139 Después de su muerte, Miyó le respondería sus interrogantes con el poema Té de manzanilla : Mi amigo, el chino, escribió una vez sobre cómo se sientan y caminan las mujeres después de hacer el amor. No llegamos a discutir el punto porque murió como un gafo, víctima de un ataque cardíaco curado con té de manzanilla. De haberlo hecho, le habría dicho que lo único bueno de hacer el amor son los hombres que eyaculan sin rencores sin temores. Y que después de hacerlo, nadie tiene ganas de sentarse o de caminar. Para Miyó, la muerte de El Chino Valera Mora fue la carta que uno recibió hace años y decidió no abrir. Los amigos tenían especial significación. Por los predios de la República era conocida como La punzopenetrante. Así también, aguda e hiriente como una daga, es su obra literaria y poética, en la que trasluce el desarraigo y vacío que siempre le acompañaron. La muerte, el amor y la soledad eran también ejes de su poesía y su vida. Así como la bandera feminista era mal vista por algunos sectores, también lo era la presencia femenina en los bares, ambiente propio de hombres. Esa vaina de una mujer bebiendo con dos o tres hombres era para decir que toditos se la raspan, que se acuestan con ella, existe esa creencia, ahí hay que ser delicado, indudablemente había mujeres, pero ese rótulo se lo ponían inmediatamente a todas como los nazis a los judíos. Amigo de la bohemia, Manuel Bermúdez 139
140 señala esa connotación negativa que se le adjudicaba a la fémina que frecuentaba o siquiera se asomaba por un botiquín. La Machadito, como llamaban a Arlette por ser hija del dirigente comunista Gustavo Machado, dice que entre sus familiares no faltó quien comentara que por Sabana Grande andaba de potrancona. Machado estuvo en el grupo desde 1972, había llegado hasta las tertulias a través de Adriano, a quien admiraba por sus conocimientos y con quien afirma haber hecho el posgrado que nunca cursó en las aulas. Esa cercanía en más de una ocasión motivó los celos de Mary, sin embargo, una vez aclarado el panorama se hicieron amigas. A tal punto fue la amistad que se consolidó entre ellas que cuando Ferrero estaba embarazada, por segunda vez, a Machado le tocó correr con ella al hospital y hacer de marido, ya que la pareja de Mary estaba en el exilio. Era un poco la guerrillera, señala Machado, pero aclara que el calificativo no era por su carácter sino porque le gustaban los hombres perseguidos. El padre de su segundo hijo era Baltasar Ojeda Negrete, conocido subversivo en cuyo prontuario descollaban los asaltos a bancos. Del matrimonio con Adriano González León quedó una hija, Georgiana, a ella y a José Joaquín, su otro hijo, les dedicaría su libro Protagonistas, compilación de imágenes de varias mujeres de la historia. Pero, propiamente, Ferrero se destacó en otra parcela no muy distante: la promoción cultural. Como presidenta del Instituto Autónomo Centro Nacional del Libro (Cenal) tuvo a su cargo la organización de nueve ediciones de la Feria Internacional del Libro. En 140
141 prensa destacó por sus columnas de opinión en los diarios El Nacional, El Universal y El Mundo. Hasta 1981 siguió asistiendo Machado a las reuniones. Los martes con toda religiosidad y, ocasionalmente, los viernes. Recuerda La Bajada como el sitio más patético de las reuniones, refugio de los más solitarios y borrachos del grupo. Los aires republicanos no le sentaron bien, y si, en un principio, se había acercado para compartir con los intelectuales y conseguir un compañero, los fracasos amorosos la distanciaron de la organización. Con tres guayabos a cuestas, la licenciada en Letras pone en duda el concepto de amistad que esgrimían los participantes de la República. Cree que esa amistad se encontraba sólo en las barras y en las conversaciones, pero que de allí no trascendía. El día en que anunció su retiro formal recuerda que pocos le pusieron atención, tampoco la llamaron tiempo después para preguntarle el porqué de la ausencia. Se reencuentran ahora en los entierros. Como generación señala el esplendor económico como un sino, sin embargo, persistía la inconformidad y el fracaso. Había momentos de gran melancolía y de confesiones personales, en los mismos bares. Esa frustración nos unía. La cerveza que hace amigos Con el eslogan publicitario La cerveza que hace amigos, sintetiza el académico Manuel Bermúdez el vaso o copa comunicante de los miembros de la República del Este. No hay cosa que una y, a la vez, pueda separar más, que el aguardiente. Y para ser republicano, sin que estuviera especificado en algún 141
142 escrito, era casi indispensable ser bebedor. Compartir, invitar o aceptar un trago y escuchar el anecdotario o la disertación política, literaria o filosófica que empezaba a surgir en el ambiente. La Negra Maggi reconoce que tanto ella como Miyó les seguían el ritmo a los hombres por su resistencia a la hora de los tragos. Podían beber a la par que sus compañeros y eso las hizo tener un puesto fijo en la barra. Así como el alcohol logró afianzar alguna amistad, también bajo sus efectos puso el clima caliente suscitando, en más de una ocasión, algún intercambio de palabras o, en el más inofensivo de los casos, una guerra de hielo. Igualmente, en el extremo más dramático, la caña sumergió en sus sinuosidades a más de uno, arrastrándolos al delirio creativo y lúdico o a la inercia de un ratón curado con cerveza y Frescolita. La gran peña de la amistad, es la respuesta que ofrece Rubén Osorio Canales cuando le piden una definición de la asociación. En 2001, en un intento por reagrupar a los sobrevivientes de la agrupación, ROC (como lo llamaban en la República) promovió una serie de reuniones dominicales en El maní es así, conocido lugar de Caracas donde el guaguancó, la salsa brava y el ron marcan el ritmo de la jornada. Pero esta vez no se trataba de asaltar la noche, las sesiones empezaban los mediodías y terminaban temprano. Ya no era una reunión de jóvenes irreverentes, sino de amigos cincuentones, reunidos como en los buenos tiempos en torno a una botella de buen escocés. Una de las cosas que caracterizó a la República del Este es que allí participaba todo el mundo, gente de todos los sectores, solamente por el afecto y el amor es que se unía la gente. Todos se respetaban, indicó Adriano González 142
143 León, poco antes de su muerte. Distinguía la agrupación de cualquier movimiento literario o artístico. Un hecho humanístico donde convergía gente de distintos plumajes y linajes. Con tan variopinta conformación, además del amor al vino, algo tendría que haber en común para que durante más de diez años, los mismos rostros confluyeran en el laberinto dionisíaco. Los miembros más emblemáticos no se conocieron en los bares, se reconocieron en ellos, luego de que los movimientos de vanguardia se congelaran con la pacificación promovida por el primer gobierno del doctor Rafael Caldera. Cantamos y brindamos, no para evadirnos de la realidad que nos margina, sino para compensar las menguas de la vida y para fortificarnos en el sentimiento más generoso de los hombres, la amistad y la solidaridad humana, que estimulan y alimentan la capacidad creadora, escribió el cronista de caña y muerte. Nuevos amigos, de la vida y de la barra, surgieron en ese espacio. Algunos admiradores del mundo mágico que asaltaba las noches de Sabana Grande; otros compañeros de nocturnidad y bohemia; unos con soporte económico para descorchar, sin escozor en el bolsillo, por cuenta propia, infinidad de botellas. Antes que un movimiento vanguardista de pretensiones literarias y artísticas, calificación imposible de ajustar a algún patrón, la República del Este fue un espacio donde se brindó por la amistad, se cantaron las alegrías de la vida y se lloraron los fracasos y sufrimientos. La celebración, así hubiera lágrimas, del momento. 143
144 El país estaba feliz, la corrupción galopaba, pero el dinero corría a raudales por las calles que se atiborraban de lujos y pretensiones. El país podía marchar solo sin que hubiera que preocuparse. República de papel En 1980 gana las elecciones Elías Vallés. Como primer acto de Gobierno, en la misma fecha en que asume la presidencia, es presentada a la sociedad la revista República del Este. Financiada por el empresario, tenía entre los miembros de la junta directiva a David Alizo, Mary Ferrero y Luis García Morales. La iniciativa tenía varios meses gestándose, pero fue en junio de 1980 cuando el primer número de la publicación salió a las calles. En el editorial se puede leer: La República como tal carecía de un órgano expresivo de sus preocupaciones artísticas y literarias, políticas y sociales o de cualquier otra índole que implique responsabilidad activa de cada venezolano. Esa necesidad viene a satisfacer REPÚBLICA DEL ESTE, revista mensual cuya orientación, objetiva, imparcial, al enfocar los problemas del país, obedecerá a la peculiar composición de la República donde están representados todos los partidos políticos importantes de Venezuela y un numeroso sector de independientes sin compromiso político alguno. Nuestra posición será la que hasta ahora ha mantenido en forma integral y digna la República. Nuestra palabra estará libre de toda atadura. Nuestro juicio procurará ser el más justo. 144
