Castel Sant'Angelo el domingo UGO OJETTI

 


Visito el Castel Sant'Angelo con la multitud dominical, pasando lenta y felizmente de la sombra húmeda de los túneles a la media luz brisa de los patios, de la oscuridad de las tumbas y cárceles al sol de las logias y terrazas abiertas a el cielo de Roma. Me entrego a los custodios que hacen de guías, acepto las exclamaciones del recluta, el cura, el escolar, el campesino que fruncen el ceño y se encogen de hombros con un escalofrío al entrar en la celda de los condenados a muerte; quienes, asombrados, abrieron la boca y bajaron los brazos cuando entraron en una sala papal con frescos. Entonces me imagino ver a Castello por primera vez y volver a ser un niño, tímido del centinela armado que luego custodiaba la entrada y el recuerdo allí de tantas majestades y horrores (Cellini se leyó en el gimnasio),

El anciano cuidador que nos acompaña a visitar las cárceles, tiene un gran enfado y habla con nobleza: - Esta, señores, es la terrible prisión de Giordano Bruno que ardió en la hoguera en Campo dei Fiori -. Nueve r's. Intento construir mentalmente una oración sin r para ese anuncio. Me costó nada menos que la brecha de Porta Pia hoy, en una prisión tan lúgubre, para dedicarme a un ejercicio tan elegante. - ¡Santa Virgen! - El cuidador apagó la luz, tanto que por un momento nos asustó la oscuridad de esta tumba; y la exclamación era de la campesina. - Oh, no nos hicimos bromas - comenta el soldado, ahora que ha vuelto la luz eléctrica y que uno a uno, agachando la cabeza, salimos de la celda. Todavía tenemos un poco de frío en las venas cuando, en una habitación cercana, el cuidador asesta otro golpe: - Esta es la guillotina, y esas son las cuchillas de repuesto, y aquí en la vitrina la ropa del verdugo: roja para el verdugo, blanca para el asistente - Pero es amable y quieres darnos el aliento de nuevo: - La última vez que se utilizó en 1868 para Monti y Tognetti -. En la guillotina papal la hoja cayó de lado de modo que por un lado salió del muñón, y ese triángulo parece uno de los dos colmillos que cortan el labio del jabalí.

¿No depende el Castillo del Ministerio de Educación? La Farmacia del Papa, la Cama del Papa. Aquí soy testigo del nacimiento de la leyenda, la verdadera fábrica de la historia. Y se está moviendo. Allí el espectador creyente que se quita el sombrero y entre esas cuatro columnas doradas imagina al Papa durmiendo bajo un vuelo de chérubi; si tosía solo, se arrodillaba. Está el estudiante de pelo largo y conocido, que sonríe y protesta contra tanto lujo suave del Pastor Supremo. Allí el demacrado jubilado, desilusionado por la vida, asiduo con los cinemárrams, que estira el dedo hacia un alambique de vaso y pregunta lúgubremente al encargado de la farmacia: - ¿Aquí se destilaron los venenos? Allí el espectador creyente que se quita el sombrero y entre esas cuatro columnas doradas imagina al Papa durmiendo bajo un vuelo de chérubi; si tosía solo, se arrodillaba. Está el estudiante de pelo largo y conocido, que sonríe y protesta contra tanto lujo suave del Pastor Supremo. Allí el demacrado jubilado, desilusionado por la vida, asiduo con los cinemárrams, que estira el dedo hacia un alambique de vaso y pregunta lúgubremente al encargado de la farmacia: - ¿Aquí se destilaron los venenos? Allí el espectador creyente que se quita el sombrero y entre esas cuatro columnas doradas imagina al Papa durmiendo bajo un vuelo de chérubi; si tosía solo, se arrodillaba. Está el estudiante de pelo largo y conocido, que sonríe y protesta contra tanto lujo suave del Pastor Supremo. Allí el demacrado jubilado, desilusionado por la vida, asiduo con los cinemárrams, que estira el dedo hacia un alambique de vaso y pregunta lúgubremente al encargado de la farmacia: - ¿Aquí se destilaron los venenos?

El Ministerio de Educación debe realizar la obra bien iniciada, y en una de las muchas salas desiertas de este Castillo exponer las túnicas y velos de Tosca y su báculo con cintas, pinceles y la paleta del caballero Cavaradossi y, con el auténtico con un real. sello, el autógrafo de los famosos versos: "Oh dulces besos, o lánguidas caricias", que recitaba aquí mismo en la terraza. Los ingresos aumentarían con la educación. Y Vittoriano Sardou tendría, entre Giordano Bruno, el Cristo de Cellini y la muda de Cagliostro, el lugar que se merece en la verdadera historia del Castel Sant'Angelo. También se le podría dedicar una placa de mármol, con una pequeña fiesta, como dicen, interaliados.

Los nombres plácidos de estos pasajes contrastan con la guillotina, los alambiques, las cárceles y los trabocchetti: la logia circular con los arcos abiertos sobre toda Roma se sigue llamando, en estilo romano, el Giretto d'Alessandro séptimo, el Giretto di Pio IV; el largo pasillo entre dos paredes, una en la luz y otra en la sombra, que todavía conecta a Castello con el Vaticano. y que ahora se pierde serpenteando entre las casas de Borgo como a. La cinta que se ha soltado se llama Passetto: bonitos diminutivos de grandes cosas antiguas y venerables, rimas para sonetos de Belli, que reducen al Papa a un plácido canon sonriente mientras camina en el fresco mientras digiere.

"Está prohibido escribir en las paredes". Ley cruel impresa aquí en letras grandes cien veces; Ley cruel que les quita hoy a estos camaradas míos dos consuelos a la vez: el de demostrar que saben escribir, el de entrar en un minuto, peregrinos o enamorados, con lápiz, firma y fecha, en la historia. de Roma, quién sabe, para siempre. Pero hay dos recién casados ​​vestidos con ropa nueva, que no se rinden. Recientemente han entrado en la ley y la idea de un pequeño pecado ya los embriaga. Sonríen, se sonrojan, miran por la galería a derecha e izquierda si se acerca el cuidador. El novio ya tiene un lápiz en la mano, un lápiz atado en oro, un regalo de bodas sin duda, tan tímida es la mirada del novicio con la que mira con fuerza entre dos dedos como un torcetto encendido. La novia de repente se lo arrebata: - Déjamelo a mí ... Tú haces guardia, - y me sonríe para convertirme en su cómplice. Su marido también me sonríe, como diciendo: - Le sonrió con mi permiso. - Cuando se han ido leo: "Laura. Y Renzo, 17 de diciembre de 1922". El más valiente ha puesto correctamente su nombre como el primero. Piénsalo Renzo: ¡en lo alto de Caste! Sant'Angelo se ha escrito sobre tu destino esta mañana.

