Cultura de masas: la aspirina del pueblo / Entrevista con George Steiner

Benoit Rayski - Sunday, 09 Feb 2020
El pasado viernes 3 de febrero, a los noventa años de edad, falleció George Steiner, el filósofo, teórico del lenguaje, académico, ensayista, traductor y crítico literario, considerado por muchos como “el último pensador universal”.
-Usted ha escrito: “El mármol se pulveriza, el bronce se descompone, pero lo escrito sobrevive a su autor.” Y cita usted a Flaubert, que muere como un perro, mientras que esa “puta de Bovary” sobrevive... ¿Sería entonces eterno un libro?
-Existe una gran paradoja entre la fragilidad física del manuscrito, del texto, y la supervivencia de lo escrito. Píndaro, el gran poeta griego, dijo con asombro y orgullo: “Mi canto sobrevivirá a la ciudad a la cual le canto.” El libro es entonces el buque fantasma, el vehículo de esa paradoja de supervivencia. Y es un milagro maravilloso llevar, en un libro de bolsillo comprado a bajo precio en un andén de estación, una voz humana que se remonta a tres mil años...

-Sin embargo, usted compara el libro de bolsillo con una suerte de producto desechable y efímero que, contrariamente al “verdadero” libro, no constituye una memoria...
-Un texto metafísico, un poema bello, una gran novela, necesitan paciencia, silencio, tiempo y una especie de intimidad. El libro de bolsillo, y tiene usted razón al señalar allí una contradicción, es un milagro de accesibilidad, pero no conforma una biblioteca. Yo temo la desaparición de los anaqueles cargados de libros; tengo miedo de lo efímero, de lo inmediato. Pero me comportaría como un snob insoportable si negara que, gracias al libro de bolsillo e incluso a ciertos cómics, millones y millones de hombres han tenido acceso a Shakespeare. La condición es que esto represente sólo un primer paso hacia la lectura en grande.
No obstante, el poder de los medios de comunicación y la brutalidad de otros estímulos cotidianos son tales que, quizá, permaneceremos en los cómics. No quiero ser dogmático, pero no se me forzará a aceptar la doctrina liberal que propone mejorar el nivel de cultura general.

-Usted es manifiestamente hostil a la cultura de masas, a lo que usted ha llamado “los objetivos igualitarios y populistas de las sociedades de consumo”.
-Es una cuestión capital. Nosotros luchamos en cuerpo y alma contra el horror de la censura, de los libros incendiados y los poetas asesinados. Pero me pregunto si no hay otra censura, también poderosa: la del mercado y la de los medios de comunicación, cuyos valores no persiguen, de ningún modo, liberar la imaginación de los hombres. Ese mercado es el causante de que, hace unos cuantos años, los dos nombres más conocidos en el planeta fueran Maradona y Madonna: el dios y la diosa del super-kitsch planetario. Frente a esto, sólo cuarenta o cincuenta personas pueden leer a Kant... Esto representa el poder de nivelación por lo bajo, en donde el dinero es el motor.
Los amos del populismo, los poderosos organizadores de la televisión omnipresente, no tienen otro propósito que el cebo de la ganancia. Poseen un desprecio profundo hacia los hombres, a quienes que juzgan incapaces de instruirse, de tornarse más complejos, más ricos intelectualmente.

-¿Nada más que desprecio?
-No, no solamente. Un desprecio enorme de las capacidades humanas y una confianza cínica en el poder del dinero. Al desdén se añade el cálculo. El hombre del mundo industrial contemporáneo regresa en la tarde, extenuado, fatigado, vejado. Y bueno, se le pone delante del televisor, que no exige nada de él, que le demanda lo menos posible. Los amos de la cultura de masas le proporcionan reposo y sueño, esa aspirina que su alma le exige constantemente.

-Su condena de todo esto suena como un manifiesto revolucionario...
-Me gustaría ser definido como un anarquista platónico. Para mí, el capitalismo que produce ese supermercado cultural es responsable de un gran pecado: intenta privar al hombre las tentaciones del ideal. En el marxismo hubo un inmenso error que halagaba al hombre: tú serás más altruista, tú seras más justo. Un error terrible que ha llevado al infierno del despotismo, ¡pero al menos ese error tomaba en cuenta al hombre! El sueño revolucionario tenía en mente al hombre. En el último párrafo de Literatura y revolución, Trotski habla de las montañas que son Goethe y Aristóteles y dice que no representan sino el anuncio del hombre del futuro. Y ese hombre del futuro no es ni un campeón de futbol ni una diva que gana millones por minuto.