145 Quiere ser también la clara voz de la vigilia republicana cuyos días y cuyas noches están signados por la permanente fulguración del espíritu. Voz de la lucidez poética y voz de la conciencia crítica que tanto necesita la otra República. Ese ejemplar de estreno abre con una sección dedicada a un invitado especial que era entrevistado por varios miembros en algún restaurante, espacio en el que se sucedieron figuras como Ramón J. Velásquez; Francisco Tamayo; Andrés Aguilar; Arturo Uslar Pietri y Reinaldo Cervini. También incluye la historia de la República narrada a través de la voz de Caupolicán Ovalles y otras notas escritas por los miembros de la agrupación. A pesar de la emoción y entusiasmo primigenios que la publicación despertó como tribuna de la tropa republicana, el medio no fue un escenario constante para que la creación de los escritores y poetas se trasladara de la servilleta del bar a la imprenta de la Editorial Génesis. El periodista y contertulio Cuto Lamache escribió en esa ocasión: La revista de la República del Este será un agradable, saludable, risueño y razonable trago de whisky ( ) Quiénes son, de dónde vienen y qué se proponen estos republicanos del Este? Yo diría que son hijos del aburrimiento, que vienen de la frustración y que se proponen lanzar su propio grito. Así lo intuyó Lamache, pero antes que un grito cuyo eco resonara con fuerza quedó más el sopor de un trago de güisqui. Y es que la revista surge mucho tiempo después de la instauración de la República. Hay quien cree que fue un último intento por darle un sustento material a una organización que empezaba a 145
146 acusar la decadencia y agotamiento del tiempo; el desfase de un juego que hartaba en la exacerbación etílica y que justificaba en los dominios de la imaginación cualquier extravagancia. La publicación desapareció luego de cinco números. La cooperación de los republicanos no fue continua y el peso informativo quedó en manos de colaboradores externos. Luis García Morales, miembro del comité directivo y amigo cercano, señala que la revista, en parte, tuvo problemas de distribución y financiamiento. A pesar de que Vallés había conseguido algunos anuncios, el asunto no funcionó como se esperaba. Igualmente, recuerda que a quienes pensaron podrían contribuir espontáneamente con la revista había que perseguirlos para un artículo. Una poesía sí, pero que escribieran sobre la realidad nacional era difícil. Pura bulla Los republicanos ondeaban la bandera del antigobierno. En el oeste decían no los querían, por ello, aunque la sentencia tuviera más de disparate que de sensatez, se auto exiliaron en los bares de Sabana Grande a proclamar una patria regida por los artistas. Sin ningún reglamento, coerción o imposición que pusiera tope a la libertad de creación y pensamiento de la cofradía. El humor era un requisito indispensable para ser partícipe en las reuniones. Propios y extraños a la organización aún recuerdan los destellos chispeantes que disparaban los discursos de Caupolicán Ovalles, Adriano González León, Manuel 146
147 Alfredo Rodríguez o del pintor Hugo Baptista, hombre de pocas palabras, pero de frescas ironías cuando tomaba la palabra. Desde usar un poema de Eliot como preludio a un golpe de estado, iniciativa del histriónico Alfonso Montilla, hasta un chiste subido de tono de Marcelino Madriz, insigne borracho de la República y del mundo, era habitual en las reuniones. También había humor más negro, más hiriente, pero sin trascendencia. La Negra Maggi explica que si se anunciaba restricción del servicio de agua, en la República se proclamaba el consumo ilimitado de aguardiente. Si el presidente Luis Herrera Campíns pedía un receso a la actividad electoral, en la República se postergaban las elecciones atendiendo a la tregua pedida por la oficialidad. El show dependía del acontecer nacional. Hubo debates, discusiones con políticos, opiniones, críticas, mas no una intención seria de una propuesta renovadora del estado de las cosas. Todo quedaba ahí, en el bar. Se despotricaba del Gobierno, del imperialismo, de la Revolución Cubana, pero fue más en tono burlesco que agudamente crítico. Era una oposición pasiva y sin consecuencias. Personeros de la oficialidad incluso se daban cita o eran invitados a una sesión. En algún momento, los papeles se confundieron y las repúblicas se hermanaron a celebrar la prosperidad del petróleo. También corría el rumor de un pacto secreto con AD, organización que financiaría buena parte de la caña que corrió por los bares de Sabana Grande. 147
148 Entre broma y broma, no hacían nada por modificar ese sistema que criticaban. Cada quien estaba en proyectos personales, quizás las esperanzas se habían perdido y la mejor forma era reírse de la vida, sin mayores preocupaciones. Así lo escribió Miyó Vestrini en su poema País paralítico : El país, decíamos Lo poníamos en las mesas Lo cargábamos a todas partes el país necesita el país espera el país tortura el país será al país lo ejecutan y estábamos allí por las tardes a la espera de algún doliente para decirle no seas idiota piensa en el país Los defensores del grupo, cuando se les tildaba de vagos, sacaban a relucir obras, premios nacionales y municipales, sin embargo, eran méritos propios de cada artista. Como grupo, la República no aportó una obra específica, iniciaron proyectos de publicaciones, mas no hubo consistencia. Mucho se hablaba y poco se hacía. Alguna conferencia, alguna exposición, pero en letra quedó poco, si acaso la revista. Todo se despachó con humor. Se vivía una rochela perenne que alcanzaba su máximo esplendor en las sesiones que se realizaban en el Camilo. No era necesario ir a Macondo en busca del realismo mágico. En Sabana Grande estaba a la orden del día. En un reportaje publicado en febrero de 1979 por la revista Al oído, el doctor Manuel Matute, presidente para la época, al preguntarle el periodista sobre 148
149 la seriedad del asunto, sin cortapisas respondió: El humor es cosa seria te diré que el humor es tan serio y a veces más terrible y elocuente que un academicismo acartonado. Humor de borrachos para unos, humor inteligente para otros, pero innegablemente en ellos había algo que producía la risa de los asistentes, pero que se quedó en eso: en el momento. Dualidades Entre tragos, poesía y anécdotas pasaban las tardes y caía la noche en el Triángulo de las Bermudas. Cuando el alcohol empezaba a copar los sentidos no fueron pocos los vasos que volaron y no por arte de magia y se estrellaron, en el mejor de los casos en una pared o en el rostro de un desprevenido contertulio. Los objetos voladores podían venir, sin advertencia, de manos masculinas o femeninas. Ducha en las lides belicosas era Miyó Vestrini. Todo el que la conocía sabía que su humor podía cambiar intempestivamente, ora buscaba un hombro donde reposar, ora estampaba un carterazo si aparecía algún impertinente o si ella salía de control. Completamente dual, la describe La Negra quien asegura que, en ocasiones, ella padeció a Miyó. Nada parecía satisfacerla y la imposibilidad de concretar un amor definitivo la deprimía y refugiaba en la bebida y en sus escritos. Se perfilaba como una mujer de piedra, estoica a cualquier emoción, pero en el fondo y, en esencia, era un ser frágil que siempre sintió un vacío. 149
150 De sus amores, el que mejor supo sobrellevarla fue el periodista Pedro Llorens, con quien tuvo un hijo. En la biografía de Vestrini, el periodista le confió a Mariela Díaz que esa imagen de mujer fuerte se la daba quien no la conocía puertas adentro. También atribuyó a algunos amigos de copas motivar adrede las explosiones de Miyó. Luis Alberto Crespo la recuerda como una persona de presencia dominante. El primer trabajo que realizó para El Nacional se lo asignó Vestrini. Sin darle mayores especificaciones le advirtió: A las doce la entrevista de Gerbasi aquí. Al borde del beriberi salió Crespo a entrevistar al poeta, honrado con el Premio Nacional de Literatura. A pesar de no haberse preparado para el encuentro, la mayor sensación de angustia no la tuvo ante Gerbasi sino cuando le entregó el trabajo a su jefa. Esperaba alguna recriminación, alguna crítica acerba, pero al contrario recibió un espaldarazo de la periodista, gesto que, viniendo de ella, no era de adulancia. Blanca Elena Pantin, periodista y editora, reconoce a Miyó como una maestra en el oficio del periodismo. En una ocasión a la salida de un taller dictado en El Diario de Caracas, Pantin maravillada por los comentarios se le acercó para, con mucha osadía e inocencia, pedirle las notas de la charla. Miyó la miró fijamente y sin dejar de mirarla le dijo: Un periodista nunca le pide sus apuntes a otro. No hubo mejor lección. 150
151 Órdenes al corazón La misma Pantin, por iniciativa de La Negra Maggi, se lanzaría a la aventura editorial, publicando los relatos de Miyó como primer título. Órdenes al corazón, obra a ratos biográfica, a ratos anecdótica, pero a claras luces, portadora y reveladora de las angustias, miedos, odios e inconformidades de la poeta. El relato homónimo que da nombre al compilado empieza: Cuando leí lo de la muerte súbita: Un deprimido que envía órdenes a su corazón para que se detenga, sentí pánico. Comencé a escuchar el esfuerzo desmesurado de mi corazón, tucún, tucún, desde hace cincuenta años. Dios, cómo debe estar de cansado. De aburrido. Órdenes y contraórdenes. Vestrini ya había pasado la barrera de las cinco décadas. Trabajaba freelance en El Diario de Caracas y en La Revista de Caracas, publicación en la que tenía un espacio dedicado a las vicisitudes de pareja y que los lectores asumieron como consultorio sentimental. Muchos sonreían cuando descubrían a esa Miyó que proclamaba y apostaba por el entendimiento amoroso. A pesar de las decenas de cartas que recibía semanalmente, unas de agradecimiento, otras pidiéndole algún consejo, el oficio ya estaba siendo una carga desagradable. Los amigos conocían, de propia voz de la periodista, su hartazgo del trabajo y del día a día, sin embargo, jamás dejó de publicar líneas críticamente pensadas y escritas en la más pulcra prosa. La poesía quedaba para los poemas. Vestrini nunca fue mujer de adjetivos, presentaba a los entrevistados y daba todas las señas que podrían conducir al lector a descifrar la personalidad del personaje. 151