Vea la injusticia. En la habitación vacía llamada biblioteca de Paul el tercero encuentro a un guardián con un montón de trenzas plateadas alrededor de su gorra. Y pequeño, retorcido, frío. En la apertura de una ventana ha encendido una cerilla de madera y la sopla para que arda bien. Cuando se acaba el partido, él, el guardián de la ley, se pone en marcha con ese palo ennegrecido para marcar unas figuras en la pared. Me acerco, autoritario: - ¿No sabes que está prohibido escribir en las paredes? - No es nada. Conté cuántos ladrillos hay en el piso y los marco como recuerdo. Tengo mil novecientos noventa y ocho -. Pacífico, se dirige hacia un grupo de seminaristas que están ingresando ahora; y comienza la explicación.

Subo a la terraza. ¡Qué gloria! En el calor que envuelve este diciembre mientras se duerme en invierno, en el aire limpio, que detrás del Aventino, detrás del Quirinale, detrás del Pincio, detrás del Parioli, revela, desde los Albans hasta los Sabines, todas las montañas lejanas con ese mucha nieve en la parte superior en la parte superior que separa su azul del azul del cielo, uno se siente ligero, aclarado, regocijado. Y se entiende que este gran San Miguel aquí arriba también está haciendo sonar su espada.

Esta mañana habrá un centenar de personas en esta terraza, felices como yo, con los ojos aturdidos por la gran luz. Todos. Y hay quienes se asoman desde el parapeto para mirar, y permanecen tan inmóviles como esperando que las alas vuelen. Hay quienes se tumban en el suelo, contra la pared de la torre, dejándose empapar de sol y cielo. Y todos están solos. Incluso los enamorados están divididos, vacíos y embelesados ​​por esta inmensidad. No: hay un hombre corpulento, fornido y optimista que en dialecto romano explica a dos amigos de provincias nada menos que "la idea de Bernini". Sacó una llave grande del bolsillo y la giró hacia San Pedro: - Ésa fue la idea de Bernini. Quería rehacer la llave de San Pedro a fuerza de arcadas. El ojo de la llave, ves, lo hizo: es el pórtico redondo, que allá, frente a la basílica. El cañón de la llave tenía que bajar por Borgo hasta aquí, hasta Ponte Sant'Angelo. Ponte Sant'Angelo, después de todo, habría sido el rectángulo de la llave. ¿Lo entiendes? Pero al Papa no le gustó el proyecto. Dijo: ´Lass me vinieron extraños por estas calles estrechas y callejones; así que cuando llego al frente de la plaza, tiene más efecto ". ¿Entiendes cómo fue? Era un Papa que estaba pensando en -. Pero los dos no, le prestan más atención. Ellos también tienen se fue en un sueño, y estamos mirando el río amarillo. ´ Los forasteros lassameli venían por estas calles estrechas y por estos callejones; así que cuando llego al frente de la plaza, tiene más efecto. "¿Entiendes cómo fue? Era un Papa quien estaba pensando en ... Pero los dos no, le dan más atención. Ellos también tienen se fue en un sueño, y estamos mirando el río amarillo. ´ Los forasteros lassameli venían por estas calles estrechas y por estos callejones; así que cuando llego al frente de la plaza, tiene más efecto. "¿Entiendes cómo fue? Era un Papa quien estaba pensando en ... Pero los dos no, le dan más atención. Ellos también tienen se fue en un sueño, y estamos mirando el río amarillo.

Borgo Vecchio, San Pietro, los palacios del Papa y, detrás, los árboles color herrumbre del Jardín. Parece que tienen que fotografiarlo todo con la mirada, para traerlo a casa y recordarlo, ventana por ventana, hasta la muerte, y después. Incluso el romano se queda callado un rato. Luego chasquea, agarra a uno de sus compañeros del brazo, lo sacude y dice con orgullo:

- Allí nací, verás, ar vicolo der Villano. - Y parece que presume de un gran escudo de armas.

Una plebeya de pelo se ha sentado sobre una de las pequeñas piedras que cierran los agujeros para los postes, una vez, del molinillo, se ha desatado el corpiño y le da el pecho a un mocoso. A un metro de distancia, un hombre gordo, rubicundo, mutilado, sin un brazo, todavía vestido con una chaqueta gris verdosa demasiado ajustada y remendada, se sentó en el parapeto, perpendicular al puente. El amigo que lo acompaña se sienta a su lado, saca unas tijeras de su bolsillo y comienza a cortar las uñas de la única mano que le queda al mutilado. Luego los archiva con una navaja. Y se sonríen, en silencio, durante una hora, felices.

El laboratorio farmacéutico ya no existe: fue desmantelado y guardado en otro lugar.

De Cosas vistas , Volumen I, Milán, F.lli Treves.


Castel Sant'Angelo di Domenica

UGO OJETTI


Visito Castel Sant'Angelo con la folla domenicale, passando lento e beato dall'ombra umida dei cunicoli alla penombra ventilata dei cortili, dalle tenebre delle tombe e delle prigioni al sole delle logge e delle terrazze spalancate sul cielo di Roma. M'abbandono ai custodi che fan da ciceroni, acconsento alle esclamazioni della recluta, del pretino, dello scolaro, della contadina che corrugano la fronte e stringono le spalle in un brivido quando penetrano nella cella dei condannati a morte; che attoniti apron la bocca e lascian cadere le braccia quando entrano in un'aula affrescata e papale. Così m'immagino di vedere Castello per la prima volta e d'essere tornato ragazzo, timido per la sentinella armata che allora ne vigilava l'ingresso e pel ricordo lì di tante maestà ed orrori (in ginnasio si leggeva il Cellini), e insieme orgoglioso d'essere romano, come a dire uno dei proprietari.

