Isabel Allende: no me llamen cursi
Un ritual que comienza con salvia desata su pluma y saliva. Mujer de historias e historias quiere contar. El exilio, su sangre que se diluye en el comunismo y el amor eterno que profesa a su abuelo, hicieron de ella, entre otras razones, la mujer que hoy es: una escritora de amores
Acaba de cumplir 72 años, aunque realmente, y sin exagerar, aparenta menos de 60. Ha vivido en el exilio, lo cual le ha hecho expander su mente y ver las cosas desde otro punto de vista. Ha probado las drogas, específicamente la marihuana y el éxtasis. “Cuando una llega a mi edad, ya lo ha probado todo… Es algo que muchos han hecho en su vida, sin por eso transformarse en adictos”. Siempre ha desafiado a la autoridad. “Me tocó nacer en los años 40 en Chile, la sociedad más clasista, más patriarcal, conservadora y católica que tú te puedas imaginar, entonces uno obedece o se rebela. Yo quería ser la jefa y que no me mandara nadie”. Y como jefa se ha comportado. Ha publicado 19 libros que han sido traducidos a 35 idiomas y se han vendido más de 57 millones de ejemplares. Dos de sus obras, La casa de los espíritus y De amor y de sombras, han sido llevadas al cine. Vivió durante muchos años en Venezuela y no era la escritora favorita del gran Roberto Bolaños. Ella es Isabel Allende.
La escritora chilena, ganadora de múltiples premios internacionales, entre ellos el Premio Nacional de Literatura de Chile en 2010 y el Premio Hans Christian Andersen en 2011, siempre ha tenido que convivir con las críticas, como las de dos destacados escritores latinoamericanos: la mexicana Elena Poniatowska, quien la colocó en el mismo saco con Ángeles Mastretta y Laura Esquivel, y dijo que las tres «entran en la literatura como fenómenos comerciales y hacen literatura femenina»; y la de su compatriota, el fallecido Roberto Bolaños quien dijo: «Me parece una mala escritora, simple y llanamente, y llamarla escritora es darle cancha. Ni siquiera creo que Isabel Allende sea una escritora, es una escribidora». Pero a ella las críticas no le interesan; tiene un afán de contar historias y las cuenta de la mejor manera que sabe hacerlo: escribiéndolas.
Del amor a las letras
Cuando se indaga en el porqué de su oficio, Allende no duda: “Uno no decide esas cosas, esas cosas simplemente pasan, es como enamorarse”. Guarda silencio por un momento y luego se ríe antes de continuar: “Yo era periodista en Chile, vino el golpe militar y me fui a Venezuela, donde conseguí trabajo como periodista. Yo creo que tenía el hábito de escribir, el hábito de las historias. Siempre he sido muy buena lectora y casi sin saber cómo, empecé una carta para mi abuelo, en el año 1981, el 08 de enero. Yo sabía que mi abuelo se iba a morir y que tal vez no iba a leerla, ya estaba muy viejo. Entonces empecé a escribir, a contar las cosas que mi abuelo me había contado y antes de terminar la segunda página me di cuenta de que eso no era una simple carta, tenía otro tono. Solo escribía de noche y los fines de semana porque trabajaba en la administración de un colegio doce horas al día. Llegaba a escribir a la casa sin tener idea de qué era lo que estaba haciendo y sin tener idea de si eso se iba a poder publicar alguna vez. Da la casualidad que esa carta se publicó con mucha suerte, porque La casa de los espíritus fue un libro que nació afortunado. Yo creo que si no hubiera sido así no habría seguido escribiendo. Pero como el libro tuvo esa acogida tan buena, mi agente me dijo: ‘Cualquiera puede escribir un buen primer libro porque es la historia de su vida, el escritor se prueba en el segundo libro’, entonces comencé el segundo, sin dejar mi trabajo en la escuela. No decidí que iba a ser escritora hasta el tercer o cuarto libro cuando pensé que me podía ganar la vida así”.
El tiempo es vital en la vida de un escritor, si no lo tiene para sentarse frente a la hoja en blanco y escribir, nunca va a terminar su obra. Isabel Allende lo sabe y se ha transformado en una experta a la hora de compaginar su tiempo: “Era muy complicado. Escribía artículos de humor para El Nacional, tenía el trabajo de la escuela que era de 7 am a 1 pm y de 1 pm a 7 pm. Eran doce horas, pero no era un trabajo creativo. Mi mente estaba en la historia que iba a escribir en la noche, mientras tanto hacía el trabajo más mecánico que era el de la oficina, el de la administración que tenía en la escuela, porque no enseñaba, si hubiera sido profesora y hubiera enseñado, habría sido muy diferente”.
