https://docplayer.es/85766454-La-patria-bohemia-que-nacio-derrotada-semblanza-de-grupo-de-la-republica-del-este-trabajo-de-investigacion-presentado-por.html
1 UNIVERSIDAD CATÓLICA ANDRÉS BELLO FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN ESCUELA DE COMUNICACIÓN SOCIAL MENCIÓN PERIODISMO LA PATRIA BOHEMIA QUE NACIÓ DERROTADA Semblanza de grupo de la República del Este Trabajo de Investigación presentado por: Lissy DE ABREU GALLEGO Y Aline DOS REIS ALBUJA a la Escuela de Comunicación Social Como un requisito parcial para obtener el título de Licenciada en Comunicación Social Tutor: Sebastián DE LA NUEZ Caracas, septiembre 2008
2 AGRADECIMIENTOS A los que viven. A los que vivieron. A los bares. A las librerías. A los que hablaron. A los que callaron. Al alcohol. A la poesía. A los que nos abrieron las puertas de sus casas. A los que nos colgaron el teléfono. A Caracas. A Sabana Grande. A la frustración. A la alegría. Al boom latinoamericano. A la Venezuela Saudita. A los que negaron todo. A los que soltaron la lengua. A los que auparon. A los que criticaron. A los que corrigieron. A los que aconsejaron. A mi. A ti. A ellos. GRACIAS, LISSY.- 2
3 A La Negra Maggi por hablar sin desparpajo, por los cuentos, por las fotos, por las aclaratorias, por los enredos y por todas las llamadas atendidas ALINE.- 3
4 ÍNDICE I. INTRODUCCIÓN...7 II. MÉTODO...10 PRESENTACIÓN DE LA INVESTIGACIÓN...10 TIPO DE INVESTIGACIÓN...14 FORMULACIÓN Y JUSTIFICACIÓN DEL PROBLEMA...16 HIPÓTESIS...18 OBJETIVO GENERAL...18 OBJETIVOS ESPECÍFICOS...18 DELIMITACIÓN...19 PÚBLICO LECTOR META...20 LIMITACIONES...20 PROCESO DE REALIZACIÓN DE LA SEMBLANZA...21 Investigación documental...21 Entrevistas...23 Observación directa...27 ESCRITURA DE LA SEMBLANZA...28 ESTRUCTURA DE LA SEMBLANZA...30 Capítulo I: La agonía que no cesa...30 Capítulo II: Amanecí de bala...31 Capítulo III: Asfalto-Infierno...31 Capítulo IV: Baila al son que te toquen...32 Capítulo V: Demasiado arrecha...32 Capítulo VI: Me doy tan poca esperanza para otro porvenir...33 Capítulo VII: He obtenido dos victorias importantes mi vida y mi muerte...33 III. DESARROLLO...34 CAPÍTULO I: LA AGONÍA QUE NO CESA...35 ADRIANO DETRÁS DEL ESPEJO...37 VANGUARDIA DE BARRA...41 DE LA MILITANCIA A LOS BARES...43 OTRA VEZ EN LA VALLÉS...45 ALBORES DEL ÁREA MÁGICA...47 INDIO SENSIBLE Y MAGNÁNIMO...49 EL ÁREA MÁGICA...52 CAPÍTULO II: AMANECÍ DE BALA...57 DE LA SOLIDARIDAD A LA DIVISIÓN...60 LA IRRUPCIÓN DE LA VANGUARDIA...61 MATERIA EN EBULLICIÓN...65 MIENTRAS DORMÍAS...67 LOS COLETAZOS DE LA BALLENA...69 DERROTA...71 FUERA DEL JUEGO...73 LA MUERTE COMO UNA AMANTE...75 SÁBADO SENSACIONAL...78 DERROTERO DE IZQUIERDA...81 CAPÍTULO III: ASFALTO-INFIERNO
5 VINIERON DEL SUBSUELO...87 LA PRIMERA MUDANZA BOHEMIA...88 LA BALLENA EN SABANA GRANDE...90 UNA CALLE FUERA DEL RADAR...94 FURIOSO Y METICULOSO...95 OTRA RONDA POR MI CUENTA...96 LAS PUNTAS DEL TRIÁNGULO...98 PERSONAJES DE LA PENUMBRA UN FENÓMENO MUY PARTICULAR LA NECESIDAD DE OLVIDAR SE ACABÓ LA BONANZA BAICA: BOCA DE JARRO HACIA UNA ESTACIÓN INEXISTENTE CAPÍTULO IV: BAILA AL SON QUE TE TOQUEN PAQUIDERMO Y ESCALERA ENTRE REGLAS E INFILTRADOS LA TOLERANCIA DE MIRAFLORES EL MÉRITO DE CONSALVI CAUPOLICÁN Y EL INCIBA LA PRENSA COMO TRIBUNA CONTRARIO AL CULTO LA DESPOPULARIZACIÓN DE LA CAÑA CAPÍTULO V: DEMASIADO ARRECHA LA REPÚBLICA DEL AMOR ENTRE EL TUMULTO DESDE BAHÍA BLANCA A CHORONÍ REPÚBLICA EN ROSA LA CERVEZA QUE HACE AMIGOS REPÚBLICA DE PAPEL PURA BULLA DUALIDADES ÓRDENES AL CORAZÓN CAPÍTULO VI: ME DOY TAN POCA ESPERANZA PARA OTRO PORVENIR POR QUÉ EL INQUIETO ANACOBERO? LA RESPUESTA REPUBLICANA NO ERA LA PRIMERA VEZ LITERATURA DE LA FORMA NO ERA UN GRUPO LITERARIO EL QUE SE QUEDÓ FUERA DEL BOOM LA CONFLUENCIA DE EL CHINO CAPÍTULO VII: HE TENIDO DOS VICTORIAS IMPORTANTES MI VIDA Y MI MUERTE PAREDES BLANCAS LA SOLEDAD DE AYER LA CARENCIA, EL VACÍO LOS CUENTOS DE PANCHO SÓLO RECUERDOS UN FIN SOLITARIO EPÍLOGO IV. FUENTES DE INFORMACIÓN Y BIBLIOGRAFÍA
6 FUENTES BIBLIOGRÁFICAS CITADAS Libros Catálogos de arte Manuales FUENTES HEMEROGRÁFICAS CITADAS Periódicos Revistas FUENTES ELECTRÓNICAS CITADAS FUENTES BIBLIOGRÁFICAS CONSULTADAS Libros TRABAJOS DE GRADO CONSULTADOS FUENTES HEMEROGRÁFICAS CONSULTADAS Periódicos Revistas FUENTES ELECTRÓNICAS CONSULTADAS V. ANEXOS
7 I. INTRODUCCIÓN Anécdotas, mitos, elogios y críticas giran en torno a la República del Este, agrupación bohemia surgida en 1968 y disgregada a partir de Su centro de acción fueron los bares de Sabana Grande, cuando la zona se perfilaba como barrio moderno: cafés, terrazas y librerías eran parte de la atracción del lugar. En las mesas de los botiquines se reunían simpatizantes de las ideas de izquierda a elucubrar sobre la revolución posible, aquella que la insurrección armada de principios de los años sesenta no logró cristalizar. En esas barras, al estallido de una iluminación dionisiaca el poeta Caupolicán Ovalles decretó la instauración de una nación imaginaria: la República del Este. Territorio bohemio cuyos destinos serían regidos por los escritores, artistas y poetas, aunque también hubo gente de otros oficios y profesiones, en su época fue referente de la intelectualidad caraqueña. Por curiosidad, simpatía o desprecio la gente se acercaba a ver qué ocurría, cómo funcionaba ese gobierno utópico que había asaltado los restaurantes de la avenida Solano López y sus adyacencias. La historia de esta generación se remonta a los años sesenta, época calenturienta en que las ideas de izquierda se debatían a plomo limpio con los gobiernos adecos. Mientras que los más radicales optaron por conformar grupos guerrilleros, muchos de ellos surgidos en el seno de las universidades y posteriormente, coordinados y organizados por el Partido Comunista de Venezuela (PCV) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR); los 7
8 artistas e intelectuales se aglutinaron en torno a cofradías vanguardistas representadas por los grupos Sardio, Tabla Redonda y El Techo de la Ballena. Sobre las cenizas de esta última agrupación se echarían los cimientos de la República del Este. Si bien, la tropa no se proclamó como una vanguardia emergente, en un principio, parecía motivarlos una conciencia crítica propia que manifestaba su oposición a la república de Miraflores. Qué había quedado del espíritu contestario e iconoclasta de sus antecesores? Los tiempos eran otros, patentado el fracaso de la insurrección armada y la derrota de los partidos de izquierda, no fueron pocos los escritores y poetas que se refugiaron en Sabana Grande. Asimismo, entre la intelectualidad de izquierda y el gobierno comenzaron a abrirse canales de participación que lograron atenuar las diferencias. Entre el amor y el odio; entre la exaltación y el descrédito; entre el surrealismo y la realidad se debaten los comentarios sobre la República, pero en papel hay poco. No se ha realizado un trabajo periodístico previo que ponga en blanco y negro a la agrupación e intente hallarle una explicación como fenómeno. Como una manifestación sociocultural única en la historia de Caracas donde confluyeron políticos, artistas y gente común que se entregó, en cuerpo y alma, a tertulias interminables al fragor de unas copas. Sus miembros más emblemáticos: Caupolicán Ovalles, Adriano González León, Manuel Alfredo Rodríguez, Orlando Araujo, Víctor Valera Mora y Miyó Vestrini, entre otros, tienen historias muy particulares, signadas todas por la búsqueda constante de una utopía, de algo intangible. Algunos de ellos dejaron una obra literaria o artística que les da un puesto en la cultura venezolana. 8
9 El presente trabajo de grado se plantea como una semblanza de grupo de la República del Este. Tras esta breve introducción, el lector encontrará el planteamiento metodológico, en el cual se expone el camino recorrido para construir el trabajo. La historia está estructurada en siete capítulos. En el primero, se trae a la actualidad la evocación del grupo a través de la muerte del escritor Adriano González León ocurrida en enero de En el segundo se retrocede hasta la década de los sesenta para ofrecer el marco contextual en el que irrumpieron los grupos de vanguardia y estuvieron en boga las ideas de izquierda. En el tercer capítulo se describe el espacio físico donde hizo vida la bohemia capitalina de otrora. En el cuarto, se narra la vinculación política de la República del Este con las organizaciones del Estado. A continuación, se describe la participación femenina dentro de la agrupación a la vez que se incorpora uno de los valores fundamentales que los hermanó: la amistad. El sexto título versa sobre el aspecto literario de algunos de los miembros y el estado de la narrativa venezolana para la época. El último capítulo se centra en la soledad de los sobrevivientes del grupo. El relato de una bohemia extinta en los bares de Sabana Grande, pero vigente en el recuerdo de quienes la vivieron, celebraron y sufrieron. Cada una de estas partes se estructuró en función de tomar a dos personajes como protagonistas. En todos se incluye un rasgo de la República como trasfondo de la narración. Completan el trabajo, un epílogo, a modo de cierre y la bibliografía en la que se podrá verificar las fuentes consultadas. 9
10 II. MÉTODO Presentación de la investigación El trabajo que sigue a continuación se trata de una semblanza de la República del Este, agrupación bohemia surgida en 1968 y disgregada en los albores de los años ochenta. La misma es presentada como tesis de grado para obtener el título de Licenciada en Comunicación Social. Benavides y Quintero (2004) en Escribir en prensa señalan que la semblanza es un reportaje interpretativo acerca de una persona real con un tema de interés humano y que su objetivo es resaltar la individualidad de una persona y/o colocarla en un marco general de valor simbólico social (p. 179). En el caso de este trabajo, la semblanza no se centra en un personaje sino en un grupo. Los mismos autores explican que las semblanzas de grupos y de lugares tienen las mismas características que una semblanza tradicional, pero su centro de atención no es una persona, sino un grupo o lugar (p. 190), y agregan que estos trabajos pueden ser a veces la mejor forma de comprender un fenómeno de importancia simbólico-social (p.189). A partir de esta premisa, resultó pertinente el abordaje de la investigación asimilando las características y técnicas de la semblanza. Entre las características del género, Benavides y Quintero (2004) destacan las siguientes: Tiene interés periodístico atemporal, el periodista (y no el entrevistado) controla el contenido, la semblanza es interpretativa, requiere de investigación, pone al sujeto en un contexto específico, el contexto amplía el universo de personas de interés periodístico (p. 180). 10
11 En el caso de la semblanza sobre la República del Este están presentes todas las características anteriormente mencionadas. Sin embargo, vale la pena hacer énfasis en dos de ellas: la referente al interés atemporal y la que cataloga a la semblanza como un género interpretativo. En primer lugar, aunque el grupo objeto del trabajo hizo vida en el país hace más de veinte años, su estudio resulta válido y pertinente si se parte de la premisa de que el tema tiene interés humano atemporal. Por otra parte, hay que destacar el carácter interpretativo del género. Según explica Enrique Castejón Lara (1992) en La Verdad Condicionada, a través del Periodismo Interpretativo se intenta analizar, explicar y, fundamentalmente, demostrar la verdad y el real significado de lo acontecido (p. 38). Con respecto al papel del periodista a la hora de interpretar, Castejón Lara (1992) señala que éste no necesariamente funge de especialista; sino que, por el contrario, basa su trabajo en múltiples fuentes informativas documentales y personales que le permiten encontrar las argumentaciones y explicaciones necesarias para hacer comprensible un fenómeno determinado (p. 95). Sobre la interpretación Eduardo Ulibarri en Idea y vida del reportaje explica que está muy relacionada: A las ideas y los conceptos que ofrezcamos de los hechos, situaciones o personas. Aquí cabe nuestro interés por determinar las causas de algo: ya no simplemente antecedentes lo que precede, sino los factores que han propiciado que un fenómeno ocurra de 11
12 determinada manera y no de otra; ya no contar el orden en que sucedieron los hechos, sino establecer la relación de dependencia de unos respecto a otros, la causalidad de un fenómeno (2003, p.137). Ulibarri centra sus ideas sobre la interpretación en el reportaje, por ser el género que aborda en su libro, sin embargo son perfectamente rescatables para ser puestas en práctica al escribir una semblanza u otro tipo de trabajo periodístico. Precisamente por la relación de parentesco que existe entre la semblanza y el reportaje, se hace necesario presentar una visión, ofrecida por el mismo Ulibarri, de lo que es un reportaje: Reportaje es el género periodístico que indaga con distintos grados de profundidad, valiéndose de múltiples fuentes y métodos, sobre hechos o situaciones de interés público para dar a conocer su existencia, relaciones, orígenes o perspectivas, mediante el empleo de diversas estructuras y recursos expresivos (2003, p. 38). Así como en el reportaje, también en la semblanza se hace necesaria la inclusión de diversos elementos narrativos y la integración de los distintos géneros periodísticos para dar fuerza al trabajo de investigación. Por ello, Castejón Lara (1994) recuerda que el profesor Federico Álvarez solía referirse al reportaje como el género ensalada. Pues, reúne y combina armoniosamente los distintos géneros: reseña, encuesta, entrevista, noticia, crónica. 12
13 Sin esa integración de géneros no hubiese sido posible elaborar una semblanza de un grupo tan variopinto como lo fue la República del Este. Para construir un museo del pasado vivir, como al que refiere el periodista Julián González (2003) en Periodismo biográfico en Colombia II, es necesario echar mano de diversos géneros periodísticos y técnicas narrativas. González señala que el trabajo periodístico puede estar centrado en la recreación nostálgica del pasado y, en este sentido, apunta: Se trata de narrar la vida para hacer de ella una pieza duradera de la memoria. Son monumentos biográficos que aspiran a conservar, como en museo, indicios de vidas pasadas o en desaparición. Son una suerte de registro a favor de la memoria y la duración (2003, documento digital). Con la presente semblanza se buscó, precisamente, realizar un trabajo periodístico que dejara constancia y ofreciera un relato sobre los lugares idos y viejos modos de vivir (2003). Pues, se aborda una realidad que: Sólo ayer hacía parte del entorno cotidiano de los sujetos de la evocación. Ni tan viejo como para ser historia lejana, ni tan reciente que no permita activar nostalgias. En general, las evocaciones giran en torno al mundo urbano y las rutinas cotidianas (2003, documento digital). 13
14 Y en ellas, según explica González, inevitablemente se cruzan descripciones de escenarios con el anecdotario del vivir diario. Además, dentro de la semblanza se ofrece al lector el retrato de catorce protagonistas. Benavides y Quintero (2004) señalan entre las particularidades de la semblanza periodística sus similitudes con el retrato pictórico, en el cual "el pintor retrata al sujeto con detalles de ambientación que dan color y contrastes; las figuras y objetos que aparecen sugieren algo acerca de esa persona" (p. 179). Así, cada pincelada o palabra es fundamental en el cuadro a pintar o relato a narrar. Para los efectos de este trabajo, se optó por retratar a los individuos dentro y fuera de la República del Este. Presentar algo más que un currículo o cronología de vida: un drama personal, un éxito o un anhelo; poner esos matices que insinúan y revelan parte de la vida de una persona. Antes que pretender realizar una semblanza personal de cada uno de ellos, se asumió el retrato como una aproximación al personaje, una imagen a pequeña escala, pero con una visión general del modelo. Se consideraron los detalles, anécdotas y elementos más apropiados para lograr un acercamiento al hombre detrás del rostro, siempre ubicado en el contexto de lo que fue la agrupación. Tipo de investigación La investigación realizada es exploratoria y descriptiva. De acuerdo con el Manual del Tesista de la Escuela de Comunicación Social de la Ucab, estos trabajos se orientan a proporcionar elementos adicionales que clarifiquen áreas sobre las que existe un bajo nivel de conocimiento o en las cuales la información 14
15 disponible esté sumamente dispersa. Además, según el mismo manual, no generan conclusiones terminantes sino aproximaciones y permiten reconocer tendencias, corrientes o inclinaciones en una determinada situación. Asimismo, el abordaje de la investigación se hizo a partir de las características del paradigma cualitativo, en el cual destaca Pérez Serrano: El enfoque cualitativo pretende ofrecer profundidad, a la vez que el detalle mediante una descripción y registros cuidadosos ( ) con el fin de conseguir una coherencia lógica en el sucederse de los hechos o de los comportamientos que están necesariamente contextualizados y en el contexto adquieren su pleno significado, pues al sacar las cosas de su contexto pierden su significado genuino. (1994, p.32). Por tal razón, a lo largo de la investigación se consideró el contexto histórico previo y en el que tuvo vida la República del Este, sin el cual, la interpretación pecaría de arbitraria, al descontextualizar a los actores. Los estudios cualitativos consideran, según Pérez Serrano (1994) que la realidad está constituida no sólo por hechos observables y externos, sino también por significados, símbolos e interpretaciones elaboradas por el propio sujeto a través de una interacción con los demás (p. 27). Sobre la base de ello, en el seno de la agrupación existieron códigos, símbolos y significados creados y aceptados 15
16 por ellos mismos, cuya interpretación subyace dentro del grupo y es ahí donde deben buscarse. Formulación y justificación del problema La República del Este forma parte de la historia y manifestaciones bohemias de la Caracas de los años setenta, más específicamente se erigió como un símbolo de la vida artística e intelectual de Sabana Grande. En otro tiempo, en otro espacio que difiere mucho de lo que es el bulevar actual. Más allá de lo anecdótico, no se ha realizado previamente un trabajo que compile el devenir de una agrupación que congregó en su seno a figuras destacadas de la intelectualidad venezolana, visitada por artistas y escritores foráneos que fue, además, el retrato de Sabana Grande cuando ésta se perfilaba como barrio moderno de la ciudad. Allende del bien y del mal, del elogio adulante y de la crítica acerba, en la República del Este hubo un conglomerado humano dentro del cual se destacaron personajes cuya vida y obra merecen ser rescatadas. Figuras como Adriano González León, Salvador Garmendia, Caupolicán Ovalles y Orlando Araujo, por ejemplo, fueron distinguidos con el Premio Nacional de Literatura. En el campo de la filosofía, los estudios sobre marxismo realizados por Ludovico Silva son referente bibliográfico en las universidades venezolanas y extranjeras. Asimismo, la labor periodística de Miyó Vestrini, como entrevistadora y en la fuente cultural, es un hito en el periodismo venezolano, no en vano Vestrini recibió en dos oportunidades el Premio Nacional de Periodismo. Por mencionar un último caso, 16
17 sin restar importancia a otros personajes presentados en esta investigación, Venezuela tuvo en el historiador Manuel Alfredo Rodríguez a uno de sus mejores oradores. Con esta semblanza se pretende llevar al papel la historia de la República del Este, asumiendo su importancia como trabajo periodístico en lo que el colombiano Julián González destaca como recreación nostálgica del pasado. En reconstruir una época a través de la cual se pueden percibir e identificar momentos clave de la historia reciente de Venezuela. Con la muerte de Adriano González León, ocurrida en enero de 2008, en algunos medios y entre amigos surgió la evocación del grupo, con el escritor se iban muchas historias y se reducía la lista de sobrevivientes. Sin ser un tema de contundente actualidad, pero estando latente ese recuerdo, condenado a desaparecer entre especulaciones y copas, la realización de un trabajo que recree e interprete al grupo resulta pertinente. Asimismo, se considera viable al contar todavía con el testimonio de republicanos, antirrepublicanos, familiares, amigos y testigos de la época. Dejando a un lado la primera impresión que pueda tenerse del grupo, la más de las veces como grupo de borrachos, hubo una secuencia vital que merece ser recapitulada. Como señalan Taylor y Bogdan (1996) para el investigador cualitativo, todos los escenarios y personas son dignos de estudio. Ningún aspecto de la vida social es demasiado frívolo o trivial para ser estudiado (p. 48). A través de la República del Este se dejan colar rasgos de la historia 17
18 reciente del país; rasgos que trascienden los bares de Sabana Grande y que tienen una significación social. Hipótesis La República del Este fue la manifestación de una intelectualidad frustrada. Objetivo general Realizar una semblanza de grupo sobre la República del Este, agrupación surgida al final de los años sesenta, referente de la intelectualidad y bohemia caraqueñas que se congregó en torno a Sabana Grande. Objetivos específicos 1. Definir qué fue la República del Este. 2. Identificar el contexto, hechos y circunstancias que influyeron en la fundación del grupo. 3. Identificar el contexto, hechos y circunstancias que propiciaron la disgregación del grupo. 4. Retratar a catorce personajes, cuyas características y afiliación al grupo permiten destacarlos como miembros emblemáticos. 5. Identificar las características del grupo, los nexos y divergencias de sus miembros. 6. Describir el espacio urbano en el que se desarrolló la actividad del grupo. 18
19 7. Identificar cuál fue la vinculación de la República del Este y sus miembros con los factores de poder político de los años sesenta, setenta y ochenta. 8. Describir los hechos y momentos que marcaron el esplendor y la decadencia de la República del Este. 9. Determinar las razones que permitieron que la agrupación se mantuviera activa por más de una década y sobre cuál era el grado de arraigo de sus miembros. 10. Interpretar con la información recabada qué representó la República del Este dentro de la sociedad caraqueña y en qué medida el fracaso de la izquierda y el esplendor económico determinaron su existencia. Delimitación La semblanza abarca las distintas etapas de la vida de la República del Este: su surgimiento en 1968; su período de consolidación y esplendor durante los años setenta; su disgregación en los años ochenta; y su actual evocación por parte de los sobrevivientes del grupo. La vinculación de cada uno de estos momentos con el contexto nacional resultó esencial para la realización de la semblanza. De igual manera, la descripción del contexto previo al nacimiento del grupo como marco referente e ilustrativo de la acción de la intelectualidad y los grupos de izquierda. Al considerar la amplitud del grupo, se tomó como eje la vida y participación de catorce de sus miembros, personajes que en la mayoría de los casos, cuentan con una importante trayectoria intelectual, literaria o artística. 19
20 Personajes retratados: Capítulo I: Adriano González León y Elías Vallés. Capítulo II: Ludovico Silva. Capítulo III: Baica Dávalos y Orlando Araujo. Capítulo IV: Manuel Alfredo Rodríguez y Caupolicán Ovalles. Capítulo V: Miyó Vestrini y Mary Ferrero. Capítulo VI: Salvador Garmendia y Víctor Valera Mora. Capítulo VII: Francisco Massiani, Luis Camilo Guevara y Manuel Matute. Público lector meta Público general. El formato que adoptará es el de un libro. Limitaciones La principal limitación de este trabajo fue que la mayoría de miembros emblemáticos de la agrupación fallecieron. Sin embargo, a través de la revisión de entrevistas de personalidad y opinión, así como de los testimonios de amigos y familiares se logró reconstruir la voz de cada personaje. En lo referido al espacio físico constituyó una limitante la desaparición de los lugares que sirvieron como centros de reunión, restaurantes: Camilo, La Bajada y Al Vecchio Mulino. No obstante se apeló a la revisión fotográfica y a obtener mayor descripción a través de los entrevistados y testigos. 20
21 No se pudo conseguir el testimonio de algunos participantes debido a impedimentos físicos de la fuente a consultar. Entre ellos: Francisco Pérez Perdomo, Lucila Velásquez, Leopoldo Díaz Bruzual, Ángel Eduardo Acevedo, David Alizo, Enver Cordido, César Bertoni y Leonardo Acosta. Tampoco el de aquellos participantes y testigos que prefirieron no hablar del tema. Entre ellos: Manuel Quintana Castillo, Mariana Otero, Simón Alberto Consalvi, Elisa Lerner y Rodolfo José Cárdenas. En menor grado constituyó una limitante la negación de algunos entrevistados como miembros de la República del Este, no obstante a que fueran reconocidos por otros como participantes. Para estos casos, se optó por categorizarlos como espectadores o testigos. Proceso de realización de la semblanza Investigación documental El punto de partida de la investigación consistió en un arqueo hemerográfico general de la época en que hizo vida la República del Este. Se revisaron periódicos de circulación nacional, así como revistas de corte cultural, por ser publicaciones en las que se podría obtener mayor cantidad de información tanto sobre la agrupación como sobre sus miembros. Tras un primer arqueo en la Biblioteca Nacional y en institutos como el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg), se decidió centrar la búsqueda hemerográfica, en lo que se refiere a prensa diaria, en el 21
22 archivo de El Nacional, periódico cuyas páginas de Arte y Cultura, para la época en estudio, dieron gran cobertura tanto a la agrupación como a la acción individual de muchos de sus miembros. Asimismo, porque algunos republicanos escribían columnas para este medio, enviaban cartas que eran reseñadas en sus páginas o publicaban allí trabajos periodísticos. Por tanto, se revisó el material compilado sobre los personajes a retratar, así como el de otros miembros implicados (por ejemplo, Francisco Pérez Perdomo, Manuel Quintana Castillo, David Alizo, entre otros). Igualmente, la información referida al grupo. Se seleccionaron inicialmente 309 artículos, elegidos por el tema, la fecha y la información tratada. Posteriormente, se hizo una preselección de las entrevistas de personalidad y opinión; así como declaraciones e información referencial de una obra del personaje o de un hecho en específico (por ejemplo, Salvador Garmendia y el caso de El inquieto anacobero ). Sobre la base de este material, se tomaron en cuenta aquellos que resultaron más pertinentes para los fines del trabajo, a saber, aquellos que permitieran reproducir la voz de los protagonistas fallecidos; en cuyas palabras se pudiera reflejar la personalidad del retratado. Algunos de esos artículos aparecen como citas directas e indirectas en el texto; otros, de los cuales se tomaron detalles e informaciones de descripción física (por ejemplo, los gestos de la persona, sus rasgos), se incluyen como bibliografía consultada. Para conocer y recrear el ambiente de la Sabana Grande de la época, se revisó material fotográfico, así como el material escrito del lugar tanto en prensa como en libros. 22
23 El tratamiento de la información histórica se sustenta en la revisión de libros con esa temática específica. La información fue procesada e interpretada para evitar un relato accidentado refiriendo a uno u otro autor. La bibliografía que no se citó expresamente aparece identificada entre las fuentes consultadas. Todo lo anterior, en lo que se refiere a bibliografía y hemerografía, fue complementado con el material que algunos entrevistados tenían archivado y facilitaron para la elaboración del trabajo. También se revisó el material electrónico disponible sobre algunos participantes y sobre la misma agrupación. En cuanto a la obra literaria de los personajes retratados, también se hizo una revisión de algunos de sus textos, que aparecen, principalmente, en el apartado de bibliografía consultada. Esto se realizó con la intención de conocer de primera mano las temáticas y recursos de los que se valían los personajes al escribir, así como para complementar sus retratos dentro del texto. Fue de gran utilidad, la revisión de los prefacios y presentaciones. Entrevistas La entrevista es la principal herramienta para escarbar y desenterrar historias a través de los protagonistas y testigos de los hechos. Por medio de la entrevista, señala la profesora Olga Dragnic (1993), es posible transformar en personaje a toda aquella persona que por alguna característica especial o por alguna acción sobresale del común y puede, por tanto, despertar interés en los lectores (p.19). En este sentido constituyó un aporte importante la información 23
24 revelada por los entrevistados, ya que se pudo reforzar y confirmar hechos, así como la personalidad del individuo a retratar. En la investigación cualitativa, Taylor y Bogdan (1996) distinguen entre aquellas en las que se trata de aprehender las experiencias destacadas de la vida de una persona y las definiciones que esa persona aplica a tales experiencias (p.102) y las que se dirigen al aprendizaje sobre acontecimientos y actividades que no se pueden observar directamente. Los interlocutores son informantes ( ) como observadores del investigador, son sus ojos y sus oídos en el campo (p. 103). El primer tipo se aplicó para los casos de los personajes a retratar que fueron entrevistados, ello para identificar hechos, personas y elementos clave que constituyen una experiencia de vida y, en cierta medida, condicionan la personalidad. Anécdotas, miedos, pasiones y facetas desconocidas del escritor, del poeta, del hombre que hay detrás de un reconocimiento o una condena. En el segundo caso, fue fundamental recurrir al testimonio de los entrevistados para reconstruir episodios que por ser vivencias pasadas, son imposibles de observar directamente por las tesistas. Por tratarse, igualmente, de hechos ocurridos hace más de tres décadas, se preguntó y repreguntó en reiteradas ocasiones a distintos protagonistas y testigos, ello con el fin de lograr la versión más exacta a lo ocurrido. Como señala el periodista Andrés Oppenheimer a Gerardo Reyes (2005) en Periodismo de Investigación, los detalles dan verosimilitud y ambiente a lo que uno está contando (p. 198). Por ello, en las entrevistas se buscó obtener datos 24
25 curiosos y muy específicos de personajes, ambientes y situaciones que tuvieron lugar en el marco de lo que fue la República del Este. Sin embargo, como apuntan los autores de Cómo hacer periodismo (2002), de los detalles obtenidos se seleccionaron, para ser incluidos en la redacción, aquellos que son minuciosos y simbólicos. Originalmente se hizo una lista de fuentes a partir de las primeras informaciones obtenidas, tanto en prensa como por referencia de otro entrevistado. Se seleccionaron aquellos cuya participación en el grupo fue reconocida, sin descuidar a testigos, amigos y gente declarada antirrepublicana. Para el investigador cualitativo, según Taylor y Bogdan (1996), todas las perspectivas son valiosas (p. 47) por tanto, para los fines de trabajo se recurrió también a expertos (en el área de la literatura, historia y estudios culturales), así como a periodistas. 25
26 FUENTES ENTREVISTADAS Nombre Participante Amigo Testigo Familiar Experto Periodista Adriano González x León Alexander Pérez x Alfonso Montilla x Alfredo Chacón x x Araceli Gil x Arlette Machado x Blanca Elena Pantin x Carlos Noguera x x x Carlos Sandoval x Francisco Massiani x Francisco Villegas x Freddy Galavís x Elisa Maggi x Gustavo Oliveros x José Pulido x x Lorenzo Dávalos x Luis Alberto Crespo x x Luis Barrera Linares x Luis Camilo x Guevara Luis García Morales x Luis Pastori x Manuel Bermúdez x x x Manuel Caballero x x x Manuel Matute x Manuel Ovalles x x Marco Negrón x x x Mireya Vallés x Omar Pérez x Oscar Sambrano x x x Urdaneta Oswaldo Barreto x x Perán Erminy x x Raúl Fuentes x Rodolfo Izaguirre x x Rubén Osorio x Canales Silda Cordoliani x x Sixto Pérez Sosa x Teodoro Petkoff x x Vasco Szinetar x 26
27 Observación directa Esta técnica se aplicó en especial para dos eventos: el velorio de Adriano González León y el acto en homenaje al escritor organizado por sus amigos el 12 de abril de 2008 en la galería Durbán. En el primer caso para hacer un registro visual de los asistentes (que luego se completó con los testimonios de otros), así como del ambiente en la funeraria, detallar la disposición del velatorio y, sin caer en impertinencias, escuchar. En el segundo, además de conocer un poco más del escritor a través de los relatos de los amigos, para palpar el sentimiento y la evocación que suscitaba alguna anécdota o comentario entre la audiencia. También por ser un sitio ideal para conseguir fuentes para la investigación. Pérez Serrano (1994) destaca que la observación, por principio, es susceptible de ser aplicada a cualquier conducta o situación. Pero una observación indiscriminada perdería interés si no selecciona un objeto o tema a observar (p. 23). Por ello, la mirada del periodista que va en busca de detalles y sensaciones tiene que ser aguda. No basta con una ojeada rápida y distraída. Para esta investigación si bien no se trató de observar un proceso en gestación, sino de reconstruir uno pasado, la atención se centró en las reacciones de los entrevistados, identificar cuáles emociones suscitaba hablar de un amigo fallecido, cómo lo recordaba. Igual cuando se les pedía la narración de una anécdota, aquellos episodios que más vivamente recordaba el entrevistado, se procuraba que ahondara en detalles para registrar ese mundo evocado. 27
28 Escritura de la semblanza Una vez conocido el tema, identificadas las características principales de la República del Este, así como quiénes fueron sus miembros más representativos y el contexto en el que se desenvolvió el grupo, se inició la etapa de redacción del cuerpo de la semblanza. Se tomó como insumos los datos obtenidos del arqueo hemerográfico, la revisión bibliográfica y las entrevistas a buena parte de las fuentes vivas, para elaborar un esquema general con la estructura de la semblanza. En la relatoría del taller de Reportaje de investigación sobre Artes y Cultura de la Fundación Nuevo Periodismo Latinoamericano, Héctor Feliciano (2005) explica que es buena idea que cada capítulo sea un reportaje redondo ligado a un tema concreto que se desarrolla y se culmina. El libro lo termina haciendo el entramado que hila todos los capítulos (p.4). En el caso de la presente semblanza se optó por seguir este planteamiento. En cada uno de los siete capítulos que la conforman se desarrolla un rasgo que marcó la existencia del grupo, así como las vidas de sus principales miembros: muerte, frustración, alcohol, política, amistad, literatura y soledad. Y, aunque se decidió destacar, especialmente, la idea de la frustración en el segundo capítulo, tras determinar que el grupo surgió bajo el sino de la derrota de la izquierda, éste es un elemento que se refuerza a lo largo del trabajo porque no sólo se manifestó en sus orígenes, sino que signó toda la existencia de la agrupación y la de muchos de sus participantes en lo particular. En cuanto a la estructura de los capítulos, se decidió que los siete compartieran elementos estructurales. Los títulos de cada uno fueron tomados de 28
29 poemas escritos por algunos republicanos y también poseen epígrafes relativos al tema que corresponde a cada capítulo. Asimismo, comparten otras características: en cada uno se incluye el retrato de dos personajes de la agrupación, que fueron seleccionados no sólo por su relación con el tema o trasfondo del capítulo, sino también por su papel dentro del grupo; y comienzan con un hecho narrado o escena. En la misma relatoría del taller sobre periodismo cultural Feliciano (2005) señala que narrativamente es más fuerte empezar por un incidente, un evento, lo cual te distancia de tu lector pero lo atrapa al mismo tiempo. Hay muchas fórmulas ( ) Hay que encontrar un objeto, o un evento, o una cita que sintetice. Y que además enganche (p.14). De este modo se seleccionaron escenas llamativas para dar inicio a cada capítulo, que además permitieran introducir el tema o los personajes a desarrollar. Para la reconstrucción de estas escenas se emplearon los datos obtenidos de las entrevistas, así como de las fuentes hemerográficas. Para la narración de las escenas y de la semblanza en general, se emplearon elementos planteados por Tom Wolfe (1998) en El Nuevo Periodismo, como la inclusión de detalles simbólicos dentro de una escena, la reconstrucción de diálogos y las referencias a los sentimientos de los entrevistados. Asimismo, se hizo uso de otros géneros periodísticos para dar fuerza y color al relato. La inclusión de la crónica fue clave para lograr un texto fluido y llamativo, pues como enfatiza Earle Herrera (1991) en La magia de la crónica, en este 29
30 género cuenta el contenido, la historia, la anécdota, pero es esa atmósfera de suspenso o poesía, de nostalgia o humor que crea el cronista en torno a los hechos lo que motiva al lector y lo que hace perdurable el instante captado (p. 57). Estructura de la semblanza Trasfondo Personajes Capítulo I: La agonía que no Muerte Adriano González León cesa Elías Vallés Capítulo II: Amanecí de bala Frustración Ludovico Silva Capítulo III: Asfalto-Infierno Alcohol Baica Dávalos Orlando Araujo Capítulo IV: Baila al son que te toquen Política Manuel Alfredo Rodríguez Caupolicán Ovalles Capítulo V: Demasiado arrecha Amistad Miyó Vestrini Mary Ferrero Capítulo VI: Me doy tan poca Literatura Salvador Garmendia esperanza para otro porvenir Víctor Valera Mora Capítulo VII: He obtenido dos victorias importantes mi vida y Soledad mi muerte Francisco Massiani Luis Camilo Guevara Manuel Matute Capítulo I: La agonía que no cesa La historia tiene como punto de partida la ambientación de la última entrevista que se le hizo a Adriano González León, en la cual el tema principal fue la República del Este. Para reconstruir con detalle el encuentro se recurrió al periodista Gustavo Oliveros, autor de la entrevista. La muerte es el trasfondo del capítulo. El fallecimiento del escritor es el hilo conductor a lo largo del relato. La reconstrucción de este episodio permite introducir a la agrupación. Se presenta la 30
31 figura del empresario Elías Vallés, así como a los distintos personajes que serán retratados en los capítulos siguientes. Capítulo II: Amanecí de bala A través de un hecho narrado se establece la conexión con los acontecimientos precedentes al surgimiento de la República del Este. Este capítulo ofrece, a grandes rasgos, el contexto político y cultural anterior a la agrupación. Asimismo, presenta una visión de la acción de la intelectualidad de izquierda, encarnada en los grupos de vanguardistas Sardio, El Techo de la Ballena y Tabla Redonda, asociaciones literario-artísticas, algunos de cuyos miembros conformarían posteriormente la República del Este. Por tratarse de un capítulo fundamentalmente histórico, se retrató únicamente la figura del filósofo Ludovico Silva. Capítulo III: Asfalto-Infierno Sabana Grande fue el sector caraqueño donde tuvo lugar la acción de la República del Este. Por ello, este capítulo es eminentemente urbano y presenta el ambiente de los bares y de la zona; aunque también plantea las razones de la mudanza bohemia del centro de la ciudad hacia el este (a principios de los años sesenta). En los bares, precisamente, se podía conseguir a los dos personajes del capítulo: Baica Dávalos y Orlando Araujo. Escritores los dos, bebedores los dos, experimentaron el fin de sus vidas bajo los efectos del alcohol. Precisamente el 31
32 alcohol, que corría en las tertulias y signó a muchos de los personajes, es el trasfondo de Asfalto-Infierno. Capítulo IV: Baila al son que te toquen El ejercicio de la política de forma lúdica dentro del grupo, la vinculación de sus miembros con los gobiernos de la época y la incorporación de personas con todo tipo de tendencias e ideologías son algunos de los temas que se abordan y que tienen como fondo la política. Las figuras de Manuel Alfredo Rodríguez y Caupolicán Ovalles son presentadas en este capítulo por sus contradictorias formas de asumir el poder y la actividad política. Capítulo V: Demasiado arrecha El trasfondo del capítulo es la amistad como nexo entre los miembros de la agrupación. Se describe la participación femenina dentro de la República del Este, destacando como personajes a las periodistas Miyó Vestrini y Mary Ferrero. Se incluye la creación de la revista del grupo y se refiere el humor como característica de sus participantes. También se hace alusión a la irreverencia y aparente conciencia crítica de los contertulios. 32
33 Capítulo VI: Me doy tan poca esperanza para otro porvenir El juicio que se entabló contra el escritor Salvador Garmendia por la publicación de su cuento El inquieto anacobero sirve de punto de partida para un capítulo que tiene como eje la literatura. Se aborda el estado de la literatura para la época de los sesenta y setenta, así como la actuación de algunos republicanos en el ámbito literario. Además del retrato de Garmendia, se aborda, como personaje, al escritor y poeta Víctor Valera Mora. Capítulo VII: He obtenido dos victorias importantes mi vida y mi muerte Con la soledad como trasfondo, este capítulo es contado desde el presente de algunos republicanos. La descripción de ambientes resulta vital para mostrar al lector cómo viven hoy en día quienes otrora fueron miembros de la República del Este. Francisco Massiani, Luis Camilo Guevara y Manuel Matute son los tres personajes abordados para retratar un aspecto que, tanto hoy como ayer, resulta común a muchos de los participantes del grupo: la soledad. 33
34 III. DESARROLLO LA PATRIA BOHEMIA QUE NACIÓ DERROTADA Semblanza de grupo de la República del Este 34
35 CAPÍTULO I: La agonía que no cesa El escritor tiene una vida, pero vive mil pasiones y padece mil muertes Orlando Araujo. Crónicas de caña y muerte Ya van 120 muertos de todos aquellos que formamos la República del Este. Adriano González León no tiene una lista a mano para citar a los caídos, ni tampoco se la pide el periodista Gustavo Oliveros. Es viernes, 11 de enero de Los hombres se acodan en la barra del restaurante Hereford Grill en la urbanización Las Mercedes de Caracas. Cuando el escritor habla de sus amigos fallecidos, los evoca con nostalgia. Es la melancolía del que sabe que no hay un trago del estribo para compartir, porque esa cuenta se cerró. El tema de la amistad es frecuente en las conversaciones con González León. Las anécdotas de otros años se dejan colar entre referencias literarias y algún comentario de actualidad. Por la lista de ciudadanos o, más bien, habitués de la República del Este que enuncia el escritor desfilan escritores, pintores y poetas conocidos o desconocidos; van y vienen nombres de abogados, empresarios y periodistas; sobrenombres y alias de personas sin identificar y alguna descripción precisa cuyo portador, impreciso en la mente del escritor, queda en el anonimato del momento. Cómo se llama este merideño, chico? Muy importante... uno que era abogado, se atusa la nariz, hace una pausa, pero el nombre no llega. Las vivencias de hace cuarenta años se vislumbran difusas. Los recuerdos, esquivos. Aunque González León goza de una memoria prodigiosa que le permite recitar poemas completos y 35
36 citar al dedillo fragmentos de alguna novela, la remembranza de aquella nación, que fue ficticia, pero con seres de carne y hueso, se consume en un recoveco de acceso intrincado. Una cerveza sin alcohol no es aliciente para que el escritor continúe la entrevista, tampoco para que busque en los laberintos de la memoria otros nombres de aquella agrupación, formada a finales de los sesenta, de la cual fue referente y líder. Acompañados del también periodista Gustavo Méndez, a petición del entrevistado, los hombres se trasladan al Amazonia Grill, otro restaurante de la zona en el cual la presencia del académico es bien recibida. Ya lo conocen, casi lo esperan con la misma puntualidad con la que asiste a sus compromisos. Una vez instalados, en una mesa cercana a la barra, le sirven una copa de vino blanco. El Príncipe de las Letras apura un sorbo, aunque las bebidas espirituosas deberían ser letra muerta en su itinerario, poca importancia tienen las sugerencias médicas. Retoma la conversación con mejor ánimo. El tema es el mismo: la bohemia de otro tiempo. La bohemia de la noche, de las copas. Esa entelequia que fue la República del Este se quedó suspendida en una época, impalpable y lejana; cuando Sabana Grande era el barrio moderno de Caracas y en sus cafés y restaurantes se daban cita los intelectuales y gente amiga de la conversa. Cuando el aire revolucionario y las ideas de izquierda refrescaban y calentaban tardes y noches. La patria de la bohemia se difuminó en el humo de un fusil disparado con frustración; naufragó en un mar etílico que consolidó y destruyó amistades y socavó cuanto hígado saliera a hacerle frente. 36
37 Sabana Grande fue en los años sesenta, setenta y principios de los ochenta receptáculo de bohemios trasnochados; hogar acogedor de quien quisiera internarse en sus cafés y botiquines para escapar de la urbe de concreto y metal en que se convertía el valle capitalino. También fue sitio de encuentro de intelectuales, estudiantes, vagos, bebedores de caña y habladores de pistoladas. Otras calles aunque nominalmente sean las mismas, otros nombres trata de recordar González León para aglutinar a los ciudadanos que formaron ese espacio del desencanto que se borró del mapa, sin anunciar fecha de derribo. Adriano detrás del espejo Ahora son 121. A los dos días de evocar a los fallecidos de la República del Este, González León pasaba a engrosar la cifra. El escritor y columnista murió horas después de conversar con Oliveros, unos metros más allá de donde recordara a los amigos caídos. Apostado a la barra del restaurante Amazonia Grill, se despachaba una copa de vino blanco, junto a una pareja sentada en los taburetes, una pareja que asistió sin querer a un acontecimiento histórico en las letras vernáculas. Inclinó la barbilla y allí se quedó, entre frases del discurso que el presidente Hugo Chávez había dado el día anterior ante la Asamblea Nacional y las declaraciones de las secuestradas colombianas Clara Rojas y Consuelo González que, finalmente, fueron liberadas. No expresó ninguna molestia, ningún dolor. Se quedó como reflexionando, como pensando en su próximo libro, ése que no publicaba y que tantos le reclamaban. 37
38 Los duendes y fantasmas del Alto de Escuque, que le acompañaron en su remota infancia en Valera (Trujillo), volvieron para merodear por el sitio que tantas veces, según afirmaba, le sirvió de apoyo: la barra. Algo leía en prensa, mucho había leído a lo largo de 77 años de vida, pero sin ningún relampagueo, la vista no le dio para más. Sus ojos se cerraron y pasó al otro lado del espejo, como solía decir para referir a la muerte. El trujillano se dio a conocer en la literatura internacional con País portátil, novela ganadora del premio Biblioteca Breve Seix Barral en Para aquel certamen, el jurado estuvo conformado por el escritor peruano Mario Vargas Llosa, ganador del mismo galardón en 1963 por La casa verde e icono del boom latinoamericano; además de los escritores y críticos españoles José María Castellet, Juan García Hortelano, Salvador Clotas y Carlos Barral. Como un sino maldito pesó el reconocimiento sobre el escritor. Cual objeto portátil adonde fuera y viniera llevó el Seix Barral, más por insistencia de otros que por voluntad propia. De soslayo González León se había colado en el boom. La crítica, los colegas y amigos esperaban más. Las poesías, los cuentos, los escritos publicados en su columna Del rayo y de la lluvia, las píldoras literarias del programa cultural Contratema no eran suficiente. A mí se me ha dicho vago, borracho, marico, agente de la CIA. Sin embargo, yo he escrito mis libros. He mantenido mi columna, esos textos Del rayo y de la lluvia ( ) He mantenido mi espacio en TV donde hablo y soy solidario de la poesía y del hecho creador. Por qué yo soy un vago? Por qué yo 38
39 soy un borracho, un tarambana si yo hago todo eso?, señalaba al periodista Juan Casanares en Tres años después le respondió al poeta Luis Alberto Crespo: No he querido escribir la novela que se me pide, en correspondencia sostenida sobre la escritura poética, la imaginación y el oficio literario. Pareciera que la literatura y el arte ya se murieron Por eso busco engañarme en las barras de los bares y buscar miles de excusas en los lugares nocturnos. Aquella tarde Adriano no tuvo que buscar más excusas. La muerte a la que le venía huyendo, pero que lo seguía con paso ligero, lo alcanzó sin darle oportunidad de pronunciar palabra. Y, precisamente, fue la palabra hablada lo que cautivó a muchos de sus alumnos y a cualquier versado que lo escuchara hablar de Mallarmé, Rimbaud, Apollinaire, Valéry o Nerval. Me he vuelto un escritor oral, señaló en una entrevista de El Nacional en Fuera como pretexto para justificar que no había escrito esa obra que le reclamaban o porque, verdaderamente, a través de la oralidad el trujillano había conseguido la mejor forma de expresarse, es innegable que el legado del escritor sobrepasa lo que dejó en letra impresa. Muchos compartieron un trago con el maestro. Lo evocan en el bar, acodado en la barra; escribiendo en una servilleta. Hablando del picante trujillano o refiriendo un episodio de la vida del pintor Armando Reverón. Sus charlas fluidas se interrumpían cuando al escritor le molestaba la sinusitis crónica, según le decía al interlocutor, se atusaba la nariz y continuaba. Sus alumnos y amigos lo recuerdan no sólo como un erudito de la literatura, la historia y el arte o como el autor de País portátil; sino también como el hombre que lloraba con una 39
40 anécdota, una reflexión o escuchando un poema, incluso, cuando daba clases en la Universidad Central de Venezuela solía soltar un par de lágrimas sin interrumpir su discurso. Adriano fue más que el escritor de una novela que retrataba una época y la fragilidad de un país, que decía sin memoria y cultura. Adriano fue el hombre capaz de ofrecer públicamente una suerte de mea culpa en la que decía por qué como escritor venezolano no escribía, habló sobre la pereza, la frivolidad y la falta de estímulo editorial de Venezuela. Ello, con motivo de la entrega del primer Premio Internacional Rómulo Gallegos, edición en la que ninguna novela venezolana participó (confesión hecha antes de País portátil). También reconoció su gusto por la bohemia, aceptó que lo llamaran borracho y flojo, pero no por ello, para salir del paso, sucumbió a publicar cualquier cosa que escribiera. Al periodista Nabor Zambrano le confió en una entrevista publicada el 14 de abril de 1969 en El Nacional: Es bueno no tener una obra completa para poder aspirar a completarla; y ojalá uno no llegue a completarla nunca para poder aspirar a seguir con la escritura Escribir no significa publicar precisamente; lo contrario publicar libro tras libro es acumular currículum. González León acababa de recibir el Premio Nacional de Literatura. Persistía en la crítica el elogio a País portátil, pero ya había empezado a asomarse el reclamo por una continuación. 40
41 Vanguardia de barra Siento gran desazón y nostalgia cuando miro hacia atrás y veo cómo se destruyó toda esa mística, toda esa bohemia, algo imposible de ser resucitado por decreto, señalaba al periodista Oliveros. Mucha mística y mucha bohemia había en la República del Este que González León recordaba. No hizo falta decreto oficial para que, una noche imprecisa de 1968, el poeta Caupolicán Ovalles al fragor de unas copas anunciara la creación del grupo. La caña, la muerte, cierto desenfreno hedonista y una angustia existencial enmascarada en un talante festivo fueron las claves fundamentales de aquella agrupación que, de alguna manera, marcó a la generación de Adriano González León, hijos de la dictadura de los años cincuenta, de la sedición de los años sesenta y de la bonanza petrolera de los setenta que les permitió durante años andar por esos caminos del mundo, muchas veces a costa del Estado. Ahí confluyó todo: la ilusión de un idílico París, la vergüenza de pertenecer a un país que poco aportaba literariamente hablando al boom latinoamericano, la frustración de no haber podido tomar el poder por asalto ni tampoco en elecciones También el entusiasmo por las letras y las artes, la amistad, la voluntad de retratar a una Venezuela que despertaba a la modernidad con todo y sus rémoras, en una democracia a la que criticaban pero que, al mismo tiempo, disfrutaban. Y sobre todo, eran, criollamente hablando, unos mamadores de gallo. Aguardiente, frustración, soledad, muerte, pero todo enmascarado en la ironía y el humor. Humor negro, humor del bueno y, a veces, humor que hiere. 41