Il vecchio custode che ci accompagna a visitare le prigioni, ha l'erre grassa e parla con nobiltà: - Questo, signori, è il terribile carcere di Giordano Bruno che arse nel rogo a Campo dei Fiori -. Nove erre. Mi provo mentalmente a costruirgli, per quell'annuncio, una frase senza erre. C'è voluta nientemeno la breccia di Porta Pia perché io oggi possa, in cosi tetro carcere, dedicarmi a cosi leggiadro esercizio. - Madonna santa! - Il custode ha spento la luce, tanto da darci per un attimo lo spavento del buio in questa tomba; e l'esclamazione è stata della contadina. - Ohe, nun facimmo scherzi, - commenta il soldato, adesso che la luce elettrica è tornata e che uno ad uno, piegando la testa, sgusciamo fuor dalla cella. Un po' di gelo l'abbiamo ancora nelle vene quando, in una stanzuccia vicina, il custode ci assesta un altro colpo: - Questa è la ghigliottina, e quelle le lame di ricambio, e qui nella vetrina le vesti del boia: rossa pel boia, bianca per l'assistente - Ma è benigno e vuoi ridarci il respiro: - L'ultima volta è stata adoperata nel 1868 per Monti e Tognetti -. Nella ghigliottina pontificia la lama è caduta di traverso cosi che d'un lato è uscita fuori dal ceppo, e quel triangolo pare una delle due zanne che tagliano il labbro del cignale.

Sul cortile di Paolo terzo, a fianco d'una porta, tra due piramidi di palle di pietra per cannoni, coi fiocchi di seta, un cartello annuncia: ´ Laboratorio farmaceutico del secolo XIV ". E perché? Storte, lambicchi, mortai di porfido, barattoli dipinti: tutto disposto col gusto, la polvere, gli stracci e la confusione con cui quarant'anni fa si arredavano gli studi dei pittori veramente geniali. Sono residui delle mostre improvvisate qui nel 1911 (1). Non sono i soli. Più in alto, nell'appartamento Paolino, la sala d'Amore e Psiche, trasformata in camera da letto di Paolo terzo, col letto, la coltre, lo scrigno, la tavola, la clessidra e altre fantasie che Paolo terzo non vide mai ne toccò. Ma il pubblico guarda ed ammira, m rispettoso silenzio. E s'istruisce. Non dipende il Castello dal Ministero della pubblica istruzione? La Farmacia del papa, il letto del papa. Assisto qui alla nascita della leggenda, alla vera fabbrica della storia. Ed è commovente. Ve lo spettatore credente che si cava il cappello e tra quelle quattro colonnine dorate s'immagina il papa dormire sotto un volo di chérubi; se tosse solo, s'inginocchierebbe. Ve lo studente chiomato e saputo, che sogghigna e protesta contro tanto soffice lusso del sommo Pastore. Ve lo smunto pensionato, deluso dalla vita, assiduo di cinemadrammi, che tende il dito verso un alambicco di vetro e chiede cupo al custode della farmacia: - I veleni si distillavano qui?

Il Ministero dell'Istruzione dovrebbe compiere l'opera bene iniziata, e in una delle tante sale deserte di questo Castello esporre le vesti e i veli di Tosca e il suo bastone coi nastri, i pennelli e la tavolozza del cavaliere Cavaradossi e, con l'autentica d'un regio bollo, l'autografo dei versi famosi: "O dolci baci, o languide carezze", da lui declamati proprio qui sulla terrazza. Aumenterebbe, con l'istruzione, gl'introiti. E Vittoriano Sardou avrebbe, tra Giordano Bruno, il Cristo del Cellini e la muda del Cagliostro, il posto che gli spetta nella veridica storia di Castel Sant'Angelo. Gli si potrebbe anche dedicare una lapide di marmo, con una festicciola, come si suoi dire, interalleata.

Alla ghigliottina, agli alambicchi, alle prigioni e al trabocchetti, fanno contrasto i placidi nomi di questi passaggi: il loggiato circolare cogli archi aperti su tutta Roma si chiama ancora, alla romanesca, il Giretto d'Alessandro settimo, il Giretto di Pio quarto; il lungo corridoio tra due muri, uno in luce uno in ombra, che ancora congiunge Castello al Vaticano. e che adesso si perde tortuoso tra le case di Borgo come un. nastro che si sia allentato, si chiama il Passetto: bonari diminutivi di cose grandi antiche e venerabili, rime per sonetti del Belli, che riducono il papa a un placido canonico sorridente nella sua passeggiata al fresco durante la digestione.

"È proibito scrivere sui muri". Legge crudele stampata quassù a grandi lettere cento volte; legge crudele che toglie a questi miei compagni d'oggi due consolazioni d'un colpo: quella di mostrare che sanno scrivere, quella d'entrare in un minuto, pellegrini o innamorati, con una matita, una firma e una data, nella storia di Roma, chi sa, per sempre. Ma vi sono due sposini vestiti a nuovo, che non si rassegnano. Sono entrati di fresco nella legalità, e l'idea d'un piccolo peccato già li inebbria. Sorridono, arrossiscono, spiano pel loggiato a destra e a sinistra se spunti il custode. Lo sposo ha già la matita in mano, una matita legata in oro, dono di nozze certamente, tanto timido è lo sguardo da novizio con cui se la rimira stretta tra due dita come un torcetto acceso. La sposina d'un tratto gliela strappa di mano: - Lascia fare a me.. Tu fai la guardia, - e mi sorride per farmi suo complice. Anche il marito mi sorride, come a dire: - Le ha sorriso col mio permesso. - Quando se ne sono andati leggo: "Laura. e Renzo, 17 decembre 1922". La più coraggiosa ha messo giustamente il suo nome pel primo. Pensaci Renzo: sull'alto di Caste! Sant'Angelo sta scritta da stamane la tua sorte.

Vedi ingiustizia. Nella vuota sala detta la biblioteca di Paolo terzo trovo un guardiano con tanto di gallone d'argento intorno al berretto. E piccolo, contorto, infreddolito. Nel vano d'una finestra ha acceso un fiammifero di legno e vi soffia su perché arda bene. Quando il fiammifero è spento, si mette lui, lui custode della legge, con quel fuscello annerito a segnare sul muro alcune cifre. Mi avvicino, autorevole: - Ma non sa che è proibito scrivere sulle pareti? - Non è niente. Ho contato quanti sono i mattoni del pavimento e me li segno per ricordo. Sono millenovecentonovantotto -. Pacifico, va verso una comitiva di seminaristi che entra adesso; e comincia la spiegazione.

Salgo fino alla terrazza. Che gloria! Nel tepore che avvolge questo decembre mentre si viene addormentando nell'inverno, nell'aria limpida, che dietro l'Aventino, dietro il Quirinale, dietro il Pincio, dietro i Parioli rivela, dagli Albani ai Sabini, tutti i monti lontani con quel tanto di neve in cima in cima che separi il loro azzurro dall'azzurro del ciclo, ci si sente leggeri, schiariti, esilarati. E si capisce che anche questo gran San Michele quassù, ringuaini la spada.

