Rodney Arismendi El XX Congreso del PCUS Informe al Comité Nacional Ampliado del Partido Comunista del Uruguay

 

Rodney Arismendi

El XX Congreso del PCUS
Informe al Comité Nacional Ampliado del Partido Comunista del Uruguay

Han transcurrido cerca de dos meses desde las deliberaciones y acuerdos del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. Y ni por un solo instante han dejado sus resoluciones de ser el centro de la atención internacional y el eje de la polémica y el debate encendido de todas las fuerzas sociales y políticas del mundo. Con ojo atento y aguzado interés estudian sus informes, resoluciones y discursos más importantes las fuerzas de vanguardia del movimiento obrero internacional, los aguerridos Partidos Comunistas, firmes sostenedores de la doctrina marxista-leninista, la teoría científica de la emancipación de los trabajadores y de la construcción de la sociedad comunista.

Millares de obreros, de intelectuales, de hombres y mujeres de los más diversos países, que sufren y repudian los males del sistema capitalista que ha conducido a la humanidad a los horrores de la guerra por dos veces en medio siglo, a la crisis, a la desocupación, a las contradicciones monstruosas e insolubles de una civilización condenada, y que por lo mismo vuelcan su esperanza hacia las ideas del socialismo, han recibido con particular interés las comprobaciones de esta magna reunión de Moscú. Las multitudes de hombres sencillos, religiosos o ateos, avanzados o de ideas simplemente pacíficas, que se niegan a aceptar que la guerra sea la única y fatal alternativa ante los problemas derivados de la existencia sobre el mismo planeta de dos sistemas antagónicos, el socialismo y el capitalismo, recibieron el XX Congreso del PCUS como una contribución formidable a la noble causa de la preservación de la paz mundial.

Los que han saludado el acontecimiento histórico significado por la disgregación del sistema colonial del imperialismo y la conquista de independencia política por millones de hombres de Asia y África, y quienes luchan en Asia, África y América Latina por la independencia nacional, hombres de diversas concepciones del mundo y variada lengua y color de la piel, no pueden menos que celebrar como una ayuda invalorable a su lucha patriótica, el análisis científico de las relaciones internacionales, realizado por el XX Congreso.

¿Pero es, acaso, menos comprobatorio a los efectos de valorar la inmensa proyección histórica del XX Congreso del PCUS, el estruendo que arman los agentes imperialistas, sus monopolios del cable, la radio y la prensa vendida?

Este frenesí, que alimentan los círculos más beligerantes y colonialistas de Wall Street, importa de por sí una doble comprobación: primera, que los combatientes por la causa del socialismo, por la paz y la independencia de los pueblos hemos obtenido una nueva victoria que abre perspectivas de futuro difíciles de exagerar; segunda, que la labor teórico-práctica del PCUS, el más probado partido del movimiento marxista-leninista internacional, es el ponderoso polo de atracción de todas las corrientes de progreso, de democracia y de paz, que hoy confluyen por distintos cauces sociales e ideológicos hacia un torrente anti-imperialista común.

¡Los de habla hispana hemos aprendido hace mucho con el Quijote a sacar las debidas conclusiones!: “¿Ladran Sancho?, ¡señal que cabalgamos!”

I
La formación del sistema socialista mundial

En el informe del Comité Central del PCUS pronunciado por el camarada Jruschov y en la resolución del Congreso se destacan con precisión los cambios radicales que se han producido en la situación internacional, que han inclinado la balanza en favor de las posiciones del socialismo. Las previsiones de Lenin de que nuestro tiempo es la época de la descomposición y muerte del capitalismo y de la victoria en escala mundial de un nuevo sistema, el socialismo, han sido ilustradas por la realidad contemporánea. El distintivo de nuestra época, su rasgo característico, consiste en que el socialismo ha salido del marco de un solo país y se ha convertido en un sistema mundial. El capitalismo ha sido impotente para impedir este desarrollo que cambia cualitativamente la situación internacional, que modifica totalmente la correlación de las fuerzas entre el socialismo y el capitalismo e influye profundamente en la vida política, ideológica e intelectual de nuestra época. Ni el hierro, ni la mentira han dado resultado a los sostenedores del capitalismo. En un plazo históricamente muy breve se ha producido el triunfo y el fortalecimiento del sistema socialista que abarca ya 13 países de Europa y Asia y casi 1000 millones de habitantes. Pero además, las ideas del socialismo triunfante son hoy el ideal de combate y la fuerza movilizadora de la mayoría de la humanidad.

Como bien se ha dicho, la mayor parte de la población del mundo marcha bajo las banderas del socialismo: lo ha construido en la URSS, lo construye en las Repúblicas Populares de Europa y Asia o lucha bajo el capitalismo por el derecho a construirlo. “En la conciencia de la humanidad el socialismo es ya incomparablemente más fuerte que el capitalismo” (Mikoian).

Y si en el campo de la emulación pacífica y de la lucha de ideas, la balanza se ha inclinado para siempre del lado del socialismo, es también evidente que éste es invencible en todos los terrenos. El socialismo ha entrado en una fase de desarrollo en que ya el capitalismo no puede pensar en derrotarlo en un combate abierto.

«No es casual que en los últimos tiempos –dice Jrushov– sea cada vez mayor el número de prohombres de los países burgueses que reconocen abiertamente que en una guerra en la que se emplease el arma atómica “no habría vencedores”. Estas personalidades no se atreven a declarar que el capitalismo encontraría su tumba en una nueva guerra mundial si la desencadenase; pero ya se han visto obligados a reconocer abiertamente que el campo socialista es invencible.»

1. El ritmo del desarrollo de las fuerzas productivas, prueba de la derrota histórica del capitalismo

Una de las causas de la atracción mundial de las ideas del socialismo es que ha comprobado en la realidad de nuestro tiempo, a través de todas las pruebas, la superioridad indiscutible sobre el capitalismo. Hitler llevó a la hoguera los textos de Marx, de Engels y Lenin y de otros destacados teóricos, propagandistas o luchadores del marxismo. Mac Carthy y otros energúmenos al servicio de los monopolios del dólar plagiaron a Hitler y persiguieron por todos los rincones hasta la huella lejana de una idea socialista. En nuestro país, los representantes de los grandes capitalistas dolarizados siguen su camino: El Día y El País claman por la persecución en todos los terrenos. Pero el mundo sigue andando con paso inflexible hacia el socialismo y el comunismo.

En particular, el XX Congreso del PCUS, al discutir las directivas del VI Plan Quinquenal, ha sido una demostración categórica del avance del pueblo soviético hacia la meta histórica del comunismo.

En menos de 40 años, apenas la mitad de la vida de un hombre, el Partido de los comunistas soviéticos que fundara Lenin, cumplió al frente de todo el pueblo, la obra titánica de alumbrar la nueva civilización socialista, construida en lo fundamental antes de la segunda guerra mundial, y realiza ahora el pasaje gradual al comunismo, donde cada hombre dará a la sociedad de acuerdo a su capacidad y recibirá de ella según sus necesidades; tal la fórmula de los clásicos del marxismo.

No olvidemos que esa arquitectura social inédita, fue levantada sobre el suelo de una vasta zona del mundo, la más atrasada de Europa, enfrentando la intervención armada de los imperialistas y el bloqueo y luego la guerra de agresión del nazifascismo que causó destrucciones gigantescas, capaces de asolar por siglos cualquier país.

Sin embargo, libre de la dominación de los terratenientes capitalistas, el pueblo soviético venció todas las pruebas. Y hoy puede plantearse, con seguridad su tarea económica fundamental: alcanzar y sobrepasar a los países capitalistas más avanzados en la producción por habitante.

Por lo demás la URSS ha dejado muy atrás a los países de Europa más desarrollados en cuanto a las proporciones absolutas de su producción.

Como dijera Bulganin en su informe, el siglo XX, siglo de la electricidad, se va transformando en el siglo de la energía atómica: y la Unión Soviética ha comenzado ya a utilizar estás conquistas al servicio de la construcción del comunismo. La demostración más evidente de la superioridad del socialismo sobre el capitalismo la otorga el ritmo de desarrollo de las fuerzas productivas. Era el último cuarto de siglo, la URSS, pese a los daños de la guerra aumentó su producción industrial en más de 20 veces, mientras los EE.UU., que no vio caer una bomba en su territorio y cuyos monopolios transformaron en oro todas las desgracias del mundo, aumentaron su producción en poco más de 2 veces. En el mismo período el capitalismo en su conjunto aumentó su producción solamente en un 93%.

Este proceso a que asistimos en la URSS se produce en la construcción del socialismo en las DD. PP. y en la gran República Popular China.

La URSS ha cambiado la faz de su inmenso territorio; la línea del desarrollo preferente de la industria pesada es la condición del desarrollo de la producción de bienes de consumo, del auge de la agricultura altamente mecanizada, del bienestar popular. ¡Son 33 millones de hectáreas de tierras hasta ayer desiertas, roturadas en los últimos dos años! ¡Son las nuevas y grandes centrales hidroeléctricas; la reconstrucción de las ciudades centenarias y el nacimiento de nuevas; la realización de la más grande revolución cultural! (hoy en la URSS estudian en todas las ramas de la enseñanza tanta gente como toda la población de Inglaterra o de Brasil.)

En el capitalismo se agudizan todas las contradicciones inherentes a su régimen de producción y éste marcha inexorablemente hacia nuevas conmociones económicas y sociales sobre el fondo de la crisis general del sistema.

Los relativos aumentos de la producción alcanzados se deben a la carrera armamentista y la militarización de la economía y algunos otros factores circunstanciales de postguerra que dejan ya de actuar. No se puede hablar para la economía capitalista –como sucediera luego de la primera guerra mundial– de una estabilización parcial o relativa; la inestabilidad económica es total. Crecen las contradicciones entre los Estados capitalistas en lucha por los mercados. Se acentúa la explotación de la clase obrera, la carestía se multiplica, los impuestos para fines bélicos siguen creciendo y millones de hombres en forma crónica, no encuentran trabajo. ¡Sólo en EE. UU. existen según cifras oficiales cerca de 3 millones de desocupados y 9 millones de parados parciales!

Durante el V Plan Quinquenal la renta nacional en la URSS creció en un 68%, el salario real de los obreros y empleados se elevó el 39% y los ingresos reales de los koljosianos en un 50%. El VI Plan Quinquenal encara un nuevo aumento del 60% en la renta nacional y elevar el ingreso de los obreros y empleados en un 30% y de los koljosianos en un 40%.

Conjuntamente con ello se adoptaron una serie de medidas tendientes a satisfacer aún más las necesidades sociales y culturales en constante ascenso de toda la población; ellas van desde la elevación del salario de los trabajadores menos retribuidos y la regulación general de salarios, a la reducción de la jornada de trabajo a 7 horas en unos casos y a 5 días semanales en otros; la reducción de la jornada en dos horas los sábados y vísperas de fiesta y jornada de 6 horas para los adolescentes. Nuevos planes de construcción de viviendas se han puesto en marcha. Se ha producido un gran mejoramiento de las pensiones, así como de las condiciones de trabajo de vida de las mujeres, concediendo vacaciones más prolongadas durante el embarazo y el parto; la enseñanza secundaria obligatoria se extenderá a las aldeas y regiones campesinas, &c.

Como bien se señalara en el Congreso estos son “los brotes del comunismo”, la marcha sin tregua hacia la forma superior de la sociedad socialista.

A la vez de analizar nuevas conquistas, el XX Congreso desarrollo una crítica muy viva contra fenómenos negativos supervivientes en la sociedad soviética.

Planteó severamente los problemas relacionados con el riguroso cumplimiento de la legalidad soviética, con el respeto de los derechos de los ciudadanos, con las garantías establecidas en la Constitución y en las leyes soviéticas y con el establecimiento de nuevas garantías de carácter legal con vistas a proteger los derechos de los ciudadanos. Los manejos de Beria y su banda, descubiertos en 1953, fueron en este sentido una seria advertencia. El Congreso criticó duramente toda burocracia o papeleo, toda separación del pueblo, &c. La acción del Partido y del gobierno en los últimos años tienden a desarrollar al máximo la democracia soviética, la participación de las amplias masas en la dirección y el control del Estado y a la liquidación de todas las supervivencias del capitalismo en la vida práctica y en la conciencia de los hombres. ¡Y esto también, camaradas, es un paso más en la construcción de la sociedad comunista!

Con razón pudo afirmar Jrushov en el informe del Comité Central al Congreso: “El país soviético se encuentra hoy en un periodo de ascenso vertical… nos hemos elevado a la cima de una montaña, a una altura desde la que se ven claramente las vastas perspectivas del camino que lleva a nuestra meta final, la sociedad comunista”.

2. Todos los matices de la realidad internacional puestos por el socialismo al servicio de la paz

Si en los ritmos de desarrollo de las fuerzas productivas, el socialismo demuestra su superioridad indiscutible sobre el sistema capitalista, ¿cómo no aumentar también su prestigio y su atracción indiscutibles cuando miles de millones de hombres y mujeres en toda la tierra lo ven como el abanderado de la grande y noble brega por el mantenimiento y la consolidación de la paz mundial?

