...raíz de todos los males es el amor al dinero.
Timoteo 6:10
Rige el cerebro, porque el alma abdica.
Spengler, La decadencia de Occidente
Las palabras del apóstol Pablo probablemente no tienen mucho efecto en una modernidad mayormente cínica, nihilista y hedonista, pero habría que considerarlas y reflexionar si gran parte de lo que estamos viviendo no deriva justamente de anteponer ante todas las cosas "el amor al dinero", es decir, amor a lo instrumental y no a la cosa en sí. Las advertencias en la historia de que una actitud utilitaria conduce al yermo del espíritu son numerosas.
Platón en La república, el libro más influyente en la historia de Occidente después de la Biblia, señala que lo propio de un filósofo es que ama el conocimiento en sí mismo; no se acerca a él para obtener un beneficio o sacar ventaja, de la misma manera que cuando una persona ama a otra no se acerca a ella para obtener un beneficio o sacar venta. El filósofo hace una clasificación tripartita de los seres humanos: aquellos que aman la sabiduría, aquellos que aman la victoria y aquellos que aman el lucro (cada uno de los cuales corresponde a una parte del alma). Cuando una sociedad está compuesta en su mayoría por los que en todo buscan lucrar (literalmente, los "amantes del dinero") o por los que buscan la gloria de la historia y no se encuentra en ninguna parte filósofos, rápidamente devienen formas decadentes de gobierno... y la democracia tiende a la tiranía. ¿No estará pasando esto en nuestros países, en Estados Unidos, en México, en Brasil, por mencionar algunos?
En el texto esencial de la India, la Bhagavad Gita, Krishna le enseña a Arjuna los diferentes senderos que llevan a la liberación del sufrimiento (de la existencia cíclica o samsara). Aunque existen diversos caminos (la devoción, la acción y el conocimiento), el fundamento de todos es el desapego al fruto de la acción. En la India la acción (karma) está ligada a lo que nosotros entendemos popularmente como un "karma", una consecuencia, una deuda, una atadura. Hasta que existen los "karmas" no hay liberación. Esto genera un problema, pues es imposible no actuar. Siempre estamos respirando y necesitamos comer, por lo cual estamos consumiendo energía, actuando e incluso matando. La solución a este predicamento es no apegarse al resultado de la acción, distanciarse del yo que (aparentemente) actúa y dedicar lo que hacemos a la divinidad. En otras palabras, hacer las cosas gratuitamente, sin egoísmo. Ya en la época de la Bhagavad Gita, escrita alrededor de los años 400 a. C. a 200 a. C., existía la conciencia de que hacer las cosas buscando un beneficio personal, incluso los largos y minuciosos sacrificios védicos, era un comportamiento impuro, que separaba artificiosamente al alma del Brahman (lo absoluto).
Se podrían encontrar otros ejemplos en otras tradiciones, pero con esto es suficiente -tomando de las dos grandes corrientes de sabiduría universal: Grecia y la India-. O debería ser suficiente con esto y aquí podríamos terminar el artículo, pero habrá que ver las consecuencias de esta actitud desde una perspectiva moderna, haciendo una concesión a esa mentalidad que considera que todo lo nuevo es mejor y que las viejas tradiciones poco tienen que enseñarnos, puesto que no lograron dominar la naturaleza como nosotros y producir aparatos tecnológicos tan maravillosos como un iPhone o una lavadora.
Existe ya una creciente conciencia de que las supuestas maravillas del progreso y de la supuesta "era de la información" y de las (mal) llamadas "tecnologías del conocimiento" no lo son tanto y estamos viviendo un período en el que lo que parece estar expandiéndose es la ignorancia, el encono, la polarización y una sensación generalizada de desconexión y desencanto. Nuestras tecnologías no parecen estarnos sirviendo: estamos más deprimidos, menos unidos (con nosotros mismos y con los demás), con menos capacidad de poner atención -especialmente a todo lo que no aparece en una pantalla- y más expuestos a la influencia de algoritmos y sistemas de persuasión que modifican nuestras conductas conforme a los intereses de grandes corporaciones. ¿Cabe preguntarse quiénes son los usuarios y quiénes los usados? El teórico de medios Douglas Rushkoff, a mi juicio el más digno heredero de Marshall McLuhan, incluso habla de un proceso masivo de deshumanización en el que la tecnología digital, encarnando los valores de la economía capitalista, nos está programando, como si fuere, a actuar conforme a estándares de competencia, extracción de valor y egocentrismo. El capitalismo corporativo opera en base a un mandamiento que no se encuentra en ninguna parte en la naturaleza (salvo en el cáncer, y eso deriva en la muerte): el crecimiento infinito. Nuestras relaciones se ven supeditas a la lógica de extracción de valor: debemos siempre ganar algo; el amor es ahora una especie de asociación para el desarrollo y la actualización del yo; la libertad es sólo tener más opciones y poder ejercer nuestra voluntad de poder; no se nos ocurre pensar en el amor como servicio o en la libertad como la capacidad de elegir lo bueno (lo bueno, los modernos sabemos, es algo completamente relativo, depende de cada quien).
Rushkoff escribe en su más reciente libro Team Human:
Tal es el caso del dinero: originalmente fue inventado para almacenar valor y facilitar transacciones: El dinero era el medio para la función primaria de intercambio en un mercado [literalmente, en un mercado físico]. El dinero era el fondo y el mercado era la figura. Hoy la dinámica se ha invertido: la adquisición de dinero se ha convertido en sí misma en el objetivo central y el mercado es sólo un medio para lograr el objetivo.
