Por Francisco
Fernández Buey | 23/06/2009
Fuentes: gramscimania.blogspot
Nadie ha hecho
tanto por el conocimiento de Gramsci en España como el filósofo Manuel
Sacristán (Madrid, 1925-Barcelona, 1985). Se ha dicho de éste que fue sin duda
la figura más relevante del marxismo en España desde los años sesenta hasta su
muerte en 1985. Y con el paso del tiempo esta afirmación resulta aún […]
Nadie ha hecho
tanto por el conocimiento de Gramsci en España como el filósofo Manuel
Sacristán (Madrid, 1925-Barcelona, 1985). Se ha dicho de éste que fue sin duda
la figura más relevante del marxismo en España desde los años sesenta hasta su
muerte en 1985. Y con el paso del tiempo esta afirmación resulta aún más
verdadera. Sacristán editó, tradujo y presentó las obras más importantes de
Marx, de Engels, de Lukács y de Korsch, además de introducir también en nuestro
país a algunos de los más conocidos filósofos analíticos anglosajones. Pero de
todos los clásicos marxistas de la tercera generación (si se nos permite hablar
así) la ocupación de Sacristán con Gramsci fue la más constante y también la
más problemática.
La más constante
por la sencilla razón de que él siempre consideró que la reflexión
político-cultural de Antonio Gramsci, particularmente en los Quaderni del
carcere, era (de todas las reconsideraciones comunistas que se produjeron después
de la muerte de V.I. Lenin) la más próxima a las preocupaciones, necesidades y
aspiraciones de las clases trabajadoras de la Europa occidental en la época de
la guerra fría. Y la más problemática también, porque, insertándose en la misma
tradición emancipatoria que Gramsci y compartiendo como compartía la dimensión
político-moral del pensamiento de éste, la formación intelectual y las
aficiones filosófico-científicas de Sacristán eran sensiblemente distintas de
las del pensador sardo. En efecto, formación y aficiones intelectuales (por la
lógica, por la metodología y la teoría de la ciencia) inclinaban al filósofo
español hacia un tipo de marxismo en el que la preocupación moral fue siempre
unida al interés por la epistemología, con la particularidad, además, de que
Sacristán prefería la filosofía de la ciencia de orientación analítica a las
vaguedades especulativas o a las exageraciones cientificistas de los marxismos
contemporáneos más divulgados durante aquellos años (althusserianismo y
dellavolpismo, sobre todo) [1].
Este aspecto de su
formación distanciaba mucho a Sacristán del ambiente intelectual en el que tomó
cuerpo el pensamiento de Antonio Gramsci, particularmente del idealismo
croceano, tan proclive a ignorar o despreciar ciertos desarrollos importantes
de las ciencias del siglo XX. Pero, simultáneamente, Sacristán consideraba el
marxismo como una tradición emancipatoria moderna, como una tradición del
movimiento obrero, no como un sistema teórico; motivo éste que (junto con la
decisión de tomarse rigurosamente en serio la declaración de Marx contra el
papanatismo y el dogmatismo de aquellos que ya en su tiempo se denominaban
marxistas) le impulsó a situar en el centro de su discurso no el marxismo mismo
(como cuerpo doctrinal) sino el comunismo marxista entendido a la vez como
tradición, o conjunto de creencias, como movimiento y como ideal de liberación.
Una distinción en la que no es difícil ver, si se quiere, la traducción libre
(con ligerísima modificación de los términos) de ciertos pasos del Gramsci de
los Quaderni.
Esta tensión
permanente entre el motivo epistemológico de procedencia analítica (orientado a
librar a la tradición comunista tanto de los «megalitos hegelianos» como de los
excesos estructuralistas) y la dimensión político-moral de su discurso hizo del
marxismo de Sacristán un caso más bien insólito en el panorama europeo de los
años sesenta y setenta, lo que le da una dimensión que probablemente acabará
siendo reconocida cuando haya terminado de editarse toda su obra, durante algún
tiempo un tanto dispersa en publicaciones de difícil localización [2]. En
cualquier caso, fue la identificación de fondo con la orientación
político-moral del pensar y del hacer de Gramsci lo que explica el carácter
recurrente con el que Sacristán se ocupó de su obra.
