Las caras de Giovanni Boldini. Uno: París era una fiesta aburrida.

Giuseppe Boldini. La tienda roja, 1904
13, Nov, 2019
París durante la primavera, con el verde de los jardines flanqueado por el gris de los edificios. París en el verano bajo el sol que persigue las sombras. París en el otoño bajo una cortina de lluvia que disipa las luces de los faroles. París en el invierno, con los días grises y fríos que se combinan con los trajes de los hombres que aparecen en los retratos de Giovani Boldini.
El París de la Belle Epoque, el feudo singular de los que reinaban sobre el mundo mientras combatían el tedio con vanidad y dinero. El París de Proust, pero también de Robert de Montesquiou y de Rita Lydig. El París de las primeras manifestaciones de una época entendida como culto al exceso, ya fuese del sentimiento o del gesto. Un tiempo sepultado por la primera guerra mundial y que dejó una estela de personajes que dilapidaron sus fortunas con una alegría impensable para nuestros ojos avaros de hoy. ¿El decorado? El fondo de las telas de damasco de los salones dormidos en el hastío de las recepciones. El terciopelo gastado de los palcos de los teatros donde los  ballets rusos actuaban bajo la implacable dirección de Diaghilev.
¿Qué hubiese sido de aquellos protagonistas sin el pincel de Boldini? Porque el pintor italiano, como un mago que es capaz de introducirnos en un círculo mágico,  supo inmortalizar mejor que nadie en sus retratos preciosista a los protagonistas de un París mítico.

La marquesa Casati, Giovanni Boldini y un invitado. 1913

Vemos una fotografía en blanco y negro algo deslucida por el paso del tiempo. En el medio de ella hay un hombre macrocéfalo subido a un taburete para igualar algo en altura a sus dos acompañantes. Vestido de etiqueta, Boldini da la mano a una mujer disfrazada de odalisca (ella le mira con atención), mientras al otro lado un invitado, vestido de turco, completa el trío. En el pie de foto se mencionan unos nombres y una fecha. Baile Longhi. Venecia… Giovanni Boldini, la Marquesa Casati…
Una fotografía hecha en una de las innumerables fiestas a las que asistió ese hombre que sonríe a la cámara desde su pedestal: Giovanni Boldini (Ferrara 1842-París 1931). Un pintor que convirtió a los protagonistas de esas fiestas en sus mejores cuadros, pero que hubo de esperar a tener más de cincuenta años para proclamar su reinado artístico en París, la ciudad deslumbrante y laberíntica en la que vivió tras estudiar en Florencia y vivir en diferentes ciudades italianas.
Cuando Boldini llegó a la capital francesa, Flaubert había cedido el cetro a Maupassant y los salones parisinos tenían, sin saberlo, a Proust como testigo literario. Unos salones que habían cambiado las reglas de juego desde los tiempos de los enciclopedistas. Entonces ya no era la aristocracia la que mandaba en ellos sino los nuevos burgueses y, sobre todo, los nuevos ricos. Gente que buscaba borrar los orígenes que les unía con antepasados más o menos laboriosos y, por tanto, poco dados a los entusiasmos y los festejos. En estos salones podemos ver a banqueros multimillonarios, industriales casados en segundas nupcias con mujeres hermosas que compiten en extravagancias, artistas de renombre y políticos con cargo o buena fortuna.
Serán las mujeres las grandes protagonistas de los cuadros de Boldini. Como la marquesa Luisa Casati, su connacional Franca Florio, que pasaba por ser una de las más guapas de su tiempo, Rita Lydig de Acosta, la baronesa Deslandes, la condesa Greffuhle, Consuelo Vanderbilt, la señora Strauss… que recorren la Rue Royal  del Huitième Arrondissiment deteniéndose en las camiserías, floresterías, joyerías… para dejar un reguero de compras que los chóferes se encargan de recoger y llevar a sus casas.

Retrato de Lina Cavalieri

Así podemos imaginar a la señora Doyen que, como una nueva Cenicienta, se prueba un par de zapatos de punta dura en Costa, requisito necesario en los retratos de cuerpo entero de Boldini. El pintor sostenía que ese modelo permitía una punta más alargada  y, por lo tanto, una línea mucho más graciosa de la forma del pie.
Pero a diferencia de sus antecesoras del siglo XVIII, que habían convertido las conversaciones en un arte y eran el centro de sus salones frecuentados por librepensadores y libertinos, estas hablan poco y saben menos. Prefieren deslumbrar con loros, felinos, magos y criados negros. Su tarea consiste en hacer de la anécdota una forma de vida frente al hastío de una existencia sin grandes sorpresas. Provocar el estupor permanente del prójimo sin caer en la payasada es tarea difícil. De intento en intento acabarán convertidas en seres excéntricos, rodeadas de gacelas, guepardos, boas y criados negros, mientras peregrinan entre París, Londres, Venecia, Niza y Saint Moritz sin poder dejar sus huellas en las redes sociales. Sólo cuadros y telegramas.
Bastarán unos años más para ver a la marquesa Casati dando un paseo por Venecia en góndola con Boldini. Ella lleva un traje de leopardo y en su brazo se posa un papagayo rojo que palabrea desde su altura. En la proa de la góndola un criado negro cuida de dos simios. Pero la marquesa, un espectáculo en sí misma que habría dejado en nada las excentricidades de Lady Gaga, será capaz de convencer al ayuntamiento veneciano de que cierre la plaza de San Marcos para dar una fiesta de disfraces a todo el gotha internacional. He aquí una digna antecesora de los organizadores de eventos de nuestro tiempo. (Seguirá)


Para hacerse una idea más precisa del mundo de Boldini se puede visitar la exposición organizada por la Fundación Mapfre, en Madrid «Boldini y la pintura española a finales del siglo XIXEl espíritu de una época», que podrá visitarse hasta el 12 de enero de 2020 en la Sala de Exposiciones Recoletos (Paseo de Recoletos, 23).
La exposición se adentra, por primera vez, en la pintura del artista italiano en diálogo con la de otros pintores españoles que formaron parte de los círculos parisinos de la Belle Époque, tales como Mariano Fortuny y Marsal, Raimundo de Madrazo, Joaquín Sorolla, Rogelio de Egusquiza, o Martín Rico.
La muestra, comisariada por Francesca Dini y Leyre Bozal Chamorro, presenta la obra del pintor Giovanni Boldini (Ferrara 1842 – París 1931), el más importante y prolífico de los artistas italianos que viven en París en la segunda mitad del siglo XIX, en dialogo con piezas de algunos de los pintores españoles que se encontraban en la capital francesa en el mismo período y que mantienen a través de su obra, un diálogo con la del ferrarés. (Texto de la Fundación 

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