Entrevista Jean-Luc Nancy: “La filosofía debe pensar este desierto de sentido de una humanidad que se transforma”

 

El filósofo francés Jean Luc Nancy en Modena, Italia cuando participaba del Festival Filosofía de septiembre de 2016. Foto: Cezaro de Luca


El pensador francés defiende el papel de la filosofía para entender este momento pandémico y destaca que, para sobrevivir a la peste, son vitales los recursos económicos y sociales.


No hay en Jean–Luc Nancy una premura por definir este tiempo marcado por la peste que, para el filósofo francés, podría leerse con la lentitud de una mutación. Tal vez porque percibe cierta fragilidad en los sujetos y porque descubre que la palabra política es cada vez más imprecisa, decidió ir hacia Friedrich Nietzsche y escribir, bajo la inmediatez de un cambio impensado, un libro al que eligió llamar Un virus demasiado humano (Ediciones La Cebra; traducción: Víctor Goldstein).

Un elemento estructurante de este material, que opera como cierto despojo de lo coyuntural para volcarse hacia una abstracción que tiene implicancias bastante cercanas, está ligado a la comprobación que todas las utilidades que el capitalismo generó en los últimos años devienen inútiles por la intervención del virus SARS-CoV-2. Lo que queda es recuperar al sujeto, la propiedad individual que en Marx significaba la posibilidad de cualquier humano de convertirse en él mismo. Tal vez la mayor diferencia que, este profesor emérito de la Universidad de Estrasburgo, tiene con los partidarios de la biopolítica se relaciona con esa invalidación de los sujetos para la acción. Se refiere a cualquier incidencia en el orden de lo social que puede sospecharse en los textos de Giorgio Agamben Roberto Esposito, autores italianos con los que Nancy ha discutido por estos meses entre teorías y anécdotas personales.

Si Nancy pudo reflexionar sobre el tacto, la comunidad y sobre su propio cuerpo en un libro como El intruso (2000) donde habla de su condición de transplantado, ahora parece reclamar una interioridad que se anime a perderse en una experiencia. Un sujeto que se desposee, tanto desde la noción de libertad como desde la disposición a encontrar una razón y un por qué.

Jacques Derrida en su casa de Ris Orangis, sur de París, en octubre de 2004.
Foto: AFP, Joel Robine.

Jacques Derrida en su casa de Ris Orangis, sur de París, en octubre de 2004. Foto: AFP, Joel Robine.

Jacques Derrida lo definió como un posdeconstruccionista y, de algún modo, esa es la tarea que emprende Nancy al sostenerse en lo impropio, al señalar que “el cuerpo es adonde debemos ir” –sostiene por correo electrónico– como si invocara una intuición, esa poesía del pensamiento que le arrebata tanto a Nietzsche como a Maurice Blanchot.

–¿Su libro busca reinstalar el discurso filosófico en el espacio público por encima del discurso político? Se lo pregunto porque la mayoría de los intelectuales ponen la mirada más en una lectura política de la situación creada por la pandemia.

–No veo ninguna interpretación política. No veo más que movimientos de fuerzas y de poder. No sabemos qué es la “política”, quiero decir ponemos demasiado sentido en esa palabra. Por el contrario, la filosofía se encuentra, una vez más, frente a la tarea de pensar lo que es, abrir un horizonte de sentido, o de no sentido, porque puede que nada lo tenga y, por lo tanto, el ser humano es por sí mismo el elemento de significado. La filosofía se convierte en la que debe pensar este desierto de sentido en tanto que sentido de una humanidad que, de todas formas, va a ser profundamente transformada. Ante el nihilismo no sirve de nada decir “Aquí el sentido, ¡Le ofrezco un poco de eso!”.

–¿El virus es la gran contradicción de esta era?

–Si lo dice en el sentido de una contradicción entre nuestro nivel de avance técnico y nuestro desconcierto frente al virus, sí, puedo estar de acuerdo. Antiguamente absorbíamos choques epidémicos muy graves pero en ese tiempo eran parte de calamidades como los temblores de la tierra o las tormentas. Hoy creemos tener todo bajo control y de repente estamos aquí, desconcertados.

Un transeúnte camina por París este 4 de diciembre de Black Friday y Covid. 
EFE/EPA/IAN LANGSDON

Un transeúnte camina por París este 4 de diciembre de Black Friday y Covid. EFE/EPA/IAN LANGSDON

–Usted toma la frase de Medhi Belhaj Kacem “El Mal es el hecho primigenio” y después señala que ha sido el Bien de nuestra conquista del mundo lo que ha resultado destructor. El virus, entendido como el Mal ¿puede pensarse en la línea de una racionalidad instrumental ?

–Sí. Pero esta racionalidad instrumental está llena de autointencionalidad. Desarrolla una intencionalidad monstruosa que hace El Mal por El Mal. El mercado que desarrolla productos tóxicos, los fanáticos que siembran el terror, los ricos que se aseguran todo tipo de riquezas. Todos tienen sus propios objetivos que los hacen despreciar el daño al que llaman “colateral”. Al mismo tiempo se desata una pulsión de muerte, un gusto por la destrucción en sí misma. Sade lo mostró de manera inaudita para su tiempo (que era el tiempo del comienzo de la modernidad) que se puede construir un proyecto universal sostenido en el sufrimiento de los otros. Sin dudas esto se debe a que ya la humanidad racional e industrial comenzaba a entrar en pánico en relación a sí misma, inconcientemente.

–Usted dedica un espacio importante a pensar la noción de libertad. Ha habido por estos días una reapropiación de esta palabra por parte de sectores que se oponen a las medidas de cuarentena. Esta libertad como una propiedad que se posee parece borrar la idea de comunidad ¿Por qué sigue siendo tan difícil para muchos pensarse dentro de una comunidad?