42 Arrastraron siempre el descontento de sentirse ajenos a una sociedad que no reconocían como propia. Bajaron las armas de una revolución de izquierda, sin perder la fe en el izquierdismo. Sin querer, se convirtieron en el vivo retrato de esa sociedad que rechazaban. De esa democracia que en tiempos de Carlos Andrés Pérez entraba con energía y con un barril de petróleo y de güisqui fuerte que inundaba de felicidad las calles. De los miembros más emblemáticos González León era uno de los sobrevivientes. Había participado en los grupos vanguardistas Sardio y El Techo de la Ballena, asociaciones que, junto a Tabla Redonda, representaron la irreverencia de los años sesenta en Caracas. Vanguardia que al desplomarse dio paso a que surgiera la República del Este, sociedad en la que militó hasta el final de sus días, y de la cual fue referencia obligada. De esa cofradía algunos miembros quedan por ahí, en otras barras o alejados de ellas. Unos, con orgullo, reconociéndose como republicanos ; otros negando cualquier afiliación cercana. Unos olvidaron las ideas revolucionarias; otros las reafirmaron con el socialismo del siglo veintiuno y de la Cuarta, en la quedó varada el área mágica de la República del Este, no quieren saber nada. Había de todo en aquella peña formada por los ex miembros de El Techo de la Ballena, el grupo Sardio y Tabla Redonda. No era un grupo con una unidad temática, política, ni filosófica. Alguien preguntó por los requisitos para ingresar y la respuesta fue sencilla: participación, hermandad y compañerismo, recordaba a Oliveros. 42
43 Con requerimientos tan subjetivos, la ciudadanía, podría decirse, la adquiría cualquiera. Por la geografía de la imaginaria nación pasó una comparsa de personas y personajes, intelectuales unos, otros no tanto, pero que en común tenían esa necesidad de acudir al bar; despacharse un par de tragos y celebrar o lamentar esas cosas de la vida. A la cabeza de ese carnaval iban: el poeta Caupolicán Ovalles, Padre de la Patria; el economista y escritor Orlando Araujo; el político e historiador Manuel Alfredo Rodríguez y el propio Adriano González León. Entre tanta testosterona, las mujeres tenían su participación más representativa en las periodistas Miyó Vestrini y Mary Ferrero. Fueron también militantes del grupo: el filósofo Ludovico Silva, el cineasta Enver Cordido, el empresario Elías Vallés; los poetas Luis Camilo Guevara y Víctor El Chino Valera Mora; el médico Marcelino Madriz, el psiquiatra Manuel Matute, los escritores Salvador Garmendia, Baica Dávalos y Francisco Pancho Massiani. Pero la lista no se agota con estos nombres De la militancia a los bares El corazón de nuestra cultura, como lo llamaba el escritor Eduardo Liendo, fue un erudito de la palabra. González León se había iniciado en la escritura en los albores de la adolescencia. Cuando a los quince años una nota sobre su tierra natal fuera reseñada en El Nacional y desde ese entonces tuviera un espacio en las páginas del rotativo. Su primera obra publicada fue la selección de cuentos Las hogueras más altas a cargo de la editorial argentina Goyanarte en 1959, a ella seguiría Asfalto- 43
44 infierno y otros relatos demoníacos. La publicación, lanzada en 1963, estuvo a cargo de un grupo vanguardista cuyo coletazo sacudió la Universidad Central de Venezuela, el Gobierno, la prensa y la sociedad: El Techo de la Ballena. Cinco años después, los cimientos de esta agrupación se vinieron abajo y con ellos, los movimientos de vanguardia caraqueños. Siguió latente el descontento con la democracia, la inconformidad con la política y la mansedumbre de la sociedad, pero la irreverencia bajó de tono hasta hacerse inaudible. Asimismo, a partir de 1964, espacios de participación entre la intelectualidad de izquierda y el gobierno fueron abriéndose y los coletazos sardianos pasaron por debajo de la tabla redonda de una mesa. El país siguió siendo portátil y así lo reflejaría González León en la obra que le dio penas y glorias. Aunque la República del Este se conformó, en un principio, con participantes de los grupos literarios de los sesenta, no surgió como una asociación literaria o intelectual con alguna propuesta ideológica. Nació más bien como espacio de distensión y tertulia, para llenar el vacío inexorable de la derrota de los sesenta; de la derrota de una pretendida revolución de izquierda que se enfrentó a plomo limpio con los primeros gobiernos adecos. Fracaso que, a pesar de ser hiriente y doloroso, estuvo imbuido de una alegría efímera; desilusión que halló en los tragos el combustible necesario para seguir encendiendo discursos y quemando ideas. Y fue la caña, precisamente, la que ahogó en sus sinuosidades a muchos miembros de la agrupación. 44
45 Tragos, conversación y humor. Eso había en los bares de Sabana Grande donde se instalaron los republicanos. La dictadura y la represión adeca quedaban en los anales de la historia. Las redadas policiales en busca de guerrilleros e izquierdosos se hicieron menos frecuentes. La pacificación empezaba a extenderse a todos los ámbitos. Los que se unieron a las guerrillas rurales bajaron de las montañas. Poco a poco, sin perder la esperanza en los movimientos de izquierda, se fue desvaneciendo la idea de alcanzar el poder a través de las armas. Los setenta llegaban con apertura, dinero en las calles y corrupción. Tal vez, una democracia más creíble, pero no defendible desde las trincheras de las letras y la crítica aguda de los intelectuales. Pero así fue aceptada y en la cantina, al compás de un bolero cortavena y aguardentoso, la nación de los artistas tomó la palabra. Otra vez en la Vallés El domingo 13 de enero de 2008, La partida de Adriano, como titula El Nacional, ya es conocida en el mundo académico y literario. Por Internet empiezan a circular las primeras notas de despedida, anecdóticas y hasta reflexivas sobre la vida y obra del trujillano. La capilla principal de la Funeraria Vallés está dispuesta para recibir a deudos, amigos y curiosos. Gente que desde hacía años no se veía vuelve a encontrarse. No sólo antiguos republicanos se saludan a lo largo de la alfombra que conduce a donde reposa el escritor. Familiares y amigos; políticos y poetas; 45
46 perseguidos y perseguidores; admiradores y curiosos acuden a rendir respetos a González León. El pasillo bulle de gente. Decenas de personas van y vienen. Así, disgregados, son un grupo tan variopinto como en su época fue la República del Este. Quizás alguno de ellos recordó una de las frases predilectas del autor de País portátil: Barra que bebe unida, permanece unida, leit motiv frecuente de las tertulias y de las conversaciones esporádicas. O la del poeta iraní Omar Khayyam que también refería muy a menudo: Voy por el camino con mi sombra y mi botella. Afortunadamente mi sombra no bebe. Un punto de control obligado para los habitués del este, fuera para despedir o ser despedido, era la casa mortuoria de Los Jabillos. Su dueño, Elías Vallés, ofrecía un servicio deferente cuando un republicano abandonaba este mundo. No era un intelectual, pero era apreciado por sus compañeros. Había ocupado cargos importantes en la República, fue presidente y encargado de los asuntos trascendentes y del más allá. También fue uno de sus más generosos contribuyentes: El gran pitcher o mecenas del grupo. Aunque hoy no se cuente entre los sobrevivientes, los contratos convenidos en otro tiempo, aún tienen vigencia. Ese domingo no es la excepción. En el pasillo se respira solidaridad ante el viejo maestro que se ha ido, pero no puede decirse que fuera lastimoso, a fin de cuentas, Adriano hizo lo que quería: despacharse la vida a tragos y llenarse de vivencias que no necesariamente se convertirían en letra. Me llena de enfado la fragilidad de los instantes, el que uno no pueda hacer perdurable determinado hecho de su vida. Y no es que me 46
47 queje del pase del tiempo, del cual todo el mundo se ha quejado ( ), pero busco la solución. Veinte años habían pasado de la publicación de País portátil cuando la periodista Miriam Freilich reseñó en El Nacional esta aseveración del escritor. Veinte años después de esa entrevista nadie podría saber si encontró la solución. Allí están, en el corredor, los amigos: David Alizo, Manuel Matute, Luis Camilo Guevara, Josefa Quesada, Oscar Sambrano Urdaneta, Luis Alberto Crespo, Álvaro Aranguibel, Luis Pastori, Tita Quesada, Elisa Maggi, Manuel Quintana Castillo, Teodoro Petkoff, Oswaldo Barreto, Alfonso Montilla y Marcos Miliani, entre muchos otros. Por este día, nada de jamones colgantes, rosarios de ajos ni ejércitos de botellas multicolores. No hay copas para brindar, una infusión o un café para permanecer en vigilia. Por el pasillo central ruedan murmullos, apretones de mano, muestras de afecto y anécdotas. Albores del área mágica La República del Este, territorio ficticio que diera letra y forma a la expresión de quienes hallaban en la bohemia la forma de paliar incertidumbres y burlarse de lo efímero de la vida tuvo en Caupolicán Ovalles a su Padre de la Patria. Había sido participante en otras organizaciones como El Techo de la Ballena y La Pandilla de Lautréamont, congregación de poetas conformada por Luis Camilo Guevara, Elí Galindo, Víctor El Chino Valera Mora, José Pepe Barroeta, Carlos Noguera y el pintor Mario Abreu, entre otros. Su poema Duerme usted, señor Presidente? publicado en 1962, causó polémica por el lenguaje franco e irreverente con que se criticaba al entonces líder de gobierno, 47
48 Rómulo Betancourt. Toda una oda agudamente contestaria que le valió unos años de exilio y que, después, serviría para satirizar a Ovalles cuando se retrataba y embebía en güisqui con el adeco de turno. El poeta explicó en la publicación República del Este en junio de 1980 que el grupo había nacido como conclusión de varios intentos de asociaciones y de experiencias de grupos literarios, entre ellos la lógica línea que va de Sardio al Techo de la Ballena, del Techo a Sol Cuello Cortado y de éste a la Pandilla de Lautréamont. El nacimiento de la quimérica nación habría ocurrido en 1968 aunque existe más de una versión al respecto, un día de octubre en el que se instaura el gobierno en las mesas del restaurante El Viñedo, local que estuvo ubicado en la calle El Colegio, enfrente de la librería Ulises. Este primer gabinete, más intelectual e informal que los posteriores, quedó consolidado con Ovalles en la presidencia; el poeta Luis Camilo Guevara como Primer Ministro; el pintor Mario Abreu como ministro de la Defensa y el titiritero y poeta argentino Javier Villafañe como ministro de Educación. Años más tarde la organización de gobiernos y distribución de cargos tendría otra forma, casi igualmente arbitraria, pero con más cancha a la sátira, el histrionismo y el verbo encendido de los discursos de los participantes. La época se caracterizó por la invasión de los tanques rusos a Checoslovaquia, las revueltas universitarias, el Mayo Francés; y en el plano interno, por el triunfo de Rafael Caldera y su política de pacificación una vez instalado en Miraflores. Quienes estaban en el exilio o habían contribuido con la 48
49 guerrilla empezaron a asomar por los predios de Sabana Grande, sitio estratégico de encuentro de los intelectuales, habladores y bebedores. Las librerías Suma y Ulises eran otro atractivo de la zona. El ambiente se prestaba a la tertulia, al intercambio intelectual para compartir un par de copas o expresar las inconformidades con la vida o el Gobierno. Por varias etapas habría de pasar la nación de los bohemios. Presidentes se sucederían uno tras otro hasta que la broma se agotó a principios de los ochenta, cuando nuevos rostros asomaron por Sabana Grande, cuando el güisqui empezó a subir de precio y los tragos a cuenta de otros fueron menos frecuentes. Encabezando la lista de los generosos republicanos que descorchaban sin desparpajos estaba Elías Vallés. Indio sensible y magnánimo Oriundo de Guayana y periodista de oficio abandonó las oficinas de Radio Rumbos para iniciar con su esposa Mireya Hernández, la empresa de los servicios fúnebres. En un principio quiso que fuera Funeraria Caracas, pero el criterio femenino se impuso y Vallés le dio el apellido al velatorio de Los Jabillos. En el negocio de la muerte hizo de chofer de las carrozas, maquilló rostros, vistió cadáveres e, incluso, le rezó las oraciones fúnebres a algún amigo. Al filo de la medianoche le confió a la periodista Miyó Vestrini, en una entrevista publicada el 3 de agosto de 1980 que la muerte no era siempre un rito apacible y lujoso. Ponía de ejemplo las dificultades de morir en una noche de lluvia en un barrio de Caracas. Entonces hay que inventar, hacer algo para velar 49
50 al cadáver desamparado. Por eso, me ha tocado muchas veces poner funerarias clandestinas. Me parece terrible que se muera un niño y no haya dónde velarlo, indicaba Vallés, asimismo, recalcaba que esos servicios carecían de lujos, y se ofrecían gratuitamente. Aun cuando la muerte le resultaba un hecho risible, el final de la existencia, el negocio de las pompas fúnebres era algo que no se tomaba con ligereza. A la periodista le dijo sentirse marginal por estar a la acechanza de un cadáver para poder vivir. Le contaba también de las cientos de historias que lleva encima un enterrador, porque, ante todo, así se definía: Soy un simple enterrador, un preparador de cadáveres, un diseñador de mejillas. Cuando la sangre ha huido de los rostros, yo vuelvo a moldearlos. Les pongo onoto y ya no se ven tan pálidos. Así como aceptaba su oficio, desempeñado sobre los despojos de un cuerpo, se reconocía indio. Descendiente de caciques, con una concepción espiritual diferente para afrontar la vida, también susceptible a las artes. Por ello, le apasionaba la República del Este: Los indios somos sensibles al cultivo de la inteligencia, de la poesía, del verbo como contestación expresa del afecto, es algo que me conmueve, que me atrae. La realidad es algo que me parece horrible y los hombres sueñan, se mantienen alejados de la realidad. Vestrini le aclaraba que la República era una realidad. Vallés le respondía: No. Es una fantasía. No olvides que es utópica. Convergen muchos seres que escapan a través de la noche, sueñan, imaginan y perciben cosas. Seres que en una u otra forma, cuando están en la penumbra, se sienten distintos. Le gustaba la noche, lo atraía lo lúgubre, la 50
51 penumbra bulliciosa de un bar, diferente a la oscuridad silenciosa de un velatorio. En esos espacios empezó a escribir un libro que titularía Historias de un enterrador, pero que nunca terminó de organizar y publicar. Esa sensibilidad al mundo artístico lo habría acercado a la gente de Sabana Grande, así lo cree la viuda del empresario, Mireya Hernández. Desde la oficina, donde antes despachaba Elías, responde con serenidad. Sus gestos sutiles y pequeñas pausas permiten suponer que evoca el esposo fallecido hace once años. El lugar está decorado con imágenes religiosas, fotografías de la familia, estatuillas y reconocimientos a la funeraria. No refiere anécdotas de la República del Este, la visitó en pocas ocasiones y para almuerzos especiales antes que para asistir a las tertulias. Refiere anécdotas particulares con Manuel Alfredo Rodríguez, Caupolicán Ovalles, Hugo Baptista, Francisco Salazar Martínez y Rafael Franceschi. Recuerda a un esposo que veía con admiración la obra de los poetas y escritores, al que le gustaba compartir con ellos, invitarles un trago y aprender escuchando las historias que referían. Sobre la generosidad de Elías señala que la fama de mecenas y financista se la dieron otros, pero no era un atributo del que su esposo hiciera alarde. Ayudaba a los amigos de la mejor manera que podía, sin empacho alguno ofrecía respaldo económico si un apuro asomaba en el panorama. Por momentos habla como si el compañero aún viviera, como si estuviera en esa oficina que aún transpira su presencia. Le gustaba la música llanera y escuchaba con atención cuando yo ponía música clásica, recuerda. 51
52 Elías siempre le reclamó, en tono afectuoso, haberlo sacado del periodismo para iniciar un nuevo oficio, pero algo quedaría en Vallés de su experiencia periodística que, luego de incorporarse al grupo, propició y financió la publicación República del Este de la cual fue editor. Aunque unos amigos dicen que lo hizo sólo para quitarse la fama de enterrador, otros reconocen que su interés por el arte habría sido la razón por la que apoyó el surgimiento de la revista. En cualquiera de los casos, la publicación desapareció después de cinco números y lo que pudo haber sido la tribuna de expresión republicana quedó sepultada sin grandes glorias. En vida, Elías fijó dos concesiones en su empresa, tanto los periodistas como sus amigos de la República tendrían descuento y consideraciones especiales a la hora gris de necesitar el servicio. La viuda respeta esas cláusulas. Así, los republicanos, como en broma y con motivo de unas elecciones diría Ludovico Silva: tarde o temprano acudirán a las urnas de Vallés. El área mágica De la Funeraria Vallés a la zona que ocupó la República del Este distan tres cuadras. En aquellos tiempos el epicentro de la bohemia era conocido como el Triángulo de las Bermudas, todo lo que pasaba por ahí se perdía para siempre. El circuito, que no era propiamente un triángulo, estaba conformado por los restaurantes Al Vecchio Mulino, Franco, Camilo y La Bajada. Como satélites funcionaban las barras de El Viñedo, La Masía, Páprika, El Encuentro, El Gato Pescador, Tic Tac y el Chicken Bar o Bar BQ. Cualquier botiquín tenía abiertas 52
53 sus puertas a la tertulia. Era otra Sabana Grande, sin bulevar, sin inseguridad. Un sitio especial que daba a la ciudad cierto aire de modernidad. Se evocaba una París tropical, con terrazas abiertas y descampadas que acogían a sus visitantes hasta bien entrada la noche. Ya el centro de Caracas había dejado de ser el punto de encuentro de los tiempos de Sardio. Quedaba además en el oeste, donde los republicanos decían que no los querían. La República si bien no fue un grupo activo en la política, parecía responder a una motivación propia de la conciencia crítica. Los problemas de la nación que denunciaban, fuera en público o a viva voz alebrestados por alguna copa, no eran atendidos por la verdadera República la que efectivamente regía los destinos del país. Eso era tema recurrente en las charlas y tertulias. Pero, les preocupaba realmente el país o era sólo el aspaviento de un grupo más interesado en ejercer irónicamente la crítica sin ganas de aportar esfuerzo concreto alguno? Hubo de verdad una proposición política en la República del Este? El escritor Orlando Araujo, quien también ejerciera de presidente, dio una respuesta en su libro Crónicas de caña y muerte: Y sucedió que un día fundamos una república ( ) porque en el oeste, una república que no fundamos, nos rechaza y nosotros a ella. Se ha dicho, entre gentes de farsa y testimonio, que derrotada la guerrilla y dividida la izquierda, llegaba el tiempo de la nostalgia, de la bohemia y de la melancolía, y ciertamente con nosotros hay audaces cronistas de la tristeza, del amor, del vino y de la muerte, que escriben y cantan con dolor de ausencia. Pero aquella república no fue ni es un club de la evasión, sino un amoroso surtidor equilibrando los cristales de la agonía que no cesa. 53
54 Y la agonía no habría de cesar. Aunque el tintineo de las copas alegrara los momentos de reunión, la soledad y la frustración se comían a algunos por dentro. La periodista Miyó Vestrini señalaba al colega José Tomás Guerra en 1976: La República es apenas un conjunto de amigos desolados, que no saben qué hacer con sus vidas a las 5:00 pm, y que se encaminan entonces, como quien va a una isla agradable, al café o al bar de Sabana Grande. Pero no todo era drama o melodrama, también hubo polémica, como la que giró en torno a Salvador Garmendia cuando publicó el relato El inquieto anacobero. En la República y a su alrededor hubo verbo culto, vicios ocultos y malas palabras. Hubo pasión, vehemencia, alcohol e idilio. Y humor. Con humor se despacharon cotidianeidades y las peculiaridades de sus miembros. También hubo anarquía: no había en el papel ningún reglamento o mandamiento que vetara o permitiera algo. Mas dentro de la consolidación de uno de los gabinetes, se confió al psiquiatra Manuel Matute estar a cargo de los locos, acaso no había en todos ellos un ápice de locura? Hay quienes dicen que en la República se ahogaron en alcohol las pretensiones literarias de unos cuantos venezolanos, y que algunos se vendieron al mejor postor para poder pagar la cuenta y salir al exterior para continuar la farra en otros lares. Qué de bueno y qué de malo ha dejado la República del Este en los planos literario, social y político venezolanos? Las barras en que se reunían sirvieron de soporte a la producción intelectual de sus miembros o sólo la ahogaron en alcohol? Existía una democracia verdadera o su organización fue más arbitraria que la de la república del oeste, a la cual tanto criticaban? Cómo 54
55 fue la relación de los republicanos con la realidad que les tocó vivir? Sus miembros siempre fueron amigos o también surgieron enemistades? Qué signó la desintegración del grupo? Las opiniones se encuentran cuando se trata de definir qué fue y qué representó la agrupación. Descalificada por unos y vanagloriada por otros, es innegable que se hizo sentir en algún momento, que fue el foco de atracción de aquella Sabana Grande que no ha recuperado su brillo y que fue referente de la intelectualidad de Caracas hace décadas. Con sus etapas de esplendor y decadencia se dejan colar muchos rasgos que ofrecen una visión del país que se vivía y del que se avecinaba. Porque si bien la República del Este tuvo como sino de su surgimiento el fracaso de la lucha guerrillera, también el albor de la democracia venezolana se caracterizó por este hecho. Si su fin estuvo relacionado, directa o indirectamente, con el Viernes Negro, cuando se destaparon los precios del güisqui; también el esplendor de la Venezuela Saudita terminó de ser enterrado por un dólar que dejó de costar 4,30 bolívares. Lo mismo ocurriría con la creación literaria, si antes se centraba en la denuncia, por los tiempos de la República prefirió el adorno, el regodeo en las palabras; o con la militancia política y la participación ciudadana, que también mermaron en los setenta ante los chorros de dinero que inundaron las calles. *** 55
56 Los ex compañeros de República y amigos permanecen en aquel pasillo de la Funeraria Vallés murmurando viejas anécdotas. Los bares donde se realizaban las tertulias ya desaparecieron. Tres cuadras al sur del velatorio en la avenida Solano, no quedan muchos vestigios de lo que representó aquella nación ficticia: sólo en Sabana Grande la librería Suma y el restaurante Franco quedan como reminiscencias de una epopeya imaginaria, más bien idealista que ideológicamente sólida. 56
57 CAPÍTULO II: Amanecí de bala En este país donde siempre fui un arbolario un mal incendio un inesperado voladizo Víctor Valera Mora. Amanecí de bala Universidad Central de Venezuela. Una noche de 1969 en las adyacencias del Instituto de Medicina Tropical. Se acerca un carro a baja velocidad. Viene a media luz: uno de sus faros delanteros está averiado. Al volante, el recién galardonado escritor Adriano González León. Pareciera estar acumulando experiencias para reconstruir alguna escena de su País portátil, pero no. González León manejaba su carro, en medio de la noche caraqueña, pero no venía de dar una clase en el claustro universitario, ni se dirigía a casa luego de una noche de tertulia en la naciente República del Este. En aquella ocasión, Adriano sacaba de un aprieto a un amigo, no era para menos, muchas aventuras corrieron juntos, unidos además por los mismos principios e ideas. Las discusiones de los intelectuales en la Sabana Grande de la década de los sesenta no giraban exclusivamente en torno a obras literarias. En el tapete estaban las ideas de izquierda, la revolución advenediza, la patria socialista, la utopía posible. Los más aventurados veían con buenos ojos el asalto al poder por medio de las armas, pero fueron pocos los que se terciaron un fusil al hombro para internarse en las montañas. En tiempos de Rómulo Betancourt, sin embargo, fueron frecuentes las redadas en los restaurantes El Gato Pescador y Tic Tac en 57
58 busca de revoltosos y cabezas calientes. Pues, aunque los poetas que frecuentaban sus barras no formaran parte de algún grupo guerrillero, era bien sabido por dónde iban sus ideas y, también, que la solidaridad podría llevarles a establecer algún tipo de contacto con los combatientes. Fue al Tic Tac donde una muchacha se acercaría una noche de 1969, en busca de un contacto para sacar de un apuro a su hermano, que se había metido a guerrillero. Ya las aguas estaban menos agitadas, pero en algunos persistía la idea de la revolución armada. Un joven llamado Oswaldo Barreto se unió al movimiento armado con la intención de organizar un frente en las cercanías de Bergantín, estado Anzoátegui. Era parte de un grupo que se dio a conocer como Movimiento de Salvación Nacional (Mosaln). Liderada por el guerrillero Baltasar Ojeda Negrete, alias Elías, la agrupación había perpetrado el asalto al Royal Bank de Puerto La Cruz. Fracasada la experiencia insurreccional y con una parte del botín a cuestas, Barreto y algunos de sus compañeros regresaron a Caracas en La policía les seguía la pista. Fue precisamente la hermana de Barreto quien se encaminó al Tic Tac en busca de un refugio para el hermano, que se encontraba escondido en la Ciudad Universitaria, junto a un camarada apodado el negro Manolito. Dormíamos detrás de Medicina Tropical, cuenta. Mi hermana fue a buscar a alguien que me enconchara y resulta que nadie de los que me conocía se ofreció, salvo un tipo que llegó y le dijo: Yo soy Esdras Parra. Le dio la dirección, la llave y me ofreció la casa. 58
59 La concha estaba asegurada, no así la salida del fugitivo de las instalaciones universitarias. Nuevamente, salió la joven a buscar a un amigo. Esta vez, con las señas bien especificadas: Adriano González León. Barreto y Adriano eran amigos de la infancia, de aquellos tiempos mozos en su Valera natal. La mujer se encontró con el escritor. González León accedió, adviertió del faro dañado, pero no se echó para atrás. Fue al rescate de Barreto, el amigo que muchos años después sería el encargado de dirigir las palabras de despedida en su entierro. Barreto no reconoce una vinculación directa de González León con la insurrección armada, pero afirma que Adriano, Caupo y toda la República del Este actuaban así, esos eran sus vínculos con lo que era la guerrilla. Se refiere a que, si estaba dentro de sus posibilidades, algunos de los intelectuales que formaban parte de una incipiente República del Este no dudaban en echar una mano, dar un aventón o hacerles llegar armas a aquellos compatriotas que se aventuraron en una experiencia insurreccional contra el gobierno adeco. Cuando Barreto se refugió en casa de Esdras Parra, adeco que había conocido años atrás en Roma, la intensidad del movimiento armado ya había perdido fuerza. Quedaban algunos focos subversivos, pero, ante la pacificación promovida por el gobierno de Rafael Caldera y el repliegue acordado por el Partido Comunista, el movimiento armado ya era un fracaso. Heredó ese síndrome de la derrota la República del Este? Fue la desembocadura natural de las distintas asociaciones literarias y filoizquierdistas surgidas en el fragor de los años sesenta? El punto de encuentro de una generación frustrada por no haber 59
60 alcanzado mayores cuotas de poder, incapaz en la práctica de romper patrones que se habían propuesto echar por tierra desde su época juvenil? Quedaba en ellos esa afección radical que había hecho metástasis en los sesenta, aquella vieja utopía de una patria socialista? De la solidaridad a la división La generación a la que pertenecen los republicanos fue un conglomerado hermanado desde que coincidiera en la lucha en la cual se empeñaron todas las fuerzas políticas durante los años cincuenta: el derrocamiento del régimen de Marcos Pérez Jiménez. La Unidad Nacional estaba conformada por los partidos Acción Democrática (AD), Copei, Unión Republicana Democrática (URD) y el Partido Comunista Venezolano. Entre los obreros, estudiantes y sociedad en general se percibía el ímpetu por acabar con la tiranía. Allí cabían todos. Los esfuerzos cristalizaron con la huida del dictador el 23 de enero de El pueblo salió a las calles a celebrar las libertades recuperadas. Se abrió de esta forma el auge de las masas que irrumpiría con intenciones de propiciar un cambio en el sistema. La Junta de Gobierno presidida por el contralmirante Wolfgang Larrazábal asumió las riendas del Gobierno en Ese mismo año con la firma del Pacto de Punto Fijo entre las organizaciones AD, Copei y URD quedó por fuera el Partido Comunista. En diciembre, se convocó a elecciones resultando electo Rómulo Betancourt, quien asumió el poder el 13 de febrero de 1959 y volvió a ratificar la iniciativa anunciada antes de asumir la presidencia: distanciamiento 60
61 con los comunistas. Una vez en Miraflores la reticencia y rechazo fueron contundentes. El PCV, elemento clave en el derrocamiento contra Pérez Jiménez, quedaba al margen de la estructura de poder. Un mes antes de asumir Betancourt, los barbudos de Fidel Castro triunfaron en Cuba produciendo un impacto y emoción revolucionarios en los grupos de izquierda de Latinoamérica. Si bien la influencia de la Revolución Cubana fue innegable en la gesta de proyectos socialistas, las condiciones políticas, sociales y económicas contribuyeron a la movilización de masas iniciada, un año atrás, con el derrocamiento del régimen de Pérez Jiménez. El ensayista Alfredo Chacón señala en su libro La izquierda cultural venezolana Ensayo y antología: Rota la contención política impuesta durante los diez años precedentes por la dictadura militar, a partir del 23 de enero de 1958 las distintas fuerzas sociales replantean su conflicto a través de un nuevo espectro de movimientos y partidos. Y es, precisamente, la década de los sesenta la que propicia el ambiente para el surgimiento de iniciativas políticas de nuevo cuño. Entre ellas, las de los radicales que se echaron al monte, armados, siguiendo el ejemplo de Fidel Castro. En el campo cultural, se desarrolló paralelamente una vanguardia antisistema caracterizada por la irreverencia. La irrupción de la vanguardia La sociedad venezolana seguía expectante ante un cambio que no terminaba de cuajar con la llegada de Betancourt al poder. Con la tregua política burlada con la exclusión de los comunistas del gobierno tripartito (AD, Copei y 61
62 URD), el crecimiento de la militancia de izquierda, aunado a las movilizaciones de estudiantes y obreros, simpatizantes de las ideas del PCV, las calles se fueron calentando nuevamente. En el seno de AD surgieron disyuntivas entre la vieja guardia, que durante la dictadura estuvo en el exilio, y el grupo que había permanecido en el país. Asimismo, el declarado anticomunismo de Betancourt produjo discusiones en el ala izquierda de su partido, sobre todo entre el sector más joven. Como consecuencia de esas diferencias, en abril de 1960 surge el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) liderado por Simón Sáez Mérida, Américo Martín, Domingo Alberto Rangel y Rómulo Henríquez. Esta nueva organización sería fundamental en el auge de la insurgencia. Los grupos armados empezaron a consolidarse en los barrios, los sindicatos y entre los estudiantes universitarios. Posteriormente, el PCV en alianza con el MIR y algunos sectores descontentos de las Fuerzas Armadas organizaron el alzamiento de la guerrilla con intenciones de alcanzar el poder por la vía de la insurrección. En el área cultural, las manifestaciones y asociaciones no tardarían en hacerse sentir. Entre los jóvenes que toman la delantera en el campo del arte y la literatura, el espíritu de rebeldía predomina abiertamente mientras dura el auge de los partidos revolucionarios, indica Chacón en su libro. Ese ímpetu rebelde se aglutinó, en un principio, en Sardio. Agrupación que se reunía en torno a las mesas del bar Iruña, que estuvo ubicado en el centro, cerca del Teatro Municipal. El grupo estaba conformado por escritores, poetas y 62
63 pintores: Adriano González León, Luis García Morales, Guillermo Sucre, Gonzalo Castellanos, Elisa Lerner, Salvador Garmendia, Rómulo Aranguibel, Efraín Hurtado, Antonio Pasquali, Francisco Pérez Perdomo, Rodolfo Izaguirre, Edmundo Aray, Héctor Malavé Mata, entre otros. Posterior a la caída del dictador, la organización se reunió en pleno y publicaron el primer número de la revista Sardio en mayo-junio de En esa edición aparece Testimonio, en el que se puede leer: Nadie que no sea militante permanente de la libertad puede sentir la portentosa aventura creadora del espíritu. Ante el peso de una historia singularmente preñada de inminencias angustiosas, como la de nuestros días, ningún hombre de pensamiento puede eludir esa militancia sin traicionar su propia, radical condición ( ) No se vive, ni se deja vivir, impunemente. Es menester quemarse un tanto en el fuego devorante de la historia. Cuanto revele la huella del hombre ha de ser responsable de un camino. Y quienes asuman posición en el mundo de la cultura han de ser sensibles también a las urgentes esperanzas de su época. Algunos de los integrantes de Sardio habían estado en contacto con los dirigentes de AD y colaborado clandestinamente en el año precedente al 23 de enero. Algunos venían de la provincia y se habían conocido en el liceo Fermín Toro. En aquel tiempo la bohemia no se concentraba en Sabana Grande, sino en el centro de la ciudad y en algunos cafés de Los Chaguaramos. La propuesta estética que esgrimían abogaba por una nueva visión y una distinta sensibilidad que, según sostenían, se había agotado con el folclorismo y exceso de color local de las manifestaciones artísticas de la época. En lo 63
64 referido a la política reclamaban iniciativas nacionalistas para proteger la soberanía del Imperialismo del Norte. En el mismo manifiesto, carta de presentación del grupo, escriben: Pero si ayer fuimos militantes y activistas en la aventura de la Resistencia nacional, hoy sólo aspiramos, sin abandonar personales compromisos civiles, a asumir actitud crítica y orientadora en medio de la vertiginosa dinámica de recuperación que es actualmente la patria. No pretendemos ser políticos dirigentes, pero sí aceptar nuestra obligante condición de escritores y artistas ( ) El intelectual es un ser admonitorio y polémico, capaz, en ocasiones, de ir contra la corriente a fin de señalar abismos e injusticias. En otra ribera se desplazaba la gente del grupo Tabla Redonda eminentemente conformado por jóvenes escritores y periodistas del Partido Comunista entre los que estaban Jesús Sanoja Hernández, Arnaldo Acosta Bello, Manuel Caballero, Rafael Cadenas y Jesús Enrique Guédez. Esta asociación surgió a mediados de 1959 y sus integrantes venían del exilio de la dictadura y algunos con experiencia en las cárceles. La agrupación contó con una publicación orientada a la confrontación ideológica, a promover el deslastre del conformismo con los patrones establecidos y a superar el realismo como corriente artística peculiar de los comunistas. La tribuna estaba abierta para la discusión, sin embargo, el grupo, aunque con intenciones de alcanzar a las masas, no logró un acercamiento real como tampoco lo tuvo la tropa sardiana. 64
65 Materia en ebullición En 1961 desaparece Sardio. Las divergencias ideológicas surgidas en torno a la Revolución Cubana y orientación de la publicación minaron los intereses de los participantes, quienes se disgregaron. Sobre sus cenizas se erigió, en el mismo año, un nuevo grupo que traería consigo el escándalo y el tremendismo no alcanzados, hasta el momento, por la vanguardia artística: El Techo de la Ballena. En Para la restitución del magma publicado el 24 de marzo en Rayado sobre el Techo, nombre que llevaba la publicación del grupo, advierten: impacto la materia se trasciende la materia se trasciende las texturas se estremecen los ritmos tienden al vértigo eso que preside el acto de crear que es violentarse-dejar constancia de que se es porque hay que restituir el magma en su caída el informalismo lo reubica en plena actividad del crear restablece categorías que ya la ciencia presiente El grupo identificado con la contracultura, influenciado por los beats 1 de los estadounidenses, el surrealismo y el nadaísmo 2, lo integró gente comprometida e identificada con la izquierda, simpatizantes de Fidel Castro y el Che Guevara. Adriano González León, Carlos Contramaestre, Perán Erminy, Manuel Quintana Castillo, Daniel González, Caupolicán Ovalles, Gonzalo Castellanos, Edmundo Aray, Salvador Garmendia, José María Cruxent, Rodolfo Izaguirre, Efraín Hurtado, Francisco Pérez Perdomo, Alberto Brandt y Dámaso Ogaz fueron 1 Referencia a las ideas de la Generación Beat, grupo propulsor de la liberación espiritual y la ruptura con los valores comerciales. Surgió en 1948 en Estados Unidos. Estuvo conformado por los escritores Jack Kerouac, Neal Cassady, William Burroughs, Herbert Huncke, John Clellon Holmes y Allen Ginsberg. 2 Agrupación surgida en Colombia en 1958 con el poeta Gonzalo Arango como líder. De espíritu contestario e irreverente, a través del exhibicionismo buscaban desacralizar la cultura colombiana establecida. 65
66 algunos de integrantes de esta polémica agrupación de espíritu dadaísta y contestatario. En el mismo año de nacimiento presentaron, en junio, su primera exposición: Homenaje a la Cursilería. La propuesta, sátira a algunos personajes del mundo cultural y político, sirvió como tarjeta de presentación y complemento del tono irreverente y sarcástico expresado desde las líneas de Rayado sobre el Techo. El ensayista Juan Carlos Santaella en su libro Manifiestos literarios venezolanos señala: Como todo grupo literario, El Techo de la Ballena representa una generación que irrumpe en momentos en que se cierne sobre el país un marcado clima de incertidumbres políticas, y ellos, de alguna forma, no dejaron de manifestar sus opiniones al respecto. El resurgir de la democracia no había arrancado con paso firme. Las diferencias con el Gobierno fueron haciéndose notorias. Con los comunistas apartados de las instancias de poder y el sector revolucionario robustecido con la escisión adeca, la insurgencia armada no tardó en hacerse sentir en la sociedad venezolana. En 1962 se fundó el Frente Armado de Liberación Nacional (FALN), componente militar del Partido Comunista y el MIR dirigido en distintos focos por Douglas Bolívar, Carlos Betancourt, Alfredo Maneiro y Argimiro Gabaldón, inició operaciones en las ciudades con la Unidad Táctica de Combate (UTC) y en el interior con los Frentes Guerrilleros Rurales. 66
67 La respuesta del gobierno blanco fue contundente. Se creó la Dirección Nacional de Policía (Digepol). Todo lo que evidenciara o siquiera insinuara simpatía por el comunismo era repelido en las calles y en allanamientos a sindicatos y casas de estudios. A través de los teatros de operaciones se lograron desarticular organizaciones armadas. El plomo reventaba entre bando y bando sin que el panorama se pintara calmo a corto plazo. Mientras dormías En la onda de provocaciones y burlas, El Techo de la Ballena publicó el poemario Duerme usted, señor Presidente? escrito por el joven poeta y abogado sin ejercer Caupolicán Ovalles. La obra, franco ataque a Betancourt, suscitó escándalo por el desparpajo y tono empleado por el escritor: EL PRESIDENTE vive gozando en su palacio es un perro que manda es un perro que obedece a sus amos, es un perro que menea la cola, es un perro que besa las botas y ruñe los huesos que le tira cualquiera de caché Y es un asesino de cuidado Ahí va la mierda más coqueta. entre cuidados y muelles colchones, la vieja zorra duerme. Nada le hace despertar. EL PRESIDENTE vive gozando en su palacio. Líneas como éstas componen el poemario-diatriba publicado en 1962 por los balleneros. El prólogo de la edición estuvo a cargo de Adriano González León quien escribió: Funciona este libro, desusadamente adicto al desafío, 67
68 aprovechando la materia hasta ahora denominada no poética, en un giro decididamente singular, porque existe una fatiga cuando se descubre la ineficacia de la palabra tradicional, lo inoportuno del ejercicio culto, la triste invalidez de los literario cuando arrecia la enfermedad de vivir. Si el presidente Betancourt cuando no respondía con plomo dormía, sesteaba o simplemente descansaba la vista ante los reclamos de los sectores de oposición, la publicación lo sacó del ensueño y mandó encarcelar a los artistas de la basura de la sociedad. En ese momento Carlos Andrés Pérez era el titular de la cartera del Interior, según refiere el mismo Ovalles en el libro Usted me debe esa cárcel, el ministro persuadió a Betancourt para no encarcelarlo. Sería muy evidente, un escándalo innecesario y haría que las ventas del libro se destaparan. El presidente dormilón accedió, pero el escozor suscitado por los altisonantes versos no se aplacaba. Adriano González León llegaba de París. Por él irían al aeropuerto sus compañeros de océano y bares, pero también la Digepol que, impasible a coletazos de artistas escandalosos, se llevó al escritor detenido. El prologuista estuvo encerrado en la sede de la policía en Los Chaguaramos durante un mes. Tiempo después escribiría País portátil, novela que reflejaría a través de las tropelías de Andrés Barazarte, la emoción y angustia de un joven provinciano por meterse en la guerrilla; los mismos sentimientos que embargaron a decenas de estudiantes que apoyaron el movimiento guerrillero. 68
69 Con mejor suerte corrió Ovalles quien arrancó para Cartagena y luego, con la ayuda del Partido Comunista, del cual era militante, para Europa. Recuerda Manuel Ovalles, hijo del poeta, que Caupolicán solía decir: La mejor agencia de viajes del mundo es el PCV. Y por Praga estuvo el osado y polémico indio irreverente que, así como recorrió mundo, pasó de organización política en organización política, siempre tratando de hacerse con una cuota de poder, con una cuota de reconocimiento que no distinguía tolda. Fue esta necesidad o afán de reconocimiento político lo que hizo que Caupolicán Ovalles se llamase a sí mismo y fuera admitido por otros como el Padre de la Patria en la República del Este? Los coletazos de la ballena Las tejas de El Techo empezaron a caer sobre la sociedad caraqueña inusitada a escándalos y shows de cadáveres, fueran exquisitos 3, al estilo de los surrealistas, o colgantes, al estilo de Carlos Contramaestre. A finales de 1962 el grupo daría de qué hablar en el Gobierno, prensa, Iglesia, cafés y botiquines con la exposición Homenaje a la Necrofilia, metáfora de la podredumbre que los balleneros percibían en el sistema social de turno. Al respecto Edmundo Aray explicó en la publicación brasilera Agulha: Se trataba de asumir nuevos modos de expresión, una crítica acerba a una sociedad violenta que generaba una atmósfera de muerte en nombre de la democracia representativa. Empleamos cualquier medio para irrumpir contra ella, contra la 3 El término cadáver exquisito refiere a una composición de imágenes o palabras elaborada al azar por un colectivo de personas. Fue acuñado por los surrealistas en
70 sociedad como tal: el absurdo, la arbitrariedad, el arpón magmático, la lujuria de la lava. Ello significaba que el Techo de la Ballena asumía una actitud política, de burla y acidez contra la democracia representativa. Por supuesto, tenía al frente, en una isla en el Caribe, el movimiento del 26 de julio, un proceso revolucionario. Buena parte de nosotros se inscribe, digamos, dentro del apoyo a la Revolución Cubana y dentro del apoyo a la subversión política en Venezuela y al propio movimiento guerrillero. Para los balleneros, era necesario el cambio. Desde las trincheras en que se movieron apostaron por la crítica acerba y, sin cortapisas, al sistema. Para el grupo, la sociedad y todo lo que giraba en torno a ella estaba podrido como las carnes que componían la exposición necrófila. El movimiento armado seguía a punta de machetazos y plomazos tratando de abrirse paso como oposición. Los cuerpos de seguridad del Estado respondían por su parte, atenuando la fuerza de las guerrillas. Sin embargo, el golpe más contundente que recibirían los sectores de izquierda sería en el año electoral de Con el eslogan Balas sí, votos no los sectores radicales encarnados en el PCV y el MIR, ilegalizados para la época, hicieron el llamado a la abstención, pero la propuesta no tuvo eco. Ambas organizaciones sumidas en la lucha guerrillera habían descuidado el contacto con las masas y la lucha armada iniciaba la debacle inexorable al fracaso. Los adecos se hicieron nuevamente con el triunfo, y fue Raúl Leoni quien asumió la presidencia. 70
71 Derrota Patentada la derrota de los insurrectos con la victoria de Leoni, debilitado el movimiento armado como consecuencia de las escisiones y bajas producidas durante la lucha, los gestos irreverentes de la intelectualidad comenzaron a hacerse menos corrosivos, hasta desaparecer. No así las ideas marxistas que en Venezuela tuvieron a su principal estudioso y crítico en el filósofo Ludovico Silva. Connotado intelectual, amigo de la cerveza y el güisqui, que formaría parte de la República del Este y, en algún momento, causaría polémica por sus críticas al ambiente aguardentoso y a la figura de Caupolicán Ovalles. En ese contexto de atenuación de los decibeles contestarios, apareció en agosto de 1964 la revista Sol Cuello Cortado a cargo de un grupo homónimo, conformado por Héctor Silva Michelena, Caupolicán Ovalles y el pintor Daniel González, grupo en el que Ludovico destacaba como portavoz. El mensaje que lanzaron los poetas según reseña el periodista Ratto-Ciarlo en El Nacional del 15 de agosto de 1964 fue: Hoy, por primera vez, explota en nuestro país un hatajo de artistas que no vive sino que muere de la poesía. Venezuela ha expulsado una excrecencia globulosa desbordante de una linfa violenta. Esta excrecencia es una aberración ( ) Odio a la sociedad, por amor a ella: artistas que por primera vez y en forma colectiva desprecian otro compromiso que no sean libertad y arte. Lo que al fondo se oye como claveteo, como taconeo de la memoria es el Sol Cuello Cortado. Queremos dejar en el centro del Sol, la muela sangrienta de unos poetas que escriben bien o mal. Pero que definitivamente dejaron de escribir bien. 71
72 La agrupación y la revista desaparecieron rápidamente. La vanguardia fue asimilándose en otras empresas. Sus miembros empezaron a tocar las puertas de las instituciones del Estado y, a su vez, de éstas vendrían invitaciones y ofertas de trabajo. La nueva administración, señala Alfredo Chacón, entra con iniciativas muy respetables desde el punto de vista cultural y muy tolerantes desde el punto de vista político, como toda tolerancia en una coyuntura como ésa es por una parte generosidad de apertura y, por otra, interés en absorber lo que la contra dice. En 1965 se creó el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (Inciba), reapareció la Revista Nacional de Cultura, adquirió mayor fuerza la revista Zona Franca, dirigida por Juan Liscano, y surgió, también, Imagen. Sea por complacencia, apuro económico o porque había verdaderas intenciones de acercamiento, la gente de la cultura ligada a la izquierda empezó a acceder a cargos y beneficios que, antes, se les habían negado. En 1968 los últimos cimientos que sostenían El Techo de la Ballena se vinieron abajo, al igual a como ocurrió con Sardio, por diferencias ideológicas entre sus miembros. Asimismo, algunos de ellos empezaron a ser reconocidos oficialmente e iniciaron proyectos personales que acabarían con el espíritu del colectivo. Todavía quedaban algunos que seguían, a pie juntillas, creyendo en la Revolución Cubana, pero no en la lucha armada que seguía dándose en el país. 72
73 Fuera del juego La idea de una Venezuela socialista, al estilo de la URSS o de la reciente Revolución Cubana fue difuminándose con el humo de los fusiles disparados por los insurgentes. En Sabana Grande poco quedaba en el ambiente de los bares de esa emoción calenturienta que trajo consigo las ideas del socialismo. Un sopor de resignación y frustración impelía, a quienes sintieron el escozor revolucionario, a refugiarse en los bares para evocar el sistema posible, ese gobierno utópico que se desplomó con la primavera de Praga, esa libertad de creación literaria que dejó fuera del juego al poeta cubano Heberto Padilla. El caso Padilla trascendió las fronteras antillanas y dividió opiniones en torno a los escritores e intelectuales amigos de las ideas socialistas. En 1968 la Unión de Escritores de Artistas de Cuba (Uneac) decidió, luego de varios periplos, amenazas y recelo oficial, otorgar el premio de poesía a Heberto Padilla por el poemario Fuera del juego. Sin embargo, la trampa estaba montada. A los pocos días de recibir el premio, la obra fue calificada como material subversivo y peligroso para la revolución. El poeta fue encarcelado. Intelectuales de distintas partes del mundo, al conocer sobre la fortuna del escritor, dirigieron al gobierno cubano una carta en la cual pedían la liberación del poeta. Por presión y como estrategia política, el gobierno de Fidel Castro decidió poner en libertad al escritor, pero antes, Padilla debía ofrecer públicamente una declaración en la que reconociera los desaciertos de la obra y se delatara a sí mismo como traidor de la patria. 73
74 El acto, transmitido por televisión, causó polémica. Pocos creyeron que el escritor estuviera actuando de forma voluntaria. Todo hacía pensar que el poeta compraba su salida de la cárcel con aquella confesión. Una mirada suspicaz sobre la revolución lanzó la voz de alarma. El proceso cercenaba la libertad de creación y expresión de sus intelectuales. Ésa no era la revolución que calaba para algunos sectores de la izquierda. Así lo destacó Adriano González León, años después, a la periodista Milagros Socorro, en un reportaje reproducido en Papel Literario con motivo de la muerte del escritor: Cómo no ser triste si uno pertenece a una generación que hizo un gran escándalo, que se comportó como debía, que admiró la Revolución Cubana como el gran acontecimiento de nuestro continente para luego ver la enorme frustración que significó aquella falsedad, aquella traición a los principios fundamentales, aquel dejar de un lado el denodado hecho poético, y convertir a Cuba en ese conjunto de órdenes mediocres, de estalinismo, del brutal personalismo, de campos de concentración para homosexuales, en fin, esa larga y cruenta dictadura que ha contado con tantos cómplices y donde sólo se salvan los que han dado la cara como Guillermo Cabrera Infante y Heberto Padilla, perseguido por un libros de poemas. Estaba, pues, el descontento y la frustración latente en esos artistas que propugnaron un nuevo estado de las cosas, una nueva concepción del arte, un nuevo mundo, utópico y realizable sólo en la imaginación desbordada de los soñadores. 74
75 Con una parte de la vanguardia aletargada y otra mimetizada con los organismos oficiales, en una noche alegre que no ha de volver, Caupolicán Ovalles decretó la creación de la República del Este. Patria ficticia que habría de servir como refugio a la intelectualidad decepcionada por la Revolución Cubana y por el fracaso de la lucha armada, reuniendo a los amigos en torno a la nocturnidad y las bebidas espirituosas. En el cronicario de caña y muerte de Orlando Araujo, el escritor da su propia definición del grupo. En una nota, suerte de reflexión, dirigida al médico que lo atendía de su afección hepática escribió: Elías conoce mi vida bohemia. Sabe que la República del Este es la utopía en la que nos refugiamos un grupo de escritores, de artistas y de amigos. Sabe que cada uno, después de sus tareas, concurre al lugar donde nos reunimos, sabe que yo soy uno de los más asiduos y que casi todos los días la palabra y la caña nos liberan de ciertas soledades y de ciertas frustraciones en la catarsis del odio y en el olvido de la muerte. La muerte como una amante La muerte como una amante. Así la veía Ludovico Silva, quien el 4 de diciembre de 1988, se despidió del vino y de Marx víctima de una insuficiencia cardiaca. El filósofo y poeta murió a los 51 años. Como a otros miembros de la República del Este, la muerte no le llegó con guadaña sino con carterita. El exceso con la bebida lo había alejado de los predios republicanos, su salud no estaba ya para esas tropelías. Y en la carta que le enviaría a Orlando Araujo, cuando éste estuvo hospitalizado, en 1976, organizando sus cuentos aguardentosos, dejaba 75
76 traslucir su descontento con las filiaciones extrañas que empezaban a pulular por Sabana Grande. Su poemario In vino veritas fue alabado por sus compañeros. Araujo lo describió como el libro del desgarramiento. Con los republicanos compartió muchas noches y muchas copas. No era de los que organizaba elecciones ni se postulaba a cargos, pero era uno más del grupo. Aceptado, reconocido y aplaudido por sus dotes como poeta, filósofo y, ante todo, como hombre de corazón sincero y pensamiento sensato. Silva amó a la vida y a la muerte al mismo tiempo. A la muerte la sentía cerca en cada rincón por donde pasaba. No la temía, la esperaba. El día en que llegara la miraría a los ojos y trataría de enamorarla, mientras tanto le escribía versos: Yo sé cómo matar a la muerte pero ella también sabe como matarme a mí. No escribir nada más? Eso es posible, pero yo no lo quiero. Deseo morirme pluma en mano como un caballero con su espada. Como un templario en sus fríos claustros. No aspiro a nada. Solamente a que me dejen respirar y que no me quiten mi modo de vivir: la escritura, cita al poeta la periodista Maritza Jiménez en la nota publicada al conocerse su muerte. La adicción a la bebida había mantenido a Silva recluido en una clínica mental en El encierro duró 33 días y desde ahí escribiría sus Papeles desde el amonio. En ese período le escribía también a su esposa, Beatriz Guzmán clamándole por la liberación, a falta de papel buenas 76