En este aspecto tan fundamental, el XX Congreso culmina todo un periodo de intensa actividad práctica de la Unión Soviética y del CC. del PCUS con vistas a utilizar todas las posibilidades en favor de la paz.

El XX Congreso ha comprobado que se ha producido un cierto alivio de la tirantez internacional. Las oportunas medidas en materia de política exterior adoptadas en este periodo por la Unión Soviética con la colaboración de la República Popular China y las Democracias Populares, y que fueron apoyadas por las masas del mundo, contribuyeron a desbaratar los planes de los incendiarios de la guerra y a mejorar el clima internacional. ¡La humanidad debe agradecer una vez más, a la firmeza y flexibilidad de la política de paz del campo socialista que interpreta el anhelo más profundo de los pueblos! ¡Cada matiz de la situación internacional ha sido utilizado sin vacilaciones al servicio de la paz!

Después de la segunda guerra mundial, las potencias imperialistas, encabezadas por los monopolistas de los EE. UU., se lanzaron a preparar una nueva guerra contra la Unión Soviética y aquellos países en los cuales la clase obrera, aliada a los campesinos y al frente de todo el pueblo, había tomado el poder. Esa política de agresión, se unía indisolublemente al ataque a la independencia de los pueblos, al intento de detener la impetuosa marea de liberación nacional de las colonias y países dependientes, a la agresión fascista contra el movimiento obrero y democrático y al intento de resucitar la barbarie nazi al servicio de los millonarios del dólar. La oligarquía financiera yanqui, y los gobernantes de Washington, proclamaban que había sonado la hora de la dominación mundial de los EE.UU., “el siglo americano”, la posesión por el dólar del cetro del mundo.

Levantaron en aras de esa dominación, bloques militares a través de los continentes. Cubrieron de bases los territorios ajenos. Proclamaron su derecho de intervención en todos los lugares donde había un dólar invertido o la posibilidad futura de invertirlo. Declararon a América Latina su “patio trasero”, territorio dominado, fuente de materias primas y carne de cañón. Enarbolaron la bomba atómica como argumento supremo de las relaciones internacionales. Al amparo de la histeria anticomunista –clima propicio para todos los soplones mercenarios– impulsaron la persecución por ideas, patrocinaron la instauración de dictaduras de corte fascista a su servicio, entre ellas la falange de títeres latinoamericanos. Invocando “la libertad”, degollaron las libertades democráticas de numerosos pueblos y proclamaron prescripto el principio de soberanía nacional.

Por esos caminos crearon una atmósfera internacional de sobresalto bélico, la “guerra fría” según sus estrategos, o la “oscilación sobre el abismo”, según la frase del conocido exabogado de Hitler, señor Foster Dulles. Y en diversos lugares del mundo, particularmente en el Extremo Oriente, prendieron los primeros focos del incendio bélico.

Esa atmósfera internacional preparatoria de la tercera guerra mundial, pulsó la carrera armamentista, la jauja de los monopolios imperialistas, particularmente norteamericanos. ¡En cada año último los monopolios yanquis, las 60 familias, la cúpula dorada de los trusts tentaculares, han acumulado con la militarización de la economía y la incertidumbre internacional, beneficios tan fabulosos como los apilados en toda la segunda guerra mundial!

¡No olvidemos que hace tres años las armas y los motores tronaban en Corea, los reclutadores yanquis encontraban gobiernos en Latino América que les ofrecían carne de cañón, la guerra bacteriológica se experimentaba y los generales yanquis aspiraban a transformar Viet-Nam en el comienzo de la nueva guerra mundial!

Es sabido que la Unión Soviética, que el campo socialista en su conjunto, no se dejó intimidar; que repudió el chantaje y la amenaza y rechazó la agresión. La política desde “posiciones de fuerza” demostró ser un rotundo fracaso. Pero, particularmente desde 1953, sobre la base del trabajo colectivo del C. C. del PCUS, se pusieron en práctica con notable persistencia y sabiduría, todos los recursos capaces de mejorar la situación internacional; se observó atentamente cada matiz que permitiera en la política de los Estados un resultado para la causa del mantenimiento de la paz, para impedir que los incendiarios de la guerra lograran sus propósitos. Se puso así, al servicio de la política de paz sostenida en todas las épocas por la Unión Soviética, una actividad aún más intensa, perspicaz y flexible de los gobernantes soviéticos que llena la escena internacional de los últimos años. Los hechos son conocidos: desde el fin de la guerra de Corea y Viet-Nam, al viaje a Yugoeslavia, desde los acuerdos con Finlandia y el pacto sobre Austria, a la Conferencia de Ginebra; desde los acuerdos con los gobernantes escandinavos a los viajes de Jruschov y Bulganin a Oriente y ahora a Inglaterra, la Unión Soviética prueba todos los caminos para poner fin a la carrera armamentista con proposiciones circunstanciadas en favor del desarme, de la prohibición de las armas atómicas y de hidrógeno.

«No cejaremos en nuestros esfuerzos por conseguir el cese de la carrera armamentista y la prohibición de las armas atómicas y de hidrógeno. Hasta que se llegue a un acuerdo sobre las principales cuestiones del desarme, expresamos nuestra disposición a aceptar ciertas medidas parciales en ese sentido, como, por ejemplo, la de poner fin a las pruebas del arma termonuclear, la de prohibir que las tropas dislocadas en Alemania dispongan del arma atómica y la de reducir los presupuestos de guerra. La aplicación de estas medidas por los Estados podría desbrozar el camino para llegar a acuerdos sobre otras cuestiones más complicadas del desarme» (N. S. Jrushov, Inf. ante el XX Congreso del PCUS).

Luego del XX Congreso, el gobierno soviético, en vista de que la obstrucción de los Estados Unidos y otras potencias impidió resultados positivos en la Comisión de desarme de las Naciones Unidas, ha resuelto la reducción de sus fuerzas armadas, nueva y sensacional contribución a la causa de la paz en el mundo.

¿Qué pueden decir los abogados y propagandistas de la agresión, pretextada mentirosamente por una presunta agresión soviética? La URSS, que recientemente desmovilizara 640 mil soldados, reducirá su ejército en 1.200.000 soldados más, que encontrarán trabajo en la industria y en la agricultura. ¡Casi 2 millones de hombres! La URSS retirará además a dique seco, 375 barcos de guerra. Reducirá el número de sus escuelas de guerra, &c.

La URSS anuncia que está dispuesta a reducciones ulteriores de sus efectivos si las otras grandes potencias capitalistas, reducen previamente su armamento y sus ejércitos en forma proporcional.

Estos hechos –tremendos e irrebatibles– han quitado el habla a los calumniadores y a los traficantes de guerra. ¡La bolsa de Nueva York, donde los trusts multimillonarios cotizan las acciones de sus industrias bélicas sufrió una corrida! ¡He aquí una confesión –surgida de los hechos– acerca de quienes ganan con la guerra y la tensión internacional!

Pero ¿qué hombre que aspire a la paz, de cualquier filiación política, oiga los sermones del Papa o practique cualquier filosofía, puede dejar de saludar tan activa y tan clara contribución a la paz?

Balbucean algunos, entre ellos, el señor Foster Dulles, que es una medida de propaganda soviética… Pues, bien, ¿por qué EE. UU. donde la norma de los dirigentes políticos es la “publicidad” y no la verdad, no realiza a la vez su propaganda desmovilizando tropas y aceptando las proposiciones tendientes al desarme y a la paz mundial?

La verdad es que la URSS ha puesto en manos de todos los pueblos, un argumento irrebatible en favor del desarme y en favor de la paz. Quien se oponga al desarme se desenmascarará en su triste papel de negociante de guerra, alquimista de la sangre y la angustia del mundo.

Con vista a reducir la carrera armamentista, la URSS ha propuesto un “Tratado de Amistad y Colaboración” a los EE. UU., que éste se negó a considerar.

Se han impulsado todas las posibilidades de intercambio cultural y comercial y hasta turístico entre los países capitalistas y la Unión Soviética. ¡Periodistas, escritores, intelectuales, gobernantes, parlamentarios de todo el mundo visitan por millares la Unión Soviética!

La famosa y mentida frase acerca de la “cortina de hierro” se evidencia como una burda calumnia antisoviética. ¡Y son los consuetudinarios antisoviéticos, como los redactores de El Día y El País, los que tiemblan por la suerte de sus añejas calumnias cuando se anuncia que escritores y obreros del Uruguay, que músicos, deportistas y parlamentarios tienen abiertas las puertas de la Unión Soviética con vistas al intercambio en bien de la amistad internacional de los pueblos!

¡A la consigna de los fabricantes de armamentos norteamericanos, de la “guerra fría” y la “oscilación sobre el abismo”, la Unión Soviética y el campo socialista responden con la consigna de la paz y el desarme internacional! ¡A la consigna del bloque Atlántico de “armémosnos”, Jrushov responde en nombre del CC. del PCUS “¡comerciemos: emulemos pacíficamente en bien de la humanidad!

¡A la consigna de los imperialistas yanquis y de sus agentes del aislamiento y la “persecución por ideas”, la Unión Soviética responde invitando a los parlamentos del mundo a visitar su país, y a los artistas, escritores, hombres de ciencia, &c., al intercambio franco de delegaciones y puntos de vista, seguros de la superioridad luminosa del mundo del socialismo.

¡La “cortina de hierro” –fraudulenta frase de los empresarios de la guerra fría– se ha vuelto hoy el parapeto que procuran levantar en torno a su mundo, los imperialistas y los sectores más reaccionarios del latifundio y los grandes capitalistas! ¡Son ellos los que se aferran temblorosos a una cortina de hierro para impedir que se ventile la realidad de una sociedad prescripta, y de una clase condenada por la historia, que se empeña –valga la frase de Aníbal Ponce– en dirigir el mundo con su mano descarnada de cadáver!

II
La descomposición del sistema colonial del imperialismo y la América Latina

La existencia del sistema socialista mundial en desarrollo agrava la crisis general del capitalismo, extrema todas sus contradicciones. Queremos destacar en este sentido, un rasgo muy importante de la actual situación que es la disgregación del sistema colonial del imperialismo, hecho de un gran alcance histórico y de una particular importancia para los países de América Latina, semicoloniales algunos y la mayoría dependientes del imperialismo norteamericano.

Como se sabe, Lenin analizó que el capitalismo al llegar a su faz imperialista, se transformaba en un sistema monstruoso de opresión de la mayoría de la humanidad por un pequeño número de grandes potencias. Continentes enteros, países de cultura milenaria, eran reducidos a la condición de colonias, y países dependientes, sometidos a la oligarquía financiera de las metrópolis imperialistas. La victoria de la revolución socialista en Rusia en 1917 sacudió los cimientos del armazón colonial del imperialismo y alentó la lucha de liberación nacional de todos los pueblos oprimidos. Luego de la victoria sobre el fascismo en la segunda guerra mundial, la revolución china abrió en el sistema colonial del imperialismo una amplia brecha. A ello se ha sumado la constitución de la India como Estado independiente; de Birmania, Indonesia, Egipto, Siria, Líbano, Sudán y otros países. En la última década, 1.200 millones de personas, casi la mitad de la humanidad, se han liberado del yugo colonial o semicolonial. El hecho de que la mayoría de los países de Asia actúen como países soberanos o como Estados empeñados en aplicar una política exterior independiente, es un cambio histórico de amplia repercusión en las relaciones internacionales. La Conferencia Afro-Asiática de Bandung„ con su claro pronunciamiento anticolonialista y su afirmación de los principios de la coexistencia pacífica, fue una derrota importante para los planeadores de bloques militares, para los agresores imperialistas particularmente norteamericanos. Todo el sistema colonial del imperialismo se resquebraja: África despierta; el Oriente arábigo se pone de pie; todos los pueblos oprimidos luchan por su independencia.

En el orden del día de nuestro tiempo –como comprobara Jrushov– se inscribe “como una de las cuestiones más candentes y actuales, el problema de la supresión completa del oprobioso sistema del colonialismo”.

1) Una inmensa perspectiva se abre, en nuestra opinión, ante los pueblos de América Latina en los cuales toma cuerpo la resistencia patriótica y se ponen en marcha las fuerzas aún dispersas del movimiento de liberación nacional.

Todo el centro y el Sur de América es explotado fundamentalmente por el imperialismo norteamericano. Los monopolios yanquis se apropian de los variados y riquísimos recursos naturales de nuestros países, expolian a nuestros pueblos, traban el desarrollo de las fuerzas productivas a través de los elevados beneficios y del comercio desigual que sangran los frutos del trabajo nacional, procuran mantener el carácter deformado y la unilateralidad de la economía nacional con trabas de todo tipo al desarrollo industrial, con el “dumping” y las negativas de las instalaciones, del utilaje y de las maquinarias indispensables.

Aún un político como el Sr. Batlle Berres que tan recientemente sostuvo la política norteamericana en el país, se ve obligado a exclamar refiriéndose a los EE. UU.: “No quieren nuestras lanas y no quieren tampoco que nos industrialicemos”.

