Paul Auster (1947) ha publicado este año "Winter journal" (Diario de invierno), unas memorias escritas en segunda persona y "compuestas como una pieza musical" dividida en párrafos que son "como canciones" que "dialogan" entre sí. Una pieza musical que "podría ser una sonata o un cuarteto de cuerda", incluso "una fuga", en las que usa su vida como tema "para reflexionar simplemente sobre lo que implica estar vivo". Allí rememora capítulos de una vida que se ha visto obligado a reexaminar tras la llegada de lo que considera el arranque de la vejez. Dice que simplemente ocurrió. "No es que crea que mi vida sea especialmente interesante, de hecho, no lo es, pero me considero a mí mismo una especie de rata de laboratorio, me gusta observarme y compartir esas observaciones con los lectores para, quizá, tratar de encontrar puntos de conexión que les develen algo sobre su propia vida, sobre nuestra existencia". Inquieto porque la ficción que escribe últimamente no le entusiasma, a la vez Auster se muestra preocupado por la crisis del mundo desarrollado. "Se supone que la tecnología debe unirnos pero en realidad nos separa. Nadie tiene una visión alternativa a la del capitalismo sobre cómo organizar nuestras vidas", afirma el prestigioso novelista mientras prepara con su amigo, el Nobel sudafricano John Coetzee (1940), un libro que reúne parte de la correspondencia que sostienen desde hace años. En las entrevistas que siguen, realizadas por Alex Vicente para el periódico digital español "Público" (22 de enero de 2012) y Raquel Garzón para el nº 474 de la revista "Ñ" (27 de octubre de 2012), el autor de "The New York trilogy" (La trilogía de Nueva York) conversó sobre su libro, la política, los cambios culturales y las utopías.
En su último libro expone su intimidad con una valentía infrecuente para un escritor de su estatus. ¿No era reticente a contar tanto?
No me daba ningún miedo ser honesto. Todos somos seres humanos y mis experiencias son como las de cualquiera. Incluso la pérdida de mi virginidad en ese lúgubre burdel neoyorquino que describo en el libro. A mí me parece una historia bastante cómica, con la que seguro que muchos lectores se identificarán. Cuando practicas sexo por primera vez, eres un crío que ni siquiera sabe dónde queda cada cosa. Es algo que cuesta un tiempo aprender. De lo que estoy hablando es de lo que se siente al estar vivo. No creo que mi historia sea tan diferente.
Pues, a ratos, se diría que pretende celebrar una existencia que no acaba de ser tan corriente como las demás. ¿Está de acuerdo?
No escribí este libro para vanagloriarme sobre lo que he vivido. No tiene nada que ver con eso. De verdad, mi vida no ha sido excepcional. Lo que ha sido es afortunada. No he conocido la guerra. Mi ciudad nunca ha sido bombardeada o invadida. Nadie ha matado a mis padres con un fusil en medio de la calle. No he sido víctima de una plaga o epidemia. Me he podido ahorrar todas las cosas que son capaces de arruinar una vida.
¿Por eso el contexto histórico está ausente del libro, como si la historia en mayúsculas no hubiera contado en su vida?
No exactamente. No creo que este libro sea una historia detallada de mi vida, ni tampoco de mis ideas. No hablo de mis años de formación como escritor, ni de mi papel como padre, pese a haber tenido dos hijos. Se trata de un libro sobre mi cuerpo, sobre los placeres y los dolores que uno siente viviendo dentro de él. Si hablo de mi mujer, es porque mi cuerpo duerme junto al suyo todas las noches. Si me expreso sobre mi madre, es porque fue ella quien dio a luz a mi cuerpo. Si describo las casas donde he vivido, es sólo porque han albergado a mi cuerpo.
Entonces, ¿no lo considera una autobiografía en sentido estricto?
Son fragmentos autobiográficos, pero no se trata de un relato preciso sobre toda mi existencia. ¿Que por qué elegí mi cuerpo como hilo conductor? Supongo que me pareció interesante. Me dije que nunca había leído un libro como este. Sé que eso no lo convierte automáticamente en un buen libro, pero me pareció que, por lo menos, sería distinto. Hacía unos diez años que pensaba en escribir algo así, más o menos desde que sufrí un ataque de pánico en la cocina. Me di cuenta de que ese ataque formaba parte de una historia más larga en la que me apetecía indagar. Fue una experiencia muy violenta. Resultó aterrador que mi cuerpo me pudiera hacer algo así sin previo aviso. Cuesta borrar algo así de la memoria. Es una experiencia de la que nunca se termina de desprenderse del todo.
Se reprocha sin cesar haber dejado de ser "un tipo duro". ¿Por qué le costó aceptarlo?
El ataque de pánico fue la primera señal. Siempre he sido un tipo robusto y atlético. He sido una de esas personas que nunca se ponen enfermas y que no se cansan casi nunca. Siempre me he sentido fuerte, física y mentalmente. Pero entonces uno se hace mayor y empiezan a pasarle cosas que no entiende. Tengo sesenta y cinco años, es como si no fuera posible que me haya hecho tan mayor. Me atormentan los momentos en los que no he sido capaz de actuar como esperaba de mí mismo. Esos errores de comportamiento y de apreciación me siguen atormentando. Me hacen pensar que no soy el gran hombre que siempre creí ser.
