Jorge Luis Borges ‹El otro›, el irónico



El autor hace un retrato del humano detrás del mito que construyó el reconocido escritor argentino.
Víctor Bravo Mendoza*


Así como la filosofía comienza con la duda, la vida digna de ser llamada humana comienza con la ironía
Sören Kierkegaard
Valga el anterior pensamiento del filósofo rumano como magnífica irrupción para testimoniar sobre la persona humana de Jorge Luis Borges. Así, con el nombre de pila –Borges solo quizá sea un nombre infinito–, me estaré refiriendo al hombre reflexivo de hechos cotidianos. A la luz de múltiples lecturas, tal vez se hace posible adivinar el vasto universo que como prueba inequívoca ha creado Borges, el escritor. Mas, no nos interesaremos, por ahora, a no ser por la obligación de darle sentido al presente texto, en ningún tópico que abarque su cosmos de fantasía y ficción que, con ideal de erudito, el escritor argentino ha perfeccionado en una selecta suma que no tolera el pleonasmo.
Más allá de la obra borgeana existe la persona de Jorge Luis Borges, con su especial línea de sensibilidad y su sutil ironía. Es muy difícil referirse a su compleja personalidad, puesto que en su existencia Jorge Luis Borges siempre fue otro, o por lo menos, siempre quiso ser otros: «Quise ser Quevedo, Saavedra Fajardo y Góngora». También quiso ser cualquiera de los prosistas barrocos. «Todos los hombres que repiten una línea de Shakespeare, son William Shakespeare», homologa en el cuento «Tlôn Uqbar, orbis tertius».
De niño, Jorge Luis Borges hablaba español con su padre, inglés con su madre, latín con un profesor, francés con una maestra. Llegó a creer en un tiempo que cada persona tenía su propia lengua. Quizá por ello debería afirmarse que Jorge Luís Borges metabolizó su intelecto en muchas lenguas: «El culto a Alemania se lo debo a Carlyle, pero yo decidí enseñarme ese idioma para leer en el original El mundo como voluntad y representación, de Schopenhauer, y también a Heine y Goethe». Y se hizo tan universal como estos autores, que también él puede ser leído en cualquier lengua sin que se conozca su nacionalidad.
En sus textos, escritos desde muchos universos posibles, se fusionan simulacro y realidad. Pareciera que Jorge Luis Borges quisiera desestabilizar la singularidad del individuo, diciéndole que su identidad es una simulación, una máscara, afirmándolo como un ser que es todos los seres; dejando lo individual como un hecho intencional de lo universal: «Mi humanidad está en sentir que somos voces de una misma penuria [...] mi nombre es alguien cualquiera». Igual podría suceder que Jorge Luis Borges pusiera la individualidad en beneficio de una disolución hacia lo banal, como lo dejó señalado en el cuento «El inmortal»: «ser inmortal es baladí».
También es factible que la certeza de lo fútil en saberse mortal le brindara a Jorge Luis Borges, en el tamaño de su esperanza, el «ser abolido [...] borrado por la muerte», como le confesara en Diálogos a Osvaldo Ferrari. Aspiración contraria de cualquier ser humano, que como individuo, siempre está en la búsqueda de lo inmortal, de lo imperecedero. Claro que con Jorge Luis Borges no habría que prefijar lo que pensara o declarara. Al mismo Ferrari le testificó que: «Más vale una broma mala que ninguna broma [...] Siempre contesto en broma [...] Creo que quizá sea un error tomarme en serio [...] quizá yo no sea otra cosa que una repetición». Esa era la verdadera satisfacción que lo hacía sentirse privilegiado ante los otros Borges. Privilegio de irónica satisfacción con el que se hace posible que Jorge Luis Borges nos engañara a todos, diciéndonos en serio lo que no pretendía ser, o afirmando de manera jocosa lo que en realidad era. Y he ahí los fundamentos de la ironía, según Kierkegaard: «Hay dos formas fundamentales de la ironía: expresar seriamente algo que no pretende serlo y afirmar jocosamente algo que no lo es». (1999: 30-31). De una u otra forma, la ironía no establece nada, solo desea mostrar el sentido de un error para llevarnos a la verdad.
Veamos, entonces, del Jorge Luis Borges Acevedo, humano, algunas anécdotas salpicadas con su ironía, puestas tal vez a su servicio para ocultar su timidez: «Soy un veterano del pánico [...]  soy tímido», le sustenta en Diálogos, a Ferrari. Las anécdotas que aquí aparecen surgen de algunas respuestas o comentarios que diera o hiciera Jorge Luis Borges a algunos periodistas y que están contenidos en diferentes libros de estudios y entrevistas: Diálogos, Jorge Luis Borges/Oswaldo Ferrari (Seix Barral, 1992), Los dones literarios de Borges, Rafael Olea Franco (Iberoamericana, 2006), El mundo según Borges, el palabrista, Esteban Peicovich (Icono, 2011), entre otros.
***
Jorge Luis Borges, sintiéndose hostigado por el periodista Esteban Peicovich, una noche le regala uno de sus libros de poesías, con la siguiente dedicatoria:
«A Esteban Peicovich, del impoeta Jorge Luis Borges».