La tensión entre
motivos éticos y epistemológicos está también presente en todo lo que Sacristán
escribió y enseñó sobre Gramsci desde finales de la década de los sesenta. Ya
en 1967, en un artículo titulado «La interpretación de Marx por Gramsci»,
dedicado en lo sustancial a la formación de este último, son visibles desde el
principio los dos aspectos de la tensión aludida [3]. Y lo son igualmente en la
exposición de las razones que allí se daban para la reconsideración de la obra
de Gramsci. Tales razones eran, para Sacristán, en aquel momento, dos. En
primer lugar, describir un caso realmente difícil de recuperación y
reelaboración de la inspiración marxiana en un marco de ideas y creencias
sumamente desfavorable a ellas. En segundo lugar, señalar un importante
problema pendiente en el pensamiento socialista contemporáneo, el del papel de
la ideología, que Sacristán consideraba planteado en la obra de Gramsci pero no
resuelto en ella.
Aunque la alusión a
un marco de ideas y creencias sumamente desfavorables al marxismo hace pensar,
por analogía, en la situación española de entonces, debe advertirse que
Sacristán no se estaba refiriendo en este caso a las dificultades creadas por
el fascismo mussoliniano (puesto que, como se ha dicho, el centro del ensayo es
la formación del marxismo de Gramsci antes de la Marcha sobre Roma), sino al
ambiente cultural italiano de los años inmediatamente anteriores y posteriores
a la primera guerra mundial, años dominados, como se sabe, por el positivismo y
por la reacción idealista. En la influencia de esta última en el joven Gramsci,
y más precisamente en su carácter sólo reactivo contra un positivismo trivial,
como era el de Achille Loria, vió Sacristán la principal debilidad del primer
marxismo de Gramsci; una debilidad que, aun con muchas matizaciones,
persistiría en losQuaderni, y que nuestro autor atribuye a un factor ambiental
inmediatamente puesto de manifiesto por el hecho de que entonces se hubiera
impuesto en Italia la mediocridad positivista de Loria a la agudeza (también
positivista, por cierto) de Vailati y de Peano, por ejemplo. Un tema, éste, del
que se han ocupado también en Italia, desde perspectivas distintas, el joven
Giacomo Marramao y el historiador de la ciencia Paolo Rossi.
La de Sacristán es
una reconstrucción histórico-crítica de la obra de Gramsci que no tiene nada de
encomiástica ni de hagiográfica. Arranca de la idea de que hay que leer la obra
de Gramsci como la de un clásico de la filosofía moral y política, evitando la
intencionalidad instrumental, la interpretación estrechamente politicista en
uno u otro sentido. De ahí que cuando bastantes años después, en 1977, se hizo
moneda corriente en España referirse a Gramsci como antecedente directo (o
padre) del «eurocomunismo», el filósofo español, además de mostrarse
sorprendido porque Gramsci se estuviera convirtiendo entonces en una moda,
protestara enérgicamente contra las manipulaciones sectarias de su obra:Gramsci
es un clásico, o sea, un autor que tiene derecho a no estar de moda nunca y a
ser leido siempre. Y por todos, escribió en aquella oportunidad [4]. Por
cierto, que tanto en aquel ensayo de 1967 como en esta declaración de 1977 hay
un elogio de Sacristán a la cultura política comunista italiana que (de
Togliatti a Gerratana) hizo posible el que, comparativamente, Gramsci haya
llegado a ser un clásico marxista de los mejor leídos, de los menos
embalsamados.
Así pues, a través
del hilo de una lectura histórico-crítica orientada a subrayar la debilidad
idealista desde el punto de vista epistemológico y metodológico, pero al mismo
tiempo a poner de manifiesto una evolución política e intelectual en la que se
solapan corrientes ideales contrapuestas, se llega finalmente al importante
problema pendiente en el pensamiento socialista que, en opinión de Sacristán,
Gramsci identificó aunque no resolvió. Se trata de si el pensamiento
revolucionario ha de ser o no ideológico. La hipótesis interpretativa de
Sacristán es que, en su tratamiento del tema de la ideología (incluyendo en
este caso los desarrollos más maduros de los Quaderni), Gramsci se equivocó: en
parte – mantiene Sacristán – porque leyó mal a Marx en este punto y en parte
por la influencia del ambiente idealista y culturalista en que se formó.