152 Pero descifrar la personalidad de Vestrini nunca fue cosa fácil. Ni La Negra Maggi adivinó la noche del 28 de noviembre de 1991 que Miyó cumpliría la profecía tantas veces anunciada y fallida en siete intentos: tener una muerte simple y limpia como un trago de anís caliente. En la tarde habían bebido juntas, Miyó no se había puesto dramática ni evidenciado algo que hiciera percibir que se despedía del mundo. Como testigos de su partida quedarían un elepé de Rocío Dúrcal sonando de fondo y una estampa de San Judas Tadeo flotando en las aguas de la bañera donde Miyó Vestrini se acostó a esperar los efectos de una sobredosis de Ribotril Y también a esperar la muerte, ésa que Pavese había escrito que vendría un día y tendría tus ojos. El domingo 15 de diciembre, en el espacio donde solían aparecer las historias de pareja de Vestrini, los lectores no se encontraron con un novio celoso o una mujer obsesiva. Encontraron el párrafo de un cuento que, en teoría, sería publicado en la sección El cuento del lunes de El Diario de Caracas: La vida es un asunto de pequeños y grandes abandonos. De pérdidas recuperables o no. En su brevedad fue calculada para que las personas se amaran y se abandonaran. Un ciclo perfecto de dolor: tal es la única y verdadera razón de la vida. Pero lo último que escribió la poeta fue una nota que rezaba: Señor, ahora ya no molestaré más, los dejaré ser felices. Ni la devoción religiosa logró apartar a Vestrini de la senda suicida por la que se conducía. Se quedó, como uno de los personajes de sus relatos, en el camino, a medias, sin respaldo de nadie. Demasiado arrecha. 152
153 CAPÍTULO VI: Me doy tan poca esperanza para otro porvenir Aun en medio de las más terribles tormentas siempre he optado por defender la dignidad de la poesía Volverla a sus orígenes A su deslumbrante cuchilla de muchos filos Víctor Valera Mora Amanecí de bala Tú eres capaz de publicarme un cuento? Cómo no. Pero te puede traer problemas. Tú eres el Premio Nacional de Literatura. Bueno, tú sabes cómo haces tu Papel Literario. Así recuerda Luis Alberto Crespo, quien desde el año 1974 era director del suplemento Papel Literario de El Nacional, la conversación que tuvo con Salvador Garmendia cuando éste le propuso que publicara el relato El inquieto anacobero. Mejor que no, dice Crespo, risueño. Tras el diálogo que se dio entre los dos hombres de letras en el Chicken Bar, Crespo decidió que el cuento saldría los primeros días de 1976 y no fue poca la polémica que vino detrás. Reclamos públicos, demandas, un juicio y un acto de desagravio en defensa de quien, en febrero de 1973, había recibido el Premio Nacional de Literatura. Hubo de todo. Quedó demostrada la tendencia vanguardista de un grupo de escritores e intelectuales y la pacatería de otra parte de la sociedad venezolana. 153
154 Cartas de sociedades de padres y representantes, de militares, del Bloque de Prensa Venezolano, de los anunciantes del periódico. Comenzaron a llegar los reclamos y en todos se hacía entender que había un conato de boicot porque Papel Literario había publicado un cuento que incitaba a la juventud al libertinaje, que utilizaba palabras inapropiadas y donde se hablaba de sexo y prostitución, recuerda Crespo. Después de esto, se hacía muy difícil encontrar el Papel Literario del domingo 11 de enero de 1976. Todos querían leer el cuento que estaba dando de qué hablar. El juicio contra El Nacional y la revista Resumen, que también reprodujo el relato el 25 de ese mes, vino después. Y el show pasó al tribunal, por el cual también pasaron muchos personajes reconocidos de las letras y la intelectualidad venezolana para aquel entonces. Las declaraciones que daban eran lecciones de cultura, enfatiza Crespo, quien cree que más que una investigación judicial, el proceso contra Garmendia y El Nacional fue una extraordinaria pieza literaria. Pieza que fue escrita por personajes como el filólogo Ángel Rosenblat, el periodista Jorge Olavarría, o el médico y escritor Isaac J. Pardo. Esa palabra no se dice! se tituló la obra que posteriormente publicaría Pardo con parte de las declaraciones que él mismo rindió, el 10 de marzo de 1976, ante el tribunal por el caso de El inquieto anacobero. En su intervención, Pardo se centró en las palabras que habían desatado la polémica: coño, vaina, carajo, culo, singándose, burdel, cojonuda, peló bolas, carajita y arrecho; pues, tal como lo señaló en su mencionada obra sobre el caso: Si no se hubiese tratado de esas palabras sino de sinónimos, eufemismos o circunloquios que expresasen 154
155 exactamente lo mismo ( ) no hubiese habido asidero para intentar un proceso judicial. Proceso que, finalmente, se resolvió a favor del escritor y los medios que publicaron su escrito, el cual fue encontrado por la ley como un texto que no ultrajaba el pudor, la moral ni las buenas costumbres de la sociedad. Por qué El inquieto anacobero? Aunque directamente no tenía nada que ver con la vida del cantante puertorriqueño Daniel Santos, conocido como El inquieto anacobero, el cuento de Garmendia sí se encontraba inspirado en el músico. Daniel Santos es un personaje concreto, pero sobre todo un mito. No sé quién es Daniel Santos personalmente, no lo conozco. Pero su mito permite ejemplificar toda una época y es ese mito, no el presunto Daniel Santos de carne y hueso, quien aparece en El inquieto anacobero, explicó Garmendia al escritor y periodista Tomás Eloy Martínez en una entrevista que saliera publicada en el Papel Literario del 18 de enero de 1976. El relato, que parte de la conversación que sostiene un grupo de hombres en el entierro de un amigo, fue inspirado por las anécdotas que escuchó contar a dos hombres que habían conocido a Santos en sus viajes a Venezuela. Mientras compartían un baño turco con Garnendia, los hombres hablaban de las andanzas del cantante por bares y cafés venezolanos y escuchar tales historias llevó al escritor a crear El inquieto anacobero. Porque con los cuentos que oyó, logró comprobar que era cierto lo de inquieto y también lo de anacobero que, en idioma ñáñigo (propio de una sociedad secreta de negros en Cuba), significa 155
156 diablillo. Así nació una obra breve que refleja el hablar cotidiano del nacional, pero que no por ello carece de poesía. La poesía está allí, por supuesto: vive en el fracaso que asfixia a los personajes, en la evocación melancólica de un pasado que se les deshizo en las manos (un pasado que era ilusorio, apenas la pura sombra de una ficción), en la quiebra de esos seres que reviven los tiempos idos junto al cadáver de un amigo, explicaba, en la misma entrevista, Garmendia a Martínez, quien por aquella época era asistente de Crespo en el Papel Literario. La respuesta republicana Manuel Quintana Castillo, Rubén Osorio Canales y Orlando Araujo, entre otros amigos y compañeros, fueron los oradores de orden en el acto de desagravio que se organizó por los predios de la República del Este, para salir en defensa de Garmendia tras la publicación de su polémico cuento. La galería Durbán donde luego González León también escribiría su obra Damas sirvió de escenario para un evento que tenía como propósito tomar posición y luego tomarnos unos tragos también, según cuenta Osorio Canales. Los amigos de los bares se convirtieron en los defensores de Garmendia fuera del tribunal y el lugar donde en ocasiones organizaban exposiciones, lecturas y bautizos de libros parecía idóneo para el acto. La Negra Maggi recuerda el desagravio a Salvador como un gran evento que cubrió la prensa y al que la asistencia fue masiva, aunque también señala que, probablemente, de no haber existido la República del Este, los mismos 156
157 intelectuales, la misma gente, hubiera hecho el mismo acto para Salvador, porque eran sus mismos compañeros de bohemia, sus mismos compañeros literarios ( ) Si no hubiera existido la República, de todas formas hubieran hecho un acto igualito y hubiera hablado más o menos la misma gente, explica Maggi. Más allá de la opinión de Maggi, lo cierto es que el grupo existía y para la época en que ocurrió el episodio de El inquieto anacobero estaba más activo que nunca. Por esos años setenta las reuniones de los republicanos eran diarias y sus apariciones en las páginas de Sociales y Cultura eran bastante frecuentes. Si de pronto la sociedad corrompió el lenguaje de los ángeles, si de pronto se dejó llevar por las tentaciones de los corroídos y dejó de ser lo que debió ser, al escritor no le quedará más camino que tomar ese lenguaje y ese hombre, y usarlo para la construcción de su verdad y su belleza. A quien se ha lesionado es al escritor, al artista, al creador. Y con él a la libertad de expresión. Salvador, en nombre de todos los mudos del mundo sigue hablando. Estas y otras frases fueron pronunciadas por los republicanos en los discursos en defensa de Garmendia que se dejaron oír en la galería. El acto de desagravio fue la respuesta del grupo de contertulios ante una polémica nacional que les tocaba muy de cerca. Mientras que la problemática cultural en Venezuela tenía para otros como principal manifestación a la mismísima República del Este. En marzo de 1976 se puso en circulación una especie de panfleto titulado: La República del Este. Nido de ratas. En el mismo se reproducía la columna Polígono del día 3 de marzo de 1976, que firmaba 157
158 Álvaro Carrera en el diario cumanés Provincia y que, en esa ocasión, se titulaba: El inquieto anacobero, una pelea de perros. Viendo la lista interminable de defensores del agredido Garmendia, los gritos clamando por la libertad de expresión, la histeria colectiva de la intelectualidad venezolana que siente vulnerados sus derechos y las publicitadas opiniones de consagrados que exigen el respeto a la libertad de expresión, los homenajes de desagravio al autor del cuento por la ofensa que le han hecho al acusarlo de pornógrafo, etc. etc.; a todas estas busco en la montaña de recortes sobre el caso alguna nota, alguna frase de esos paladines de la libertad de expresión, que se refiera o que tome posición frente a los verdaderos atentados que contra la libertad de expresión se han cometido en los últimos meses. Pero de eso nada, escribía Carrera en su columna, para luego listar una serie de decomisos e incautaciones que el Gobierno había autorizado en contra de algunas publicaciones de corte izquierdista como Al Margen y Qué Hacer. Ante todo esto qué dicen los señores intelectuales de la elite aglutinada en la República del Este sobre estas agresiones contra la más elemental libertad de expresión? Nada, no dicen nada, y es lógico, a ellos lo que les importa es que los dejen decir sus groserías en paz, lo que pase más allá de sus áreas mágicas no es asunto de su incumbencia, concluía Carrera. El panfleto era rematado por una lista de miembros o allegados a la República del Este, a quienes tildaba de enemigos del pueblo y la Revolución. 158
