La bohemia postimpresionista de Toulouse Lautrec

La pintura de Henri Marie Raymond de Toulouse Lautrec tuvo su momento de apogeo en la última década del siglo XIX. Nacido en Albi el 24 de noviembre de 1864, pertenecía a una de las familias más acomodadas de Francia, ya que descendía de los condes de Toulouse, que habían conquistado Jerusalén en la Pri­mera Cruzada junto a Godofredo de Bouillon (1060-1100), y eran due­ños de casi todo el sur de Francia. Su padre fue el conde Alphonse de Toulouse Lautrec Monfa, gran aficionado a la caza a caballo, que practicaba en sus dominios familia­res y además hombre algo extravagante. Su madre, la condesa Adéle Tapié de Céleyran, era persona muy culta, y pertenecía a una familia noble del sur de Francia. Ambos eran primos en primer grado. Henri de Toulouse Lautrec padecía de picnodisostosis (una enfermedad que afecta al desarrollo de los huesos) y desde sus primeros años se vio obligado a hacer curas en balnearios. Empezó con irregularidad sus estudios en París, donde, desde 1872, su familia pasaba gran parte del año. A los catorce y quince años sufrió dos caídas -debidas quizás a la flojedad de sus huesos- que le quebraron las piernas, y a consecuencia de ello quedó con una figura grotesca: un tronco desarrollado con normalidad sobre dos piernas cortísimas. Como sucede en los cuentos infantiles, el último descendiente de una estirpe de reyes fue un enano.



Desde su niñez demostró gran afición por el dibujo, especialmente de animales, por lo que sus padres le pu­sieron un profesor, Rene Princeteau (1849-1914), un especialista en escenas militares y ecuestres. Después, influido por Edgar Degas (1834-1917) y por el arte del inglés John Lewis Brown (1829-1890), se dedicó a tomar apun­tes de caballos y de escenas del turf, y se aficionó mucho a las estampas japonesas.
Más tarde, cuando hubo terminado su bachillerato, fue por breve tiempo discípulo de Léon Bonnat (1833-1922) y Fernand Cormon (1845-1924), dos pintores importantes de aquella época. Por entonces le influyeron sobre todo los ilustradores en boga, como Adolphe Willette (1857-1926) o Jean-Louis Forain (1852-1931), pero no tardó en des­cubrir con admiración a Edouard Manet (1832-1883) y, sobre todo, a Degas, una admiración que provocó en él una decidida vocación por los asuntos naturalistas y lo apartó defini­tivamente de su antiguo estilo, de formación académica.
Hacia 1882 conoció a Vincent Van Gogh (1853-1890) durante su estancia en París, y pronto instaló su propio estudio en el corazón del barrio de Montmartre. Allí, lejos de sus castillos y sus blasones aristocráticos, se dedicó a retratar la vida de París: las carreras de caballos en los hipódromos elegan­tes, las bailarinas de café-concert, el can-can del Moulin Rouge, los payasos y acróbatas de las pistas de circo y la fauna humana de los burdeles.
"Ese mundo turbador -explica Francesc Navarro en "Postimpresionismo y neoimpresionismo" (1995)- fue captado por Toulouse Lau­trec en lienzos admirables por su aguda percepción del movimiento, por las expresiones y efectos de luz y -sobre todo- por su grafismo nervioso, por los contornos de líneas vibrantes, aprendidos en las estampas japonesas del siglo XVIII, largamente contempladas en la trastienda del 'Pére' Tanguy, amigo de todos los pintores descono­cidos de París, a los que prestaba telas y colores cuando no tenían dinero para pagarle".
Esa influencia de las estampas japonesas, que ya había obrado antes en Degas, explica que Lautrec se sintiese atraído por los temas llenos de movimiento: carreras, music-hall, circo. Quien le introdujo en la vida nocturna de Montmartre fue el poeta y comediante Aristide Bruant (1851-1925), que Lautrec representó muchas veces con su capa de terciopelo negro, su bufanda roja y su sombrero de alas anchas. Bruant cantaba en el cabaret Le Mirliton, para el que Lautrec realizó uno de sus primeros carteles. Luego se convirtió en un asiduo del Moulin Rouge, que inmortalizó en varios cuadros y para el que realizó carteles famosos.
"Su mirada, siempre al acecho, descubría a las diosas del café-concert extrañamente maquilladas y con la sorprendente iluminación de abajo arriba que proyectaban las candilejas" -dijo el comerciante de arte Maurice Joyant (1866-1930) en un artículo de la época-. "Para ellas realizó una fantástica serie de carteles utilizando la litografía en colores, modalidad que revolucionó totalmente: Jane Avril alegre, con su silueta elegante y fina; Yvette Guilbert, la cantante de los largos guantes negros; May Belfort, la irlandesa que aparecía en escena perversamente vestida de bebé, con un gatito ne­gro en los brazos; la pelirroja inglesa May Milton, y tan­tas otras".
Pronto colaboró, como ilustrador, en varias revistas de la época, como "L'Escaramouche", "Le Fígaro illustré" y "Le Rire". En 1895 decoró con paneles pintados sobre telas el barracón que la famosa bailarina Louise Weber (1866-1929) instaló en la Foire du Troné, los que actualmente se hallan en el Musée d'Orsay.
Después de un viaje a Londres en 1898, en ocasión de una exposición de sus obras, su salud quedó muy dañada a causa de su incansable vida nocturna y de los abusos en las bebidas alcohóli­cas, por lo que durante el año siguiente realizó una cura de desin­toxicación en una clínica especializada. Convaleciente aun, pero creyendo recu­perada su salud, se trasladó a Le Havre, donde realizó uno de sus últimos retratos: "Miss Dolly", una ca­marera inglesa del café-concert "Le Star", para quien pintó una tela maravillosa.
En 1901, habiendo reincidido en la bebida, sufrió un ataque de parálisis y se hizo transportar al lado de su ma­dre en el castillo de Malromé (Gironda), donde murió el 9 de septiembre a la edad de treinta y siete años. Con su figura de enano, su mirada llena de ternura y su ironía siempre vigilante, Lautrec -pese a su corta vida- creó para siempre un mito aún hoy deslumbrante: el del París de fin de siglo.

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