El imperialismo yanqui ha invertido en América Latina cerca del 40% de sus capitales exportados; se apropia entre el 30 y el 60% de sus principales materias primas; controla un tercio del mercado de venta y procura por todos los medios acentuar su dominación. Particularmente, la política norteamericana ha rodeado a América Latina de una red de convenios de carácter militar, descargando obligaciones armamentistas, donde la presunta “ayuda” no es más que una nueva forma de colonialismo. Planes militares impuestos a espaldas de los pueblos; establecimiento de bases; intención de utilizar nuestros países –con la connivencia de camarillas gobernantes vendidas– como piezas del ajedrez “diplomáticos” de la guerra fría y como carne de cañón en la guerra caliente como pudo comprobarse cuando Corea.

El imperialismo, para su política belicista y colonizadora, siembra América Latina de dictaduras militares, procura ahogar en sangre y atraso todas las aspiraciones de emancipación nacional y de democracia de nuestros pueblos. Para ello no trepida ante la invasión abierta como sucediera en Guatemala.

Pero hoy es visiblemente muy amplia la resistencia que se levanta frente a los colonialistas del dólar. Crece y se fortalece la lucha de liberación nacional, el despertar de la clase obrera, de los campesinos, de la intelectualidad nacional. Se acentúan las contradicciones de la burguesía nacional y los colonizadores norteamericanos, de las fuerzas patrióticas en su conjunto. El hecho de que la mayoría de los países de América del Sur no sean semicoloniales, sino países dependientes del imperialismo, –entre ellos el Uruguay– y que se haya producido un determinado desarrollo capitalista, no hace más que acrecentar el antagonismo entre nuestras naciones como tales y los brutales colonizadores norteamericanos.

Es evidente que la lucha por liberar al continente de la dominación imperialista está puesta en el orden del día de nuestra historia tanto por la evolución de los acontecimientos mundiales, como por las condiciones materiales económico-sociales del desarrollo latinoamericano. Esta gran lucha de liberación nacional cubrirá seguramente toda una etapa histórica, como abarcó todo un periodo la “guerra de independencia” contra la dominación española y portuguesa. También en nuestro tiempo, el enemigo es común. “El imperialismo yanqui es el enemigo principal de nuestro pueblo y de todos los pueblos de América Latina, es la cabeza de la reacción y de la guerra… La ruptura del yugo yanqui es la condición de la liberación nacional de nuestro país y de todos los países de América Latina”. (Informe del Comité Nacional al XVI Congreso de nuestro Partido.)

El enemigo es común y son similares las tareas que la historia plantea ante nuestros pueblos. La cooperación, la solidaridad, el entendimiento, entre la clase obrera, entre los pueblos latinoamericanos, entre todas sus fuerzas patrióticas es condición indispensable para su liberación nacional. Unidos sabremos reunir las fuerzas para romper para siempre las cadenas del colonialismo y realizar las transformaciones democráticas radicales, antifeudales y antiimperialistas, que perentoriamente plantea la realidad objetiva del continente.

2) La política exterior de la Unión Soviética y demás países que integran el sistema socialista mundial y el interés de los Estados que han logrado en Asia y África su independencia, así como la lucha patriótica por la liberación nacional de todos los pueblos coloniales, semicoloniales y dependientes confluyen hacia una plataforma común: el mantenimiento de la paz y la independencia de los Estados.

Hoy resulta fácil comprender al más obcecado la esterilidad y el absurdo de cualquier “tercera posición”.

El mundo asiste a un acontecimiento tan importante en el campo de las relaciones internacionales como la formación de una extensa “zona de paz” que comprende a Estados pacíficos, tanto socialistas como no socialistas de Europa y Asia. Esa “zona” que abarca a 1.500 millones de personas, la mayoría de la población de la tierra, está integrada por Estados que han proclamado como principio de su política exterior la no participación en bloques militares que los hacen correr el riesgo de ser precipitados en aventuras bélicas y de caer en la carrera de armamentos.

Estados socialistas y no socialistas defienden un programa común, los cinco principios de la coexistencia pacífica, capaz de ser sostenido por todos aquellos que aspiran a la paz y a la libre determinación de los pueblos.

La existencia del sistema socialista mundial ofrece garantías a todos los Estados que desean conquistar su independencia y tener una actuación soberana, y les ofrece la posibilidad de lanzar los medios técnicos más avanzados para su desarrollo industrial y para el desenvolvimiento de un comercio equitativo sin tener que cruzar bajo las horcas caudinas de los tratados militares y de las extorsiones de carácter político, militar y económico.

Con razón nuestro Partido señaló en el Parlamento, en diciembre de 1955, que era absurdo invocar la fatalidad del “camino yanqui” para el país. “No existe una fatalidad de dependencia al imperialismo yanqui, a través de la política de bloques bélicos como se pretende. Los imperialistas yanquis y sus agentes aseguran que no hay otra posibilidad que actuar dentro de dos bloques bélicos, contrapuestos: uno que abarcaría a los países del campo socialista, y otro, a los países capitalistas en su conjunto. ¡Eso es falso!”

“Las relaciones establecidas por la URSS y China, en torno a los Cinco principios con India, Birmania, &c., demuestran que países de estructura social diversa pueden entenderse en defensa de la paz, al margen de bloques militares, para encarar sus relaciones económicas y culturales mutuamente beneficiosas… Está probado que en la ruta de defensa de la paz y la soberanía, de la liquidación de los compromisos opresores, de encontrar los caminos para un desarrollo efectivo de la industria y el comercio internacionales libre y múltiple, países de estructura capitalista pueden y deben entenderse con los países socialistas como la URSS y China, por encima de la diferencia de regímenes.”

Las declaraciones de Bulganin acerca del comercio con los países de América Latina, el ejemplo de la colaboración de la URSS y otros países del campo socialista con muchos Estados de Asia y África, en materia de instalaciones industriales, independientemente que no integran el sistema socialista mundial, y sin exigirles compromisos de carácter militar y político, demuestran hasta para el más miope las posibilidades que se le abren al Uruguay, para realizar ya hoy una política exterior independiente.

Como define con acierto el Manifiesto de marzo de 1956, del Comité Ejecutivo de nuestro Partido, esta política deberá ser una política de paz, inspirada en el “espíritu de Ginebra y Bandung” y basada en los “Cinco principios”, (respecto a la integridad territorial y de la soberanía; no agresión; no injerencia en los asuntos internos de los países por ningún motivo de carácter económico, político e ideológico; igualdad y conveniencia mutua; coexistencia pacífica); y una política soberana, dictada por los intereses nacionales de comercio libre, de defensa de la industria, de la agricultura y de la ganadería, del progreso social, de los intereses de nuestro pueblo, frente a los monopolios imperialistas, particularmente norteamericanos, y a sus agentes.

Contribuyen a la paz internacional, hechos tan significativos como la invitación del Soviet Supremo de la URSS, al Parlamento uruguayo del envío de una delegación parlamentaria, contestada favorablemente por la Cámara de Diputados de nuestro país.

En la lucha por una política exterior independiente nuestro pueblo ha obtenido victorias; así lo prueba el hecho de que Uruguay tenga relaciones diplomáticas con la Unión Soviética y otros países del campo socialista, de que recientemente se hayan designado Ministros en Moscú y Montevideo, y que existan, en inicio ciertas corrientes de intercambio comercial y cultural, expresión de una situación más favorable al interés nacional que la de otros países.

La necesidad de esta política exterior independiente está planteada de modo categórico por la propia vida.

Como señalara el XVI Congreso de nuestro Partido, está haciendo aguda crisis toda la conducta de las clases dominantes de someter el Uruguay a los dictados norteamericanos, conducta practicada por todos los gobiernos desde la terminación de la guerra.

Esgrimiendo las consignas de la guerra fría, el imperialismo yanqui impuso al Uruguay un Tratado Militar, una Misión Aérea, los principales convenios panamericanos; instaló una Comisión del Punto IV en el Ministerio de Ganadería y Agricultura y otra en el Ministerio de Salud Pública; tomó posiciones en el ejército, supeditándolo a la estrategia norteamericana, y es muy estrecha la relación de la policía política y los espías de los EE. UU. A través de las radios y diarios a su servicio mantuvo una campaña anticomunista y antisoviética permanente, procuró destruir el movimiento sindical e ilegalizar el Partido, instando al gobierno “a tomar medidas”. Obtuvo un compromiso de envío de soldados a Corea que el pueblo uruguayo impidió cumplir. Impuso a través del Ministerio de Relaciones Exteriores las prohibiciones al comercio con la URSS. Los imperialistas yanquis instaron al gobierno al reforzamiento de los gastos de guerra y represión, a que el Uruguay adquiriera barcos y preparara cuerpos de policía equipados para la lucha de calle. Como producto de toda esta presión, en 1952 se suspendieron por dos veces las garantías constitucionales y se detuvieron y confinaron decenas de militantes sindicales, principalmente comunistas; medidas estas que la clase obrera y el pueblo echaron abajo a través de grandes huelgas políticas de masas, demostraciones, &c.

Al amparo de esta política general crecieron las inversiones norteamericanas y los monopolios yanquis realizaron muy cuantiosos beneficios. A través del comercio desigual y de los elevados beneficios de las empresas y los “servicios” e intereses de la deuda pública, los imperialistas se apropian de una porción muy importante de la renta nacional.

Durante este período, el sometimiento a la política belicista norteamericana ha agudizado todas las contradicciones de la economía nacional, originadas por la dependencia del imperialismo y por el monopolio de la tierra. Es en el comercio exterior donde confluyen todas esas contradicciones. Los déficits de la balanza comercial se vuelven un fenómeno crónico. Sobre 10 años de postguerra, en 7 años el comercio del Uruguay ha arrojado una balanza deficitaria.

Por otra parte, el monopolio de la tierra y los manejos de los frigoríficos norteamericanos han conducido al estancamiento de la ganadería; la producción agrícola –con la sola excepción del trigo alentada por subsidios del Estado–, se estanca o retrocede; el alza de los arrendamientos, los impuestos y los manejos usureros de los monopolios capitalistas asfixian a los pequeños y medianos campesinos. El proceso de desarrollo de la industria nacional se ve trabado por la estrechez del mercado interno y la penetración imperialista; la mayoría de los industriales pequeños y medianos enfrentan una situación muy difícil: muchos de ellos han cerrado sus fábricas, particularmente en el textil a causa de la competencia de monopolios yanquis como Sudantex; otros han reducido turnos o trabajan parcialmente.

El sometimiento a la política de guerra de los EE. UU. ha traído el desquicio a las finanzas públicas, el empuje inflacionista, la elevación de los impuestos y el crecimiento desmedido de la Deuda Pública.

Como consecuencia de la bancarrota económico-financiera del país, se registran de 50 a 60 mil desocupados, totales o parciales, es decir, la cuarta parte del proletariado industrial y del transporte; y el conjunto de la población enfrenta un vertiginoso ascenso del costo de la vida provocado por el alza sin tregua de los artículos de primera necesidad y los alquileres, así como por la especulación desenfrenada que con ellos se realiza.

Es la continuación de esta política y su agravación que reclaman un puñado de terratenientes feudales y grandes capitalistas entregados en cuerpo y alma a los colonizadores del dólar, tales los hombres que dirigen El Día y El País. Ellos se aferran a los grilletes norteamericanos y prosiguen la grita antisoviética y anticomunista, para mantener la actual situación de sometimiento al dólar que une a los compromisos de carácter militar y a la agravación de la situación económica del país, el ataque al nivel de vida y los derechos de los trabajadores. Ellos traducen el programa de los monopolistas yanquis que el New York Times formulara: la liquidación de las industrias y la agricultura, la devaluación monetaria, la congelación de salarios, sueldos y jubilaciones, un nuevo derrumbe de los precios de los productos ganaderos y la expulsión de miles de empleados y obreros del Estado.

Ellos representan por excelencia a un sector de la gran burguesía vendida al imperialismo norteamericano.

Pero la abrumadora mayoría de la nación le exige al gobierno del país una rectificación general de la política de guerra y de sometimiento a los EE. UU. en las relaciones exteriores y la atención inmediata a las más ardientes reclamaciones económicas y sociales de las amplias masas. Así lo expresan las luchas de la clase obrera, de los campesinos, de las capas medias, las movilizaciones de jubilados y pensionistas; a esa reclamación se suman fuertes sectores de ganaderos medios y de industriales que exigen soluciones.

Esta situación repercute en amplios sectores de los ganaderos e industriales, que van comprendiendo que la política de sometimiento al dólar, la histeria anticomunista y antisoviética que ha servido a los monopolios norteamericanos para sangrar al país, ha conducido a la paralización de las exportaciones, al abatimiento de los precios de la lana, a las dificultades de la industria y al desquicio financiero.

Es la abrumadora mayoría del país que le exige al gobierno batllista que encabeza la lista 15, concluir con la nefasta política de sometimiento al imperialismo yanqui; que le exige cumplir las promesas que el propio pueblo arrancara a los actuales gobernantes en vísperas electorales; que repudia la política de “pactos” con los agentes más descarados del imperialismo yanqui, personificados por el grupo de El Día; que exige satisfacer las más urgentes reivindicaciones en materia social y económica.

La movilización popular ha logrado en estos días una victoria. Los “10 puntos” antinacionales y antipopulares presentados por el grupo de El Día, como ultimátum al gobierno, fueron rechazados, y el grupo entreguista y reaccionario de César Batlle ha quedado fuera del gobierno.