159 No era la primera vez La censura fue una constante a lo largo de la carrera literaria de Garmendia. Cuando su novela Días de ceniza fue publicada por primera vez no apareció el texto íntegro, sino en una serie que sacó la revista CAL, para aquel entonces dirigida por Guillermo Meneses. La violencia de su lenguaje fue criticada e incluso hubo amenazas de retirar el apoyo económico a la publicación si continuaba la serie. En aquella ocasión, gracias a la determinación de Meneses, la censura no logró su cometido. Algo muy diferente ocurrió cuando, en 1973, su obra Los pies de barro no logró circular en una España que aún se encontraba bajo el mando de la dictadura franquista. Incluso después de haber fallecido la polémica continuó persiguiendo a la obra de Garmendia. La escritora y crítica literaria Silda Cordoliani explica que la primera opción de portada para la obra Entre tías y putas, publicación póstuma del trabajo de Garmendia, era una muñeca del pintor Armando Reverón. Cordoliani había escogido el cuadro a ser reproducido en la portada, pues fue la editora de la obra que se publicó en julio de 2008, pero el permiso le fue negado sólo porque el título era muy procaz. Cordoliani había sido transcriptora de los cuentos de Salvador desde que su compañera de estudios y hermana de la esposa del escritor, María Elena Maggi, se lo propuso. No está segura de haber transcrito El inquieto anacobero, pero recuerda los borradores como mapas llenos de tachaduras que, en un primer vistazo, eran indescifrables. Cordoliani también recuerda a Garmendia como un gran conversador. Incluso después de la operación que le hicieron en las cuerdas vocales, a raíz del 159
160 cáncer de garganta que lo aquejó hasta su muerte en 2001. Pero Garmendia era esencialmente un escritor, que disfrutaba conversando en los bares es otra cosa. Su amor por la literatura lo desarrolló durante los años de adolescencia. Sufrió de tuberculosis entre los doce y los quince años, lo que lo obligó a estar durante todo ese tiempo en cama, inmovilizado. Historias maravillosas como la de La isla misteriosa, de Julio Verne, le permitieron sobrellevar la enfermedad y vincularse para siempre con la literatura. La vinculación con los bares vino después y, aunque asistía para hablar con los amigos y tomarse unos tragos, nunca abandonó su obra, su trabajo. No defendió a la bohemia como si fuera la única religión válida, sino al trabajo que era su forma de realizarse en la vida. Y escribió para radio, para televisión; también cuentos y novelas. Salvador escribía creyendo firmemente que lo único que el escritor hace es esforzarse por recuperar los juegos que perdió en la infancia. El juego, que es también un medio para transformar la realidad, se va desvaneciendo desde la llegada de la razón. Cuando somos niños tenemos el mágico poder de modificar las cosas a través de la palabra, contaba Garmendia a Tomás Eloy Martínez en la mencionada entrevista para Papel Literario. Quizás por ese amor a la infancia, su libro Memorias de Altagracia y toda una obra dedicada al juego con la palabra, las remembranzas y la cotidianeidad. Literatura de la forma Según el crítico literario Ángel Rama en sus Ensayos sobre literatura venezolana, Garmendia era un escritor informalista y el tema profundo de sus 160
161 textos respondía directamente a los postulados del movimiento vanguardista El Techo de la Ballena: La materia vigente en sus estados primigenios, la sustancia elemental con su textura íntima, la descomposición de lo orgánico que mediante un pasaje por lo sórdido y repugnante permite avizorar el principio de sus trasmutaciones formales, escribía Rama. Pero ese informalismo no sólo se reflejaba en el tema profundo, también en la forma que, según el mismo Rama, era en apariencia informe, con bruscos centros de luz y color, valiéndose de una construcción barroca a la que quedaban condicionados los personajes y las escenas. Si bien Rama identifica plenamente a Garmendia con El Techo de la Ballena, grupo al que perteneció el escritor venezolano, también deslinda categóricamente a esta agrupación de los materiales que comienzan a publicarse tras la pacificación: Estos tendrán un carácter testimonial e incluso histórico, recontando las peripecias de la lucha armada o construyendo, a partir de datos reales, estructuras narrativas que las interpretan y explican, situándose siempre en las proximidades de una literatura-testimonio o una literatura-documento ( ) En cambio, la producción literaria del período insurreccional, que en forma central ocupa El Techo de la Ballena, aunque admite otras contribuciones, nunca es testimonial y siempre es combativa, prefiere la poesía o el texto breve en prosa, el manifiesto o el artículo de circunstancias, unifica las letras y las artes y no se plantea la exigencia historicista ni la permanencia de las creaciones, sino su efectividad del momento, su capacidad de agredir y de soliviantar la estructura cultural vigente. 161
162 Adriano González León, Miguel Otero Silva y Garmendia, considerados los mayores narradores del país por Rama, se salvaron de caer en la categoría de narrativa-testimonio que el crítico señala como posterior a 1968 y que se caracteriza por un retroceso en las formas artísticas y un manejo algo simple de los recursos literarios. Esta visión es compartida por otros estudiosos de las letras venezolanas. El profesor e investigador Carlos Sandoval explica que toda la literatura de los años sesenta era una literatura que tenía como función discutir los problemas atinentes a la sociedad, el sistema político, las guerrillas. Es el caso de la narrativa, aunque también sucede en la poesía y el ensayo. En la década del sesenta la literatura venezolana y el país eran totalmente distintos a lo que fue en los setenta. Especialmente por razones políticas y económicas. Así como cambió el país, lo suficiente como para que tuviera cabida en él un grupo bohemio tan variopinto como la República del Este, también cambió la literatura producto de ese mismo cambio social. Mientras que la escritura y la creación de los años sesenta se centraron en la temática, sin tomar mucho en cuenta los recursos usados para contar la historia, en los setenta ocurre lo contrario y los recursos estilísticos, a veces complejos y sin sentido, siempre están a la mano del escritor. En el setenta lo que ocurrió, y la República del Este puede ser un resultado natural de este proceso, es que los escritores no tenían mucho qué discutir desde el punto de vista de la función social de la literatura. De allí que la narrativa de los años setenta es totalmente distinta a la del sesenta, así haya sido 162
163 hecha por los mismos autores. En primer lugar, la narrativa de los sesenta era muy anecdótica. Lo que se contaba era lo importante. No había muchos experimentos con la forma y el lenguaje, el caso de País Portátil es la excepción emblemática, pero no era lo normal. En el setenta va a ser al revés. La anécdota y la historia ya no importan mucho y lo que los escritores proponen es un ejercicio lúdico con el lenguaje y con las estructuras, de allí que mucha de esa narrativa hoy en día no se lea mucho, porque realmente era como una especie de onanismo narrativo de los autores, explica Sandoval. El inquieto anacobero deja claro ese juego, ese culto estético, pues allí lo importante no es el tema, sino retratar la forma de hablar del venezolano, la temática que invade las conversaciones del día a día, en situaciones que, por comunes, pueden llegar a resultar burdas. Ya Adriano González León se había adelantado al cambio literario que vendría en los setenta y en País Portátil plasmó por primera vez el hablar del andino, innovando en la estructura, pero con un tema más propio de los años en que escribió su obra, como lo es el de la lucha armada. Según el lingüista Manuel Bermúdez, también Caupolicán Ovalles hacía uso en sus obras de una sintaxis gramática accidentada, pero hecha a propósito para llamar la atención. Y así, muchos otros autores de la época. Esa transformación que durante los años setenta experimentaron la literatura y las artes, ese darle la espalda al país, a los temas sociales, dio pie a una especie de ludismo. Ludismo que se podía comprar en librerías para leer en casa, o experimentar en alguna barra de Sabana Grande al escuchar los discursos o presenciar las elecciones de los republicanos. También en Miraflores, donde se 163
164 jugaba a comprar barcos con sobreprecio para regalarlos a países sin salida al mar, se podía observar el carácter lúdico que caracterizó aquella época. Otra característica de la literatura de los años de bonanza petrolera fue el desarrollo de los formatos narrativos breves. La investigadora literaria María Eugenia Martínez Padrón, expone en su ensayo La narrativa venezolana actual: un sistema periférico?, que dichos formatos eran producto de los recién creados talleres literarios bajo la imposición del experimentalismo lingüístico y psicológico, y que se dictaban en instituciones como el Celarg y el Conac, que garantizaban bolsas de trabajo, becas, ediciones de obras primigenias, financiamiento de revistas y premios. Sin embargo, según explica Martínez, esas iniciativas no lograron que la creación nacional trascendiera las fronteras del país ni captar nuevos lectores, pues estos rechazaban los experimentos lingüísticos y semánticos de esta narrativa individualista y autorreferencial, como la catalogara Victoria Jaffé en su obra El relato imposible. No era un grupo literario Si hay algo que la República del Este no fue, eso sería un grupo literario. Si bien tuvieron una revista, no se pueden comparar sus contenidos con los de publicaciones como las de Sardio, Tabla Redonda o El Techo de la Ballena. Ahí no había postulados que defender. Sus miembros conformaban una masa informe, un conglomerado de personas muy disímiles entre sí. Algo bastante parecido a una verdadera república, con ciudadanos de todas las clases sociales, aunque quienes más disfrutaban de los derechos civiles (y de los tragos) eran aquellos que 164