¿Es cierto, como escribe en "Diario de invierno", que al despertar se pregunta cuántas mañanas le deben quedar por delante?
Claro que es verdad. Hace muchos años que me hago esta pregunta. El reloj avanza sin demora y, matemáticamente, mis posibilidades se reducen. Si dividimos la existencia en cuatro estaciones, he entrado en el invierno de mi vida. Me acerco al final de mi vida.
¿Diría que lo mejor de su vida ya ha pasado?
Espero que no. Todo el mundo quiere ser joven, pero en realidad es uno de los momentos más duros de la vida. En cambio, la madurez no está especialmente idealizada, aunque sea el momento en que los maestros se convierten en maestros.
¿Ha vuelto a leer el libro desde que lo terminó?
Todavía no. Cuando termino un libro, lo que más me apetece es huir en sentido opuesto. Cuando lo empiezo, siempre tengo el mismo sentimiento, un extraordinario entusiasmo y optimismo. Estoy convencido de que será lo mejor que he escrito, con gran diferencia. Pero al llegar al final siempre me siento increíblemente decepcionado. ¿Todo este trabajo sólo para esto? ¿Tantos esfuerzos durante meses y meses para escribir sólo algo así?
Acaba de terminar un libro y está preparando otro. ¿Confía en la capacidad de la ficción para incidir en la realidad? ¿Pueden los libros cambiar el mundo?
El arte no es una aventura solipsista, es compartir. Es algo que expresa nuestra humanidad común, de allí su importancia. De allí que sigamos leyendo libros y viendo películas y escuchando música. Genios como Dante, Cervantes, Shakespeare son monumentos de artistas que siguen hablándonos cientos de años después de crear, porque lograron unir belleza y verdad. Montaigne, el creador del ensayo, por ejemplo, cambió en el siglo XVI la forma de pensarnos a nosotros mismos. Nadie antes había sido tan honesto en la página. Un libro como "Diario de invierno" hubiera sido imposible antes de él. El abrió la puerta a una nueva forma de pensar el ser humano: sin jerarquías, sin religión; el individuo en su propio cuerpo, rodeado por el cosmos. No sé si podemos cambiar el mundo al escribir pero podemos imaginar cómo podríamos cambiarlo. Siempre he encontrado muy interesante la noción de utopía. Es algo irrealizable y nunca ocurrirá, pero es muy revelador hablar con las personas para descubrir quiénes son y cómo quieren que sea el mundo. Me gusta conversar con ellas y proponerles el juego de imaginar qué harían, qué modificarían.
Respiramos la globalización y sus efectos. ¿Qué nuevos rostros han adoptado para usted los cambios culturales más importantes de la última década en los Estados Unidos?
Le daré mi visión amplia, no mi visión estrecha. Lo que estoy viendo en los últimos años son insurrecciones espontáneas entre los jóvenes de diferentes países del mundo: Rusia, España, Estados Unidos, los países árabes… Y en ello percibo una declaración de los jóvenes diciéndoles a los adultos que el mundo no funciona, que los hemos llevado a una situación insostenible y que debemos reinventar nuestras vidas. El reclamo de los jóvenes es claro. Se paran ante nosotros y nos dicen: "Ustedes nos arruinaron, no tenemos futuro; estudiamos, nos capacitamos y no tenemos nada. Estamos retrocediendo, no avanzamos. El capitalismo de consumo sólo puede llegar hasta cierto punto". Es un llamado básico a reformar todo lo que hacemos, todo lo que pensamos.
Los movimientos de los que habla, el de los indignados españoles por ejemplo, suscitan dudas entre distintos intelectuales -Zizek entre ellos- en relación con su posibilidad de persistir, debido a la falta de un programa.
Sí. y es entendible porque no hay ninguna organización política entre ellos y por lo tanto los movimientos estallan intensamente y después decaen. Creo que eso debe leerse en un contexto más amplio y profundo. Uno de los problemas es que desde la "muerte" del marxismo, desde el fracaso de la experiencia soviética, no hay un argumento filosófico contra el statu quo. Porque Marx tenía razón en un montón de cosas, y aunque otras estaban equivocadas, tenía una posición coherente respecto de cómo analizar las deficiencias del capitalismo y lo que el sistema les hacía a los seres humanos. Especialmente el Marx joven al que encuentro muy interesante, muy conmovedor. Ya no hay ningún argumento filosófico contra el capitalismo. Lo que tenemos son diferentes grados: un libre mercado sin restricciones o un capitalismo regulado de una u otra manera, pero nadie tiene una visión alternativa respecto de cómo organizar nuestras vidas. Y por eso seguimos recorriendo los mismos caminos trillados; estamos estancados.
¿Cómo cree que ha impactado la tecnología en todo esto?