77 fueron las cajetillas de cigarrillos que sirvieron de soporte a la correspondencia del filósofo. Una de las cosas que lo había unido a la República, tiempo después lo separaba: la caña. Le habían prohibido la bebida, pero los amigos cuentan que en casa seguía bebiendo brebajes espantosos como Campari con leche. Su amor por el vino terminó arrastrándolo a un mar de incertidumbres que, a la postre, lo llevaría al más allá. Nació Luis José, pero en Madrid unos amigos lo bautizaron Ludovico y así sería conocido y reconocido hasta su muerte. Su obra filosófica se cuenta como una de las más importantes en la historia venezolana. Fue director de la revista literaria Papeles, publicación del Ateneo de Caracas, institución de la que fue secretario general durante cinco años. También columnista de Clarín, diario que fue perseguido y censurado en tiempos de represión. Ludovico a pie se llamaba la columna y por esto mismo por andar a pie el historiador Manuel Caballero recuerda que entre amigos se preguntaban, angustiados, qué carro mataría a Silva por cruzar la calle ebrio. Orlando Araujo en una nota publicada en El Nacional el 30 de octubre de 1977, también lo recordaría a pie, entre causas amadas y perdidas con allanamiento y hambre como únicas mensualidades en los tiempos de en Letra roja. Sus tropelías etílicas Araujo las rememoraba así: La caña, divina salvadora, la bebíamos mientras escribíamos para que se nos fuera la sonrisa. Cuando la policía merodeó por la UCV, Ludovico se tuvo que afeitar la barba para evitar que se lo llevaran en una de esas movidas. Una imagen de aquella época quedaría para 77
78 el recuerdo de lo que Silva representó en vida: un hombre que detestó las armas y que lloró al pie de un árbol cuando la bota militar irrumpió en el campus universitario en La adicción al alcohol fue su alegría y su desgracia. Otra imagen penosa quedaría del filósofo. No como muestra de su susceptibilidad, sino de su miseria. La de un Ludovico sin trabajo y sin fortuna que publicó en los años ochenta un anuncio en la prensa donde ofrecía sus servicios intelectuales para discurrir sobre cualquier tema. A cambio pedía una discreta remuneración económica y un plato de comida bien resuelto. Sábado sensacional Otra nota disonante ofrecería el cineasta Enver Cordido, pero esta vez desde la dirección de una película: Todos los días son sábado. En ella, el planteamiento gira en torno a la vida bohemia de tres personajes, que intelectualizan y se burlan de todo. Algún parecido con los republicanos? Ni por casualidad ni por coincidencia, sino con premeditación y alevosía. Cordido indicó a Elizabeth Fuentes en una entrevista publicada en 7º Día el 20 de noviembre de 1977: Quiero reflejar lo que es la República del Este, ese mundo de intelectuales que han desviado su camino, que están alejados de la realidad venezolana y de su propia realidad. Que están alienados en función de un beneficio inmediato y que pretende representar intelectualmente a un país que va por otro camino. Creo que ellos son el producto de una gran derrota. 78
79 La respuesta de los agraviados no se hizo esperar. En el mismo reportaje, Caupolicán Ovalles señalaba: Pero qué es lo que quiere Enver Cordido? Nosotros pertenecemos a una generación que fue a la guerra. Qué es lo que quiere él entonces? Que nos maten? Que nos vayamos a las guerrillas? Si eso es lo que pretende por qué no lo hace él? Enver ha sido un espectador superficial de la República del Este, como fue un militante superficial de las guerrillas ( ) Pretender definir a la República del Este por su participación en el cóctel nacional, es simplemente querer, por flojera mental, ignorar las cinco o diez mil páginas que hemos escrito. Elisa La Negra Maggi, viuda de Salvador Gamrendia, recuerda que el nombre de la película estaba inspirado en los versos del poema El día de la Creación del brasileño Vinicius de Moraes. Versos en los que continuamente se exalta el día sábado como el día de lo posible: Hoy es sábado y mañana domingo. Al mañana no le gusta ver a nadie bien Hoy, es el día del presente. El día es Sábado! Imposible huir de esta dura realidad En este momento todos los bares están llenos de hombres vacíos. Todos los enamorados se toman de la mano. Todos los maridos están funcionando regularmente. Todas las mujeres están atentas Porque hoy es sábado. La Negra señala que Cordido desistió de la idea original y le propuso a Garmendia realizar una adaptación de su libro Día de ceniza fusionada con los personajes bohemios de la República del Este, mas el escritor no aceptó. Por los 79
80 predios de Sabana Grande la polémica siguió servida mientras el rodaje se topaba con dificultades. Al punto que el filme nunca se estrenó. El cineasta ya tenía en su haber otra cinta: Compañero Augusto, relato autobiográfico de su experiencia guerrillera. Ovalles, quien había escrito la canción La guerrillera para aquella película de Cordido, le exigió al cineasta que retirase su canción del primer filme, luego de conocer la trama de Todos los días son sábado. Cordido se creía con autoridad moral para enjuiciar a sus compañeros de barra. A la periodista Fuentes le explicaba: Yo los considero gente de mucho talento, entonces, por qué no llamarles la atención? No por ellos, por el país. El problema de la República del Este no es sólo de los intelectuales que van allí, sino un problema que, con diferencias y variantes, ocurre en toda Venezuela ( ) Estamos viviendo un derrape nacional. Ya había hecho lo mismo con sus camaradas del movimiento armado en Compañero Augusto, película estrenada en 1976 que tuvo como protagonistas a Orlando Urdaneta y María Graciela Bianchi. La cinta narra, según señaló en la misma entrevista, la descomposición de un grupo de hombres. Al momento de estrenarse el filme le acotó a la periodista Teresa Alvarenga de El Nacional que no era una historia de guerrilleros: La guerrilla está allí como lo que es hoy, un recuerdo ( ) Personalmente tenía que decir ese discurso, mi generación de una u otra manera estuvo involucrada en ese proceso, ya como actor, ya como espectador, y todo ese proceso es un trauma para la generación nuestra. Ese trauma yo tenía que contarlo, quizá para liberarme de él ( ) Nosotros que no 80
81 hemos llegado al poder y fuimos derrotados, tenemos derecho a contar nuestra propia épica. Enver fue uno de los que agarró monte y se regresó sin glorias, pero con muchas anécdotas que contar. Compañero Augusto fue su primer trabajo cinematográfico, y los que le sucederían estarían siempre salpicados por la polémica. La película parecía ser el mismo Cordido, antes que una historia. Refiere Manuel Matute que el también republicano Hugo Baptista bromeaba con sus pretensiones y decía que por los predios de Sabana Grande iba echándoselas de director de la Metro Golden Mayer. El mismo Enver decía, cuando surgió el impasse con la República del Este, que buscaba reflejar las capas de la sociedad venezolana. Para Caupolicán Ovalles ese ir y venir por grupos de los que después despotricaba o presentaba a su antojo, sólo era indicativo de la superficialidad del cineasta. Pues Cordido parecía ir siempre por la vida buscando insertarse en algún grupo polémico para luego hacer una película basada en su experiencia. Asumía su trabajo de forma similar a como lo haría un periodista encubierto, porque él consideraba que las historias que contaba merecían ser conocidas por el público tal como las había vivido alguien desde adentro. Derrotero de izquierda Las descalificaciones a la agrupación venían desde adentro y desde afuera. Vistos por otros intelectuales como borrachos de botiquín y payasos de la noche, la República siguió en ejercicio sin amilanarse por las habladurías, pero algo que 81
82 era cierto y que nunca se negó tajantemente fue la frustración que arrastraban de los sesenta. Oscar Sambrano Urdaneta, amigo de los contertulios y testigo de algunas reuniones, cree que había la sensación de que el país que estaban viviendo no era el que ellos hubieran querido tener como patria, era un poco gente que vivía en un exilio interior permanente. Tal vez por esa razón se inventaron una nación utópica que defendían y en la que se defendían del mundo externo. El poeta Luis Alberto Crespo también señala el fracaso del movimiento armado y del ideal revolucionario como factores que propiciaron el surgimiento de ese espacio para la distensión. Reunirse y celebrar la vida y la amistad, fragmentada la izquierda y con la apertura del Gobierno la irreverencia queda para otras cosas. Veían la oficialidad de lejos pero estaban cerca, tan cerca que casi se confundían unos con otros. Fuera parodia o en serio, la República del Este se organizó con gabinetes y ministerios que le dieron más melodrama al asunto. Cargos inverosímiles, golpes de estado, decretos y pronunciamientos oficiales se daban a conocer por la prensa. Enfermedad senil del vanguardismo es la definición que ofrece Alfredo Chacón para referirse a la agrupación. A su juicio, descontento había, pero la incorporación a las instituciones del Estado fue menguando las diferencias hasta hacerlas coincidencias? Para el sociólogo fue un conformismo que se empeñaba en hacerse pasar por inconformismo. Perán Erminy contemplaba la organización de lejos. Tenía amigos en el grupo, pero no se contaba entre los republicanos. Evoca los años 82
83 revolucionarios con nostalgia, como el último vagón de un tren que pasó y su generación no pudo abordar. La lucha quedó en el plano imaginario, y esa derrota quedó como huella indeleble de una ilusión equivocada, no sólo en la República, sino en todos los que creyeron en la utopía socialista de los sesenta. Reírse para no llorar, si es el llanto lo que asoma en los ojos vidriosos de los republicanos, cuento que no se come el político Teodoro Petkoff, quien señala que sólo eran un grupo de bebedores reunidos en torno a una barra, perdiendo el tiempo. Frustración? Tengo una explicación más simple: la caña, señala. No cree que haya alguna interpretación freudiana que elucide, más allá de la barra, por qué esa gente confluía ahí. Con la organización desplomada, de colega a colega, Miyó Vestrini señaló a Blanca Elena Pantin en un reportaje publicado en el suplemento Feriado el 17 de junio de 1990: Si se tratara de hablar de la República del Este como de un movimiento, forzoso sería pronunciar dos palabras incómodas: soledad y frustración. Soledad que encuentra otra familia en los bares, retardando el momento de la llegada a casa. Frustración de una derrota que, pese a una pretendida subversión poética, nos había carcomido a todos. En 1976 la periodista, en pleno esplendor de la República, dijo en una entrevista que le concedió a José Tomás Guerra: Somos una generación quemada, perdida. Una generación de frustrados. Vestrini la voz femenina más enérgica del grupo, decía tener en esa sociedad un respaldo fundamental. Con ellos voy aprendiendo a sobrevivir y a comprender que, en este doloroso camino 83
84 hacia el suicidio, la única tabla de salvación es la pequeña aventura de crear. Y hacia ella voy. 84
85 CAPÍTULO III: Asfalto-Infierno Bebo, porque el alcohol pertenece a mi leyenda, y sin leyenda no se pasa a la historia Antonio Machado Dos golpes acabaron con su vida. Primero, el que se dio contra la mesa de vidrio de la sala de su casa, una madrugada al llegar tras una noche de tragos. Luego, el del rebote de su cráneo contra el asfalto producto del encuentro con un asaltante. Transcurrían los últimos días de abril de Acababan de inaugurar una obra que vendría a cambiar la configuración de la ciudad: el Metro de Caracas 4. Baica Dávalos trastabillaba sus pasos por la zona de Sabana Grande cuando se tuvo que enfrentar a un asaltante. Como no se trataba de una pelea de botiquín con algún otro escritor entrado en tragos, fue su destino el que se vio truncado. El 2 de mayo de 1983, unos días después del ataque, Dávalos moriría como consecuencia de los dos golpes al cráneo. Era argentino, pero llevaba 24 años residenciado en Venezuela. Escritor y amigo de la bebida, no tardó mucho tiempo en incorporarse a la peña que se reunía en los bares de Sabana Grande. Era un republicano más, honrado y respetado por sus compañeros de barra. Incluso llegó a escribir un libro de intrincados relatos Memoria de las Tribus, en el que contaba algunas historias de 4 El Metro de Caracas fue inaugurado el 2 de enero de 1983 y el bulevar de Sabana Grande fue construido por la misma compañía a petición de la Oficina Metropolitana de Planeamiento Urbano. 85
86 la peña del este, aderezadas con mucha imaginación. Fue su característica de mirón, como lo catalogó Miyó Vestrini en una entrevista publicada en Papel Literario de El Nacional el 23 de noviembre de 1980, la que le permitió captar no sólo la esencia sino algunos detalles de momentos que vivió en los bares de la zona. A los que se integró por medio de la caña, y el diálogo. A Baica no le gustaba hablar de sí. Más por tímido que por humilde. Aunque humilde también era. Nunca ambicionó algún tipo de poder. Tampoco le interesó el dinero. Mientras fuera suficiente para mantener a su esposa y a sus dos hijos estaba bien. Era un políglota criado en el campo. Nació en una familia aristócrata de la provincia argentina venida a menos, y nunca quiso saber de terrenos ni propiedades. Desde muy pequeño, cuando lo más incómodo de la jornada consistía en tener que ponerse zapatos para ir a la escuela, apostó por la autenticidad. Ya de adulto, buscó trabajos que no le distrajeran mucho de la vida bohemia. Baica Dávalos experimentaba La insoportable levedad del ser, como diría Milan Kundera, aunque siempre prefirió a autores anglosajones como Joseph Conrad o Scott Fitzgerald. Probablemente, no sólo por sus estilos narrativos, sino por sus aventureras y disipadas formas de vida. Aunque, si bien Conrad viajó a El Corazón de las tinieblas, también Baica vivió una experiencia similar durante su travesía por la selva latinoamericana, de Argentina a Caracas: la oscuridad de las noches y la espesura del monte le sirvieron para poderse guiar por todo tipo de calles, así fuera bajo los efectos del alcohol, por el resto de sus días. 86
87 Aquel día de 1983, Dávalos no esperaba encontrarse con la muerte al salir de una de tantas bacanales. Tampoco otros poetas, como Ángel Eduardo Acevedo o el también abogado Rafael Brunicardi, esperaban ser atacados en los alrededores de la zona donde, tan sólo unos años atrás, podían conversar y pasear tranquilamente, incluso a altas horas de la madrugada, sin temor a que nadie se metiera con ellos. Vinieron del subsuelo Se cumplía un presagio. La profecía del Padre de la Patria parecía volverse realidad. Caupolicán Ovalles, meses antes de la inauguración del servicio de transporte subterráneo caraqueño, había vaticinado: Por ese hueco llegará la gente que nos echará de Sabana Grande. El poeta se refería al boquete que, por 1982, abrían los trabajadores del Metro de Caracas y que luego se convertiría en la salida más al este de la estación Plaza Venezuela: la que da hacia la torre que da la hora, hacia La Previsora. Se podría creer que aquel designio tenía mucho de clasista, aunque los republicanos lo niegan, aduciendo que como era bien sabido en la República del Este había cabida para todos. Pero ese colectivo que solía pulular por las calles Solano López, El Colegio, Gran Avenida, Lincoln, entre otras de mayor o menor envergadura, era un colectivo con rostro. Se repetían las mismas caras. Así se tratara de un limpiabotas o un mensajero, siempre era el mismo limpiabotas y el mismo mensajero. 87
88 Ahí estaba la magia de los setenta: todos sabían quién era quién. El alcohol corría por los bares y los intelectuales que a las tres de la tarde cruzaban la avenida Solano López, para dirigirse del restaurante Franco a la barra de a Al Vecchio Mulino, al grito de: Cuidado, borrachos en la vía, no representaban algo inusual. La primera mudanza bohemia Como el Triángulo de las Bermudas fue conocido aquel cuadrilátero, pues eran cuatro y no tres los bares republicanos: Franco, Al Vecchio Mulino, Camilo y La Bajada. Aunque respecto a este último existen ciertas divergencias. Por su carácter más sencillo y popular, algunos catalogan La Bajada como el restaurante que marcó la decadencia de la República del Este, pues los contertulios comenzaron a frecuentarlo con más asiduidad a comienzos de los años ochenta, mientras que escritores y poetas como Carlos Noguera más bien señalan que era el lugar de reunión de otro grupo de la época: La Pandilla de Lautréamont, a la que pertenecía Noguera, hoy presidente de la casa editorial del Estado: Monte Ávila Editores Latinoamericana. Una novela de Noguera, Historias de la calle Lincoln, se desarrolla precisamente en el entorno urbano que, desde principios de los años sesenta, se comenzó a perfilar como el sector bohemio de la ciudad; como el centro de la cultura y la vida intelectual. Aquella Sabana Grande aún sin bulevar, aquella avenida Solano sin Triángulo de las Bermudas. Escritores y poetas, artistas y pintores comenzaron a proliferar por el este de Caracas. Había pasado la época del 88
89 centro de la ciudad. Ya el bar Iruña que había estado ubicado frente al Teatro Municipal, muy cerca del Capitolio, y que era el sitio de reunión de los intelectuales antiperezjimenistas del grupo Sardio, había pasado a la historia. A principios de la década de los cincuenta, la Universidad Central de Venezuela aún no se encontraba en su actual espacio urbano entre Plaza Venezuela, Los Símbolos y la plaza Las Tres Gracias. La Ciudad Universitaria todavía no se había inaugurado y la actividad intelectual se circunscribía al centro de Caracas, en los alrededores de la antigua sede de la casa de estudios, ubicada en San Francisco. El arquitecto y urbanista Marco Negrón, quien alguna vez visitaría a sus amigos más bohemios como Ludovico Silva y Manuel Alfredo Rodríguez por los bares que conformaron la República del Este para la época de los setenta, señala que la actividad universitaria fue un factor decisivo para la consolidación de la zona como el eje cultural caraqueño. Sabana Grande tiene varias explicaciones: primero, la cercanía a la universidad. Pues, curiosamente, aunque Los Chaguaramos está más cerca, fue esta zona la que funcionó como barrio universitario. Esto se debió a que había muchas actividades que eran atractivas para los estudiantes y académicos. No sólo había bares y cafés, sino también muchas librerías emblemáticas como Suma y Cruz del Sur, explica Negrón. Si bien la Ciudad Universitaria fue parcialmente inaugurada en 1954, sólo a comienzos de los sesenta se convirtió en un verdadero hervidero de ideas y de intercambio intelectual. Sabana Grande tampoco existía como refugio bohemio en 89
90 aquellos represivos años cincuenta. Fue con la caída del dictador y el regreso del exilio de muchos intelectuales, que la configuración meramente comercial de la zona comenzó a cambiar y se inauguraron numerosos cafés, librerías, galerías, cines, bares y hoteles. La ballena en Sabana Grande Fue precisamente allí, en Sabana Grande, donde el 2 de noviembre de 1962, en el garaje del N 16 de la calle Villaflor, se inauguró la exposición Homenaje a la Necrofilia del médico y artista plástico Carlos Contramaestre. Erección ante un entierro, Flora cadavérica, Beso Negro y Ventajas e inconvenientes del condón, eran algunos de los títulos de las obras que presentó Contramaestre en aquella ocasión. Todo como parte de las acciones de un grupo que, por aquellos años, comenzó a hacer vida hacia el este de la ciudad: El Techo de la Ballena. Poco habían tardado muchos de los antiguos miembros del grupo Sardio, como Adriano González León, Alfonso Montilla o Perán Erminy, tras regresar del exilio, en darse cuenta de que el arte, la sociedad y Miraflores estaban podridos, según lo señala el mismo Montilla. Justamente por ello, conformaron El Techo de la Ballena. Por la misma razón, la exposición de Contramaestre no consistió en una muestra de pintura regular, sino en un montón de vísceras y huesos de animales descuartizados. La presencia de gusanos hizo que autoridades del Ministerio de Sanidad clausuraran la exhibición que, en las palabras del sardiano y ballenero Salvador Garmendia, recogidas por Jenny González Muñoz en su 90
91 ensayo El Techo de la Ballena: proponía, más que un ademán iracundo y exhibicionista, una respuesta cargada de sangrienta ironía al muy real y cotidiano ejercicio de represión y brutalidad armada, que la policía del régimen ejercía descaradamente en las calles. Aquel episodio en el que la policía política de Pérez Jiménez destruyó cuadros y libros que el grupo Sardio exponía en el bar Iruña, pudo haberse repetido bajo el gobierno de Rómulo Betancourt, en el este de la ciudad, en Sabana Grande. No ocurrió precisamente así, pero tampoco se dejó obrar libremente a muchos de los futuros republicanos. Ya no existía Sardio, tampoco el bar Iruña. Pero seguía vigente, sin embargo, y a pesar de que se había iniciado el período democrático en el país, la represión contra los intelectuales de izquierda. De aquellos balleneros de los años sesenta, algunos continuaron por los bares de la zona y participaron en la fundación de la República del Este, que aparece poco después de la disolución de El Techo de la Ballena, en 1968, mientras que otros prefirieron apartarse un poco de sus compañeros. El pintor y crítico de arte Perán Erminy, y el escritor y crítico de cine Rodolfo Izaguirre pertenecen al grupo de los que conocieron mejor los bares de la calle El Colegio, que los de la avenida Solano López. Erminy e Izaguirre no se convirtieron en republicanos, mientras que Ovalles y González León, entre muchos otros ex sardianos y ex balleneros, sí emprendieron la migración hacia los bares ubicados un poco más al norte. Las razones de la deserción de ciertos personajes fueron varias, pero la falta de un 91
92 postulado político y la abundancia que algunos catalogarían como exceso de alcohol figuran entre ellas. Alrededor de librerías, bares y cafés se desarrolló la actividad cultural en Sabana Grande. Al salir de la universidad, muchos profesores y estudiantes enfilaban sus pasos hacia la zona que algunos compararon con el Greenwich Village 5 neoyorquino o el Barrio Latino de París 6. Lugares que, en otras latitudes, sirvieron de refugio a grupos de intelectuales, movimientos culturales y artistas en general. El Chicken Bar o Bar BQ había sido, tradicionalmente, uno de los cafés que servía de sitio de encuentro a artistas y escritores, a estudiantes y profesores. Ubicado en la antigua avenida Lincoln, entre las actuales calles El Colegio y Pascual Navarro, el Chicken Bar era un local particular. Mientras que alrededor de una mesa podía estar un grupo de señoras tomando té y comiendo tortas; en la de al lado podían estar unos cuantos estudiantes universitarios tomando cerveza o algunos intelectuales bebiendo güisqui. El Chicken, como muchos lo recuerdan, presenció lo mejor de dos períodos y, tanto en la época de los balleneros como en la de los republicanos, fue testigo de las conversaciones de amigos, literatos, poetas y estudiantes. También se mantuvieron en pie, desde inicios de los sesenta, otros lugares de reunión como El Viñedo y El Encuentro. La acción de la vanguardia se desarrolló, primordialmente, en la calle El Colegio. Allí estaban los restaurantes El Viñedo, con su terraza entoldada y su 5 Greenwich Village: área residencial al lado oeste de Manhattan, en Nueva York. Es conocida como bastión bohemio y cultural. 6 Barrio Latino de París: zona parisina ubicada en las proximidades de la Universidad de La Sorbona, centro de la vida cultural y escenario vital de los acontecimientos del Mayo Francés de
93 platillo emblema: el conejo al salmorejo, y El Encuentro, bar regentado por unos cubanos. También en esa calle estaban las librerías Cruz del Sur y Ulises. En esta última, que se ubicaba en la esquina que da hacia lo que hoy es el bulevar, se podía ver, por aquellos años de la lucha armada, al escritor Salvador Garmendia atendiendo a los clientes o, al menos, oír sus ronquidos, ya que solía alquilar una de las camas del segundo piso de la librería Ulises para dormir la siesta. Desde Cruz del Sur, los hermanos Roffé: Violeta y Alfredo, hicieron su aporte al desarrollo intelectual venezolano. Promovieron la cultura y la escritura, a través de una editorial que llevó el mismo nombre que la librería y del establecimiento de un centro permanente de discusión sobre literatura y filosofía, entre los estantes de libros. Mientras que un poco más al oeste, aún se encuentra Suma, el único rincón para los amantes de la lectura que logró cruzar el umbral del nuevo siglo, enfrentándose al malandraje y el buhonerismo que, entre los años noventa y principios de siglo, convirtieron a la zona en un territorio inhóspito para el desarrollo cultural y el esparcimiento. Su legendario librero Raúl Vethencourt, se negó a irse del lugar a pesar de la delincuencia, hasta el punto en que murió atropellado por un carro unas semanas antes que González León a unas cuadras de su lugar de trabajo, que en tiempos anteriores había resultado el refugio perfecto para las discusiones literarias y los bautizos de libros. Los que luego se convirtieron en republicanos seguirían acercándose por aquellos bares y librerías durante los dispendiosos años setenta, pues muchos siguieron en pie y sólo desaparecieron tras la inauguración del metro y el bulevar, 93
94 en la década de los ochenta. Tal es el caso de aquellos sitios originales de reunión, como el restaurante Páprika, el Tic Tac o El gato pescador. Una calle fuera del radar Al final del gobierno de Raúl Leoni, por la época en que tomaba forma la pacificación, se gestaba por los bares del sector bohemio la idea de una república imaginaria que, en contraposición a la del oeste, estaría regentada por intelectuales y poetas. La ficticia nación fue bautizada como República del Este y sus límites territoriales se ubicaban en el área mágica del Triángulo de las Bermudas, conocido así, porque quien frecuentaba aquellos bares desaparecía del radar y se perdía para siempre. La avenida Solano López era el epicentro del movimiento, una cuadra al norte de la antigua avenida Lincoln que, para la fecha de muerte de Baica Dávalos, ya se había convertido en bulevar de Sabana Grande. Comenzaron a perderse, entre barras y tragos, durante aquellos años finales de la década de los sesenta, famosos poetas, escritores y políticos. También algunos guerrilleros, como el cineasta Enver Cordido o como Argenis Daza. Todos eran bien recibidos: desde políticos hasta industriales, pasando por limpiabotas y mensajeros. Más allá de los habituales, como el Padre de la Patria: Caupolicán Ovalles, Adriano González León, el empresario Elías Vallés o el escritor Orlando Araujo, a la lista se sumaban otras decenas de personas, que a diario se daban cita en las 94
95 barras. Allí se celebraron elecciones, se fraguaron golpes de estado y se armaron unas cuantas peleas de tragos. Furioso y meticuloso Orlando Araujo, con su dualidad perenne y esa determinación por la que se caracterizaban todas sus acciones, fue uno de los más iracundos miembros del grupo y contendor frecuente en las peleas de bar. Orlando el Furioso aparecía cuando los ojos de Araujo se iban tornando vidriosos y cuando la caña se apoderaba del raciocinio del escritor organizado, que ordenaba en fichas de colores los contenidos que luego desarrollaría con afán academicista en alguno de sus ensayos sobre literatura, como la celebrada obra: Narrativa venezolana contemporánea. Araujo fue dos veces summa cum laude: en Letras y Economía, y fue desde director de un banco hasta redactor de una treintena de obras, entre las que destacan numerosos ensayos económicos y literarios. También una amplia gama de cuentos, como el conocido Miguel Vicente pata caliente o Cartas a Sebastián para que no me olvide, ambos dedicados a sus dos hijos menores. Amante de la literatura, pero también de la bebida, Araujo definía a su generación como la que había roto con la seriedad de los escritores de corbata y aprobado la bohemia como forma de vida: Haz un balance de las letras venezolanas y dime si lo mejor de esas letras no se ha hecho, afortunadamente, en la única forma que tú tienes de quitarte el petróleo de encima, que es con un buen trago, espetó a Miyó Vestrini 95
96 en una conversación que tuvieron en marzo de 1975 y que fue reproducida por Sergio Dahbar en una nota publicada el 23 de enero de 1983 en El Nacional. Le gustaba el trago. No podía evitarlo. Y tampoco podía evitar caer en una especie de trance o locura alcohólica cuando bebía. Una tormenta con relámpagos, truenos, rayos y centellas. Así era Orlando Araujo con unos tragos encima. Una tormenta tan terrible como aquella que desafió Marcos Vargas, el protagonista de la novela Canaima de Rómulo Gallegos. Vargas era uno de sus personajes favoritos de la literatura y, quizás por ello, Araujo vivía eternamente gritándose a sí mismo: Se es o no se es. Necesitaba demostrarse, así como Vargas se lo gritó a la tormenta, que se era, que él era. Aunque, tal vez, el efecto de los tragos lo hizo desorientarse en alguna ocasión y lo dejó persiguiendo, eternamente, algún rayo deslumbrante. Cuenta el historiador Manuel Caballero que El Chino Valera Mora escribió unos poemas en contra de Orlando Araujo. Una noche en Sabana Grande cuando se descubrieron mutuamente, uno a cada lado de la barra, el ambiente creció en tensión. Todo el mundo esperaba que se cayeran a golpes, porque ya era algo común, sin embargo, el episodio no pasó a las manos. De un altercado que sí pasó a los puños, propiamente dicho a los botellazos, a Orlando le quedaría una cicatriz en la cara como recuerdo de sus ánimos belicosos. Otra ronda por mi cuenta Para explicar el distanciamiento del grupo, Caballero se centra en las diferencias que tenían los intelectuales de la época con quienes comenzaron a 96
97 financiar la caña en los bares. Carlos Noguera, también se refiere a los famosos pitchers o financistas, como una de las razones que marcaron la separación de La Pandilla de Lautréamont de la República del Este. Noguera explica que el divorcio no era completo, pues seguían en contacto y continuaban la amistad, pero que mientras en Al Vecchio Mulino, Camilo y Franco la caña iba a cuenta de famosos pitchers como Vallés, en La Bajada, lugar de reunión de La Pandilla, la conversación y el consumo de alcohol no se encontraba sujeto a la bonhomía de un grupo de empresarios o políticos, ajenos a la bohemia intelectual, con quienes ni Caballero ni Noguera parecían tener intereses comunes como para entablar una conversación diaria con ellos. Había mucha indignación entre nosotros e incluso en una ocasión planificamos asaltar y quemar las urnas en unas elecciones, aunque era sólo para divertirnos y nunca lo hicimos, cuenta Noguera. Elías Vallés bajó un día de la calle Los Jabillos a la Solano López y se unió a la República del Este a raíz de una conversación que sostuvo con el poeta Caupolicán Ovalles en la barra de Al Vecchio Mulino. Ovalles le explicó el funcionamiento del gabinete y, a partir de ese momento, no fueron pocas las botellas de güisqui que corrieron por cuenta del funerario. Tampoco fueron escasos los tragos que compartió con ellos mientras una reproducción del cuadro El triunfo de Baco (mejor conocido como Los Borrachos), del pintor español Diego Velásquez, los observaba desde la pared del bar del Franco. 97
98 Las puntas del Triángulo Franco de Andrei, el dueño del restaurante que lleva su mismo nombre, era un hombre vinculado al mundo de la farándula y su negocio era reconocido entre los famosos. Las paredes del Franco, en cuya barra principal o en el piano-bar posterior siempre tenían cabida los republicanos, estaban decoradas con retratos de celebridades nacionales o internacionales autografiados al mejor estilo del Hard Rock Café. Al otro lado de la avenida Solano, en la acera norte, las paredes del restaurante Camilo no se encontraban atestadas de reproducciones de cuadros famosos ni de fotos de artistas. Isabel la Católica, como era conocida entre los republicanos la dueña de aquel restaurante, mucho más sencillo que el Franco o Al Vecchio Mulino, comenzó a decorar las paredes con los cheques chimbos que le solían entregar sus clientes. También con aquel billete recién emitido que el republicano de las dos repúblicas Leopoldo Díaz Bruzual, le regaló por la época en que fue presidente del Banco Central de Venezuela y que ella enmarcó e incorporó a la decoración de su bar-restaurante. Mujer muy blanca y de cabello negro como el petróleo que se cotizaba muy bien por los setenta, la dama cuyo nombre verdadero pocos sabían, era una gallega de cejas espesas que siempre estaba maquillada y con el cabello recogido en un moño. Según Orlando Araujo, tenía de la Gioconda los pícaros hoyuelos y una media pedrada en la sonrisa y era sabia en menesteres de arroz y jamones, como los que colgaban del techo de su restaurante. 98
99 Todos los republicanos reconocen que el ambiente del Camilo era el más sórdido y, también, el más bullicioso. Quizás por ello era el que visitaban hacia el final de la tarde, pues se iban mudando de barra en barra a lo largo del día. También era a donde llegaba el médico y orador Marcelino Madriz después de haber salido del Franco, al grito de: Cuidado, borrachos en la vía, frase alcohólica que, como tantas otras, se le adjudica a aquel médico de profesión y orador de oficio. Cuentos grotescos, chistes de cabaret y anécdotas singulares: por eso es recordado Marcelino Madriz, galeno de ejercicio relajado que prefería que su vida transcurriera entre tragos y amigos. No se sabe muy bien cómo llegó a los bares, pero Adriano González León señalaba que fue gracias a su trayectoria intelectual y a que era un buen barrero, un gran bebedor. Por su parte, Alfonso Montilla lo recuerda, a él y a su inseparable amigo Francisco Paco Vera, como a dos legítimos caraqueños, que tenían el sabor mantuano de la ciudad, pero con clase, humor y picardía. Aquí yace Marcelino, quien en vida no hizo nada, fue el epitafio que escogió para él su amigo Vera una tarde en el restaurante Camilo; mientras que el otro, haciendo gala de su consabido humor, creó éste en respuesta: Paco Vera, aquí reposa; quien en vida no hizo otra cosa. Así lo recuerda el economista Francisco Pancho Villegas, otro habitué de los bares, aunque no tanto como muchos poetas y escritores, porque tenía la necesidad de trabajar. Borracho que no come se tulle, cuentan que decía Marcelino. Por ello, los contertulios disfrutaban de almuerzos y cenas sentados a las mesas de los 99
100 restaurantes de la zona. El ambiente más sobrio, con comida más elaborada y comensales más refinados en su vestir y sus maneras, era el de Al Vecchio Mulino. Allí incluso se podía disfrutar algunas noches de música napolitana en vivo; mientras que en el piano-bar del Franco el ambiente era mucho más cosmopolita y en Camilo, con sus paredes empapeladas y su modesto piano, donde en más de una ocasión interpretó famosas melodías el pintor Hugo Baptista, tanto la comida como el comportamiento y la vestimenta de los habituales solían ser mucho menos sofisticados. Personajes de la penumbra Además de los financistas, que abundaban por los tiempos de la Gran Venezuela, durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, también pululaban por los bares una serie de curiosos personajes, quienes aprovechaban el libre flujo de dinero y alcohol. Humberto Castillo se llamaba el pianista sureño que amenizaba algunas reuniones y quien, según Montilla, tenía una camisa pintada por Pablo Picasso, obsequio del mismísimo pintor. Como exclusividad de Camilo se encontraba Zuleyma la Poderosa, legendario personaje que tenía un puesto justo al lado de la caja registradora, y que prestaba servicios de limpieza mística a poetas y políticos. Gran amiga de Isabel la Católica, la Poderosa era un hito republicano, una mujer entrada en carnes que gozaba de la simpatía de los contertulios. A algunos los despojaba espiritual y carnalmente. Un personaje peculiar que solía darse sus escapaditas con el ex presidente Jaime Lusinchi. 100
101 También aparecía, de cuando en cuando, un personaje griego, conocido como Aristóteles, quien logró ganarse la confianza de los republicanos hasta el punto de ser contratado, en más de una ocasión, para hacerles diligencias por la zona. O Cucaracho, un indigente que siempre andaba con antenas, alambres y un cuatro bajo el brazo. Especialmente para Adriano González León había algo muy importante que él rescataba de la interacción en las barras: Los personajes grises de los bares, como les llamaba. La República no hubiese sido lo mismo sin la gente que llegaba a las barras o los trabajadores de los bares que también participaban y a quienes siempre se les tendía ayuda, explicaba González León. Pancho Villegas recuerda con puntualidad a uno de eso personajes, que compartió sus dolencias con el poeta y a quien Adriano escribió el siguiente poema: El barco de Tomás Supongo que una botella llena de lejanías estalló sobre la quilla. Las gaviotas sintieron el golpe y por eso vuelan, ladeadas, en homenaje. Varios peces se congregaron para ver la partida Había muchachas en la borda y un loco en lo más alto de estribor y el capitán que discutía en el astillero sobre puertos y países radiantes. El arquitecto de maderas y espumas, llamado Tomás, quiere ver, tocar, hacer olfato, para entonces creer que será recibido con festejos. Ve las olas y cambia la T por la J y aspira a ser tragado por 101
102 la ballena donde hay música y flores. Tomás o Jonás, amigo mío, viajaremos en el pez o en tu nave por mares olorosos a distancia en busca de sitios donde alguien nos espera con copas y canciones Cantemos, Tomás! Cantemos, Tomás porque esta noche las estrellas son para nosotros. Hay una cabellera perdida en la vía láctea Hay nuestros juguetes de la infancia acercándose a los anillos de Saturno. Cuando lleguemos lejos, Tomás, cuando tu barco toque el mar que nadie sueña y por eso es mar inesperado la tristeza caerá vencida por un haz de colores. Seremos hechizados, Tomás, porque a mil brazos de entusiasmo surgirán las bellas magas portando sus ramos de corales. Ellas nos han invitado a un regocijo. Danzan sobre las olas esquivas Han construido un tablado de algas Nos saludan, te saludan, Tomás, Las hojas que imitan la luz, las escamas de oro, son para tu barco. Alégrate, Tomás Estamos en la región de la aventura! Y yo sé que no hay olas ni fiestas ni muchachas. Se me ha ocurrido inventarte, para que no estemos tristes, Tomás, un barco sobre el mar desconocido. 102
103 Villegas recuerda que el nombre de aquel mesonero, a quien Adriano escribe tan sentidas líneas, era Carlos Denis. Luego de que Denis le contara sobre su depresión amorosa, debido al abandono de su mujer, el poeta tomó lápiz y servilleta e ideó El barco de Tomás. Posteriormente, el poema llegaría a manos de Villegas con una nota: Para que Pancho Villegas, en su copyright, edite este viaje que nos junta en los ojos de una sirena encendida. La razón de este petitorio era que, siguiendo una sugerencia de Adriano, Pancho Villegas se había dado a la tarea de reproducir en una especie de editorial underground algunos textos creados por los poetas en los bares o algunos discursos pronunciados por los contertulios en medio del fulgor de una contienda electoral. El barco de Tomás nunca fue reproducido, sino tras la muerte del escritor, cuando el diario Tal Cual lo publicó como parte de un homenaje a González León. Así era el ambiente de los bares, solidario, pero efímero. Un fenómeno muy particular Por algo la zona era conocida como el Triángulo de las Bermudas. Nada de lo que por allí pasaba era usual. Ni la peña de amigos era una peña que respondiera a la configuración de grupos anteriores, de esos que defendían postulados artísticos y políticos específicos; ni la heterogeneidad de los contertulios y bebedores de caña se podía explicar más allá de la necesidad de un reencuentro tras la época de la lucha armada, como una excusa para celebrar la fiesta perpetua y atenuar así la soledad y la frustración. 103
104 Ahora bien, el que esa reunión nacional se tradujera en una peña alcohólica sólo fue posible gracias al flujo de dinero en la época de las vacas gordas, que se inició con el estrepitoso aumento de los precios del petróleo durante los años setenta, y que repercutió favorablemente en el crecimiento de algunos sectores económicos como el que agrupa a hoteles, bares y restaurantes. Además, la corrupción desenfrenada terminó de hacer que muchos intelectuales perdieran cualquier esperanza que tuviesen depositada en el país. Fue el período en que los escándalos económicos, como el de la donación del barco Sierra Nevada a Bolivia y la intervención del Banco de los Trabajadores, ocupaban las primeras páginas de los periódicos, y en el que los gastos de los embajadores en el extranjero eran la comidilla de la prensa. La necesidad de olvidar En el año 1982, en una entrevista que apareciera el 21 de junio en las páginas de El Nacional, Orlando Araujo expresaba lo siguiente: Ningún escritor necesita un bar para escribir, aun cuando pueda necesitar alcohol para olvidar. Pero en Caracas se ha dado el caso de que gente que no son escritores buscan a escritores tristes en los bares para darse lumbre de intelectuales que no tienen. Sabana Grande es la trampa de los mediocres, allí lo rodean a uno para ser escritor y no han escrito ni una página en su vida. Ya Araujo, tras pasar una temporada en la clínica Santiago de León, había escrito y publicado, para la época en que da esta declaración a la periodista Edith Guzmán, su libro Crónicas de caña y muerte. De muerte y no de vida, porque aunque le aterrorizaba que el final 104
105 de sus días podía llegar en cualquier momento, era precisamente eso lo que le impulsaba a vivir. Y de caña, porque así daba de qué hablar a quienes creían que no hacía más que beber. Su primer acercamiento a la muerte lo tuvo en 1976, demasiada juerga, demasiado vino. Lo internaron. Le prohibieron la bebida. Hizo caso omiso. Siguió tomando y desafiando a la muerte. Durante más de diez años, con un hígado que apenas existía, siguió despachándose tragos hasta que el 15 de septiembre de 1987 no pudo alzar otra copa. A los sesenta años fallecía en la Clínica San Pablo de Las Mercedes. Desde ahí seguía cercano a algunos de los republicanos que, a partir de los años ochenta, intentaron mudar, por razones de seguridad, la República del Este a los bares de esa zona. Para Marco Negrón, la migración de los bares de la Solano y de los cafés y librerías del bulevar tuvo que ver con la llegada de público nuevo tras la construcción del metro; pero principalmente con los buhoneros que comenzaron a invadir espacios que antes estaban dedicados al esparcimiento ciudadano. Aunque en la década de los noventa el comercio informal comenzó a tender sus manteles sobre las aceras del bulevar para llenarlos de mercancías y facilitar que los arrebatadores de carteras y celulares escaparan impunes, Negrón destaca que la situación dramática comenzó en el Para el año 2006, antes de que se iniciara la campaña de recuperación de Sabana Grande, que pasó por la reubicación de los buhoneros; el Centro de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC), reportó, sólo en el área del bulevar, siete homicidios, siete lesiones personales, 100 robos y hurtos, y 105
106 105 robos y hurtos de carros. Cifras que se quedan cortas si se colocan al lado de las cuentas propias de los comerciantes de la zona, quienes para aquel momento decían presenciar, a través de vitrinas y ventanas, hasta más de 10 asaltos diarios a los peatones. Después del inicio de las labores de recuperación de Sabana Grande, en el año 2007, la situación ha mejorado. Incluso se realizan actividades culturales en las calles y los comercios registran un repunte de la actividad económica. Pero el daño está hecho y la zona que acogió a la intelectualidad de los sesenta, setenta y ochenta todavía dista mucho de volver a ser lo que fue. Se acabó la bonanza Por los comienzos de los años ochenta, cuando Orlando Araujo declaraba que Sabana Grande era una trampa para los mediocres, ocurrían muchas otras cosas por los predios de las repúblicas. Tanto la del este como la del oeste. Hechos que apuntaban a que el presagio de Caupolicán Ovalles, también anunciado por Manuel Alfredo Rodríguez, se haría realidad. Rodríguez también se había atrevido a vaticinar que la inauguración del metro ocasionaría la llegada de gente extraña y, por tanto, la muerte de la República del Este. Y así fue, aún más allá del determinismo de Rodríguez y Ovalles. Para construir el metro derrumbaron algunos locales, como El Gato Pescador o el Tic Tac, que habían servido como sitios de reunión para la incipiente república imaginaria. Gente extraña comenzó a circular por las aceras y por el nuevo bulevar y llegó el momento en que los rostros dejaron de ser amigos. 106
107 Cambió la configuración de la ciudad, en medio del cambio económico que vivía el país. Se comenzaron a ver más indigentes por la zona y cada vez existían menos pitchers con dinero siempre presto en el bolsillo para dar una limosna en sencillo o en alcohol. El Viernes Negro se sentía venir desde comienzos de los ochenta y la confianza en el gobierno de Luis Herrera Campíns no tenía nada que ver con la que existía en la época del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, a principios de los setenta. Baica: Boca de jarro En una entrevista que le hiciera Miyó Vestrini en 1980, Baica Dávalos contaba que lo habían asaltado en varias ocasiones. Es que tengo cara de gringo rico y pendejo, de esos que andan borrachos y dicen OK Caracas, llenos de dólares. La tragedia es que cuando me asaltan, siempre tengo encima dos bolívares, máximo 7, explicaba el escritor. Uno de esos tantos asaltos, lo llevó a pasar una corta estadía tras las rejas, según contó el escritor Pancho Massiani al suplemento Papel Literario, para una serie sobre Los raros de nuestra literatura, en 1978: Se encontraba solo en El Páprika y al salir, un muchacho algo más alto pero más delgado, le ofreció acompañarlo; total, vamos a la misma dirección, dijo el muchacho. Bien, y de dónde eres y qué haces?. Así pasaron cuadras, Baica camina muchísimo. El muchacho, después de haber tragado el alma y cientos de metros, decidió atacarlo. Pero sólo consiguió sacarle un billete que le afloraba al viejo en el bolsillo. Baica lo persiguió hasta echarlo al suelo y le quitó el dinero. Un auto de la policía se detuvo. Pasa algo, señor?. Baica le respondió 107
108 que no. No quería el viejo que se llevaran preso al ladrón. Después que el auto partió, el muchacho aprovechó la distracción del viejo y logró arrancarle la mitad del billete. Baica lo persiguió hasta darle alcance de nuevo. Lo tiró al suelo, lo golpeó. Llegó nuevamente la policía. Ahora se me van presos los dos, dijo un agente. Los llevaron. A Baica primero. Qué hacía usted peleando en la calle? Nada, dijo Baica. Somos amigos y a veces nos da por pelear. Los metieron en el mismo calabozo. Después de media hora el muchacho lloró. Baica lo tomó por el pescuezo hasta sacarle la lengua y le dijo: Cabrón, soy mejor escritor que tú, ladrón. A diferencia de esta anécdota, no resultó nada jocoso el último encuentro de El Viejo Baica con la delincuencia. Si bien el primero se puede contar para dejar en evidencia la particular personalidad del escritor argentino, solidario y generoso, a quien nunca le interesó hacer mal a los demás, el segundo intento de robo apagaría por siempre su inteligencia voraz. Ello, a pesar de que estaba convencido, tal como se lo dijo a Vestrini en una entrevista, de que por ser tan mala chanza no tenía miedo de que los asaltantes lo mataran: Yo soy el malo, por lo tanto no me matarán, le aseguró a la periodista. El destino tenía algo distinto preparado para él. Después de aquella segunda fractura de cráneo no abrigaría esperanzas de volver otra vez, como rezaba uno de sus poemas favoritos, escritos por T.S. Eliot: Miércoles de ceniza. No volvió a su Argentina natal. No volvió, tampoco, a los bares del este de Caracas. 108
109 Hacia una estación inexistente Así como el cambio en la configuración de la ciudad provocó la desaparición del centro como área de desarrollo cultural, luego de la caída de Marcos Pérez Jiménez, la nueva ordenación de Sabana Grande hizo que el metro subiera en uno de sus vagones a la bohemia de la zona y se la llevara a una estación aún por construir. Quizás por ello, porque la estación destino es aún más ficticia que aquella patria imaginaria, los intentos por refundar la República del Este en otras áreas de Caracas, entre las que destaca Las Mercedes, con su zona de restaurantes como el Amazonia Grill (donde cerró por última vez los ojos Adriano González León) o el Hereford Grill, no se pudo concretar. La ausencia de pitchers con cajas chicas fluidas, la lejanía de centros de discusión intelectual, como lo fue la Ciudad Universitaria, y la muerte de algunos republicanos o el efecto del alcohol en los hígados de muchos otros, también se apuntan entre las razones que marcaron la desintegración de la República del Este y el fin de la vigencia de Sabana Grande como el eje cultural caraqueño. 109
110 CAPÍTULO IV: Baila al son que te toquen Y, qué queda sino el juego, cuando todo lo serio todo lo que con el poder se relaciona se esfuma inesperadamente? Denzil Romero. Parece que fue ayer En La Chuleta no servían tortilla española o conejo al salmorejo, tampoco pasta a la boloñesa. En La Chuleta porque no podía ser de otra manera la especialidad era chuleta con ají y oliva. Era un pequeño restaurante de la avenida Solano, pero a pesar de estar muy cerca del Triángulo de Las Bermudas no formaba parte del área en la que, al entrar, desaparecían del radar poetas, escritores, políticos y demás ciudadanos. La Chuleta era el lugar perfecto para fraguar un golpe. Una rebelión contra el presidente que impuso la institucionalidad en la República del Este. El otrora adeco Manuel Alfredo Rodríguez no se imaginaba en 1973 que, al cabo de un año, presidiría la República del Este. Mucho menos que, luego de imponer el orden y la constitucionalidad entre los republicanos, saldría del poder por la vía de la fuerza en un golpe de estado que se conoció como el Chuletazo. Caupolicán Ovalles, principal promotor de la rebelión, retomó mediante aquel 110
111 alzamiento las riendas de la república ficticia. Sólo que esta vez llegó al poder por la vía electoral. Era la época del poder joven, de la entrada de la política en la Universidad Católica Andrés Bello, de la publicación de la revista Reventón. También se habían puesto de moda las pintas o grafitis, que tenían un tinte principalmente político y venían firmadas por El Oso o El Tucán. Vota fucsia-magenta, José Vicente al poder, decía una que apareció frente al Franco en víspera de las elecciones de Pero también apareció, tras el golpe a Rodríguez, otra pinta frente a Al Vecchio Mulino: Abajo el paquidermo, decía, y el publicista y arquitecto Raúl Fuentes, quien también participó en aquel asalto al poder, asume su autoría. Las elecciones y las influencias adecas, como las de Rodríguez, llegaron a los predios de Sabana Grande por los mismos días. El año 1974 marcó la incorporación de muchas personas que no tenían nada que ver con el origen literario-político de los miembros del grupo. Por aquella época, se unieron a las tertulias personajes ajenos a las barras hasta aquel momento: empresarios, trabajadores de bancos, oficinistas. El periodista Junio Pérez Blasini, quien asumiría la presidencia en 1978; o personajes como Carlos Canache Mata, Ramón J. Velásquez y Luis Beltrán Prieto Figueroa, comenzaron a asomar por los bares de Sabana Grande e, incluso, a ser homenajeados por los republicanos. Alfonso Montilla recuerda que presentó a Jóvito Villalba, Luis Beltrán Prieto Figueroa y al torero Curro Girón en los reconocimientos que se organizaron para ellos, y en los que los republicanos podían intercambiar ideas con 111
112 reconocidos personajes. También el poeta Héctor Guillermo Villalobos, el psiquiatra Raúl Ramos Calles y el poeta colombiano León de Greiff fueron homenajeados en los bares. Paquidermo y escalera El presidente Rodríguez, quizás por la misma seriedad que imponía su ronca voz y su imponente altura, fue quien instauró con su gobierno la etapa de legalización y convocó a las primeras elecciones. Junto con Adriano González León, Rodríguez organizó el primer proceso electoral en el que fue ratificado como presidente. A pesar de contar con el apoyo del pueblo y de haber establecido la modalidad de las reuniones semanales en la galería Durbán, regentada por el también republicano César Segnini, Escalera, como lo apodaron sus amigos, salió del poder como consecuencia del célebre Chuletazo. El sobrenombre de Escalera, que en lo absoluto le agradaba, no se lo habían dado en las barras, sino durante su época de correrías políticas. A los 14 años, cuando aún vivía en su Ciudad Bolívar natal, Rodríguez se incorporó a la actividad política. La mayor parte del tiempo fue militante de AD, pero abandonó el partido al darse cuenta de que no era el que había soñado para construir una Venezuela mejor. Pues, se había convertido en una sociedad mercantil para hacer negocios y para permanecer en el poder al precio que sea, considerando el poder como un disfrute personal, según le comentó a la periodista Milagros Socorro en 112