165 lograban obtener algún beneficio del auge económico que vivió el país en los setenta. Oscar Sambrano Urdaneta explica que la República del Este no era un grupo formal, sino una peña, pues, según él, la función de los grupos casi siempre corresponde a jóvenes poetas que se inician y se reúnen para apoyarse los unos a los otros, para no estar solos. Por lo común tienen una posición estética y una posición poética, una forma de entender el verso o la narrativa, tienen una propuesta que comparten e, incluso, hacen siempre un manifiesto, en el que indican en qué creen y qué harán. Eso no ocurrió en la República del Este, ellos no pueden equipararse con Viernes o Contrapunto. La agrupación se parecía mucho más a una peña, a un grupo de amigos que se reunían para hablar. Y hablaban de literatura, pero también de política, de música o de cualquier otra cosa. Por ello, la importancia de la República del Este no está en sus aportes a la literatura, sino en que era un conglomerado de gente representativa dentro de la sociedad venezolana, que decidió asumir una actitud lúdica ante el panorama que ofrecía la Venezuela de los años setenta. El país cambió tanto que la República del Este era una muestra de que, por ese cambio, los grupos literarios ya no tenían la necesidad de hacer una propuesta estética o de modificar la literatura sino que decían: bueno, vamos a vivir también un poco de la bonanza que estamos recibiendo, reflexiona Sandoval. Quien también señala que todos los integrantes de la peña eran representativos dentro de la cultura venezolana y que su obra debe ser revisada por quienes estudien la literatura de la época: Esto quiere decir que la 165
166 importancia de la República del Este tiene que ver con los autores que estaban allí y con su reconocimiento social. Estos autores ya tenían una obra importante que sostenía su actitud lúdica. Era como una actitud dadaísta, para parangonarlo con la literatura. Podría ser visto como una imagen del país, desde el punto de vista lúdico, pero no se puede estudiar como un grupo literario, sería un error, explica el investigador. El que se quedó fuera del boom El libro del escritor chileno José Donoso, Historia personal del boom, menciona a Adriano González León como a un destacado escritor en tiempos del boom de la literatura latinoamericana, pero no lo incluye en el retrato de grupo del que sí forman parte Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar o el mismo Donoso. Un cambio estilístico bastante innovador y el desarrollo del realismo mágico caracterizaron a este grupo de escritores que, además, logró reactivar la actividad editorial en Latinoamérica durante los años setenta. Ningún venezolano alcanzó a colarse en la foto de grupo. González León casi lo logra, después de su premio Seix Barral en 1968, por País Portátil, pero prefirió las barras, las servilletas y la oralidad antes que el carrete de la máquina de escribir. Por aquellos años de la República del Este, González León inventó la literatura oral, movimiento que tuvo algunos secuaces dentro de los bares, pero que para nada era lo que se esperaba de un escritor internacionalmente laureado como él. Desde risas hasta críticas duras trajo la creación del Príncipe de las 166
167 Letras, quien en una entrevista publicada en El Nacional del 5 de junio de 1985 confesaba a la periodista Elizabeth Araujo que se había vuelto un escritor oral, aunque nunca había dejado de escribir: No publicar no significa que no escriba, aclaraba el escritor. Y la literatura oral se convirtió en otro flanco por el cual se podía atacar al grupo de contertulios. Se les acusó de no querer producir. De entregarse a la caña y no a las letras, como les correspondía. Hasta un intelectual de la talla de Arturo Uslar Pietri los criticó en una entrevista que le hiciera Domingo Miliani en el Papel Literario del 16 de mayo de 1976: Habría que hacer un gran esfuerzo para rescatar a los escritores, particularmente a los escritores jóvenes, de esa máquina de destrucción que es la taberna, considerada por Uslar Pietri como una de las amenazas más grandes a la literatura. Aunque gran parte de todo el ataque contra los republicanos estaba realmente dirigido a González León. Era de él de quien se esperaba otra gran novela. También era él quien andaba predicando a favor de la literatura oral. Y, aunque seguía publicando constantemente artículos de prensa y escribiendo poemas en servilletas, eso no era considerado suficiente para quien pudo haberse colocado, en el panorama internacional, al lado de figuras como García Márquez o Vargas Llosa. El llamado boom latinoamericano trajo otras consecuencias para la literatura nacional, pero no encontró un representante en tierras venezolanas. Según Sandoval, el fenómeno influyó positivamente en lectores y escritores, pues se promovió el uso de nuevas estructuras narrativas, la incorporación del habla 167
168 coloquial en los textos y la temática política más allá del testimonio o el panfleto. La década del setenta se ha dicho que es experimentalista por razones socioeconómicas, pero también porque hay una mayor conciencia desde el punto de vista del ejercicio narrativo. Los autores venezolanos ya sabían de los escritores del boom y ese modo de componer ayudó a que comenzara a haber mayor conciencia a la hora de escribir y se asumiera que una novela política, por ejemplo, no tenía porqué estar mal hecha. Vargas Llosa lo había comprobado, explica Sandoval, para quien la conciencia en la estructura y el lenguaje fue un aporte del boom. La confluencia de El Chino Entre experimentalista y panfletaria se encuentra la obra de Víctor El Chino Valera Mora. Izquierdista convicto y confeso, comenzó a militar en la Juventud Comunista, casi sin querer queriendo, mientras leía junto a su compañero de liceo, el también poeta Ángel Eduardo Acevedo, la biografía de Marx en algún cuarto oscuro por San Juan de los Morros. Los temas de sus poemas siempre tenían que ver con la política o el erotismo. Aunque, esencialmente, con la política. Sus líricas no eran acartonadas. Tampoco él, hombre atlético y fuerte, que llamaba panfletos a sus poemas. Fue panfletario e hizo de su militancia, poesía, pero poesía testimonial, burlona y directa. De la que no se queda sólo en el panfleto. Como la literatura venezolana de los años sesenta dio el paso de la militancia a la estructuración, de la crítica política al mejoramiento estético; 168
169 también la literatura de Valera Mora evolucionó. Así lo hizo saber su amigo Acevedo en una entrevista que le concediera a Sara Maneiro, para un homenaje a El Chino en el Papel Literario del 8 de diciembre de 2001: Se fue haciendo más escritor, más poeta y hace una transición. Entre lo panfletario del primer libro, se ve un cambio muy sensible en donde adquiere más dominio del lenguaje, más intensidad poética y lírica, a diferencia del panfleto tosco anterior. El también poeta José Pepe Barroeta, señalaba en el mismo homenaje de Papel Literario que los alcances literarios de su obra habían influido en las generaciones venideras y en lo que luego se conocería como poesía de la calle o conversacional: El Chino toma estos elementos de lo diario y los asume y traduce en sus panfletos, que tienen como hecho establecer un deslinde, un resquebrajamiento. También hay en él una idea de asumir el mundo de la ciudad, de asumir elementos muy del orden de lo moderno de la poesía, como en un poema de Amanecí de bala (poema Tres de Ve y atrapa una estrella volante ): Mi corazón desbordado de perfiles de hierro/ y gruesa soldadura/ desbordado de láminas de hierro/ y tus ojos naranja tango y beig opalino/ previamente condicionados/ y limpios y libres de polvo y residuos de pintura, y uno se da cuenta que todo el poema es un juego que el poeta hace con los catálogos de pintura de una ferretería, comentaba Barroeta. Precisamente en el poemario Amanecí de bala, señala Manuel Bermúdez que confluyen las dos temáticas predilectas de Valera Mora: Amanecí de bala es uno de sus libros más interesantes porque ahí se mezclan dos estilos de poesía: la contestataria, de pegar duro con la palabra, y la amorosa. 169
170 En una conversación con Miyó Vestrini, Valera Mora le explicaba que desde su infancia lo perseguía la imagen de un río, de un río que él quería que fuera de todos y se preguntaba: Por qué todo no puede ser de todos?. La periodista y poeta, quien además era su amiga, hacía mención a la utopía. Él lo aceptaba, pero insistía en que debía decir lo que sentía. Murió joven, uno de los últimos días de abril de 1984. Ya no pudo compartir más tragos con los compañeros de barra de una república que fue su patria a medias, porque algunos lo ubican dentro de ella y otros al margen. Su carisma y calidad humana lo hacían ser bien recibido en cualquier bar, pero su posición política más a la izquierda que todos los demás, según cuenta Carlos Noguera nunca le permitió transar con nadie. Mientras que la República del Este se incorporaba a la dinámica bipartidista, El Chino optó por no adular ni a verdes ni a blancos. Su permanencia en los bares no incluía pacto alguno. Seguía en ellos para compartir conversaciones de poeta sensible con los amigos o debates en los que quedaba en evidencia su carácter recalcitrante, cuando defendía a capa y espada su posición política. Todos creerían que se quedó por siempre pensando en compartir el río. Mientras tanto, su poesía corrió por dos afluentes principales que confluyeron finalmente en él: en El Chino, porque como sus amigos decían y aún dicen, Valera Mora era su poesía. Una poesía sin corbata, sin tintes medios, con esperanzas aunque sin ellas. 170
