Stendhal, teoría y práctica del amor

 


Retomamos la página mensual que nos pone en contacto con el mundo de la literatura, de la grande y con mayúsculas, donde nos ocupamos de escritores cuyos nombres han quedado ya inmortalizados. Autores de diferentes lenguas y nacionalidades, y de épocas distintas, que coinciden en haber aportado obras cumbre a la literatura mundial y de todos los tiempos. Hoy son, con todo el derecho, unos clásicos que es necesario conocer porque nos servirán de guía y de referencia para asentar y para afinar nuestros gustos literarios.


 

Stendhal, seudónimo de Henri-Marie Beyle, nació el 23 de enero de 1783 en Grenoble. Su madre, Henriette, falleció cuando Beyle tenía solamente 7 años y con su padre, Chérubin Beyle, abogado de profesión, jamás conectó demasiado bien, por lo que, tras la muerte de su madre, la educación del pequeño Henri recayó principalmente, ayudada por un sacerdote jesuita, en su tía, una mujer de fuertes creencias religiosas. Posteriormente cursó estudios en la École Centrale laica de Grenoble. Viajó a París y con 17 años se alistó en el ejército de Napoleón Bonaparte. En 1802 abandonó el ejército y vuelve a París. En el año 1806, por falta de recursos económicos que le permitieran la subsistencia, regresó al Ejército, donde desempeñó misiones diplomáticas y tomó parte en la fracasada campaña rusa de 1812.

En 1814, viajó a Italia, donde durante siete años se dedicó a escribir la Historia de la pintura en Italia (1817) y un libro de recuerdos personales y estudios académicos titulado Roma, Nápoles y Florencia en 1817 (1817), la primera obra publicada bajo el seudónimo de Stendhal. Acusado por el Gobierno austriaco, que entonces mandaba en el norte de Italia, de apoyar al movimiento independentista, fue expulsado en 1821. Regresó a Francia y se estableció en París, donde llevó una vida social e intelectual muy activa en los salones literarios. Un año después finalizó Del amor (1822), un tratado original y agudo sobre este sentimiento humano, para él el verdadero motor del mundo, en el que trata sobre el matrimonio, la mujer, la moral y la política. En 1830 fue nombrado cónsul de Francia en la localidad italiana de Trieste. En 1831 se le destinó a Civitavecchia, cerca de Roma, donde escribió sus dos principales novelas, Rojo y negro (1830) y La cartuja de Parma (1839). Permaneció en Civitavecchia hasta que falleció el 23 de marzo de 1842 de un ataque al corazón.

 

 TALENTO Y VOCACIÓN DE ESCRITOR

Sorprende su facilidad para escribir, y por lo tanto, la variedad de géneros por los que se movió con su prosa sencilla, clara y precisa. La naturalidad en la escritura moderna es probablemente una invención de Stendhal. Sus diarios de hace dos siglos justos se leen como si acabaran de escribirse. O más exactamente: como si se estuvieran escribiendo ahora mismo, delante de nosotros. El nombre de Stendhal pertenece con toda justicia al panteón más exigente del arte de la novela, pero él es algo más que un gran novelista: es el escritor que escribe como habla y como respira; de vez en cuando se embarca en el proyecto de una novela, pero de un modo u otro está escribiendo siempre, sin propósito, por afición y por vicio, por el simple hábito de hacerlo. Fue un extraordinario escritor de cartas, por ejemplo. Su epistolario es enorme, con cartas escritas desde su juventud hasta su madurez; publicado en varios libros, abarca miles de páginas. Y esas cartas constituyen hoy fragmentos extraordinarios de literatura, con el valor añadido de que reflejan instantes reales de su vida, el presente mismo en que las estaba escribiendo. «Esta es la gran ventaja de las cartas sobre las biografías. Las cartas existen en el tiempo real, las leemos casi a la velocidad a la que fueron escritas», dice Julián Barnes, novelista inglés gran admirador de Flaubert y de Stendhal.


Su prosa excluye la retórica de lo literario, tanto da que esté escribiendo una novela que una carta, o un diario, o un libro de viajes o una biografía sobre cualquier artista. No hay afectación ni más elaboración que la que exige la expresión correcta y pulcra. Por eso, en sus páginas, lo que se cuenta, sea un chisme o una gran historia novelesca, fluye con sencillez y mantiene siempre el interés de lo natural y verdadero, de las cosas reales y comunes de la vida. Y por eso nos interesa en cualquier faceta literaria. Porque una voz no impostada es siempre singular e interesante.