113 una entrevista publicada en El Nacional el 28 de marzo de También militó en el MIR, después de la escisión adeca, pero no por mucho tiempo. Para 1975, durante otra entrevista que le hiciera Miyó Vestrini para el mismo periódico, Rodríguez indicaba que le hubiera gustado y le gustaría ejercer una influencia útil en la vida política del país. Sin embargo, muchos de sus discursos quedaron para los bares y los amigos. Habló y discutió, hizo y deshizo, pero no ejerció el poder real. Esas ganas de cambiar al país siguieron allí, pero era mejor dedicarse a la escritura de sus libros. Una obra modesta, pero que le satisfacía. No podía hacer mucho más si había perdido la fe en la política, en su partido. Así que depositó parte de esas ganas de trabajar por el país cuestión que sí hizo durante la huelga ucevista de los años cincuenta en páginas que cuentan la historia de su Guayana natal o de la capital venezolana, que lo adoptó y reconoció como político joven e intelectual de palabra. Entre reglas e infiltrados La institucionalidad que impuso Rodríguez no era algo demasiado valorado por los predios de la República del Este. Los bohemios la aceptaban siempre que cupiera dentro de la broma, dentro de la chanza. Pero esa especie de parodia de la república del oeste no hubiese sido posible sin el desorden temporal que ocasionaban los golpes de estado, las rebeliones de güisqui y los discursos llenos de altisonancias y verbo de altura, pero tan utópicos como los que se dejaban oír en el oeste. 113
114 Ovalles era experto en las artes bélicas ficticias y amante del poder. Por ello, volvió a la presidencia tras la salida de Rodríguez. Legalizó el golpe de estado como arma válida y propugnó la victoria del pensamiento surrealista. Aspectos concebibles en el gobierno de un poeta y no en el de un político. Pero el trabajo del antiguo hombre de partido estaba hecho: las elecciones y la estructuración, en gabinetes y comunas, llegaron a los bares del este para quedarse. Por lo menos, por una década más. La mayoría de los republicanos originales; aquellos que venían de los grupos literarios de los sesenta, recibieron con gusto el reconocimiento público de la República del Este y su nuevo carácter un tanto más formal. Alfonso Montilla, Adriano González León, Manuel Quintana Castillo, Luis Camilo Guevara, entre otros, detentaron diversos cargos dentro de la estructura republicana. Sin embargo, otros literatos y bohemios de barra, como Salvador Garmendia y su esposa Elisa La Negra Maggi, prefirieron no entregarse en cuerpo y alma a la organización de una república que no consideraban hubiese sido creada para ocupar centimetraje de prensa o insertarse en el panorama político nacional. Garmendia y La Negra, fieles a su espíritu bohemio, siguieron asistiendo a los bares de Sabana Grande y, aunque eran considerados republicanos, ellos mismos decidieron tomar distancia. La razón principal de esta resolución está, según La Negra Maggi, en que su esposo era muy reacio a toda formalización, especialmente a raíz de la incorporación de gente ajena al mundo intelectual, como lo era un grupo de adecos. No era una separación de los bares, ni del alcohol, pues más de veinte años después de disuelta la República, La Negra 114
115 sigue yendo a los bares a tintinear su trago de güisqui. También lo tintinea en su casa, donde esconde miles de recuerdos y secretos de Miyó Vestrini y Salvador Garmedia. A Salvador no le parecía que la República tuviera que recibir a personajes como Canache Mata y Luis Beltrán Prieto para homenajearlos. No podía concebir la idea de estar con ellos en una tertulia. Por ejemplo, una de las personas más odiadas durante la lucha armada por los intelectuales de El Techo de la Ballena fue Junio Pérez Blasini, porque tenía permanente tribuna contra la izquierda y la guerrilla; y después fue presidente de la República del Este. Se perdieron todos los perfiles y esto no nos convencía, señala La Negra. La caricatura de Garmendia, con su copiosa barba gris, se encuentra a espaldas de su esposa y pareciera asentir desde la pared. También hay un cuadro de Renzo Vestrini, y conserva los ejemplares del periódico infantil El Cohete, que hizo que Miyó ganara el Premio Nacional de Periodismo; además de fotografías de su esposo y parte de su obra. Atahualpa Montes era otro de los personajes que causaban desconfianza tanto a Salvador como a muchos otros intelectuales de barra. Y su presencia en los bares venía a apoyar la tesis que señala que detrás de la incorporación y el interés del mundo político por el grupo de contertulios se encontraba un afán de conocerla desde adentro, para asegurarse de que no se fraguara algún golpe literario al gobierno de la época a través de un nuevo poemario como Duerme usted, señor Presidente?, por ejemplo. 115
116 Montes fue un famoso policía y represor en los gobiernos iniciales de Acción Democrática, por la misma época en que Caupolicán Ovalles publica su poema contra Betancourt. Que un miembro de la Digepol, como Montes, pasara de ser un adversario político (para la mayoría de los republicanos) a convertirse en un mecenas de la caña, con quien se compartían brindis y mesas, es algo que algunos intelectuales no logran comprender, y que incluso fue causa de reyerta dentro de los bares, pues poetas como Orlando Araujo o El Chino Valera Mora, se negaron en más de una ocasión a compartir con Montes e incluso lo retaron a golpes. La etapa de estructuración coincidió con la instauración de Carlos Andrés Pérez en la silla presidencial. Había pasado la época del llanto. Diría Adriano González León que el Che Guevara ya tenía diez años del otro lado del espejo. Y la raíz de izquierda, que dio origen a la República del Este, se encontraba reducida en medio de una selva etílica en la que ahora crecían todo tipo de árboles: adecos, copeyanos, comunistas. También independientes. Algunos que luego seguirían defendiendo el socialismo hasta el del siglo veintiuno y otros que jamás comulgarían con la tesis de Marx. El sustento de las ideas de los primeros republicanos se encontraba en un socialismo trasnochado. En un ideal que se percibía cada vez más utópico y que debía replantearse, tal como lo expresó Teodoro Petkoff en su libro Checoslovaquia: el socialismo como problema. El boom petrolero estaba en pleno apogeo. La Venezuela Saudita llegó con Pérez y los sueldos y las becas de los institutos culturales, como el Inciba y el Celarg, daban para los traguitos de buen 116
117 escocés y los almuerzos diarios en restaurantes. También para convidar, de cuando en cuando, a quienes preferían una vida más disipada y siempre alejada de los compromisos laborales. La situación económica era tan favorable que aquel replanteamiento, que en Venezuela tenía a Petkoff como principal promotor, estaba muy lejos de ser prioritario para unos republicanos que, por el contrario, se alejaban un poco de los ideales para acercarse al oeste. A lo pragmático. Al discurso político, pero ahora más real. Más allá de la parodia. A través del Inciba, que en el año de 1975 se convirtió en Consejo Nacional de la Cultura (Conac), ese acercamiento se concretaba aún más. Como un proceso de apertura por parte de la elite política lo vieron algunos; mientras que otros como el propio Petkoff o el periodista Jesús Sanoja Hernández prefirieron llamarle la incibización de los intelectuales de izquierda. Para los de posición más crítica hacia la izquierda, como Petkoff o Sanoja, las becas que recibían por parte del Inciba representaban su venta a la política corrupta y justificaba su inacción. Viéndolo ya con los años, es posible que haya habido una intención de domesticar a la intelectualidad abriéndole espacios en instituciones oficiales de la cultura, pero al mismo tiempo, también puede ser visto como el tipo de gesto que el gobierno comienza a hacer cuando el PCV comienza a dejar la lucha armada, explica Petkoff. También aclara que el término incibización, como forma despectiva de juzgar un proceso que implicaba contratación y becas a los intelectuales, probablemente era injusto, tanto con los intelectuales como con el Gobierno. 117
118 Hay posiciones encontradas, pero muchos afirman que la atracción de los escritores, poetas y demás representantes de la cultura hacia las instituciones de gobierno pudo haber tenido escondida la intención de controlar a la izquierda cultural. Entre apertura y seducción intencionada se debaten las opiniones. No sólo hubo becas para ir a París, Londres o Roma, también publicaciones, boletos aéreos y ofrecimiento de cargos relativos a la cultura y la diplomacia. La situación no sólo acabó con la disidencia de los grupos culturales, también logró en muchos casos que militantes furibundos de los sesenta devinieran en simpatizantes de los partidos gobernantes. Casi podría decirse que básicamente los gobiernos de Acción Democrática y Copei lograron infiltrar la República y erosionarla desde dentro, explica el escritor y profesor Luis Barrera Linares. Por su parte, Carlos Noguera también se inclina por la teoría que indica que hubo una incorporación intelectual al status quo, a través de una política de apertura, incluso de seducción. Mientras que el individuo de número de la academia de la lengua Oscar Sambrano Urdaneta, explica que el Inciba nació bajo la idea de reorganizar todos los elementos de la cultura que dependían del Estado más que del Gobierno, por lo que la participación de los intelectuales de izquierda en ese proceso se debió más a una apertura, caracterizada por la ausencia de sectarismos, que a una maniobra intencionada. El poeta Luis Alberto Crespo también tiene una visión muy particular de ese vínculo que comenzó a crearse entre los escritores de izquierda y las instituciones culturales: El gobierno de Carlos Andrés Pérez aceptaba cualquier 118
119 cosa. Abrió un espacio para el despilfarro, la irresponsabilidad del intelectual. Fue un gobierno botarate. La República del Este fue una especie de vamos a olvidar todo, vamos a festejar, vamos a reunirnos, viva la bohemia, viva el frenesí. Y, qué pasaba en el país? El país era la República del Este. Lo que, desde el punto de vista moral, podría ser enjuiciado, analizado. Ellos se iban de espalda al país, por el que habían luchado para cambiarlo por un país socialista, por un país revolucionario. La tolerancia de Miraflores En el año 1975, Orlando Araujo recibió el Premio Nacional de Literatura en un acto que tuvo lugar en el propio palacio de gobierno. En Miraflores hubo tolerancia, se tituló el discurso de Araujo ante los asistentes a aquel evento. El verbo errático, la parodia desenfrenada y la irreverencia que caracterizaron a la República del Este inicial, no se dejaban traslucir en aquel discurso que, más bien, parecía buscar establecer o fortalecer los lazos entre las dos repúblicas. Al dirigirse al presidente Pérez, Araujo aplaude que se le permita y tolere a un escritor como yo, inconforme con la sociedad donde vive, que sin censura previa, venga y exprese sus propios sentimientos en el acto protocolar de agradecer este homenaje. ( ) No siendo héroe sino habitante de una de esas repúblicas terrestres, agradezco a la máxima dirección política de mi país, encarnada en usted, el permitirme decir a quienes nos escuchan que, en nombre de mis compañeros de letras y de la parte no podrida de la manzana de mi patria, yo 119
120 he resuelto donar los veinte mil bolívares de este premio al centro principal de la resistencia chilena, a fin de que las armas, que muchas veces en América Latina se han conjurado contra las letras, como en Venezuela lo hicieron contra Rómulo Gallegos, anden ahora juntas para combatir el fascismo que hoy ensangrienta la tierra que ofreció techo, pan y amores a nuestro gran compatriota Andrés Bello. Araujo recibió el premio junto con otro republicano, como lo era el poeta Ramón Palomares. También el pintor Carlos Otero resultó laureado en aquella ocasión. El discurso de Araujo daba fe de una situación que venía ocurriendo por los predios de la República del Este: la apertura hacia la política oficial, hacia las instituciones culturales y los cargos burocráticos. La línea divisoria entre el este y el oeste comenzó a desdibujarse. La causa original que provocó el surgimiento de un gobierno paralelo por parte de los intelectuales que no se sentían representados, no estaba demasiado presente entre quienes ocupaban las sillas de los escritorios del Inciba y el Celarg en las mañanas; y las de los bares de la avenida Solano en las tardes. Tal es el caso de Luis García Morales, quien fue nombrado presidente del Conac por el presidente Pérez, tras la creación del Centro. Ante la responsabilidad que caía sobre sus hombros por ser dirigente del máximo organismo cultural para los años setenta, García Morales decidió apartarse un poco de la vida de bar: Yo no viví la época de mayor actividad de la República porque para ese momento estoy de presidente del Conac. De pronto me escapaba para verme con los amigos, pero ahí se presentaban muchos líos, muchas peleas y yo me planteé que no era 120
121 conveniente que si sucedía algo yo estuviera allí, teniendo el cargo que tenía, cuenta García Morales. Cuando salió del Conac, al ganar Luis Herrera Campíns las elecciones, regresó a la República del Este y fue la época cuando surgió la idea de hacer una revista homónima del grupo. Pero mientras presidió el máximo ente cultural, señala que empleó a guerrilleros y personas de todas las tendencias. El Conac era muy abierto, explica García Morales. Tan abierto, que en una ocasión su amigo, el poeta Baica Dávalos, fue a decirle que no conocía Europa y que no se quería morir sin conocer París y Madrid. Qué le iba a decir?, señala. Y, en 1978, Dávalos se fue a París, donde escribió su libro Memorias de las Tribus. Pues, como tampoco todo era amiguismo, los poetas que se beneficiaban con las becas y bolsas de trabajo del Conac debían entregar el fruto de su trabajo al culminar el lapso establecido, generalmente de un año. El mérito de Consalvi García Morales había participado en el proceso de reestructuración cultural que se había iniciado en el país en los sesenta. Primero fue llamado por Consalvi para formar parte del Inciba y, luego, dirigió la casa editorial del Estado. Todo ello, antes de que el Inciba se convirtiera en Conac y él pasara a ser su presidente. Con la creación del Inciba en 1965; y, especialmente, bajo la tutela de Simón Alberto Consalvi, amigo de muchos republicanos, numerosos intelectuales de barra participaron del surgimiento de un aparato cultural-estatal más completo. Político y hombre de letras Consalvi estuvo detrás de la creación 121
122 de Monte Ávila Editores Latinoamericana, de la fundación de la revista Imagen y de la primera convocatoria al Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos. Galardón que, en aquella primera ocasión, fue otorgado al escritor peruano y digno exponente del boom latinoamericano Mario Vargas Llosa. Todo lo anterior en el año de 1968, cuando, al mismo tiempo, Caupolicán sembraba la semilla que daría pie al surgimiento de lo que luego sería el Triángulo de las Bermudas. Hay gente que dice que el Inciba fue el refugio de la izquierda luego de la derrota, pero creo que es una frase hecha. Fue el refugio de todos los intelectuales, sobre todo porque quien lo crea, Consalvi, es un hombre abierto que estaba consciente de que los intelectuales eran gente de izquierda y decidió no discriminar, explica Manuel Caballero sobre los orígenes de la institución cultural. Si bien el apoyo institucional de Consalvi es reconocido por muchos de los republicanos y hombres de letras de finales de los años sesenta y principios de los setenta, Caupolicán Ovalles explicó, en una entrevista que le concediera a la periodista Mary Ferrero, que es con el nombramiento de José Carrillo Moreno como presidente del Inciba, que se crea ese vínculo con las instituciones culturales. Al acto de toma de posesión de Carrillo, además, habían sido invitados el resto de habitantes de la República del Este, de la cual el mismo presidente entrante del Inciba era considerado ciudadano. 122
123 Caupolicán y el Inciba Los cuestionamientos no se hicieron esperar. El reconocimiento público del grupo, tampoco. La incorporación de algunos republicanos a las labores burocráticas de un ente gubernamental, así como la recepción de becas y la aceptación de cargos diplomáticos fueron criticados por otros intelectuales y algunos sectores de la sociedad. Sociedad que por primera vez fue testigo de la incorporación de la República del Este a su dinámica, cuando se publica la esquela mortuoria de Carrillo Moreno. Los republicanos convocaron al entierro del presidente de un instituto del Estado y aparecieron en prensa como un grupo consolidado. Aquella sería la primera de muchas publicaciones en las páginas necrológicas; pero también un hecho que apoyaría la tesis de Rodolfo Izaguirre, quien señala que a través de Carrillo Moreno, Caupolicán había conseguido que el Inciba financiara los tragos que se bebían a diario. No sólo consiguió el supuesto financiamiento, también obtuvo un puesto como secretario privado de la presidencia del Inciba. Ovalles era un amante del poder. El poder lo obsesionaba: El poder se puede ejercer en Miraflores o en el gremio o en Sabana Grande o frente a mis hijos o a mí mismo, explicó el escritor en una entrevista que le concediera a Elizabeth Fuentes para El Nacional, el 9 de marzo de Era un encantador de serpientes. Su verbo ágil y embriagante le permitió llegar a muchos cargos, a muchos lugares. Viajó a costillas de ese poder: de su militancia en el Partido Comunista, de su presidencia en la Asociación de Escritores de Venezuela. Decía y desdecía, según cambiara la dirección del 123
124 viento. Pasó su vida a bordo de un velero llamado poder, que le llevó por los más diversos mares, pero que nunca atracó en ese puerto final en el que el poeta se imaginaba como el centro de todo: de la atención de las mujeres, de la envidia de los hombres, de la admiración de los políticos. Así también lo recuerda su hijo, Manuel Ovalles, quien de pequeño acompañaba al Padre de la Patria a los bares como la única forma que encontraba su madre de que Caupolicán regresara temprano a casa. Ovalles tiene muy presente lo importante que era el poder para su padre, hasta el punto en que señala que la misma República del Este o las relaciones que logró mantener con los presidentes de turno, también tienen que ver con su necesidad de detentar algún tipo de poder. Mi papá apoyó a Carlos Andrés Pérez, a Caldera, a Chávez. Pudiera ser oportunismo, pero él tenía un olfato político para percibir por dónde iba la sociedad venezolana y de montarse, como quien dice, en esa ola, explica su hijo. Pero Ovalles no sólo estaba detrás de un cargo o del gobernante del momento, también era un hombre de letras. Leía seis horas al día todos los días, en la madrugada ( ) y le encantaban un poema de César Vallejo que decía: Moriré en París, un día de aguacero y otro de Cesare Pavese, que también hablaba de la muerte: Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, recuerda Manuel Ovalles. 124
125 La prensa como tribuna No sólo en las necrológicas se empezó a leer sobre el grupo. La prensa representó una tribuna para los intelectuales de aquel momento. Especialmente el diario El Nacional, quizás por el influjo siempre latente de su fundador Miguel Otero Silva, publicó con cierta regularidad escritos, artículos y notas periodísticas de los republicanos. En los archivos del periódico quedaron registrados los homenajes que se hacían en los bares de la avenida Solano y los procesos electorales, que llegaron a contar con 700 votantes para el año de Pero la República del Este no producía sólo noticias y necrológicas. También se imprimieron, principalmente en la rotativa ubicada en El Silencio, numerosas epístolas de aquellos ciudadanos que habitaban una patria ficticia de bares, copas y tertulias. Las páginas de los periódicos, y en especial las de El Nacional, servían a los republicanos a manera de buzón de correspondencia. Para el año 1975, no era sólo Ovalles quien se encontraba en la directiva de un instituto cultural oficial. Manuel Alfredo Rodríguez fue el primero en ocupar la presidencia de otro organismo cultural, por aquella época de esplendor republicano, como lo era el Celarg. Precisamente Caupolicán y Manuel Alfredo serían quienes reaccionarían con más vehemencia ante la carta que Ludovico Silva escribiera a Orlando Araujo, cuya crónica de caña y muerte se acercaba al punto y final. La página cuatro de El Nacional, aquel 9 de junio de 1976 incluía una carta de Silva. Una carta que trajo revuelo. Porque una cosa es que los enemigos criticaran a la 125
126 República, otra muy distinta que la crítica naciera de su propio seno. El teléfono sonó dos veces en la habitación de la Policlínica Santiago de León, donde Araujo escribía sus crónicas de caña y muerte: en la primera oportunidad, Araujo percibió la furia que alteraba la voz de Ovalles; en la segunda, oyó la voz ronca y no menos molesta de Rodríguez. Y así lo recogió el escritor en sus Crónicas de caña y muerte: Ludo peló bolas; y yo le voy a contestar diciéndole que la República del Este que yo conozco, no es la de los esbirros que él inventa, sino la de los poetas que lloraron en silencio cuando él nos leyó In vino veritas, espetó Caupolicán por el auricular. In vino veritas, última obra de Silva, había sido bien recibida por un grupo de republicanos, amigos todos, a quienes, cuando Ludovico les leyó su poemario en la barra de Al Vecchio Mulino, se les aguaron los tragos, rebosados con lagrimones de admiración. La vinculación con factores de poder, el nexo con las instituciones culturales estaba allí. Latente. A flor de piel. Era evidente. Pero no por evidente se aceptaba, ni es aceptado hoy por muchos de los republicanos que aún siguen en pie. Por ello, la reacción contra Ludovico Silva. Por ello, también, la carta en respuesta de Caupolicán Ovalles que el mismo medio de comunicación publicó en el 16 de junio de Mientras que Ludovico Silva señalaba en su epístola que al comienzo de los años sesenta había en Caracas grupos literarios de ardua combatividad, que se expresaban a través de revistas agresivas, y que santificaban niples tanto en el terreno de la práctica política como en el de la literatura ( ) Esta República es 126
127 exactamente lo contrario de aquellos grupos literarios de los años sesenta. Aquellos grupos poseían cada uno una definición política y literaria muy precisa; la actual República, en cambio, carece de esa definición. En ella pululan por igual militares y poetas, ex agentes de los cuerpos represivos y auténticos revolucionarios. Caupolicán Ovalles, por su parte, difería de la laxitud intelectual que Silva señalaba como producto de la derrota de la guerrilla. Difería también de la presencia de ex agentes de los cuerpos represivos entre los miembros de la República e instaba al redactor de la primera carta a que los listara. Silva sentía como algo ajeno la incorporación de políticos extraños a la bohemia original, y a ello hacía referencia en su carta a Orlando Araujo; Caupolicán, como buen defensor de la patria que él mismo había creado, lo negó. Ludovico Silva, como Garmendia y La Negra Maggi, no aceptaba con agrado tener que compartir anécdotas, discusiones e historias de barra con antiguos enemigos de lucha, con personas que se opusieron a los ideales que habían defendido los intelectuales de izquierda a través de los grupos literarios de principios de los sesenta y de otras iniciativas culturales y políticas. Aunque, como el mismo Silva aceptó, su desvinculación de los bares y de la bohemia de Sabana Grande estuvo más marcada por una dolencia personal, relacionada con la incompatibilidad que se había generado entre su estado de salud y la ingesta continua de bebidas alcohólicas, que por diferencias ideológicas o por la misma discusión epistolar que se dio entre él y el Padre de la Patria. 127
128 Contrario al culto Manuel Alfredo Rodríguez era hombre versado. Estudioso de la historia nacional. En una entrevista que le concediera a Miyó Vestrini en 1975 señalaba cuál era su posición sobre el culto al Libertador: Yo no soy partidario del culto. Yo prefiero hablar de la comprensión de Bolívar. Los cultos son negativos, porque impiden el análisis, la valoración de los hechos. Pienso que la sacralización al Libertador es absolutamente innecesaria y que, más bien, hay que humanizarlo, estudiarlo como lo que es: como un gran líder político a quien le tocó guiar el proceso de liberación del país. Ovalles, por el contrario, festejaría el culto que se le rindiera a cualquiera, pero especialmente a él. Tanto Rodríguez como Ovalles murieron en 2002 y 2001, respectivamente, mientras respaldaban la posición política de Hugo Chávez, ex militar que diera un golpe en 1992 contra Carlos Andrés Pérez. El hijo de Ovalles incluso recuerda haber conocido al mandatario nacional en una reunión a la que fue acompañado por su padre y Rodríguez, en la sede de Pro Venezuela. El primer manifiesto que salió a favor de Chávez lo firmamos nosotros. Lo hicieron en Pro Venezuela, cuenta Ovalles. Muy contrarios en carácter, coincidieron en los bares de la República del Este y creyeron, luego, en el socialismo del siglo veintiuno. Entre sus compañeros muchos dicen que hoy no seguirían siendo chavistas. Otros, que seguirían apoyando un proyecto que no lograron imponer durante el siglo veinte, porque, como decía Rodríguez, a su generación le había tocado vivir una época de transición. Aunque ellos quisieran haber hecho más, haber sobresalido más, 128
129 haber realmente visto frutos positivos de alguna de las causas que apoyaron. No los vieron. Murieron con un sueño que no se consumó, apoyando una iniciativa política que después de 10 años sigue siendo palabra, proyecto. Pero palabra altisonante, retadora y desfachatada, como lo fueron en su época los discursos de Ovalles. Con Chávez, ni Ovalles logró acariciar ese poder absoluto que siempre buscó, ni Rodríguez pudo concretar esa influencia que siempre quizo ejercer de forma determinante sobre los destinos del país. Ambos murieron en busca de sus respectivos anhelos. La despopularización de la caña La década de los setenta. Las vacas gordas. La Venezuela Saudita de Carlos Andrés Pérez. El esplendor de la República del Este, su reconocimiento por parte de la sociedad venezolana, su crecimiento como grupo, se produjo en medio de un panorama nacional bastante favorable. Pero la dilución de aquel grupo primigenio de poetas y literatos, para dar pie a una peña tan heterogénea como lo puede ser una verdadera república, no fue bien recibido por todos los intelectuales de la época. Algunos preferían una república idílica como la de Platón, en la que el poder estuviera sólo en manos de los poetas, de los hombres que cultivaban la lectura y las letras. Sin embargo, la situación económica de aquellos años permitía que incluso la cultura se popularizara y estuviera al alcance de quien pudiera pagarse un trago de güisqui o un almuerzo en la avenida Solano. 129
130 Algunos por amor a la caña, otros por todo lo contrario, dejaron de pulular por los bares con tanta frecuencia o se apartaron de la estructura formal que fue adquiriendo una república que, como la del oeste, llegó a su esplendor cuando aún no estaba cerca la amenaza del Viernes Negro que caería sobre el país y sobre los bares aquel 18 de febrero de Por aquel entonces, seguían las elecciones en las barras, los encuentros con todo tipo de intelectuales, los homenajes a reconocidos hombres de letras y políticos. Después del 18 de febrero las cosas cambiarían. Ya un almuerzo no costaba lo equivalente a un dólar (cuando aún estaba a 4,30 bolívares). Los precios comenzaban a subir. Ya no se podía almorzar todos los días en restaurantes, ni brindar tanto güisqui a los amigos desempleados. 130
131 CAPÍTULO V: Demasiado arrecha Hay quienes no pueden librarse de su propia cadena y sin embargo, son salvadores para sus amigos Frederic Nietzsche Ni Beria, ni Beria!, exclamó, con unos tragos encima, el dirigente comunista Eduardo Machado, mientras de su frente empezaban a manar gotas de sangre. El político no tuvo oportunidad de esquivar el vaso que la libertaria Miyó Vestrini le arrojó luego de una discusión. Machado, declarado estalinista, no se refería a algún personaje de una novela de ficción o a la aerolínea española. Machado se refería a Laurenti Beria quien fue en tiempos de la Unión Soviética el jefe de la policía y el servicio secreto, hombre autoritario y despiadado, la mano derecha de Joseph Stalin. El comunista no quiso más polémica con Miyó, así lo recuerda Arlette Machado, testigo del episodio. Y aunque la comparación fuera en extremo exagerada e inverosímil, Vestrini era una mujer de armas tomar y temer en todas las facetas de su vida. Impetuosa, agresiva e indoblegable. Con estas características la describen amigos y compañeros de trabajo. La periodista no tenía medias tintas con nadie. Algunos le temían, otros sentían respeto por aquella mujer de temperamento volátil que no dudaba en expresar sus opiniones, sin temor a generar polémica. En el periodismo fue así: concisa e implacable. Destacó en las páginas de arte con entrevistas y críticas en las cuales sus palabras eran 131
132 precisas. Quiso ser reportera política, quiso ser un alma libre, quiso deslastrarse de una memoria que le pesaba y le resultaba lacerante. Tenía carácter, era solitaria, pero grupera. La pertenencia a la República del Este le daba ánimos para sortear las cotidianeidades que la agobiaban. El único lugar de encuentro de amigos que se muestran solidarios entre sí, en esta ciudad-infierno donde todos estamos gobernados por las leyes de la violencia, de las trancas, del desorden, así lo explicó en una entrevista publicada en 1976 en El Nacional. Vestrini se abocaba a las actividades de la República con la misma seriedad y dedicación con que realizaba sus trabajos periodísticos. Fuera como miembro del Consejo Supremo Electoral, órgano que velaba por la transparencia de las elecciones, o como candidata a uno de los cargos importantes, la periodista se esmeraba y consagraba en pleno a sus labores. El psiquiatra Manuel Matute recuerda que Miyó era quien chequeaba las listas de votantes de la República, nunca se coló nadie. Ahí estaba Miyó para impedir algún intento de fraude y mandar de vuelta a casa al que estaba fuera de los papeles. Miyó todo lo quería con pasión, subraya Elisa La Negra Maggi, compañera de barra y confidente. Pero en la vida de la poeta había una perenne carencia que los amigos, los amantes o los vodkas no lograban llenar. La misma Maggi, quien considera que la periodista fue su mejor amiga, señala que Miyó buscaba cariño porque siempre creyó que nadie la quiso. Tras la imagen de la mujer fuerte e infranqueable había mucha inseguridad, su temperamento 132
133 explosivo no era siempre el reflejo de un ser susceptible que proclamaba que el amor se pierde o se gana en un segundo. Y sobre el amor, precisamente, versaba uno de sus discursos oficiados en la República del Este cuando ejercía la presidencia de la Comuna. La República del amor Cada día se hace más difícil amar. Cada día, es más complicado dejarse amar. Por eso, pienso que esta noche debemos recuperar y para siempre la capacidad de amar. Mientras más elemental, más telúrico, más llano sea ese amor, más república seremos. En el amor como en todos los asuntos humanos, el entendimiento cordial siempre es el resultado de un malentendido, decía Baudelaire. Y si para ese comunero infernal el amor fue difícil, la locura espléndida, y la violencia desmedida, para nosotros no puede ser menos. Yo, presidente de la Comuna, les advierto: sólo se aceptará el reclamo legítimo del amor insobornable. Sólo se escuchará la voz terrible del dulce, del afecto y la ternura. Entiéndanlo bien, republicanos: deben olvidar el poder, porque el poder está en manos de un tirano maravilloso, loco, payaso, espléndido. Y si él traiciona, todos habremos traicionado. Si él claudica, todos habremos claudicado. Es nuestro riesgo. Sé que a veces y sobre todo ahora, en un país que nos atormenta con su ruidoso desorden, con su vulgaridad mercenaria, la violencia ronda y muerde. Como buena comunera, conozco el tumulto, los gritos, la incontenible furia de los eternos humillados o el simple y solitario llanto en la barra de un bar. Pero sé también, porque lo he aprendido de ustedes, que el 133
134 amor que nos une en torno a este necio tirano, es más poderoso que la muerte, que todo olvido. Si los imbéciles que observan y juzgan la República del Este desde sus pulcras y hermosas habitaciones supieran cuánto nos amamos, cuán cómplices somos, comprenderían cómo es de hermoso el mundo para nosotros, pese a sus miserables vivencias cotidianas. Del amor y sólo del amor quiere hablar la comuna. Del amor pasado y el amor presente. De la gran risa amable de Manuel Alfredo, del grito de alegría de Rubén porque está escribiendo. De la tímida voz de Mariana al esquivar a un borracho. De los inefables chistes de Ramón. De la mirada de Aquiles cuando se siente solo. De la brillante tos de Adriano. De la elocuencia medieval de Alfonso. De los admirables y dulces silencios de Elías. De la voz de Gisela cantando a Tito. Del paraje andino, nublado y solitario en los ojos de Orlando. De la solidaridad de Junio. Poetas, escritores, borrachos, traidores, locos, burgueses, chancleteros, cuántas etiquetas llevamos a cuesta! Pero la comuna les dice: sepamos vivir juntos, tristes o feroces, alegres o solitarios, pero juntos, amparados por un tirano que nos ama más que a su propia vida. Aprendamos a defender nuestro derecho al sueño, a la locura, al amor pleno y estallante. Desconfiar de nosotros mismos, es perdernos. La comuna estará en la calle, en los bares, en los más remotos rincones de esta cruel ciudad y de este duro país, para saludarte, tirano, porque un día vendrá la muerte y tendrá tus ojos. 134
135 Tales fueron las palabras de Miyó Vestrini en el discurso que diera durante el acto de trasmisión de mando de la República del Este, en mayo de 1976, y que se encuentra incluido en la segunda edición del libro Órdenes al corazón. Entre el tumulto En ese espacio atestado de hombres, la voz de las mujeres era tenue. Era común que alguna amiga, compañera, curiosa o simple enchufada se asomara por los predios republicanos, pero de ahí a ser la voz cantante del grupo la cosa no era tan sencilla. Araceli Gil, participante de las tertulias, recuerda que no había alguna diferencia con relación a la participación, sin embargo, la presencia en las reuniones siempre fue eminentemente masculina. Entre la tiranía varonil quienes más espacio y respeto tenían entre la concurrencia eran Miyó Vestrini y Mary Ferrero. La primera por su personalidad avasallante y recia, además de su capacidad etílica; la segunda por el ánimo y cariño que ponía en las actividades. Gil señala que Mary era la Reina de la República, la primera dama, todos la adoraban. Ferrero conoció a la gente del grupo en los tiempos de novia y esposa de Adriano González León, en los tiempos de reuniones en el Chicken Bar, y aunque estuvieran separados las amistades siguieron siendo las mismas. Además de la amabilidad, propia de Ferrero, su belleza suscitaba delirios entre los hombres. Todos, en el buen sentido de la expresión, se proclamaban novios de Mary. 135
136 Desde Bahía Blanca a Choroní De latitudes argentinas venía Mary Ferrero, pero una vez se radicó en Venezuela adoptó al país con todas sus costumbres y tradiciones. El contacto con los círculos bohemios y de izquierda se dio cuando estudiaba Letras en la Universidad Central de Venezuela. Relata Adriano González León en Mary Ferrero viene sobre un caballo blanco, presentación del libro Protagonistas: Y así llegó el viaje de regreso. Ahora traía una compañera y mis amigos de Sardio, el Techo y Tabla se emocionaron con aquella argentinita que cambiaba las elles por las ye. Sabía a la vez de Sarmiento y de Borges y llamaba coches a los carros. Los novios habían viajado a Bahía Blanca, población de la que era oriunda Ferrero. En ese tiempo, la obra de González León Las hogueras más altas estaba próxima a ser publicada. El prólogo de la edición estuvo a cargo de Miguel Ángel Asturias y la casa editorial fue Goyanarte. De esa época el escritor recuerda que se acercaron y movieron en los círculos de izquierda en sitios de reunión como el Escarabajo de oro y el Grillo de papel. Con la emoción de esos encuentros regresarían a trabajar en actividades clandestinas en Caracas. Tiempo después iniciaron un nuevo viaje a Europa. Ya la dictadura de Pérez Jiménez había caído, pero había una policía muy jodida llamada Digepol. Un 31 de diciembre, cuando la pareja regresaba al país, el cuerpo policial se los llevó detenidos y los encarcelaron. Según narra el escritor, lograron salir gracias a la presión de la prensa de oposición. Se reencontraron con los amigos, volvieron a las reuniones de bares y cafés de Sabana Grande. Cuando apareció la República 136
137 del Este, Ferrero se consagró a la organización de actividades culturales. La promoción en ese ámbito fue una actividad que desempeñó con ahínco hasta liberar su último aliento. La leucemia la fue consumiendo y sus cenizas se esparcieron en el mar de Choroní con la esperanza de retornar algún día a Bahía Blanca. República en rosa Así como Vestrini y Ferrero eran reconocidas como las figuras femeninas más simbólicas de la República, no por ello eran las únicas que más activamente participaban. Mariana Otero, Margarita Chitty, Beatriz Guzmán (esposa de Ludovico Silva) y Araceli Gil también eran asiduas a las tertulias y actos organizados por las huestes republicanas. La Negra Maggi no se toma muy en serio adjudicarse la ciudadanía, simplemente alega que iba como mujer de bar, pues ahí estaba y no era necesario que surgiera la República del Este para que frecuentara Sabana Grande. Nunca se metió en los berenjenales de organizar elecciones ni homenajes, esos menesteres eran propios de sus amigas Mary y Miyó. Sin embargo, comenta que a pesar del respeto y reconocimiento que ellas tenían, la organización era machista. Ninguna mujer llegó a la presidencia, exceptuando Vestrini, quien asumió el cargo cuando el funerario Elías Vallés estuvo de viaje. La misma opinión sostiene Arlette Machado: Ellos eran muy machistas (los hombres de la República del Este) y nosotras éramos mujeres que entrábamos a la liberación y nos sentíamos personas, pero funcionábamos un poco como la 137
138 mujer que le lava los calzoncillos al hombre, que le hace el plato. Todavía estábamos entre la libertad y el yugo. Y padecíamos mucho, porque de pronto nos enamorábamos y salíamos maltratadas. El estigma de la mujer hogareña y sumisa permanecía latente, así lo señaló en 1979 Miyó Vestrini en la Presentación de la colección F en el libro Más que la hija de un Presidente: Resulta curioso observar cómo en Venezuela, dentro de un contexto mundial que levanta banderas y consignas feministas de trascendental importancia, el feminismo no representa absolutamente nada El término feminismo eriza, irrita, origina burlas sangrientas ( ) Conozco muchos intelectuales venezolanos sensibles, abiertos al diálogo, cosmopolitas y edípicos por añadidura, a quienes la palabra feminismo provoca casi repulsión, Feminismo?, eso es cosa de mujeres feas y brutas. Cierto desprecio hacia las actitudes de algunos de sus amigos sintió en su momento Miyó, pero entre ellos se había ganado el respeto por sus conocimientos en arte, literatura e irreverencia. De sus amigos de la República, según refirió en 1986 a la periodista Patricia Guzmán, el poeta al que más se sentía cerca, desde el punto de vista vital y de la escritura, fue a El Chino Valera Mora. Valera Mora, siempre enamorado de las mujeres, escribió en su poema Oficio puro : Cómo camina una mujer que recién ha hecho el amor En qué piensa una mujer que recién ha hecho el amor Cómo ve el rostro de los demás y los demás como ven el rostro de ella De qué color es la piel de una mujer que recién ha hecho el amor De qué modo se sienta una mujer que recién ha hecho el amor 138
139 Después de su muerte, Miyó le respondería sus interrogantes con el poema Té de manzanilla : Mi amigo, el chino, escribió una vez sobre cómo se sientan y caminan las mujeres después de hacer el amor. No llegamos a discutir el punto porque murió como un gafo, víctima de un ataque cardíaco curado con té de manzanilla. De haberlo hecho, le habría dicho que lo único bueno de hacer el amor son los hombres que eyaculan sin rencores sin temores. Y que después de hacerlo, nadie tiene ganas de sentarse o de caminar. Para Miyó, la muerte de El Chino Valera Mora fue la carta que uno recibió hace años y decidió no abrir. Los amigos tenían especial significación. Por los predios de la República era conocida como La punzopenetrante. Así también, aguda e hiriente como una daga, es su obra literaria y poética, en la que trasluce el desarraigo y vacío que siempre le acompañaron. La muerte, el amor y la soledad eran también ejes de su poesía y su vida. Así como la bandera feminista era mal vista por algunos sectores, también lo era la presencia femenina en los bares, ambiente propio de hombres. Esa vaina de una mujer bebiendo con dos o tres hombres era para decir que toditos se la raspan, que se acuestan con ella, existe esa creencia, ahí hay que ser delicado, indudablemente había mujeres, pero ese rótulo se lo ponían inmediatamente a todas como los nazis a los judíos. Amigo de la bohemia, Manuel Bermúdez 139
140 señala esa connotación negativa que se le adjudicaba a la fémina que frecuentaba o siquiera se asomaba por un botiquín. La Machadito, como llamaban a Arlette por ser hija del dirigente comunista Gustavo Machado, dice que entre sus familiares no faltó quien comentara que por Sabana Grande andaba de potrancona. Machado estuvo en el grupo desde 1972, había llegado hasta las tertulias a través de Adriano, a quien admiraba por sus conocimientos y con quien afirma haber hecho el posgrado que nunca cursó en las aulas. Esa cercanía en más de una ocasión motivó los celos de Mary, sin embargo, una vez aclarado el panorama se hicieron amigas. A tal punto fue la amistad que se consolidó entre ellas que cuando Ferrero estaba embarazada, por segunda vez, a Machado le tocó correr con ella al hospital y hacer de marido, ya que la pareja de Mary estaba en el exilio. Era un poco la guerrillera, señala Machado, pero aclara que el calificativo no era por su carácter sino porque le gustaban los hombres perseguidos. El padre de su segundo hijo era Baltasar Ojeda Negrete, conocido subversivo en cuyo prontuario descollaban los asaltos a bancos. Del matrimonio con Adriano González León quedó una hija, Georgiana, a ella y a José Joaquín, su otro hijo, les dedicaría su libro Protagonistas, compilación de imágenes de varias mujeres de la historia. Pero, propiamente, Ferrero se destacó en otra parcela no muy distante: la promoción cultural. Como presidenta del Instituto Autónomo Centro Nacional del Libro (Cenal) tuvo a su cargo la organización de nueve ediciones de la Feria Internacional del Libro. En 140
141 prensa destacó por sus columnas de opinión en los diarios El Nacional, El Universal y El Mundo. Hasta 1981 siguió asistiendo Machado a las reuniones. Los martes con toda religiosidad y, ocasionalmente, los viernes. Recuerda La Bajada como el sitio más patético de las reuniones, refugio de los más solitarios y borrachos del grupo. Los aires republicanos no le sentaron bien, y si, en un principio, se había acercado para compartir con los intelectuales y conseguir un compañero, los fracasos amorosos la distanciaron de la organización. Con tres guayabos a cuestas, la licenciada en Letras pone en duda el concepto de amistad que esgrimían los participantes de la República. Cree que esa amistad se encontraba sólo en las barras y en las conversaciones, pero que de allí no trascendía. El día en que anunció su retiro formal recuerda que pocos le pusieron atención, tampoco la llamaron tiempo después para preguntarle el porqué de la ausencia. Se reencuentran ahora en los entierros. Como generación señala el esplendor económico como un sino, sin embargo, persistía la inconformidad y el fracaso. Había momentos de gran melancolía y de confesiones personales, en los mismos bares. Esa frustración nos unía. La cerveza que hace amigos Con el eslogan publicitario La cerveza que hace amigos, sintetiza el académico Manuel Bermúdez el vaso o copa comunicante de los miembros de la República del Este. No hay cosa que una y, a la vez, pueda separar más, que el aguardiente. Y para ser republicano, sin que estuviera especificado en algún 141
142 escrito, era casi indispensable ser bebedor. Compartir, invitar o aceptar un trago y escuchar el anecdotario o la disertación política, literaria o filosófica que empezaba a surgir en el ambiente. La Negra Maggi reconoce que tanto ella como Miyó les seguían el ritmo a los hombres por su resistencia a la hora de los tragos. Podían beber a la par que sus compañeros y eso las hizo tener un puesto fijo en la barra. Así como el alcohol logró afianzar alguna amistad, también bajo sus efectos puso el clima caliente suscitando, en más de una ocasión, algún intercambio de palabras o, en el más inofensivo de los casos, una guerra de hielo. Igualmente, en el extremo más dramático, la caña sumergió en sus sinuosidades a más de uno, arrastrándolos al delirio creativo y lúdico o a la inercia de un ratón curado con cerveza y Frescolita. La gran peña de la amistad, es la respuesta que ofrece Rubén Osorio Canales cuando le piden una definición de la asociación. En 2001, en un intento por reagrupar a los sobrevivientes de la agrupación, ROC (como lo llamaban en la República) promovió una serie de reuniones dominicales en El maní es así, conocido lugar de Caracas donde el guaguancó, la salsa brava y el ron marcan el ritmo de la jornada. Pero esta vez no se trataba de asaltar la noche, las sesiones empezaban los mediodías y terminaban temprano. Ya no era una reunión de jóvenes irreverentes, sino de amigos cincuentones, reunidos como en los buenos tiempos en torno a una botella de buen escocés. Una de las cosas que caracterizó a la República del Este es que allí participaba todo el mundo, gente de todos los sectores, solamente por el afecto y el amor es que se unía la gente. Todos se respetaban, indicó Adriano González 142
143 León, poco antes de su muerte. Distinguía la agrupación de cualquier movimiento literario o artístico. Un hecho humanístico donde convergía gente de distintos plumajes y linajes. Con tan variopinta conformación, además del amor al vino, algo tendría que haber en común para que durante más de diez años, los mismos rostros confluyeran en el laberinto dionisíaco. Los miembros más emblemáticos no se conocieron en los bares, se reconocieron en ellos, luego de que los movimientos de vanguardia se congelaran con la pacificación promovida por el primer gobierno del doctor Rafael Caldera. Cantamos y brindamos, no para evadirnos de la realidad que nos margina, sino para compensar las menguas de la vida y para fortificarnos en el sentimiento más generoso de los hombres, la amistad y la solidaridad humana, que estimulan y alimentan la capacidad creadora, escribió el cronista de caña y muerte. Nuevos amigos, de la vida y de la barra, surgieron en ese espacio. Algunos admiradores del mundo mágico que asaltaba las noches de Sabana Grande; otros compañeros de nocturnidad y bohemia; unos con soporte económico para descorchar, sin escozor en el bolsillo, por cuenta propia, infinidad de botellas. Antes que un movimiento vanguardista de pretensiones literarias y artísticas, calificación imposible de ajustar a algún patrón, la República del Este fue un espacio donde se brindó por la amistad, se cantaron las alegrías de la vida y se lloraron los fracasos y sufrimientos. La celebración, así hubiera lágrimas, del momento. 143
144 El país estaba feliz, la corrupción galopaba, pero el dinero corría a raudales por las calles que se atiborraban de lujos y pretensiones. El país podía marchar solo sin que hubiera que preocuparse. República de papel En 1980 gana las elecciones Elías Vallés. Como primer acto de Gobierno, en la misma fecha en que asume la presidencia, es presentada a la sociedad la revista República del Este. Financiada por el empresario, tenía entre los miembros de la junta directiva a David Alizo, Mary Ferrero y Luis García Morales. La iniciativa tenía varios meses gestándose, pero fue en junio de 1980 cuando el primer número de la publicación salió a las calles. En el editorial se puede leer: La República como tal carecía de un órgano expresivo de sus preocupaciones artísticas y literarias, políticas y sociales o de cualquier otra índole que implique responsabilidad activa de cada venezolano. Esa necesidad viene a satisfacer REPÚBLICA DEL ESTE, revista mensual cuya orientación, objetiva, imparcial, al enfocar los problemas del país, obedecerá a la peculiar composición de la República donde están representados todos los partidos políticos importantes de Venezuela y un numeroso sector de independientes sin compromiso político alguno. Nuestra posición será la que hasta ahora ha mantenido en forma integral y digna la República. Nuestra palabra estará libre de toda atadura. Nuestro juicio procurará ser el más justo. 144
145 Quiere ser también la clara voz de la vigilia republicana cuyos días y cuyas noches están signados por la permanente fulguración del espíritu. Voz de la lucidez poética y voz de la conciencia crítica que tanto necesita la otra República. Ese ejemplar de estreno abre con una sección dedicada a un invitado especial que era entrevistado por varios miembros en algún restaurante, espacio en el que se sucedieron figuras como Ramón J. Velásquez; Francisco Tamayo; Andrés Aguilar; Arturo Uslar Pietri y Reinaldo Cervini. También incluye la historia de la República narrada a través de la voz de Caupolicán Ovalles y otras notas escritas por los miembros de la agrupación. A pesar de la emoción y entusiasmo primigenios que la publicación despertó como tribuna de la tropa republicana, el medio no fue un escenario constante para que la creación de los escritores y poetas se trasladara de la servilleta del bar a la imprenta de la Editorial Génesis. El periodista y contertulio Cuto Lamache escribió en esa ocasión: La revista de la República del Este será un agradable, saludable, risueño y razonable trago de whisky ( ) Quiénes son, de dónde vienen y qué se proponen estos republicanos del Este? Yo diría que son hijos del aburrimiento, que vienen de la frustración y que se proponen lanzar su propio grito. Así lo intuyó Lamache, pero antes que un grito cuyo eco resonara con fuerza quedó más el sopor de un trago de güisqui. Y es que la revista surge mucho tiempo después de la instauración de la República. Hay quien cree que fue un último intento por darle un sustento material a una organización que empezaba a 145
146 acusar la decadencia y agotamiento del tiempo; el desfase de un juego que hartaba en la exacerbación etílica y que justificaba en los dominios de la imaginación cualquier extravagancia. La publicación desapareció luego de cinco números. La cooperación de los republicanos no fue continua y el peso informativo quedó en manos de colaboradores externos. Luis García Morales, miembro del comité directivo y amigo cercano, señala que la revista, en parte, tuvo problemas de distribución y financiamiento. A pesar de que Vallés había conseguido algunos anuncios, el asunto no funcionó como se esperaba. Igualmente, recuerda que a quienes pensaron podrían contribuir espontáneamente con la revista había que perseguirlos para un artículo. Una poesía sí, pero que escribieran sobre la realidad nacional era difícil. Pura bulla Los republicanos ondeaban la bandera del antigobierno. En el oeste decían no los querían, por ello, aunque la sentencia tuviera más de disparate que de sensatez, se auto exiliaron en los bares de Sabana Grande a proclamar una patria regida por los artistas. Sin ningún reglamento, coerción o imposición que pusiera tope a la libertad de creación y pensamiento de la cofradía. El humor era un requisito indispensable para ser partícipe en las reuniones. Propios y extraños a la organización aún recuerdan los destellos chispeantes que disparaban los discursos de Caupolicán Ovalles, Adriano González León, Manuel 146
147 Alfredo Rodríguez o del pintor Hugo Baptista, hombre de pocas palabras, pero de frescas ironías cuando tomaba la palabra. Desde usar un poema de Eliot como preludio a un golpe de estado, iniciativa del histriónico Alfonso Montilla, hasta un chiste subido de tono de Marcelino Madriz, insigne borracho de la República y del mundo, era habitual en las reuniones. También había humor más negro, más hiriente, pero sin trascendencia. La Negra Maggi explica que si se anunciaba restricción del servicio de agua, en la República se proclamaba el consumo ilimitado de aguardiente. Si el presidente Luis Herrera Campíns pedía un receso a la actividad electoral, en la República se postergaban las elecciones atendiendo a la tregua pedida por la oficialidad. El show dependía del acontecer nacional. Hubo debates, discusiones con políticos, opiniones, críticas, mas no una intención seria de una propuesta renovadora del estado de las cosas. Todo quedaba ahí, en el bar. Se despotricaba del Gobierno, del imperialismo, de la Revolución Cubana, pero fue más en tono burlesco que agudamente crítico. Era una oposición pasiva y sin consecuencias. Personeros de la oficialidad incluso se daban cita o eran invitados a una sesión. En algún momento, los papeles se confundieron y las repúblicas se hermanaron a celebrar la prosperidad del petróleo. También corría el rumor de un pacto secreto con AD, organización que financiaría buena parte de la caña que corrió por los bares de Sabana Grande. 147
148 Entre broma y broma, no hacían nada por modificar ese sistema que criticaban. Cada quien estaba en proyectos personales, quizás las esperanzas se habían perdido y la mejor forma era reírse de la vida, sin mayores preocupaciones. Así lo escribió Miyó Vestrini en su poema País paralítico : El país, decíamos Lo poníamos en las mesas Lo cargábamos a todas partes el país necesita el país espera el país tortura el país será al país lo ejecutan y estábamos allí por las tardes a la espera de algún doliente para decirle no seas idiota piensa en el país Los defensores del grupo, cuando se les tildaba de vagos, sacaban a relucir obras, premios nacionales y municipales, sin embargo, eran méritos propios de cada artista. Como grupo, la República no aportó una obra específica, iniciaron proyectos de publicaciones, mas no hubo consistencia. Mucho se hablaba y poco se hacía. Alguna conferencia, alguna exposición, pero en letra quedó poco, si acaso la revista. Todo se despachó con humor. Se vivía una rochela perenne que alcanzaba su máximo esplendor en las sesiones que se realizaban en el Camilo. No era necesario ir a Macondo en busca del realismo mágico. En Sabana Grande estaba a la orden del día. En un reportaje publicado en febrero de 1979 por la revista Al oído, el doctor Manuel Matute, presidente para la época, al preguntarle el periodista sobre 148