171 CAPÍTULO VII: He tenido dos victorias importantes mi vida y mi muerte La hora se detuvo antes del instante esperado Allí quedaremos como una estrella dentro del vacío Adriano González León Cosas sueltas y secretas Libros. Libros. Muchos libros. Paredes que no se ven, pero que se sabe que existen detrás de los libros. También hay cuadros. Y madera oscura. Y alfombras peludas que han bebido demasiado vino. Oscuridad. Y un haz de luz que entra por la ventana. Se ve el patio que está cerca, pero lejos a la vez. Los autores de los libros, casi todos, murieron hace demasiado tiempo. Nadie puede hablar con ellos. Entra un olor a perros que no han sido bañados en mucho tiempo. Lo disimula el aroma de las plantas del jardín. El día está despejado. Así se ve a través de la ventana. Una ventana que está cerca, al lado de su cama, pero lejos. Por ella se pierde la vista del escritor. Se ve algo del Ávila, también inalcanzable. En la quinta Los Milagros de la Alta Florida, ubicada a la sombra de frondosos árboles, en una calle poco transitada, los muebles guardan recuerdos. También las paredes y los pisos. Muchos recuerdos. El silencio del recuerdo sólo puede ser cubierto por la música, por el tecleo en una máquina de escribir que también pertenece al ayer, o por las turbulencias de viejos amores. Hay fotos. Silencio. Libros. Cuadros. Algunos pájaros en el jardín, cuyo canto compite con la 171
172 música. Melodías suaves, quizás Edith Piaf o Demis Roussos. El televisor pasa demasiado tiempo encendido. Está caliente. Pero pocas veces emite sonidos. Las figuras que se mueven dentro del mago de la cara de vidrio, como diría el escritor Eduardo Liendo, son, también, una compañía. No es que no vayan amigos a la casa. Van muchos, pero no todos. La familia está en las fotos. Y la cama, que no está en un cuarto, sino en la sala, hace mucho ya que es individual. Siempre está desecha. Nunca tendida. Y un tobo, a su lado, no emite olor a Mistolín, sino a orines. El cierre de su pantalón está abierto. Siempre. Tiene las barbas largas y greñudas. Blancas, muy blancas. En su rostro están las aventuras vividas. Los tragos, siempre los tragos. Tampoco falta el vaso de Cheez Whiz lleno de vino. El vino, siempre el vino. A veces también hay queso, pero nunca falta el vino. Por eso, tantos corchos. Corchos por doquier. Corcho se llamaba el personaje de su novela Piedra de Mar. Un clásico de la literatura juvenil, según muchos. Aunque no necesariamente juvenil, para otros tantos. Francisco Pancho Massiani solía deambular noche y día por los bares. Dicen que no era de ningún grupo. A veces él dice que fue republicano. Todos conocen un cuento suyo. De cuando estaba cayéndose a palos por aquí o de cuando estaba conquistando a una mujer por allá. Mujeres. También hubo bastantes. Todavía las hay, según él. Pero a quienes él llama sus novias suelen tener otros novios o, al menos, otros intereses. Tú no vas a volver a venir, verdad?, suele decir a sus visitantes. Quiere que vuelvan, que le hagan compañía. 172
173 Paredes blancas De una casa con patio, flores, muebles, perros y recuerdos; a un apartamento con ventanas cerradas, paredes blancas y espacio vacío. De la Alta Florida al último apartamento del pasillo en algún edificio sesentoso ubicado al pie de una colina, en Bello Monte. De un solitario a otro. Del vino a la cerveza. De Francisco Massiani a Luis Camilo Guevara. En el amplio apartamento de Guevara entra la luz pero no el aire. No hay cortinas, ni persianas. Tampoco nada que se les parezca. El sol de media mañana pasa a través de los vidrios, que permanecen cerrados. En las paredes no hay nada. Salvo un calendario. Debe ser del Ministerio de Cultura. Para cada mes, un cuadro. Alguno fue pintado por amigos de otra época, como Manuel Quintana Castillo. Otro de los sobrevivientes. Todos han muerto. Es muy fuerte, recuerda el poeta de ojos claros y tristes. Hay libros. Pero no tantos. No están ordenados. Luis Camilo se acaba de mudar. Se ha mudado demasiado, según dicen. Su teléfono no es fácil de encontrar. Él mismo no sabe muy bien cómo funciona, ni cómo hacer para llamar a un celular. Las pocas veces que suena, el aparato gris, de esos que venían con disco y que no se venden desde hace mucho tiempo, emite un ring, ring, que debe perderse entre las torrecillas de libros con las que comparte sitial de honor. De honor, porque está sobre una de las dos mesas que hay en el apartamento. Lo demás, por ahora, ha quedado para el piso. Aunque ese demás no agrupa demasiadas cosas. 173
174 Periódicos aglutinados en las escaleras que bajan de una primera sala vacía al otro recibo (el de las dos mesas). Una cocina falta de uso. También carece de enseres, de comida, de cocinero. Cuadros de verdad, no hay. Y, si los va a haber, aún no han llegado. Se acerca la hora del mediodía. Las ventanas siguen cerradas. No corre el aire. Los libros amenazan con caer si el poeta insiste en buscar algún título que, quizás, tampoco está allí. No hay cajas de mudanza. Sólo libros. Y espacio. Sobra espacio. Falta aire. Sobra calor. Falta calidez. Hace mucho que Luis Camilo decidió ser un hombre triste. Los ojos del poeta están vidriosos. Puede ser por las cervezas que ha bebido y que, quizás, no le dejan percibir el sopor de mediodía. También puede que sea por el llanto. El llanto del poeta solo, el llanto del poeta que traduce a palabras parte de lo que siente. Un llanto que las paredes de la casa de Luis Camilo Guevara pueden oír perfectamente, porque la desnudez del espacio hace rebotar los sonidos, los lamentos, los murmullos. La vida es eso. Eso que nosotros conocemos. Pero de pronto como que tiene algo que es superior a eso. A lo que nosotros vemos y conversamos. La vida se convierte también en un pedazo de muerte que cargamos encima. No me juzgues por lo que te digo, pero para repostar en la vida lo único que nos queda es la muerte, grita el poeta en baja voz. Ésta y otras reflexiones rebotan incesantemente en las blancas paredes. Van y vienen. Atormentan. 174
175 La soledad de ayer Por la época de las correrías republicanas Pancho y Luis Camilo pasaban más tiempo en los bares que en sus casas. Para ellos, los amigos eran importantes, al igual que el alcohol. En los bares encontraban ambas cosas. Las prioridades de los poetas no cambiaron demasiado con el pasar de los años. Pancho no se ha mudado. Luis Camilo nunca ha vivido demasiado en un solo lugar. Y ambos siguen predicando la importancia de la compañía de los colegas, no sólo ahora, cuando están más solos, sino sobre todo antes, en los tiempos mozos. A buscar compañía. A eso iban a los bares republicanos. Por eso se creó la República del Este. Y los mismos intelectuales filosofaban sobre el porqué de ese vínculo emocional que atraía a muchos hacia las reuniones. Recuerda Araceli Gil, que alguna noche en el restaurante Camilo comenzaron a preguntarse, apostados a la barra, por qué gente como Héctor Myerston, quien estaba siempre solo, asistía a los bares; pasaba lo mismo con personas de más edad, como Eduardo Machado, quien era parlamentario y disfrutaba de su soledad rodeada de bullicio. Mary Ferrero me decía que ella creía que ahí se unían soledades. Iban a los bares y sus soledades se alimentaban. Era una cuestión de afecto y pertenencia, explica Gil. Y los afectos, en muchos casos, se han mantenido; aunque algunos republicanos nunca lograron vencer esa soledad. Una soledad que se acentúa con las muertes de los compañeros, con la lejanía de los familiares, con la vejez. Una vejez triste, melancólica, de constantes evocaciones. Invadida por los recuerdos 175
176 del ayer, por las peleas de tragos, por una solidaridad de barra que se ahogó en alcohol. La carencia, el vacío Desde su amplio hogar, acompañado por su esposa Belén, Rodolfo Izaguirre recuerda que durante los años setenta sólo fue en un par de ocasiones a visitar los bares que frecuentaban sus amigos bohemios. Yo tenía a mi familia y encontré en ellos y en mi trabajo una plenitud que me llenaba. Mientras que casi todos los republicanos tenían dilemas individuales. Intuyo que en la mayoría de ellos había un vacío, una carencia. Algo se fracturó en ellos. Izaguirre había compartido con sus amigos intelectuales la bohemia anterior al Triángulo de las Bermudas, pero luego la abandonó. Ya no se sentía bien en el bar. No tenía que acudir a las barras a llenar un vacío que, si bien percibía en muchos republicanos, él mismo no experimentaba. Precisamente para superar la soledad que le dejó el divorcio, Arlette Machado hizo su aparición por los bares del este. Aunque no encontró allí lo que iba a buscar. Pues, para ella, la compañía en los bares resultó netamente artificial, superficial. No trascendía, no llenaba. O, por lo menos a ella, no la llenó como persona. Sin embargo, tiene gratos recuerdos de la República del Este y no se arrepiente de las experiencias vividas. De aquellos tiempos de bares, Machado recuerda a Luis Camilo Guevara como a un hombre para nada solitario. Sí era un poco como esa gente melancólica, que se siente siempre como lamentando algo. Para mí, él lamentaba 176