Se trata ahora de que también sean arrojados por la horda como lo exigen las fuerzas obreras y populares, las normas políticas personificadas por César Batlle. Es decir, que, en la práctica, se inicie la rectificación de rumbos a que hemos aludido. Si la mayoría del gobierno escucha las exigencias nacionales, encontrará el apoyo popular necesario, tendrá –como señalara el Manifiesto de marzo de 1956 de nuestro Partido–, el respaldo de amplias masas. Desde luego, los hechos y no las palabras, miden la conducta de los hombres políticos. Son los hechos pues, la piedra de toque respecto al nuevo gabinete.

Nuestro Partido ha resumido esas exigencias nacionales en la plataforma política esbozada en su XVI Congreso y concretada en el reciente Manifiesto de marzo del Comité Ejecutivo. Esas reivindicaciones traducen las aspiraciones de las masas en lucha, del creciente frente único de combate de la clase obrera, de los campesinos, de las masas populares, de los intelectuales, de la burguesía nacional, y los anhelos patrióticos de toda la nación. Sabemos que los puntos que reúne esa plataforma no importan una modificación de las bases de la actual dominación de los terratenientes y grandes capitalistas; pero es posible en la actual situación nacional e internacional, obtener determinadas reivindicaciones e impulsar una correlación de las fuerzas políticas más favorables a la brega mundial por la paz y la democracia y más favorable, en consecuencia, a la lucha por la liberación nacional y social de nuestro pueblo.

En este sentido, debemos procurar la más amplia y efectiva conjunción patriótica de todas las fuerzas sociales y políticas que deseen contribuir a este cambio progresivo en la vida del país, conscientes de que en la actual realidad existen más factores que impulsan la unidad de las fuerzas patrióticas, que factores de desunión. Desde este punto de vista, debemos prevenir todo sectarismo como un serio peligro.

El entendimiento de las fuerzas patrióticas contribuirá a impulsar la unidad de acción combativa de las grandes masas, ayudará a aislar a los más descarados agentes del imperialismo yanqui, hoy situados en los sectores que se agrupan en torno a El Día y El País y, permitirá nuevos avances en la construcción del Frente Democrático de Liberación Nacional, objetivo principal de nuestro Partido.

El Manifiesto del Comité Ejecutivo de nuestro Partido ofrece sustancialmente una base para la unidad de todas las fuerzas patrióticas del país. Si hacemos de su contenido carne de la actividad obrera y popular, si difundimos y esclarecemos su orientación ante todos los hombres del pueblo, batllistas y herreristas, del Movimiento Popular Nacionalista o del sector católico, blancos o colorados, &c., seguramente encontraremos cada vez más los caminos del frente único de las masas, factor decisivo para toda conjunción de las fuerzas políticas y sociales patrióticas del país. Y muy particularmente, debemos procurar como lo estamos haciendo, los caminos de la unidad con el Partido Socialista, al cual se ha dirigido nuestro Partido recientemente en un serio y responsable documento político.

Las fuerzas movilizadas de nuestro pueblo, particularmente de su clase obrera, han logrado determinadas victorias, han preservado ciertas libertades y derechos, han arrancado a los terratenientes y grandes capitalistas algunas conquistas económico-sociales, y han infringido derrotas al imperialismo yanqui y a sus agentes. Pero, estas victorias pueden ser hoy mucho más amplias y significativas. La condición ineludible de esas victorias consiste en la unidad y movilización de la clase obrera y el pueblo; en el desarrollo del frente único de combate de las masas. Y esa condición es también, sin ninguna duda, la brújula certera de que no nos apartamos de los caminos de la formación del Frente Democrático de Liberación Nacional, la fuerza social capaz de realizar la gran transformación antifeudal y antiimperialista que el país reclama. Y la formación del Frente Democrático de Liberación Nacional supone –como lo estableciera el XVI Congreso de nuestro Partido– la unidad de la clase obrera, fuerza dirigente del movimiento liberador, y la alianza obrero-campesina, su base inquebrantable, en torno a la cual se agrupan los intelectuales, las masas trabajadoras de la ciudad y el campo, y que determinará una actitud favorable de la burguesía nacional, en fin, todas las fuerzas adversas a la dominación imperialista y a los resabios feudales en la sociedad uruguaya.

III
Algunos grandes problemas teóricos discutidos en el XX Congreso

Particular importancia poseen algunas cuestiones teóricas planteadas en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. Es útil destacar en este aspecto la profundidad con que el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética ha sabido generalizar las nuevas experiencias de la realidad internacional y del movimiento obrero mundial para extraer de ellas las necesarias deducciones teóricas.

Esta es como se sabe, la verdadera condición del marxismo-leninismo. Tanto Marx, como Lenin se burlaron siempre de aquellos que pretendían transformar el marxismo en un recetario o en un decálogo de normas preestablecidas para todas las situaciones. El método dialéctico materialista supone precisamente, el enriquecimiento permanente del acervo teórico con la generalización de los datos suministrados por la práctica. “…No consideramos –decía Lenin– la teoría de Marx como algo acabado e inmutable: estamos convencidos, por el contrario, de que esta teoría no ha hecho sino colocar las piedras angulares de la ciencia que los socialistas deben impulsar en todos los sentidos, siempre que no quieran quedar rezagados de la vida”. (“Nuestro programa”, pág. 117. V. I. Lenin, Marx, Engels y el Marxismo). En múltiples oportunidades Lenin ha recordado que Marx y Engels, señalaban que “nuestra doctrina no es un dogma sino una guía para la acción”.

La fidelidad a los principios del marxismo-leninismo obliga a la aplicación creadora de su método científico, a advertir la multilateralidad del hecho histórico, las nuevas tendencias del desarrollo social, los rasgos particulares de cada situación, para extraer las necesarias consecuencias, realizar las generalizaciones teóricas correspondientes y fijarse los objetivos precisos.

Tal es lo que ha hecho el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética al estudiar los problemas de principio referentes a la actual situación internacional: la coexistencia pacífica de los sistemas mundiales socialista y capitalista, la posibilidad de evitar las guerras, las formas del pasaje de los diversos países al socialismo y respecto a la actitud de los comunistas hacia los Partidos Socialdemócratas.

El principal hecho determinante del nuevo encaramiento de estos problemas reside en los cambios cualitativos que aporta a la situación internacional la existencia del sistema socialista mundial en desarrollo. Ello plantea vivamente la cuestión de las relaciones de este sistema con el sistema capitalista y crea nuevas condiciones para la solución de los problemas internacionales y para la lucha por la paz y nuevas condiciones para el triunfo del socialismo en escala internacional.

1. La coexistencia pacífica de sistemas sociales diferentes

Como es sabido, la Unión Soviética siempre ha regido su política exterior por el principio de la necesaria coexistencia entre el socialismo y el capitalismo. Esta orientación elaborada por Lenin y mantenida firmemente por el Estado Soviético a través de su historia, parte de un hecho objetivo, o sea ajeno a la voluntad de los hombres, la existencia sobre el mismo planeta de Estados de diferente régimen social y, desde el punto de vista de principio, antagónicos. Ya en 1915, Lenin, al formular la ley del desarrollo desigual del capitalismo, arribó a la conclusión de la posibilidad del triunfo del socialismo en un sólo país o en un grupo de países. Al no ser posible la victoria simultánea del socialismo en todos los Estados, el problema de la coexistencia pacífica quedaba planteado por la propia vida; y al producirse y triunfar la revolución socialista en Rusia, la existencia de un Estado Socialista junto a Estados capitalistas, pasó a ser una cuestión práctica por todo un periodo histórico. La política exterior de paz de la Unión Soviética deriva de la naturaleza socialista de su régimen ajeno a todo propósito agresivo, pero se expresa en las relaciones interestatales con los países capitalistas a través del principio de la coexistencia pacífica.

En el momento actual el problema se plantea en su forma más aguda ya que son dos sistemas mundiales los que coexisten: uno socialista y otro capitalista. Frente a esta realidad, no hay más que dos caminos: el camino de la paz o sea el de la coexistencia pacífica, y el camino de la guerra.

Todos sabemos que los imperialistas norteamericanos y otros, predican y organizan la guerra contra el socialismo; pero la política soviética es otra, se guía por el principio de la preservación de la paz. Este principio gracias a la perseverante conducta de los gobernantes soviéticos ha ganado adeptos en el mundo; no es sólo la directriz de los países socialistas sino que adhieren a ella países como la India y otros. Los cinco principios formulados por China e India y aprobados en la Conferencia de Bandung constituyen un programa muy claro para la coexistencia internacional y para la colaboración pacífica de los Estados de diverso régimen social.

Para la Unión Soviética tal orientación no es una cuestión táctica motivada por circunstancias ocasionales: es la piedra angular de su política exterior. En vez del camino de la guerra, el sistema socialista lanza un desafío al capitalismo a la emulación pacífica en el terreno de la edificación económica, de la cultura y del progreso social, plenamente seguro de que en todos los campos, la vida demostrará la superioridad del sistema socialista sobre el caduco régimen rival.

Los comunistas hemos rechazado siempre la teoría de “la exportación de la revolución”; la hemos denunciado como una burda calumnia de los imperialistas y sus lacayos, calumnia que aún hoy es el caballo de batalla de todos aquellos que ayer nomás importaron en Guatemala la reacción más sangrienta y brutal, y predican y organizan la exportación de la contrarrevolución a los países socialistas.

Lenin decía que sólo “locos o provocadores” podían pensar en hacer “la revolución por encargo”. Refiriéndose a ello, Jrushov diría con sarcasmo: “…Entre nosotros, los comunistas, no hay, claro está, partidarios del capitalismo. Pero esto no significa ni mucho menos, que nos hayamos inmiscuido o tengamos el propósito de inmiscuirnos en los asuntos internos de los países donde existe el régimen capitalista.” Romain Rolland tenía razón cuando decía que la “libertad no se importa, como los Borbones, en furgones”.

Desde luego que este planteamiento ha sido hecho con reiteración. Pero, siempre la propaganda reaccionaria ha procurado sembrar la confusión y presentar como antagónicas dos tesis del marxismo-leninismo: aquella que afirma la posibilidad de la coexistencia pacífica del socialismo y el capitalismo y la conocida tesis marxista acerca de la inevitabilidad del triunfo mundial del socialismo, o sea la sustitución ineluctable del capitalismo por el socialismo.

¿Cuántas veces no hemos oído repetir este mismo planteamiento para justificar la guerra fría u oponerse a los propósitos de paz o simplemente de relaciones comerciales y culturales correctas?

Ello supone una deliberada confusión. Marx y Engels demostraron que las propias leyes de desarrollo del capitalismo creaban las condiciones objetivas para su sustitución inevitable por el socialismo, y creaban a la vez el proletariado, la fuerza social que encabezaría esa transformación, su “sepulturero histórico”, según la célebre expresión del Manifiesto Comunista. Nosotros tenemos confianza en que el socialismo triunfará en toda la tierra, tanto más confianza en las actuales condiciones históricas. A esa causa hemos dado nuestra vida y estamos plenamente seguros que llegará el día en que el proletariado y el pueblo del Uruguay decida por su propio convencimiento edificar una sociedad socialista. Pero ello no quiere decir que el triunfo mundial del socialismo vendrá por la intervención armada de los países socialistas contra los países capitalistas. Confundir ambas cosas, aparte de ser una vulgar calumnia, importa confundir las relaciones entre los Estados con la lucha de las ideas.

En esta misma confusión deliberada incurren quienes afirman, con fines provocativos como los trotskistas, que predicar la coexistencia pacífica entre los Estados supone paralizar la lucha contra el imperialismo, la lucha contra sus agentes, los grandes terratenientes y capitalistas vendepatrias. Este es un absurdo; es la misma patraña de los imperialistas dada vuelta. Luchamos por la coexistencia pacífica entre los Estados como única forma de evitar la guerra, lucha que tendrá que ser tenaz y permanente; pero no hemos hecho, no hacemos, ni haremos, ningún compromiso ideológico, ni ningún pacto de tregua con los imperialistas yanquis que oprimen a nuestra patria, ni con los grupos sociales reaccionarios que le sirven. ¡Únicamente oportunistas redomados como el renegado Eugenio Gómez pudieron sostener en un pasado reciente tales confusiones destinadas a desarmar ideológicamente al Partido y ponerlo a remolque de la gran burguesía!

2. Las causas de las guerras y la posibilidad de evitarlas

Particular importancia debemos asignar a las conclusiones del Congreso referentes a las posibilidades de evitar la guerra en la actual situación internacional. Como se sabe, los comunistas hemos afirmado, partiendo del análisis marxista-leninista, que mientras exista el imperialismo las guerras son inevitables. A la vez de hacer esta afirmación, los comunistas llamábamos a los hombres de todas las tendencias a luchar por la paz y afirmábamos que la guerra no era fatal. Ambos planteamientos aparecían desde el punto de vista formal como si fueran contradictorios.

Ello se debía a que muchas veces, no se distinguía con claridad entre el planteamiento económico y el planteamiento político, entre el problema de las causas de las guerras bajo el capitalismo y el problema de la posibilidad de evitarlas en el marco de una determinada correlación de las fuerzas mundiales, por la acción de las grandes masas del mundo.