 

Stendhal era un gran amante de la música, de la pintura y de la arquitectura, además de, por supuesto, la literatura. En sus libros de viajes y en los diarios habla de lo que le va sorprendiendo de cada una de estas artes, pero nunca lo hace desde el punto de vista de un crítico especializado, sino que muestra con toda naturalidad lo que él siente ante ellas. Muestra sus emociones, lo que a él le sugiere, más que hacer un análisis especializado de este cuadro o de aquella composición musical.


Uno de los grandes admiradores de Stendhal fue el alemán Nietzsche, que, con la gran valoración que hizo de su obra literaria, contribuyó a su renacer moderno entre críticos y lectores de todo el mundo. Nietzsche apreciaba en este escritor sobre todo la actitud romántica, pero empeñada en evitar el sentimentalismo, así como la concisa frialdad de su forma de escribir.

 

«Rojo y negro», viaje al interior humano

Una de las grandes novelas de la literatura mundial. Escrita en 1829 y publicada al año siguiente, el propio Stendhal, en una sinopsis que le envía al conde Salvagnoli, afirma que la novela viene a ser «una crónica de las costumbres de la sociedad francesa bajo la restauración borbónica. Una vida regida por la afectación y por la hipocresía, sin posibilidades para un joven sin estirpe ni dinero». La semblanza que hace el autor no puede estar más ajustada al contenido de la novela. Tan solo habría que añadir a esto que la obra representa, por primera vez en la literatura moderna, la lucha del individuo insumiso contra la sociedad.


Rojo y negro 
tiene su simiente en un suceso de aquel momento: un proceso por homicidio contra Berthet, un hombre que mató a su primera amante por interferir en la relación con la segunda. Sobre la armazón del caso real, el escritor levanta la novela: la realidad pone la anécdota, pero el genio literario de Stendhal la eleva.

 

Una de las claves del éxito de la obra está en la vocación de sociólogo y psicólogo del autor, además de su maestría como escritor. Esa vocación lo lleva a escudriñar en el interior del ser humano y de la sociedad de su tiempo, a ofrecernos una penetrante visión de la vida y a explicar con pormenor las motivaciones psicológicas del protagonista. Julián Sorel no es solamente «un plebeyo en busca de un ascenso de clase», sino que sostiene con él mismo una dura pelea espiritual entre su fuerza mental y su debilidad sentimental. Sorel, el protagonista, se enamora de la señora de Rênal, una mujer casada y de nivel social alto. Sorel utiliza todas las estratagemas para captar la atención de la dama y para lograr que se enamore de él. Su ambicioso plan se cumple y, cuando se descubre el lío amoroso, el asunto provoca un gran escándalo, por lo que Sorel se marcha a París. Allí conoce a Matilde, otra aristócrata, hija del marqués de la Môle, y se propone casarse con ella.

La emoción a través del arte

El síndrome de Stendhal es un proceso psíquico-emocional, reconocido médicamente con este nombre por ser el escritor francés el primero que lo describe después de haber vivido esa situación.

 

De manera sencilla e informal, se puede explicar así: emocionarse más de la cuenta a través del arte. Viene a consistir en que, a través de la contemplación (sobre todo de la pintura y la música), sentimos tal gozo interior ante la belleza artística que entramos en un estado febril que puede hacernos llorar y provocarnos sensaciones como aumento del ritmo cardíaco, vértigo, confusión e incluso alucinaciones.


Stendhal ya adelantó una primera descripción en uno de sus libros de crónicas de viaje (Nápoles y Florencia: un viaje de Milán a Reggio): «Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dados por las bellas artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme».

 

Esta emoción actualmente está tipificada.

El amor, tema dominante

Con razón sus dos grandes novelas, Rojo y negro y La cartuja de Parma, son sus dos obras más conocidas y queridas. Uno solo de sus otros libros, Sobre el amor, ha encontrado en el más estrecho círculo de los stendhalianos lectores que lo prefieren incluso a aquellas obras. Estas se pueden colocar bajo un término genérico, son los tres libros en los que Stendhal define un ideal del amor. Los relatos de las dos primeras son, de hecho, dos de las historias de amor más bellas, entrañables y conmovedoras de la historia universal.