177 el no haberse ganado un premio. Creo que le faltaba seguridad en sí mismo y que estaba un poco frustrado, explica Machado. Pero solitario, según ella, no era. Si antaño organizó grupos de poetas, a quienes ayudaba a desarrollar técnicas de escritura, en los cuales participaron desde El Chino Valera Mora hasta Ángel Eduardo Acevedo, no pareciera que se tratara de un hombre solo y desganado. Sin embargo, en una nota de prensa publicada en El Nacional del 14 de febrero de 1981, Elena Vera recogía algunas palabras de Guevara: Fuera de mis amigos no quiero gloria ni poder, las cuales la autora daba por ciertas y reforzaba al señalar que su soledad, esa que transparenta en sus poemas, necesita de la mano amorosa para acompañarle la vida. Su tristeza se confundía con soledad. Su soledad, aún hoy, se confunde con tristeza. Y así, triste y solo, contento y acompañado, conversó un año atrás con Miyó Vestrini, compañera de barra. Fue la segunda vez que se reunieron para la entrevista, el primer encuentro no fue como lo esperaba el poeta, titubeaba. Quería pensar mejor sus respuestas. Estaba asustado, describió la periodista. Y es que el poeta le tiene miedo a muchas cosas. Casi a todo. Algún trueno terrible resonó en Tucupita, cuando aún era niño, y lo atemorizó definitivamente": Poeta, por qué está tan triste? Uno sabe, poeta, que en un determinado momento uno va a perder el rumbo. Sabes que el momento culminante va a llegar y eso te llena de inmensidad. Es el sentido de la soledad. De pronto, comienzo a hacer una historia de mi mismo y me pregunto: qué es lo que tú crees ser? Acaso algo muy importante? Y esa nostalgia de no ser importante, es justamente lo que me hace triste y alegre. 177
178 Pero la calle no es soledad, es compañía Mira, Miyó, si el concepto que yo tengo de soledad no es el correcto, entonces el otro concepto debe ser la muerte, el suicidio. Pero, cuál es ese concepto tan preciso de soledad que tú tienes? Estar acompañado! Lo importante no es, poeta, estar en aquella orilla: allá se está a salvo. Lo duro es estar en esta. Qué hay en esta orilla que no hay en aquélla? Un poeta nunca se pregunta por qué son las cosas. Lo que te puede decir es que lo importante es lo que la gente escribe de sí misma. Cuando alguien dice sentí miedo, detente allí, poeta! Eso es verdadero. Lo contrario de lo que escribes: tu poesía nada tiene que ver contigo, dices Dejemos eso. Lo único que me interesa es que tú, como buena amiga, me hagas salir en un periódico. Me encanta la fama! Además, cuando lo ven a uno en el periódico, lo recuerdan sus amigos Precisamente porque eran amigos, la entrevista entre Vestrini y Guevara está plagada de revelaciones. Revelaciones que hicieron sentir satisfecho a Luis Camilo, quien más de veinte años después, recuerda los encuentros periodísticos con Miyó como conversaciones bellísimas, cargadas de magia. Y fue en el bautizo de la biografía de Vestrini, el 8 de julio de 2008, en la sede del diario El Nacional, donde también se vio al poeta compartiendo su soledad con los amigos de otras épocas, con esos con los que, a veces, no habla en mucho tiempo porque el ánimo no se lo permite. 178
179 No sólo en bautizos de libros, también en homenajes, velorios o entierros se encuentran los republicanos. Algunos de estos encuentros son intolerables para la sensibilidad de los antiguos contertulios. Aunque la mayoría suele asistir a ellos para compartir viejas historias y anécdotas, a otros les deprime hasta el punto que prefieren no ir. Fue así como Luis García Morales, después de haberse vestido y acicalado para ir al velorio de su amigo Adriano, no fue capaz de salir de su casa. O por lo que algunos republicanos han cortado el contacto con Pancho Massiani, pues les deprime verlo entregado al alcohol, solo y en una casa demasiado grande, de la que sale muy poco. Los cuentos de Pancho Ahora estoy solo. Bueno, solo no. Cómo voy a estar solo? Si escribo, dibujo y tengo música no estoy solo, dice Pancho. Por si acaso, llama a los amigos con bastante frecuencia y les pide que vayan a visitarlo. Con ellos comparte el vino, o, mejor aún, ellos comparten el vino con él. También les escribe poemas en su máquina de escribir Olympia, regalo que le hiciera su padre en 1976. Así les agradece por escuchar sus historias mil y una veces repetidas y por aguantar sus ataques de mal humor. Ataques que, en más de una ocasión, han expulsado de su casa, a gritos, a amigos queridos. Massiani nunca ha dejado de soñar con la felicidad. Nunca ha dejado de disfrutar de las pequeñeces de la vida. Cree en Dios y en la posibilidad de ser feliz junto a los amigos. Antes se trasnochaba más para escribir. Ahora suele hacerlo por las mañanas, cuando su enfermera le acomoda la máquina Olympia en una 179
180 silla al lado de la cama. Una cama de la que no sale con mucha frecuencia, pues sus capacidades motrices no quedaron muy bien luego del accidente automovilístico que sufrió en 1996. Él iba de copiloto y casi pierde la vida. El arma de uno de sus acompañantes, con la que tuvieron que amenazar a un conductor para que se detuviera a auxiliar, le salvó el pellejo. El pellejo, mas no la frente, porque desde aquel episodio, la frente de Pancho luce un chichón hacia adentro, como él mismo dice. Se ríe del episodio del accidente, porque hoy es uno de tantos cuentos que, a veces, no recuerda muy bien. Desde sus aventuras parisinas con la mujer que más ha amado: Clara Lambea, hasta sus encuentros con los cineastas Luis Buñuel u Orson Wells, son algunas de las historias que quienes hayan ido más de una vez para su casa, seguro le han escuchado contar. Sólo recuerdos Así como en la casa de Massiani hay demasiados objetos que evocan cuentos y recuerdos, también hay salones, terrazas o rincones que hacen a muchos republicanos echar atrás la película de sus vidas y recordar los buenos ratos vividos en esos sitios de reunión alternativos a los bares: sus propias casas. En casa del psiquiatra Manuel Matute el salón de antiguas tertulias evidencia el correr de los años. El sitio está en orden, pero ya no espera visitantes. Fotos de los encuentros de ayer adornan las paredes. También hay escritos, de puño y letra, de algún amigo. El único que ronda frecuentemente por el lugar es Mango, el pastor alemán que resguarda la casa del médico y que se empeña en 180
181 echar al suelo las sillas para mordisquearlas. Tiene juguetes, pero prefiere los muebles. Al mismo Matute le da pena verlo solo. Le compró una pelota, pero el can ya le tomó afecto a sus contrincantes de patas de madera, sigue tumbándolas y haciendo desastres por doquier. Es inquieto como el anacobero. Matute descorre una pesada reja azul y da paso a la visita. En el hogar se percibe un olorcillo a esencias quemadas. Quien va por primera vez puede creer que es de algún sahumerio o incienso, pero al poco tiempo, se dará cuenta de que el aroma proviene de otro lado. Junto al médico está siempre una bolsa de Caporal, el preparado de la pipa que cuelga, cada cinco, diez o quince minutos de los marchitos labios del último presidente elegido de la República del Este. Matute se sienta. No pierde el aire de la típica imagen hollywoodense del psiquiatra que psicoanaliza a un paciente. Está en su casa, pero no baja la guardia. Está pendiente de todo. Sus gestos son pausados, sus comentarios bien pensados y precisos. Pocas veces le trastabilla la memoria. Esquiva las preguntas directas. Recapitula la historia, de la República o de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría, desde el inicio de los tiempos. Eso fue en el año 68 da rienda suelta al relato que interrumpe ocasionalmente con un Caramba, cuánto ha pasado de eso! o Caramba, toda esa gente se murió!. Suena el teléfono. Alguien llama para pedirle un nombre, una fecha o algún dato histórico. Matute escucha y con la misma calma que se percibe en la casa responde: Chico, eso fue en el primer gobierno de Caldera. Una aspirada a la pipa y en menos de diez minutos despacha la llamada y los 181
182 datos que le piden. Pareciera que hubiera conseguido la fórmula para hacer la memoria imborrable, aunque reconoce que, de cuando en cuando, tiene sus saltos. Las tropelías y el güisqui le sentaron mejor que a otros. Tiene ochenta años y se desplaza todavía con agilidad, casi con sutileza. Va, busca una revista o un artículo que preparó previamente para la consulta. Guarda todo en orden. La sala y las habitaciones están atiborradas de libros. Tiene una sección especial de la obra del filósofo español Miguel de Unamuno, autor sobre el cual dio varias conferencias. Llega una música del radio que está siempre encendido en la cocina, aunque Matute no repara mucho en ella. Jazz y música académica son los géneros de los discos compactos apilados encima del televisor. Así como de Unamuno tiene su apartado en los libros, George Gershwin prevalece en el área musical. Una melodía o una voz le hacen compañía cuando está en casa. Ya se acostumbró a vivir solo, enviudó hace varios años y los amigos se han ido quedando en el camino. Los recuerda con nostalgia, refiere una anécdota y las circunstancias de la muerte. Señala el sillón verde donde le gustaba sentarse a Adriano, busca una foto. Recuerda la última vez que se vieron. Recuerda la República del Este. Caramba, de eso hace tanto tiempo. Junto con Adriano propuso un resurgir de la República, pero los intentos se quedaron en las ganas. Los tiempos no son los mismos, la ciudad tampoco. Le rehúye a la noche, ya no se puede andar como antes a la buena de Dios. Luis Camilo lo llamó para que fueran al bautizo de la biografía de Miyó. Declinó la invitación, pues ya estaba en casa y una vez ahí, si ha caído la tarde, no sale. Aún se encuentra con republicanos, comparten un almuerzo y se llaman por teléfono, 182
183 pero de aquellas reuniones espléndidas que, en ocasiones, se extendían hasta el amanecer, sólo quedan los recuerdos. El rescoldo de una bohemia que Charles Aznavour en latitudes parisinas cantó alegre, loca y gris de un tiempo ya pasado. Aquí se celebró al ritmo de un bolero de Daniel Santos o de Toña la Negra, pero el tiempo también pasó y con él la juventud y la ilusión de una romántica París tropical. Un fin solitario Viejo no significa enfermo, dicen los manuales optimistas. Pero, qué es entonces este dolorcito en la espalda? Qué pasa que no puedo cruzar y descruzar las piernas? Por qué ya no es tan segura la pisada? Uno se engaña, se da fuerzas, se miente. No pasa nada. Adriano González León ya sentía el peso de los años cuando escribió estas líneas en su última novela Viejo. Obra que refleja y relata las vivencias de un hombre que se acerca a la muerte. Soledad, abandono, tristeza, vejez y más soledad. En casa no se esperan visitas. Los amigos no aparecen, a veces, ni contestan el teléfono. Ni Luis Alberto Crespo ni Luis Camilo Guevara le devolvieron las llamadas hechas en diciembre. El tiempo parece suspendido y los días se hacen eternos. En la prensa se repite lo mismo de hace una década, pero con protagonistas diferentes. La canción alegre de antaño, sólo trae más melancolía. En el bar, tal vez, aparezca algún conocido. Pero hay que andarse con cuidado, el deterioro de las calles, algún descuido al caminar, una alcantarilla sin reja o una hendidura muy pronunciada 183
