Peter Singer. ¿Cómo quedó el alma de los Estados Unidos?

 

Al filósofo australiano le preocupa la enorme cantidad de votos que recibió Trump y la pérdida significativa de valores éticos en todo el país.

Un taxista festeja el triunfo de Joe Biden en Manhattan. Foto: REUTERS/Andrew Kelly

19/11/2020 11:00 

En su discurso de agosto ante la Convención Demócrata, Biden proclamó que la elección era una “batalla por el alma de EE.UU”. Continuando esta metáfora, tal vez haya que concluir que los resultados de la elección muestran que el diablo ya tiene en su poder buena parte de ella. Trump recibió los votos de unos 72 millones de estadounidenses. Biden tiene 75 millones, pero aun así, Trump obtuvo casi la mitad de los votos emitidos.

Y no eximo de responsabilidad a los que pudiendo votar eligieron no hacerlo. Dado que se emitieron unos 160 millones de votos, con 239 millones de estadounidenses habilitados para votar, y suponiendo generosamente que entre quienes no lo hicieron hubiera cinco millones de personas que estaban enfermas o tuvieron otros impedimentos serios (¡incluso para hacerlo por correo!) eso suma otros 74 millones de estadounidenses cuyas almas están manchadas por una falta de interés suficiente en el destino de su país (y del mundo). Parece pues que para las almas de un total de 144 millones de estadounidenses (alrededor de seis de cada diez votantes habilitados) la lucha está perdida.

Téngase en cuenta que al momento de la elección, el Covid ya había matado a más de 240.000 estadounidenses, cifra superior a la de cualquier otro país. El Washington Post publicó una compilación de videos en los que Trump aparece diciendo, en 40 ocasiones distintas, desde febrero hasta poco antes de la elección, que el virus se estaba “yendo”. Bob Woodward, uno de los periodistas más respetados de Estados Unidos, reveló en su libro Rabia que en una entrevista Trump le dijo que sabía desde el principio que el virus era mucho más peligroso que la gripe. Pero en público dijo lo contrario, y eso atentó contra la implementación de medidas de confinamiento estrictas como las que en varios otros países redujeron los contagios y las muertes a una pequeña fracción de la tasa por millón de personas registrada en EE.UU.

Por ejemplo, en Australia (donde escribo), la dirigencia política de los dos partidos principales oyó mayoritariamente el consejo de sus asesores médicos. Australia tuvo 35 muertes por millón de personas, contra 727 por millón en EE.UU. Justo antes de la elección, hasta el asesor científico de Trump contradecía el pronóstico del presidente de que la pandemia terminaría pronto.

A esto se suman los catastróficos incendios de agosto en California Oregon, que obligaron a evacuar a casi un cuarto de millón de personas. Los científicos dijeron que el calentamiento global, al elevar las temperaturas y reducir las precipitaciones, aumentó la probabilidad de esos incendios. Eso tendría que haber dado a Biden un contexto ideal para convencer a los votantes de la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero de EE.UU., que en términos de emisión per cápita, están entre las más altas del mundo. Biden demostró su compromiso con la reducción del calentamiento global al designar a Alexandria Ocasio Cortez (integrante de la Cámara de Representantes y promotora del Green New Deal) como copresidenta de su panel sobre política climática. También comprometió el apoyo del Partido Demócrata a un plan para lograr que en 2050 EE.UU. tenga un 100% de generación limpia de energía y emisión neta cero. La política de Trump, en cambio, fue optar por los combustibles fósiles y revertir los modestos pasos que había dado el presidente Barack Obama para alentar el uso de energías renovables.

Si todo esto parece poco, recordemos que en 2016 Trump rompió una tradición política de los EE.UU. que dicta que los candidatos a la presidencia publiquen su declaración de impuestos; luego consiguió mantenerla básicamente en secreto hasta dos meses antes de la elección, cuando el New York Times publicó detalles que muestran que en diez de los últimos quince años, Trump no pagó un centavo de impuesto sobre la renta, porque declaró haber perdido mucho más dinero del que ganó. En dos de los otros cinco años, sólo pagó 750 dólares. Frente a esa información, la única opción para los lectores es creer que Trump es un evasor de impuestos o que su cuidadosamente cultivada imagen de empresario exitoso es falsa. El equipo de campaña de Biden repartió pegatinas con la leyenda “Yo pagué más impuestos que Trump”.

A estas circunstancias favorables para el Partido Demócrata, podemos añadir que el éxito en captación de fondos permitió a Biden superar el gasto de Trump en publicidad en las últimas semanas previas a la elección. Y para terminar, hay que tener en cuenta que Trump es un narcisista, un mentiroso serial, y un hombre que quedó grabado alardeando de manosear a las mujeres. En cambio, Biden es un político moderado, con amplia experiencia, al que 780 generales, almirantes y funcionarios de seguridad nacional retirados describieron, en una Carta Abierta a los EE.UU., como “ante todo, un buen hombre con un fuerte sentido del bien y el mal”.

Con todos estos antecedentes, Biden tendría que haber ganado por goleada. La elección aniquiló las esperanzas de todos los que pensaban que los votantes estadounidenses aprovecharían la oportunidad para expresar un repudio decisivo a un presidente que ha demostrado un total desinterés por la ética.

En 2006, en un discurso en cadena nacional de George Bush fse refirió a los aspectos éticos del uso de embriones humanos (que tras no haber sido implantados se guardan congelados en clínicas de tratamiento de la infertilidad) para crear líneas de células germinales que, en opinión de los científicos, pueden servir para desarrollar terapias para enfermedades de otro modo incurables. Es imposible imaginar a Trump haciendo lo mismo. El único hilo conductor que muestran sus opiniones en cuestiones éticas controvertidas es apoyar aquello que mejor sirva a sus intereses. En 1999, mientras exploraba la posibilidad de ser candidato a presidente por el Partido de la Reforma, fue al programa Meet the Press y dijo: ”Estoy totalmente de acuerdo con el derecho al aborto”; incluso se manifestó contrario a prohibir el aborto en el tercer trimestre. Sólo cuando empezó a interesarse en la posibilidad de presentarse a la presidencia por el Partido Republicano anunció que se oponía al aborto.

Después de la conmoción causada por los ataques terroristas de 2001, Bush jamás apeló al prejuicio racial contra los musulmanes. Pero cuando en 2017 supremacistas blancos marcharon en Charlottesville (Virginia) contra la decisión del concejo municipal de quitar una estatua del general confederado Robert E. Lee, y un participante lanzó su auto contra un grupo de contramanifestantes y mató a una mujer, Trump dijo que había “personas muy buenas en ambos lados”. En junio, Trump tuvo otra oportunidad de dar un buen ejemplo, cuando la cuestión racial pasó a primer plano después del asesinato de George Floyd, un afroamericano, a manos de un oficial de policía blanco. Pero no hizo ningún intento real de usar su posición como presidente para unir a la nación en pos del objetivo de superar una evidente injusticia racial.

Peter Singer es profesor de Bioética en la Universidad de Princeton, y autor de libros como Animal Liberation; Practical Ethics; The Life You Can Save y, más recientemente, Why Vegan? ©Project Syndicate

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