2019 sí cambió Venezuela Raúl Stolk y Rafael Osío Cabrices

Fue un año en el que el cambio político parecía más factible que nunca en 20 años de chavismo, antes de que la esperanza volviera a disolverse. Sin embargo, esta derrota fue distinta: dejó un país completamente diferente

El dólar llegó para quedarse. La democracia te la seguimos debiendo
Foto: Composición de Sofía Jaimes a partir de una foto de Gabriela Mesones Rojo
Puede que Hugo Chávez se revuelva en su tumba del Cuartel de la Montaña si es que ve el país sobre el que Nicolás Maduro ejerce su poder. No queda mucho de ese gigantesco Estado de casi 30 ministerios; de todas esas misiones que retenían firmemente la lealtad de las masas; el montón de compañías públicas que empleaban a miles de fieles chavistas y que se suponía debían producir desde fertilizantes hasta vehículos blindados; de esa economía controlada en la que la inflación era hasta ventajosa para quienes se beneficiaban de los créditos impuestos por el Estado para comprar carros o apartamentos, o de los dólares subsidiados para viajar o importar.
Pero si el Comandante pudiera reclamárselo, Maduro le respondería que en enero y febrero más de 50 países declararon que no lo reconocían como presidente y sin embargo, ahí está. O que no lo derrocaron ni siquiera en lo que los economistas llaman el peor colapso económico de la historia contemporánea. 
Sin embargo este fue más que un año en el que Maduro superó de chiripa la prueba que le pusieron sus enemigos. 
Lo que pasó en los últimos tres años, pero especialmente en 2019, transformó nuestro país profundamente. 

La miniaturización del petroestado

El primer aspecto de esta transformación es la nueva forma del Estado y del país como Estado-nación. El régimen de Maduro aprovechó el colapso económico que él mismo provocó para convertirse en una estructura más liviana y flexible, que concentra sus ahora escasos recursos en una sola meta: permanecer en el poder, más nada. Atrás quedaron las utopías socialistas, el internacionalismo revolucionario, las grandes ideas; para los hombres y las mujeres que todavía son parte de la élite del poder, la “revolución bolivariana” solo consiste hoy en permanecer dentro de terreno seguro en un mundo hostil para el viajero sancionado, y en extraer recursos del país para sacarle provecho al aislamiento.
Desde el apagón nacional de marzo, el régimen mantiene lo que queda del Sistema Eléctrico Nacional en un esquema de racionamiento que protege Caracas, Oriente y Guayana, donde se están explotando los mayores intereses económicos del chavismo, el petróleo y el oro. Mientras tanto, Occidente y los llanos están sin luz por varias horas cada día. Esto ha llevado a la práctica desaparición de la autoridad estatal —y por tanto, de recursos y personal estatal— en buena parte del país. 
Donde antes estaba el mastodonte de los años de Chávez, la gente de los Andes, Lara o Zulia se encuentra con células desperdigadas de poder con las que debe lidiar, que depende del lugar son civiles, militares, paramilitares o hampa; ya no hay plata ni voluntad política para sostener al Estado donde no es realmente necesario para la dictadura. Un episodio muy elocuente sobre el uso del fait accompli del desmoronamiento operativo del país por parte del régimen es cómo el gobernador impuesto en el Zulia dejó que los saqueadores se llevaran todo lo que quisieran durante el apagón de marzo, excepto en los locales de sus aliados. Para el régimen, Maracaibo podía arder y su población morirse de hambre, mientras los intereses chavistas no fueran afectados.
Podemos ver el mismo patrón en lo que era el servicio exterior venezolano. En esos países donde los gobiernos no reconocen a Maduro como presidente, los consulados y las embajadas venezolanos están vacíos porque las relaciones diplomáticas se han roto, o están ocupados por personal al que no se le paga, de modo que la Cancillería no tiene que usar parte de sus escasos dólares a mantener esas legaciones operando. 
La miniaturización del Estado chavista es una de las principales razones detrás de esta suerte de liberalización económica que hemos visto en los últimos meses del año.
No es que de repente Maduro descubrió las bondades de la economía de mercado, sino que simplemente el régimen ya no es capaz de hacer cumplir los controles que dicta su formación marxista. El chavismo pudo convertir una falla en una norma —para sus propósitos, por supuesto. A este Estado ausente que sustituyó al Leviatán revolucionario que se entrometía en todo, le viene de perlas la emigración (porque eso significa menos manifestantes y menos bolsas Clap), y ni hablar de la renuncia en masa de trabajadores petroleros.