En otras palabras, el medio se ha convertido en el fin, pero esto es absurdo pues el dinero sólo tiene sentido como algo que podemos intercambiar por algo más, por una cosa, por un objeto de valor. Hoy es suficiente tener dinero para generar más dinero, no es necesario producir nada. Padecemos esta abstracción pecuniaria todos los días con la sobreimportancia que le damos al crecimiento de los indicadores económicos, los cuales se convierten en el objetivo, en lugar de la prosperidad (pues no son lo mismo). Compañías como Amazon o Google generan enormes ingresos, pero no generan enorme prosperidad. Rushkoff explica esto: "el producto central de una compañía ya no es lo que provee a sus consumidores, sino las acciones que vende a sus inversionistas". Se trata de la alucinación del dígito.
Este mismo proceso de invertir el fondo y la figura puede observarse en todas las esferas de la sociedad, pues son permeadas por los valores utilitarios del capitalismo. Rushkoff pone el ejemplo de cómo las escuelas públicas fueron concebidas originalmente para mejorar la calidad de vida de los trabajadores. Se le enseñaba a los trabajadores a leer y a escribir, no para hacerlos mejores mineros o maquinistas, sino para exponerlos a los bienes de la cultura. Esto, se pensaba, "era necesario para una democracia funcional. Si las personas no tienen la capacidad de hacer elecciones informadas, entonces una democracia fácilmente deviene en una tiranía". Con el tiempo, sin embargo, la educación se convirtió en el centro de la competitividad. Las personas eran educadas con la finalidad de obtener oportunidades de empleo y el mayor bien de la educación, se pensó, era permitir la movilidad de clases. "En vez de compensar la cualidad utilitaria de la vida de los trabajadores, la educación se convierte en una extensión de ella". No se educa para conocer lo bello, bueno y verdadero, sino para permitir que el sistema siga corriendo y la economía siga creciendo. Si pensamos así, sugiere Rushkoff, entonces bien podríamos dejar nuestra educación en manos de las computadoras.
Escribo esto mientras en México algunos seudointelectuales debaten en la televisión si el arte es realmente necesario. Se dice: "Si en una economía los artistas no encuentran cómo sostenerse, es porque no hay necesidad de esos artistas". A lo que comenta atinadamente un escritor: "¿El neoliberalismo les carcomió el cerebro? ¿Cada paso en sus vidas está regido para las leyes de la oferta y la demanda?". Esto es altamente sintomático de lo que he intentado exponer aquí. El pensamiento instrumental-utilitario no sólo empobrece la moral, sino también el intelecto. Oscar Wilde notó que el arte es inútil (y no fue ésta otra de sus frívolas ocurrencias). El arte es inútil porque sólo sirve para lo que no puede medirse (el alma, el espíritu, palabras ahora ilegítimas en la discusión "intelectual"). No cabe en el pensamiento tecnocrático o positivista pensar que debe haber un lugar para lo "inútil" o, en términos actuales, para lo que no se puede medir, para lo que no arroja datos (que luego pueden servir para encontrar patrones de conducta e implementar modificaciones estratégicas). Pero todo lo que realmente vale desde una perspectiva eminentemente humana es subjetivo e incuantificable. A lo que aspira el ser humano, en el amor y en la sabiduría, es a lo que no tiene medida. Esto es lo que se le escapa no sólo a la economía, sino a la ciencia, su "problema duro". La belleza de un atardecer, la sonrisa de una joven mujer, la música de ciertos versos nunca podrán medirse objetivamente o convertirse en una serie de datos. Una curiosa etimología sánscrita nos dice que la palabra "māyā", que generalmente se traduce como "ilusión" o "engaño", viene de la raíz "mā", que significa "medir". Esta es la gran ilusión en la que vivimos: creer que sólo lo que se puede medir es real y tiene valor. Lo que perdemos con esta mentalidad utilitaria no sólo es lo inconmensurable, también es lo desmedido, pues como notó Sócrates en el Fedro, cosas como el amor, la poesía, la profecía, los misterios (o rituales) provienen de un estado maníaco o extático que se opone a la mesura (sophrosyne). Vivimos en la ilusión de la utilidad y en la ilusión de la métrica (de creer que debemos medirnos todo el tiempo).
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En resumidas cuentas podría decir, con Raimon Panikkar: "Lo que estoy criticando es la asunción subyacente de que la motivación para actuar sea la victoria y no el amor" (The Rhythm of Being).
Rushkoff lo resume así:
La diferencia entre las relaciones en línea y las relaciones reales es la misma que la diferencia entre la pornografía de Internet y hacer el amor. La experiencia artificial no sólo palidece en comparación con la orgánica, sino que degrada nuestro entendimiento de la conexión humana. Nuestras relaciones se vuelven sobre métricas, juicios y poder -los likes y seguidores de la economía digital y no la resonancia y la cohesión de la ecología social-.
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En un principio el Internet parecía algo genial, una red diseñada para compartir el conocimiento sin una autoridad central; un sistema ideal para promover la libertad, la justicia y la verdad. Un sistema creado por académicos en el cual al principio incluso estaban prohibidos los anuncios y se tenía que firmar un acuerdo de no lucrar. Algunos incluso soñábamos con una noosfera a la Teilhard de Chardin. ¿Qué fue lo que pasó? Empezó a ser colonizado por grandes corporaciones que inyectaron los "valores" capitalistas al sistema. Como todo lo demás, lo echó a perder el amor al dinero.
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