–No es difícil para la gente que pertenece a una comunidad donde hay una circulación de afecto y energía que mantiene a la comunidad (religiosa, familiar, tribal) unida. Pero las sociedades de los países desarrollados no son comunidades. Estas sociedades contienen varias comunidades pero están muy divididas entre sí y, a menudo, se oponen. No hay más solidaridad obrera proletaria porque las condiciones del trabajo, de la producción y del consumo están alteradas. Hay un desasosiego político. Estamos realmente en una era nueva, inédita, desconocida donde no hay más nada que se pueda hacer para comunicar al humano consigo mismo. Hablamos de individualismo pero eso es falso. Es un individualismo donde todos hacen la misma cosa, un individualismo de rebaño. El humano no sabe quien es. Nunca lo supo pero esta ignorancia era un estímulo. Buscaba hacer advenir al hombre. Hoy la palabra hombre es simplemente extraña.

–Justamente usted habla de un sujeto fantasmal. ¿La pandemia reinstala la noción de sobreviviente?

Ruanda, 2019, a 25 años del genocidio. 
Foto: Yasuyoshi Chiba/AFP

Ruanda, 2019, a 25 años del genocidio. Foto: Yasuyoshi Chiba/AFP

–Hasta aquí el sobreviviente era más bien el que había sobrevivido a los campos, a Auschwitz o a la autopista de Kolyma (donde murieron prisioneros de los gulags soviéticos, durante la construcción), o bien a un genocidio como el de Rwanda, sin retomar una larga lista, ArmeniaCamboya, o las ejecuciones masivas y vergonzosas como en Argentina Chile. Más recientemente hay sobrevivientes de atentados terroristas, salvados por azar o bien gravemente afectados, paralizados o mutilados. La sobrevivencia es entonces una vida estigmatizada, jamás completamente cicatrizada, nunca simplemente viviente. Hoy no puedo hablar de sobrevivientes más que por las personas de riesgo. La gran mayoría de las otras personas no están en peligro de muerte. Es esto mismo lo que hace a los aspectos más novedosos y complejos de esta pandemia, lo que engendra tensiones entre generaciones, entre partidarios de una u otra manera de protección. Esto también pone en evidencia las diferencias de condiciones sociales y de acceso a los cuidados. Las exigencias de protección (cuarentena) o las formas ligeras de afección, tienen consecuencias económicas cuyos efectos van a ser cada vez más visibles. En un sentido, esto es más la supervivencia social y económica, cultural también, que una cuestión de sobrevivencia biológica. Y atravesar la supervivencia o la sobrevivencia de una civilización es de lo que se trata. De repente la gran ruta del progreso es menoscabada.

–¿Pero seguíamos pensando en la idea de progreso o esa noción ya estaba totalmente desestimada?

–Largamente pensamos que el progreso técnico era también un progreso humano, de civilización. En el presente comprendemos que el progreso técnico tiene sus propios fines, que son interminables. Todo esto puede girar de otra manera, una victoria sobre el virus y nuevas disposiciones sanitarias generales acompañarán una recuperación de un modelo menos europeo y más asiático (o de hecho asiático- estadounidense). O bien es posible también que haya una revolución espiritual. Lo que no quiere decir religiosa pero una revolución de la totalidad de valores.

Un virus demasiado humano
Jean-Luc Nancy
Editorial: La cebra

Un virus demasiado humano Jean-Luc Nancy Editorial: La cebra

–En varias oportunidades usted sostenía que EE.UU. podía salir fortalecido después de la pandemia. Quería preguntarle si eso es correcto ya que Trump fue muy cuestionado por no tomar claramente medidas para controlar el virus y hay muchos infectados en EE.UU.

–No creo haber querido decir que saldrá fortalecido, de hecho es imposible saber lo que pasará después de la pandemia, conforme a cada país y en el mundo entero. Pero la cantidad de muertos no impide una recuperación vigorosa de la economía, de hecho los grandes factores económicos, ya presentes antes de la pandemia, son más importantes que esto. Pero lo que quise decir es que el modelo estadounidense de struggle for life (lucha por la vida) sin que sea planteada la cuestión de la naturaleza ni el sentido de esa vida, ha devenido mundial después de la pandemia. Esta “lucha por la vida” puede, claramente encontrarse reforzada.

–Dentro de este marco ¿Cómo piensa el asesinato del profesor Samuel Paty después de mostrar frente a su clase una caricatura de Mahoma? ¿Es un conflicto entre el estado laico francés y la convivencia con sectores que practican y adhieren a valores religiosos?

Homenaje a Samuel Paty en París. 
Foto: Dmitry Kostyukov/The New York Times

Homenaje a Samuel Paty en París. Foto: Dmitry Kostyukov/The New York Times

–Se trata de la oposición entre una ideología teocrática en un estado democrático. Esta ideología teocrática (revivificada, incluso resucitada por una serie de transformaciones del mundo europeo mediterráneo) se muestra más agresiva en Francia que en otros lugares por motivos de relaciones muy antiguas entre el Magreb y Francia y de un modelo republicano francés que está a la vez muy claramente definido (la laicidad engloba el respeto por las religiones y la afirmación de una ética republicana) y muy debilitado (Francia duda, de hecho el mundo entero duda de la idea revolucionaria republicana). Francia se está convirtiendo en objeto de elección para un fanatismo que en el fondo no es religioso sino hierofántico: algunos saben y pueden mostrar la verdad sagrada que comporta su hierofanía, su jerarquía y su vocación universal. No hay ningún lugar en eso para otra relación con el sentido ni con lo sagrado.

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