Es evidente que mientras exista el imperialismo, existirá su tendencia natural a la lucha por los mercados, por las fuentes de materias primas, por las colonias, por el territorio estratégico, por la dominación incompartida del mundo, existirá la base económica de la guerra, es decir, la causa de los conflictos bélicos, la tendencia de los grandes monopolios capitalistas hacia la guerra interimperialista o hacia la agresión armada contra los países del socialismo, o contra los pueblos coloniales y dependientes que luchan por su liberación. Particularmente, mientras no exista una superioridad aplastante del socialismo sobre el capitalismo en todo el mundo, la posibilidad y la amenaza de la guerra penderá sobre la cabeza de la humanidad. Para los grandes monopolios capitalistas, la guerra, el armamentismo y la militarización de la economía constituyen una fuente siempre fluyente de elevados beneficios.

Pero el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética señala con razón que se ha creado una correlación actual de fuerzas políticas en el mundo, que ha creado las posibilidades de evitar la guerra, de derrotar la tendencia del capitalismo imperialista hacia la guerra. No sólo ahora los marxistas-leninistas hemos apreciado que las guerras no eran únicamente un fenómeno económico; pero nunca existió una correlación de las fuerzas políticas como existe en la actual realidad internacional.

La guerra fue inevitable en 1914-18 porque la mayoría de los líderes de la II Internacional traicionaron al proletariado, lo dividieron y lo condujeron a las trincheras detrás de cada bando imperialista. Sólo los bolcheviques encabezados por Lenin y acompañados de algunos internacionalistas en el resto del mundo, enfrentaron la guerra hasta sus últimas consecuencias. Antes de la segunda guerra mundial, las fuerzas de la paz eran más poderosas que en 1914-18. La URSS realizó un esfuerzo sistemático por prevenir la guerra. Los pueblos de todo el mundo combatimos de acuerdo a nuestros medios en esa dirección. Pero la actitud de los imperialistas yanquis e ingleses de armar a Hitler y sus aliados y la división del movimiento obrero y popular en los principales países, no permitió que se acumulasen fuerzas políticas capaces de evitar la segunda gran conflagración.

Esta situación mundial ha cambiado. Por lo tanto no se puede decir ya que la guerra sea fatal e inevitable. Hoy existen los medios para derrotar a los incendiarios de la guerra. Existe un poderoso campo socialista que posee no sólo una inmensa fuerza moral, sino una fuerza material para impedir la agresión. Se ha creado un campo de la paz que comprende numerosos Estados de Europa y Asia, que abarcan a la mayoría de la población de la tierra. El movimiento obrero de los países capitalistas es hoy más fuerte que nunca, con Partidos y cuadros crecidos ideológicamente y con firme arraigo en las masas. Pero además, el movimiento de partidarios de la paz, que abarca hombres de la más diversa extracción social y concepciones, es una fuerza de primer plano en la realidad mundial.

Hoy existe la posibilidad de detener a los incendiarios de guerra. Pero sería estúpido que la verificación de este hecho nos condujera a la pasividad o al optimismo del Cándido de Voltaire. La guerra no es fatal; pero lo que decidirá que las fuerzas de la paz triunfen será su vigilancia, su movilización, su denuncia permanente de cada hecho ideológico o práctico de preparación de la guerra.

La lucha por la paz, por acabar en nuestro país con las obligaciones bélicas impuestas por los imperialistas yanquis con la complicidad de los diversos gobiernos de terratenientes y grandes capitalistas, la lucha porque Uruguay sea un factor de paz en el mundo, es nuestra tarea para evitar la guerra.

El esfuerzo por defender la paz supone la más amplia unidad de todas las fuerzas pacíficas, en la lucha por el desarme y el desarrollo de un amplio movimiento de partidarios de la paz. Hoy más que nunca los amigos de la paz deben constituir un amplio y poderoso movimiento que contribuya a la campaña internacional por el desarme que ya se extiende por todos los países. En nuestras manos, en las manos de los pueblos del mundo, está la posibilidad de impedir la guerra o de infringir una derrota definitiva a los agresores.

3. Acerca de la diversidad de caminos hacia el socialismo

El problema de las formas de transición de los distintos países hacia el socialismo fue estudiado con atención por el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética.

Y es, seguramente, en este aspecto donde el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética ha demostrado una más firme adhesión al espíritu siempre vivo y creador del marxismo-leninismo, a su método dialéctico materialista de análisis y generalización teórica. La realidad de nuestro tiempo, con la formación y el triunfo del sistema socialista mundial, demostró en el terreno práctico de la marcha hacia el socialismo de numerosos países, el acierto de las previsiones de Lenin acerca de que cada pueblo llegaría al socialismo según las formas diversas de transición, condicionadas por las peculiaridades de su desarrollo histórico. Cada nación –decía Lenin– “aportará su originalidad en una u otra forma de democracia, en una u otra variante de dictadura del proletariado; en uno u otro ritmo de transformaciones socialistas de los diversos aspectos de la vida social” (citado por Jrushov).

Hoy esta provisión de Lenin ha sido enriquecida por una variada experiencia internacional. Y es natural que así fuese; la realidad objetiva de China, por ejemplo, las relaciones de producción que imperaban en ese vasto país semifeudal y semicolonial, diferían sustancialmente de los que afrontara el Partido Comunista de la Unión Soviética, cuando, encabezado por Lenin, debió encarar una experiencia inédita y demostrar la posibilidad de construir el socialismo con el argumento supremo de la práctica. La realidad de las Democracias Populares de Europa, difería no sólo respecto a la Unión Soviética y China, sino entre sí; dentro de la similitud de problemas ¿quién podía pensar en repetir en Albania, por ejemplo, las tareas promovidas por la situación material de Checoeslovaquia?

La República Popular Federativa de Yugoeslavia ofrece sus peculiaridades en el proceso de la construcción socialista.

El mundo de post-guerra vio ya aparecer dos formas estatales para la transformación socialista de la sociedad, la soviética y la democrático popular. Seguramente la realidad de nuestro tiempo que coloca sobre el tapete la posibilidad de nuevos triunfos del socialismo, aportaras otras variedades.

Desde luego: sería estúpido no ver que la experiencia rica y múltiple, generalizada por el más capaz y desarrollado Partido marxista del mundo, el Partido fundado por el gran Lenin, sigue siendo el acervo fundamental del movimiento revolucionario mundial, la guía más firme y probada para todos aquellos que aspiren a materializar las ideas del socialismo científico. Y que si la realidad mundial ha experimentado las transformaciones que comentamos, ello se debe, en primer término, a la contribución sin precedentes que en todos los terrenos de la actividad teórica y práctica, realizara el glorioso partido de los “bolcheviques”.

Al analizar la variedad de las formas posibles para transitar hacia el socialismo, el XX Congreso del PCUS, consideró que en las nuevas condiciones mundiales, no es obligatorio que la revolución socialista sea siempre acompañada por la guerra civil, es decir, por la insurrección y la lucha armada subsiguiente.

En algunos países, dentro de determinadas circunstancias, es posible la transición pacífica e inclusive, la utilización del Parlamento para el pasaje al socialismo.

Como se sabe Marx y Engels plantearon la posibilidad de la victoria del socialismo por vías pacíficas como excepción; por ejemplo en las condiciones particulares de algunos países de Europa y América donde aún era posible utilizar a este propósito la vía parlamentaria. Desde luego, Marx y Engels no hablaron nunca de remendar el viejo hábito del capitalismo con algunas “reformas”, presunta realización del socialismo en cuentagotas, tal como postularon las corrientes diversas del socialismo no marxista con las cuales siempre ajustaron cuentas los fundadores del socialismo científico, en particular en las conocidas páginas del Manifiesto Comunista. Marx y Engels se referían a la revolución socialista, y señalaban que la condición de la misma era siempre la elevación del proletariado a clase dirigente de la sociedad. Para Marx y Engels, la vía parlamentaria era la excepción, en un camino histórico que, como norma, exigía la destrucción por el proletariado y las masas revolucionarias del “aparato burocrático-militar” montado por las datas dominantes para la sujeción violenta de las masas trabajadoras. Todos recordamos que Lenin en su gran obra El Estado y la Revolución, destacó que también en aquellos países que Marx y Engels consideraban en situación excepcional, se había montado en las condiciones del capitalismo monopolista, una máquina estatal represiva de tal tipo, que hablar en esas condiciones y en ese tiempo, de una vía pacífica era el más crudo oportunismo. Y Lenin tenía razón: hablar en las condiciones de entonces, de “una vía parlamentaria” hacia el socialismo significaba renunciar a la revolución socialista. Y los hechos lo han comprobado con su tozudez característica.

Lenin salía al paso a las fuerzas que en el seno de la II Internacional, revisaban en todos los terrenos, la teoría revolucionaria del marxismo para transformarla en un “chirle liberalismo burgués”. Esas corrientes, calificadas de “reformistas”, sustituían los objetivos socialistas por una adaptación al capitalismo; predicaban una “idílica integración pacífica del socialismo en el capitalismo”, o sea, en vez de la sustitución del capitalismo por el socialismo, el retocar la fachada del capitalismo con los afeites de algunas reformas sociales.

Inspirados en esas ideas del revisionismo antimarxista, numerosos Partidos Socialdemócratas, después de la revolución rusa de 1917, ocuparon posiciones de gobierno u obtuvieron mayoría en algunos parlamentos de Europa; no obstante, dejaron en pie, intactas, las relaciones capitalistas de producción, la posesión de los grandes capitalistas y terratenientes sobre los instrumentos y medios de producción, en una palabra, renunciaron a la revolución socialista.

Como se ve, la diferencia sustancial entre comunistas y reformistas no consistió nunca, primordialmente, en el uso de la insurrección armada como un instrumento de la revolución socialista, sino en la realización o no de esa revolución, es decir, en la sustitución o no de las relaciones capitalistas de producción por las relaciones socialistas, y en la elevación o no del proletariado a la condición de fuerza dirigente de la sociedad.

Nadie puede dudar que en ese gran pleito ideológico, la razón estaba de parte de Lenin. Por las huellas de Lenin se han asegurado las condiciones de la victoria mundial del socialismo y el nacimiento, consolidación y desarrollo del sistema socialista mundial. Si hoy podemos discutir la posibilidad de utilizar la vía parlamentaria en algunos países, ello se debe a que Lenin no se equivocó, a que los marxistas rusos siguieron el camino de Lenin, a que en Europa y Asia millones de hombres llevaron a la vida las enseñanzas del leninismo, a que en todo el mundo se forjaron Partidos Comunistas arraigados en las más amplias masas, sostenedores consecuentes del marxismo-leninismo.

Las nuevas tesis teóricas aprobadas por el XX Congreso del PCUS, corresponden a la nueva correlación de las fuerzas mundiales; no son la revisión del marxismo-leninismo, sino su más clamorosa victoria.

Por otra parte, nunca fue verdad la prédica que nos atribuía a los comunistas una predilección por la insurrección armada, la guerra civil y la violencia. Siempre los reaccionarios, los profesionales de la violencia contra el pueblo, han procurado pintarnos con la estúpida imagen del “hombre con el cuchillo entre los dientes”, o como una suerte de “complotistas” o preparadores de “putsch”. Ello fue siempre una vulgar calumnia.

No obstante mucha gente no mal inspirada cae en una confusión entre la idea de la revolución socialista y la idea de la guerra civil. Es decir, entre los principios del marxismo-leninismo y la táctica revolucionaria exigida por un determinado periodo histórico y dentro de una correlación dada de las fuerzas de clase, tanto nacional como internacional. Somos partidarios de la revolución socialista y por ello, somos revolucionarios marxistas-leninistas que aspiramos a la conquista del poder para materializar nuestras ideas; pero no hacemos de la insurrección una cuestión obligatoria de principios.

Hace 20 o 30 años, sólo oportunistas irremisibles podrían sostener que el socialismo triunfaría por vía pacífica. Entonces, los comunistas sin temor a la represión o la calumnia hacíamos cuestión fundamental de esta situación pues lo contrario hubiera sido mentir a la clase obrera y traicionar los postulados del marxismo revolucionario. Hoy se han abierto para algunos países otras posibilidades y, sin vacilaciones, los comunistas las señalamos. Sornas así consecuentes con nuestros principios.

¡Solamente un renegado como Eugenio Gómez puede afirmar, enfangándose aún más en la campaña antisoviética y anticomunista, que el movimiento comunista internacional rectifica sus posiciones de principio! ¡Resulta grotesco que quien introdujo en el Partido todo tipo de concesiones reformistas bajo las banderas del nacionalismo burgués, alardee ahora de principismo revolucionario! La oportunidad le parece buena para proclamar a voz en cuello el antisovietismo que procuró infiltrar subrepticiamente en nuestro Partido.