Vi saranno cento persone stamane su questa terrazza, felici come me, lo sguardo imbambolato dalla gran luce. Tutto popolo. E c'è chi si protende dal parapetto a guardare, e resta cosi immobile come aspettasse l'ali per partire a volo. C'è chi si sdraia per terra, contro il muro del mastio, lasciandosi imbevere di sole e di cielo. E ognuno è solo. Anche gl'innamorati si dividono, svuotati e rapiti da questa immensità. No: c'è un omone tarchiato e sanguigno che in romanesco spiega a due amici di provincia nientemeno "l'idea del Bernini ". Ha tratto di tasca una grossa chiave, l'ha volta verso San Pietro: - Ecco quale era l'idea del Bernini. Voleva rifare a forza di porticati la chiave di San Pietro. L'occhio della chiave, lo vedete, l'ha fatto: è il porticato rotondo, quello là, davanti alla basilica. La canna della chiave doveva venir giù per Borgo fino a qui sotto, fino a Ponte Sant'Angelo. Ponte Sant'Angelo, in fondo, sarebbe stato il rettangolo cogl'ingegni della chiave. Capite? Ma il progetto, al papa non gli piacque. Diceva: ´ Li forestieri lassameli venì su pe' ste straducce e pe' sti vicoli; cosi quanno arriveno davanti a la piazza, je fa più effetto ". Capite come fu? Era un papa che ragionava fino -. Ma i due non,gli danno più retta. Anche loro sono partiti in sogno, e stanno a guardare il fiume giallo.

Borgo Vecchio, San Pietro, i palazzi del papa e, dietro, gli alberi del Giardino, color di ruggine. Pare che s'abbiano da fotografare tutto cogli occhi, per riportarselo a casa e ricordarselo, finestra per finestra, fino alla morte, e dopo. Anche il romano per un poco tace. Poi scatta, afferra uno dei suoi compagni per un braccio, lo scuote e gli dice fieramente:

- Io so' nato lì, vedi, ar vicolo der Villano. - E pare che gli vanti un suo gran stemma.

Una popolana in capelli s'è seduta sopra uno dei pietrini che chiudono i buchi pei pali, una volta, della girandola, s'è slacciata il corpetto e da il seno a un suo marmocchio. Un metro più in là, un mutilato grasso e rubicondo, senza un braccio, vestito ancora d'una giubba grigioverde troppo stretta e tutta toppe, s'è seduto sul parapetto proprio a perpendicolo sul Ponte. L'amico che l'accompagna gli si siede vicino, trae di tasca un paio di forbicette e comincia a tagliare le unghie della sola mano che è rimasta al mutilato. Poi con un temperino gliele lima. E si sorridono l'un l'altro, in silenzio, per un'ora, felici.

Il laboratorio farmaceutico non esiste più: fu smontato e riposto altrove.

Da Cose viste, tomo I, Milano, F.lli Treves.

ROMA DOMA

 

EN EL PINCIO

ANDREA GIDE



Lo que me alegra hoy es algo como el amor, y no es amor, o al menos no es de lo que los hombres están hablando y buscando. Tampoco es el sentimiento de belleza.

No proviene de una mujer, ni de mi pensamiento. ¿Me entenderás si digo que esto no es más que la simple exaltación de la luz?

Estaba sentado en este jardín; No vi el sol; pero el aire

brillaba con luz difusa, como si el azul del cielo se volviera líquido y se derritiera en lluvia.

Sí, de hecho, hubo olas, remolinos de luz; sobre el musgo chispas como gotas; sí, de verdad, en esta gran avenida se hubiera dicho que llovía luz, y entre los rayos goteantes de espumas de oro quedaban en los extremos de las ramas.

... Esa terraza del Pincio parece un escenario erigido de la mano de un hombre agradecido, para admirar el espectáculo más grandioso que un Dios de amor puede ofrecer a sus criaturas. Sí, agradecido, oh Dios mío, que para distraernos de la malicia frívola y para inculcarnos un sagrado desprecio por las miserias, entre las cuales nuestra vida transcurre inútilmente, nos diste este océano ilimitado de luz, este aire lleno de olor de flores, esa infinita riqueza de colores y formas en la que nuestra alma tiembla y se adora! ...

Desde: Les nourntures terrestres , París, Mercure de France, 1897

SUL PINCIO

ANDREA GIDE


Ciò che fa la mia gioia oggi è qualcosa come l'amore - e non è l'amore - o almeno non è quello di cui parlano e che cercano gli uomini. E non è neppure il sentimento della bellezza.

Esso non viene da una donna - e neppure dal mio pensiero. Mi comprenderai tu se dico che ciò non è altro che la semplice esaltazione della luce?

Ero seduto in questo giardino; non vedevo il sole; ma l'aria

brillava di luce diffusa, come se l'azzurro del cielo diventasse liquido e si sciogliesse in pioggia.

Sì, veramente, vi erano delle onde, dei mulinelli di luce; sul muschio scintille come gocce; sì, veramente, in questo grande viale si sarebbe detto che piovesse luce, e tra il grondare dei raggi schiume dorate restavano all'estremità de' rami.

...Quella terrazza del Pincio sembra un palco eretto dalla mano dell'uomo riconoscente, per ammirare lo spettacolo più grandioso che un Dio d'amore possa offrire alle sue creature. Sì, riconoscente, o mio Dio, che a distoglierci dalla frivola malignità e a infonderci un sacro disprezzo delle miserie, fra le quali passa insulsamente inutile la nostra vita, ci donasti questo sterminato oceano di luce, quest'aria pregna dell'olezzo dei fiori, quell'infinita ricchezza di colori e di forme in cui la nostra anima si scuote e si adora!...

Da: Les nourntures terrestres, Paris, Mercure de France, 1897



PIAZZA VITTORIO

CARLO EMILIO GADDA



p>L'indomani alle dieci esatte il Biondone era in loco (dopo aver dato una giratina fra i palmizi) : è Fora che le donne sogliono provvedere a mercato, in vista non solo della cena, quanto anzitutto del pranzo alle cure loro imminente: Fora delle mozzarelle, dei formaggi, delle vermìfughe cipolle, e dei cardi, sotto la neve pazientemente ibernanti, degli odori, delle insalatine prime, dell'abbacchio.

Gente che venneveno la porchetta su le bancarelle de piazza, quela mattina, ce n'era na tribbù. Da San Giuseppe in poi è la staggione sua, se pò dì. Col timo e co li fiocchetti de rosmarino, e l'agli nun ne pariamo, e il contorno o il ripieno de patate co l'erbetta pesta.