Tiene sus ventajas y sus desventajas. Se supone que la tecnología debe unirnos, pero en realidad nos separa. ¡Qué deprimente es ver que estando con amigos en una cena, cada uno está mirando su "smartphone"! Son aparatos que supuestamente deben unir a las personas, pero en general no lo hacen porque la experiencia pasa a ser demasiado mediática. Esto genera grandes problemas y creo que la tecnología está destruyendo cosas que a mí personalmente me importan muchísimo.
¿Cuáles?
Ya no hay más disquerías, por ejemplo. No puedo explicarle la cantidad de horas felices de mi vida que he pasado en disquerías buscando un tema, un disco. Y esa idea de revolver bateas… en la computadora no se puede hacer. No sé si la gente dimensiona esto. La experiencia maravillosa de entrar en un espacio donde había cinco mil piezas de música disponibles. Y con la vista se captaba todo: ahora voy a ver la sección de Mozart, ahora voy a ver la sección del jazz. Y se descubrían cosas, cosas que uno no sabía que existían. Ese cambio tuvo impacto en la industria discográfica; la destruyó. Eso está llegando también a los libros, libro tras libro. Me asusta la idea de un mundo sin librerías y un mundo donde el escritor sea su propio editor.
Tiene una noción un poco oscura del progreso.
Es que es progreso pero a la vez no es progreso. Empeora las cosas, porque todo está más fragmentado que unificado. Las experiencias colectivas. La gente ya no va tanto al cine. Ve las películas en su casa y esa experiencia fantástica de ir al cine y ver la película con otras doscientas personas se está volviendo obsoleta.
Sus ejemplos se centraron en lugares: las disquerías, las librerías, el cine. ¿Es eso lo que nos robó la tecnología, la experiencia básica de la espacialidad?
Sí, y las experiencias humanas no mediáticas, los contactos que no requieren de artefactos. Pero hay un costado positivo, claro. Debemos decir -y es todo muy reciente- que por otra parte, ahora todo puede registrarse y por lo tanto la mayor parte de la información que recibimos sobre la situación de Siria, y el caos y el baño de sangre que está ocurriendo allí, por ejemplo, proviene de gente que filma los hechos en sus teléfonos celulares, lo envía a cadenas de noticias o lo pone en internet y podemos verlo, saber, estar allí. Esto es muy bueno y antes no era posible. No parece disminuir la brutalidad o la sed de matar gente pero por lo menos el mundo se entera y quizá pueda actuar.
Le preguntaba por la tecnología porque tengo entendido que usted prefiere pasar sus originales con una máquina de escribir.
Escribo con pluma y luego tipeo en mi Olympia, cada párrafo.
¿No usa computadora?
Sólo para escribir guiones cinematográficos. Tuve una; ya no. No me gusta. No me gusta cómo es el teclado de la computadora al tacto. Mi vieja máquina de escribir tiene cierta resistencia y todo el tiempo estoy desarrollando mis músculos, mientras que la computadora lastima mis manos porque no hay resistencia en las teclas. Todos esos aparatos mecánicos eran maravillosos y mi máquina de escribir, que compré al volver de Francia en 1974, probablemente fue fabricada en 1960 y sigue funcionando estupendamente. Es mucho tiempo. Más de cincuenta años.
Hemos hablado de globalización, de tecnología, de los cambios que ambas han introducido en la percepción de la vida. Con este marco, ¿por dónde diría usted que pasa hoy el conocimiento?
Siri Hustvedt, mi esposa, no sólo es novelista; desde hace años está involucrada en el mundo de la neurociencia. Se ha convertido en una figura destacada de ese mundo. Su argumento es (y creo que es brillante) que necesitamos múltiples modelos para entender y actuar sobre el mundo. El error que han cometido muchas veces científicos y pensadores es buscar un modelo único que lo explique todo. Pero no funciona de ese modo, porque a la larga se encuentra la falla y uno se queda sin nada. Hay que seguir acercándose a la vida humana desde múltiples direcciones: filosofía, economía, arte, neurociencias, etc. Como con las interpretaciones que coexisten de "Bartleby, el escribiente", ese cuento infinito de Melville, que leí por primera vez a los quince años y que me influyó tanto. Admite varias lecturas, todas ellas convincentes. Para algunos hay una respuesta religiosa: Bartleby, este personaje que ante cada petición responde "preferiría no hacerlo", es una figura similar a la de Cristo y la cárcel que debe soportar se compara con la crucifixión. Para otros cabe una lectura autobiográfica: Melville escribía sobre sí mismo y Bartleby lo representaría a él como escritor incomprendido. Y hay una lectura psicológica, otra sociológica. Todas son válidas. Cada una tiene algo que agregar a la comprensión de ese relato. Una sola no basta. Creo por ello que no hay una respuesta única: la ciencia no tiene la respuesta, el arte no tiene la respuesta, la filosofía no tiene la respuesta, pero con todo eso junto, podemos pensar quizá cómo dar un nuevo paso para la raza humana y vivir vidas más coherentes. Aunque no soy muy optimista. Siento que hemos ido para atrás en todos los aspectos en este país.
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