Venezuela tiene una nueva moneda, y no es el petro

Esto nos lleva a la segunda característica más notable del profundo cambio que vive el país: el uso cada vez más extendido del dólar estadounidense, en lo que algunos economistas llaman dolarización transaccional
Durante años, la economía venezolana ha tenido una dependencia enfermiza de la fluctuación del dólar en el mercado negro, pero ahora, especialmente tras el apagón de marzo, la divisa de Estados Unidos se ha apoderado —en efectivo o en transferencia— de todo tipo de transacciones a lo largo del país, desde la propina a un “bien cuidao” a la compra de un vehículo. Aunque el bolívar soberano sea todavía la moneda oficial, su existencia es principalmente digital, y la escasez de efectivo y la caída de su valor lo están llevando a un punto en el que pueda dejar de existir. Este año, la moneda venezolana cruzó el umbral en que su valor era un millón de millones de veces menos que cuando empezó a devaluarse en el Viernes Negro de febrero de 1983, como el economista Ricardo Haussman apuntó en su momento¿Cómo puede el bolívar recuperarse de esto? ¿Cómo podremos pensar que el dólar no terminará como nuestra moneda de curso legal, como pasó en Ecuador y Panamá?     

Una paradoja en verde oliva

Las redes sociales venezolanas (sobre todo en la diáspora) están llenas de gente frustrada culpando a la oposición y a Juan Guaidó por haber fracasado en derrocar a Maduro. Pero el hecho es que los militares volvieron a enfrentarse a una encrucijada en la que decidieron seguir apoyando al chavismo, igual que lo hicieron durante la crisis de abril de 2002, el paro petrolero de diciembre de 2002 y el fraude electoral de 2018. El chavismo sigue en el poder, más que todo, gracias a que ha mantenido al ejército de su lado durante 20 años. Todos pudimos presenciar, el 30 de abril, que ni siquiera la deserción del jefe del Sebin fue suficiente para provocar una rebelión. Durante el resto del año, el Sebin y la DGCIM, con la ayuda cubana respectiva, han arrancado de raíz todas las incipientes conspiraciones.
Pero 2019 reveló la paradoja que ahora envuelve a las FANB: su apoyo es crítico para la dictadura, pero las fuerzas armadas están perdiendo relevancia como fuente de control y de violencia —incluso con el apoyo de la inteligencia cubana y de los equipos y consultores rusos. De hecho, son las FAES y los colectivos los que mantienen a la población a raya. La fuerza bruta que estos actores han desatado sobre nuestra gente —mediante las torturas, los secuestros, las violaciones y los asesinatos abundantemente documentados y denunciados— se ha asegurado de que ya no haya manifestaciones significativas en contra del régimen. Las fronteras y las minas son ahora una colcha de retazos de actores armados donde es difícil discernir cuál porción de territorio está bajo el control de la FANB o el Estado, y cuál responde a una célula de las FARC, un frente del ELN, una banda de Puerto Ordaz o una inestable combinación de todos los anteriores. 
De nuevo, esta no es la Venezuela que el antiguo teniente coronel Chávez quería (aunque también es el país que él engendró). En lugar de una fuerza armada fuerte que gobierna el país, esa restauración perezjimenista pero a la izquierda que soñaba el MVR, la FANB del presente no puede evitar la deserción masiva de su tropa y es incapaz de controlar el territorio nacional. De aquí en adelante, podemos preguntar qué podría en verdad pasar si un día el alto mando decidiera abandonar a Maduro. Con una FANB tan debilitada frente a los actores armados irregulares y la presencia extranjera, que se le voltee puede que no sea suficiente para acabar con el régimen.