Ma il Biondo, a capo ciondoloni, si lasciò condurre tra i berci e le arance rosse dal suo dinoccolato ottimismo, sufolando in sordina, o atteggiandovi appena appena le labbra, tacendo a un tratto, levando un occhio in qua in là, come a caso. Oppure sostava chiotto chiotto, la lobbia giù a metà fronte, le mani in tasca, la gobba infreddolita sotto pastrano chiaro fresconcello, aperto, e dietro i due polsi cadente, da parer coda di marsina.

Era un pastranuccio di mezza stagione fasulla, che tirava al peloso, e al morbido, e riusciva liso in più punti: contribuiva a definir l'immagine d'un bellimbusto assonnato, in cerca d'una cicca da potè fumà. Involtato nel turbine degli inviti e degli incitamenti alla compera e in tutte le conclamazioni di quella festa formaggia, trascorse piano piano davanti le bancarelle abbacchiare, oltrepassò carote e castagne e attigue montagnole di bianco-azzurrini finocchi, baffosetti, nunzi rotondissimi d'Ariete: ivi insomma tutta la repubblica erbaria, dove alla gara dei costi e delle profferte i novelli sedani già tenevano il campo: e l'odore delle bruciate in sul chiudere pareva, da pochi fornelli superstiti, l'odore stesso de l'inverno fuggitivo.

Su molti banchi gialleggiavano, oramai senza tempo e senza più stagione, le arance in piramidi, noci, nelle ceste, susine di Provenza nere, lustrate col catrame, susine di California: alla cui sola veduta gli rampollava acquolina dal retrobocca, al Deviti.

Sopraffatto dalle voci e dai gridi, dalla stridula comminatoria di tutte le venditrici sindacate, pervenne alfine al reame antico ed eterno di Tulio e di Anco, ove adagiate sul tagliere prone o più raramente supine, o addormitesi di lato, a volte, le porchette dalla pelle d'oro esibivano i lor visceri di rosmarino e di timo, o un nòdulo qua e là verde-nero dentro la carne pallida e tenera, una foglia di menta amara pigiatavi a guisa di lardello con un gran di pepe, che la grida elaudava nel bailamme : “ nuova ghiandoletta prestata loro a cucina, e ad altro mercato e ad altre fiere non saputa. ”

Non gli riuscì difficile ivi, dato l'ottimismo in poppa che lo andava sospingendo fra il vorticar delle femmine, oberate di reti colme o di sporta, fronzute di broccoli, non gli fu difficile ravvisare dalla descrizione della Ines, e già da qualche passo lontano il tipetto, il gentil trombetto che faceva proprio al caso suo.

Era un dritto, dietro la bancarella, con du occhi! il contrario, in quel momento, della paura e della timidezza che aveva decantato la Ines, e con la zazzera fitta fitta e straunta tutta da una banda : insieme a la nonna, stava. A la cima, ricaduti un poco su la fronte, i fili dei capelli s'erano arricciolati come insalatina dopo il capriccioso ritocco del pettine, o come il rotolo d'una lama di maretta allorché la ribolle un attimo prima d'impigliarsi a recedere, e abbandona infine la rena.

Una parannanza bianca lo affagottava un tantino e tramente strillava stava a affila li cortelli, uno lungo uno corto, e intanto lo guardava a lui, ar Biondone, ma senza da segno de vedello: quer capoccione bionno scuro, co quaa lobbia de cavadenti specialista che je scegneva fino sur grugno, je s'era piazzato avanti a debbita distanza co le mano in saccoccia: era de sicuro uno che ciaveva la fantasia de magna la porca, ma si nun teneva li sordi, povero micco, poteva puro morì da la voja.

“ La porca, la porca ! Ciavemo la porchetta, signori! la bella porca de l'Ariccia co un bosco de rosmarino in de la panza! Co le palatine de staggione ! ” (la staggione se la sognava lui, erano le patate vecchie fatte a pezzi, tutte puntolini di prezzemolo, inficiate nella grascia della porca). “ Palatine de staggione, sori cavajeri e consijeri, sore spose mie belle! che so' mmejo che l'ova. toste pe l'insalata. Mejo dell'ova deli capponi so', ste patate. V'oo dico io. Assaggiatele! ”

Posava un attimo da riprender fiato.

E poi, a scoppio: “ Uno e novanta l'etto, la porca ! È 'na miseria, signori ! robba da fa vergogna, signori ! a chi venne e a chi crompa! Uno e novanta l'etto, più mejo fatto che detto. Farnese avanti co li baiocchi a la mano, sore spose ! Chi nun magna nun guadagna. Uno e novanta l'etto, la porca! Carne fina e dilicata, pe li signori propio! Assaggiatela e proverete, v' 'o dico io, sore spose: carne fina e saporita! Chi prova ciariprova, er guadambio è tutto vostro. La bella porca de li Castelli! L'emo portata a balia a la macchia: a la macchia de Gallerò, l'emo portata, a mmagnà la ghiandola de l'imperatore Calìgula ! la ghiandola der principe Colonna ! Der gran principe de Marino e d'Albano! ch'ha vinto tutti li peggio turchi pe mare e pe terra a la gran battaja de Levati da li piedi! Che ar domo de Marino ce stanno ancora le bandiere! co la mezzaluna de li turchi, ce stanno ! La bella porca, signori ! porchetta arrosto cor rosmarino! e co le patate de staggione !” : e dandosi requie dopo la strillata, a parte fatta anche l'attor tragico posa, ripigliò serio serio a affila li cortelli.

Ma doppo du bòtte a li cortelli ebbe un ritorno di fiamma: un sussulto lo scosse. Fu il deflagrare d'una ulteriore variazione, o tale parve all'agente. Ad occhi bassi : “ Provatela, signori, assaggiatela ! P'uno e novanta l'etto ve fate na magnata de porca, che vostra moje v'aringrazzia ! ” Poi, a una belloccia, discendendo di tono:

“ Che volete, bella pupa? ”, la pupa a quel tono d'autorità non potè comprimere le risa, “ na mezza libbra de porchetta? ” E sottovoce a lei, ma con un'occhiata a lo squattrinato cavadenti : “ A voi ve do er mejo boccone, v' 'o giuro ! Me piacete troppo ! Sete troppo bona ! Un bocconcino arrostito apposta pe voi, co du pa- tate ! ” Poi di nuovo, eternamente berciando e con occhi al ciclo stavolta e con delle gote da buccinatore senza senso: “ Farnese a erompa la porca, signori ! Farnese a caccia li sordi, ch'è la vorta bona, signori ! ch'è na vergogna lassalla qua sur banco che a momenti aripiove, che cioo so che ce n'avete un sacco in saccoccia, de baiocchi. Famo anna via la migragna, signori! La porca è vostra, si è che cacciate li baiocchi. ”

La nonna, ora, si nonna era, ciurmandola di bilancia alegra e di chiacchiera, dava ogni sodisfazione alla rubiconda servetta.