149 la seriedad del asunto, sin cortapisas respondió: El humor es cosa seria te diré que el humor es tan serio y a veces más terrible y elocuente que un academicismo acartonado. Humor de borrachos para unos, humor inteligente para otros, pero innegablemente en ellos había algo que producía la risa de los asistentes, pero que se quedó en eso: en el momento. Dualidades Entre tragos, poesía y anécdotas pasaban las tardes y caía la noche en el Triángulo de las Bermudas. Cuando el alcohol empezaba a copar los sentidos no fueron pocos los vasos que volaron y no por arte de magia y se estrellaron, en el mejor de los casos en una pared o en el rostro de un desprevenido contertulio. Los objetos voladores podían venir, sin advertencia, de manos masculinas o femeninas. Ducha en las lides belicosas era Miyó Vestrini. Todo el que la conocía sabía que su humor podía cambiar intempestivamente, ora buscaba un hombro donde reposar, ora estampaba un carterazo si aparecía algún impertinente o si ella salía de control. Completamente dual, la describe La Negra quien asegura que, en ocasiones, ella padeció a Miyó. Nada parecía satisfacerla y la imposibilidad de concretar un amor definitivo la deprimía y refugiaba en la bebida y en sus escritos. Se perfilaba como una mujer de piedra, estoica a cualquier emoción, pero en el fondo y, en esencia, era un ser frágil que siempre sintió un vacío. 149
150 De sus amores, el que mejor supo sobrellevarla fue el periodista Pedro Llorens, con quien tuvo un hijo. En la biografía de Vestrini, el periodista le confió a Mariela Díaz que esa imagen de mujer fuerte se la daba quien no la conocía puertas adentro. También atribuyó a algunos amigos de copas motivar adrede las explosiones de Miyó. Luis Alberto Crespo la recuerda como una persona de presencia dominante. El primer trabajo que realizó para El Nacional se lo asignó Vestrini. Sin darle mayores especificaciones le advirtió: A las doce la entrevista de Gerbasi aquí. Al borde del beriberi salió Crespo a entrevistar al poeta, honrado con el Premio Nacional de Literatura. A pesar de no haberse preparado para el encuentro, la mayor sensación de angustia no la tuvo ante Gerbasi sino cuando le entregó el trabajo a su jefa. Esperaba alguna recriminación, alguna crítica acerba, pero al contrario recibió un espaldarazo de la periodista, gesto que, viniendo de ella, no era de adulancia. Blanca Elena Pantin, periodista y editora, reconoce a Miyó como una maestra en el oficio del periodismo. En una ocasión a la salida de un taller dictado en El Diario de Caracas, Pantin maravillada por los comentarios se le acercó para, con mucha osadía e inocencia, pedirle las notas de la charla. Miyó la miró fijamente y sin dejar de mirarla le dijo: Un periodista nunca le pide sus apuntes a otro. No hubo mejor lección. 150
151 Órdenes al corazón La misma Pantin, por iniciativa de La Negra Maggi, se lanzaría a la aventura editorial, publicando los relatos de Miyó como primer título. Órdenes al corazón, obra a ratos biográfica, a ratos anecdótica, pero a claras luces, portadora y reveladora de las angustias, miedos, odios e inconformidades de la poeta. El relato homónimo que da nombre al compilado empieza: Cuando leí lo de la muerte súbita: Un deprimido que envía órdenes a su corazón para que se detenga, sentí pánico. Comencé a escuchar el esfuerzo desmesurado de mi corazón, tucún, tucún, desde hace cincuenta años. Dios, cómo debe estar de cansado. De aburrido. Órdenes y contraórdenes. Vestrini ya había pasado la barrera de las cinco décadas. Trabajaba freelance en El Diario de Caracas y en La Revista de Caracas, publicación en la que tenía un espacio dedicado a las vicisitudes de pareja y que los lectores asumieron como consultorio sentimental. Muchos sonreían cuando descubrían a esa Miyó que proclamaba y apostaba por el entendimiento amoroso. A pesar de las decenas de cartas que recibía semanalmente, unas de agradecimiento, otras pidiéndole algún consejo, el oficio ya estaba siendo una carga desagradable. Los amigos conocían, de propia voz de la periodista, su hartazgo del trabajo y del día a día, sin embargo, jamás dejó de publicar líneas críticamente pensadas y escritas en la más pulcra prosa. La poesía quedaba para los poemas. Vestrini nunca fue mujer de adjetivos, presentaba a los entrevistados y daba todas las señas que podrían conducir al lector a descifrar la personalidad del personaje. 151
152 Pero descifrar la personalidad de Vestrini nunca fue cosa fácil. Ni La Negra Maggi adivinó la noche del 28 de noviembre de 1991 que Miyó cumpliría la profecía tantas veces anunciada y fallida en siete intentos: tener una muerte simple y limpia como un trago de anís caliente. En la tarde habían bebido juntas, Miyó no se había puesto dramática ni evidenciado algo que hiciera percibir que se despedía del mundo. Como testigos de su partida quedarían un elepé de Rocío Dúrcal sonando de fondo y una estampa de San Judas Tadeo flotando en las aguas de la bañera donde Miyó Vestrini se acostó a esperar los efectos de una sobredosis de Ribotril Y también a esperar la muerte, ésa que Pavese había escrito que vendría un día y tendría tus ojos. El domingo 15 de diciembre, en el espacio donde solían aparecer las historias de pareja de Vestrini, los lectores no se encontraron con un novio celoso o una mujer obsesiva. Encontraron el párrafo de un cuento que, en teoría, sería publicado en la sección El cuento del lunes de El Diario de Caracas: La vida es un asunto de pequeños y grandes abandonos. De pérdidas recuperables o no. En su brevedad fue calculada para que las personas se amaran y se abandonaran. Un ciclo perfecto de dolor: tal es la única y verdadera razón de la vida. Pero lo último que escribió la poeta fue una nota que rezaba: Señor, ahora ya no molestaré más, los dejaré ser felices. Ni la devoción religiosa logró apartar a Vestrini de la senda suicida por la que se conducía. Se quedó, como uno de los personajes de sus relatos, en el camino, a medias, sin respaldo de nadie. Demasiado arrecha. 152
153 CAPÍTULO VI: Me doy tan poca esperanza para otro porvenir Aun en medio de las más terribles tormentas siempre he optado por defender la dignidad de la poesía Volverla a sus orígenes A su deslumbrante cuchilla de muchos filos Víctor Valera Mora Amanecí de bala Tú eres capaz de publicarme un cuento? Cómo no. Pero te puede traer problemas. Tú eres el Premio Nacional de Literatura. Bueno, tú sabes cómo haces tu Papel Literario. Así recuerda Luis Alberto Crespo, quien desde el año 1974 era director del suplemento Papel Literario de El Nacional, la conversación que tuvo con Salvador Garmendia cuando éste le propuso que publicara el relato El inquieto anacobero. Mejor que no, dice Crespo, risueño. Tras el diálogo que se dio entre los dos hombres de letras en el Chicken Bar, Crespo decidió que el cuento saldría los primeros días de 1976 y no fue poca la polémica que vino detrás. Reclamos públicos, demandas, un juicio y un acto de desagravio en defensa de quien, en febrero de 1973, había recibido el Premio Nacional de Literatura. Hubo de todo. Quedó demostrada la tendencia vanguardista de un grupo de escritores e intelectuales y la pacatería de otra parte de la sociedad venezolana. 153
154 Cartas de sociedades de padres y representantes, de militares, del Bloque de Prensa Venezolano, de los anunciantes del periódico. Comenzaron a llegar los reclamos y en todos se hacía entender que había un conato de boicot porque Papel Literario había publicado un cuento que incitaba a la juventud al libertinaje, que utilizaba palabras inapropiadas y donde se hablaba de sexo y prostitución, recuerda Crespo. Después de esto, se hacía muy difícil encontrar el Papel Literario del domingo 11 de enero de Todos querían leer el cuento que estaba dando de qué hablar. El juicio contra El Nacional y la revista Resumen, que también reprodujo el relato el 25 de ese mes, vino después. Y el show pasó al tribunal, por el cual también pasaron muchos personajes reconocidos de las letras y la intelectualidad venezolana para aquel entonces. Las declaraciones que daban eran lecciones de cultura, enfatiza Crespo, quien cree que más que una investigación judicial, el proceso contra Garmendia y El Nacional fue una extraordinaria pieza literaria. Pieza que fue escrita por personajes como el filólogo Ángel Rosenblat, el periodista Jorge Olavarría, o el médico y escritor Isaac J. Pardo. Esa palabra no se dice! se tituló la obra que posteriormente publicaría Pardo con parte de las declaraciones que él mismo rindió, el 10 de marzo de 1976, ante el tribunal por el caso de El inquieto anacobero. En su intervención, Pardo se centró en las palabras que habían desatado la polémica: coño, vaina, carajo, culo, singándose, burdel, cojonuda, peló bolas, carajita y arrecho; pues, tal como lo señaló en su mencionada obra sobre el caso: Si no se hubiese tratado de esas palabras sino de sinónimos, eufemismos o circunloquios que expresasen 154
155 exactamente lo mismo ( ) no hubiese habido asidero para intentar un proceso judicial. Proceso que, finalmente, se resolvió a favor del escritor y los medios que publicaron su escrito, el cual fue encontrado por la ley como un texto que no ultrajaba el pudor, la moral ni las buenas costumbres de la sociedad. Por qué El inquieto anacobero? Aunque directamente no tenía nada que ver con la vida del cantante puertorriqueño Daniel Santos, conocido como El inquieto anacobero, el cuento de Garmendia sí se encontraba inspirado en el músico. Daniel Santos es un personaje concreto, pero sobre todo un mito. No sé quién es Daniel Santos personalmente, no lo conozco. Pero su mito permite ejemplificar toda una época y es ese mito, no el presunto Daniel Santos de carne y hueso, quien aparece en El inquieto anacobero, explicó Garmendia al escritor y periodista Tomás Eloy Martínez en una entrevista que saliera publicada en el Papel Literario del 18 de enero de El relato, que parte de la conversación que sostiene un grupo de hombres en el entierro de un amigo, fue inspirado por las anécdotas que escuchó contar a dos hombres que habían conocido a Santos en sus viajes a Venezuela. Mientras compartían un baño turco con Garnendia, los hombres hablaban de las andanzas del cantante por bares y cafés venezolanos y escuchar tales historias llevó al escritor a crear El inquieto anacobero. Porque con los cuentos que oyó, logró comprobar que era cierto lo de inquieto y también lo de anacobero que, en idioma ñáñigo (propio de una sociedad secreta de negros en Cuba), significa 155
156 diablillo. Así nació una obra breve que refleja el hablar cotidiano del nacional, pero que no por ello carece de poesía. La poesía está allí, por supuesto: vive en el fracaso que asfixia a los personajes, en la evocación melancólica de un pasado que se les deshizo en las manos (un pasado que era ilusorio, apenas la pura sombra de una ficción), en la quiebra de esos seres que reviven los tiempos idos junto al cadáver de un amigo, explicaba, en la misma entrevista, Garmendia a Martínez, quien por aquella época era asistente de Crespo en el Papel Literario. La respuesta republicana Manuel Quintana Castillo, Rubén Osorio Canales y Orlando Araujo, entre otros amigos y compañeros, fueron los oradores de orden en el acto de desagravio que se organizó por los predios de la República del Este, para salir en defensa de Garmendia tras la publicación de su polémico cuento. La galería Durbán donde luego González León también escribiría su obra Damas sirvió de escenario para un evento que tenía como propósito tomar posición y luego tomarnos unos tragos también, según cuenta Osorio Canales. Los amigos de los bares se convirtieron en los defensores de Garmendia fuera del tribunal y el lugar donde en ocasiones organizaban exposiciones, lecturas y bautizos de libros parecía idóneo para el acto. La Negra Maggi recuerda el desagravio a Salvador como un gran evento que cubrió la prensa y al que la asistencia fue masiva, aunque también señala que, probablemente, de no haber existido la República del Este, los mismos 156
157 intelectuales, la misma gente, hubiera hecho el mismo acto para Salvador, porque eran sus mismos compañeros de bohemia, sus mismos compañeros literarios ( ) Si no hubiera existido la República, de todas formas hubieran hecho un acto igualito y hubiera hablado más o menos la misma gente, explica Maggi. Más allá de la opinión de Maggi, lo cierto es que el grupo existía y para la época en que ocurrió el episodio de El inquieto anacobero estaba más activo que nunca. Por esos años setenta las reuniones de los republicanos eran diarias y sus apariciones en las páginas de Sociales y Cultura eran bastante frecuentes. Si de pronto la sociedad corrompió el lenguaje de los ángeles, si de pronto se dejó llevar por las tentaciones de los corroídos y dejó de ser lo que debió ser, al escritor no le quedará más camino que tomar ese lenguaje y ese hombre, y usarlo para la construcción de su verdad y su belleza. A quien se ha lesionado es al escritor, al artista, al creador. Y con él a la libertad de expresión. Salvador, en nombre de todos los mudos del mundo sigue hablando. Estas y otras frases fueron pronunciadas por los republicanos en los discursos en defensa de Garmendia que se dejaron oír en la galería. El acto de desagravio fue la respuesta del grupo de contertulios ante una polémica nacional que les tocaba muy de cerca. Mientras que la problemática cultural en Venezuela tenía para otros como principal manifestación a la mismísima República del Este. En marzo de 1976 se puso en circulación una especie de panfleto titulado: La República del Este. Nido de ratas. En el mismo se reproducía la columna Polígono del día 3 de marzo de 1976, que firmaba 157
158 Álvaro Carrera en el diario cumanés Provincia y que, en esa ocasión, se titulaba: El inquieto anacobero, una pelea de perros. Viendo la lista interminable de defensores del agredido Garmendia, los gritos clamando por la libertad de expresión, la histeria colectiva de la intelectualidad venezolana que siente vulnerados sus derechos y las publicitadas opiniones de consagrados que exigen el respeto a la libertad de expresión, los homenajes de desagravio al autor del cuento por la ofensa que le han hecho al acusarlo de pornógrafo, etc. etc.; a todas estas busco en la montaña de recortes sobre el caso alguna nota, alguna frase de esos paladines de la libertad de expresión, que se refiera o que tome posición frente a los verdaderos atentados que contra la libertad de expresión se han cometido en los últimos meses. Pero de eso nada, escribía Carrera en su columna, para luego listar una serie de decomisos e incautaciones que el Gobierno había autorizado en contra de algunas publicaciones de corte izquierdista como Al Margen y Qué Hacer. Ante todo esto qué dicen los señores intelectuales de la elite aglutinada en la República del Este sobre estas agresiones contra la más elemental libertad de expresión? Nada, no dicen nada, y es lógico, a ellos lo que les importa es que los dejen decir sus groserías en paz, lo que pase más allá de sus áreas mágicas no es asunto de su incumbencia, concluía Carrera. El panfleto era rematado por una lista de miembros o allegados a la República del Este, a quienes tildaba de enemigos del pueblo y la Revolución. 158
159 No era la primera vez La censura fue una constante a lo largo de la carrera literaria de Garmendia. Cuando su novela Días de ceniza fue publicada por primera vez no apareció el texto íntegro, sino en una serie que sacó la revista CAL, para aquel entonces dirigida por Guillermo Meneses. La violencia de su lenguaje fue criticada e incluso hubo amenazas de retirar el apoyo económico a la publicación si continuaba la serie. En aquella ocasión, gracias a la determinación de Meneses, la censura no logró su cometido. Algo muy diferente ocurrió cuando, en 1973, su obra Los pies de barro no logró circular en una España que aún se encontraba bajo el mando de la dictadura franquista. Incluso después de haber fallecido la polémica continuó persiguiendo a la obra de Garmendia. La escritora y crítica literaria Silda Cordoliani explica que la primera opción de portada para la obra Entre tías y putas, publicación póstuma del trabajo de Garmendia, era una muñeca del pintor Armando Reverón. Cordoliani había escogido el cuadro a ser reproducido en la portada, pues fue la editora de la obra que se publicó en julio de 2008, pero el permiso le fue negado sólo porque el título era muy procaz. Cordoliani había sido transcriptora de los cuentos de Salvador desde que su compañera de estudios y hermana de la esposa del escritor, María Elena Maggi, se lo propuso. No está segura de haber transcrito El inquieto anacobero, pero recuerda los borradores como mapas llenos de tachaduras que, en un primer vistazo, eran indescifrables. Cordoliani también recuerda a Garmendia como un gran conversador. Incluso después de la operación que le hicieron en las cuerdas vocales, a raíz del 159
160 cáncer de garganta que lo aquejó hasta su muerte en Pero Garmendia era esencialmente un escritor, que disfrutaba conversando en los bares es otra cosa. Su amor por la literatura lo desarrolló durante los años de adolescencia. Sufrió de tuberculosis entre los doce y los quince años, lo que lo obligó a estar durante todo ese tiempo en cama, inmovilizado. Historias maravillosas como la de La isla misteriosa, de Julio Verne, le permitieron sobrellevar la enfermedad y vincularse para siempre con la literatura. La vinculación con los bares vino después y, aunque asistía para hablar con los amigos y tomarse unos tragos, nunca abandonó su obra, su trabajo. No defendió a la bohemia como si fuera la única religión válida, sino al trabajo que era su forma de realizarse en la vida. Y escribió para radio, para televisión; también cuentos y novelas. Salvador escribía creyendo firmemente que lo único que el escritor hace es esforzarse por recuperar los juegos que perdió en la infancia. El juego, que es también un medio para transformar la realidad, se va desvaneciendo desde la llegada de la razón. Cuando somos niños tenemos el mágico poder de modificar las cosas a través de la palabra, contaba Garmendia a Tomás Eloy Martínez en la mencionada entrevista para Papel Literario. Quizás por ese amor a la infancia, su libro Memorias de Altagracia y toda una obra dedicada al juego con la palabra, las remembranzas y la cotidianeidad. Literatura de la forma Según el crítico literario Ángel Rama en sus Ensayos sobre literatura venezolana, Garmendia era un escritor informalista y el tema profundo de sus 160
161 textos respondía directamente a los postulados del movimiento vanguardista El Techo de la Ballena: La materia vigente en sus estados primigenios, la sustancia elemental con su textura íntima, la descomposición de lo orgánico que mediante un pasaje por lo sórdido y repugnante permite avizorar el principio de sus trasmutaciones formales, escribía Rama. Pero ese informalismo no sólo se reflejaba en el tema profundo, también en la forma que, según el mismo Rama, era en apariencia informe, con bruscos centros de luz y color, valiéndose de una construcción barroca a la que quedaban condicionados los personajes y las escenas. Si bien Rama identifica plenamente a Garmendia con El Techo de la Ballena, grupo al que perteneció el escritor venezolano, también deslinda categóricamente a esta agrupación de los materiales que comienzan a publicarse tras la pacificación: Estos tendrán un carácter testimonial e incluso histórico, recontando las peripecias de la lucha armada o construyendo, a partir de datos reales, estructuras narrativas que las interpretan y explican, situándose siempre en las proximidades de una literatura-testimonio o una literatura-documento ( ) En cambio, la producción literaria del período insurreccional, que en forma central ocupa El Techo de la Ballena, aunque admite otras contribuciones, nunca es testimonial y siempre es combativa, prefiere la poesía o el texto breve en prosa, el manifiesto o el artículo de circunstancias, unifica las letras y las artes y no se plantea la exigencia historicista ni la permanencia de las creaciones, sino su efectividad del momento, su capacidad de agredir y de soliviantar la estructura cultural vigente. 161
162 Adriano González León, Miguel Otero Silva y Garmendia, considerados los mayores narradores del país por Rama, se salvaron de caer en la categoría de narrativa-testimonio que el crítico señala como posterior a 1968 y que se caracteriza por un retroceso en las formas artísticas y un manejo algo simple de los recursos literarios. Esta visión es compartida por otros estudiosos de las letras venezolanas. El profesor e investigador Carlos Sandoval explica que toda la literatura de los años sesenta era una literatura que tenía como función discutir los problemas atinentes a la sociedad, el sistema político, las guerrillas. Es el caso de la narrativa, aunque también sucede en la poesía y el ensayo. En la década del sesenta la literatura venezolana y el país eran totalmente distintos a lo que fue en los setenta. Especialmente por razones políticas y económicas. Así como cambió el país, lo suficiente como para que tuviera cabida en él un grupo bohemio tan variopinto como la República del Este, también cambió la literatura producto de ese mismo cambio social. Mientras que la escritura y la creación de los años sesenta se centraron en la temática, sin tomar mucho en cuenta los recursos usados para contar la historia, en los setenta ocurre lo contrario y los recursos estilísticos, a veces complejos y sin sentido, siempre están a la mano del escritor. En el setenta lo que ocurrió, y la República del Este puede ser un resultado natural de este proceso, es que los escritores no tenían mucho qué discutir desde el punto de vista de la función social de la literatura. De allí que la narrativa de los años setenta es totalmente distinta a la del sesenta, así haya sido 162
163 hecha por los mismos autores. En primer lugar, la narrativa de los sesenta era muy anecdótica. Lo que se contaba era lo importante. No había muchos experimentos con la forma y el lenguaje, el caso de País Portátil es la excepción emblemática, pero no era lo normal. En el setenta va a ser al revés. La anécdota y la historia ya no importan mucho y lo que los escritores proponen es un ejercicio lúdico con el lenguaje y con las estructuras, de allí que mucha de esa narrativa hoy en día no se lea mucho, porque realmente era como una especie de onanismo narrativo de los autores, explica Sandoval. El inquieto anacobero deja claro ese juego, ese culto estético, pues allí lo importante no es el tema, sino retratar la forma de hablar del venezolano, la temática que invade las conversaciones del día a día, en situaciones que, por comunes, pueden llegar a resultar burdas. Ya Adriano González León se había adelantado al cambio literario que vendría en los setenta y en País Portátil plasmó por primera vez el hablar del andino, innovando en la estructura, pero con un tema más propio de los años en que escribió su obra, como lo es el de la lucha armada. Según el lingüista Manuel Bermúdez, también Caupolicán Ovalles hacía uso en sus obras de una sintaxis gramática accidentada, pero hecha a propósito para llamar la atención. Y así, muchos otros autores de la época. Esa transformación que durante los años setenta experimentaron la literatura y las artes, ese darle la espalda al país, a los temas sociales, dio pie a una especie de ludismo. Ludismo que se podía comprar en librerías para leer en casa, o experimentar en alguna barra de Sabana Grande al escuchar los discursos o presenciar las elecciones de los republicanos. También en Miraflores, donde se 163
164 jugaba a comprar barcos con sobreprecio para regalarlos a países sin salida al mar, se podía observar el carácter lúdico que caracterizó aquella época. Otra característica de la literatura de los años de bonanza petrolera fue el desarrollo de los formatos narrativos breves. La investigadora literaria María Eugenia Martínez Padrón, expone en su ensayo La narrativa venezolana actual: un sistema periférico?, que dichos formatos eran producto de los recién creados talleres literarios bajo la imposición del experimentalismo lingüístico y psicológico, y que se dictaban en instituciones como el Celarg y el Conac, que garantizaban bolsas de trabajo, becas, ediciones de obras primigenias, financiamiento de revistas y premios. Sin embargo, según explica Martínez, esas iniciativas no lograron que la creación nacional trascendiera las fronteras del país ni captar nuevos lectores, pues estos rechazaban los experimentos lingüísticos y semánticos de esta narrativa individualista y autorreferencial, como la catalogara Victoria Jaffé en su obra El relato imposible. No era un grupo literario Si hay algo que la República del Este no fue, eso sería un grupo literario. Si bien tuvieron una revista, no se pueden comparar sus contenidos con los de publicaciones como las de Sardio, Tabla Redonda o El Techo de la Ballena. Ahí no había postulados que defender. Sus miembros conformaban una masa informe, un conglomerado de personas muy disímiles entre sí. Algo bastante parecido a una verdadera república, con ciudadanos de todas las clases sociales, aunque quienes más disfrutaban de los derechos civiles (y de los tragos) eran aquellos que 164
165 lograban obtener algún beneficio del auge económico que vivió el país en los setenta. Oscar Sambrano Urdaneta explica que la República del Este no era un grupo formal, sino una peña, pues, según él, la función de los grupos casi siempre corresponde a jóvenes poetas que se inician y se reúnen para apoyarse los unos a los otros, para no estar solos. Por lo común tienen una posición estética y una posición poética, una forma de entender el verso o la narrativa, tienen una propuesta que comparten e, incluso, hacen siempre un manifiesto, en el que indican en qué creen y qué harán. Eso no ocurrió en la República del Este, ellos no pueden equipararse con Viernes o Contrapunto. La agrupación se parecía mucho más a una peña, a un grupo de amigos que se reunían para hablar. Y hablaban de literatura, pero también de política, de música o de cualquier otra cosa. Por ello, la importancia de la República del Este no está en sus aportes a la literatura, sino en que era un conglomerado de gente representativa dentro de la sociedad venezolana, que decidió asumir una actitud lúdica ante el panorama que ofrecía la Venezuela de los años setenta. El país cambió tanto que la República del Este era una muestra de que, por ese cambio, los grupos literarios ya no tenían la necesidad de hacer una propuesta estética o de modificar la literatura sino que decían: bueno, vamos a vivir también un poco de la bonanza que estamos recibiendo, reflexiona Sandoval. Quien también señala que todos los integrantes de la peña eran representativos dentro de la cultura venezolana y que su obra debe ser revisada por quienes estudien la literatura de la época: Esto quiere decir que la 165
166 importancia de la República del Este tiene que ver con los autores que estaban allí y con su reconocimiento social. Estos autores ya tenían una obra importante que sostenía su actitud lúdica. Era como una actitud dadaísta, para parangonarlo con la literatura. Podría ser visto como una imagen del país, desde el punto de vista lúdico, pero no se puede estudiar como un grupo literario, sería un error, explica el investigador. El que se quedó fuera del boom El libro del escritor chileno José Donoso, Historia personal del boom, menciona a Adriano González León como a un destacado escritor en tiempos del boom de la literatura latinoamericana, pero no lo incluye en el retrato de grupo del que sí forman parte Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar o el mismo Donoso. Un cambio estilístico bastante innovador y el desarrollo del realismo mágico caracterizaron a este grupo de escritores que, además, logró reactivar la actividad editorial en Latinoamérica durante los años setenta. Ningún venezolano alcanzó a colarse en la foto de grupo. González León casi lo logra, después de su premio Seix Barral en 1968, por País Portátil, pero prefirió las barras, las servilletas y la oralidad antes que el carrete de la máquina de escribir. Por aquellos años de la República del Este, González León inventó la literatura oral, movimiento que tuvo algunos secuaces dentro de los bares, pero que para nada era lo que se esperaba de un escritor internacionalmente laureado como él. Desde risas hasta críticas duras trajo la creación del Príncipe de las 166
167 Letras, quien en una entrevista publicada en El Nacional del 5 de junio de 1985 confesaba a la periodista Elizabeth Araujo que se había vuelto un escritor oral, aunque nunca había dejado de escribir: No publicar no significa que no escriba, aclaraba el escritor. Y la literatura oral se convirtió en otro flanco por el cual se podía atacar al grupo de contertulios. Se les acusó de no querer producir. De entregarse a la caña y no a las letras, como les correspondía. Hasta un intelectual de la talla de Arturo Uslar Pietri los criticó en una entrevista que le hiciera Domingo Miliani en el Papel Literario del 16 de mayo de 1976: Habría que hacer un gran esfuerzo para rescatar a los escritores, particularmente a los escritores jóvenes, de esa máquina de destrucción que es la taberna, considerada por Uslar Pietri como una de las amenazas más grandes a la literatura. Aunque gran parte de todo el ataque contra los republicanos estaba realmente dirigido a González León. Era de él de quien se esperaba otra gran novela. También era él quien andaba predicando a favor de la literatura oral. Y, aunque seguía publicando constantemente artículos de prensa y escribiendo poemas en servilletas, eso no era considerado suficiente para quien pudo haberse colocado, en el panorama internacional, al lado de figuras como García Márquez o Vargas Llosa. El llamado boom latinoamericano trajo otras consecuencias para la literatura nacional, pero no encontró un representante en tierras venezolanas. Según Sandoval, el fenómeno influyó positivamente en lectores y escritores, pues se promovió el uso de nuevas estructuras narrativas, la incorporación del habla 167
168 coloquial en los textos y la temática política más allá del testimonio o el panfleto. La década del setenta se ha dicho que es experimentalista por razones socioeconómicas, pero también porque hay una mayor conciencia desde el punto de vista del ejercicio narrativo. Los autores venezolanos ya sabían de los escritores del boom y ese modo de componer ayudó a que comenzara a haber mayor conciencia a la hora de escribir y se asumiera que una novela política, por ejemplo, no tenía porqué estar mal hecha. Vargas Llosa lo había comprobado, explica Sandoval, para quien la conciencia en la estructura y el lenguaje fue un aporte del boom. La confluencia de El Chino Entre experimentalista y panfletaria se encuentra la obra de Víctor El Chino Valera Mora. Izquierdista convicto y confeso, comenzó a militar en la Juventud Comunista, casi sin querer queriendo, mientras leía junto a su compañero de liceo, el también poeta Ángel Eduardo Acevedo, la biografía de Marx en algún cuarto oscuro por San Juan de los Morros. Los temas de sus poemas siempre tenían que ver con la política o el erotismo. Aunque, esencialmente, con la política. Sus líricas no eran acartonadas. Tampoco él, hombre atlético y fuerte, que llamaba panfletos a sus poemas. Fue panfletario e hizo de su militancia, poesía, pero poesía testimonial, burlona y directa. De la que no se queda sólo en el panfleto. Como la literatura venezolana de los años sesenta dio el paso de la militancia a la estructuración, de la crítica política al mejoramiento estético; 168
169 también la literatura de Valera Mora evolucionó. Así lo hizo saber su amigo Acevedo en una entrevista que le concediera a Sara Maneiro, para un homenaje a El Chino en el Papel Literario del 8 de diciembre de 2001: Se fue haciendo más escritor, más poeta y hace una transición. Entre lo panfletario del primer libro, se ve un cambio muy sensible en donde adquiere más dominio del lenguaje, más intensidad poética y lírica, a diferencia del panfleto tosco anterior. El también poeta José Pepe Barroeta, señalaba en el mismo homenaje de Papel Literario que los alcances literarios de su obra habían influido en las generaciones venideras y en lo que luego se conocería como poesía de la calle o conversacional: El Chino toma estos elementos de lo diario y los asume y traduce en sus panfletos, que tienen como hecho establecer un deslinde, un resquebrajamiento. También hay en él una idea de asumir el mundo de la ciudad, de asumir elementos muy del orden de lo moderno de la poesía, como en un poema de Amanecí de bala (poema Tres de Ve y atrapa una estrella volante ): Mi corazón desbordado de perfiles de hierro/ y gruesa soldadura/ desbordado de láminas de hierro/ y tus ojos naranja tango y beig opalino/ previamente condicionados/ y limpios y libres de polvo y residuos de pintura, y uno se da cuenta que todo el poema es un juego que el poeta hace con los catálogos de pintura de una ferretería, comentaba Barroeta. Precisamente en el poemario Amanecí de bala, señala Manuel Bermúdez que confluyen las dos temáticas predilectas de Valera Mora: Amanecí de bala es uno de sus libros más interesantes porque ahí se mezclan dos estilos de poesía: la contestataria, de pegar duro con la palabra, y la amorosa. 169
170 En una conversación con Miyó Vestrini, Valera Mora le explicaba que desde su infancia lo perseguía la imagen de un río, de un río que él quería que fuera de todos y se preguntaba: Por qué todo no puede ser de todos?. La periodista y poeta, quien además era su amiga, hacía mención a la utopía. Él lo aceptaba, pero insistía en que debía decir lo que sentía. Murió joven, uno de los últimos días de abril de Ya no pudo compartir más tragos con los compañeros de barra de una república que fue su patria a medias, porque algunos lo ubican dentro de ella y otros al margen. Su carisma y calidad humana lo hacían ser bien recibido en cualquier bar, pero su posición política más a la izquierda que todos los demás, según cuenta Carlos Noguera nunca le permitió transar con nadie. Mientras que la República del Este se incorporaba a la dinámica bipartidista, El Chino optó por no adular ni a verdes ni a blancos. Su permanencia en los bares no incluía pacto alguno. Seguía en ellos para compartir conversaciones de poeta sensible con los amigos o debates en los que quedaba en evidencia su carácter recalcitrante, cuando defendía a capa y espada su posición política. Todos creerían que se quedó por siempre pensando en compartir el río. Mientras tanto, su poesía corrió por dos afluentes principales que confluyeron finalmente en él: en El Chino, porque como sus amigos decían y aún dicen, Valera Mora era su poesía. Una poesía sin corbata, sin tintes medios, con esperanzas aunque sin ellas. 170
171 CAPÍTULO VII: He tenido dos victorias importantes mi vida y mi muerte La hora se detuvo antes del instante esperado Allí quedaremos como una estrella dentro del vacío Adriano González León Cosas sueltas y secretas Libros. Libros. Muchos libros. Paredes que no se ven, pero que se sabe que existen detrás de los libros. También hay cuadros. Y madera oscura. Y alfombras peludas que han bebido demasiado vino. Oscuridad. Y un haz de luz que entra por la ventana. Se ve el patio que está cerca, pero lejos a la vez. Los autores de los libros, casi todos, murieron hace demasiado tiempo. Nadie puede hablar con ellos. Entra un olor a perros que no han sido bañados en mucho tiempo. Lo disimula el aroma de las plantas del jardín. El día está despejado. Así se ve a través de la ventana. Una ventana que está cerca, al lado de su cama, pero lejos. Por ella se pierde la vista del escritor. Se ve algo del Ávila, también inalcanzable. En la quinta Los Milagros de la Alta Florida, ubicada a la sombra de frondosos árboles, en una calle poco transitada, los muebles guardan recuerdos. También las paredes y los pisos. Muchos recuerdos. El silencio del recuerdo sólo puede ser cubierto por la música, por el tecleo en una máquina de escribir que también pertenece al ayer, o por las turbulencias de viejos amores. Hay fotos. Silencio. Libros. Cuadros. Algunos pájaros en el jardín, cuyo canto compite con la 171
172 música. Melodías suaves, quizás Edith Piaf o Demis Roussos. El televisor pasa demasiado tiempo encendido. Está caliente. Pero pocas veces emite sonidos. Las figuras que se mueven dentro del mago de la cara de vidrio, como diría el escritor Eduardo Liendo, son, también, una compañía. No es que no vayan amigos a la casa. Van muchos, pero no todos. La familia está en las fotos. Y la cama, que no está en un cuarto, sino en la sala, hace mucho ya que es individual. Siempre está desecha. Nunca tendida. Y un tobo, a su lado, no emite olor a Mistolín, sino a orines. El cierre de su pantalón está abierto. Siempre. Tiene las barbas largas y greñudas. Blancas, muy blancas. En su rostro están las aventuras vividas. Los tragos, siempre los tragos. Tampoco falta el vaso de Cheez Whiz lleno de vino. El vino, siempre el vino. A veces también hay queso, pero nunca falta el vino. Por eso, tantos corchos. Corchos por doquier. Corcho se llamaba el personaje de su novela Piedra de Mar. Un clásico de la literatura juvenil, según muchos. Aunque no necesariamente juvenil, para otros tantos. Francisco Pancho Massiani solía deambular noche y día por los bares. Dicen que no era de ningún grupo. A veces él dice que fue republicano. Todos conocen un cuento suyo. De cuando estaba cayéndose a palos por aquí o de cuando estaba conquistando a una mujer por allá. Mujeres. También hubo bastantes. Todavía las hay, según él. Pero a quienes él llama sus novias suelen tener otros novios o, al menos, otros intereses. Tú no vas a volver a venir, verdad?, suele decir a sus visitantes. Quiere que vuelvan, que le hagan compañía. 172
173 Paredes blancas De una casa con patio, flores, muebles, perros y recuerdos; a un apartamento con ventanas cerradas, paredes blancas y espacio vacío. De la Alta Florida al último apartamento del pasillo en algún edificio sesentoso ubicado al pie de una colina, en Bello Monte. De un solitario a otro. Del vino a la cerveza. De Francisco Massiani a Luis Camilo Guevara. En el amplio apartamento de Guevara entra la luz pero no el aire. No hay cortinas, ni persianas. Tampoco nada que se les parezca. El sol de media mañana pasa a través de los vidrios, que permanecen cerrados. En las paredes no hay nada. Salvo un calendario. Debe ser del Ministerio de Cultura. Para cada mes, un cuadro. Alguno fue pintado por amigos de otra época, como Manuel Quintana Castillo. Otro de los sobrevivientes. Todos han muerto. Es muy fuerte, recuerda el poeta de ojos claros y tristes. Hay libros. Pero no tantos. No están ordenados. Luis Camilo se acaba de mudar. Se ha mudado demasiado, según dicen. Su teléfono no es fácil de encontrar. Él mismo no sabe muy bien cómo funciona, ni cómo hacer para llamar a un celular. Las pocas veces que suena, el aparato gris, de esos que venían con disco y que no se venden desde hace mucho tiempo, emite un ring, ring, que debe perderse entre las torrecillas de libros con las que comparte sitial de honor. De honor, porque está sobre una de las dos mesas que hay en el apartamento. Lo demás, por ahora, ha quedado para el piso. Aunque ese demás no agrupa demasiadas cosas. 173
174 Periódicos aglutinados en las escaleras que bajan de una primera sala vacía al otro recibo (el de las dos mesas). Una cocina falta de uso. También carece de enseres, de comida, de cocinero. Cuadros de verdad, no hay. Y, si los va a haber, aún no han llegado. Se acerca la hora del mediodía. Las ventanas siguen cerradas. No corre el aire. Los libros amenazan con caer si el poeta insiste en buscar algún título que, quizás, tampoco está allí. No hay cajas de mudanza. Sólo libros. Y espacio. Sobra espacio. Falta aire. Sobra calor. Falta calidez. Hace mucho que Luis Camilo decidió ser un hombre triste. Los ojos del poeta están vidriosos. Puede ser por las cervezas que ha bebido y que, quizás, no le dejan percibir el sopor de mediodía. También puede que sea por el llanto. El llanto del poeta solo, el llanto del poeta que traduce a palabras parte de lo que siente. Un llanto que las paredes de la casa de Luis Camilo Guevara pueden oír perfectamente, porque la desnudez del espacio hace rebotar los sonidos, los lamentos, los murmullos. La vida es eso. Eso que nosotros conocemos. Pero de pronto como que tiene algo que es superior a eso. A lo que nosotros vemos y conversamos. La vida se convierte también en un pedazo de muerte que cargamos encima. No me juzgues por lo que te digo, pero para repostar en la vida lo único que nos queda es la muerte, grita el poeta en baja voz. Ésta y otras reflexiones rebotan incesantemente en las blancas paredes. Van y vienen. Atormentan. 174
175 La soledad de ayer Por la época de las correrías republicanas Pancho y Luis Camilo pasaban más tiempo en los bares que en sus casas. Para ellos, los amigos eran importantes, al igual que el alcohol. En los bares encontraban ambas cosas. Las prioridades de los poetas no cambiaron demasiado con el pasar de los años. Pancho no se ha mudado. Luis Camilo nunca ha vivido demasiado en un solo lugar. Y ambos siguen predicando la importancia de la compañía de los colegas, no sólo ahora, cuando están más solos, sino sobre todo antes, en los tiempos mozos. A buscar compañía. A eso iban a los bares republicanos. Por eso se creó la República del Este. Y los mismos intelectuales filosofaban sobre el porqué de ese vínculo emocional que atraía a muchos hacia las reuniones. Recuerda Araceli Gil, que alguna noche en el restaurante Camilo comenzaron a preguntarse, apostados a la barra, por qué gente como Héctor Myerston, quien estaba siempre solo, asistía a los bares; pasaba lo mismo con personas de más edad, como Eduardo Machado, quien era parlamentario y disfrutaba de su soledad rodeada de bullicio. Mary Ferrero me decía que ella creía que ahí se unían soledades. Iban a los bares y sus soledades se alimentaban. Era una cuestión de afecto y pertenencia, explica Gil. Y los afectos, en muchos casos, se han mantenido; aunque algunos republicanos nunca lograron vencer esa soledad. Una soledad que se acentúa con las muertes de los compañeros, con la lejanía de los familiares, con la vejez. Una vejez triste, melancólica, de constantes evocaciones. Invadida por los recuerdos 175
176 del ayer, por las peleas de tragos, por una solidaridad de barra que se ahogó en alcohol. La carencia, el vacío Desde su amplio hogar, acompañado por su esposa Belén, Rodolfo Izaguirre recuerda que durante los años setenta sólo fue en un par de ocasiones a visitar los bares que frecuentaban sus amigos bohemios. Yo tenía a mi familia y encontré en ellos y en mi trabajo una plenitud que me llenaba. Mientras que casi todos los republicanos tenían dilemas individuales. Intuyo que en la mayoría de ellos había un vacío, una carencia. Algo se fracturó en ellos. Izaguirre había compartido con sus amigos intelectuales la bohemia anterior al Triángulo de las Bermudas, pero luego la abandonó. Ya no se sentía bien en el bar. No tenía que acudir a las barras a llenar un vacío que, si bien percibía en muchos republicanos, él mismo no experimentaba. Precisamente para superar la soledad que le dejó el divorcio, Arlette Machado hizo su aparición por los bares del este. Aunque no encontró allí lo que iba a buscar. Pues, para ella, la compañía en los bares resultó netamente artificial, superficial. No trascendía, no llenaba. O, por lo menos a ella, no la llenó como persona. Sin embargo, tiene gratos recuerdos de la República del Este y no se arrepiente de las experiencias vividas. De aquellos tiempos de bares, Machado recuerda a Luis Camilo Guevara como a un hombre para nada solitario. Sí era un poco como esa gente melancólica, que se siente siempre como lamentando algo. Para mí, él lamentaba 176
177 el no haberse ganado un premio. Creo que le faltaba seguridad en sí mismo y que estaba un poco frustrado, explica Machado. Pero solitario, según ella, no era. Si antaño organizó grupos de poetas, a quienes ayudaba a desarrollar técnicas de escritura, en los cuales participaron desde El Chino Valera Mora hasta Ángel Eduardo Acevedo, no pareciera que se tratara de un hombre solo y desganado. Sin embargo, en una nota de prensa publicada en El Nacional del 14 de febrero de 1981, Elena Vera recogía algunas palabras de Guevara: Fuera de mis amigos no quiero gloria ni poder, las cuales la autora daba por ciertas y reforzaba al señalar que su soledad, esa que transparenta en sus poemas, necesita de la mano amorosa para acompañarle la vida. Su tristeza se confundía con soledad. Su soledad, aún hoy, se confunde con tristeza. Y así, triste y solo, contento y acompañado, conversó un año atrás con Miyó Vestrini, compañera de barra. Fue la segunda vez que se reunieron para la entrevista, el primer encuentro no fue como lo esperaba el poeta, titubeaba. Quería pensar mejor sus respuestas. Estaba asustado, describió la periodista. Y es que el poeta le tiene miedo a muchas cosas. Casi a todo. Algún trueno terrible resonó en Tucupita, cuando aún era niño, y lo atemorizó definitivamente": Poeta, por qué está tan triste? Uno sabe, poeta, que en un determinado momento uno va a perder el rumbo. Sabes que el momento culminante va a llegar y eso te llena de inmensidad. Es el sentido de la soledad. De pronto, comienzo a hacer una historia de mi mismo y me pregunto: qué es lo que tú crees ser? Acaso algo muy importante? Y esa nostalgia de no ser importante, es justamente lo que me hace triste y alegre. 177
178 Pero la calle no es soledad, es compañía Mira, Miyó, si el concepto que yo tengo de soledad no es el correcto, entonces el otro concepto debe ser la muerte, el suicidio. Pero, cuál es ese concepto tan preciso de soledad que tú tienes? Estar acompañado! Lo importante no es, poeta, estar en aquella orilla: allá se está a salvo. Lo duro es estar en esta. Qué hay en esta orilla que no hay en aquélla? Un poeta nunca se pregunta por qué son las cosas. Lo que te puede decir es que lo importante es lo que la gente escribe de sí misma. Cuando alguien dice sentí miedo, detente allí, poeta! Eso es verdadero. Lo contrario de lo que escribes: tu poesía nada tiene que ver contigo, dices Dejemos eso. Lo único que me interesa es que tú, como buena amiga, me hagas salir en un periódico. Me encanta la fama! Además, cuando lo ven a uno en el periódico, lo recuerdan sus amigos Precisamente porque eran amigos, la entrevista entre Vestrini y Guevara está plagada de revelaciones. Revelaciones que hicieron sentir satisfecho a Luis Camilo, quien más de veinte años después, recuerda los encuentros periodísticos con Miyó como conversaciones bellísimas, cargadas de magia. Y fue en el bautizo de la biografía de Vestrini, el 8 de julio de 2008, en la sede del diario El Nacional, donde también se vio al poeta compartiendo su soledad con los amigos de otras épocas, con esos con los que, a veces, no habla en mucho tiempo porque el ánimo no se lo permite. 178
179 No sólo en bautizos de libros, también en homenajes, velorios o entierros se encuentran los republicanos. Algunos de estos encuentros son intolerables para la sensibilidad de los antiguos contertulios. Aunque la mayoría suele asistir a ellos para compartir viejas historias y anécdotas, a otros les deprime hasta el punto que prefieren no ir. Fue así como Luis García Morales, después de haberse vestido y acicalado para ir al velorio de su amigo Adriano, no fue capaz de salir de su casa. O por lo que algunos republicanos han cortado el contacto con Pancho Massiani, pues les deprime verlo entregado al alcohol, solo y en una casa demasiado grande, de la que sale muy poco. Los cuentos de Pancho Ahora estoy solo. Bueno, solo no. Cómo voy a estar solo? Si escribo, dibujo y tengo música no estoy solo, dice Pancho. Por si acaso, llama a los amigos con bastante frecuencia y les pide que vayan a visitarlo. Con ellos comparte el vino, o, mejor aún, ellos comparten el vino con él. También les escribe poemas en su máquina de escribir Olympia, regalo que le hiciera su padre en Así les agradece por escuchar sus historias mil y una veces repetidas y por aguantar sus ataques de mal humor. Ataques que, en más de una ocasión, han expulsado de su casa, a gritos, a amigos queridos. Massiani nunca ha dejado de soñar con la felicidad. Nunca ha dejado de disfrutar de las pequeñeces de la vida. Cree en Dios y en la posibilidad de ser feliz junto a los amigos. Antes se trasnochaba más para escribir. Ahora suele hacerlo por las mañanas, cuando su enfermera le acomoda la máquina Olympia en una 179
180 silla al lado de la cama. Una cama de la que no sale con mucha frecuencia, pues sus capacidades motrices no quedaron muy bien luego del accidente automovilístico que sufrió en Él iba de copiloto y casi pierde la vida. El arma de uno de sus acompañantes, con la que tuvieron que amenazar a un conductor para que se detuviera a auxiliar, le salvó el pellejo. El pellejo, mas no la frente, porque desde aquel episodio, la frente de Pancho luce un chichón hacia adentro, como él mismo dice. Se ríe del episodio del accidente, porque hoy es uno de tantos cuentos que, a veces, no recuerda muy bien. Desde sus aventuras parisinas con la mujer que más ha amado: Clara Lambea, hasta sus encuentros con los cineastas Luis Buñuel u Orson Wells, son algunas de las historias que quienes hayan ido más de una vez para su casa, seguro le han escuchado contar. Sólo recuerdos Así como en la casa de Massiani hay demasiados objetos que evocan cuentos y recuerdos, también hay salones, terrazas o rincones que hacen a muchos republicanos echar atrás la película de sus vidas y recordar los buenos ratos vividos en esos sitios de reunión alternativos a los bares: sus propias casas. En casa del psiquiatra Manuel Matute el salón de antiguas tertulias evidencia el correr de los años. El sitio está en orden, pero ya no espera visitantes. Fotos de los encuentros de ayer adornan las paredes. También hay escritos, de puño y letra, de algún amigo. El único que ronda frecuentemente por el lugar es Mango, el pastor alemán que resguarda la casa del médico y que se empeña en 180
181 echar al suelo las sillas para mordisquearlas. Tiene juguetes, pero prefiere los muebles. Al mismo Matute le da pena verlo solo. Le compró una pelota, pero el can ya le tomó afecto a sus contrincantes de patas de madera, sigue tumbándolas y haciendo desastres por doquier. Es inquieto como el anacobero. Matute descorre una pesada reja azul y da paso a la visita. En el hogar se percibe un olorcillo a esencias quemadas. Quien va por primera vez puede creer que es de algún sahumerio o incienso, pero al poco tiempo, se dará cuenta de que el aroma proviene de otro lado. Junto al médico está siempre una bolsa de Caporal, el preparado de la pipa que cuelga, cada cinco, diez o quince minutos de los marchitos labios del último presidente elegido de la República del Este. Matute se sienta. No pierde el aire de la típica imagen hollywoodense del psiquiatra que psicoanaliza a un paciente. Está en su casa, pero no baja la guardia. Está pendiente de todo. Sus gestos son pausados, sus comentarios bien pensados y precisos. Pocas veces le trastabilla la memoria. Esquiva las preguntas directas. Recapitula la historia, de la República o de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría, desde el inicio de los tiempos. Eso fue en el año 68 da rienda suelta al relato que interrumpe ocasionalmente con un Caramba, cuánto ha pasado de eso! o Caramba, toda esa gente se murió!. Suena el teléfono. Alguien llama para pedirle un nombre, una fecha o algún dato histórico. Matute escucha y con la misma calma que se percibe en la casa responde: Chico, eso fue en el primer gobierno de Caldera. Una aspirada a la pipa y en menos de diez minutos despacha la llamada y los 181
182 datos que le piden. Pareciera que hubiera conseguido la fórmula para hacer la memoria imborrable, aunque reconoce que, de cuando en cuando, tiene sus saltos. Las tropelías y el güisqui le sentaron mejor que a otros. Tiene ochenta años y se desplaza todavía con agilidad, casi con sutileza. Va, busca una revista o un artículo que preparó previamente para la consulta. Guarda todo en orden. La sala y las habitaciones están atiborradas de libros. Tiene una sección especial de la obra del filósofo español Miguel de Unamuno, autor sobre el cual dio varias conferencias. Llega una música del radio que está siempre encendido en la cocina, aunque Matute no repara mucho en ella. Jazz y música académica son los géneros de los discos compactos apilados encima del televisor. Así como de Unamuno tiene su apartado en los libros, George Gershwin prevalece en el área musical. Una melodía o una voz le hacen compañía cuando está en casa. Ya se acostumbró a vivir solo, enviudó hace varios años y los amigos se han ido quedando en el camino. Los recuerda con nostalgia, refiere una anécdota y las circunstancias de la muerte. Señala el sillón verde donde le gustaba sentarse a Adriano, busca una foto. Recuerda la última vez que se vieron. Recuerda la República del Este. Caramba, de eso hace tanto tiempo. Junto con Adriano propuso un resurgir de la República, pero los intentos se quedaron en las ganas. Los tiempos no son los mismos, la ciudad tampoco. Le rehúye a la noche, ya no se puede andar como antes a la buena de Dios. Luis Camilo lo llamó para que fueran al bautizo de la biografía de Miyó. Declinó la invitación, pues ya estaba en casa y una vez ahí, si ha caído la tarde, no sale. Aún se encuentra con republicanos, comparten un almuerzo y se llaman por teléfono, 182