Consecuencia de este déficit habría sido la imposibilidad de salir de la
antítesis positivismo/ideología al aceptar que esta última, la ideología, es la
única instancia mediadora entre la fuerza social y la acción [5].
Según esto, Gramsci
habría identificado el problema, habría estado incluso cerca de su resolución
al acentuar el principio de la práctica, pero habría recalado finalmente en el
«ideologismo» sin llegar a legarnos una praxeología racional, concreta y
crítica. Lo que, de acuerdo con la interpretación de Sacristán, nos legó Gramsci
es el planteamiento veraz y hondo de un problema, el de la posible eliminación
de la especulación ideológica en el pensamiento socialista, con ineludibles
implicaciones para la configuración del programa político y cultural. Lo que
Sacristán proponía en ese contexto era precisamente arrancar del problema de
Gramsci, reanudar la crítica marxiana de lo ideológico también en el
pensamiento socialista, sin ignorar por ello los peligros de la ideología que
empezaba a hacerse dominante en nuestras sociedades (la ideología del fatalismo
tecnológico y del final de las ideologías), a sabiendas, por tanto, de que la
tarea tiene la suficiente importancia teórico-práctica como para arrostrar el
riesgo de una apresurada identificación con esta última por parte de las corrientes
más o menos hegelianizantes del marxismo [6].
La verdad es que
esta orientación anti-ideológica, lo que Sacristán llamaba entonces (a mediados
de los años sesenta) «el programa de la hora» tuvo escaso eco en el marxismo
hispánico [7]. Y ello seguramente por motivos parecidos (aunque modificados, y
no para mejor) a los que el propio Sacristán identificara como obstáculos
principales en la formación de Gramsci. Pues también la cultura socialista
(entendiendo la palabra en un sentido amplio) de la época osciló en España
entre las nuevas versiones del positivismo o del cientificismo y el idealismo
reactivo, teñido de voluntarismo. Pero, en cualquier caso, aquella
interpetación de Gramsci por Sacristán nos situaba ante una lectura
problematizadora que ha dado también sus frutos [8].
Sacristán amplió a
la totalidad de la obra de Gramsci esta lectura mientras preparaba la selección
de textos gramscianos que componen su antología publicada en México en 1970 por
la editorial Siglo XXI. Con este volumen de algo más de quinientas páginas, en
el que se incluyen artículos del período ordinovista, cartas anteriores al
encarcelamiento y material procedente de los Quaderni que no había sido editado
antes en España, la censura franquista no tuvo concesiones. Tuvieron que pasar
más de cuatro años para que el régimen autorizara su publicación en Madrid en
un momento en que eran ya de dominio público los primeros síntomas de la
enfermedad que acabaría con la vida del Dictador.
La Antología tenía
que haber aparecido con una introducción del traductor y antólogo, pero no pudo
ser. Este se limitó a proporcionar al lector numerosas y valiosísimas notas
aclaratorias y contextualizadoras de los textos de Gramsci, que revelan
dedicación, paciencia y documentación destacadísima, así como a insertar una
breve nota previa en la que declaraba que «por el momento conviene hacer de la
necesidad virtud y descubrir que los textos de Gramsci están probablemtente
mejor sin compañía». El mismo párrafo introductorio aludía a causas sustanciales
que aconsejaban al antólogo aplazar la investigación iniciada [9].
Muchos lectores
(pues esta vez los lectores fueron en verdad muchos) de las varias
reimpresiones y ediciones de la Antología de Antonio Gramsci en castellano se
han preguntado por las causas sustanciales a las que Sacristán aludía tan
lacónicamente en aquella breve nota de advertencia. Lo he contado ya en otro
lugar, en ocasión de la muerte de Manuel Sacristán, y pienso que no es
indiscreto volver a contarlo aquí porque la explicación tiene importancia para
entender el sentido de la interpretación de Gramsci por Sacristán [10].