Es de gran interés el análisis realizado por Jrushov, Mikoian, Suslov y otros, en el XX Congreso, acerca de la táctica de Lenin en las diversas fases de la revolución rusa. Esta es una demostración acabada de que el grado de aplicación de la violencia por la clase obrera no depende tanto de ésta como de sus adversarios. Luego de la revolución democrática de febrero de 1917, Lenin admitía la posibilidad de un desarrollo pacífico de la revolución y establecía que la conquista de la mayoría en los consejos obreros y campesinos (soviets) era imprescindible para la toma del poder por los bolcheviques. No obstante, ante la violencia desatada de la burguesía fue menester responder con la insurrección armada. Nadie duda por lo demás, que el derrocamiento violento de la dictadura de la burguesía y un proceso de aguda lucha de clase son inevitables para aquellos países donde el capitalismo es aún fuerte y tiene en sus manos un poderoso aparato policiaco-militar para cerrar el paso violentamente a las aspiraciones de la clase obrera y las masas populares. Es decir que ello no depende de la voluntad de la clase obrera sino del empleo de la violencia por las clases explotadoras.

Por el contrario en algunos otros países, en las actuales condiciones, es posible transformar “el parlamento de órgano de la democracia burguesa, en instrumento de la verdadera voluntad popular” (Jrushov). Para ello es menester que la clase obrera aliada al campesinado, a los intelectuales, y al frente de todas las fuerzas patrióticas, conquiste una sólida mayoría parlamentaria, derrote a los oportunistas y realice, apoyado en todo el pueblo, transformaciones sociales radicales. La condición ineludible para ello, consiste siempre en que la clase obrera y su Partido, sean la fuerza rectora del proceso revolucionario.

La proyección teórica y práctica de esta nueva situación internacional es fácil de advertir. No es extraño que ella haya levantado una polvareda polémica en todos los medios políticos, sociales e intelectuales. Es natural que muchas personas se pregunten: ¿es esta la vía que corresponderá al Uruguay? Desde un punto de vista teórico esa vía no está excluida para nuestro país; y, desde luego, la clase obrera de nuestro país está por el camino menos doloroso de transición hacia el socialismo.

No dependerá, por lo tanto, de nuestra voluntad solamente, sino del desarrollo de los acontecimientos en el plano nacional, latinoamericano y mundial, el que estas aspiraciones de la clase obrera de alcanzar su emancipación por la vía menos dolorosa puedan volverse realidad.

Nos pronunciamos por el camino menos doloroso, pero sabemos que nuestro pueblo como todos los pueblos de Latinoamérica deben combatir contra el reinado del terror y la violencia que el imperialismo yanqui procura extender a todo el continente. Son los imperialistas norteamericanos apoyados por los grupos regresivos los que pretenden mantener nuestros pueblos en el atraso semifeudal y en la dependencia extranjera, y para ello sostienen dictaduras terroristas en diversos países, derrocaron por la intervención armada al gobierno democrático de Guatemala, pretenden imponer con el convenio fascista de Caracas el “mac-carthismo” y la persecución por ideas en todos los países, sostienen el régimen de la ilegalidad, de la antidemocracia, de la sustitución de los Parlamentos por dictaduras militares y caricaturas serviles de cuerpos legislativos. Esa norma política de violencia antidemocrática la quieren imponer también en nuestro país; ¿quién desconoce la prédica de la persecución por ideas y los manejos para abatir las libertades y derechos sindicales que salta diariamente en las páginas de El Día y El País, y que alienta la Embajada de los EE. UU.?

La clase obrera del Uruguay procura la unidad de todas las fuerzas patrióticas en la lucha por las libertades democráticas y por el desarrollo democrático del curso político nacional; pero sabemos que sólo la unidad de la clase obrera, aliada a los campesinos, y al frente de todo el pueblo, nos permitirá vencer, en dura lucha a los enemigos exteriores e interiores.

El XVI Congreso señaló con razón que las condiciones concretas de nuestro país no situaban en este momento en el orden del día como cuestión inmediata la realización de transformaciones de carácter socialista. La dependencia del imperialismo, particularmente norteamericano, y la existencia de la propiedad feudal de la tierra y de ciertas reminiscencias semifeudales, condicionan el carácter de la revolución uruguaya como antifeudal y antimperialista. Ante nuestro país se plantea la tarea histórica de la liberación nacional y de la realización de transformaciones democráticas radicales en toda la vida económico-social y política del país.

Para nosotros no hay otro camino hacia el socialismo que el camino de las transformaciones radicales principalmente de la reforma agraria y de la conquista de la plena independencia nacional. Sólo posibles con la instauración de un gobierno democrático de liberación nacional.

Lo esencial, en consecuencia, para la clase obrera y el pueblo uruguayo, es el esfuerzo por construir la fuerza social capaz de llevar a cabo esas transformaciones, el Frente Democrático de Liberación Nacional, cuyo carácter definiera con acierto el XVI Congreso de nuestro Partido.

No es necesario por lo tanto que insistamos sobre ello.

Queremos solamente destacar la importancia fundamental de la unidad de la clase obrera, la fuerza dirigente del Frente Democrático de Liberación Nacional.

La clase obrera está llamada, aliada a los campesinos, a unir bajo su dirección a todas las fuerzas patrióticas del país. Y esa tarea sólo podrá cumplirla si forja su unidad. Esa unidad debemos de comprenderla en todos sus aspectos, en la labor sindical como en el trabajo político general e ideológico.

Nuestro Partido ha prestado desde su Congreso una gran atención a las tareas de la unificación de la clase obrera, particularmente, en la lucha por lograr a través de los múltiples caminos de la unidad de acción, la plena unidad sindical de los trabajadores. Si hoy el movimiento sindical del país ha dado tan importantes pasos ello se debe antes que nada a la labor abnegada de los comunistas, junto con militantes de diversas tendencias e ideologías. Hoy asistimos a un florecimiento de la unidad obrera, pese a todos los intentos divisionistas, florecimiento que hace pensar seguramente en nuevas victorias próximas. La posición proclamada por UGT y otros sindicatos en favor de una Central única de los trabajadores uruguayos, gana terreno. Hacia ella tienden visiblemente los avances de la unidad de acción y de las fuerzas unitarias en el movimiento obrero. El fortalecimiento de UGT y de sus gremios; la formación del Movimiento Popular Reivindicativo, que ha cumplido la grande y noble misión de lograr el frente único de amplios sectores de la clase obrera, de los empleados y de los jubilados y cuyo porvenir es muy grande; el desarrollo de la unidad en el Puerto de Montevideo; el restablecimiento de la unidad de los trabajadores de la Carne, el crecimiento de las corrientes unitarias en el seno de la Confederación Sindical pese a la actividad divisionista de los agentes de la ORIT; la coincidencia creciente de UGT, y el sindicato de ANP, Química y otros, y las relaciones con la Unión Obrera Textil, en el movimiento unitario general, son hechos que reflejan el inicio de una nueva época del movimiento obrero uruguayo, llamado a gravitar hacia su unidad total. Y con ello, a pesar decisivamente en favor de una nueva correlación de las fuerzas políticas del país más favorable a la paz y a la democracia, y a las reivindicaciones sociales de las masas.

Nadie puede dudar que el Congreso, en preparación, de la UGT, que significará un fortalecimiento mayor de sus filas, de la vida interna de sus sindicatos y de la incorporación de más amplias masas a la lucha, será una contribución importante a la unidad del movimiento obrero uruguayo.

Cuanto más fuertes sean los destacamentos más aguerridos y unitarios del proletariado, estará más próxima la unidad de los trabajadores y esta se realizará en un plano más elevado. Así lo demuestra toda la experiencia nacional e internacional. La unidad de la clase obrera es pues la primer gran tarea de nuestros tiempos.

Una cuestión fundamental para lograr la unidad de la clase obrera, consiste en las relaciones entre el Partido Socialista y nuestro Partido. Este importante asunto está promovido por la realidad nacional e internacional. Desde el punto de vista internacional, los nuevos acontecimientos plantean de modo imperativo concluir la escisión del movimiento obrero como una cuestión decisiva para salvar la paz, y para acelerar la inevitable victoria mundial del socialismo. Desde el punto de vista nacional, es evidente que el entendimiento entre el P. Comunista y el P. Socialista contribuiría decisivamente a la unidad del movimiento obrero y popular, a la lucha histórica antifeudal y antimperialista de nuestro pueblo. La gravitación en la vida general del país de las posiciones de la clase obrera, de las posiciones del socialismo, crecería no sólo en la proporción aritmética de la suma de los efectivos de ambos Partidos, sino que se multiplicaría al establecer un poderoso polo de atracción para grandes masas de la clase obrera y el pueblo que procuran justas soluciones. Abriría en el país una nueva perspectiva para aglutinar a todas las fuerzas patrióticas en torno a las fuerzas obreras coaligadas. Ofrecería batalla de modo eficaz al ataque de las clases dominantes contra el nivel de vida de nuestro pueblo. En fin, significaría un paso de consideración hacia el levantamiento del movimiento democrático de liberación nacional.

Con razón la carta del Comité Ejecutivo de nuestro Partido ha señalado que la existencia pacífica de concepciones diversas acerca del avance hacia el socialismo no puede ser hoy obstáculo en el camino de la unidad de acción de ambos Partidos. ¿Que hemos discrepado muchas veces? Es verdad; pero también muchas veces hemos coincidido. Y actualmente esas coincidencias aumentan en vez de aminorarse.

Es claro que si los dirigentes del P. Socialista piensan en la causa de la emancipación de los trabajadores y si ponen los intereses del movimiento por encima de todo, deberán comprender la importancia histórica de este planteamiento, llamado por la hora histórica que vivimos, a situarse en la gran corriente que pugna por concluir con la escisión del movimiento obrero mundial.

Estamos seguros que nuestro llamado tendrá honda repercusión en los militantes socialistas, en la clase obrera, en los intelectuales, en los estudiantes, en todas las fuerzas que hoy vuelven sus ojos hacia las luminarias de la victoria socialista, encendidas sobre el horizonte de nuestro tiempo.

IV
Un gran partido comunista, condición de la liberación nacional y social de nuestro pueblo

1) La condición indispensable para la resolución con éxito por nuestro pueblo de sus tareas históricas reside en el fortalecimiento incesante de nuestro Partido, la vanguardia política de la clase obrera y el pueblo. Este es el problema cardinal de la revolución uruguaya, como lo planteara con razón el XVI Congreso de nuestro Partido. La necesidad de un gran Partido Comunista arraigado profundamente en las masas, fortalecido por la incorporación permanente de mejores luchadores de la clase obrera y el pueblo, que llegue con su palabra orientadora, unificadora y movilizadora al cerebro y al corazón de cada obrero, de cada campesino, de cada intelectual, de cada trabajador, de cada patriota, está planteado vivamente por la situación del Uruguay y del mundo.

El XVI Congreso planteó con razón que el desarrollo ideológico y orgánico del Partido, su crecimiento constante, principalmente en los grandes centros de la clase obrera y de los trabajadores rurales, era la premisa indispensable del triunfo de la brega histórica del proletariado y el pueblo por su liberación. Sin el fortalecimiento ideológico y orgánico del Partido en el proceso de todas las luchas, es una vana ilusión pensar en forjar el Frente Democrático de Liberación Nacional. La formación del gran Partido Comunista es pues, una necesidad del desarrollo histórico del país.

La condición de crecimiento del Partido es, como se sabe, sus vinculaciones con todo el pueblo y, en primer término, con la clase obrera y las masas del campesinado. Nuestro Partido realiza una labor constante en defensa de la soberanía nacional y de la democracia, por las conquistas en materia económica y cultural para nuestro pueblo. Es necesario que esa labor sea conocida de las amplias masas, que estas nos conozcan con nuestro verdadero rostro y no a través de la versión caricaturesca y mentirosa que los colonialistas norteamericanos, los terratenientes feudales y grandes capitalistas vendepatria ofrecen de nuestro Partido. Todas las fuerzas patrióticas del País, y desde luego primordialmente, la clase obrera y las masas laboriosas, deben ver a nuestro Partido tal como lo acredita su línea política y su actuación abnegada e incansable por la liberación nacional y social de nuestra patria. Ello supone tenacidad y una paciencia muy grandes de nuestros militantes y amigos para vencer todo aislamiento o limitación sectaria, y supone un esfuerzo para que todo el país conozca lo que realizamos los comunistas en su favor en la fábrica, en el campo, en las universidades y centros de enseñanza, en el Parlamento, en todos los ámbitos de la vida nacional.

¿Qué Partido puede presentarse ante nuestro pueblo con mejores credenciales que el Partido de los Comunistas, integrado por hombres que han hecho de su vida el servicio de la clase obrera y del pueblo, la devoción sin límites a la emancipación de nuestra patria? ¿Qué Partido puede presentarse con mejores credenciales ante decenas de millares de obreros, si una sola línea de combate pone en cada fábrica a nuestros militantes al servicio de la unidad de los trabajadores, pone a nuestra prensa incondicionalmente a su disposición, pone nuestros diputados y ediles como los portavoces sin claudicaciones de sus luchas?

¿Qué Partido puede llegar con más éxito al rancho de cada campesino, sino el Partido de los Comunistas, que procura que se le entregue tierras, que concluya la explotación semifeudal de los terratenientes, que desea que las conquistas del mejoramiento social y la cultura lleguen hasta su sufrida familia, para abrirle los caminos de un porvenir venturoso?