183 pero de aquellas reuniones espléndidas que, en ocasiones, se extendían hasta el amanecer, sólo quedan los recuerdos. El rescoldo de una bohemia que Charles Aznavour en latitudes parisinas cantó alegre, loca y gris de un tiempo ya pasado. Aquí se celebró al ritmo de un bolero de Daniel Santos o de Toña la Negra, pero el tiempo también pasó y con él la juventud y la ilusión de una romántica París tropical. Un fin solitario Viejo no significa enfermo, dicen los manuales optimistas. Pero, qué es entonces este dolorcito en la espalda? Qué pasa que no puedo cruzar y descruzar las piernas? Por qué ya no es tan segura la pisada? Uno se engaña, se da fuerzas, se miente. No pasa nada. Adriano González León ya sentía el peso de los años cuando escribió estas líneas en su última novela Viejo. Obra que refleja y relata las vivencias de un hombre que se acerca a la muerte. Soledad, abandono, tristeza, vejez y más soledad. En casa no se esperan visitas. Los amigos no aparecen, a veces, ni contestan el teléfono. Ni Luis Alberto Crespo ni Luis Camilo Guevara le devolvieron las llamadas hechas en diciembre. El tiempo parece suspendido y los días se hacen eternos. En la prensa se repite lo mismo de hace una década, pero con protagonistas diferentes. La canción alegre de antaño, sólo trae más melancolía. En el bar, tal vez, aparezca algún conocido. Pero hay que andarse con cuidado, el deterioro de las calles, algún descuido al caminar, una alcantarilla sin reja o una hendidura muy pronunciada 183
184 pueden ser fatales. Ya Adriano lo advertía en la misma novela, hay algo en los músculos que no va. Algo que no marcha en los huesos. Algo que no camina en la cabeza. Por Las Mercedes iba, bastón en mano, desde que una caída le resintió una pierna. En tono alegre decía que no podría ser nunca El manco de Lepanto, pero sí El cojo del Alto de Escuque. De la casa al Hereford Grill no hay mucha distancia, pero ahí decidieron no despacharle más tragos. A paso lento se encaminaba al Amazonia Grill con su bolso de Shakespeare terciado al hombro y un periódico en las manos. Los últimos días andaba con un libro del filósofo Juan David García Bacca. Una lujosa y pesada edición que colocaba en la barra donde recordaba aquellos tiempos gloriosos. Veía con dificultad que una asociación como la República del Este pudiera resurgir. De sus miembros muchos han pasado a la república penumbrosa del más allá; otros la vislumbran como destino cercano. Los intentos de resurrección en esa zona no tuvieron trascendencia. Adriano, promotor del resurgimiento, se quedaría ahí, en la barra, a evocar esa buena época; a esperar que un antiguo amigo llegara y compartieran una copa de buen vino; si no llegaba nadie, nuevamente, y en soledad, mascullar en silencio alguna anécdota o lamentar una dolencia. Hace cuarenta años la barra estaba repleta. Ahí siguen los compañeros, pero invisibles a la vista de los extraños. Retumba la voz de Manuel Alfredo o de Caupo, aunque la cantante de turno se empeñe en atormentar los oídos del escritor. Buena voz tenía Edith Piaf, no esa rubia que pasa sin anestesia de una cumbia a una balada. Sin anestesia será también el golpe que Miyó aseste cuando 184
185 le dé uno de sus arranques. La víctima podrá ser Luis Camilo que anda siempre con la mirada perdida. Mejor que no le dé por ahí a Orlando, porque después El Chino amanece de bala y se arma el limpio. Si hay trifulca el primero en irse será El Viejo Baica, quien contaba que se había venido caminando desde Argentina con su paso ligero. Llegará Enver, cámara en mano, a pretender hacer un corto de la situación. Salvador permanecerá impasible en su taburete. La mala vida Seguirá conversando con Pancho que, entre trago y trago, le guiña un ojo a Mary. Ella, tan amable como siempre, sonreirá sin darle importancia. Ludo sacará unos de sus poemas dedicados a la muerte y Elías se acordará que tiene que volver a la funeraria Dónde y cómo estarán los muchachos?. Los años pasaron y con ellos se fueron muchos amigos. Uno a uno hay que tacharlos del listín telefónico y resignarse a que ya no volverán. La barra se va desocupando y sólo se observa la silueta inclinada de un hombre de cabellera cana que continuamente se atusa la nariz. No hay trago del estribo, las copas están vacías y también las almas que presienten el final cerca. 185
186 EPÍLOGO La rendición llega muy pronto por estos lares como contrabando Me dan a beber la copa del vencido y reniego He obtenido dos victorias importantes mi vida y mi muerte Aún así no desfallezco entre esa humareda que se disuelve por los puntos cardinales de mis extremidades Si seré un solitario que lo vaticine el ofendido y no la multitud En este fragmento de Utopía, Luis Camilo Guevara incluye palabras clave. Palabras que resumen el sentir de una generación, de una intelectualidad, de un grupo. Rendición, beber, vencido, muerte, desfallezco, disuelve, solitario La República del Este fue la manifestación de una intelectualidad derrotada, que tras el fin de la lucha guerrillera se rindió, se echó a morir. Los bares, donde se reunían a beber penas, soledades y alcohol fueron el refugio de un grupo que nació vencido. La muerte nunca dejó de estar presente en sus discursos, en sus discusiones, en sus poemas. Pero no era la muerte que necesita experimentar una y mil veces todo creador, todo poeta, para plasmarla en sus escritos. Era la muerte de la esperanza. Una esperanza que desfallecía para una generación a la que le habían robado el sueño, como alguna vez dijo Manuel Alfredo Rodríguez. La República del Este surgió para servir de escudo y para guarecer a un grupo de intelectuales que ya no querían defenderse por sí solos. Mucho menos luchar por los demás. Y se disolvió, porque los años pasan, los tiempos cambian y los hígados no soportan tanta caña. Tuvo un fin solitario. Al igual que sus miembros. Los bares donde se reunían ya no existen, tampoco la mayoría de los republicanos. Los que quedan, siguen recordando aquellos tiempos 186
187 de guerras perdidas, de luchas utópicas. Recuerdan, también, la ilusión de haber creído ser contestatarios. Toda la acción, toda la irreverencia, todo el fulgor de una lucha en la que creyeron sin cortapisas, quedó atrás. En los años sesenta. La derrota signó la creación de un grupo que nació sin manifiesto. Sin norte. Como una excusa para reunirse, reconfortarse y beber. Sus miembros primigenios querían hacer más. Quisieron cambiar las cosas. Confiaron en una revolución barbuda que, a la mayoría, desilusionó muy pronto. También, en su propio país, la democracia les dio más de una cachetada. Más de un golpe bajo. Fue demasiado para la sensibilidad de hombres versados, que habían leído y estudiado. Que creían posible un cambio. Era insoportable para aquellos que viven las emociones al cuadrado y luego las traducen a palabras que rompen el papel. No sólo como seres políticos se vieron frustrados los republicanos. También como escritores, como cabezas de familia. No es que no quisieran escribir, es que estaban conscientes de que con sus textos ya no cambiarían el mundo: para qué escribir de la miseria, de la injusticia, si todo seguiría igual al fin y al cabo? No es que no amaran a sus hijos, a sus esposas, es que no querían agobiarles con los fantasmas que siempre les persiguieron: para qué cargar a los hijos con el dolor del fracaso, con la pérdida de la esperanza? Mejor era internarse en los bares. Primero, con otros con los que compartían el sentimiento de la derrota y, luego, con cualquiera que se acercara a brindar un trago y estuviera dispuesto a escuchar un par de discursos eruditos y unas cuantas citas de poetas que vivieron hace mucho y muy lejos. 187
188 Todo vino de una derrota inicial. De un fracaso que decidieron convertir en república. Una república de la que seguirían siendo ciudadanos aún después del fin de sus vidas. Una república que nació derrotada, se alimentó de la frustración y aún vive en todos aquellos que, a pesar de las críticas de la multitud, siempre defenderán su utópica patria. 188
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208 V. ANEXOS La República del Este 208
209 Reunión en el Chicken Bar: Víctor El Chino Valera Mora, Elisa La Negra Maggi, Baica Dávalos, Alberto Patiño, Mary Ferrero y Miyó Vestrini (de espalda) Archivo El Nacional Caupolicán Ovalles (de espalda), Reinaldo Espinoza Hernández, Nelson Hernández Cuartín. De pie: Aquiles Armas, Marcelino Madriz y Adriano González León. Manuel Alfredo Rodríguez (centro), Moisés Gamero, Junio Pérez Blasini, Elías Vallés, Orlando Araujo y Miyó Vestrini Cortesía de Elisa Maggi 209
210 Encuentro entre republicanos: Luis García Morales, Francisco Pancho Massiani, el poeta Enrique Hernández D Jesús, Adriano González León y Manuel Matute. Cortesía de Elisa Maggi Manuel Alfredo Escalera toma la palabra Cortesía de Elisa Maggi 210
211 Un trago con la representante de la Comuna, Miyó Vestrini. Enrique Hernández D Jesús, Alberto Patiño, Adriano González León y Oscar Díaz Punceles Cortesía de Elisa Maggi 211
212 Adriano González León toma juramento al primer presidente constitucional de la República del Este, el historiador Manuel Alfredo Rodríguez Cortesía de Mireya Hernández de Vallés Condecoración al regente del poder de los bares del este Cortesía de Mireya Hernández de Vallés 212
213 Tragos arriba, en honor a la República Cortesía de Mireya Hernández de Vallés Los anfitriones del acto de transmisión de mando: Elías Vallés y Mireya Hernández de Vallés Cortesía de Mireya Hernández de Vallés 213
214 Encuentro para la revista República del Este: Luis García Morales, Arturo Uslar Pietri, Mary Ferrero, Caupolicán Ovalles y David Alizo Archivo El Nacional 214
215 Reunión en el restaurante Franco: Luis Camilo Guevara, Oscar Díaz Punceles, Miyó Vestrini, Pepe Luis Garrido, El Negro González Vega y Aranguibel Archivo El Nacional Elías Vallés, ministro de asuntos trascendentes y del más allá Cortesía de Mireya Hernández de Vallés Archivo El Nacional 215
216 Otros republicanos: el pintor Hugo Baptista, el poeta Ramón Sosa Montes de Oca y el pintor Manuel Quintana Castillo Cortesía de Elisa Maggi Pancho Massiani y El Enterrador, Elías Vallés Cortesía de Elisa Maggi 216
40 anécdota, una reflexión o escuchando un poema, incluso, cuando daba clases en la Universidad Central de Venezuela solía soltar un par de lágrimas sin interrumpir su discurso. Adriano fue más que el escritor de una novela que retrataba una época y la fragilidad de un país, que decía sin memoria y cultura. Adriano fue el hombre capaz de ofrecer públicamente una suerte de mea culpa en la que decía por qué como escritor venezolano no escribía, habló sobre la pereza, la frivolidad y la falta de estímulo editorial de Venezuela. Ello, con motivo de la entrega del primer Premio Internacional Rómulo Gallegos, edición en la que ninguna novela venezolana participó (confesión hecha antes de País portátil). También reconoció su gusto por la bohemia, aceptó que lo llamaran borracho y flojo, pero no por ello, para salir del paso, sucumbió a publicar cualquier cosa que escribiera. Al periodista Nabor Zambrano le confió en una entrevista publicada el 14 de abril de 1969 en El Nacional: Es bueno no tener una obra completa para poder aspirar a completarla; y ojalá uno no llegue a completarla nunca para poder aspirar a seguir con la escritura Escribir no significa publicar precisamente; lo contrario publicar libro tras libro es acumular currículum. González León acababa de recibir el Premio Nacional de Literatura. Persistía en la crítica el elogio a País portátil, pero ya había empezado a asomarse el reclamo por una continuación. 40
41 Vanguardia de barra Siento gran desazón y nostalgia cuando miro hacia atrás y veo cómo se destruyó toda esa mística, toda esa bohemia, algo imposible de ser resucitado por decreto, señalaba al periodista Oliveros. Mucha mística y mucha bohemia había en la República del Este que González León recordaba. No hizo falta decreto oficial para que, una noche imprecisa de 1968, el poeta Caupolicán Ovalles al fragor de unas copas anunciara la creación del grupo. La caña, la muerte, cierto desenfreno hedonista y una angustia existencial enmascarada en un talante festivo fueron las claves fundamentales de aquella agrupación que, de alguna manera, marcó a la generación de Adriano González León, hijos de la dictadura de los años cincuenta, de la sedición de los años sesenta y de la bonanza petrolera de los setenta que les permitió durante años andar por esos caminos del mundo, muchas veces a costa del Estado. Ahí confluyó todo: la ilusión de un idílico París, la vergüenza de pertenecer a un país que poco aportaba literariamente hablando al boom latinoamericano, la frustración de no haber podido tomar el poder por asalto ni tampoco en elecciones También el entusiasmo por las letras y las artes, la amistad, la voluntad de retratar a una Venezuela que despertaba a la modernidad con todo y sus rémoras, en una democracia a la que criticaban pero que, al mismo tiempo, disfrutaban. Y sobre todo, eran, criollamente hablando, unos mamadores de gallo. Aguardiente, frustración, soledad, muerte, pero todo enmascarado en la ironía y el humor. Humor negro, humor del bueno y, a veces, humor que hiere. 41
42 Arrastraron siempre el descontento de sentirse ajenos a una sociedad que no reconocían como propia. Bajaron las armas de una revolución de izquierda, sin perder la fe en el izquierdismo. Sin querer, se convirtieron en el vivo retrato de esa sociedad que rechazaban. De esa democracia que en tiempos de Carlos Andrés Pérez entraba con energía y con un barril de petróleo y de güisqui fuerte que inundaba de felicidad las calles. De los miembros más emblemáticos González León era uno de los sobrevivientes. Había participado en los grupos vanguardistas Sardio y El Techo de la Ballena, asociaciones que, junto a Tabla Redonda, representaron la irreverencia de los años sesenta en Caracas. Vanguardia que al desplomarse dio paso a que surgiera la República del Este, sociedad en la que militó hasta el final de sus días, y de la cual fue referencia obligada. De esa cofradía algunos miembros quedan por ahí, en otras barras o alejados de ellas. Unos, con orgullo, reconociéndose como republicanos ; otros negando cualquier afiliación cercana. Unos olvidaron las ideas revolucionarias; otros las reafirmaron con el socialismo del siglo veintiuno y de la Cuarta, en la quedó varada el área mágica de la República del Este, no quieren saber nada. Había de todo en aquella peña formada por los ex miembros de El Techo de la Ballena, el grupo Sardio y Tabla Redonda. No era un grupo con una unidad temática, política, ni filosófica. Alguien preguntó por los requisitos para ingresar y la respuesta fue sencilla: participación, hermandad y compañerismo, recordaba a Oliveros. 42
43 Con requerimientos tan subjetivos, la ciudadanía, podría decirse, la adquiría cualquiera. Por la geografía de la imaginaria nación pasó una comparsa de personas y personajes, intelectuales unos, otros no tanto, pero que en común tenían esa necesidad de acudir al bar; despacharse un par de tragos y celebrar o lamentar esas cosas de la vida. A la cabeza de ese carnaval iban: el poeta Caupolicán Ovalles, Padre de la Patria; el economista y escritor Orlando Araujo; el político e historiador Manuel Alfredo Rodríguez y el propio Adriano González León. Entre tanta testosterona, las mujeres tenían su participación más representativa en las periodistas Miyó Vestrini y Mary Ferrero. Fueron también militantes del grupo: el filósofo Ludovico Silva, el cineasta Enver Cordido, el empresario Elías Vallés; los poetas Luis Camilo Guevara y Víctor El Chino Valera Mora; el médico Marcelino Madriz, el psiquiatra Manuel Matute, los escritores Salvador Garmendia, Baica Dávalos y Francisco Pancho Massiani. Pero la lista no se agota con estos nombres De la militancia a los bares El corazón de nuestra cultura, como lo llamaba el escritor Eduardo Liendo, fue un erudito de la palabra. González León se había iniciado en la escritura en los albores de la adolescencia. Cuando a los quince años una nota sobre su tierra natal fuera reseñada en El Nacional y desde ese entonces tuviera un espacio en las páginas del rotativo. Su primera obra publicada fue la selección de cuentos Las hogueras más altas a cargo de la editorial argentina Goyanarte en 1959, a ella seguiría Asfalto- 43
44 infierno y otros relatos demoníacos. La publicación, lanzada en 1963, estuvo a cargo de un grupo vanguardista cuyo coletazo sacudió la Universidad Central de Venezuela, el Gobierno, la prensa y la sociedad: El Techo de la Ballena. Cinco años después, los cimientos de esta agrupación se vinieron abajo y con ellos, los movimientos de vanguardia caraqueños. Siguió latente el descontento con la democracia, la inconformidad con la política y la mansedumbre de la sociedad, pero la irreverencia bajó de tono hasta hacerse inaudible. Asimismo, a partir de 1964, espacios de participación entre la intelectualidad de izquierda y el gobierno fueron abriéndose y los coletazos sardianos pasaron por debajo de la tabla redonda de una mesa. El país siguió siendo portátil y así lo reflejaría González León en la obra que le dio penas y glorias. Aunque la República del Este se conformó, en un principio, con participantes de los grupos literarios de los sesenta, no surgió como una asociación literaria o intelectual con alguna propuesta ideológica. Nació más bien como espacio de distensión y tertulia, para llenar el vacío inexorable de la derrota de los sesenta; de la derrota de una pretendida revolución de izquierda que se enfrentó a plomo limpio con los primeros gobiernos adecos. Fracaso que, a pesar de ser hiriente y doloroso, estuvo imbuido de una alegría efímera; desilusión que halló en los tragos el combustible necesario para seguir encendiendo discursos y quemando ideas. Y fue la caña, precisamente, la que ahogó en sus sinuosidades a muchos miembros de la agrupación. 44
45 Tragos, conversación y humor. Eso había en los bares de Sabana Grande donde se instalaron los republicanos. La dictadura y la represión adeca quedaban en los anales de la historia. Las redadas policiales en busca de guerrilleros e izquierdosos se hicieron menos frecuentes. La pacificación empezaba a extenderse a todos los ámbitos. Los que se unieron a las guerrillas rurales bajaron de las montañas. Poco a poco, sin perder la esperanza en los movimientos de izquierda, se fue desvaneciendo la idea de alcanzar el poder a través de las armas. Los setenta llegaban con apertura, dinero en las calles y corrupción. Tal vez, una democracia más creíble, pero no defendible desde las trincheras de las letras y la crítica aguda de los intelectuales. Pero así fue aceptada y en la cantina, al compás de un bolero cortavena y aguardentoso, la nación de los artistas tomó la palabra. Otra vez en la Vallés El domingo 13 de enero de 2008, La partida de Adriano, como titula El Nacional, ya es conocida en el mundo académico y literario. Por Internet empiezan a circular las primeras notas de despedida, anecdóticas y hasta reflexivas sobre la vida y obra del trujillano. La capilla principal de la Funeraria Vallés está dispuesta para recibir a deudos, amigos y curiosos. Gente que desde hacía años no se veía vuelve a encontrarse. No sólo antiguos republicanos se saludan a lo largo de la alfombra que conduce a donde reposa el escritor. Familiares y amigos; políticos y poetas; 45
46 perseguidos y perseguidores; admiradores y curiosos acuden a rendir respetos a González León. El pasillo bulle de gente. Decenas de personas van y vienen. Así, disgregados, son un grupo tan variopinto como en su época fue la República del Este. Quizás alguno de ellos recordó una de las frases predilectas del autor de País portátil: Barra que bebe unida, permanece unida, leit motiv frecuente de las tertulias y de las conversaciones esporádicas. O la del poeta iraní Omar Khayyam que también refería muy a menudo: Voy por el camino con mi sombra y mi botella. Afortunadamente mi sombra no bebe. Un punto de control obligado para los habitués del este, fuera para despedir o ser despedido, era la casa mortuoria de Los Jabillos. Su dueño, Elías Vallés, ofrecía un servicio deferente cuando un republicano abandonaba este mundo. No era un intelectual, pero era apreciado por sus compañeros. Había ocupado cargos importantes en la República, fue presidente y encargado de los asuntos trascendentes y del más allá. También fue uno de sus más generosos contribuyentes: El gran pitcher o mecenas del grupo. Aunque hoy no se cuente entre los sobrevivientes, los contratos convenidos en otro tiempo, aún tienen vigencia. Ese domingo no es la excepción. En el pasillo se respira solidaridad ante el viejo maestro que se ha ido, pero no puede decirse que fuera lastimoso, a fin de cuentas, Adriano hizo lo que quería: despacharse la vida a tragos y llenarse de vivencias que no necesariamente se convertirían en letra. Me llena de enfado la fragilidad de los instantes, el que uno no pueda hacer perdurable determinado hecho de su vida. Y no es que me 46
47 queje del pase del tiempo, del cual todo el mundo se ha quejado ( ), pero busco la solución. Veinte años habían pasado de la publicación de País portátil cuando la periodista Miriam Freilich reseñó en El Nacional esta aseveración del escritor. Veinte años después de esa entrevista nadie podría saber si encontró la solución. Allí están, en el corredor, los amigos: David Alizo, Manuel Matute, Luis Camilo Guevara, Josefa Quesada, Oscar Sambrano Urdaneta, Luis Alberto Crespo, Álvaro Aranguibel, Luis Pastori, Tita Quesada, Elisa Maggi, Manuel Quintana Castillo, Teodoro Petkoff, Oswaldo Barreto, Alfonso Montilla y Marcos Miliani, entre muchos otros. Por este día, nada de jamones colgantes, rosarios de ajos ni ejércitos de botellas multicolores. No hay copas para brindar, una infusión o un café para permanecer en vigilia. Por el pasillo central ruedan murmullos, apretones de mano, muestras de afecto y anécdotas. Albores del área mágica La República del Este, territorio ficticio que diera letra y forma a la expresión de quienes hallaban en la bohemia la forma de paliar incertidumbres y burlarse de lo efímero de la vida tuvo en Caupolicán Ovalles a su Padre de la Patria. Había sido participante en otras organizaciones como El Techo de la Ballena y La Pandilla de Lautréamont, congregación de poetas conformada por Luis Camilo Guevara, Elí Galindo, Víctor El Chino Valera Mora, José Pepe Barroeta, Carlos Noguera y el pintor Mario Abreu, entre otros. Su poema Duerme usted, señor Presidente? publicado en 1962, causó polémica por el lenguaje franco e irreverente con que se criticaba al entonces líder de gobierno, 47
48 Rómulo Betancourt. Toda una oda agudamente contestaria que le valió unos años de exilio y que, después, serviría para satirizar a Ovalles cuando se retrataba y embebía en güisqui con el adeco de turno. El poeta explicó en la publicación República del Este en junio de 1980 que el grupo había nacido como conclusión de varios intentos de asociaciones y de experiencias de grupos literarios, entre ellos la lógica línea que va de Sardio al Techo de la Ballena, del Techo a Sol Cuello Cortado y de éste a la Pandilla de Lautréamont. El nacimiento de la quimérica nación habría ocurrido en 1968 aunque existe más de una versión al respecto, un día de octubre en el que se instaura el gobierno en las mesas del restaurante El Viñedo, local que estuvo ubicado en la calle El Colegio, enfrente de la librería Ulises. Este primer gabinete, más intelectual e informal que los posteriores, quedó consolidado con Ovalles en la presidencia; el poeta Luis Camilo Guevara como Primer Ministro; el pintor Mario Abreu como ministro de la Defensa y el titiritero y poeta argentino Javier Villafañe como ministro de Educación. Años más tarde la organización de gobiernos y distribución de cargos tendría otra forma, casi igualmente arbitraria, pero con más cancha a la sátira, el histrionismo y el verbo encendido de los discursos de los participantes. La época se caracterizó por la invasión de los tanques rusos a Checoslovaquia, las revueltas universitarias, el Mayo Francés; y en el plano interno, por el triunfo de Rafael Caldera y su política de pacificación una vez instalado en Miraflores. Quienes estaban en el exilio o habían contribuido con la 48
49 guerrilla empezaron a asomar por los predios de Sabana Grande, sitio estratégico de encuentro de los intelectuales, habladores y bebedores. Las librerías Suma y Ulises eran otro atractivo de la zona. El ambiente se prestaba a la tertulia, al intercambio intelectual para compartir un par de copas o expresar las inconformidades con la vida o el Gobierno. Por varias etapas habría de pasar la nación de los bohemios. Presidentes se sucederían uno tras otro hasta que la broma se agotó a principios de los ochenta, cuando nuevos rostros asomaron por Sabana Grande, cuando el güisqui empezó a subir de precio y los tragos a cuenta de otros fueron menos frecuentes. Encabezando la lista de los generosos republicanos que descorchaban sin desparpajos estaba Elías Vallés. Indio sensible y magnánimo Oriundo de Guayana y periodista de oficio abandonó las oficinas de Radio Rumbos para iniciar con su esposa Mireya Hernández, la empresa de los servicios fúnebres. En un principio quiso que fuera Funeraria Caracas, pero el criterio femenino se impuso y Vallés le dio el apellido al velatorio de Los Jabillos. En el negocio de la muerte hizo de chofer de las carrozas, maquilló rostros, vistió cadáveres e, incluso, le rezó las oraciones fúnebres a algún amigo. Al filo de la medianoche le confió a la periodista Miyó Vestrini, en una entrevista publicada el 3 de agosto de 1980 que la muerte no era siempre un rito apacible y lujoso. Ponía de ejemplo las dificultades de morir en una noche de lluvia en un barrio de Caracas. Entonces hay que inventar, hacer algo para velar 49
50 al cadáver desamparado. Por eso, me ha tocado muchas veces poner funerarias clandestinas. Me parece terrible que se muera un niño y no haya dónde velarlo, indicaba Vallés, asimismo, recalcaba que esos servicios carecían de lujos, y se ofrecían gratuitamente. Aun cuando la muerte le resultaba un hecho risible, el final de la existencia, el negocio de las pompas fúnebres era algo que no se tomaba con ligereza. A la periodista le dijo sentirse marginal por estar a la acechanza de un cadáver para poder vivir. Le contaba también de las cientos de historias que lleva encima un enterrador, porque, ante todo, así se definía: Soy un simple enterrador, un preparador de cadáveres, un diseñador de mejillas. Cuando la sangre ha huido de los rostros, yo vuelvo a moldearlos. Les pongo onoto y ya no se ven tan pálidos. Así como aceptaba su oficio, desempeñado sobre los despojos de un cuerpo, se reconocía indio. Descendiente de caciques, con una concepción espiritual diferente para afrontar la vida, también susceptible a las artes. Por ello, le apasionaba la República del Este: Los indios somos sensibles al cultivo de la inteligencia, de la poesía, del verbo como contestación expresa del afecto, es algo que me conmueve, que me atrae. La realidad es algo que me parece horrible y los hombres sueñan, se mantienen alejados de la realidad. Vestrini le aclaraba que la República era una realidad. Vallés le respondía: No. Es una fantasía. No olvides que es utópica. Convergen muchos seres que escapan a través de la noche, sueñan, imaginan y perciben cosas. Seres que en una u otra forma, cuando están en la penumbra, se sienten distintos. Le gustaba la noche, lo atraía lo lúgubre, la 50
51 penumbra bulliciosa de un bar, diferente a la oscuridad silenciosa de un velatorio. En esos espacios empezó a escribir un libro que titularía Historias de un enterrador, pero que nunca terminó de organizar y publicar. Esa sensibilidad al mundo artístico lo habría acercado a la gente de Sabana Grande, así lo cree la viuda del empresario, Mireya Hernández. Desde la oficina, donde antes despachaba Elías, responde con serenidad. Sus gestos sutiles y pequeñas pausas permiten suponer que evoca el esposo fallecido hace once años. El lugar está decorado con imágenes religiosas, fotografías de la familia, estatuillas y reconocimientos a la funeraria. No refiere anécdotas de la República del Este, la visitó en pocas ocasiones y para almuerzos especiales antes que para asistir a las tertulias. Refiere anécdotas particulares con Manuel Alfredo Rodríguez, Caupolicán Ovalles, Hugo Baptista, Francisco Salazar Martínez y Rafael Franceschi. Recuerda a un esposo que veía con admiración la obra de los poetas y escritores, al que le gustaba compartir con ellos, invitarles un trago y aprender escuchando las historias que referían. Sobre la generosidad de Elías señala que la fama de mecenas y financista se la dieron otros, pero no era un atributo del que su esposo hiciera alarde. Ayudaba a los amigos de la mejor manera que podía, sin empacho alguno ofrecía respaldo económico si un apuro asomaba en el panorama. Por momentos habla como si el compañero aún viviera, como si estuviera en esa oficina que aún transpira su presencia. Le gustaba la música llanera y escuchaba con atención cuando yo ponía música clásica, recuerda. 51
52 Elías siempre le reclamó, en tono afectuoso, haberlo sacado del periodismo para iniciar un nuevo oficio, pero algo quedaría en Vallés de su experiencia periodística que, luego de incorporarse al grupo, propició y financió la publicación República del Este de la cual fue editor. Aunque unos amigos dicen que lo hizo sólo para quitarse la fama de enterrador, otros reconocen que su interés por el arte habría sido la razón por la que apoyó el surgimiento de la revista. En cualquiera de los casos, la publicación desapareció después de cinco números y lo que pudo haber sido la tribuna de expresión republicana quedó sepultada sin grandes glorias. En vida, Elías fijó dos concesiones en su empresa, tanto los periodistas como sus amigos de la República tendrían descuento y consideraciones especiales a la hora gris de necesitar el servicio. La viuda respeta esas cláusulas. Así, los republicanos, como en broma y con motivo de unas elecciones diría Ludovico Silva: tarde o temprano acudirán a las urnas de Vallés. El área mágica De la Funeraria Vallés a la zona que ocupó la República del Este distan tres cuadras. En aquellos tiempos el epicentro de la bohemia era conocido como el Triángulo de las Bermudas, todo lo que pasaba por ahí se perdía para siempre. El circuito, que no era propiamente un triángulo, estaba conformado por los restaurantes Al Vecchio Mulino, Franco, Camilo y La Bajada. Como satélites funcionaban las barras de El Viñedo, La Masía, Páprika, El Encuentro, El Gato Pescador, Tic Tac y el Chicken Bar o Bar BQ. Cualquier botiquín tenía abiertas 52
53 sus puertas a la tertulia. Era otra Sabana Grande, sin bulevar, sin inseguridad. Un sitio especial que daba a la ciudad cierto aire de modernidad. Se evocaba una París tropical, con terrazas abiertas y descampadas que acogían a sus visitantes hasta bien entrada la noche. Ya el centro de Caracas había dejado de ser el punto de encuentro de los tiempos de Sardio. Quedaba además en el oeste, donde los republicanos decían que no los querían. La República si bien no fue un grupo activo en la política, parecía responder a una motivación propia de la conciencia crítica. Los problemas de la nación que denunciaban, fuera en público o a viva voz alebrestados por alguna copa, no eran atendidos por la verdadera República la que efectivamente regía los destinos del país. Eso era tema recurrente en las charlas y tertulias. Pero, les preocupaba realmente el país o era sólo el aspaviento de un grupo más interesado en ejercer irónicamente la crítica sin ganas de aportar esfuerzo concreto alguno? Hubo de verdad una proposición política en la República del Este? El escritor Orlando Araujo, quien también ejerciera de presidente, dio una respuesta en su libro Crónicas de caña y muerte: Y sucedió que un día fundamos una república ( ) porque en el oeste, una república que no fundamos, nos rechaza y nosotros a ella. Se ha dicho, entre gentes de farsa y testimonio, que derrotada la guerrilla y dividida la izquierda, llegaba el tiempo de la nostalgia, de la bohemia y de la melancolía, y ciertamente con nosotros hay audaces cronistas de la tristeza, del amor, del vino y de la muerte, que escriben y cantan con dolor de ausencia. Pero aquella república no fue ni es un club de la evasión, sino un amoroso surtidor equilibrando los cristales de la agonía que no cesa. 53
54 Y la agonía no habría de cesar. Aunque el tintineo de las copas alegrara los momentos de reunión, la soledad y la frustración se comían a algunos por dentro. La periodista Miyó Vestrini señalaba al colega José Tomás Guerra en 1976: La República es apenas un conjunto de amigos desolados, que no saben qué hacer con sus vidas a las 5:00 pm, y que se encaminan entonces, como quien va a una isla agradable, al café o al bar de Sabana Grande. Pero no todo era drama o melodrama, también hubo polémica, como la que giró en torno a Salvador Garmendia cuando publicó el relato El inquieto anacobero. En la República y a su alrededor hubo verbo culto, vicios ocultos y malas palabras. Hubo pasión, vehemencia, alcohol e idilio. Y humor. Con humor se despacharon cotidianeidades y las peculiaridades de sus miembros. También hubo anarquía: no había en el papel ningún reglamento o mandamiento que vetara o permitiera algo. Mas dentro de la consolidación de uno de los gabinetes, se confió al psiquiatra Manuel Matute estar a cargo de los locos, acaso no había en todos ellos un ápice de locura? Hay quienes dicen que en la República se ahogaron en alcohol las pretensiones literarias de unos cuantos venezolanos, y que algunos se vendieron al mejor postor para poder pagar la cuenta y salir al exterior para continuar la farra en otros lares. Qué de bueno y qué de malo ha dejado la República del Este en los planos literario, social y político venezolanos? Las barras en que se reunían sirvieron de soporte a la producción intelectual de sus miembros o sólo la ahogaron en alcohol? Existía una democracia verdadera o su organización fue más arbitraria que la de la república del oeste, a la cual tanto criticaban? Cómo 54
55 fue la relación de los republicanos con la realidad que les tocó vivir? Sus miembros siempre fueron amigos o también surgieron enemistades? Qué signó la desintegración del grupo? Las opiniones se encuentran cuando se trata de definir qué fue y qué representó la agrupación. Descalificada por unos y vanagloriada por otros, es innegable que se hizo sentir en algún momento, que fue el foco de atracción de aquella Sabana Grande que no ha recuperado su brillo y que fue referente de la intelectualidad de Caracas hace décadas. Con sus etapas de esplendor y decadencia se dejan colar muchos rasgos que ofrecen una visión del país que se vivía y del que se avecinaba. Porque si bien la República del Este tuvo como sino de su surgimiento el fracaso de la lucha guerrillera, también el albor de la democracia venezolana se caracterizó por este hecho. Si su fin estuvo relacionado, directa o indirectamente, con el Viernes Negro, cuando se destaparon los precios del güisqui; también el esplendor de la Venezuela Saudita terminó de ser enterrado por un dólar que dejó de costar 4,30 bolívares. Lo mismo ocurriría con la creación literaria, si antes se centraba en la denuncia, por los tiempos de la República prefirió el adorno, el regodeo en las palabras; o con la militancia política y la participación ciudadana, que también mermaron en los setenta ante los chorros de dinero que inundaron las calles. *** 55
56 Los ex compañeros de República y amigos permanecen en aquel pasillo de la Funeraria Vallés murmurando viejas anécdotas. Los bares donde se realizaban las tertulias ya desaparecieron. Tres cuadras al sur del velatorio en la avenida Solano, no quedan muchos vestigios de lo que representó aquella nación ficticia: sólo en Sabana Grande la librería Suma y el restaurante Franco quedan como reminiscencias de una epopeya imaginaria, más bien idealista que ideológicamente sólida. 56
57 CAPÍTULO II: Amanecí de bala En este país donde siempre fui un arbolario un mal incendio un inesperado voladizo Víctor Valera Mora. Amanecí de bala Universidad Central de Venezuela. Una noche de 1969 en las adyacencias del Instituto de Medicina Tropical. Se acerca un carro a baja velocidad. Viene a media luz: uno de sus faros delanteros está averiado. Al volante, el recién galardonado escritor Adriano González León. Pareciera estar acumulando experiencias para reconstruir alguna escena de su País portátil, pero no. González León manejaba su carro, en medio de la noche caraqueña, pero no venía de dar una clase en el claustro universitario, ni se dirigía a casa luego de una noche de tertulia en la naciente República del Este. En aquella ocasión, Adriano sacaba de un aprieto a un amigo, no era para menos, muchas aventuras corrieron juntos, unidos además por los mismos principios e ideas. Las discusiones de los intelectuales en la Sabana Grande de la década de los sesenta no giraban exclusivamente en torno a obras literarias. En el tapete estaban las ideas de izquierda, la revolución advenediza, la patria socialista, la utopía posible. Los más aventurados veían con buenos ojos el asalto al poder por medio de las armas, pero fueron pocos los que se terciaron un fusil al hombro para internarse en las montañas. En tiempos de Rómulo Betancourt, sin embargo, fueron frecuentes las redadas en los restaurantes El Gato Pescador y Tic Tac en 57
58 busca de revoltosos y cabezas calientes. Pues, aunque los poetas que frecuentaban sus barras no formaran parte de algún grupo guerrillero, era bien sabido por dónde iban sus ideas y, también, que la solidaridad podría llevarles a establecer algún tipo de contacto con los combatientes. Fue al Tic Tac donde una muchacha se acercaría una noche de 1969, en busca de un contacto para sacar de un apuro a su hermano, que se había metido a guerrillero. Ya las aguas estaban menos agitadas, pero en algunos persistía la idea de la revolución armada. Un joven llamado Oswaldo Barreto se unió al movimiento armado con la intención de organizar un frente en las cercanías de Bergantín, estado Anzoátegui. Era parte de un grupo que se dio a conocer como Movimiento de Salvación Nacional (Mosaln). Liderada por el guerrillero Baltasar Ojeda Negrete, alias Elías, la agrupación había perpetrado el asalto al Royal Bank de Puerto La Cruz. Fracasada la experiencia insurreccional y con una parte del botín a cuestas, Barreto y algunos de sus compañeros regresaron a Caracas en 1969. La policía les seguía la pista. Fue precisamente la hermana de Barreto quien se encaminó al Tic Tac en busca de un refugio para el hermano, que se encontraba escondido en la Ciudad Universitaria, junto a un camarada apodado el negro Manolito. Dormíamos detrás de Medicina Tropical, cuenta. Mi hermana fue a buscar a alguien que me enconchara y resulta que nadie de los que me conocía se ofreció, salvo un tipo que llegó y le dijo: Yo soy Esdras Parra. Le dio la dirección, la llave y me ofreció la casa. 58
59 La concha estaba asegurada, no así la salida del fugitivo de las instalaciones universitarias. Nuevamente, salió la joven a buscar a un amigo. Esta vez, con las señas bien especificadas: Adriano González León. Barreto y Adriano eran amigos de la infancia, de aquellos tiempos mozos en su Valera natal. La mujer se encontró con el escritor. González León accedió, adviertió del faro dañado, pero no se echó para atrás. Fue al rescate de Barreto, el amigo que muchos años después sería el encargado de dirigir las palabras de despedida en su entierro. Barreto no reconoce una vinculación directa de González León con la insurrección armada, pero afirma que Adriano, Caupo y toda la República del Este actuaban así, esos eran sus vínculos con lo que era la guerrilla. Se refiere a que, si estaba dentro de sus posibilidades, algunos de los intelectuales que formaban parte de una incipiente República del Este no dudaban en echar una mano, dar un aventón o hacerles llegar armas a aquellos compatriotas que se aventuraron en una experiencia insurreccional contra el gobierno adeco. Cuando Barreto se refugió en casa de Esdras Parra, adeco que había conocido años atrás en Roma, la intensidad del movimiento armado ya había perdido fuerza. Quedaban algunos focos subversivos, pero, ante la pacificación promovida por el gobierno de Rafael Caldera y el repliegue acordado por el Partido Comunista, el movimiento armado ya era un fracaso. Heredó ese síndrome de la derrota la República del Este? Fue la desembocadura natural de las distintas asociaciones literarias y filoizquierdistas surgidas en el fragor de los años sesenta? El punto de encuentro de una generación frustrada por no haber 59
60 alcanzado mayores cuotas de poder, incapaz en la práctica de romper patrones que se habían propuesto echar por tierra desde su época juvenil? Quedaba en ellos esa afección radical que había hecho metástasis en los sesenta, aquella vieja utopía de una patria socialista? De la solidaridad a la división La generación a la que pertenecen los republicanos fue un conglomerado hermanado desde que coincidiera en la lucha en la cual se empeñaron todas las fuerzas políticas durante los años cincuenta: el derrocamiento del régimen de Marcos Pérez Jiménez. La Unidad Nacional estaba conformada por los partidos Acción Democrática (AD), Copei, Unión Republicana Democrática (URD) y el Partido Comunista Venezolano. Entre los obreros, estudiantes y sociedad en general se percibía el ímpetu por acabar con la tiranía. Allí cabían todos. Los esfuerzos cristalizaron con la huida del dictador el 23 de enero de 1958. El pueblo salió a las calles a celebrar las libertades recuperadas. Se abrió de esta forma el auge de las masas que irrumpiría con intenciones de propiciar un cambio en el sistema. La Junta de Gobierno presidida por el contralmirante Wolfgang Larrazábal asumió las riendas del Gobierno en 1958. Ese mismo año con la firma del Pacto de Punto Fijo entre las organizaciones AD, Copei y URD quedó por fuera el Partido Comunista. En diciembre, se convocó a elecciones resultando electo Rómulo Betancourt, quien asumió el poder el 13 de febrero de 1959 y volvió a ratificar la iniciativa anunciada antes de asumir la presidencia: distanciamiento 60
61 con los comunistas. Una vez en Miraflores la reticencia y rechazo fueron contundentes. El PCV, elemento clave en el derrocamiento contra Pérez Jiménez, quedaba al margen de la estructura de poder. Un mes antes de asumir Betancourt, los barbudos de Fidel Castro triunfaron en Cuba produciendo un impacto y emoción revolucionarios en los grupos de izquierda de Latinoamérica. Si bien la influencia de la Revolución Cubana fue innegable en la gesta de proyectos socialistas, las condiciones políticas, sociales y económicas contribuyeron a la movilización de masas iniciada, un año atrás, con el derrocamiento del régimen de Pérez Jiménez. El ensayista Alfredo Chacón señala en su libro La izquierda cultural venezolana 1958-1968. Ensayo y antología: Rota la contención política impuesta durante los diez años precedentes por la dictadura militar, a partir del 23 de enero de 1958 las distintas fuerzas sociales replantean su conflicto a través de un nuevo espectro de movimientos y partidos. Y es, precisamente, la década de los sesenta la que propicia el ambiente para el surgimiento de iniciativas políticas de nuevo cuño. Entre ellas, las de los radicales que se echaron al monte, armados, siguiendo el ejemplo de Fidel Castro. En el campo cultural, se desarrolló paralelamente una vanguardia antisistema caracterizada por la irreverencia. La irrupción de la vanguardia La sociedad venezolana seguía expectante ante un cambio que no terminaba de cuajar con la llegada de Betancourt al poder. Con la tregua política burlada con la exclusión de los comunistas del gobierno tripartito (AD, Copei y 61
62 URD), el crecimiento de la militancia de izquierda, aunado a las movilizaciones de estudiantes y obreros, simpatizantes de las ideas del PCV, las calles se fueron calentando nuevamente. En el seno de AD surgieron disyuntivas entre la vieja guardia, que durante la dictadura estuvo en el exilio, y el grupo que había permanecido en el país. Asimismo, el declarado anticomunismo de Betancourt produjo discusiones en el ala izquierda de su partido, sobre todo entre el sector más joven. Como consecuencia de esas diferencias, en abril de 1960 surge el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) liderado por Simón Sáez Mérida, Américo Martín, Domingo Alberto Rangel y Rómulo Henríquez. Esta nueva organización sería fundamental en el auge de la insurgencia. Los grupos armados empezaron a consolidarse en los barrios, los sindicatos y entre los estudiantes universitarios. Posteriormente, el PCV en alianza con el MIR y algunos sectores descontentos de las Fuerzas Armadas organizaron el alzamiento de la guerrilla con intenciones de alcanzar el poder por la vía de la insurrección. En el área cultural, las manifestaciones y asociaciones no tardarían en hacerse sentir. Entre los jóvenes que toman la delantera en el campo del arte y la literatura, el espíritu de rebeldía predomina abiertamente mientras dura el auge de los partidos revolucionarios, indica Chacón en su libro. Ese ímpetu rebelde se aglutinó, en un principio, en Sardio. Agrupación que se reunía en torno a las mesas del bar Iruña, que estuvo ubicado en el centro, cerca del Teatro Municipal. El grupo estaba conformado por escritores, poetas y 62
63 pintores: Adriano González León, Luis García Morales, Guillermo Sucre, Gonzalo Castellanos, Elisa Lerner, Salvador Garmendia, Rómulo Aranguibel, Efraín Hurtado, Antonio Pasquali, Francisco Pérez Perdomo, Rodolfo Izaguirre, Edmundo Aray, Héctor Malavé Mata, entre otros. Posterior a la caída del dictador, la organización se reunió en pleno y publicaron el primer número de la revista Sardio en mayo-junio de 1958. En esa edición aparece Testimonio, en el que se puede leer: Nadie que no sea militante permanente de la libertad puede sentir la portentosa aventura creadora del espíritu. Ante el peso de una historia singularmente preñada de inminencias angustiosas, como la de nuestros días, ningún hombre de pensamiento puede eludir esa militancia sin traicionar su propia, radical condición ( ) No se vive, ni se deja vivir, impunemente. Es menester quemarse un tanto en el fuego devorante de la historia. Cuanto revele la huella del hombre ha de ser responsable de un camino. Y quienes asuman posición en el mundo de la cultura han de ser sensibles también a las urgentes esperanzas de su época. Algunos de los integrantes de Sardio habían estado en contacto con los dirigentes de AD y colaborado clandestinamente en el año precedente al 23 de enero. Algunos venían de la provincia y se habían conocido en el liceo Fermín Toro. En aquel tiempo la bohemia no se concentraba en Sabana Grande, sino en el centro de la ciudad y en algunos cafés de Los Chaguaramos. La propuesta estética que esgrimían abogaba por una nueva visión y una distinta sensibilidad que, según sostenían, se había agotado con el folclorismo y exceso de color local de las manifestaciones artísticas de la época. En lo 63
64 referido a la política reclamaban iniciativas nacionalistas para proteger la soberanía del Imperialismo del Norte. En el mismo manifiesto, carta de presentación del grupo, escriben: Pero si ayer fuimos militantes y activistas en la aventura de la Resistencia nacional, hoy sólo aspiramos, sin abandonar personales compromisos civiles, a asumir actitud crítica y orientadora en medio de la vertiginosa dinámica de recuperación que es actualmente la patria. No pretendemos ser políticos dirigentes, pero sí aceptar nuestra obligante condición de escritores y artistas ( ) El intelectual es un ser admonitorio y polémico, capaz, en ocasiones, de ir contra la corriente a fin de señalar abismos e injusticias. En otra ribera se desplazaba la gente del grupo Tabla Redonda eminentemente conformado por jóvenes escritores y periodistas del Partido Comunista entre los que estaban Jesús Sanoja Hernández, Arnaldo Acosta Bello, Manuel Caballero, Rafael Cadenas y Jesús Enrique Guédez. Esta asociación surgió a mediados de 1959 y sus integrantes venían del exilio de la dictadura y algunos con experiencia en las cárceles. La agrupación contó con una publicación orientada a la confrontación ideológica, a promover el deslastre del conformismo con los patrones establecidos y a superar el realismo como corriente artística peculiar de los comunistas. La tribuna estaba abierta para la discusión, sin embargo, el grupo, aunque con intenciones de alcanzar a las masas, no logró un acercamiento real como tampoco lo tuvo la tropa sardiana. 64
65 Materia en ebullición En 1961 desaparece Sardio. Las divergencias ideológicas surgidas en torno a la Revolución Cubana y orientación de la publicación minaron los intereses de los participantes, quienes se disgregaron. Sobre sus cenizas se erigió, en el mismo año, un nuevo grupo que traería consigo el escándalo y el tremendismo no alcanzados, hasta el momento, por la vanguardia artística: El Techo de la Ballena. En Para la restitución del magma publicado el 24 de marzo en Rayado sobre el Techo, nombre que llevaba la publicación del grupo, advierten: impacto la materia se trasciende la materia se trasciende las texturas se estremecen los ritmos tienden al vértigo eso que preside el acto de crear que es violentarse-dejar constancia de que se es porque hay que restituir el magma en su caída el informalismo lo reubica en plena actividad del crear restablece categorías que ya la ciencia presiente El grupo identificado con la contracultura, influenciado por los beats 1 de los estadounidenses, el surrealismo y el nadaísmo 2, lo integró gente comprometida e identificada con la izquierda, simpatizantes de Fidel Castro y el Che Guevara. Adriano González León, Carlos Contramaestre, Perán Erminy, Manuel Quintana Castillo, Daniel González, Caupolicán Ovalles, Gonzalo Castellanos, Edmundo Aray, Salvador Garmendia, José María Cruxent, Rodolfo Izaguirre, Efraín Hurtado, Francisco Pérez Perdomo, Alberto Brandt y Dámaso Ogaz fueron 1 Referencia a las ideas de la Generación Beat, grupo propulsor de la liberación espiritual y la ruptura con los valores comerciales. Surgió en 1948 en Estados Unidos. Estuvo conformado por los escritores Jack Kerouac, Neal Cassady, William Burroughs, Herbert Huncke, John Clellon Holmes y Allen Ginsberg. 2 Agrupación surgida en Colombia en 1958 con el poeta Gonzalo Arango como líder. De espíritu contestario e irreverente, a través del exhibicionismo buscaban desacralizar la cultura colombiana establecida. 65
66 algunos de integrantes de esta polémica agrupación de espíritu dadaísta y contestatario. En el mismo año de nacimiento presentaron, en junio, su primera exposición: Homenaje a la Cursilería. La propuesta, sátira a algunos personajes del mundo cultural y político, sirvió como tarjeta de presentación y complemento del tono irreverente y sarcástico expresado desde las líneas de Rayado sobre el Techo. El ensayista Juan Carlos Santaella en su libro Manifiestos literarios venezolanos señala: Como todo grupo literario, El Techo de la Ballena representa una generación que irrumpe en momentos en que se cierne sobre el país un marcado clima de incertidumbres políticas, y ellos, de alguna forma, no dejaron de manifestar sus opiniones al respecto. El resurgir de la democracia no había arrancado con paso firme. Las diferencias con el Gobierno fueron haciéndose notorias. Con los comunistas apartados de las instancias de poder y el sector revolucionario robustecido con la escisión adeca, la insurgencia armada no tardó en hacerse sentir en la sociedad venezolana. En 1962 se fundó el Frente Armado de Liberación Nacional (FALN), componente militar del Partido Comunista y el MIR dirigido en distintos focos por Douglas Bolívar, Carlos Betancourt, Alfredo Maneiro y Argimiro Gabaldón, inició operaciones en las ciudades con la Unidad Táctica de Combate (UTC) y en el interior con los Frentes Guerrilleros Rurales. 66
67 La respuesta del gobierno blanco fue contundente. Se creó la Dirección Nacional de Policía (Digepol). Todo lo que evidenciara o siquiera insinuara simpatía por el comunismo era repelido en las calles y en allanamientos a sindicatos y casas de estudios. A través de los teatros de operaciones se lograron desarticular organizaciones armadas. El plomo reventaba entre bando y bando sin que el panorama se pintara calmo a corto plazo. Mientras dormías En la onda de provocaciones y burlas, El Techo de la Ballena publicó el poemario Duerme usted, señor Presidente? escrito por el joven poeta y abogado sin ejercer Caupolicán Ovalles. La obra, franco ataque a Betancourt, suscitó escándalo por el desparpajo y tono empleado por el escritor: EL PRESIDENTE vive gozando en su palacio es un perro que manda es un perro que obedece a sus amos, es un perro que menea la cola, es un perro que besa las botas y ruñe los huesos que le tira cualquiera de caché Y es un asesino de cuidado Ahí va la mierda más coqueta. entre cuidados y muelles colchones, la vieja zorra duerme. Nada le hace despertar. EL PRESIDENTE vive gozando en su palacio. Líneas como éstas componen el poemario-diatriba publicado en 1962 por los balleneros. El prólogo de la edición estuvo a cargo de Adriano González León quien escribió: Funciona este libro, desusadamente adicto al desafío, 67