Lo que obligó a
Sacristán a aplazar la investigación en curso fue el sufrimiento que le produjo
el estudio detallado de la vida y de la obra de Gramsci en unas fechas muy
difíciles para el movimiento comunista (eran los meses que siguieron al doble
aldabozano del 68: París y Praga), y aún más en un país como el nuestro en el
que, al estar el movimiento comunista prohibido por la dictadura franquista, ni
siquiera era posible la discusión abierta, entre amigos naturales, de lo que
estaba ocurriendo. La comprensión empática de la tragedia del comunista Gramsci
en las cárceles del fascismo mussoliniano, el desacuerdo con la actitud del
partido comunista francés durante los hechos de mayo, la repulsión provocada
por la intervención de los tanques soviéticos en Praga y la contradictoria
situación de un comunismo español crítico de la invasión de Checoslovaquia pero
casi obligado al silencio por la clandestinidad son, sin duda, factores que
justifican suficientemente un proceso depresivo en personas sensibles con
convicciones morales. La sensibilidad moral de Sacristán, su identificación
profunda con la tragedia personal de aquel hombre, al que también el mundo se
le fue haciendo grande y terrible, pudo más que la capacidad de concentración
intelectual [11].
El manuscrito
inacabado que Sacristán redactó a finales de 1968 tiene dos partes. La primera
está dedicada al Gramsci joven (1891-1917) y la segunda al dirigente revolucionario
de los años 1917 a 1926. Estas dos partes van precedidas por una breve
consideración metodológica dedicada a situar a Gramsci en la historia del
comunismo marxista y a explorar la mejor manera de aproximarse a su
pensamiento. Sacristán empieza con una diatriba frente a la instrumentalización
de Gramsci en los años sesenta y dirige sus dardos polémicos contra «la
orientación eclesiástica» del pensamiento comunista de la época de Stalin y
contra la «mentalidad formalmente teológica» de los herederos intelectuales de
la casta stalinista para subrayar, por contraste, el carácter crítico y
autocrítico del pensamiento y de la acción de Gramsci. Mantiene que la mejor
manera de evitar las parcialidades y las polémicas instrumentales al
aproximarse a la obra de Gramsci no es fijarse en las afirmaciones casuales o
en determinados aforismos sueltos (como entonces se hacía habitualmente en las
organizaciones políticas) sino tratar de captar el ritmo de su pensamiento en
desarrollo.
Al fijarse en la
importancia que para el hombre Gramsci han tenido las nociones de «orden» y
«tiempo» Sacristán llama la atención acerca de la contradictoriedad existente
entre la afirmación del joven revolucionario de veintitantos años, que llega a
decir que el pensamiento revolucionario niega el tiempo como factor de
progreso, y el revolucionario experimentado que escribe, ya en la cárcel, que
el tiempo es un simple pseudónimo de la vida misma. El carácter patético de
esta contradicción impulsa a Sacristán a preguntarse si la biografía es el
método más adecuado para la comprensión de la obra de Gramsci. Su respuesta a
esta pregunta ilustra sobre lo que él mismo se proponía hacer en la
introducción inacabada: «La clave de la comprensión de los escritos y el hacer
de Gramsci, en su variedad y en sus contradicciones, no es la biografía
individual, pero sí la totalización cuasi biográfica de numerosos momentos
objetivos y subjetivos en el fragmento de la historia de Italia, historia de
Europa e historia del movimiento obrero cuyo ‘anudamiento’ bajo una consciencia
esforzada fundaría el ‘centro’ que fue Antonio Gramsci» [12].
De hecho lo que
Sacristán llegó a redactar en 1968 es una reflexión sobre la formación de
Gramsci y sobre la evolución de su marxismo desde los años en la universidad de
Turín hasta su detención durante el invierno de 1926. Esta reflexión combina
muy bien aproximación biográfica (basada en la obra de Fiori y en las
referencias autobiográficas que hay en el epistolario), diálogo con los
principales intérpretes de la obra de Gramsci y de la historia del partido
comunista italiano (que por entonces eran Togliatti, Tasca, Spriano y Paggi) y
lectura crítica de algunos de los más notables escritos de Gramsci que el mismo
Sacristán había seleccionado para la Antología. Esta lectura atiende
primordialmente a cuatro cosas: el conocimiento real que Gramsci llegó a tener
de la obra de Marx antes de los Quaderni, la influencia del ambiente cultural
italiano de la época, el momento de la praxis revolucionaria y la forma en que
el propio Gramsci captó, a partir de 1917, el significado de la revolución rusa
y la aportación de Lenin en ella.
