retóricas es, según Jason Stanley, uno de los mayores retos de cualquier sociedad democrática que quiera seguir siéndolo.
La apelación a un pasado mítico es, para el profesor de Yale, la primera táctica que todo “facha” va a utilizar. Hay un imperio, idealizado, que se ha perdido. Existe una humillación que, sin pudor, hay que vengar. Por eso Trump apela a “America First”, o Abascal aparece en los anuncios electorales montando un caballo, como si la solución a todos los problemas fuera regresar a la época de la Reconquista. Jason Stanley ha citado aquí el culto a “la personalidad autoritaria”, tan estudiada por Adorno, y que también se reproduce, según el autor, tanto en la dirección de empresas como en la familia patriarcal.
La segunda técnica más utilizada por estos partidos políticos —y que han asimilado directamente del fascismo— es la propaganda. Durante sus investigaciones, Stanley ha descubierto que, paradójicamente, la mayoría de estos movimientos se basan, primero, en un discurso anticorrupción. Aunque esté demostrado que sus líderes han cometido actos deliberadamente corruptos, la propaganda consigue dar la vuelta al mensaje y establecer unos enemigos fácilmente identificables; sean los comunistas, los sindicatos o las religiones minoritarias. “Utilizan las ideas liberales contra las ideas liberales”, sostiene Jason Stanley, quien señala la contradicción de que se sirvan del derecho a la libertad de expresión para escampar la mentira estratégica. También los nazis, recuerda, lo hicieron. Y también usaron las teorías conspirativas —que un grupo determinado está intentando acabar con el modo de vida actual, por ejemplo— para reforzar el anhelo de más seguridad y de más vigilancia.
Hay también, como ha resaltado Stanley en Barcelona, un anti-intelectualismo que quiere trasladar a la población la sensación de que cualquier discurso crítico lo que está intentando es avergonzar a los más vulnerables. La Escuela, entonces, se convierte en un lugar en el que hay que reivindicar ese pasado mítico, y también la religión, para que el valor de la igualdad sea sustituido, poco a poco, por el del orgullo supuestamente historicista. También la Universidad —y sus cánones etnocentristas— se ocupa más de la hagiografía que del criterio.
Pero la mentira protagoniza todas las estrategias de las nuevas formas de fascismo. Si la libertad no se entiende sin la verdad, para Jason Stanley, tampoco la igualdad puede sostenerse si no se ataca frontalmente lo falso. No se trata de un error, ni de un relato ambiguo. Simplemente, es falso. El profesor ha recordado en el CCCB cómo Trump, de hecho, aseguró, cuando aún no era presidente, que la CNN estaba controlada por Obama porque se negaban a explicar que éste había nacido en Kenia. El argumento es tan absurdo que no puede ser ni refutado. La CNN no podía negar algo que no había ocurrido. Pero la sombra de sospecha ya se había instalado. “La estrategia es desdibujar la idea de verdad”, dice Stanley, como lo hizo Goebbels en la Alemania nazi. Si acudimos a sus diarios, nos dice el autor de Facha, vemos cómo ellos mismos acaban creyéndose las mentiras que han construido.
Esas mentiras deliberadas, y ese uso repetido de la propaganda, no tienen recorrido sin un uso férreo de la jerarquía. Siempre hay un grupo étnico o religioso que merece más, que es superior históricamente. Por ello, cuando se explica la historia de la civilización en algunas instituciones estadounidenses no se habla, ni tan siquiera, de África. Ocupa un papel irrelevante en esa jerarquía que se ha construido artificialmente.
La victimización es otra de las herramientas que usan esos líderes que, a partir de protocolos que recurren a la lealtad, van señalando las amenazas a las que, en teoría, están sometidos. Si antes los judíos eran los culpables del mal del mundo, ahora son los musulmanes los que quieren convertir al resto de la humanidad en víctimas. Y tratan a estos grupos así, como masas uniformes, sin posibilidad de singularizar a los individuos, para que la estrategia de victimización sea más efectiva. Lo que señala y denuncia Jason Stanley es de qué manera las comunidades que han sido perseguidas en el pasado hoy, a través de una lógica del resarcimiento, se convierten en perseguidores. Desde los nacionalistas serbios hasta llegar a los extremistas indios.
Es por todo ello que el nuevo fascismo insiste en la criminalización de la inmigración. Se juega con los datos, y se repite una y otra vez los delitos que una minoría de inmigrantes haya podido cometer para englobar a todas las personas que han llegado hace poco al territorio. Luego, la presunción de inocencia desaparece para siempre. Jason Stanley ha recordado el lacerante caso de los Cinco de Central Park —que Netflix ha llevado hace poco a la pantalla bajo el título de When they see us—,cuando cinco adolescentes fueron condenados por violar a una mujer pese a que no existía ninguna evidencia para ello. Donald Trump insistió una y otra vez en que los ejecutaran. Aún hoy no ha pedido disculpas por ello.
Generar miedo hacia los mexicanos o hacia los negros, o hacia cualquier posibilidad real de una sociedad multicultural, es lo que ha hecho Trump, pero también lo que llegó a conseguir Hitler, horrorizado cuando comprobó que Viena era una ciudad en la que todos convivían, sin demasiados problemas, pese a sus diferentes orígenes o religiones.
Jason Stanley ha querido acabar precisamente con una frase que el nazismo hizo tristemente célebre, Arbeit macht frei (“El trabajo os hará libres”), y que, de una manera actualizada, también se utiliza en el siglo XXI. No es casualidad que a los inmigrantes se les acuse constantemente de vagos y, al mismo tiempo, de venir a robar el empleo de los autóctonos. “El valor del trabajo duro, en realidad, no es un valor democrático”, sostiene el autor de Facha, que recuerda que la dignidad del ser humano nace de otro lugar. Todas estas estrategias, que son tan viejas como efectivas, no quieren más que distraer. La acumulación de poder es el objetivo. Si marcan la agenda con alguna de estas tácticas, han comenzado a ganar la batalla. Reírse de los fachas, luego, ya no será suficiente.
Sobre el autor
Albert Lladó (Barcelona, 1980) es editor de Revista de Letras y escribe en La Vanguardia. Su último libro publicado es 'La mirada
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