E lui: “ Uno e novanta l'etto! La porca d'oro, la porca! ” Ma intanto quer cavadenti d'un Biondone t'oo seguitava a guardà, dopo aver buttato indietro er copricapo, scoperta dunque la fronte, che apparve tutta fiammeggiata di una stoppa irta e rubella, tra il biondo, giusto, e il castano.

Gli si erano rizzati ai fianchi du figuri, du tipi de pizzichini un ber po' più scuri de lui, uno de qua uno de là, come i silenti gendarmi che Pulcinella percepisce dopo un po', in uno sgomento improvviso ma ritardato sull'azione. Sicché quello, er maschietto, a poco a poco, “ signori signori, uno e novanta l'etto, la porca la porca, sì, sì, la porca, ho capito ! ” pareva dire a se stesso, ma abbassava la voce sempre de più, “ a por-ca, ” sillabò esangue, “ 'a por... ” e quel po' di fiato gli smoriva nella gola: come la luce sempre più que-rula e falba di un moccolaccio quanno che sbava cera e se strugge tutto, in un lago de puzza, co un codino fritto ner mezzo.

Con addosso queli fanaloni, che tutt'a un tratto s'ereno mortipricati pe tre.

Sicché, capirete: quanno capì si de che gente se trattava, era troppo tardi pe squajassela.

Posò li cortelli sur banco, susurrò a la nonna “ me vonno ” : già se slegava la parannanza. Je tremaveno le gambe.

Je toccò fa bella cera ar Biondone, che senza tasse vede aveva sfoderato na carta, na tessera, e je diceva a mezza voce nell'atto che je lo stava a regge sotto l'occhi, quer ber talismano:

“ Hai da venì un momento in questura : si stai zitto nessuno se n'accorge! Questi so' du aggenti in borghese, ma si preferisci t'accompagno io, senza disturbali! a venì de scorta. Sei Lanciani, Lanciani Ascanio, si nun me sbajo. ” Je toccò, sicché, pe nun fa storie, pianta porchetta e cortelli, e lassaje tutto a la zia... a la nonna: era là, dura, impalata, co un occhio pieno d'inquietudine a la folla, che trascorreva distratta.

Uscirono da la confusione verso via Mamiani o via Ricasoli: c'era un passaggio tra le bancarelle de li pescia-roli e de li pollaroli, indove che vènneno li calamari e li totani e tutte le qualità d'inguille e d'aguglie che stanno a mare, nun pariamo de l'arselle.

Il tipetto, e lui stesso il Biondone, sguardarono a quelle polpe molli d'un argento-chiaro madrcperla de li calamari (così delicatamente brunito nelle venature interne), annasarono senza pur volerlo odor d'alighe marine da tutto il fresco umidore, quel senso di ciclo e di libertà cloro-bromo-jodica, di mattina viva alle darsene, quella promessa d'argento fritto nel piatto per la fame che già chiamava dal profondo. Rotoli di trippe lesse l'un sull'altro come tappeti arrotolati, gentili anatomie di capretti spellati, rosso bianche, il codonzolo appuntito, ma terminato nel ciuffetto, a significarne in modo veridico la nobiltà : “ pe quattro lire v'oo do tutto, ” diceva l'abbacchiare presentandolo a mezz'aria, tutto cioè mezzo: e i bianchi cespi de la lattuga romana, o insalatine ricciolute tutte riccioli verdi, polli vivi coi loro occhi che smicciano da un lato solo e vedono, ognuno, un quarto del mondo, galline vive chiotte chiotte stipate nelle loro gabbie, o nere o belghe o padovane avorio-paglia, peperoni secchi gialloverdi, rossoverdi, che al mirarli solo ti pizzicavano la lingua, ti mettevano in salive la bocca: e poi noci, noci di Sorrento, nocciuole di Vignanello, e castagne a mucchi.

Addio, addio. Le donne, le polpute massaie: lo scialle scuro, o verde erba, una spilla da balia co la punta aperta, ahi! da pinzar la poppa alla vicina d'un attimo: così fan tutte. Polponi semoventi, esse ambulavano a fatica da uno spaccio e da un ombrellaccio al successivo, dai sèlleri ai fichi secchi : si rivolvevano, si strofinavano i rispettivi gre-gori l'uno all'altro, annaspavano ad aprirsi il passo, con borse ricolme, soffocavano, boccheggiavano, grasse car-pie in una piscina-trappola dove l'acqua a poco a poco decèda, stipate, strizzate, intrappolate a vite con tutta la lor ciccia nei vortici della gran fiera magnara.

tratto da Quer pasticciaccio brutto de via Merulana di Carlo Emilio Gadda - ed. Garzanti 1957

PLAZA VITTORIO

CARLO EMILIO GADDA


p Al día siguiente a las diez en punto Biondone estaba en el lugar (después de haber dado un paseo entre las palmeras): es Fora donde las mujeres suelen cuidar el mercado, no solo en vista de la cena, sino sobre todo del almuerzo. para su cuidado inminente: Agujero de mozzarella, quesos, cebollas vermìfughe y cardos, hibernando pacientemente bajo la nieve, olores, ensaladas, cordero.

La gente que venía la porchetta en los puestos de la plaza, esa mañana, había un tribbù. Desde San Giuseppe en adelante es su temporada, aunque sea un poco. Con los moños de tomillo y romero, y los ajos de los que no hablamos, y la guarnición o el relleno de patatas con el puré de hierbas.

Pero Biondo, con la cabeza colgando, se dejó llevar entre berci y naranjas sanguinas por su encorvado optimismo, asfixiándose tranquilamente, o simplemente posando los labios allí, de repente en silencio, levantando la mirada aquí y allá, como por casualidad. O se paraba cerrado, cerrado, hasta la mitad de la frente, las manos en los bolsillos, la joroba helada bajo un abrigo ligero y fresco, abierta y cayéndole detrás de las dos muñecas, como si fuera frac.