Resignación en las tribunas

Para el final de 2019 ya se veía que todo el mundo había cambiado disimuladamente su posición frente a la crisis venezolana. El enfoque AA del chavismo, “un día a la vez, hoy no me van a tumbar”, se convirtió en lo que empieza a lucir como una estrategia a largo plazo. Rusia no solo se ve cada vez más cómoda con sus intereses en Venezuela, sino que de hecho se ha puesto a expandirlos agresivamente. El Grupo de Lima, cuyo futuro de paso está en entredicho, tornó su atención al manejo del influjo migratorio venezolano, en lugar de la recuperación de la democracia venezolana. Y EEUU parece haber cambiado sus planes también, dado que las sanciones de la OFAC siguen sin dar resultados en cuanto a la fractura del régimen. 
Más allá del ruido que hizo con medidas como despedir al embajador John Bolton (y con él, la amenaza al menos verbal de la intervención armada), la Casa Blanca también ha modificado silenciosamente su estrategia, como lo evidencian las conversaciones de individuos cercanos a Trump con el régimen chavista. Las reuniones de Erick Prince con Delcy Rodríguez eran un indicio de que este giro estaba teniendo lugar, pero ya no hay dudas de que existe ahora que conocemos el acercamiento de Rudy Giuliani al mundo de los bolichicos y su llamada, confirmada después, con Maduro. Después de todo, hay intereses en juego de empresas privadas de Estados Unidos (Chevron et al), así que un escenario en el que Trump cierra el tema Venezuela diciendo que hizo un “great deal” luce mucho más probable que verlo declarar una segunda guerra de Vietnam en el Arco Minero. 
No nos engañemos sobre cuán relevante puede ser Venezuela para un hombre como Trump, que no tiene un interés personal en el país y está rodeado por muchos otros asuntos que se pelean por su estrecha capacidad de atención.
Y no hablemos de cómo el presidente de Estados Unidos se ha comportado en la arena internacional cuando se trata de aliados de Maduro como Vladimir Putin y Recep Tayyip Erdogan: como pasó en Siria, lo que Trump decide hacer siempre beneficia a Rusia y a Turquía. 

Un problemita llamado Juan Guaidó

El próximo 23 de enero, mucha gente le recordará a Juan Guaidó que ya pasó un año desde que se juramentó como presidente encargado. Pero ¿será todavía reconocido como tal ese día? Este 5 de enero, se supone que será reelecto como presidente de la Asamblea Nacional —condición necesaria para ser considerado presidente encargado a ojos de quienes todavía ven a Maduro como ilegítimo- pero el parlamento se está fragmentando bajo el reflejo centrífugo inherente a la oposición venezolana y la presión del chavismo por apoderarse de él, como hemos documentado minuciosamente en nuestro Political Risk Report
Así que el joven Guaidó no puede contar con que retendrá el rol que lo hizo internacionalmente famoso en 2019. Si lo hace, tendrá que encarar en todo caso el hecho de que lidera una oposición que se desmorona, que ha sido diezmada por la cárcel y el exilio, que no logra reemplazar a la dictadura y que no puede resolver ninguno de los abrumadores problemas que la mayoría de los venezolanos sigue sufriendo bajo la emergencia humanitaria compleja. 
La eclosión de la burbuja de esperanza en torno a Guaidó dejó un panorama de cinismo y de desprecio por todos los políticos. En el tercer trimestre del año, las encuestas empezaron a mostrar que había más gente rechazando la gestión del presidente encargado que gente respaldándolo (aunque todavía es el líder más popular que cualquier otro tanto en el chavismo como en la oposición). Esto es un problema para él y para sus aliados en Venezuela, pero también para todos esos gobiernos afuera que apostaron por él. ¿Qué van a hacer ahora Estados Unidos, Colombia, Canadá y tantos otros Estados en cuanto al hecho de que Maduro sigue estando en el poder en 2020, en términos de su relación con Guaidó y Venezuela? ¿Simplemente se harán los locos, bajando el volumen de sus declaraciones y de sus acciones respecto a nuestro país? 
Lo que haga cada gobierno que reconoce a Guaidó dependerá no solo de la situación individual de Guaidó, sino del impacto respectivo de la migración venezolana (un asunto primordial para Colombia, Perú, Ecuador, Trinidad y Tobago) o su posición respecto a Cuba y Rusia (que por ejemplo varía mucho entre Canadá y Estados Unidos). Como sea, en 2020 todos ellos demostrarán cuánto les importa Venezuela. El que hoy estemos viendo una tendencia de convivencia con la dictadura es una mancha en el desempeño de esos gobiernos en materia de política exterior, luego de que exigieron un cambio de régimen inmediato y de que algunos de ellos incluso insinuaron una intervención armada, pero también hace quedar mal a México y Noruega, entre otros que tanto defendieron unas negociaciones que no condujeron a nada porque, una vez más, el chavismo no tenía razones para tomárselas en serio. Hasta los chinos deben estar preocupados sobre las posibilidades de recuperar sus inversiones en Venezuela.
Solo dos regímenes, aparte del de Maduro, salen del 2019 venezolano como claros ganadores. Uno es esa Cuba obligada a proteger a Maduro cuando Trump aplastó el acercamiento con Estados Unidos que había iniciado el gobierno de Obama. El otro es la potencia eurasiática que ahora disfruta la oportunidad de establecer una cabeza de playa estratégica muy lejos de su área histórica de influencia: Rusia.