68 aprovechando la materia hasta ahora denominada no poética, en un giro decididamente singular, porque existe una fatiga cuando se descubre la ineficacia de la palabra tradicional, lo inoportuno del ejercicio culto, la triste invalidez de los literario cuando arrecia la enfermedad de vivir. Si el presidente Betancourt cuando no respondía con plomo dormía, sesteaba o simplemente descansaba la vista ante los reclamos de los sectores de oposición, la publicación lo sacó del ensueño y mandó encarcelar a los artistas de la basura de la sociedad. En ese momento Carlos Andrés Pérez era el titular de la cartera del Interior, según refiere el mismo Ovalles en el libro Usted me debe esa cárcel, el ministro persuadió a Betancourt para no encarcelarlo. Sería muy evidente, un escándalo innecesario y haría que las ventas del libro se destaparan. El presidente dormilón accedió, pero el escozor suscitado por los altisonantes versos no se aplacaba. Adriano González León llegaba de París. Por él irían al aeropuerto sus compañeros de océano y bares, pero también la Digepol que, impasible a coletazos de artistas escandalosos, se llevó al escritor detenido. El prologuista estuvo encerrado en la sede de la policía en Los Chaguaramos durante un mes. Tiempo después escribiría País portátil, novela que reflejaría a través de las tropelías de Andrés Barazarte, la emoción y angustia de un joven provinciano por meterse en la guerrilla; los mismos sentimientos que embargaron a decenas de estudiantes que apoyaron el movimiento guerrillero. 68
69 Con mejor suerte corrió Ovalles quien arrancó para Cartagena y luego, con la ayuda del Partido Comunista, del cual era militante, para Europa. Recuerda Manuel Ovalles, hijo del poeta, que Caupolicán solía decir: La mejor agencia de viajes del mundo es el PCV. Y por Praga estuvo el osado y polémico indio irreverente que, así como recorrió mundo, pasó de organización política en organización política, siempre tratando de hacerse con una cuota de poder, con una cuota de reconocimiento que no distinguía tolda. Fue esta necesidad o afán de reconocimiento político lo que hizo que Caupolicán Ovalles se llamase a sí mismo y fuera admitido por otros como el Padre de la Patria en la República del Este? Los coletazos de la ballena Las tejas de El Techo empezaron a caer sobre la sociedad caraqueña inusitada a escándalos y shows de cadáveres, fueran exquisitos 3, al estilo de los surrealistas, o colgantes, al estilo de Carlos Contramaestre. A finales de 1962 el grupo daría de qué hablar en el Gobierno, prensa, Iglesia, cafés y botiquines con la exposición Homenaje a la Necrofilia, metáfora de la podredumbre que los balleneros percibían en el sistema social de turno. Al respecto Edmundo Aray explicó en la publicación brasilera Agulha: Se trataba de asumir nuevos modos de expresión, una crítica acerba a una sociedad violenta que generaba una atmósfera de muerte en nombre de la democracia representativa. Empleamos cualquier medio para irrumpir contra ella, contra la 3 El término cadáver exquisito refiere a una composición de imágenes o palabras elaborada al azar por un colectivo de personas. Fue acuñado por los surrealistas en 1925 69
70 sociedad como tal: el absurdo, la arbitrariedad, el arpón magmático, la lujuria de la lava. Ello significaba que el Techo de la Ballena asumía una actitud política, de burla y acidez contra la democracia representativa. Por supuesto, tenía al frente, en una isla en el Caribe, el movimiento del 26 de julio, un proceso revolucionario. Buena parte de nosotros se inscribe, digamos, dentro del apoyo a la Revolución Cubana y dentro del apoyo a la subversión política en Venezuela y al propio movimiento guerrillero. Para los balleneros, era necesario el cambio. Desde las trincheras en que se movieron apostaron por la crítica acerba y, sin cortapisas, al sistema. Para el grupo, la sociedad y todo lo que giraba en torno a ella estaba podrido como las carnes que componían la exposición necrófila. El movimiento armado seguía a punta de machetazos y plomazos tratando de abrirse paso como oposición. Los cuerpos de seguridad del Estado respondían por su parte, atenuando la fuerza de las guerrillas. Sin embargo, el golpe más contundente que recibirían los sectores de izquierda sería en el año electoral de 1963. Con el eslogan Balas sí, votos no los sectores radicales encarnados en el PCV y el MIR, ilegalizados para la época, hicieron el llamado a la abstención, pero la propuesta no tuvo eco. Ambas organizaciones sumidas en la lucha guerrillera habían descuidado el contacto con las masas y la lucha armada iniciaba la debacle inexorable al fracaso. Los adecos se hicieron nuevamente con el triunfo, y fue Raúl Leoni quien asumió la presidencia. 70
71 Derrota Patentada la derrota de los insurrectos con la victoria de Leoni, debilitado el movimiento armado como consecuencia de las escisiones y bajas producidas durante la lucha, los gestos irreverentes de la intelectualidad comenzaron a hacerse menos corrosivos, hasta desaparecer. No así las ideas marxistas que en Venezuela tuvieron a su principal estudioso y crítico en el filósofo Ludovico Silva. Connotado intelectual, amigo de la cerveza y el güisqui, que formaría parte de la República del Este y, en algún momento, causaría polémica por sus críticas al ambiente aguardentoso y a la figura de Caupolicán Ovalles. En ese contexto de atenuación de los decibeles contestarios, apareció en agosto de 1964 la revista Sol Cuello Cortado a cargo de un grupo homónimo, conformado por Héctor Silva Michelena, Caupolicán Ovalles y el pintor Daniel González, grupo en el que Ludovico destacaba como portavoz. El mensaje que lanzaron los poetas según reseña el periodista Ratto-Ciarlo en El Nacional del 15 de agosto de 1964 fue: Hoy, por primera vez, explota en nuestro país un hatajo de artistas que no vive sino que muere de la poesía. Venezuela ha expulsado una excrecencia globulosa desbordante de una linfa violenta. Esta excrecencia es una aberración ( ) Odio a la sociedad, por amor a ella: artistas que por primera vez y en forma colectiva desprecian otro compromiso que no sean libertad y arte. Lo que al fondo se oye como claveteo, como taconeo de la memoria es el Sol Cuello Cortado. Queremos dejar en el centro del Sol, la muela sangrienta de unos poetas que escriben bien o mal. Pero que definitivamente dejaron de escribir bien. 71
72 La agrupación y la revista desaparecieron rápidamente. La vanguardia fue asimilándose en otras empresas. Sus miembros empezaron a tocar las puertas de las instituciones del Estado y, a su vez, de éstas vendrían invitaciones y ofertas de trabajo. La nueva administración, señala Alfredo Chacón, entra con iniciativas muy respetables desde el punto de vista cultural y muy tolerantes desde el punto de vista político, como toda tolerancia en una coyuntura como ésa es por una parte generosidad de apertura y, por otra, interés en absorber lo que la contra dice. En 1965 se creó el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (Inciba), reapareció la Revista Nacional de Cultura, adquirió mayor fuerza la revista Zona Franca, dirigida por Juan Liscano, y surgió, también, Imagen. Sea por complacencia, apuro económico o porque había verdaderas intenciones de acercamiento, la gente de la cultura ligada a la izquierda empezó a acceder a cargos y beneficios que, antes, se les habían negado. En 1968 los últimos cimientos que sostenían El Techo de la Ballena se vinieron abajo, al igual a como ocurrió con Sardio, por diferencias ideológicas entre sus miembros. Asimismo, algunos de ellos empezaron a ser reconocidos oficialmente e iniciaron proyectos personales que acabarían con el espíritu del colectivo. Todavía quedaban algunos que seguían, a pie juntillas, creyendo en la Revolución Cubana, pero no en la lucha armada que seguía dándose en el país. 72
73 Fuera del juego La idea de una Venezuela socialista, al estilo de la URSS o de la reciente Revolución Cubana fue difuminándose con el humo de los fusiles disparados por los insurgentes. En Sabana Grande poco quedaba en el ambiente de los bares de esa emoción calenturienta que trajo consigo las ideas del socialismo. Un sopor de resignación y frustración impelía, a quienes sintieron el escozor revolucionario, a refugiarse en los bares para evocar el sistema posible, ese gobierno utópico que se desplomó con la primavera de Praga, esa libertad de creación literaria que dejó fuera del juego al poeta cubano Heberto Padilla. El caso Padilla trascendió las fronteras antillanas y dividió opiniones en torno a los escritores e intelectuales amigos de las ideas socialistas. En 1968 la Unión de Escritores de Artistas de Cuba (Uneac) decidió, luego de varios periplos, amenazas y recelo oficial, otorgar el premio de poesía a Heberto Padilla por el poemario Fuera del juego. Sin embargo, la trampa estaba montada. A los pocos días de recibir el premio, la obra fue calificada como material subversivo y peligroso para la revolución. El poeta fue encarcelado. Intelectuales de distintas partes del mundo, al conocer sobre la fortuna del escritor, dirigieron al gobierno cubano una carta en la cual pedían la liberación del poeta. Por presión y como estrategia política, el gobierno de Fidel Castro decidió poner en libertad al escritor, pero antes, Padilla debía ofrecer públicamente una declaración en la que reconociera los desaciertos de la obra y se delatara a sí mismo como traidor de la patria. 73
74 El acto, transmitido por televisión, causó polémica. Pocos creyeron que el escritor estuviera actuando de forma voluntaria. Todo hacía pensar que el poeta compraba su salida de la cárcel con aquella confesión. Una mirada suspicaz sobre la revolución lanzó la voz de alarma. El proceso cercenaba la libertad de creación y expresión de sus intelectuales. Ésa no era la revolución que calaba para algunos sectores de la izquierda. Así lo destacó Adriano González León, años después, a la periodista Milagros Socorro, en un reportaje reproducido en Papel Literario con motivo de la muerte del escritor: Cómo no ser triste si uno pertenece a una generación que hizo un gran escándalo, que se comportó como debía, que admiró la Revolución Cubana como el gran acontecimiento de nuestro continente para luego ver la enorme frustración que significó aquella falsedad, aquella traición a los principios fundamentales, aquel dejar de un lado el denodado hecho poético, y convertir a Cuba en ese conjunto de órdenes mediocres, de estalinismo, del brutal personalismo, de campos de concentración para homosexuales, en fin, esa larga y cruenta dictadura que ha contado con tantos cómplices y donde sólo se salvan los que han dado la cara como Guillermo Cabrera Infante y Heberto Padilla, perseguido por un libros de poemas. Estaba, pues, el descontento y la frustración latente en esos artistas que propugnaron un nuevo estado de las cosas, una nueva concepción del arte, un nuevo mundo, utópico y realizable sólo en la imaginación desbordada de los soñadores. 74
75 Con una parte de la vanguardia aletargada y otra mimetizada con los organismos oficiales, en una noche alegre que no ha de volver, Caupolicán Ovalles decretó la creación de la República del Este. Patria ficticia que habría de servir como refugio a la intelectualidad decepcionada por la Revolución Cubana y por el fracaso de la lucha armada, reuniendo a los amigos en torno a la nocturnidad y las bebidas espirituosas. En el cronicario de caña y muerte de Orlando Araujo, el escritor da su propia definición del grupo. En una nota, suerte de reflexión, dirigida al médico que lo atendía de su afección hepática escribió: Elías conoce mi vida bohemia. Sabe que la República del Este es la utopía en la que nos refugiamos un grupo de escritores, de artistas y de amigos. Sabe que cada uno, después de sus tareas, concurre al lugar donde nos reunimos, sabe que yo soy uno de los más asiduos y que casi todos los días la palabra y la caña nos liberan de ciertas soledades y de ciertas frustraciones en la catarsis del odio y en el olvido de la muerte. La muerte como una amante La muerte como una amante. Así la veía Ludovico Silva, quien el 4 de diciembre de 1988, se despidió del vino y de Marx víctima de una insuficiencia cardiaca. El filósofo y poeta murió a los 51 años. Como a otros miembros de la República del Este, la muerte no le llegó con guadaña sino con carterita. El exceso con la bebida lo había alejado de los predios republicanos, su salud no estaba ya para esas tropelías. Y en la carta que le enviaría a Orlando Araujo, cuando éste estuvo hospitalizado, en 1976, organizando sus cuentos aguardentosos, dejaba 75
76 traslucir su descontento con las filiaciones extrañas que empezaban a pulular por Sabana Grande. Su poemario In vino veritas fue alabado por sus compañeros. Araujo lo describió como el libro del desgarramiento. Con los republicanos compartió muchas noches y muchas copas. No era de los que organizaba elecciones ni se postulaba a cargos, pero era uno más del grupo. Aceptado, reconocido y aplaudido por sus dotes como poeta, filósofo y, ante todo, como hombre de corazón sincero y pensamiento sensato. Silva amó a la vida y a la muerte al mismo tiempo. A la muerte la sentía cerca en cada rincón por donde pasaba. No la temía, la esperaba. El día en que llegara la miraría a los ojos y trataría de enamorarla, mientras tanto le escribía versos: Yo sé cómo matar a la muerte pero ella también sabe como matarme a mí. No escribir nada más? Eso es posible, pero yo no lo quiero. Deseo morirme pluma en mano como un caballero con su espada. Como un templario en sus fríos claustros. No aspiro a nada. Solamente a que me dejen respirar y que no me quiten mi modo de vivir: la escritura, cita al poeta la periodista Maritza Jiménez en la nota publicada al conocerse su muerte. La adicción a la bebida había mantenido a Silva recluido en una clínica mental en 1986. El encierro duró 33 días y desde ahí escribiría sus Papeles desde el amonio. En ese período le escribía también a su esposa, Beatriz Guzmán clamándole por la liberación, a falta de papel buenas 76
77 fueron las cajetillas de cigarrillos que sirvieron de soporte a la correspondencia del filósofo. Una de las cosas que lo había unido a la República, tiempo después lo separaba: la caña. Le habían prohibido la bebida, pero los amigos cuentan que en casa seguía bebiendo brebajes espantosos como Campari con leche. Su amor por el vino terminó arrastrándolo a un mar de incertidumbres que, a la postre, lo llevaría al más allá. Nació Luis José, pero en Madrid unos amigos lo bautizaron Ludovico y así sería conocido y reconocido hasta su muerte. Su obra filosófica se cuenta como una de las más importantes en la historia venezolana. Fue director de la revista literaria Papeles, publicación del Ateneo de Caracas, institución de la que fue secretario general durante cinco años. También columnista de Clarín, diario que fue perseguido y censurado en tiempos de represión. Ludovico a pie se llamaba la columna y por esto mismo por andar a pie el historiador Manuel Caballero recuerda que entre amigos se preguntaban, angustiados, qué carro mataría a Silva por cruzar la calle ebrio. Orlando Araujo en una nota publicada en El Nacional el 30 de octubre de 1977, también lo recordaría a pie, entre causas amadas y perdidas con allanamiento y hambre como únicas mensualidades en los tiempos de en Letra roja. Sus tropelías etílicas Araujo las rememoraba así: La caña, divina salvadora, la bebíamos mientras escribíamos para que se nos fuera la sonrisa. Cuando la policía merodeó por la UCV, Ludovico se tuvo que afeitar la barba para evitar que se lo llevaran en una de esas movidas. Una imagen de aquella época quedaría para 77
78 el recuerdo de lo que Silva representó en vida: un hombre que detestó las armas y que lloró al pie de un árbol cuando la bota militar irrumpió en el campus universitario en 1969. La adicción al alcohol fue su alegría y su desgracia. Otra imagen penosa quedaría del filósofo. No como muestra de su susceptibilidad, sino de su miseria. La de un Ludovico sin trabajo y sin fortuna que publicó en los años ochenta un anuncio en la prensa donde ofrecía sus servicios intelectuales para discurrir sobre cualquier tema. A cambio pedía una discreta remuneración económica y un plato de comida bien resuelto. Sábado sensacional Otra nota disonante ofrecería el cineasta Enver Cordido, pero esta vez desde la dirección de una película: Todos los días son sábado. En ella, el planteamiento gira en torno a la vida bohemia de tres personajes, que intelectualizan y se burlan de todo. Algún parecido con los republicanos? Ni por casualidad ni por coincidencia, sino con premeditación y alevosía. Cordido indicó a Elizabeth Fuentes en una entrevista publicada en 7º Día el 20 de noviembre de 1977: Quiero reflejar lo que es la República del Este, ese mundo de intelectuales que han desviado su camino, que están alejados de la realidad venezolana y de su propia realidad. Que están alienados en función de un beneficio inmediato y que pretende representar intelectualmente a un país que va por otro camino. Creo que ellos son el producto de una gran derrota. 78
79 La respuesta de los agraviados no se hizo esperar. En el mismo reportaje, Caupolicán Ovalles señalaba: Pero qué es lo que quiere Enver Cordido? Nosotros pertenecemos a una generación que fue a la guerra. Qué es lo que quiere él entonces? Que nos maten? Que nos vayamos a las guerrillas? Si eso es lo que pretende por qué no lo hace él? Enver ha sido un espectador superficial de la República del Este, como fue un militante superficial de las guerrillas ( ) Pretender definir a la República del Este por su participación en el cóctel nacional, es simplemente querer, por flojera mental, ignorar las cinco o diez mil páginas que hemos escrito. Elisa La Negra Maggi, viuda de Salvador Gamrendia, recuerda que el nombre de la película estaba inspirado en los versos del poema El día de la Creación del brasileño Vinicius de Moraes. Versos en los que continuamente se exalta el día sábado como el día de lo posible: Hoy es sábado y mañana domingo. Al mañana no le gusta ver a nadie bien Hoy, es el día del presente. El día es Sábado! Imposible huir de esta dura realidad En este momento todos los bares están llenos de hombres vacíos. Todos los enamorados se toman de la mano. Todos los maridos están funcionando regularmente. Todas las mujeres están atentas Porque hoy es sábado. La Negra señala que Cordido desistió de la idea original y le propuso a Garmendia realizar una adaptación de su libro Día de ceniza fusionada con los personajes bohemios de la República del Este, mas el escritor no aceptó. Por los 79
80 predios de Sabana Grande la polémica siguió servida mientras el rodaje se topaba con dificultades. Al punto que el filme nunca se estrenó. El cineasta ya tenía en su haber otra cinta: Compañero Augusto, relato autobiográfico de su experiencia guerrillera. Ovalles, quien había escrito la canción La guerrillera para aquella película de Cordido, le exigió al cineasta que retirase su canción del primer filme, luego de conocer la trama de Todos los días son sábado. Cordido se creía con autoridad moral para enjuiciar a sus compañeros de barra. A la periodista Fuentes le explicaba: Yo los considero gente de mucho talento, entonces, por qué no llamarles la atención? No por ellos, por el país. El problema de la República del Este no es sólo de los intelectuales que van allí, sino un problema que, con diferencias y variantes, ocurre en toda Venezuela ( ) Estamos viviendo un derrape nacional. Ya había hecho lo mismo con sus camaradas del movimiento armado en Compañero Augusto, película estrenada en 1976 que tuvo como protagonistas a Orlando Urdaneta y María Graciela Bianchi. La cinta narra, según señaló en la misma entrevista, la descomposición de un grupo de hombres. Al momento de estrenarse el filme le acotó a la periodista Teresa Alvarenga de El Nacional que no era una historia de guerrilleros: La guerrilla está allí como lo que es hoy, un recuerdo ( ) Personalmente tenía que decir ese discurso, mi generación de una u otra manera estuvo involucrada en ese proceso, ya como actor, ya como espectador, y todo ese proceso es un trauma para la generación nuestra. Ese trauma yo tenía que contarlo, quizá para liberarme de él ( ) Nosotros que no 80
81 hemos llegado al poder y fuimos derrotados, tenemos derecho a contar nuestra propia épica. Enver fue uno de los que agarró monte y se regresó sin glorias, pero con muchas anécdotas que contar. Compañero Augusto fue su primer trabajo cinematográfico, y los que le sucederían estarían siempre salpicados por la polémica. La película parecía ser el mismo Cordido, antes que una historia. Refiere Manuel Matute que el también republicano Hugo Baptista bromeaba con sus pretensiones y decía que por los predios de Sabana Grande iba echándoselas de director de la Metro Golden Mayer. El mismo Enver decía, cuando surgió el impasse con la República del Este, que buscaba reflejar las capas de la sociedad venezolana. Para Caupolicán Ovalles ese ir y venir por grupos de los que después despotricaba o presentaba a su antojo, sólo era indicativo de la superficialidad del cineasta. Pues Cordido parecía ir siempre por la vida buscando insertarse en algún grupo polémico para luego hacer una película basada en su experiencia. Asumía su trabajo de forma similar a como lo haría un periodista encubierto, porque él consideraba que las historias que contaba merecían ser conocidas por el público tal como las había vivido alguien desde adentro. Derrotero de izquierda Las descalificaciones a la agrupación venían desde adentro y desde afuera. Vistos por otros intelectuales como borrachos de botiquín y payasos de la noche, la República siguió en ejercicio sin amilanarse por las habladurías, pero algo que 81
82 era cierto y que nunca se negó tajantemente fue la frustración que arrastraban de los sesenta. Oscar Sambrano Urdaneta, amigo de los contertulios y testigo de algunas reuniones, cree que había la sensación de que el país que estaban viviendo no era el que ellos hubieran querido tener como patria, era un poco gente que vivía en un exilio interior permanente. Tal vez por esa razón se inventaron una nación utópica que defendían y en la que se defendían del mundo externo. El poeta Luis Alberto Crespo también señala el fracaso del movimiento armado y del ideal revolucionario como factores que propiciaron el surgimiento de ese espacio para la distensión. Reunirse y celebrar la vida y la amistad, fragmentada la izquierda y con la apertura del Gobierno la irreverencia queda para otras cosas. Veían la oficialidad de lejos pero estaban cerca, tan cerca que casi se confundían unos con otros. Fuera parodia o en serio, la República del Este se organizó con gabinetes y ministerios que le dieron más melodrama al asunto. Cargos inverosímiles, golpes de estado, decretos y pronunciamientos oficiales se daban a conocer por la prensa. Enfermedad senil del vanguardismo es la definición que ofrece Alfredo Chacón para referirse a la agrupación. A su juicio, descontento había, pero la incorporación a las instituciones del Estado fue menguando las diferencias hasta hacerlas coincidencias? Para el sociólogo fue un conformismo que se empeñaba en hacerse pasar por inconformismo. Perán Erminy contemplaba la organización de lejos. Tenía amigos en el grupo, pero no se contaba entre los republicanos. Evoca los años 82
83 revolucionarios con nostalgia, como el último vagón de un tren que pasó y su generación no pudo abordar. La lucha quedó en el plano imaginario, y esa derrota quedó como huella indeleble de una ilusión equivocada, no sólo en la República, sino en todos los que creyeron en la utopía socialista de los sesenta. Reírse para no llorar, si es el llanto lo que asoma en los ojos vidriosos de los republicanos, cuento que no se come el político Teodoro Petkoff, quien señala que sólo eran un grupo de bebedores reunidos en torno a una barra, perdiendo el tiempo. Frustración? Tengo una explicación más simple: la caña, señala. No cree que haya alguna interpretación freudiana que elucide, más allá de la barra, por qué esa gente confluía ahí. Con la organización desplomada, de colega a colega, Miyó Vestrini señaló a Blanca Elena Pantin en un reportaje publicado en el suplemento Feriado el 17 de junio de 1990: Si se tratara de hablar de la República del Este como de un movimiento, forzoso sería pronunciar dos palabras incómodas: soledad y frustración. Soledad que encuentra otra familia en los bares, retardando el momento de la llegada a casa. Frustración de una derrota que, pese a una pretendida subversión poética, nos había carcomido a todos. En 1976 la periodista, en pleno esplendor de la República, dijo en una entrevista que le concedió a José Tomás Guerra: Somos una generación quemada, perdida. Una generación de frustrados. Vestrini la voz femenina más enérgica del grupo, decía tener en esa sociedad un respaldo fundamental. Con ellos voy aprendiendo a sobrevivir y a comprender que, en este doloroso camino 83
84 hacia el suicidio, la única tabla de salvación es la pequeña aventura de crear. Y hacia ella voy. 84
85 CAPÍTULO III: Asfalto-Infierno Bebo, porque el alcohol pertenece a mi leyenda, y sin leyenda no se pasa a la historia Antonio Machado Dos golpes acabaron con su vida. Primero, el que se dio contra la mesa de vidrio de la sala de su casa, una madrugada al llegar tras una noche de tragos. Luego, el del rebote de su cráneo contra el asfalto producto del encuentro con un asaltante. Transcurrían los últimos días de abril de 1983. Acababan de inaugurar una obra que vendría a cambiar la configuración de la ciudad: el Metro de Caracas 4. Baica Dávalos trastabillaba sus pasos por la zona de Sabana Grande cuando se tuvo que enfrentar a un asaltante. Como no se trataba de una pelea de botiquín con algún otro escritor entrado en tragos, fue su destino el que se vio truncado. El 2 de mayo de 1983, unos días después del ataque, Dávalos moriría como consecuencia de los dos golpes al cráneo. Era argentino, pero llevaba 24 años residenciado en Venezuela. Escritor y amigo de la bebida, no tardó mucho tiempo en incorporarse a la peña que se reunía en los bares de Sabana Grande. Era un republicano más, honrado y respetado por sus compañeros de barra. Incluso llegó a escribir un libro de intrincados relatos Memoria de las Tribus, en el que contaba algunas historias de 4 El Metro de Caracas fue inaugurado el 2 de enero de 1983 y el bulevar de Sabana Grande fue construido por la misma compañía a petición de la Oficina Metropolitana de Planeamiento Urbano. 85
86 la peña del este, aderezadas con mucha imaginación. Fue su característica de mirón, como lo catalogó Miyó Vestrini en una entrevista publicada en Papel Literario de El Nacional el 23 de noviembre de 1980, la que le permitió captar no sólo la esencia sino algunos detalles de momentos que vivió en los bares de la zona. A los que se integró por medio de la caña, y el diálogo. A Baica no le gustaba hablar de sí. Más por tímido que por humilde. Aunque humilde también era. Nunca ambicionó algún tipo de poder. Tampoco le interesó el dinero. Mientras fuera suficiente para mantener a su esposa y a sus dos hijos estaba bien. Era un políglota criado en el campo. Nació en una familia aristócrata de la provincia argentina venida a menos, y nunca quiso saber de terrenos ni propiedades. Desde muy pequeño, cuando lo más incómodo de la jornada consistía en tener que ponerse zapatos para ir a la escuela, apostó por la autenticidad. Ya de adulto, buscó trabajos que no le distrajeran mucho de la vida bohemia. Baica Dávalos experimentaba La insoportable levedad del ser, como diría Milan Kundera, aunque siempre prefirió a autores anglosajones como Joseph Conrad o Scott Fitzgerald. Probablemente, no sólo por sus estilos narrativos, sino por sus aventureras y disipadas formas de vida. Aunque, si bien Conrad viajó a El Corazón de las tinieblas, también Baica vivió una experiencia similar durante su travesía por la selva latinoamericana, de Argentina a Caracas: la oscuridad de las noches y la espesura del monte le sirvieron para poderse guiar por todo tipo de calles, así fuera bajo los efectos del alcohol, por el resto de sus días. 86
87 Aquel día de 1983, Dávalos no esperaba encontrarse con la muerte al salir de una de tantas bacanales. Tampoco otros poetas, como Ángel Eduardo Acevedo o el también abogado Rafael Brunicardi, esperaban ser atacados en los alrededores de la zona donde, tan sólo unos años atrás, podían conversar y pasear tranquilamente, incluso a altas horas de la madrugada, sin temor a que nadie se metiera con ellos. Vinieron del subsuelo Se cumplía un presagio. La profecía del Padre de la Patria parecía volverse realidad. Caupolicán Ovalles, meses antes de la inauguración del servicio de transporte subterráneo caraqueño, había vaticinado: Por ese hueco llegará la gente que nos echará de Sabana Grande. El poeta se refería al boquete que, por 1982, abrían los trabajadores del Metro de Caracas y que luego se convertiría en la salida más al este de la estación Plaza Venezuela: la que da hacia la torre que da la hora, hacia La Previsora. Se podría creer que aquel designio tenía mucho de clasista, aunque los republicanos lo niegan, aduciendo que como era bien sabido en la República del Este había cabida para todos. Pero ese colectivo que solía pulular por las calles Solano López, El Colegio, Gran Avenida, Lincoln, entre otras de mayor o menor envergadura, era un colectivo con rostro. Se repetían las mismas caras. Así se tratara de un limpiabotas o un mensajero, siempre era el mismo limpiabotas y el mismo mensajero. 87
88 Ahí estaba la magia de los setenta: todos sabían quién era quién. El alcohol corría por los bares y los intelectuales que a las tres de la tarde cruzaban la avenida Solano López, para dirigirse del restaurante Franco a la barra de a Al Vecchio Mulino, al grito de: Cuidado, borrachos en la vía, no representaban algo inusual. La primera mudanza bohemia Como el Triángulo de las Bermudas fue conocido aquel cuadrilátero, pues eran cuatro y no tres los bares republicanos: Franco, Al Vecchio Mulino, Camilo y La Bajada. Aunque respecto a este último existen ciertas divergencias. Por su carácter más sencillo y popular, algunos catalogan La Bajada como el restaurante que marcó la decadencia de la República del Este, pues los contertulios comenzaron a frecuentarlo con más asiduidad a comienzos de los años ochenta, mientras que escritores y poetas como Carlos Noguera más bien señalan que era el lugar de reunión de otro grupo de la época: La Pandilla de Lautréamont, a la que pertenecía Noguera, hoy presidente de la casa editorial del Estado: Monte Ávila Editores Latinoamericana. Una novela de Noguera, Historias de la calle Lincoln, se desarrolla precisamente en el entorno urbano que, desde principios de los años sesenta, se comenzó a perfilar como el sector bohemio de la ciudad; como el centro de la cultura y la vida intelectual. Aquella Sabana Grande aún sin bulevar, aquella avenida Solano sin Triángulo de las Bermudas. Escritores y poetas, artistas y pintores comenzaron a proliferar por el este de Caracas. Había pasado la época del 88
89 centro de la ciudad. Ya el bar Iruña que había estado ubicado frente al Teatro Municipal, muy cerca del Capitolio, y que era el sitio de reunión de los intelectuales antiperezjimenistas del grupo Sardio, había pasado a la historia. A principios de la década de los cincuenta, la Universidad Central de Venezuela aún no se encontraba en su actual espacio urbano entre Plaza Venezuela, Los Símbolos y la plaza Las Tres Gracias. La Ciudad Universitaria todavía no se había inaugurado y la actividad intelectual se circunscribía al centro de Caracas, en los alrededores de la antigua sede de la casa de estudios, ubicada en San Francisco. El arquitecto y urbanista Marco Negrón, quien alguna vez visitaría a sus amigos más bohemios como Ludovico Silva y Manuel Alfredo Rodríguez por los bares que conformaron la República del Este para la época de los setenta, señala que la actividad universitaria fue un factor decisivo para la consolidación de la zona como el eje cultural caraqueño. Sabana Grande tiene varias explicaciones: primero, la cercanía a la universidad. Pues, curiosamente, aunque Los Chaguaramos está más cerca, fue esta zona la que funcionó como barrio universitario. Esto se debió a que había muchas actividades que eran atractivas para los estudiantes y académicos. No sólo había bares y cafés, sino también muchas librerías emblemáticas como Suma y Cruz del Sur, explica Negrón. Si bien la Ciudad Universitaria fue parcialmente inaugurada en 1954, sólo a comienzos de los sesenta se convirtió en un verdadero hervidero de ideas y de intercambio intelectual. Sabana Grande tampoco existía como refugio bohemio en 89
90 aquellos represivos años cincuenta. Fue con la caída del dictador y el regreso del exilio de muchos intelectuales, que la configuración meramente comercial de la zona comenzó a cambiar y se inauguraron numerosos cafés, librerías, galerías, cines, bares y hoteles. La ballena en Sabana Grande Fue precisamente allí, en Sabana Grande, donde el 2 de noviembre de 1962, en el garaje del N 16 de la calle Villaflor, se inauguró la exposición Homenaje a la Necrofilia del médico y artista plástico Carlos Contramaestre. Erección ante un entierro, Flora cadavérica, Beso Negro y Ventajas e inconvenientes del condón, eran algunos de los títulos de las obras que presentó Contramaestre en aquella ocasión. Todo como parte de las acciones de un grupo que, por aquellos años, comenzó a hacer vida hacia el este de la ciudad: El Techo de la Ballena. Poco habían tardado muchos de los antiguos miembros del grupo Sardio, como Adriano González León, Alfonso Montilla o Perán Erminy, tras regresar del exilio, en darse cuenta de que el arte, la sociedad y Miraflores estaban podridos, según lo señala el mismo Montilla. Justamente por ello, conformaron El Techo de la Ballena. Por la misma razón, la exposición de Contramaestre no consistió en una muestra de pintura regular, sino en un montón de vísceras y huesos de animales descuartizados. La presencia de gusanos hizo que autoridades del Ministerio de Sanidad clausuraran la exhibición que, en las palabras del sardiano y ballenero Salvador Garmendia, recogidas por Jenny González Muñoz en su 90
91 ensayo El Techo de la Ballena: proponía, más que un ademán iracundo y exhibicionista, una respuesta cargada de sangrienta ironía al muy real y cotidiano ejercicio de represión y brutalidad armada, que la policía del régimen ejercía descaradamente en las calles. Aquel episodio en el que la policía política de Pérez Jiménez destruyó cuadros y libros que el grupo Sardio exponía en el bar Iruña, pudo haberse repetido bajo el gobierno de Rómulo Betancourt, en el este de la ciudad, en Sabana Grande. No ocurrió precisamente así, pero tampoco se dejó obrar libremente a muchos de los futuros republicanos. Ya no existía Sardio, tampoco el bar Iruña. Pero seguía vigente, sin embargo, y a pesar de que se había iniciado el período democrático en el país, la represión contra los intelectuales de izquierda. De aquellos balleneros de los años sesenta, algunos continuaron por los bares de la zona y participaron en la fundación de la República del Este, que aparece poco después de la disolución de El Techo de la Ballena, en 1968, mientras que otros prefirieron apartarse un poco de sus compañeros. El pintor y crítico de arte Perán Erminy, y el escritor y crítico de cine Rodolfo Izaguirre pertenecen al grupo de los que conocieron mejor los bares de la calle El Colegio, que los de la avenida Solano López. Erminy e Izaguirre no se convirtieron en republicanos, mientras que Ovalles y González León, entre muchos otros ex sardianos y ex balleneros, sí emprendieron la migración hacia los bares ubicados un poco más al norte. Las razones de la deserción de ciertos personajes fueron varias, pero la falta de un 91
92 postulado político y la abundancia que algunos catalogarían como exceso de alcohol figuran entre ellas. Alrededor de librerías, bares y cafés se desarrolló la actividad cultural en Sabana Grande. Al salir de la universidad, muchos profesores y estudiantes enfilaban sus pasos hacia la zona que algunos compararon con el Greenwich Village 5 neoyorquino o el Barrio Latino de París 6. Lugares que, en otras latitudes, sirvieron de refugio a grupos de intelectuales, movimientos culturales y artistas en general. El Chicken Bar o Bar BQ había sido, tradicionalmente, uno de los cafés que servía de sitio de encuentro a artistas y escritores, a estudiantes y profesores. Ubicado en la antigua avenida Lincoln, entre las actuales calles El Colegio y Pascual Navarro, el Chicken Bar era un local particular. Mientras que alrededor de una mesa podía estar un grupo de señoras tomando té y comiendo tortas; en la de al lado podían estar unos cuantos estudiantes universitarios tomando cerveza o algunos intelectuales bebiendo güisqui. El Chicken, como muchos lo recuerdan, presenció lo mejor de dos períodos y, tanto en la época de los balleneros como en la de los republicanos, fue testigo de las conversaciones de amigos, literatos, poetas y estudiantes. También se mantuvieron en pie, desde inicios de los sesenta, otros lugares de reunión como El Viñedo y El Encuentro. La acción de la vanguardia se desarrolló, primordialmente, en la calle El Colegio. Allí estaban los restaurantes El Viñedo, con su terraza entoldada y su 5 Greenwich Village: área residencial al lado oeste de Manhattan, en Nueva York. Es conocida como bastión bohemio y cultural. 6 Barrio Latino de París: zona parisina ubicada en las proximidades de la Universidad de La Sorbona, centro de la vida cultural y escenario vital de los acontecimientos del Mayo Francés de 1968. 92
93 platillo emblema: el conejo al salmorejo, y El Encuentro, bar regentado por unos cubanos. También en esa calle estaban las librerías Cruz del Sur y Ulises. En esta última, que se ubicaba en la esquina que da hacia lo que hoy es el bulevar, se podía ver, por aquellos años de la lucha armada, al escritor Salvador Garmendia atendiendo a los clientes o, al menos, oír sus ronquidos, ya que solía alquilar una de las camas del segundo piso de la librería Ulises para dormir la siesta. Desde Cruz del Sur, los hermanos Roffé: Violeta y Alfredo, hicieron su aporte al desarrollo intelectual venezolano. Promovieron la cultura y la escritura, a través de una editorial que llevó el mismo nombre que la librería y del establecimiento de un centro permanente de discusión sobre literatura y filosofía, entre los estantes de libros. Mientras que un poco más al oeste, aún se encuentra Suma, el único rincón para los amantes de la lectura que logró cruzar el umbral del nuevo siglo, enfrentándose al malandraje y el buhonerismo que, entre los años noventa y principios de siglo, convirtieron a la zona en un territorio inhóspito para el desarrollo cultural y el esparcimiento. Su legendario librero Raúl Vethencourt, se negó a irse del lugar a pesar de la delincuencia, hasta el punto en que murió atropellado por un carro unas semanas antes que González León a unas cuadras de su lugar de trabajo, que en tiempos anteriores había resultado el refugio perfecto para las discusiones literarias y los bautizos de libros. Los que luego se convirtieron en republicanos seguirían acercándose por aquellos bares y librerías durante los dispendiosos años setenta, pues muchos siguieron en pie y sólo desaparecieron tras la inauguración del metro y el bulevar, 93
94 en la década de los ochenta. Tal es el caso de aquellos sitios originales de reunión, como el restaurante Páprika, el Tic Tac o El gato pescador. Una calle fuera del radar Al final del gobierno de Raúl Leoni, por la época en que tomaba forma la pacificación, se gestaba por los bares del sector bohemio la idea de una república imaginaria que, en contraposición a la del oeste, estaría regentada por intelectuales y poetas. La ficticia nación fue bautizada como República del Este y sus límites territoriales se ubicaban en el área mágica del Triángulo de las Bermudas, conocido así, porque quien frecuentaba aquellos bares desaparecía del radar y se perdía para siempre. La avenida Solano López era el epicentro del movimiento, una cuadra al norte de la antigua avenida Lincoln que, para la fecha de muerte de Baica Dávalos, ya se había convertido en bulevar de Sabana Grande. Comenzaron a perderse, entre barras y tragos, durante aquellos años finales de la década de los sesenta, famosos poetas, escritores y políticos. También algunos guerrilleros, como el cineasta Enver Cordido o como Argenis Daza. Todos eran bien recibidos: desde políticos hasta industriales, pasando por limpiabotas y mensajeros. Más allá de los habituales, como el Padre de la Patria: Caupolicán Ovalles, Adriano González León, el empresario Elías Vallés o el escritor Orlando Araujo, a la lista se sumaban otras decenas de personas, que a diario se daban cita en las 94
95 barras. Allí se celebraron elecciones, se fraguaron golpes de estado y se armaron unas cuantas peleas de tragos. Furioso y meticuloso Orlando Araujo, con su dualidad perenne y esa determinación por la que se caracterizaban todas sus acciones, fue uno de los más iracundos miembros del grupo y contendor frecuente en las peleas de bar. Orlando el Furioso aparecía cuando los ojos de Araujo se iban tornando vidriosos y cuando la caña se apoderaba del raciocinio del escritor organizado, que ordenaba en fichas de colores los contenidos que luego desarrollaría con afán academicista en alguno de sus ensayos sobre literatura, como la celebrada obra: Narrativa venezolana contemporánea. Araujo fue dos veces summa cum laude: en Letras y Economía, y fue desde director de un banco hasta redactor de una treintena de obras, entre las que destacan numerosos ensayos económicos y literarios. También una amplia gama de cuentos, como el conocido Miguel Vicente pata caliente o Cartas a Sebastián para que no me olvide, ambos dedicados a sus dos hijos menores. Amante de la literatura, pero también de la bebida, Araujo definía a su generación como la que había roto con la seriedad de los escritores de corbata y aprobado la bohemia como forma de vida: Haz un balance de las letras venezolanas y dime si lo mejor de esas letras no se ha hecho, afortunadamente, en la única forma que tú tienes de quitarte el petróleo de encima, que es con un buen trago, espetó a Miyó Vestrini 95
96 en una conversación que tuvieron en marzo de 1975 y que fue reproducida por Sergio Dahbar en una nota publicada el 23 de enero de 1983 en El Nacional. Le gustaba el trago. No podía evitarlo. Y tampoco podía evitar caer en una especie de trance o locura alcohólica cuando bebía. Una tormenta con relámpagos, truenos, rayos y centellas. Así era Orlando Araujo con unos tragos encima. Una tormenta tan terrible como aquella que desafió Marcos Vargas, el protagonista de la novela Canaima de Rómulo Gallegos. Vargas era uno de sus personajes favoritos de la literatura y, quizás por ello, Araujo vivía eternamente gritándose a sí mismo: Se es o no se es. Necesitaba demostrarse, así como Vargas se lo gritó a la tormenta, que se era, que él era. Aunque, tal vez, el efecto de los tragos lo hizo desorientarse en alguna ocasión y lo dejó persiguiendo, eternamente, algún rayo deslumbrante. Cuenta el historiador Manuel Caballero que El Chino Valera Mora escribió unos poemas en contra de Orlando Araujo. Una noche en Sabana Grande cuando se descubrieron mutuamente, uno a cada lado de la barra, el ambiente creció en tensión. Todo el mundo esperaba que se cayeran a golpes, porque ya era algo común, sin embargo, el episodio no pasó a las manos. De un altercado que sí pasó a los puños, propiamente dicho a los botellazos, a Orlando le quedaría una cicatriz en la cara como recuerdo de sus ánimos belicosos. Otra ronda por mi cuenta Para explicar el distanciamiento del grupo, Caballero se centra en las diferencias que tenían los intelectuales de la época con quienes comenzaron a 96
97 financiar la caña en los bares. Carlos Noguera, también se refiere a los famosos pitchers o financistas, como una de las razones que marcaron la separación de La Pandilla de Lautréamont de la República del Este. Noguera explica que el divorcio no era completo, pues seguían en contacto y continuaban la amistad, pero que mientras en Al Vecchio Mulino, Camilo y Franco la caña iba a cuenta de famosos pitchers como Vallés, en La Bajada, lugar de reunión de La Pandilla, la conversación y el consumo de alcohol no se encontraba sujeto a la bonhomía de un grupo de empresarios o políticos, ajenos a la bohemia intelectual, con quienes ni Caballero ni Noguera parecían tener intereses comunes como para entablar una conversación diaria con ellos. Había mucha indignación entre nosotros e incluso en una ocasión planificamos asaltar y quemar las urnas en unas elecciones, aunque era sólo para divertirnos y nunca lo hicimos, cuenta Noguera. Elías Vallés bajó un día de la calle Los Jabillos a la Solano López y se unió a la República del Este a raíz de una conversación que sostuvo con el poeta Caupolicán Ovalles en la barra de Al Vecchio Mulino. Ovalles le explicó el funcionamiento del gabinete y, a partir de ese momento, no fueron pocas las botellas de güisqui que corrieron por cuenta del funerario. Tampoco fueron escasos los tragos que compartió con ellos mientras una reproducción del cuadro El triunfo de Baco (mejor conocido como Los Borrachos), del pintor español Diego Velásquez, los observaba desde la pared del bar del Franco. 97
98 Las puntas del Triángulo Franco de Andrei, el dueño del restaurante que lleva su mismo nombre, era un hombre vinculado al mundo de la farándula y su negocio era reconocido entre los famosos. Las paredes del Franco, en cuya barra principal o en el piano-bar posterior siempre tenían cabida los republicanos, estaban decoradas con retratos de celebridades nacionales o internacionales autografiados al mejor estilo del Hard Rock Café. Al otro lado de la avenida Solano, en la acera norte, las paredes del restaurante Camilo no se encontraban atestadas de reproducciones de cuadros famosos ni de fotos de artistas. Isabel la Católica, como era conocida entre los republicanos la dueña de aquel restaurante, mucho más sencillo que el Franco o Al Vecchio Mulino, comenzó a decorar las paredes con los cheques chimbos que le solían entregar sus clientes. También con aquel billete recién emitido que el republicano de las dos repúblicas Leopoldo Díaz Bruzual, le regaló por la época en que fue presidente del Banco Central de Venezuela y que ella enmarcó e incorporó a la decoración de su bar-restaurante. Mujer muy blanca y de cabello negro como el petróleo que se cotizaba muy bien por los setenta, la dama cuyo nombre verdadero pocos sabían, era una gallega de cejas espesas que siempre estaba maquillada y con el cabello recogido en un moño. Según Orlando Araujo, tenía de la Gioconda los pícaros hoyuelos y una media pedrada en la sonrisa y era sabia en menesteres de arroz y jamones, como los que colgaban del techo de su restaurante. 98
99 Todos los republicanos reconocen que el ambiente del Camilo era el más sórdido y, también, el más bullicioso. Quizás por ello era el que visitaban hacia el final de la tarde, pues se iban mudando de barra en barra a lo largo del día. También era a donde llegaba el médico y orador Marcelino Madriz después de haber salido del Franco, al grito de: Cuidado, borrachos en la vía, frase alcohólica que, como tantas otras, se le adjudica a aquel médico de profesión y orador de oficio. Cuentos grotescos, chistes de cabaret y anécdotas singulares: por eso es recordado Marcelino Madriz, galeno de ejercicio relajado que prefería que su vida transcurriera entre tragos y amigos. No se sabe muy bien cómo llegó a los bares, pero Adriano González León señalaba que fue gracias a su trayectoria intelectual y a que era un buen barrero, un gran bebedor. Por su parte, Alfonso Montilla lo recuerda, a él y a su inseparable amigo Francisco Paco Vera, como a dos legítimos caraqueños, que tenían el sabor mantuano de la ciudad, pero con clase, humor y picardía. Aquí yace Marcelino, quien en vida no hizo nada, fue el epitafio que escogió para él su amigo Vera una tarde en el restaurante Camilo; mientras que el otro, haciendo gala de su consabido humor, creó éste en respuesta: Paco Vera, aquí reposa; quien en vida no hizo otra cosa. Así lo recuerda el economista Francisco Pancho Villegas, otro habitué de los bares, aunque no tanto como muchos poetas y escritores, porque tenía la necesidad de trabajar. Borracho que no come se tulle, cuentan que decía Marcelino. Por ello, los contertulios disfrutaban de almuerzos y cenas sentados a las mesas de los 99
100 restaurantes de la zona. El ambiente más sobrio, con comida más elaborada y comensales más refinados en su vestir y sus maneras, era el de Al Vecchio Mulino. Allí incluso se podía disfrutar algunas noches de música napolitana en vivo; mientras que en el piano-bar del Franco el ambiente era mucho más cosmopolita y en Camilo, con sus paredes empapeladas y su modesto piano, donde en más de una ocasión interpretó famosas melodías el pintor Hugo Baptista, tanto la comida como el comportamiento y la vestimenta de los habituales solían ser mucho menos sofisticados. Personajes de la penumbra Además de los financistas, que abundaban por los tiempos de la Gran Venezuela, durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, también pululaban por los bares una serie de curiosos personajes, quienes aprovechaban el libre flujo de dinero y alcohol. Humberto Castillo se llamaba el pianista sureño que amenizaba algunas reuniones y quien, según Montilla, tenía una camisa pintada por Pablo Picasso, obsequio del mismísimo pintor. Como exclusividad de Camilo se encontraba Zuleyma la Poderosa, legendario personaje que tenía un puesto justo al lado de la caja registradora, y que prestaba servicios de limpieza mística a poetas y políticos. Gran amiga de Isabel la Católica, la Poderosa era un hito republicano, una mujer entrada en carnes que gozaba de la simpatía de los contertulios. A algunos los despojaba espiritual y carnalmente. Un personaje peculiar que solía darse sus escapaditas con el ex presidente Jaime Lusinchi. 100
101 También aparecía, de cuando en cuando, un personaje griego, conocido como Aristóteles, quien logró ganarse la confianza de los republicanos hasta el punto de ser contratado, en más de una ocasión, para hacerles diligencias por la zona. O Cucaracho, un indigente que siempre andaba con antenas, alambres y un cuatro bajo el brazo. Especialmente para Adriano González León había algo muy importante que él rescataba de la interacción en las barras: Los personajes grises de los bares, como les llamaba. La República no hubiese sido lo mismo sin la gente que llegaba a las barras o los trabajadores de los bares que también participaban y a quienes siempre se les tendía ayuda, explicaba González León. Pancho Villegas recuerda con puntualidad a uno de eso personajes, que compartió sus dolencias con el poeta y a quien Adriano escribió el siguiente poema: El barco de Tomás Supongo que una botella llena de lejanías estalló sobre la quilla. Las gaviotas sintieron el golpe y por eso vuelan, ladeadas, en homenaje. Varios peces se congregaron para ver la partida Había muchachas en la borda y un loco en lo más alto de estribor y el capitán que discutía en el astillero sobre puertos y países radiantes. El arquitecto de maderas y espumas, llamado Tomás, quiere ver, tocar, hacer olfato, para entonces creer que será recibido con festejos. Ve las olas y cambia la T por la J y aspira a ser tragado por 101
102 la ballena donde hay música y flores. Tomás o Jonás, amigo mío, viajaremos en el pez o en tu nave por mares olorosos a distancia en busca de sitios donde alguien nos espera con copas y canciones Cantemos, Tomás! Cantemos, Tomás porque esta noche las estrellas son para nosotros. Hay una cabellera perdida en la vía láctea Hay nuestros juguetes de la infancia acercándose a los anillos de Saturno. Cuando lleguemos lejos, Tomás, cuando tu barco toque el mar que nadie sueña y por eso es mar inesperado la tristeza caerá vencida por un haz de colores. Seremos hechizados, Tomás, porque a mil brazos de entusiasmo surgirán las bellas magas portando sus ramos de corales. Ellas nos han invitado a un regocijo. Danzan sobre las olas esquivas Han construido un tablado de algas Nos saludan, te saludan, Tomás, Las hojas que imitan la luz, las escamas de oro, son para tu barco. Alégrate, Tomás Estamos en la región de la aventura! Y yo sé que no hay olas ni fiestas ni muchachas. Se me ha ocurrido inventarte, para que no estemos tristes, Tomás, un barco sobre el mar desconocido. 102
103 Villegas recuerda que el nombre de aquel mesonero, a quien Adriano escribe tan sentidas líneas, era Carlos Denis. Luego de que Denis le contara sobre su depresión amorosa, debido al abandono de su mujer, el poeta tomó lápiz y servilleta e ideó El barco de Tomás. Posteriormente, el poema llegaría a manos de Villegas con una nota: Para que Pancho Villegas, en su copyright, edite este viaje que nos junta en los ojos de una sirena encendida. La razón de este petitorio era que, siguiendo una sugerencia de Adriano, Pancho Villegas se había dado a la tarea de reproducir en una especie de editorial underground algunos textos creados por los poetas en los bares o algunos discursos pronunciados por los contertulios en medio del fulgor de una contienda electoral. El barco de Tomás nunca fue reproducido, sino tras la muerte del escritor, cuando el diario Tal Cual lo publicó como parte de un homenaje a González León. Así era el ambiente de los bares, solidario, pero efímero. Un fenómeno muy particular Por algo la zona era conocida como el Triángulo de las Bermudas. Nada de lo que por allí pasaba era usual. Ni la peña de amigos era una peña que respondiera a la configuración de grupos anteriores, de esos que defendían postulados artísticos y políticos específicos; ni la heterogeneidad de los contertulios y bebedores de caña se podía explicar más allá de la necesidad de un reencuentro tras la época de la lucha armada, como una excusa para celebrar la fiesta perpetua y atenuar así la soledad y la frustración. 103