Era un falso pastranuccio de mitad de temporada, que apuntaba a lo peludo y a lo suave, y se usaba en varios lugares: ayudaba a definir la imagen de un tipo somnoliento que busca un cigarrillo para fumar. Envuelto en el torbellino de invitaciones e incitaciones a comprar y en todos los pregones de aquella fiesta del queso, pasó lentamente frente a los puestos de palizas, pasó zanahorias y castañas y montículos adyacentes de hinojo blanquiazul, bigotes, nuncios aries muy redondos. : allí en fin, toda la república herbácea, donde el nuevo apio ya ocupaba el campo en la competencia de costos y ofertas: y el olor a quemado en el cierre parecía, de unos pocos hornillos sobrevivientes, el mismo olor del invierno fugitivo. .

En muchos bancos amarillentos, ahora intemporales y sin estación, las naranjas en pirámides, nueces, en cestas, ciruelas negras de Provenza, glaseadas con alquitrán, ciruelas de California: a la simple vista de las cuales se hace agua por el fondo de la boca, en el Deviti.

Abrumado por las voces y los gritos, por el estridente castigo de todos los vendedores sindicados, finalmente llegó al antiguo y eterno reino de Tulio y Anco, donde las porchettes del costado yacían boca abajo o más raramente supina sobre la tabla de cortar la piel dorada exhibida. sus vísceras de romero y tomillo, o un nódulo verde negruzco aquí y allá dentro de la carne pálida y tierna, una hoja de menta amarga apretada como manteca de cerdo con un grano de pimienta, que el grito exaltado en el tumulto: “nueva glándula les prestó a la cocina, ya otro mercado y otras ferias desconocidas. "

Allí no le fue difícil, dado el optimismo en la popa que lo empujaba entre el torbellino de hembras, sobrecargadas de redes o cestas llenas, de frondosos brócoli, no le fue difícil reconocerlo por la descripción de las Inés, y Ya desde unos pasos lejanos el pequeño, la suave trompeta que le venía bien.

¡Era un hetero, detrás del puesto, con dos ojos! todo lo contrario, en ese momento, del miedo y la timidez que había elogiado Inés, y con su fregona espesa y densa tirada por una banda: junto a su abuela, estaba. En la parte superior, cayendo un poco sobre la frente, los mechones de cabello se habían rizado como una ensalada después del caprichoso retoque del peine, o como el rodar de una hoja de maretta cuando hierve a fuego lento un momento antes de quedar atrapado en la retirada, y finalmente se va. la arena.

Una parannanza blanca lo ahogó un poco y gritó tristemente, estaba afilando las cuchillas, una larga, otra corta, y mientras tanto lo miraba, ar Biondone, pero sin ningún rastro de viuda: quer pelirroja morena, je scegneva up sur snout, je se había colocado al frente a la distancia debida con la mano en el bolsillo: ciertamente era uno que tenía la fantasía de magna la porca, pero la monja los mantenía sordos, pobre micco, podía puro muerto de la voja.

“¡La puta, la puta! ¡Ciavemo porchetta, señores! la preciosa guarra de l'Ariccia con un palo de romero en de la panza! ¡Con el palatino de la temporada! (Soñaba con la temporada, eran las patatas viejas cortadas en trozos, todas motas de perejil, clavadas en la grasa del cerdo). “Palatine de season, sori cavajeri y consijeri, doloroso spose mi hermosa! que yo se 'mmejo que la ov. difícil para la ensalada. Mejo dell'ova deli capons Lo sé, ste papas. Te digo. ¡Pruébalos! "

Posa por un momento para recuperar el aliento.

Y luego, arrebato: “¡Uno y noventa por libra, la puta! ¡Es una miseria, señores! ¡Qué vergüenza, señores! a quien vino y a quien se derrumba! Uno y noventa la libra, más hecho que dicho. Farnese hacia adelante con el baiocchi en la mano, ¡dolorido! Quien gana monja monja magna. ¡Uno y noventa libras, la puta! Carne fina y delicada, para los caballeros! Pruébalo y lo probarás, v '' o digo, doloroso: ¡carne fina y sabrosa! Quien lo intente crípticamente, y las ganancias son todas suyas. ¡La preciosa guarra de li Castelli! El emo trajo a la enfermera en la Macchia: en la Macchia de Gallero, el emo llevó, a mmagnà, la glándula del emperador Calìgula! la glándula del príncipe Colonna! ¡El gran príncipe de Marino y d'Albano! ¡Quién ganó a los peores turcos por mar y por tierra a la gran battaja de Levati da lefoot! ¡Qué domo de Marino todavía hay banderas! con la media luna de los turcos, ¡hay! ¡La puta preciosa, señores! ¡porchetta asada con romero! ¡y con patatas de temporada! " : y descansando tras el grito, aparte de que el actor trágico también posa, retomó la seriedad para agudizarlos.

Pero después de du bòtte a li cortelli tuvo un flashback: una sacudida lo sacudió. Fue la explosión de una nueva variación, o eso le pareció al agente. Con la mirada baja: “¡Pruébenlo, señores, pruébenlo! ¡P'one y noventa los hecto te hacen na magnata de porca, que tu moje v'aringrazzia! "Entonces, de buena gana, descendiendo en tono:

“¿Qué quieres, hermosa nena? ", La pupa en ese tono de autoridad no pudo contener la risa", ¿media libra de cerdo? Y en un susurro para ella, pero con una mirada al escarbador de dientes sin dinero: "A ti te doy er mejo boccone, v" ¡o te lo juro! ¡Me gustas mucho! Sed demasiado bueno! ¡Un bocado asado especialmente para ti, co du patate! Entonces otra vez, eternamente bostezando y con los ojos al cielo esta vez y con las mejillas de un insensato buccinador: “¡Farnesio para hacer erupción la guarra, señores! ¡Farnesio cazando sordos, que es la vorta bona, señores! que hay una vergüenza ahí en el banquillo que a veces llueve, que yo sé que tienes mucho en el bolsillo, de baiocchi. ¡Famo anna via la migragna, caballeros! La guarra es tuya, es que las ahuyentas. "

La abuela, ahora, si era abuela, le estaba dando todas las satisfacciones a la doncella rubicunda.

Y él: “¡Uno y noventa libras! ¡La puta dorada, la puta! “Pero mientras tanto, el arrancador de dientes de un Biondone t'oo seguía mirando, después de echarse hacia atrás el tocado, destapando así la frente, que parecía toda flameada con una estopa erizada y rubéola, entre la bella bella y la morena .