Peicovich, considerando injusta la dedicación, se la reprocha.
No es humildad. Lo que importa sigue siendo válido. Pero no se preocupe, joven, ya voy a volver a la poesía. Le contraatacó Borges.
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Jorge Luis Borges conversa con una joven estudiante que se nota muy nerviosa.
–Estoy leyendo un libro de poemas suyos, Borges.
–¿Sí?, ¿cuál?
–A ver, no me acuerdo.
–¡Ah!, ¿se acuerda del poema?
–¡Ay!, tampoco.
–Pero entonces escribí el libro ideal: ¡la página en blanco!
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Al recibir el doctorado honoris causa en una Facultad de Filosofía y Letras, en Mendoza, Argentina, Jorge Luis Borges, agradece el reconocimiento acariciando el tubo que contenía el diploma, diciendo:
–¿Así vienen los diplomas? ¡Cómo se van a divertir mis sobrinos! ¡Muchas gracias! Hoy por la mañana, unos colegas que fueron a recibirme a la estación, me dijeron ¡Maestro! Y yo no soy maestro. Después, en el Instituto de Ruiz Díaz, unas alumnas me dijeron ¡Profesor! Y yo no soy profesor. Y ahora me dan una mención universitaria. ¡Qué carrera rápida que he hecho! Voy a decirles a mis amigos que no pierdan el tiempo en Buenos Aires y que se vengan sin tardanza a Mendoza.
***
Jorge Luis Borges se encuentra con un amigo en Buenos Aires.
–¡Qué suerte que lo encuentro! –dice Borges–. ¿Qué piensa hacer ahora?
–Voy a comprarme zapatos –contesta el amigo.
–Lo acompaño. Es triste ir solo a comprar zapatos. ¡A mí me da miedo!
En el negocio, el amigo de Borges, comenzó a probarse zapatos.
–Camine, camine; que no le duelan –le aconsejaba Borges–. ¡Es horrible sentirse ajustado!
Mientras el vendedor busca y muestra varios modelos, Borges y el amigo hablan de La Ilíada. El vendedor, caja de zapatos en mano, escucha con extrañeza.
–¿Se acuerda de aquella traducción en latín? –dice Borges.
–Siempre recuerdo la traducción francesa de...
El diálogo se alarga por varios minutos y el vendedor, oficioso, comenta:
–Parece que a los señores les gusta la literatura.
No –contesta Borges–. Solamente cuando compramos zapatos.
***
Jorge Luis Borges está en un cuarto de hotel. Estudia con las manos el orden de los objetos que le pertenecen. Pone a la mano su ropa de dormir y preguntó a la dama que lo había guiado hasta la habitación:
–¿Estará mal que no me bañe?
La guía respondió:
–Si yo tuviera que levantarme a las seis, me iría a dormir sin bañarme.
Entonces, muy divertido, Borges dijo:
–Gracias; usted lava mi conciencia.
***
Un joven autor regala su ópera prima a Jorge Luis Borges, que agradecido pregunta:
–¿Cuál es el título?
–Con la patria adentro –responde el joven poeta.
–Pero qué incomodidad, amigo, qué incomodidad –comenta Borges.
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Un estudiante amenaza con cortar el fluido eléctrico en el salón de clase de literatura inglesa que dicta Jorge Luis Borges. Ante la insistencia del estudiante de cortar la luz, un Borges altivo dice:
–He tomado la precaución de ser ciego, esperando este momento.
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Los cazadores compulsivos de firmas interrumpen una y otra vez una conversación entre Manuel Mujica Laínez y Jorge Luis Borges.
–A veces –se queja Borges–, pienso que cuando me muera mis libros más cotizados serán aquellos que no lleven mi autógrafo.
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Jorge Luis Borges firma ejemplares en una librería. Un joven se acerca con Ficciones y le dice:
–Maestro, usted es inmortal.
–Vamos, hombre –responde Borges–. No hay por qué ser tan pesimista.
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A los 99 años, muere Leonor Acevedo de Borges, madre de Jorge Luis Borges. En el velorio, una mujer comenta delante del escritor:
–Pobre Leonorcita, morirse antes de cumplir los 100 años. Si hubiera esperado un poquito más.
–Veo, señora –dice Borges–, que es usted devota del sistema decimal.
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En Italia, en una entrevista, un periodista quiso provocar a Jorge Luis Borges con la siguiente pregunta:
–¿En su país todavía hay caníbales?
–Ya no –contestó Borges–, nos los comimos a todos.
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Después de entablar Jorge Luis Borges confianza con el periodista Esteban Peicovich, le pidió el favor a este de que lo acompañara al baño. Borges, haciendo gala de su evacuación urinaria, lo interroga:
–Dígame, ¿usted sabe algo de John Birch?
Peicovich, para no quedar como un ignorante ante Borges le responde:
–Algo he visto por ahí, pero todavía no lo leí… Creo que es alguien que… ¿Qué escribió?
–No, mijo… John Birch es como le dicen los ingleses a la pija. Y Lady Jane a la concha.
*Director de los talleres en Escritura Creativa: Cantos de Juyá, desde 1999, y Relata Guajira, del Ministerio de Cultura, desde 2006.

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