104 Ahora bien, el que esa reunión nacional se tradujera en una peña alcohólica sólo fue posible gracias al flujo de dinero en la época de las vacas gordas, que se inició con el estrepitoso aumento de los precios del petróleo durante los años setenta, y que repercutió favorablemente en el crecimiento de algunos sectores económicos como el que agrupa a hoteles, bares y restaurantes. Además, la corrupción desenfrenada terminó de hacer que muchos intelectuales perdieran cualquier esperanza que tuviesen depositada en el país. Fue el período en que los escándalos económicos, como el de la donación del barco Sierra Nevada a Bolivia y la intervención del Banco de los Trabajadores, ocupaban las primeras páginas de los periódicos, y en el que los gastos de los embajadores en el extranjero eran la comidilla de la prensa. La necesidad de olvidar En el año 1982, en una entrevista que apareciera el 21 de junio en las páginas de El Nacional, Orlando Araujo expresaba lo siguiente: Ningún escritor necesita un bar para escribir, aun cuando pueda necesitar alcohol para olvidar. Pero en Caracas se ha dado el caso de que gente que no son escritores buscan a escritores tristes en los bares para darse lumbre de intelectuales que no tienen. Sabana Grande es la trampa de los mediocres, allí lo rodean a uno para ser escritor y no han escrito ni una página en su vida. Ya Araujo, tras pasar una temporada en la clínica Santiago de León, había escrito y publicado, para la época en que da esta declaración a la periodista Edith Guzmán, su libro Crónicas de caña y muerte. De muerte y no de vida, porque aunque le aterrorizaba que el final 104
105 de sus días podía llegar en cualquier momento, era precisamente eso lo que le impulsaba a vivir. Y de caña, porque así daba de qué hablar a quienes creían que no hacía más que beber. Su primer acercamiento a la muerte lo tuvo en 1976, demasiada juerga, demasiado vino. Lo internaron. Le prohibieron la bebida. Hizo caso omiso. Siguió tomando y desafiando a la muerte. Durante más de diez años, con un hígado que apenas existía, siguió despachándose tragos hasta que el 15 de septiembre de 1987 no pudo alzar otra copa. A los sesenta años fallecía en la Clínica San Pablo de Las Mercedes. Desde ahí seguía cercano a algunos de los republicanos que, a partir de los años ochenta, intentaron mudar, por razones de seguridad, la República del Este a los bares de esa zona. Para Marco Negrón, la migración de los bares de la Solano y de los cafés y librerías del bulevar tuvo que ver con la llegada de público nuevo tras la construcción del metro; pero principalmente con los buhoneros que comenzaron a invadir espacios que antes estaban dedicados al esparcimiento ciudadano. Aunque en la década de los noventa el comercio informal comenzó a tender sus manteles sobre las aceras del bulevar para llenarlos de mercancías y facilitar que los arrebatadores de carteras y celulares escaparan impunes, Negrón destaca que la situación dramática comenzó en el 2000. Para el año 2006, antes de que se iniciara la campaña de recuperación de Sabana Grande, que pasó por la reubicación de los buhoneros; el Centro de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC), reportó, sólo en el área del bulevar, siete homicidios, siete lesiones personales, 100 robos y hurtos, y 105
106 105 robos y hurtos de carros. Cifras que se quedan cortas si se colocan al lado de las cuentas propias de los comerciantes de la zona, quienes para aquel momento decían presenciar, a través de vitrinas y ventanas, hasta más de 10 asaltos diarios a los peatones. Después del inicio de las labores de recuperación de Sabana Grande, en el año 2007, la situación ha mejorado. Incluso se realizan actividades culturales en las calles y los comercios registran un repunte de la actividad económica. Pero el daño está hecho y la zona que acogió a la intelectualidad de los sesenta, setenta y ochenta todavía dista mucho de volver a ser lo que fue. Se acabó la bonanza Por los comienzos de los años ochenta, cuando Orlando Araujo declaraba que Sabana Grande era una trampa para los mediocres, ocurrían muchas otras cosas por los predios de las repúblicas. Tanto la del este como la del oeste. Hechos que apuntaban a que el presagio de Caupolicán Ovalles, también anunciado por Manuel Alfredo Rodríguez, se haría realidad. Rodríguez también se había atrevido a vaticinar que la inauguración del metro ocasionaría la llegada de gente extraña y, por tanto, la muerte de la República del Este. Y así fue, aún más allá del determinismo de Rodríguez y Ovalles. Para construir el metro derrumbaron algunos locales, como El Gato Pescador o el Tic Tac, que habían servido como sitios de reunión para la incipiente república imaginaria. Gente extraña comenzó a circular por las aceras y por el nuevo bulevar y llegó el momento en que los rostros dejaron de ser amigos. 106
107 Cambió la configuración de la ciudad, en medio del cambio económico que vivía el país. Se comenzaron a ver más indigentes por la zona y cada vez existían menos pitchers con dinero siempre presto en el bolsillo para dar una limosna en sencillo o en alcohol. El Viernes Negro se sentía venir desde comienzos de los ochenta y la confianza en el gobierno de Luis Herrera Campíns no tenía nada que ver con la que existía en la época del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, a principios de los setenta. Baica: Boca de jarro En una entrevista que le hiciera Miyó Vestrini en 1980, Baica Dávalos contaba que lo habían asaltado en varias ocasiones. Es que tengo cara de gringo rico y pendejo, de esos que andan borrachos y dicen OK Caracas, llenos de dólares. La tragedia es que cuando me asaltan, siempre tengo encima dos bolívares, máximo 7, explicaba el escritor. Uno de esos tantos asaltos, lo llevó a pasar una corta estadía tras las rejas, según contó el escritor Pancho Massiani al suplemento Papel Literario, para una serie sobre Los raros de nuestra literatura, en 1978: Se encontraba solo en El Páprika y al salir, un muchacho algo más alto pero más delgado, le ofreció acompañarlo; total, vamos a la misma dirección, dijo el muchacho. Bien, y de dónde eres y qué haces?. Así pasaron cuadras, Baica camina muchísimo. El muchacho, después de haber tragado el alma y cientos de metros, decidió atacarlo. Pero sólo consiguió sacarle un billete que le afloraba al viejo en el bolsillo. Baica lo persiguió hasta echarlo al suelo y le quitó el dinero. Un auto de la policía se detuvo. Pasa algo, señor?. Baica le respondió 107
108 que no. No quería el viejo que se llevaran preso al ladrón. Después que el auto partió, el muchacho aprovechó la distracción del viejo y logró arrancarle la mitad del billete. Baica lo persiguió hasta darle alcance de nuevo. Lo tiró al suelo, lo golpeó. Llegó nuevamente la policía. Ahora se me van presos los dos, dijo un agente. Los llevaron. A Baica primero. Qué hacía usted peleando en la calle? Nada, dijo Baica. Somos amigos y a veces nos da por pelear. Los metieron en el mismo calabozo. Después de media hora el muchacho lloró. Baica lo tomó por el pescuezo hasta sacarle la lengua y le dijo: Cabrón, soy mejor escritor que tú, ladrón. A diferencia de esta anécdota, no resultó nada jocoso el último encuentro de El Viejo Baica con la delincuencia. Si bien el primero se puede contar para dejar en evidencia la particular personalidad del escritor argentino, solidario y generoso, a quien nunca le interesó hacer mal a los demás, el segundo intento de robo apagaría por siempre su inteligencia voraz. Ello, a pesar de que estaba convencido, tal como se lo dijo a Vestrini en una entrevista, de que por ser tan mala chanza no tenía miedo de que los asaltantes lo mataran: Yo soy el malo, por lo tanto no me matarán, le aseguró a la periodista. El destino tenía algo distinto preparado para él. Después de aquella segunda fractura de cráneo no abrigaría esperanzas de volver otra vez, como rezaba uno de sus poemas favoritos, escritos por T.S. Eliot: Miércoles de ceniza. No volvió a su Argentina natal. No volvió, tampoco, a los bares del este de Caracas. 108
109 Hacia una estación inexistente Así como el cambio en la configuración de la ciudad provocó la desaparición del centro como área de desarrollo cultural, luego de la caída de Marcos Pérez Jiménez, la nueva ordenación de Sabana Grande hizo que el metro subiera en uno de sus vagones a la bohemia de la zona y se la llevara a una estación aún por construir. Quizás por ello, porque la estación destino es aún más ficticia que aquella patria imaginaria, los intentos por refundar la República del Este en otras áreas de Caracas, entre las que destaca Las Mercedes, con su zona de restaurantes como el Amazonia Grill (donde cerró por última vez los ojos Adriano González León) o el Hereford Grill, no se pudo concretar. La ausencia de pitchers con cajas chicas fluidas, la lejanía de centros de discusión intelectual, como lo fue la Ciudad Universitaria, y la muerte de algunos republicanos o el efecto del alcohol en los hígados de muchos otros, también se apuntan entre las razones que marcaron la desintegración de la República del Este y el fin de la vigencia de Sabana Grande como el eje cultural caraqueño. 109
110 CAPÍTULO IV: Baila al son que te toquen Y, qué queda sino el juego, cuando todo lo serio todo lo que con el poder se relaciona se esfuma inesperadamente? Denzil Romero. Parece que fue ayer En La Chuleta no servían tortilla española o conejo al salmorejo, tampoco pasta a la boloñesa. En La Chuleta porque no podía ser de otra manera la especialidad era chuleta con ají y oliva. Era un pequeño restaurante de la avenida Solano, pero a pesar de estar muy cerca del Triángulo de Las Bermudas no formaba parte del área en la que, al entrar, desaparecían del radar poetas, escritores, políticos y demás ciudadanos. La Chuleta era el lugar perfecto para fraguar un golpe. Una rebelión contra el presidente que impuso la institucionalidad en la República del Este. El otrora adeco Manuel Alfredo Rodríguez no se imaginaba en 1973 que, al cabo de un año, presidiría la República del Este. Mucho menos que, luego de imponer el orden y la constitucionalidad entre los republicanos, saldría del poder por la vía de la fuerza en un golpe de estado que se conoció como el Chuletazo. Caupolicán Ovalles, principal promotor de la rebelión, retomó mediante aquel 110
111 alzamiento las riendas de la república ficticia. Sólo que esta vez llegó al poder por la vía electoral. Era la época del poder joven, de la entrada de la política en la Universidad Católica Andrés Bello, de la publicación de la revista Reventón. También se habían puesto de moda las pintas o grafitis, que tenían un tinte principalmente político y venían firmadas por El Oso o El Tucán. Vota fucsia-magenta, José Vicente al poder, decía una que apareció frente al Franco en víspera de las elecciones de 1973. Pero también apareció, tras el golpe a Rodríguez, otra pinta frente a Al Vecchio Mulino: Abajo el paquidermo, decía, y el publicista y arquitecto Raúl Fuentes, quien también participó en aquel asalto al poder, asume su autoría. Las elecciones y las influencias adecas, como las de Rodríguez, llegaron a los predios de Sabana Grande por los mismos días. El año 1974 marcó la incorporación de muchas personas que no tenían nada que ver con el origen literario-político de los miembros del grupo. Por aquella época, se unieron a las tertulias personajes ajenos a las barras hasta aquel momento: empresarios, trabajadores de bancos, oficinistas. El periodista Junio Pérez Blasini, quien asumiría la presidencia en 1978; o personajes como Carlos Canache Mata, Ramón J. Velásquez y Luis Beltrán Prieto Figueroa, comenzaron a asomar por los bares de Sabana Grande e, incluso, a ser homenajeados por los republicanos. Alfonso Montilla recuerda que presentó a Jóvito Villalba, Luis Beltrán Prieto Figueroa y al torero Curro Girón en los reconocimientos que se organizaron para ellos, y en los que los republicanos podían intercambiar ideas con 111
112 reconocidos personajes. También el poeta Héctor Guillermo Villalobos, el psiquiatra Raúl Ramos Calles y el poeta colombiano León de Greiff fueron homenajeados en los bares. Paquidermo y escalera El presidente Rodríguez, quizás por la misma seriedad que imponía su ronca voz y su imponente altura, fue quien instauró con su gobierno la etapa de legalización y convocó a las primeras elecciones. Junto con Adriano González León, Rodríguez organizó el primer proceso electoral en el que fue ratificado como presidente. A pesar de contar con el apoyo del pueblo y de haber establecido la modalidad de las reuniones semanales en la galería Durbán, regentada por el también republicano César Segnini, Escalera, como lo apodaron sus amigos, salió del poder como consecuencia del célebre Chuletazo. El sobrenombre de Escalera, que en lo absoluto le agradaba, no se lo habían dado en las barras, sino durante su época de correrías políticas. A los 14 años, cuando aún vivía en su Ciudad Bolívar natal, Rodríguez se incorporó a la actividad política. La mayor parte del tiempo fue militante de AD, pero abandonó el partido al darse cuenta de que no era el que había soñado para construir una Venezuela mejor. Pues, se había convertido en una sociedad mercantil para hacer negocios y para permanecer en el poder al precio que sea, considerando el poder como un disfrute personal, según le comentó a la periodista Milagros Socorro en 112
113 una entrevista publicada en El Nacional el 28 de marzo de 1991. También militó en el MIR, después de la escisión adeca, pero no por mucho tiempo. Para 1975, durante otra entrevista que le hiciera Miyó Vestrini para el mismo periódico, Rodríguez indicaba que le hubiera gustado y le gustaría ejercer una influencia útil en la vida política del país. Sin embargo, muchos de sus discursos quedaron para los bares y los amigos. Habló y discutió, hizo y deshizo, pero no ejerció el poder real. Esas ganas de cambiar al país siguieron allí, pero era mejor dedicarse a la escritura de sus libros. Una obra modesta, pero que le satisfacía. No podía hacer mucho más si había perdido la fe en la política, en su partido. Así que depositó parte de esas ganas de trabajar por el país cuestión que sí hizo durante la huelga ucevista de los años cincuenta en páginas que cuentan la historia de su Guayana natal o de la capital venezolana, que lo adoptó y reconoció como político joven e intelectual de palabra. Entre reglas e infiltrados La institucionalidad que impuso Rodríguez no era algo demasiado valorado por los predios de la República del Este. Los bohemios la aceptaban siempre que cupiera dentro de la broma, dentro de la chanza. Pero esa especie de parodia de la república del oeste no hubiese sido posible sin el desorden temporal que ocasionaban los golpes de estado, las rebeliones de güisqui y los discursos llenos de altisonancias y verbo de altura, pero tan utópicos como los que se dejaban oír en el oeste. 113
114 Ovalles era experto en las artes bélicas ficticias y amante del poder. Por ello, volvió a la presidencia tras la salida de Rodríguez. Legalizó el golpe de estado como arma válida y propugnó la victoria del pensamiento surrealista. Aspectos concebibles en el gobierno de un poeta y no en el de un político. Pero el trabajo del antiguo hombre de partido estaba hecho: las elecciones y la estructuración, en gabinetes y comunas, llegaron a los bares del este para quedarse. Por lo menos, por una década más. La mayoría de los republicanos originales; aquellos que venían de los grupos literarios de los sesenta, recibieron con gusto el reconocimiento público de la República del Este y su nuevo carácter un tanto más formal. Alfonso Montilla, Adriano González León, Manuel Quintana Castillo, Luis Camilo Guevara, entre otros, detentaron diversos cargos dentro de la estructura republicana. Sin embargo, otros literatos y bohemios de barra, como Salvador Garmendia y su esposa Elisa La Negra Maggi, prefirieron no entregarse en cuerpo y alma a la organización de una república que no consideraban hubiese sido creada para ocupar centimetraje de prensa o insertarse en el panorama político nacional. Garmendia y La Negra, fieles a su espíritu bohemio, siguieron asistiendo a los bares de Sabana Grande y, aunque eran considerados republicanos, ellos mismos decidieron tomar distancia. La razón principal de esta resolución está, según La Negra Maggi, en que su esposo era muy reacio a toda formalización, especialmente a raíz de la incorporación de gente ajena al mundo intelectual, como lo era un grupo de adecos. No era una separación de los bares, ni del alcohol, pues más de veinte años después de disuelta la República, La Negra 114
115 sigue yendo a los bares a tintinear su trago de güisqui. También lo tintinea en su casa, donde esconde miles de recuerdos y secretos de Miyó Vestrini y Salvador Garmedia. A Salvador no le parecía que la República tuviera que recibir a personajes como Canache Mata y Luis Beltrán Prieto para homenajearlos. No podía concebir la idea de estar con ellos en una tertulia. Por ejemplo, una de las personas más odiadas durante la lucha armada por los intelectuales de El Techo de la Ballena fue Junio Pérez Blasini, porque tenía permanente tribuna contra la izquierda y la guerrilla; y después fue presidente de la República del Este. Se perdieron todos los perfiles y esto no nos convencía, señala La Negra. La caricatura de Garmendia, con su copiosa barba gris, se encuentra a espaldas de su esposa y pareciera asentir desde la pared. También hay un cuadro de Renzo Vestrini, y conserva los ejemplares del periódico infantil El Cohete, que hizo que Miyó ganara el Premio Nacional de Periodismo; además de fotografías de su esposo y parte de su obra. Atahualpa Montes era otro de los personajes que causaban desconfianza tanto a Salvador como a muchos otros intelectuales de barra. Y su presencia en los bares venía a apoyar la tesis que señala que detrás de la incorporación y el interés del mundo político por el grupo de contertulios se encontraba un afán de conocerla desde adentro, para asegurarse de que no se fraguara algún golpe literario al gobierno de la época a través de un nuevo poemario como Duerme usted, señor Presidente?, por ejemplo. 115
116 Montes fue un famoso policía y represor en los gobiernos iniciales de Acción Democrática, por la misma época en que Caupolicán Ovalles publica su poema contra Betancourt. Que un miembro de la Digepol, como Montes, pasara de ser un adversario político (para la mayoría de los republicanos) a convertirse en un mecenas de la caña, con quien se compartían brindis y mesas, es algo que algunos intelectuales no logran comprender, y que incluso fue causa de reyerta dentro de los bares, pues poetas como Orlando Araujo o El Chino Valera Mora, se negaron en más de una ocasión a compartir con Montes e incluso lo retaron a golpes. La etapa de estructuración coincidió con la instauración de Carlos Andrés Pérez en la silla presidencial. Había pasado la época del llanto. Diría Adriano González León que el Che Guevara ya tenía diez años del otro lado del espejo. Y la raíz de izquierda, que dio origen a la República del Este, se encontraba reducida en medio de una selva etílica en la que ahora crecían todo tipo de árboles: adecos, copeyanos, comunistas. También independientes. Algunos que luego seguirían defendiendo el socialismo hasta el del siglo veintiuno y otros que jamás comulgarían con la tesis de Marx. El sustento de las ideas de los primeros republicanos se encontraba en un socialismo trasnochado. En un ideal que se percibía cada vez más utópico y que debía replantearse, tal como lo expresó Teodoro Petkoff en su libro Checoslovaquia: el socialismo como problema. El boom petrolero estaba en pleno apogeo. La Venezuela Saudita llegó con Pérez y los sueldos y las becas de los institutos culturales, como el Inciba y el Celarg, daban para los traguitos de buen 116
117 escocés y los almuerzos diarios en restaurantes. También para convidar, de cuando en cuando, a quienes preferían una vida más disipada y siempre alejada de los compromisos laborales. La situación económica era tan favorable que aquel replanteamiento, que en Venezuela tenía a Petkoff como principal promotor, estaba muy lejos de ser prioritario para unos republicanos que, por el contrario, se alejaban un poco de los ideales para acercarse al oeste. A lo pragmático. Al discurso político, pero ahora más real. Más allá de la parodia. A través del Inciba, que en el año de 1975 se convirtió en Consejo Nacional de la Cultura (Conac), ese acercamiento se concretaba aún más. Como un proceso de apertura por parte de la elite política lo vieron algunos; mientras que otros como el propio Petkoff o el periodista Jesús Sanoja Hernández prefirieron llamarle la incibización de los intelectuales de izquierda. Para los de posición más crítica hacia la izquierda, como Petkoff o Sanoja, las becas que recibían por parte del Inciba representaban su venta a la política corrupta y justificaba su inacción. Viéndolo ya con los años, es posible que haya habido una intención de domesticar a la intelectualidad abriéndole espacios en instituciones oficiales de la cultura, pero al mismo tiempo, también puede ser visto como el tipo de gesto que el gobierno comienza a hacer cuando el PCV comienza a dejar la lucha armada, explica Petkoff. También aclara que el término incibización, como forma despectiva de juzgar un proceso que implicaba contratación y becas a los intelectuales, probablemente era injusto, tanto con los intelectuales como con el Gobierno. 117
118 Hay posiciones encontradas, pero muchos afirman que la atracción de los escritores, poetas y demás representantes de la cultura hacia las instituciones de gobierno pudo haber tenido escondida la intención de controlar a la izquierda cultural. Entre apertura y seducción intencionada se debaten las opiniones. No sólo hubo becas para ir a París, Londres o Roma, también publicaciones, boletos aéreos y ofrecimiento de cargos relativos a la cultura y la diplomacia. La situación no sólo acabó con la disidencia de los grupos culturales, también logró en muchos casos que militantes furibundos de los sesenta devinieran en simpatizantes de los partidos gobernantes. Casi podría decirse que básicamente los gobiernos de Acción Democrática y Copei lograron infiltrar la República y erosionarla desde dentro, explica el escritor y profesor Luis Barrera Linares. Por su parte, Carlos Noguera también se inclina por la teoría que indica que hubo una incorporación intelectual al status quo, a través de una política de apertura, incluso de seducción. Mientras que el individuo de número de la academia de la lengua Oscar Sambrano Urdaneta, explica que el Inciba nació bajo la idea de reorganizar todos los elementos de la cultura que dependían del Estado más que del Gobierno, por lo que la participación de los intelectuales de izquierda en ese proceso se debió más a una apertura, caracterizada por la ausencia de sectarismos, que a una maniobra intencionada. El poeta Luis Alberto Crespo también tiene una visión muy particular de ese vínculo que comenzó a crearse entre los escritores de izquierda y las instituciones culturales: El gobierno de Carlos Andrés Pérez aceptaba cualquier 118
119 cosa. Abrió un espacio para el despilfarro, la irresponsabilidad del intelectual. Fue un gobierno botarate. La República del Este fue una especie de vamos a olvidar todo, vamos a festejar, vamos a reunirnos, viva la bohemia, viva el frenesí. Y, qué pasaba en el país? El país era la República del Este. Lo que, desde el punto de vista moral, podría ser enjuiciado, analizado. Ellos se iban de espalda al país, por el que habían luchado para cambiarlo por un país socialista, por un país revolucionario. La tolerancia de Miraflores En el año 1975, Orlando Araujo recibió el Premio Nacional de Literatura en un acto que tuvo lugar en el propio palacio de gobierno. En Miraflores hubo tolerancia, se tituló el discurso de Araujo ante los asistentes a aquel evento. El verbo errático, la parodia desenfrenada y la irreverencia que caracterizaron a la República del Este inicial, no se dejaban traslucir en aquel discurso que, más bien, parecía buscar establecer o fortalecer los lazos entre las dos repúblicas. Al dirigirse al presidente Pérez, Araujo aplaude que se le permita y tolere a un escritor como yo, inconforme con la sociedad donde vive, que sin censura previa, venga y exprese sus propios sentimientos en el acto protocolar de agradecer este homenaje. ( ) No siendo héroe sino habitante de una de esas repúblicas terrestres, agradezco a la máxima dirección política de mi país, encarnada en usted, el permitirme decir a quienes nos escuchan que, en nombre de mis compañeros de letras y de la parte no podrida de la manzana de mi patria, yo 119
120 he resuelto donar los veinte mil bolívares de este premio al centro principal de la resistencia chilena, a fin de que las armas, que muchas veces en América Latina se han conjurado contra las letras, como en Venezuela lo hicieron contra Rómulo Gallegos, anden ahora juntas para combatir el fascismo que hoy ensangrienta la tierra que ofreció techo, pan y amores a nuestro gran compatriota Andrés Bello. Araujo recibió el premio junto con otro republicano, como lo era el poeta Ramón Palomares. También el pintor Carlos Otero resultó laureado en aquella ocasión. El discurso de Araujo daba fe de una situación que venía ocurriendo por los predios de la República del Este: la apertura hacia la política oficial, hacia las instituciones culturales y los cargos burocráticos. La línea divisoria entre el este y el oeste comenzó a desdibujarse. La causa original que provocó el surgimiento de un gobierno paralelo por parte de los intelectuales que no se sentían representados, no estaba demasiado presente entre quienes ocupaban las sillas de los escritorios del Inciba y el Celarg en las mañanas; y las de los bares de la avenida Solano en las tardes. Tal es el caso de Luis García Morales, quien fue nombrado presidente del Conac por el presidente Pérez, tras la creación del Centro. Ante la responsabilidad que caía sobre sus hombros por ser dirigente del máximo organismo cultural para los años setenta, García Morales decidió apartarse un poco de la vida de bar: Yo no viví la época de mayor actividad de la República porque para ese momento estoy de presidente del Conac. De pronto me escapaba para verme con los amigos, pero ahí se presentaban muchos líos, muchas peleas y yo me planteé que no era 120
121 conveniente que si sucedía algo yo estuviera allí, teniendo el cargo que tenía, cuenta García Morales. Cuando salió del Conac, al ganar Luis Herrera Campíns las elecciones, regresó a la República del Este y fue la época cuando surgió la idea de hacer una revista homónima del grupo. Pero mientras presidió el máximo ente cultural, señala que empleó a guerrilleros y personas de todas las tendencias. El Conac era muy abierto, explica García Morales. Tan abierto, que en una ocasión su amigo, el poeta Baica Dávalos, fue a decirle que no conocía Europa y que no se quería morir sin conocer París y Madrid. Qué le iba a decir?, señala. Y, en 1978, Dávalos se fue a París, donde escribió su libro Memorias de las Tribus. Pues, como tampoco todo era amiguismo, los poetas que se beneficiaban con las becas y bolsas de trabajo del Conac debían entregar el fruto de su trabajo al culminar el lapso establecido, generalmente de un año. El mérito de Consalvi García Morales había participado en el proceso de reestructuración cultural que se había iniciado en el país en los sesenta. Primero fue llamado por Consalvi para formar parte del Inciba y, luego, dirigió la casa editorial del Estado. Todo ello, antes de que el Inciba se convirtiera en Conac y él pasara a ser su presidente. Con la creación del Inciba en 1965; y, especialmente, bajo la tutela de Simón Alberto Consalvi, amigo de muchos republicanos, numerosos intelectuales de barra participaron del surgimiento de un aparato cultural-estatal más completo. Político y hombre de letras Consalvi estuvo detrás de la creación 121
122 de Monte Ávila Editores Latinoamericana, de la fundación de la revista Imagen y de la primera convocatoria al Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos. Galardón que, en aquella primera ocasión, fue otorgado al escritor peruano y digno exponente del boom latinoamericano Mario Vargas Llosa. Todo lo anterior en el año de 1968, cuando, al mismo tiempo, Caupolicán sembraba la semilla que daría pie al surgimiento de lo que luego sería el Triángulo de las Bermudas. Hay gente que dice que el Inciba fue el refugio de la izquierda luego de la derrota, pero creo que es una frase hecha. Fue el refugio de todos los intelectuales, sobre todo porque quien lo crea, Consalvi, es un hombre abierto que estaba consciente de que los intelectuales eran gente de izquierda y decidió no discriminar, explica Manuel Caballero sobre los orígenes de la institución cultural. Si bien el apoyo institucional de Consalvi es reconocido por muchos de los republicanos y hombres de letras de finales de los años sesenta y principios de los setenta, Caupolicán Ovalles explicó, en una entrevista que le concediera a la periodista Mary Ferrero, que es con el nombramiento de José Carrillo Moreno como presidente del Inciba, que se crea ese vínculo con las instituciones culturales. Al acto de toma de posesión de Carrillo, además, habían sido invitados el resto de habitantes de la República del Este, de la cual el mismo presidente entrante del Inciba era considerado ciudadano. 122
123 Caupolicán y el Inciba Los cuestionamientos no se hicieron esperar. El reconocimiento público del grupo, tampoco. La incorporación de algunos republicanos a las labores burocráticas de un ente gubernamental, así como la recepción de becas y la aceptación de cargos diplomáticos fueron criticados por otros intelectuales y algunos sectores de la sociedad. Sociedad que por primera vez fue testigo de la incorporación de la República del Este a su dinámica, cuando se publica la esquela mortuoria de Carrillo Moreno. Los republicanos convocaron al entierro del presidente de un instituto del Estado y aparecieron en prensa como un grupo consolidado. Aquella sería la primera de muchas publicaciones en las páginas necrológicas; pero también un hecho que apoyaría la tesis de Rodolfo Izaguirre, quien señala que a través de Carrillo Moreno, Caupolicán había conseguido que el Inciba financiara los tragos que se bebían a diario. No sólo consiguió el supuesto financiamiento, también obtuvo un puesto como secretario privado de la presidencia del Inciba. Ovalles era un amante del poder. El poder lo obsesionaba: El poder se puede ejercer en Miraflores o en el gremio o en Sabana Grande o frente a mis hijos o a mí mismo, explicó el escritor en una entrevista que le concediera a Elizabeth Fuentes para El Nacional, el 9 de marzo de 1986. Era un encantador de serpientes. Su verbo ágil y embriagante le permitió llegar a muchos cargos, a muchos lugares. Viajó a costillas de ese poder: de su militancia en el Partido Comunista, de su presidencia en la Asociación de Escritores de Venezuela. Decía y desdecía, según cambiara la dirección del 123
124 viento. Pasó su vida a bordo de un velero llamado poder, que le llevó por los más diversos mares, pero que nunca atracó en ese puerto final en el que el poeta se imaginaba como el centro de todo: de la atención de las mujeres, de la envidia de los hombres, de la admiración de los políticos. Así también lo recuerda su hijo, Manuel Ovalles, quien de pequeño acompañaba al Padre de la Patria a los bares como la única forma que encontraba su madre de que Caupolicán regresara temprano a casa. Ovalles tiene muy presente lo importante que era el poder para su padre, hasta el punto en que señala que la misma República del Este o las relaciones que logró mantener con los presidentes de turno, también tienen que ver con su necesidad de detentar algún tipo de poder. Mi papá apoyó a Carlos Andrés Pérez, a Caldera, a Chávez. Pudiera ser oportunismo, pero él tenía un olfato político para percibir por dónde iba la sociedad venezolana y de montarse, como quien dice, en esa ola, explica su hijo. Pero Ovalles no sólo estaba detrás de un cargo o del gobernante del momento, también era un hombre de letras. Leía seis horas al día todos los días, en la madrugada ( ) y le encantaban un poema de César Vallejo que decía: Moriré en París, un día de aguacero y otro de Cesare Pavese, que también hablaba de la muerte: Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, recuerda Manuel Ovalles. 124
125 La prensa como tribuna No sólo en las necrológicas se empezó a leer sobre el grupo. La prensa representó una tribuna para los intelectuales de aquel momento. Especialmente el diario El Nacional, quizás por el influjo siempre latente de su fundador Miguel Otero Silva, publicó con cierta regularidad escritos, artículos y notas periodísticas de los republicanos. En los archivos del periódico quedaron registrados los homenajes que se hacían en los bares de la avenida Solano y los procesos electorales, que llegaron a contar con 700 votantes para el año de 1979. Pero la República del Este no producía sólo noticias y necrológicas. También se imprimieron, principalmente en la rotativa ubicada en El Silencio, numerosas epístolas de aquellos ciudadanos que habitaban una patria ficticia de bares, copas y tertulias. Las páginas de los periódicos, y en especial las de El Nacional, servían a los republicanos a manera de buzón de correspondencia. Para el año 1975, no era sólo Ovalles quien se encontraba en la directiva de un instituto cultural oficial. Manuel Alfredo Rodríguez fue el primero en ocupar la presidencia de otro organismo cultural, por aquella época de esplendor republicano, como lo era el Celarg. Precisamente Caupolicán y Manuel Alfredo serían quienes reaccionarían con más vehemencia ante la carta que Ludovico Silva escribiera a Orlando Araujo, cuya crónica de caña y muerte se acercaba al punto y final. La página cuatro de El Nacional, aquel 9 de junio de 1976 incluía una carta de Silva. Una carta que trajo revuelo. Porque una cosa es que los enemigos criticaran a la 125
126 República, otra muy distinta que la crítica naciera de su propio seno. El teléfono sonó dos veces en la habitación de la Policlínica Santiago de León, donde Araujo escribía sus crónicas de caña y muerte: en la primera oportunidad, Araujo percibió la furia que alteraba la voz de Ovalles; en la segunda, oyó la voz ronca y no menos molesta de Rodríguez. Y así lo recogió el escritor en sus Crónicas de caña y muerte: Ludo peló bolas; y yo le voy a contestar diciéndole que la República del Este que yo conozco, no es la de los esbirros que él inventa, sino la de los poetas que lloraron en silencio cuando él nos leyó In vino veritas, espetó Caupolicán por el auricular. In vino veritas, última obra de Silva, había sido bien recibida por un grupo de republicanos, amigos todos, a quienes, cuando Ludovico les leyó su poemario en la barra de Al Vecchio Mulino, se les aguaron los tragos, rebosados con lagrimones de admiración. La vinculación con factores de poder, el nexo con las instituciones culturales estaba allí. Latente. A flor de piel. Era evidente. Pero no por evidente se aceptaba, ni es aceptado hoy por muchos de los republicanos que aún siguen en pie. Por ello, la reacción contra Ludovico Silva. Por ello, también, la carta en respuesta de Caupolicán Ovalles que el mismo medio de comunicación publicó en el 16 de junio de 1976. Mientras que Ludovico Silva señalaba en su epístola que al comienzo de los años sesenta había en Caracas grupos literarios de ardua combatividad, que se expresaban a través de revistas agresivas, y que santificaban niples tanto en el terreno de la práctica política como en el de la literatura ( ) Esta República es 126
127 exactamente lo contrario de aquellos grupos literarios de los años sesenta. Aquellos grupos poseían cada uno una definición política y literaria muy precisa; la actual República, en cambio, carece de esa definición. En ella pululan por igual militares y poetas, ex agentes de los cuerpos represivos y auténticos revolucionarios. Caupolicán Ovalles, por su parte, difería de la laxitud intelectual que Silva señalaba como producto de la derrota de la guerrilla. Difería también de la presencia de ex agentes de los cuerpos represivos entre los miembros de la República e instaba al redactor de la primera carta a que los listara. Silva sentía como algo ajeno la incorporación de políticos extraños a la bohemia original, y a ello hacía referencia en su carta a Orlando Araujo; Caupolicán, como buen defensor de la patria que él mismo había creado, lo negó. Ludovico Silva, como Garmendia y La Negra Maggi, no aceptaba con agrado tener que compartir anécdotas, discusiones e historias de barra con antiguos enemigos de lucha, con personas que se opusieron a los ideales que habían defendido los intelectuales de izquierda a través de los grupos literarios de principios de los sesenta y de otras iniciativas culturales y políticas. Aunque, como el mismo Silva aceptó, su desvinculación de los bares y de la bohemia de Sabana Grande estuvo más marcada por una dolencia personal, relacionada con la incompatibilidad que se había generado entre su estado de salud y la ingesta continua de bebidas alcohólicas, que por diferencias ideológicas o por la misma discusión epistolar que se dio entre él y el Padre de la Patria. 127
128 Contrario al culto Manuel Alfredo Rodríguez era hombre versado. Estudioso de la historia nacional. En una entrevista que le concediera a Miyó Vestrini en 1975 señalaba cuál era su posición sobre el culto al Libertador: Yo no soy partidario del culto. Yo prefiero hablar de la comprensión de Bolívar. Los cultos son negativos, porque impiden el análisis, la valoración de los hechos. Pienso que la sacralización al Libertador es absolutamente innecesaria y que, más bien, hay que humanizarlo, estudiarlo como lo que es: como un gran líder político a quien le tocó guiar el proceso de liberación del país. Ovalles, por el contrario, festejaría el culto que se le rindiera a cualquiera, pero especialmente a él. Tanto Rodríguez como Ovalles murieron en 2002 y 2001, respectivamente, mientras respaldaban la posición política de Hugo Chávez, ex militar que diera un golpe en 1992 contra Carlos Andrés Pérez. El hijo de Ovalles incluso recuerda haber conocido al mandatario nacional en una reunión a la que fue acompañado por su padre y Rodríguez, en la sede de Pro Venezuela. El primer manifiesto que salió a favor de Chávez lo firmamos nosotros. Lo hicieron en Pro Venezuela, cuenta Ovalles. Muy contrarios en carácter, coincidieron en los bares de la República del Este y creyeron, luego, en el socialismo del siglo veintiuno. Entre sus compañeros muchos dicen que hoy no seguirían siendo chavistas. Otros, que seguirían apoyando un proyecto que no lograron imponer durante el siglo veinte, porque, como decía Rodríguez, a su generación le había tocado vivir una época de transición. Aunque ellos quisieran haber hecho más, haber sobresalido más, 128
129 haber realmente visto frutos positivos de alguna de las causas que apoyaron. No los vieron. Murieron con un sueño que no se consumó, apoyando una iniciativa política que después de 10 años sigue siendo palabra, proyecto. Pero palabra altisonante, retadora y desfachatada, como lo fueron en su época los discursos de Ovalles. Con Chávez, ni Ovalles logró acariciar ese poder absoluto que siempre buscó, ni Rodríguez pudo concretar esa influencia que siempre quizo ejercer de forma determinante sobre los destinos del país. Ambos murieron en busca de sus respectivos anhelos. La despopularización de la caña La década de los setenta. Las vacas gordas. La Venezuela Saudita de Carlos Andrés Pérez. El esplendor de la República del Este, su reconocimiento por parte de la sociedad venezolana, su crecimiento como grupo, se produjo en medio de un panorama nacional bastante favorable. Pero la dilución de aquel grupo primigenio de poetas y literatos, para dar pie a una peña tan heterogénea como lo puede ser una verdadera república, no fue bien recibido por todos los intelectuales de la época. Algunos preferían una república idílica como la de Platón, en la que el poder estuviera sólo en manos de los poetas, de los hombres que cultivaban la lectura y las letras. Sin embargo, la situación económica de aquellos años permitía que incluso la cultura se popularizara y estuviera al alcance de quien pudiera pagarse un trago de güisqui o un almuerzo en la avenida Solano. 129
130 Algunos por amor a la caña, otros por todo lo contrario, dejaron de pulular por los bares con tanta frecuencia o se apartaron de la estructura formal que fue adquiriendo una república que, como la del oeste, llegó a su esplendor cuando aún no estaba cerca la amenaza del Viernes Negro que caería sobre el país y sobre los bares aquel 18 de febrero de 1983. Por aquel entonces, seguían las elecciones en las barras, los encuentros con todo tipo de intelectuales, los homenajes a reconocidos hombres de letras y políticos. Después del 18 de febrero las cosas cambiarían. Ya un almuerzo no costaba lo equivalente a un dólar (cuando aún estaba a 4,30 bolívares). Los precios comenzaban a subir. Ya no se podía almorzar todos los días en restaurantes, ni brindar tanto güisqui a los amigos desempleados. 130
131 CAPÍTULO V: Demasiado arrecha Hay quienes no pueden librarse de su propia cadena y sin embargo, son salvadores para sus amigos Frederic Nietzsche Ni Beria, ni Beria!, exclamó, con unos tragos encima, el dirigente comunista Eduardo Machado, mientras de su frente empezaban a manar gotas de sangre. El político no tuvo oportunidad de esquivar el vaso que la libertaria Miyó Vestrini le arrojó luego de una discusión. Machado, declarado estalinista, no se refería a algún personaje de una novela de ficción o a la aerolínea española. Machado se refería a Laurenti Beria quien fue en tiempos de la Unión Soviética el jefe de la policía y el servicio secreto, hombre autoritario y despiadado, la mano derecha de Joseph Stalin. El comunista no quiso más polémica con Miyó, así lo recuerda Arlette Machado, testigo del episodio. Y aunque la comparación fuera en extremo exagerada e inverosímil, Vestrini era una mujer de armas tomar y temer en todas las facetas de su vida. Impetuosa, agresiva e indoblegable. Con estas características la describen amigos y compañeros de trabajo. La periodista no tenía medias tintas con nadie. Algunos le temían, otros sentían respeto por aquella mujer de temperamento volátil que no dudaba en expresar sus opiniones, sin temor a generar polémica. En el periodismo fue así: concisa e implacable. Destacó en las páginas de arte con entrevistas y críticas en las cuales sus palabras eran 131
132 precisas. Quiso ser reportera política, quiso ser un alma libre, quiso deslastrarse de una memoria que le pesaba y le resultaba lacerante. Tenía carácter, era solitaria, pero grupera. La pertenencia a la República del Este le daba ánimos para sortear las cotidianeidades que la agobiaban. El único lugar de encuentro de amigos que se muestran solidarios entre sí, en esta ciudad-infierno donde todos estamos gobernados por las leyes de la violencia, de las trancas, del desorden, así lo explicó en una entrevista publicada en 1976 en El Nacional. Vestrini se abocaba a las actividades de la República con la misma seriedad y dedicación con que realizaba sus trabajos periodísticos. Fuera como miembro del Consejo Supremo Electoral, órgano que velaba por la transparencia de las elecciones, o como candidata a uno de los cargos importantes, la periodista se esmeraba y consagraba en pleno a sus labores. El psiquiatra Manuel Matute recuerda que Miyó era quien chequeaba las listas de votantes de la República, nunca se coló nadie. Ahí estaba Miyó para impedir algún intento de fraude y mandar de vuelta a casa al que estaba fuera de los papeles. Miyó todo lo quería con pasión, subraya Elisa La Negra Maggi, compañera de barra y confidente. Pero en la vida de la poeta había una perenne carencia que los amigos, los amantes o los vodkas no lograban llenar. La misma Maggi, quien considera que la periodista fue su mejor amiga, señala que Miyó buscaba cariño porque siempre creyó que nadie la quiso. Tras la imagen de la mujer fuerte e infranqueable había mucha inseguridad, su temperamento 132
133 explosivo no era siempre el reflejo de un ser susceptible que proclamaba que el amor se pierde o se gana en un segundo. Y sobre el amor, precisamente, versaba uno de sus discursos oficiados en la República del Este cuando ejercía la presidencia de la Comuna. La República del amor Cada día se hace más difícil amar. Cada día, es más complicado dejarse amar. Por eso, pienso que esta noche debemos recuperar y para siempre la capacidad de amar. Mientras más elemental, más telúrico, más llano sea ese amor, más república seremos. En el amor como en todos los asuntos humanos, el entendimiento cordial siempre es el resultado de un malentendido, decía Baudelaire. Y si para ese comunero infernal el amor fue difícil, la locura espléndida, y la violencia desmedida, para nosotros no puede ser menos. Yo, presidente de la Comuna, les advierto: sólo se aceptará el reclamo legítimo del amor insobornable. Sólo se escuchará la voz terrible del dulce, del afecto y la ternura. Entiéndanlo bien, republicanos: deben olvidar el poder, porque el poder está en manos de un tirano maravilloso, loco, payaso, espléndido. Y si él traiciona, todos habremos traicionado. Si él claudica, todos habremos claudicado. Es nuestro riesgo. Sé que a veces y sobre todo ahora, en un país que nos atormenta con su ruidoso desorden, con su vulgaridad mercenaria, la violencia ronda y muerde. Como buena comunera, conozco el tumulto, los gritos, la incontenible furia de los eternos humillados o el simple y solitario llanto en la barra de un bar. Pero sé también, porque lo he aprendido de ustedes, que el 133
134 amor que nos une en torno a este necio tirano, es más poderoso que la muerte, que todo olvido. Si los imbéciles que observan y juzgan la República del Este desde sus pulcras y hermosas habitaciones supieran cuánto nos amamos, cuán cómplices somos, comprenderían cómo es de hermoso el mundo para nosotros, pese a sus miserables vivencias cotidianas. Del amor y sólo del amor quiere hablar la comuna. Del amor pasado y el amor presente. De la gran risa amable de Manuel Alfredo, del grito de alegría de Rubén porque está escribiendo. De la tímida voz de Mariana al esquivar a un borracho. De los inefables chistes de Ramón. De la mirada de Aquiles cuando se siente solo. De la brillante tos de Adriano. De la elocuencia medieval de Alfonso. De los admirables y dulces silencios de Elías. De la voz de Gisela cantando a Tito. Del paraje andino, nublado y solitario en los ojos de Orlando. De la solidaridad de Junio. Poetas, escritores, borrachos, traidores, locos, burgueses, chancleteros, cuántas etiquetas llevamos a cuesta! Pero la comuna les dice: sepamos vivir juntos, tristes o feroces, alegres o solitarios, pero juntos, amparados por un tirano que nos ama más que a su propia vida. Aprendamos a defender nuestro derecho al sueño, a la locura, al amor pleno y estallante. Desconfiar de nosotros mismos, es perdernos. La comuna estará en la calle, en los bares, en los más remotos rincones de esta cruel ciudad y de este duro país, para saludarte, tirano, porque un día vendrá la muerte y tendrá tus ojos. 134
135 Tales fueron las palabras de Miyó Vestrini en el discurso que diera durante el acto de trasmisión de mando de la República del Este, en mayo de 1976, y que se encuentra incluido en la segunda edición del libro Órdenes al corazón. Entre el tumulto En ese espacio atestado de hombres, la voz de las mujeres era tenue. Era común que alguna amiga, compañera, curiosa o simple enchufada se asomara por los predios republicanos, pero de ahí a ser la voz cantante del grupo la cosa no era tan sencilla. Araceli Gil, participante de las tertulias, recuerda que no había alguna diferencia con relación a la participación, sin embargo, la presencia en las reuniones siempre fue eminentemente masculina. Entre la tiranía varonil quienes más espacio y respeto tenían entre la concurrencia eran Miyó Vestrini y Mary Ferrero. La primera por su personalidad avasallante y recia, además de su capacidad etílica; la segunda por el ánimo y cariño que ponía en las actividades. Gil señala que Mary era la Reina de la República, la primera dama, todos la adoraban. Ferrero conoció a la gente del grupo en los tiempos de novia y esposa de Adriano González León, en los tiempos de reuniones en el Chicken Bar, y aunque estuvieran separados las amistades siguieron siendo las mismas. Además de la amabilidad, propia de Ferrero, su belleza suscitaba delirios entre los hombres. Todos, en el buen sentido de la expresión, se proclamaban novios de Mary. 135
136 Desde Bahía Blanca a Choroní De latitudes argentinas venía Mary Ferrero, pero una vez se radicó en Venezuela adoptó al país con todas sus costumbres y tradiciones. El contacto con los círculos bohemios y de izquierda se dio cuando estudiaba Letras en la Universidad Central de Venezuela. Relata Adriano González León en Mary Ferrero viene sobre un caballo blanco, presentación del libro Protagonistas: Y así llegó el viaje de regreso. Ahora traía una compañera y mis amigos de Sardio, el Techo y Tabla se emocionaron con aquella argentinita que cambiaba las elles por las ye. Sabía a la vez de Sarmiento y de Borges y llamaba coches a los carros. Los novios habían viajado a Bahía Blanca, población de la que era oriunda Ferrero. En ese tiempo, la obra de González León Las hogueras más altas estaba próxima a ser publicada. El prólogo de la edición estuvo a cargo de Miguel Ángel Asturias y la casa editorial fue Goyanarte. De esa época el escritor recuerda que se acercaron y movieron en los círculos de izquierda en sitios de reunión como el Escarabajo de oro y el Grillo de papel. Con la emoción de esos encuentros regresarían a trabajar en actividades clandestinas en Caracas. Tiempo después iniciaron un nuevo viaje a Europa. Ya la dictadura de Pérez Jiménez había caído, pero había una policía muy jodida llamada Digepol. Un 31 de diciembre, cuando la pareja regresaba al país, el cuerpo policial se los llevó detenidos y los encarcelaron. Según narra el escritor, lograron salir gracias a la presión de la prensa de oposición. Se reencontraron con los amigos, volvieron a las reuniones de bares y cafés de Sabana Grande. Cuando apareció la República 136
137 del Este, Ferrero se consagró a la organización de actividades culturales. La promoción en ese ámbito fue una actividad que desempeñó con ahínco hasta liberar su último aliento. La leucemia la fue consumiendo y sus cenizas se esparcieron en el mar de Choroní con la esperanza de retornar algún día a Bahía Blanca. República en rosa Así como Vestrini y Ferrero eran reconocidas como las figuras femeninas más simbólicas de la República, no por ello eran las únicas que más activamente participaban. Mariana Otero, Margarita Chitty, Beatriz Guzmán (esposa de Ludovico Silva) y Araceli Gil también eran asiduas a las tertulias y actos organizados por las huestes republicanas. La Negra Maggi no se toma muy en serio adjudicarse la ciudadanía, simplemente alega que iba como mujer de bar, pues ahí estaba y no era necesario que surgiera la República del Este para que frecuentara Sabana Grande. Nunca se metió en los berenjenales de organizar elecciones ni homenajes, esos menesteres eran propios de sus amigas Mary y Miyó. Sin embargo, comenta que a pesar del respeto y reconocimiento que ellas tenían, la organización era machista. Ninguna mujer llegó a la presidencia, exceptuando Vestrini, quien asumió el cargo cuando el funerario Elías Vallés estuvo de viaje. La misma opinión sostiene Arlette Machado: Ellos eran muy machistas (los hombres de la República del Este) y nosotras éramos mujeres que entrábamos a la liberación y nos sentíamos personas, pero funcionábamos un poco como la 137
138 mujer que le lava los calzoncillos al hombre, que le hace el plato. Todavía estábamos entre la libertad y el yugo. Y padecíamos mucho, porque de pronto nos enamorábamos y salíamos maltratadas. El estigma de la mujer hogareña y sumisa permanecía latente, así lo señaló en 1979 Miyó Vestrini en la Presentación de la colección F en el libro Más que la hija de un Presidente: Resulta curioso observar cómo en Venezuela, dentro de un contexto mundial que levanta banderas y consignas feministas de trascendental importancia, el feminismo no representa absolutamente nada El término feminismo eriza, irrita, origina burlas sangrientas ( ) Conozco muchos intelectuales venezolanos sensibles, abiertos al diálogo, cosmopolitas y edípicos por añadidura, a quienes la palabra feminismo provoca casi repulsión, Feminismo?, eso es cosa de mujeres feas y brutas. Cierto desprecio hacia las actitudes de algunos de sus amigos sintió en su momento Miyó, pero entre ellos se había ganado el respeto por sus conocimientos en arte, literatura e irreverencia. De sus amigos de la República, según refirió en 1986 a la periodista Patricia Guzmán, el poeta al que más se sentía cerca, desde el punto de vista vital y de la escritura, fue a El Chino Valera Mora. Valera Mora, siempre enamorado de las mujeres, escribió en su poema Oficio puro : Cómo camina una mujer que recién ha hecho el amor En qué piensa una mujer que recién ha hecho el amor Cómo ve el rostro de los demás y los demás como ven el rostro de ella De qué color es la piel de una mujer que recién ha hecho el amor De qué modo se sienta una mujer que recién ha hecho el amor 138
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