¿Qué Partido puede llegar con una palabra más limpia y más clara a los intelectuales de nuestro país, a los estudiantes, profesores y maestros, a los artistas, escritores y universitarios para los que reclamamos no sólo reivindicaciones inmediatas, sino que procuramos abrir una ruta histórica inédita hacia una sociedad donde la labor del pensamiento y el arte alcanzarán las más altas cimas? ¿No están, por lo demás junto a nuestro Partido o en sus filas, muchos de los mejores representantes del arte y de la literatura nacional?

¿Qué Partido como el nuestro puede confrontar sus palabras y sus hechos sin ruborizarse, en las cuestiones esenciales de la defensa de nuestra independencia, de la lucha por la democracia, de la defensa de los intereses de nuestra patria?

Llegar a las más amplias masas, con ésta, nuestra verdadera faz, es una condición necesaria para la formación de un gran Partido Comunista.

¿Que nos equivocamos a veces? Es verdad; no pretendemos poseer el don de la infalibilidad; pero mientras otros incurren en traiciones permanentes que ocultan, nosotros cometemos errores, y los develamos sin temor, seguros de que ese es el camino de la confianza de las masas; pero también el camino de la victoria.

Bien recientemente nuestro Partido debió limpiar sus filas del grupito nacionalista burgués de los Gómez y proclamar públicamente algunos de sus errores con el propósito de corregirlos. Ese hecho no es ni una debilidad, ni una mancha; es un gran mérito de nuestro Partido y de su Comité Nacional, mérito que acredita su seriedad y que lo hace merecedor de la confianza de los trabajadores y del pueblo.

Llegar a las más amplias masas con nuestra verdadera faz, es la condición necesaria para la formación de un gran Partido Comunista. En este sentido, hemos dado no pocos pasos. Es visible que en menos de 6 meses, nuestro Partido, con una línea justa y un trabajo abnegado ha hecho más esfuerzos y mejor orientados que en varios años de su actividad pasada. Pero ello es sólo el comienzo para vencer nuestro atraso. Es necesario que la voz fraternal de nuestro Partido sea oída por cada hombre del pueblo, batllista o herrerista, católico o no religioso, blanco o colorado, socialista, &c. El aislamiento sectario debe ser aventado con mano firme en todos los rincones de la actividad partidaria.

Audaz y decididamente engrandecer el Partido, ensanchar sus filas, facilitar el camino hacia nosotros, de millares y millares de hombres y mujeres del pueblo que miran hacia nosotros, que espontáneamente tienden hacia el Partido pero que son trabados por dudas y vacilaciones, y, primordialmente, porque no encuentran en su camino la palabra fraternal que los atraiga a nuestras filas.

Ello debe hacerse por todos los caminos; quiero solamente decir aquí dos palabras sobre uno de los aspectos.

Nuestro Partido ha realizado esfuerzos en este sentido por desarrollar nuestra prensa, ha cubierto con éxito la campaña para dotar a JUSTICIA de nuevas máquinas que le permitirán en un futuro próximo poseer medios para ser un diario de masas; se ha desarrollado en los centros de la clase obrera una red de periódicos que tiran ya muchos millares de ejemplares; hay otras iniciativas en marcha.

Ha salido Estudios, la revista del Partido. No obstante, en esta materia mucho necesitamos realizar. El mejoramiento de la calidad ideológica de nuestra prensa, de su función esclarecedora y polémica, de sus campañas, de su presentación y de su interés de masas, es una necesidad imperiosa para forjar la unidad de nuestro pueblo y para el desarrollo del Partido.

Lo mismo debemos decir de nuestra agitación, pobre, reducida y escasa de iniciativas.

La labor que el Partido está realizando en profundidad en los centros de la clase obrera y los primeros pasos realizados entre los asalariados agrícolas, deben completarse con una muy amplia elevación de la labor dirigente del Partido, de la difusión de sus puntos de vista.

“Nuestra Partido tiene que estar en el corazón del pueblo, de todos los que sufren y combaten”, me decía en los días del XVI Congreso un delegado campesino. He aquí, en síntesis, dicho con palabras insuperables, el sentido de la gran labor que debernos realizar.

2) Una importancia muy destacada entre las cuestiones referentes al desarrollo del Partido consiste en asimilar y esclarecer adecuadamente las cuestiones relacionadas con el trabajo colectivo de todos los organismos partidarios y en particular, con la lucha por eliminar la práctica nociva del “culto a la personalidad”.

Como se sabe el XX Congreso del PCUS examinó profundamente estos asuntos, y subrayó la necesidad de la aplicación de la norma leninista que reclama una elaboración conjunta por toda la dirección del Partido de los asuntos que tienen que ver con su orientación, su conducta política y su trabajo de organización.

Esto supone el funcionamiento regular de los organismos del Partido y la creación de condiciones tales que aseguren que ni un hombre ni un grupo de dirigentes por destacados que sean, puedan colocarse por encima de los organismos regulares, colectivos, de dirección, porque ello conduce a colocarse por encima del propio Partido.

Con gran fuerza autocrítica, el Comité Central planteó ante el Congreso, que estos principios no se habían observado durante un periodo en la vida del Partido Comunista de la Unión Soviética y que luego de la muerte de Stalin, fue necesario restablecerlos, tarea cumplida con firmeza y con resultados fecundos a lo largo de todo el Partido.

En relación a esta última cuestión, el XX Congreso culminó una persistente prédica de los últimos años del Comité Central del PCUS, condenatoria del “culto a la personalidad”, es decir, de toda interpretación idealista del papel de los individuos y de las personalidades descollantes en la historia.

Esa interpretación es contraria a los principios del materialismo histórico y conduce a atribuir a una persona aislada los éxitos y el trabajo de todo un pueblo y de todo el Partido.

El marxismo considera que la historia se realiza por la acción de las masas, en el marco de una realidad objetiva sujeta a leyes, y no según el capricho o las virtudes sobrenaturales de personalidades aisladas, capaces de dar su contribución importante a ese proceso pero no de sustituir la iniciativa, la capacidad transformadora, la acción de millones de hombres. Desde su nacimiento el marxismo-leninismo sostuvo una larga polémica en favor de este criterio científico de interpretación de la historia.

Combatió a los teóricos burgueses que sobrevaloraban la posibilidad de ciertos individuos para fijar a su arbitrio el curso de la historia; denunció las teorías anarquistas que alternan la glorificación de “las minorías activas” contrapuestas a las “multitudes ignaras” con la negación de todo papel de la personalidad en la historia y de la necesidad de la existencia de dirigentes de las masas en lucha, en fin, teorías reproducidas con una u otra variedad, por toda la gama del movimiento pequeño burgués a través del último siglo.

En el transcurso de esa gran batalla de ideas, el marxismo-leninismo destaca la necesidad del Partido como fuerza de vanguardia, conductora y organizadora de las masas en lucha, en contraste con toda teoría de la espontaneidad y subraya la necesidad de la formación, en el proceso del movimiento revolucionario, de dirigentes destacados del Partido y de las masas, que reúnan, generalicen en teoría y lleven a la práctica las experiencias de las multitudes y la voluntad de todo el Partido. Ni Marx ni Lenin cayeron jamás en el extremo simplista de negar todo papel de la personalidad y menos aún de los dirigentes destacados del Partido, de la clase obrera y el pueblo; pero siempre combatieron el “culto a la personalidad” ajeno a esos principies y perjudicial para el Partido.

Este planteamiento de principios, de incuestionable significación teórica y práctica, se relacionó directamente en el Congreso con el “culto a la personalidad” de Stalin, que se desarrollara no sólo en la URSS sino en todo el movimiento obrero mundial.

Apenas realizado este planteamiento y examinada la corrección de algunos errores surgidos al amparo y como consecuencia del “culto a la personalidad”, toda la prensa al servicio del imperialismo, en una campaña sincronizada y dirigida, y tras ella, los renegados del movimiento obrero, se lanzaron a propalar toda suerte de informaciones mentirosas; entre ellas procuraron pasar como ciertas las calumnias que por muchos años vertieran sañudamente contra el Partido Comunista de la Unión Soviética. Ellas han ido desde una presunta reivindicación del trotzkismo hasta la afirmación del fracaso de la dictadura del proletariado en la URSS ¡Cuanto novelón han redactado mercenarios de la pluma y renegados de toda laya ha sido traído a la superficie y atribuido al XX Congreso del PCUS!

Procuraban así, por un lado, ocultar las conclusiones del Congreso y, por otro, sembrar dudas en todo el movimiento obrero internacional acerca de la Unión Soviética y su Partido.

¡La gallina hambrienta sueña con maíz! –gustaba repetir Jorge Dimitrov, el valeroso conductor de la clase obrera búlgara.

Pero no debemos subestimar las inepcias y calumnias propaladas. Ello obliga naturalmente a repetir en esta parte de nuestra información la verdad acerca del planteamiento realizado por el XX Congreso.

Ese planteamiento ha sido resumido por Pravda de la siguiente manera: “… ¿Por qué ha desplegado nuestro Partido una lucha decidida contra el culto a la personalidad y sus consecuencias? Porque rendir culto a la personalidad significa enaltecer desmedidamente a algunas personas, atribuirle rasgos y cualidades sobrenaturales, transformarlas poco menos que en seres milagreros e inclinarse ante ellas. En nuestro país, semejantes concepciones erróneas y ajenas al espiran del marxismo-leninismo, sobre un hombre, y concretamente sobre J. V. Stalin, aparecieron y se cultivaron durante muchos años.

Es indudable que J. V. Stalin tiene grandes méritos contraídos ante nuestro Partido, ante la clase obrera y ante todo el movimiento obrero internacional. Es bien conocido su papel en la preparación y realización de la revolución socialista, en guerra civil en la lucha por la construcción del socialismo. Desempeñando el importante Cargo de Secretario General del CC. del Partido, J. V. Stalin se destacó entre los dirigentes del Partido y del Estado Soviético. Al lado de los demás miembros del C. C. luchó activamente, sobre todo en los primeros años que siguieron a la muerte de Lenin, por el leninismo y contra los tergiversadores y enemigos de la doctrina leninista. Stalin era uno de los marxistas más preparados; sus trabajos, su lógica y su voluntad ejercían gran influencia en los cuadros y en la labor del Partido.

Guiándose por la doctrina del gran Lenin, el Partido con su Comité Central al frente, desplegó un gran trabajo en orden a la industrialización del país, a la colectivización de la agricultura y a la realización de la revolución cultural, y logró históricas victorias que son del conocimiento de todos. Estas victorias fueron conquistadas por el Partido en medio de una intransigente lucha ideológica contra distintas tendencias políticas hostiles al leninismo: los trozkistas, los zinovievistas, los oportunistas de derecha, los nacionalistas burgueses, contra todos cuantos intentaron apartarle del camino leninista, único camino justo. En aquellos tiempos Stalin se granjeó popularidad en el Partido, se ganó su simpatía y su apoyo, adquirió renombre en el pueblo. Sin embargo, paulatinamente comenzaron a manifestarse en la labor práctica de dirección de Stalin los rasgos y las cualidades que luego se concretaron en el culto a la personalidad. El culto a la personalidad surgió y se desarrolló sobre el fondo de las grandiosas conquistas históricas del marxismo-leninismo, de los inmensos éxitos del pueblo soviético y del Partido Comunista en la edificación del socialismo, de la culminación victoriosa de la Guerra Patria, del continuo fortalecimiento de nuestro régimen social y estatal y del aumento de su prestigio internacional. Al no recibir en la medida suficiente una interpretación marxista-leninista justa, estos éxitos gigantescos de la edificación de una nueva sociedad, conseguida por el pueblo soviético bajo la dirección del Partido Comunista sobre la base de las leyes históricas descubiertas por el marxismo-leninismo, eran indebidamente atribuidos a les méritos de una sola persona, Stalin, y se explicaban por no se sabe que virtudes especiales suyas como dirigente” …Stalin… “no sólo no cortaba los elogios y las alabanzas que se le hacían, sino que las apoyaba y estimulaba por todos los medios… Con el tiempo, este culto a la personalidad fue adquiriendo formas cada vez más hipertrofiadas y causó un grave perjuicio a la causa.”

“…El que Stalin hiciera caso omiso de las normas de la vida del Partido y del principio de la dirección colectiva en el Partido y resolviera con frecuencia las cuestiones de manera unipersonal daba lugar a la deformación de los principios del Partido y de su democracia interna, a vulneraciones de la legalidad revolucionaria y a medidas represivas infundadas.”

Sólo como resultado del culto a la personalidad… pudieron encaramarse en altos puestos del Partido y del Estado el viejo agente del imperialismo Beria y sus cómplices.

“…Reconociendo los méritos de J. V. Stalin y valorando serenamente la gran aportación hecha por él a la causa de la revolución y a la construcción del socialismo, el Partido ha planteado resueltamente al mismo tiempo la cuestión de liquidar el culto a la personalidad de Stalin, con el fin de establecer plenamente los principios y las normas leninistas en el trabajo del Partido y del Estado y crear así las mejores condiciones para toda nuestra gran actividad creadora dedicada a edificar el comunismo.”

¿Significa este planteamiento que se pretende negar el valor de la obra de Stalin, como miente la prensa vanal, que sus retratos son sacados, que sus libros dejan de leerse o que el Mausoleo de Lenin y Stalin como miente el renegado de Gómez ha sido clausurado?