Los pasos más
sugestivos de esta lectura siguen siendo, en mi opinión, su equilibrada
valoración del «provincianismo» y del «europeísmo» del joven Gramsci en el
marco de la cultura idealista y antipositivista de los años de la primera
guerra mundial; el análisis del conflicto o contradictoriedad entre la
formación idealista o espiritualista y la tarea política e ideal que se propone
Gramsci a partir de 1917; la explicación de las causas que condujeron a la
«pasividad» o «inercia» de Gramsci en el momento de la fundación del partido
comunista de Italia, en Livorno, en enero de 1921; y la descripción, (en
relación con el concepto de tiempo histórico) de lo que eran el «derechismo» y
el «izquierdismo» en el pensamiento socialista de los años veinte [13].
El destino quiso
que una parte de aquella investigación, reelaborada, quede hoy (en la forma de
una «presentación» del undécimo cuaderno de Gramsci en la cárcel) como el
último escrito de los publicados por el propio Sacristán [14].
Este escrito de
1985 recupera, efectivamente, las líneas básicas de lo que había sido la
investigación anterior y amplía la crítica al «ideologismo» gramsciano
refiriéndola ahora al undécimo cuaderno de la cárcel. Pero al mismo tiempo la
matiza al afirmar que una lectura no sesgada de los Quaderni ha de prestar
atención al buen sentido de Gramsci incluso en las cuestiones más ideológicas.
La matización de la crítica anti-ideológica acaba recordando un punto pocas
veces tenido en cuenta y que, sin embargo, es doblemente interesante viniendo
como viene de un excelente conocedor de la filosofía de la ciencia
contemporánea. Hélo aquí:
«La misma
orientación histórica y sociológica de la mirada, que a veces hace caer a
Gramsci en ilogicismos historicistas y sociologistas, le permite también
formular criterios que luego han aparecido en la filosofía de la ciencia
académica de la cultura capiutalista (sobre todo desde el libro de T.S. Kuhn
sobre La estructura de las revoluciones científicas.»
Junto a esta
equilibrada visión del lado débil de la filosofía gramsciana es mérito de este
último escrito de Sacristán, en mi opinión, el haber esbozado la particular
importancia que en aquel singular centro de anudamiento de relaciones que fue
el hombre Gramsci tuvieron los conceptos de «orden» y «tiempo», la aspiración a
un orden intelectual y moral colectivo, a un orden nuevo, y la percepción del
tiempo desde la tajante negación voluntarista contenida en Il grido del popolo
(el pensamiento revolucionario niega el tiempo como factor de progreso) a la
trágica afirmación final del mismo como simple pseudónimo de la vida (una
referencia, ésta última, que también para Sacristán, quien cuando escribía esto
sabía que tenía los días contados, cobraba un significado muy preciso).
Quien haya leído en
serio a Gramsci, atendiendo no sólo a los Quaderni sino también a lasLettere,
donde tantas claves hay para la comprensión de los primeros, sabe que es
dificil llegar hasta el final de su reflexión sin que le invada a uno un
sentimiento de melancolía; un sentimiento acentuado acaso por la misma fuerza
con que aquel hombre insistía en ser considerado sencillamente como un
combatiente que ha sido derrotado pero al que no hay que compadecer porque ha
cumplido con lo que consideró su deber y lo ha hecho, además, consciente y
voluntariamente (pues la pasión compartida, la simpatía, el compadecerse, en
suma, tampoco pueden ser ajenos a la constatación de que el humor de Gramsci se
fue haciendo con el tiempo sombrío, melancólico también él). Razón de más, de
las del corazón ésta, para apreciar como se merece la serenidad y el equilibrio
de un filósofo comunista español que había pasado antes por ese mismo
sentimiento y que en el ensayo todavía inédito e inacabado que nos dejó sobre
Gramsci insistió en la importancia metodológica de la aproximación
«cuasihistórica» (no sólo biográfica en el sentido tradicional) a su pensar, a
su quehacer, en la necesidad, esto es, de pasar por encima de las
clasificaciones académicas cuando, como en este caso, se aspira a entender un
pensamiento revolucionario, a reconstruir la individualidad del hombre que
identificó política con pasión y con economía.