El modelo rusoafricano

La petrolera rusa Rosneft no solo asumió el transporte de petróleo venezolano sancionado: también está metiéndose en las operaciones de extracción, mientras que los militares de ese país muestran abiertamente su presencia en Venezuela —por lo menos como proveedores de equipamiento y consultores. Moscú está más interesada y más preparada que Beijing para ayudar a Maduro y sacar provecho de eso: los rusos saben mejor cómo lidiar con sanciones internacionales y cómo construir poder político sobre una economía extractivista. No es casualidad que la Venezuela de hoy no haya seguido el modelo castrista (cero libertad política, control total del territorio y el Estado, una élite relativamente austera) ni el chino (cero libertad política, enorme desarrollo de infraestructura y una impresionante bonanza económica gracias a la liberalización).
La Venezuela de hoy a lo que más se parece es a la Rusia de Putin: un país muy criticado por sus malos indicadores, con más enemigos que amigos, donde sí existe una oposición, pero es incapaz de amenazar la estabilidad de una alianza de amigotes profundamente corrupta.
Los rusos no solo están modelando Venezuela a su imagen y semejanza. También están aprovechándose de su desmantelamiento como Estado nación, donde las economías criminales y legales ayudan a financiar el lujoso estilo de vida de la élite en Caracas, Lechería o Margarita. Una ecuación que podemos ver en el Golfo de Guinea: millones de personas sufren violencia y pobreza extrema alrededor de las brillantes torres de los ricos en Lagos, Abidján o Kinshasa. 

La vida se abre paso

Muchos de nosotros pensamos que 2019 finalmente traería el cambio, que sería el Año 1 del Renacimiento Venezolano. Nos equivocamos en cuanto a la posibilidad de reconstruir nuestra democracia, pero 2019 sí trajo cambios históricos —solo que no eran los cambios que nosotros queríamos.
Para la gente común en Venezuela, la cosa pasó de aprender a vivir con el pran a aprender a vivir sin el pranLa ausencia del Estado se siente por todas partes: es lo que vive la gente en Maracaibo que debe pasar varios días sin electricidad ni agua, y también el empresario en Caracas que decide invertir en un restaurant o un bodegón y obtiene una ganancia significativa en dólares. Estas situaciones tan contrastantes dependen sin embargo de la misma variable, pues ambas tienen que ver con el desprecio total por sus responsabilidades y las leyes que hoy sienten las autoridades del país.
De hecho, 2019 fue un año muy importante, un año que será recordado.
Fue el año en el que muchos venezolanos pasaron la página. En el que se dieron cuenta de que sus vidas no dependen de un poder en las alturas: ningún gobierno va a llenarles la nevera ni los va a ayudar en nada. Las opciones se reducen a irse, o a tratar de aguantar lo mejor posible una situación que no puedes cambiar. 
Solo si aceptamos los términos de esta nueva realidad, podremos pensar en cómo nuestro país puede convertirse en un lugar funcional donde si prendes un suiche se ilumina una habitación, donde si abres un grifo sale agua, donde puedes alimentar a tus hijos y donde el gobierno es algo más que un verdugo de las FAES con una máscara de esqueleto.
¿Es positivo que la gente haya dejado de pensar en los grandes problemas nacionales para enfocarse en su bienestar individual? Difícil decirlo. Pero lo que sí sabemos es que es inevitable. El deseo de vivir es más poderoso que las ideologías y los dogmas. Simplemente, como lo dice el personaje de Jeff Goldblum en Jurassic Park: “La vida, pues, se abre paso”.

Lee y comparte con tus contactos angloparlantes la versión en inglés de este ensayo en Caracas Chronicles

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