Ello es una mentira reverenda, sumada a las tantas que estos profesionales de la difamación anticomunista lanzan a chorro.

¿Significa esto que los comunistas dejaremos de estudiar en las obras de Stalin tantas cosas útiles, redactadas en defensa del leninismo? Tal pregunta es absurda: y puede formularse solamente como eco de las mentiras propaladas.

Desde luego, hay algunas tesis, particularmente del último periodo de la actividad de Stalin que la vida ha demostrado no eran justas. Lo que se reclama en consecuencia es la liquidación de toda actitud dogmática, para adoptar una posición crítica y creadora como en ciertos aspectos lo fue la propia obra de Stalin.

Esta posición de principios, tan seria, tan serena y tan aleccionadora, la han pretendido presentar como si el XX Congreso hubiera significado una admisión de la veracidad de la campaña antisoviética realizada durante años.

¡No! ¡No es un “mea culpa” quejumbroso ni la aceptación del fracaso de la experiencia histórica del gobierno soviético y del régimen socialista! No ha sido un partido vencido ni doblado por la derrota el que se ha presentado ante el XX Congreso. Sino un Partido en la plenitud de su victoria y de sus triunfos. El Partido que realizó la revolución socialista y construyó el socialismo; el Partido que elevó la vieja Rusia agraria y atrasada a primera potencia industrial de Europa y al más avanzado régimen social del mundo. El Partido que hizo posible los cambios históricos a que asistimos. El Partido en cuya frente la historia ha puesto el laurel del triunfo en la guerra contra el nazismo, que salvó a la humanidad y abrió el camino a una nueva época. El Partido que construye exitosamente el comunismo. El Partido que ha logrado éxitos sustanciales en favor de la paz internacional, cuya voz se levanta como el intérprete más categórico del afán de paz de todos los pueblos.

Su autocrítica –auténtica autocrítica– de acuerdo a la definición de Lenin, es el índice de su fuerza moral y política, y la expresión de su voluntad de extirpar hasta el último error que hiciere más pesada su faena.

Y así deben admitirlo más allá de la diatriba calumniosa, hombres de la gran prensa imperialista. Se recordará que en 1929, el Times de Londres, al referirse al Plan Quinquenal decía: “Los bolcheviques pretenden realizar en cinco años lo que debía ser hecho en 50 años en las condiciones más propicias”. Hoy al hablar del VI Plan Quinquenal, Figaro (órgano reaccionario de París) debe admitir: “Ha pasado el tiempo en el cual los planes quinquenales …eran mirados fuera de Rusia con irónico aire de superioridad”. Y comenta el New York Herald Tribune: “El XX Congreso del Partido Comunista en Moscú emerge como uno de los grandes acontecimientos históricos de los años de postguerra”.

Y aprecia el Economist de Londres: “Rusia presenta hoy un tremendo desafío económico al Occidente. No sólo se ha transformado de país retrógrado en el gigante industrial de Europa, sino que se dirige a superar el nivel de Occidente en la producción media per cápita”.

Pero, dicen algunos, ¿por qué examinar ahora los males derivados del “culto a la personalidad”? ¿Por qué no se los corrigió en silencio, en vez de transformarlos en un gran debate ideológico como han hecho los comunistas soviéticos?

En primer término, porque los comunistas no encubrimos nuestros errores, no tememos proclamarlos para corregirlos a fondo. Y, en segundo término, porque esta cuestión involucra una cuestión de principios del cual todos debemos extraer experiencias aleccionadoras. Un gran mérito del PCUS es su fidelidad a los principios; esta es también una de las causas de su inmensa autoridad moral en todo el movimiento obrero mundial que nadie podrá quebrantar.

Pero, preguntamos a todos esos gritones que alborotan acerca de la autocrítica del PCUS, ¿qué pasaría con ellos, si abrieran solamente un resquicio de su trastienda política al ojo avizor de las masas? ¿Qué Partido de las clases dominantes y otros se atreverían a declarar sus “errores”? Sería su destrucción y su derrumbe; aparecería tras el telón de la mentira y las frases pomposas, la venta permanente de sus diarios y de sus altos políticos a los monopolios imperialistas, a los grupos de negociantes, terratenientes y grandes capitalistas habituados a saquear al país y espoliar a las masas.

¡Qué fuerza interior y qué autoridad moral tiene un Partido –como dijera Engels en su célebre carta a Bebel de 1891– que no teme ventilar la autocrítica de sus actos erróneos!

¡Ese es el Partido de la clase obrera!, el Partido invencible, guiado permanentemente por los más altos principios e intereses.

Es sabido que también el renegado Gómez, que tanto hizo por destruir nuestro Partido, ha procurado sacar tajada de las mentiras de la campaña antisoviética del imperialismo. ¡Y se pronuncia contra el PCUS de la URSS y se proclama Stalinista! ¿Qué tendrá que ver el nombre de Stalin, un marxista-leninista y gran revolucionario cuyo nombre está para siempre en la historia, con un nacionalista burgués antisoviético, que quiso poner al Partido al servicio de sus intereses personales? ¡La farsa es por demás grotesca y evidente!

De este planteamiento de principios del PCUS nosotros los comunistas sacamos nuevas enseñanzas. Es sabido que nuestro Partido ha librado en los últimos tiempos una seria lucha contra el “culto a la personalidad” y otros fenómenos perniciosos y actitudes ideológicas y tácticas erróneas que el XX Congreso criticó oportunamente. Nadie puede negar que el Partido también en este terreno ha hecho progresos valiosos. Ello fue posible porque supimos descubrir sin temores las causas de los errores del Partido y enfrentar con firmeza la situación creada por la actuación de los Gómez. Este es un gran mérito de nuestro Partido, no sólo porque no temió mirar cara a cara sus errores, sino porque trazó una línea justa y garantizó la unidad del Partido que Lenin nos ha enseñado, debe ser siempre nuestra preocupación fundamental.

Hoy hemos abierto una nueva vida en el Partido; nuestro Comité Nacional se ha puesto a la faena de garantizar el cumplimiento de los principios de la dirección colectiva y de la democracia interior en el Partido, es decir, contra todo vestigio de personalismo en el Partido, con vistas a asentar para siempre los principios de la dirección colectiva. Como muy bien lo encaró el Comité Nacional de nuestro Partido, esto no es sólo una cuestión de métodos correctos, de funcionamiento de organismos, de cumplimiento de las normas en la vida de dirección y en toda la vida del Partido, cuestiones estas imprescindibles y sin las cuales no hay dirección ni trabajo colectivos; sino que a la vez, debe ser un proceso de elevación ideológica del Partido y de su dirección realizado con persistencia, pese a todas las dificultades. El trabajo de elaboración del programa y el Estatuto del Partido tiende a ello y será seguramente un paso importante. Pero a la vez, debemos impulsar el trabajo ideológico y la vida ideológica y política de nuestra dirección y del Partido, a nuevas alturas. Los planes de educación que hemos fijado en el Plan del Partido, elevados en todos sus aspectos por el estudio de los materiales del XX Congreso del PCUS, nos ayudarán a seguir este camino.

Nosotros queremos que nuestro Partido tenga por decenas dirigentes destacados con prestigio de masas, creados por la forja de años de trabajo del Partido; cuantos más dirigentes de este tipo más eficaz será la labor del Partido. Pero no queremos que ningún dirigente se coloque por encima de la dirección del Partido y del Partido mismo. Esto no es una cuestión de retratos o no; seríamos tontos si destruyéramos el prestigio de masas y la autoridad intelectual y moral de nuestros dirigentes. Es una cuestión de observancia de los principios de la vida colectiva del Partido. Y las mejores garantías de esa observancia son, por un lado, el cumplimiento de las normas y la elevación ideológica y, por otro, el método probado de la crítica y la autocrítica a la cual no debe escapar ningún dirigente por prestigioso y probado que sea. Ninguna personalidad está inmune a los errores o libre de defectos; sólo la labor colectiva reduce al mínimo los errores y la autocrítica y la crítica abren el camino para corregirlos. El contacto de los dirigentes con el Partido, con su activo y con las masas es una condición fundamental para contribuir a la vida colectiva del Partido, a su amplia iniciativa creadora.

Nuestro Comité Nacional sin temores se ha puesto a esta labor; debemos proseguirla sin vacilaciones.

Nuestro Congreso y nuestro Comité Nacional del Partido han demostrado su adhesión a los principios, han trazado una línea del Partido probadamente justa y luchan hoy para llevarla a la práctica con resultados positivos. En este camino el Comité Nacional restableció en lo esencial, los principios y normas sin pagar tributo al liberalismo pequeño-burgués, ni a los vacilantes y sembradores de pánico.

Ello no sólo ha preservado la unidad del Partido sino que nos capacita para que en un proceso general de su crecimiento tal como lo ha fijado el plan de Construcción del Partido, nos aboquemos a la tarea de incorporar a nuestras filas a algunos militantes que durante muchos años los manejos de Gómez separaron o dejaron fuera de nuestra organización. En este sentido debemos afirmar que las filas del Partido están abiertas para todos aquellos que no hayan cometido traición al proletariado, con la sola condición de que acepten la orientación del Partido, estén dispuestos a luchar por su engrandecimiento y a defender su unidad por encima de todo, a dejar de lado todo espíritu de grupo o fraccional que las circunstancias anormales hayan fomentado. No hay y no puede haber más que un Partido Comunista; nuestro Partido. Y eso tendrán que comprenderlo todos aquellos que no deseen deslizarse a la lucha contra el Partido, es decir, contra el movimiento Comunista en general.

3) La tarea del engrandecimiento del Partido es una tarea de honor de nuestros días. Las cuestiones encaradas por el Plan de Construcción del Partido con vistas a la incorporación a sus filas de centenares de obreros y hombres del pueblo deben cumplirse sin vacilaciones. Particularmente, el esfuerzo realizado por hacer de las grandes concentraciones obreras la ciudadela del Partido, señala un camino preferencial de nuestro desarrollo. Es muy importante también, el trabajo nacional, entre los campesinos y asalariados agrícolas y entre otras esferas como los intelectuales.

El reclutamiento, la asimilación, la realización de centenares de reuniones y asambleas para explicar nuestra política; la terminación con toda espontaneidad en materia de crecimiento del Partido; la resolución minuciosa de todas las dificultades en materia de organización que traban nuestro desarrollo; la promoción de cuadros y su educación paciente y sistemática, el estudio de nuevas formas de organización que la experiencia nos exija; el llenar la distancia entre la influencia de los comunistas en el movimiento obrero y el tamaño del Partido, son algunas cuestiones planteadas para el crecimiento del Partido, que ya discutió nuestro Comité Nacional y que discutirá seguramente con mayor profundidad en adelante.

Una atención especial debemos de prestar a la vida de las agrupaciones de base del Partido, como se planteara con razón por el Comité Nacional en febrero.

La preocupación del Partido por el movimiento de la juventud y las mujeres merece ser considerada también con mucha atención en próximos debates de nuestro Comité Nacional.

Camaradas:

El XX Congreso del PCUS ha sido un acontecimiento cuya trascendencia hemos procurado delinear. El estudio de sus informes, resoluciones e intervenciones más importantes será seguramente una gran contribución a la elevación ideológica de nuestro Partido, a la comprensión mayor de los problemas de nuestra época, a una realización más eficaz de las tareas que nuestra clase obrera y nuestro pueblo enfrentan en la actualidad.

Ese estudio colectivo por todo el Partido abrirá nuevos caminos no previstos todavía en esta información e impulsarán la iniciativa creadora de todos nuestros militantes. Y ello también será una gran enseñanza de las deliberaciones del XX Congreso.

Camaradas:

Vivimos una época del mundo cuya riqueza en acontecimientos es difícil exagerar. En el centro de esa época se coloca la formación del sistema socialista mundial y la victoria indudable de las ideas inmortales del marxismo-leninismo.

La gritería infernal de nuestros adversarios no cambiará esta realidad histórica ya juzgada. Ella abre para nuestro pueblo perspectivas inéditas que debemos valorar. Fijos en ellas nuestros ojos, marchamos con alegría y confianza a la tarea diaria de unir a la clase obrera y al pueblo del Uruguay a construir a diario con la conciencia y la tenacidad de buenos albañiles, el gran Partido de la clase obrera uruguaya, nuestro querido Partido Comunista.

Resolución del Comité Nacional Ampliado

El Comité Nacional ampliado del Partido Comunista, reunido los días 18, 19 y 20 de mayo, RESUELVE:

Saludar las históricas decisiones del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, que iluminan las perspectivas de nuevos y poderosos avances de las fuerzas que luchan por la causa de la paz, la democracia y el socialismo y; encarecer a todas las organizaciones partidarias la más amplia difusión y cuidadoso estudio de las Resoluciones, informes y materiales del XX Congreso.

Aprobar el informe del Comité Ejecutivo sobre las experiencias del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética.

Encomendar a las organizaciones partidarias de todo el país la discusión de dicho informe y su difusión entre los trabajadores y el pueblo.

Aprobar la actuación de la delegación fraternal del Partido ante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética.


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