El violinista del diablo Niccoló Paganini

1831 bulletin advertising a performance of Paganini


El 1782 nacía en Génova este genio de la música <<Niccoló Paganini>>; ya desde pequeño demostró ser un niño prodigio: cuando contaba con cuatro años de edad conocía perfectamente los rudimentos de la música, su padre le compró un violín de segunda mano, y con este instrumento empezó a descubrir aspectos del arte musical.
Con doce años su padre, el señor Paganini, comerciante mal habido y ambicioso, le dijo: <<Nicolás, tú vas a ser el mas grande violinista del mundo, de mi cuenta corre>>. Le envió al maestro Alessandro Rolla para que siguiese sus lecciones, y quedó sorprendido viendo cómo Niccoló a los pocos días seguía a primera vista un concierto. El maestro no pudo más que decirle <<Has venido a aprender; pero no tengo nada que enseñarte>>.
Niccoló Paganini era flaco, alto, erguido, con las manos que parecían llegarle hasta las rodillas; de trajes deshilvanados, en jirones muchas veces, su larga melena revoloteaba al mismo tiempo que su arco describía parábolas en el aire. Era sorprendente contemplar cómo podía tocar tan genialmente. Sus largos dedos se comían el violín. A los diecinueve años de edad se enamoró de una señora adinerada, mucho mayor en edad que él, y estuvo a punto de abandonar la música para dedicarse a la agricultura, pero al final esta fiebre amorosa pasó y regresó al mundo de la música.
En aquellos tiempos de inicios del siglo XIX, los intérpretes intercalaban en sus conciertos números, y en una de estas actuaciones se produjo la siguiente anécdota:
Estando en Ferrara, una bailarina llamada Pallerini, había cantado en sustitución de la soprano Marcolini, quien se encontraba indispuesta, los espectadores reaccionaron con silbidos. A Paganini le tocaba la actuar a continuación, y se propuso vengarla. Cogió su violín y comenzó a imitar el trino de los pájaros, el grito de distintos animales y para concluir el rebuznar del asno, y dijo: <<Esta es la voz de aquellos que han silbado a Pallerini>>.Como consecuencia de este acontecimiento le obligaron a pedir disculpas, y nunca más volvería a tocar en Ferrara.
Fue tan virtuoso en el manejo de este instrumento, que pronto empezó a correr una leyenda a su alrededor, la cual decía que había matado a un rival y fue condenado por ello a presidio, y que él había pactado con el diablo entregándole su alma a cambio de la libertad y de adquirir esa maravillosa técnica con el violín; El vulgo creía esa leyenda, y había quien aseguraba haber visto al diablo junto al violinista ayudándole en los momentos difíciles. Todos habían oído hablar de él, no sólo los cultos; hasta los mendigos y las prostitutas compraban sus entradas apenas se anunciaba que tocaría Niccolò Paganini.
Paganini la vida le sonreía por donde pasaba, su presencia impactaba a las mujeres al punto de arrojarse a sus pies. Y si no bastaba con su glamour, ahí estaba su manera de tocar el violín. Una dama que se resistía a amarlo, que se encerraba en su habitación y que había dado órdenes de que bajo ninguna circunstancia se dejara entrar a Paganini en su casa, el virtuoso se las ingenió para llegar hasta el balcón de la alcoba e improvisar una sonata para ¡una sola cuerda! Cuando la dama se percató de la hazaña con el violín, le hizo un lugar en su cama al genio. Así transcurrían esos años, de mujer en mujer, de cama en cama. Era lo que más le atraía, junto con el dinero para gastarlo, para jugarlo. Tal vez porque durante su niñez había padecido pobreza y miseria, dinero que caía en sus manos dinero que gastaba. Y con la misma prontitud volvía a gastar más. Con la ventaja de que a veces ni en violines gastaba. Alguna vez que iba a tocar a un palacio y se le olvidó su propio instrumento; el anfitrión, de cuna noble y filántropo, extrajo su Guarnerius personal de la vitrina donde lo tenía a la vista de todos, y se lo prestó a Paganini para que saliera del aprieto. Después de que el violinista hubo tocado, el príncipe, duque, marqués o lo que haya sido, no fue capaz de guardar el violín en su sitio y se lo regaló.
Se cuenta que a Paganini no le sentaba bien que le invitasen a comer para luego tener que tocar alguna pieza a sus anfitriones, al invitarle le decían: <<No olvide el violín>>, a lo que respondía: <<Mi violín no come nunca fuera de casa>>.
Paganini contrajo matrimonio con la cantante Antonia Bianchi, con la que tuvo un hijo al que llamó Aquiles.
También se nos cuenta una anécdota de él, por la que estando en Milán, pasó por una calle, en la que le atrajo un olor a pescado frito que venía de un local, cuando se disponía a entrar con su violín en mano, el dueño de aquel restaurante le indicó que estaba prohibida la entrada a músicos ambulantes, por lo que no pudo comer pescado frito aquel día.
Posteriormente anduvo por París en donde cosechó numerosos éxitos y triunfos, en esta ciudad a orilla del Sena. Una noche tuvo que alquilar un coche para que le llevase al lugar del concierto, al llegar al punto de destino le preguntó al cochero:
–         ¿Cuánto le debo?
–         Veinte francos
–         ¿Veinte francos? ¿Tan caros son los coches en París?
–         Mi querido señor – respondió el cochero, que le había reconocido-. Cuando se ganan cuatro mil francos en una noche por tocar con una sola cuerda, se pueden pagar veinte por una carrera.
Paganini se enteró por el portero de la sala del precio justo y volvió al coche y le dijo:
–         He aquí dos francos que es lo que le debo; los otros dieciocho se los daré cuando sepa conducir el coche con una sola rueda.
Sobre su muerte corrieron muchas versiones. Una de estas asegura que el sacerdote que le atendía en sus últimos momentos, le preguntó qué contenía el estuche, a lo que Paganini le contestó levantándose de la cama: << ¡El diablo! ¡Esto es lo que contiene, el demonio!>>, y cogiendo el violín en sus manos se puso a tocarlo hasta que lo lanzó contra la pared, expirando al tiempo que el violín se destruía. La historia es falsa, ya que dicho violín se conserva en el museo de Génova.
Niccoló Paganini falleció en Niza, Francia, el 27 de mayo de 1840; pero el obispo de Niza negó el permiso para su entierro y su ataúd permaneció varios años en un sótano. La fama que se había tejido alrededor de su persona y su talento, forjados en un posible pacto con el demonio, fue determinante en esta decisión eclesiástica, sobre todo debido a que el propio Paganini rehusó acercarse a la Iglesia y desmentir aquellos comentarios. Solamente en 1876 fue permitido el funeral y sus restos se transfirieron al cementerio en Parma.

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