Acá escribió su primer libro, fue Venezuela el país que le abrió las puertas cuando decidió ir al exilio, fue Venezuela su segunda casa y el recuerdo que tiene del país siempre la acompaña: “Siempre recuerdo la alegría de la gente. Yo venía de un país muy sobrio, herido, un país que había pasado por tres años del gobierno de Allende, que tuvo una oposición brutal, feroz, despiadada, que estaba dispuesta a quebrar al país, a partirlo por la mitad con tal de acabar con Allende y el socialismo en Chile. Fueron tres años de crisis económica, política y social. Luego vino la dictadura con las características horrorosas que el mundo conoce. En ese momento llegamos a Venezuela sin un solo peso, no teníamos nada de dinero ni conexiones, nada de nada, como llega uno cuando sale al exilio. Venezuela en ese momento era saudita, corría el dinero por las calles. Además, cualquier disculpa era buena para celebrar, para echarse unos palos, para juntarse con los amigos. Todo el mundo bailaba y cantaba. En Chile no bailaba ni cantaba nadie, entonces esa alegría se nos pegó, ese fue el primer impacto que recibimos, ese hedonismo, esa erotización del ambiente fue maravillosa”.
Reinventando a un ícono
El Zorro es el héroe latino por excelencia, una especie de Robin Hood de este lado del charco que defiende a los pobres y oprimidos por la corona española en el territorio de baja California y parte de México. Las aventuras de Don Diego de la Vega enamoraron a Isabel Allende y ésta le dedicó un libro para sellar ese romance.
“Yo admiro a El Zorro. Escribir los inicios de ese personaje tan maravilloso fue como armar un rompecabezas, ya existía el personaje con sus características. Se sabe que es romántico, atlético, que lucha por la justicia, que defiende a los indios de los españoles; ya teníamos todos los atributos, de manera que mi trabajo era ver por qué tenía esas particularidades. ¿Por qué un muchacho de esa época podría desarrollar, por ejemplo, el amor por los indígenas? Entonces pensé: ‘Bueno, tiene sangre indígena o fue criado por indígenas, o algún contacto muy fuerte tiene con su cultura’. Ahora: ¿por qué es atlético? Allí desarrollé esa otra parte. Al empezar a hacer la investigación sobre la época cuando posiblemente la leyenda de El Zorro se sitúa, que sería a finales de 1700, comienzos de 1800, comenzaron a aparecer cosas maravillosas, por ejemplo, la única vez que las tribus indígenas decidieron atacar a los españoles iban al mando de una mujer joven que se llamaba Toipuriña, a esa mujer la apresaron, los indios perdieron la batalla y a la líder la arrestaron, la hirieron y la iban a ejecutar, pero el capitán español que la arrestó se enamoró de ella, se casaron y ella se hizo cristiana. Eso es histórico, yo no lo inventé. Imagínate, me lo dieron en bandeja, ella tenía que ser la mamá de El Zorro y el capitán tenía que ser Don Alejandro de la Vega. Así que, cuando tú haces la investigación histórica, no tienes nada que inventar, está todo ahí”.
Pero el final que Isabel le dio a su héroe no es tan glamoroso como el de las películas que protagoniza Antonio Banderas. “Hubiera sido cursi hacer que terminara con la doncella y que venciera al enemigo; o sea, que todo saliera perfecto. Esa es la leyenda del héroe, pero yo estaba tratando de crear un ser humano, por eso, spoiler alert, para quienes no han leído el libro, no se queda con la mujer de la cual se enamora, y al final la persona que relata toda la historia, Isabel de Romeo, dice que él siempre se enamora de la persona que no lo puede amar de vuelta o de alguien que se muere, porque ya ha sido viudo dos veces, y cada vez que El Zorro está solo o le va mal en el amor, va a donde Isabel a ver si con ella le resulta y ella siempre lo rechaza porque en el momento en que le diga que sí, se acabó, ella sabe que el tipo es un inconstante terrible. Me divertí mucho con El Zorro”.
Rituales, críticas y cine
El cine ha tomado un papel muy importante en la vida profesional de la escritora chilena, tal como lo demuestran las adaptaciones de varias de sus obras a la gran pantalla. “Cuando se hizo La casa de los espíritus era impensable hacer una película internacional en español con un elenco de gente latina desconocida. Hoy en día sí se puede hacer y tendría mucho éxito. Ahora hay varios de mis libros que están en proceso y yo me niego a firmar los contratos porque te lo piden todo, quieren todos los derechos para siempre y así no se puede”.
La vida de Isabel Allende parece una novela escrita por ella misma. Quizás algún 08 de enero tome la decisión de escribir sus memorias.
Fotos: Lori Barra y Alexander Mirsch
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