184 pueden ser fatales. Ya Adriano lo advertía en la misma novela, hay algo en los músculos que no va. Algo que no marcha en los huesos. Algo que no camina en la cabeza. Por Las Mercedes iba, bastón en mano, desde que una caída le resintió una pierna. En tono alegre decía que no podría ser nunca El manco de Lepanto, pero sí El cojo del Alto de Escuque. De la casa al Hereford Grill no hay mucha distancia, pero ahí decidieron no despacharle más tragos. A paso lento se encaminaba al Amazonia Grill con su bolso de Shakespeare terciado al hombro y un periódico en las manos. Los últimos días andaba con un libro del filósofo Juan David García Bacca. Una lujosa y pesada edición que colocaba en la barra donde recordaba aquellos tiempos gloriosos. Veía con dificultad que una asociación como la República del Este pudiera resurgir. De sus miembros muchos han pasado a la república penumbrosa del más allá; otros la vislumbran como destino cercano. Los intentos de resurrección en esa zona no tuvieron trascendencia. Adriano, promotor del resurgimiento, se quedaría ahí, en la barra, a evocar esa buena época; a esperar que un antiguo amigo llegara y compartieran una copa de buen vino; si no llegaba nadie, nuevamente, y en soledad, mascullar en silencio alguna anécdota o lamentar una dolencia. Hace cuarenta años la barra estaba repleta. Ahí siguen los compañeros, pero invisibles a la vista de los extraños. Retumba la voz de Manuel Alfredo o de Caupo, aunque la cantante de turno se empeñe en atormentar los oídos del escritor. Buena voz tenía Edith Piaf, no esa rubia que pasa sin anestesia de una cumbia a una balada. Sin anestesia será también el golpe que Miyó aseste cuando 184
185 le dé uno de sus arranques. La víctima podrá ser Luis Camilo que anda siempre con la mirada perdida. Mejor que no le dé por ahí a Orlando, porque después El Chino amanece de bala y se arma el limpio. Si hay trifulca el primero en irse será El Viejo Baica, quien contaba que se había venido caminando desde Argentina con su paso ligero. Llegará Enver, cámara en mano, a pretender hacer un corto de la situación. Salvador permanecerá impasible en su taburete. La mala vida Seguirá conversando con Pancho que, entre trago y trago, le guiña un ojo a Mary. Ella, tan amable como siempre, sonreirá sin darle importancia. Ludo sacará unos de sus poemas dedicados a la muerte y Elías se acordará que tiene que volver a la funeraria Dónde y cómo estarán los muchachos?. Los años pasaron y con ellos se fueron muchos amigos. Uno a uno hay que tacharlos del listín telefónico y resignarse a que ya no volverán. La barra se va desocupando y sólo se observa la silueta inclinada de un hombre de cabellera cana que continuamente se atusa la nariz. No hay trago del estribo, las copas están vacías y también las almas que presienten el final cerca. 185
186 EPÍLOGO La rendición llega muy pronto por estos lares como contrabando Me dan a beber la copa del vencido y reniego He obtenido dos victorias importantes mi vida y mi muerte Aún así no desfallezco entre esa humareda que se disuelve por los puntos cardinales de mis extremidades Si seré un solitario que lo vaticine el ofendido y no la multitud En este fragmento de Utopía, Luis Camilo Guevara incluye palabras clave. Palabras que resumen el sentir de una generación, de una intelectualidad, de un grupo. Rendición, beber, vencido, muerte, desfallezco, disuelve, solitario La República del Este fue la manifestación de una intelectualidad derrotada, que tras el fin de la lucha guerrillera se rindió, se echó a morir. Los bares, donde se reunían a beber penas, soledades y alcohol fueron el refugio de un grupo que nació vencido. La muerte nunca dejó de estar presente en sus discursos, en sus discusiones, en sus poemas. Pero no era la muerte que necesita experimentar una y mil veces todo creador, todo poeta, para plasmarla en sus escritos. Era la muerte de la esperanza. Una esperanza que desfallecía para una generación a la que le habían robado el sueño, como alguna vez dijo Manuel Alfredo Rodríguez. La República del Este surgió para servir de escudo y para guarecer a un grupo de intelectuales que ya no querían defenderse por sí solos. Mucho menos luchar por los demás. Y se disolvió, porque los años pasan, los tiempos cambian y los hígados no soportan tanta caña. Tuvo un fin solitario. Al igual que sus miembros. Los bares donde se reunían ya no existen, tampoco la mayoría de los republicanos. Los que quedan, siguen recordando aquellos tiempos 186
187 de guerras perdidas, de luchas utópicas. Recuerdan, también, la ilusión de haber creído ser contestatarios. Toda la acción, toda la irreverencia, todo el fulgor de una lucha en la que creyeron sin cortapisas, quedó atrás. En los años sesenta. La derrota signó la creación de un grupo que nació sin manifiesto. Sin norte. Como una excusa para reunirse, reconfortarse y beber. Sus miembros primigenios querían hacer más. Quisieron cambiar las cosas. Confiaron en una revolución barbuda que, a la mayoría, desilusionó muy pronto. También, en su propio país, la democracia les dio más de una cachetada. Más de un golpe bajo. Fue demasiado para la sensibilidad de hombres versados, que habían leído y estudiado. Que creían posible un cambio. Era insoportable para aquellos que viven las emociones al cuadrado y luego las traducen a palabras que rompen el papel. No sólo como seres políticos se vieron frustrados los republicanos. También como escritores, como cabezas de familia. No es que no quisieran escribir, es que estaban conscientes de que con sus textos ya no cambiarían el mundo: para qué escribir de la miseria, de la injusticia, si todo seguiría igual al fin y al cabo? No es que no amaran a sus hijos, a sus esposas, es que no querían agobiarles con los fantasmas que siempre les persiguieron: para qué cargar a los hijos con el dolor del fracaso, con la pérdida de la esperanza? Mejor era internarse en los bares. Primero, con otros con los que compartían el sentimiento de la derrota y, luego, con cualquiera que se acercara a brindar un trago y estuviera dispuesto a escuchar un par de discursos eruditos y unas cuantas citas de poetas que vivieron hace mucho y muy lejos. 187
188 Todo vino de una derrota inicial. De un fracaso que decidieron convertir en república. Una república de la que seguirían siendo ciudadanos aún después del fin de sus vidas. Una república que nació derrotada, se alimentó de la frustración y aún vive en todos aquellos que, a pesar de las críticas de la multitud, siempre defenderán su utópica patria. 188
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208 V. ANEXOS La República del Este 208
209 Reunión en el Chicken Bar: Víctor El Chino Valera Mora, Elisa La Negra Maggi, Baica Dávalos, Alberto Patiño, Mary Ferrero y Miyó Vestrini (de espalda) Archivo El Nacional Caupolicán Ovalles (de espalda), Reinaldo Espinoza Hernández, Nelson Hernández Cuartín. De pie: Aquiles Armas, Marcelino Madriz y Adriano González León. Manuel Alfredo Rodríguez (centro), Moisés Gamero, Junio Pérez Blasini, Elías Vallés, Orlando Araujo y Miyó Vestrini Cortesía de Elisa Maggi 209
210 Encuentro entre republicanos: Luis García Morales, Francisco Pancho Massiani, el poeta Enrique Hernández D Jesús, Adriano González León y Manuel Matute. Cortesía de Elisa Maggi Manuel Alfredo Escalera toma la palabra Cortesía de Elisa Maggi 210
211 Un trago con la representante de la Comuna, Miyó Vestrini. Enrique Hernández D Jesús, Alberto Patiño, Adriano González León y Oscar Díaz Punceles Cortesía de Elisa Maggi 211
212 Adriano González León toma juramento al primer presidente constitucional de la República del Este, el historiador Manuel Alfredo Rodríguez Cortesía de Mireya Hernández de Vallés Condecoración al regente del poder de los bares del este Cortesía de Mireya Hernández de Vallés 212
213 Tragos arriba, en honor a la República Cortesía de Mireya Hernández de Vallés Los anfitriones del acto de transmisión de mando: Elías Vallés y Mireya Hernández de Vallés Cortesía de Mireya Hernández de Vallés 213
214 Encuentro para la revista República del Este: Luis García Morales, Arturo Uslar Pietri, Mary Ferrero, Caupolicán Ovalles y David Alizo Archivo El Nacional 214
215 Reunión en el restaurante Franco: Luis Camilo Guevara, Oscar Díaz Punceles, Miyó Vestrini, Pepe Luis Garrido, El Negro González Vega y Aranguibel Archivo El Nacional Elías Vallés, ministro de asuntos trascendentes y del más allá Cortesía de Mireya Hernández de Vallés Archivo El Nacional 215
216 Otros republicanos: el pintor Hugo Baptista, el poeta Ramón Sosa Montes de Oca y el pintor Manuel Quintana Castillo Cortesía de Elisa Maggi Pancho Massiani y El Enterrador, Elías Vallés Cortesía de Elisa Maggi 216
217 Ministros del primer gabinete de Manuel Alfredo Rodríguez, en mayo de 1975: El periodista Junio Pérez Blasini (Protocolo y Secretos de Estado), Adriano González León (Interior), Alfonso Montilla (Recursos Hidráulicos y Agro) y Aquiles Armas (Servicios Médicos Especializados) Archivo El Nacional 217
218 Discurso del acto de transmisión de mando de la República del Este, mayo 1976. Reproducido por la Editorial Pancho Villegas 218
219 Romance del desocupado. Poesía de bar escrita por Adriano González León 219
220 y dedicada a sus amigos Saúl Alvarado y Coromoto Landaeta Canción de los bebedores. Uno de los himnos de la República del Este Escrita por Adriano González León Música de Edgar Alexander 220
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