Notas
[1] Véase
«Entrevista a Manuel Sacristán», en mientras tanto nº 16-17, Barcelona,
agosto-noviembre de 1983, págs. 195-211 (reproducida de Dialéctica, revista de
filosofía de la Universidad de Puebla, México, febrero de 1983).
[2] Una enumeración
casi exhaustiva de los libros, ensayos, artículos varios e intervenciones
políticas (publicadas e inéditas) de Manuel Sacristán hay en J.R. Capella,
«Aproximación a la bibliografía de Manuel Sacristán», en mientras tanto nº
30-31, págs. 193-223. Y véase también S. López Arnal y P. de la Fuente (eds.),
Acerca de Manuel Sacristán, Destino, Barcelona, 1996, libro que proporciona una
panorámica muy completa de su obra.
[3] Publicado en la
revista Realidad nº 14, Roma, 1967. El ensayo fue incuido luego en F. Fernández
Buey (Ed), Actualidad del pensamiento político de Gramsci. Grijalbo,
Barcelona,1977. Ahora puede verse en Manuel Sacristán, Panfletos y materiales,
I. Sobre Marx y marxismo. Icaria, Barcelona, 1983.
[4] Entrevista
concedida a Diario de Barcelona, 10/V/1977.
[5] Manuel
Sacristán, Panfletos y materiales, vol. I, edición citada, págs. 75-80.
[6] Ibid., pág. 84.
[7] El propio
Sacristán había previsto la dificultad: «Es un programa de difícil realización,
porque se encuentra amenazado por dos riesgos complementarios: ignorar el
peligro de la moderna ideología ‘neocapitalista’ del tecnicismo y del final de
las ideologías […] y ser confundido con esa ideología por parte de filósofos
socialistas nostálgicos de los emocionantes megalitos hegelianos.»
[8] Buena parte de
los trabajos sobre Gramsci publicados en España desde la década de los setenta
arranca de la interpretación de Sacristán para dialogar con ella. Cf. F.
Fernández Buey, Ensayos sobre Gramsci. Materiales, Barcelona, 1978; V. Bozal,
El intelectual colectivo y el pueblo. Comunicación, Madrid, 1977; J.M.
Bermudo,»Antonio Gramsci y el marxismo europeo», en De Gramsci a Althusser.
Horsori, Barcelona,1979; C. Mitja Servisé, En los orígenes del pensamiento
político de Gramsci (tesis de licenciatura presentada en la Facultad de Derecho
de la Universidad Autónoma de Barcelona, Bellaterra, 1979).
[9] En Antonio
Gramsci, Antología, edición citada, pág. XIV.
[10] «Ultimo adiós
al amigo inolvidable», en mientras tanto nº 24, septiembre de 1985.
[11] El resultado
incompleto de aquella investigación incabada, que llevaba por título «El orden
y el tiempo. Introducción a la obra de Antonio Gramsci (1891-1937)», tiene 97
folios y se interrumpe en el análisis del ensayo de Gramsci sobre la cuestión meridional.
Ha sido publicado en 1998 por la Editorial Trotta, en Madrid, con un estudio
introductorio de Albert Domingo Curto.
[12] Manuel
Sacristán, El orden y el tiempo. Edición de A. Domingo, Trotta, Madrid, 1998,
págs. 85-88.
[13] El orden y el
tiempo, cit., págs. 106-107; 112, 116; 151-152; 154-155.
[14] Manuel
Sacristán, «Presentación» de A. Gramsci, Introducción al estudio de la
filosofía (El undécimo cuaderno de Gramsci en la cárcel), traducción castellana
de Miguel Candel: Crítica, Barcelona,1985.
http://gramscimania.blogspot.com/2009/06/manuel-sacristan-sobre-gramsci
0 Comentarios