MICROBIOGRAFIA DE ADOLFO HITLER DIETRICH SCHWANITZ

Hitler


Nadie ha logrado explicar jamás cómo una persona tan insignificante como Hitler pudo ejercer una influencia tan monstruosa sobre los alemanes. Pero, probablemente, Hitler
representó el grado máximo de disolución de la personalidad
en esa clase de ambiente, en esa clase de atmósfera en la que
se funden miles de personas en un acto masivo, que sólo
reaccionan ante aquello que llega a todos. Él era lo que unía a la masa cuando, en sus escenificaciones, le devolvía, reforzado, su carácter colectivo, pues era un maestro de la puesta en escena. Inepto para cualquier trabajo normal, consagró sus días en la Viena y el Munich de preguerra al sueño de su futura grandeza, cuya parafernalia extrajo de las óperas de Richard Wagner. Ya en el Munich de posguerra, mientras trabajaba como soplón para la policía, dio con esa banda de monigotes a la que más tarde convertiría en el núcleo del partido nazi y descubrió repentinamente su talento para narcotizar a las masas con su retórica. Había encontrado su verdadero oficio: por fin ahora podría escenificar sus sueños de grandeza. Algunos conocedores de la figura de Hitler creen que fue entonces cuando descubrió verdaderamente  su antisemitismo.
Es probable que Hitler sólo diera importancia a sus decorados ideológicos —el darvinismo social, el racismo, la teoría del espacio vital, el antibolcheviquismo, el antisemitismo en la medida en que le eran útiles para su puesta en escena.
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Y en ello se pone de manifiesto que Hitler no era tanto
una persona cuanto la pérfida encarnación de un colectivo.
Tuvo la genial idea de uniformar a los desclasados y a los parados
y, mediante esta idea de opereta, pudo alcanzar varios
objetivos a la vez. Los uniformados recuperaban su orgullo y
ya no se sentían aislados, sino miembros de un grupo. Hitler
evocó la célebre experiencia en el frente y la fantasía anuló la
realidad de la derrota. Presentó a los burgueses el orden del
ejército contraponiéndolo al caos que aquéllos temían que
llegase desde la izquierda. Así logró presentarse a sí mismo
como la fuerza del orden para futuras alianzas. La estructura
jerárquica del ejército al que imitaba, justificaba su presentación
como Führer que exigía obediencia absoluta. Y cuando
tuvo necesidad, extrajo de entre los uniformados las tropas
con las que sembrar el terror en las calles y formar el servicio
de orden con el que amedrentó a los demás. Pero, sobre todo,
la sucesión de filas de uniformados constituía el decorado
ante el que interpretaba sus embriagadoras arias retóricas.
Con la simulación teatral, Hitler superó la contradicción
existente entre la grandeza nacional y el hundimiento
personal y nacional. Siempre había transformado la realidad
en sueño, y ahora la fingía con rituales y escenificaciones,
con decorados y conjuros. 
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La teatralidad procuraba un contexto a su delirante retórica y la hacía creíble. Hitler escenificó los deseos de los alemanes y suprimió sus contradicciones: su ejército no había sido derrotado, ningún enemigo podía vencerlo, sólo un traidor podía conseguirlo; pero un traidor que luchara con otras armas, de forma secreta y clandestina, un parásito y un disgregador: el Eterno judío. Ahora los alemanes tenían un enemigo que preferían a los franceses o a los ingleses como culpable de su derrota. Con el racismo los alemanes pudieron sentirse, frente a los judíos, como una horda
unida por vínculos de sangre. Y el antisemitismo les procuró
el negativo de la escenificación de sí mismos como comunidad
uniformada, pues pudieron presentar al Eterno judío como el arquetipo del que no se integra en la comunidad y es inmune a su encantamiento. El judío era el traidor por excelencia, situado al mismo tiempo en los dos lados de la frontera del grupo: alemán pero extranjero, asimilado pero ortodoxo,dentro pero fuera; y dentro de la comunidad, un parásito y un saboteador al servicio de otros poderes. Si el odio de Hider hacia los judíos surgió sólo una vez que inició su carrera como demagogo fue porque sabía que los judíos habrían sido inmunes a sus escenificaciones. 

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Su antisemitismo era el rencor hacia el espectador que no aplaudía, el odio del chamán hacia aquellos a los que sus contorsiones dejaban fríos."

Del libro  LA CULTURA  de DIETRICH SCHWANITZ

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