-Se le va a encontrar extrañamente elitista.
-Ser elitista es saber que ciertas cosas son mejores que otras. Acepto entonces ese calificativo.

-¿Puede un libro ser “peligroso”? Hay en su obra más reciente, Pasiones impunes, una imagen inquietante: un soldado de infantería que durante la guerra de 1914-18 transporta en su mochila un libro que lee y relee: El mundo como voluntad y representación, de Schopenhauer. Ese soldado era el cabo Hitler...
-Hitler encontró en ese libro ideas radicalmente inhumanas, pero Thomas Mann sacó de allí otra cosa. Hay que arriesgarse constantemente al peligro de la lectura. Sí, un pensamiento es la cosa más compleja, la más peligrosa que hay en el mundo. Algunos versos de un pobre poeta judío, Ossip Mandelstam, le parecieron a Stalin capaces de hacer que su régimen se tambaleara y por ello ordenó que lo asesinaran. Me encantaría saber qué poeta hubiera podido inquietar a un presidente de Estados Unidos durante la guerra de Vietnam, qué poeta podría hoy inquietar a ciertos sistemas llamados democráticos. Una sociedad que se deja turbar por un gran texto, por un gran cuadro, es una sociedad que quizás esté en una situación trágica, pero es una sociedad con posibilidades de recuperación.

-¿Qué necesidad de poetas pueden tener las sociedades que se presentan como pacifistas?
-Lo más grave es que no son pacifistas sino que están drogadas. ¿Es un azar que, al interior de esas sociedades, una tercera parte de la población adulta tome tranquilizantes? Esas sociedades duermen de pie.

-Usted va más lejos al denunciar a la civilización estadunidense, una civilización que, según ha escrito usted, “proclama y reivindica como su bien supremo el apetito feroz de retribución material...”
-Ese capítulo, “ Los archivos del Edén”, ha provocado un clamor en el mundo intelectual estadunidense, que ha adivinado perfectamente el sentido último de mi argumentación: las dudas fundamentales sobre la democracia y sobre sus relaciones con el ejercicio intelectual y artístico. Creo haber tocado el nervio mismo de la esperanza de esa sociedad -una sociedad democrática por excelencia, que prometía a cada uno vivir mejor y ser dichoso. Acuérdese usted de Saint-Just, cuando afirma: “La felicidad es una idea nueva en Europa.” Unos meses más tarde fue enviado a la guillotina. Porque cuando uno comienza a divertirse con la felicidad, los dioses, que no aman nada eso, se ponen a reír.

-¿Tiene nostalgia de una edad de oro, cuando algunos pensadores podían cambiar la faz del mundo?
-Sé que uno de los grandes reproches formulados contra mi vida y mi pensamiento es el arcaísmo, o la nostalgia, si se prefiere. No eludiré su pregunta, pero le quisiera decir lo que está en el centro de mis interrogaciones. Entre el 3 de agosto de 1914, inicio de la primera guerra mundial, y el 8 de mayo de 1945, fin de la segunda, según estimaciones concordantes de los historiadores, ochenta millones de hombres, mujeres y niños fueron muertos por la guerra, las deportaciones, la enfermedad, el hambre, los campos, los bombardeos... Yo no sé si, después de esta negrura indecible, tenemos el derecho a un renacimiento de la cultura. Auschwitz, Bergen-Belsen, el Gulag, esa es la historia europea. Y después, milagro: Europa se rehace, sale de sus ruinas y de sus muertos.
Todo recomienza como si nada hubiera pasado: he ahí un animal más tenaz que el legendario gato con sus nueve vidas. O que yo, que trabajo como maestro en Europa, Y me hago preguntas...

-¿Sobre qué?
Bueno, acerca de todo eso; se ha reconstruido la vieja ciudad de Varsovia al milímetro, en todos sus detalles, según los diseños del arquitecto veneciano que la concibió. Todo es igual y nada es igual: es falso, nada más que falso... ¿Acaso tendría que haberse dejado el mar de cenizas que era la ciudad en 1945? Sin duda era imposible. ¿Cuando el hombre ha hecho del hombre lo que nosotros hemos hecho de nosotros mismo, tiene derecho a existir una cultura del alma, una cultura de la esperanza? No tengo la respuesta.

Tomado de L´evenement du Jeudi, 22/V/1997. Traducción de Humberto Rivas.

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