Dos figuras de pie en sus caderas, dos tipos de tenazas un poco más oscuras que él, una aquí, otra allá, como los gendarmes silenciosos que Pulcinella percibe al cabo de un rato, en un repentino desaliento pero demorado en la acción. Así que, eh muchacho, poco a poco, “señores, uno y noventa hectogramos, la guarra la guarra, sí, sí, la guarra, ¡lo entiendo! "Parecía estar diciendo para sí mismo, pero bajó la voz cada vez más," un por-ca ", deletreaba sin sangre," 'un por ... "y ese poco de aliento se desvaneció en su garganta: como la luz cada vez más eso -regla y vieira de un moco cuando unta cera y lo derrite todo, en un lago de hedor, con una coleta frita en el medio.

Con esos fanaloni puestos, que de repente se mortificaron por tres.

Entonces, entenderás: cuando entendiste con qué se estaba enfrentando la gente, ya era demasiado tarde para la squajassela.

Los colocó sobre la encimera, le susurró a su abuela "me vonno": ya si desataba la parannanza. Me temblaban las piernas.

Je tocó es hermosa cera ar Biondone, quien sin impuestos ve que había sacado un papel, una tarjeta, y je dijo en voz baja en el acto que lo estaba sosteniendo bajo sus ojos, quer ber talismán:

“Has venido por un momento a la comisaría: ¡Cállate que nadie se dé cuenta! Estos conocen a los agentes vestidos de civil, pero si lo prefieres, te acompaño, ¡sin molestarlos! vino de escolta. Eres Lanciani, Lanciani Ascanio, sí monja me sbajo. "Je tocó, para que, pe monja haga un escándalo, planta porchetta y cortelli, y lassaje todo a la tía ... a la abuela: allí estaba ella, dura, empalada, con la mirada llena de inquietud ante la multitud, que pasó distraído.

Dejaron la confusión hacia via Mamiani o via Ricasoli: había un pasaje entre los puestos de li pescia-roli y de li pollaroli, donde hay calamares y calamares y todas las cualidades de ingles y agujas que están en el mar, no hablar del arselle.

El pequeño, y el propio Biondone, miraron esas suaves pulpas de nácar plateado claro del calamar (tan delicadamente bruñidas en las venas internas), tantearon sin querer oler a algas marinas de toda la fresca humedad, esa sensación de ciclo y libertad clorobromioyódica, viva en la mañana en los muelles, esa promesa de plata frita en el plato por el hambre que ya llamaba desde las profundidades. Rollos de callos se leen entre sí como alfombras enrolladas, suaves anatomías de niños de piel, rojo y blanco, el codón puntiagudo, pero terminando en el mechón, para significar verdaderamente su nobleza: "por cuatro liras hago todo", decía la paliza, presentándolo en el aire, eso es todo la mitad: y los mechones blancos de lechuga romana, o ensaladas rizadas, todos rizos verdes,

Adiós, adiós. Las mujeres, las amas de casa pulposas: el chal oscuro, o verde hierba, un imperdible con punta abierta, ¡ay! para pellizcar la popa al vecino en un momento: también lo hacen todos. Pulpos autopropulsados, caminaban con dificultad de una tienda y de un paraguas a otro, de sèlleri a higos secos: giraban, frotaban sus respectivos gre-gores uno contra otro, tanteaban para abrirse paso, con bolsas llenas, se ahogaban, jadeaban, gordas caries en un estanque-trampa donde el agua se va pudriendo poco a poco, hacinados, exprimidos, jodidos con toda su carne en los remolinos de la gran feria.

tomado de Quer pasticciaccio ugly de via Merulana por Carlo Emilio Gadda - ed. Garzanti 1957



















Urbino, la mágica ciudad del Renacimiento que vio nacer a Rafael

 

Capital del Renacimiento

Urbino, ciudad de historia milenaria, con 14.200 habitantes, en la provincia de Pésaro, a 260 kilómetros Roma, en el noreste, ha sido elegida por el diario «The New York Times» entre los destinos que hay que visitar . Es un idílico municipio montañoso, un lugar mágico donde sus casas, palacios e iglesias se extienden entre calles estrechas y empinadas. Durante los siglos XV y XVI fue una de las capitales culturales del Renacimiento, cuyo halo se respira todavía en esta ciudad universitaria, con un ambiente joven y relajado. El centro histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1998. Sus calles alojarán a lo largo de todo el año eventos y exposiciones dedicados a su hijo más ilustre.

El Palacio Ducal alberga la Galería de las Marcas
El Palacio Ducal alberga la Galería de las Marcas - GTRES

El  maravilloso Palacio Ducal, que alberga la Galería de las Marcas, una de las colecciones de pintura más importantes del mundo que cuenta con obras de Rafael, Piero della Francesca, Tiziano, Ucello y Barocci. Entre mayo y octubre, acogerá la exposición «Rafael y Baldassarre Castiglione».

El edificio fue definido como «un palacio en forma de ciudad» por Baldassarre Castiglione, humanista, diplomático, militar y escritor, autor del célebre tratado «Il Cortegiano» («El Cortesano», 1528), donde describe el ideal de vida del Renacimiento, una guía práctica del caballero perfecto, que debía ser experto en las armas y en las letras. En esa especie de manual, que durante siglos fue leído en Europa por quienes aspiraban a una vida de poder y distinción, Baldassarre Castiglione teoriza sobre el arte de conversar y, para ello, se inspiró en este Palacio Ducal.


Legendarias reuniones

Allí, en marzo de 1507, en una de sus habitaciones con altas ventanas se reunieron durante cuatro noches seguidas un grupo de poetas, artistas, eruditos y nobles alrededor de una mesa para conversar sobre el amor, la moral, la ley, los modales, la belleza, el sexo, el arte y todo lo que estaba en la mente de los hombres y mujeres del Renacimiento. «Aquí, entonces, se escucharon gentiles discusiones y bromas inocentes», escribió Castiglione sobre el encantador ambiente fomentado por Elisabetta Gonzaga, la duquesa de Urbino, renombrada por su cultura, que presidió esas legendarias reuniones. La pluma de Castillone, con una prosa considerada como una de las más altas expresiones del Renacimiento italiano, convirtió a Urbino en sinónimo de refinamiento y cortesía, donde el arte y el dinero formaban un matrimonio perfecto.




Hoy esta Casa Natal de Rafael, a la que se llega desde la plaza central en una de las principales calles empinadas de Urbino, es una etapa obligada para comprender las raíces del pintor llamado el Divino y se puede observar un fresco juvenil.


A pocos pasos del Palacio Ducal se encuentra el imponente Duomo y el Museo Diocesano Albani. La catedral, de formas románico-góticas, fue reconstruida en los años 1474-1488. Conserva algunas telas de gran valor histórico-artístico. A su derecha, el museo con doce salas en las que se encuentran dos antiguas sacristías del Duomo.