 

Stendhal, un romántico secreto al que le gustaba ocultarse detrás de la ironía y la fría razón, no tiene en su vida otra fe que en el amor, en la posibilidad de una pasión heroica. La buscaba en su vida y en las obras literarias de todos los tiempos, sobre todo del Renacimiento italiano. Y fue esta pasión ideal lo que representó en aquellas dos grandes novelas.

 

«La cartuja de Parma»

La cartuja de Parma fue escrita por Stendhal en 52 días, algo extraordinario cuando pensamos en que es una de las mejores novelas del siglo XIX. Y no se debió a inspiración divina. Sucedió así porque Stendhal la llevaba en su interior, cristalizando gran parte de su experiencia vital: Italia, el amor, Napoleón, el liberalismo, la libertad?

 

Es una novela quijotesca, por amplia y heterogénea: histórica, de amor, crónica de sociedad, de aventuras? La escribió en 1838, cuando tenía 55 años.

 

El comienzo de la novela se desarrolla en Waterloo. Asistimos a la batalla más corta y la derrota más estrepitosa que sufrieron los franceses en toda su historia. Seguimos, con el alma en vilo, a Fabrizio, un jovencísimo idealista napoleónico que corre hacia todas partes entre el humo y el barro buscando su regimiento de húsares, oyendo estruendos y griteríos, estorbando el cortejo del mariscal Ney, pasando al lado de Napoleón sin reconocerlo, viendo sangre y muerte, el triunfo y la derrota: lo ve todo y no ve nada? Está considerado el primer campo de batalla de la literatura contemporánea. Tolstoi declaró una vez: «¿Quién antes había descrito la guerra de este modo? [?] Lo repito, para todo lo que yo sé de la guerra, mi primer maestro es Stendhal». Otros muchos escritores la consideran una obra influyente; para Honoré de Balzac es la novela más importante de su tiempo, mientras que André Gide pensaba que era la novela francesa más grande de todos los tiempos. 

 

Textos

Momento en que se conocen Julián Sorel y la señora de Rênal a cuya casa acude para ser preceptor de sus hijos.

 

Salía la señora de Rênal, con la vivacidad y gracia que le eran peculiares cuando se veía lejos de las miradas de los hombres, por la puerta del salón que daba acceso al jardín, cuando vio, junto a la verja de entrada, el rostro de un joven, casi un niño, extremadamente pálido y que acababa de llorar. La tez del joven, que estaba en mangas de camisa, era tan blanca, y sus ojos miraban con dulzura tan notable, que el espíritu de la señora de Rênal, un poquito inclinado por naturaleza a lo novelesco, creyó al principio que acaso fuese una doncella disfrazada que deseaba pedir algún favor al señor alcalde. Llena de compasión hacia aquella pobre criatura, que evidentemente no osaba llevar su mano hasta el cordón de la campanilla, la señora de Rênal se aproximó, sin acordarse por el momento del disgusto que le producía la llegada del preceptor de sus hijos. No la vio llegar Julián, que estaba vuelto de espaldas; de aquí que se estremeciese cuando una voz muy dulce dijo cerca de su oído: «¿Qué desea usted, hija mía?». Giró con rapidez sobre sus talones Julián, quien ante la mirada dulce y llena de gracia de la señora de Rênal, perdió buena parte de su timidez. La belleza de la dama que tenía delante hizo que lo olvidara todo, incluso el objeto que a la casa le llevaba. La señora de Rênal hubo de repetir su pregunta. «Vengo para ser preceptor, señora», pudo responder al fin, bajando avergonzado los ojos, llenos de lágrimas que procuró secar como mejor pudo. La señora de Rênal quedó muda de asombro. Julián no había visto en su vida una criatura tan bien vestida, y mucho menos una mujer tan linda, hablándole con expresión tan dulce. Ella, por su parte, contemplaba silenciosa las gruesas lágrimas que resbalaban lentas por las mejillas del joven, pálidas, muy pálidas momentos antes, y sonrosadas, intensamente sonrosadas ahora. Al cabo de breves instantes, la señora rompió a reír con la alegría bulliciosa de una doncella traviesa; se reía de sí misma, de sus temores pasados, de sus aprensiones... y se consideraba feliz al ver transformado en un joven tan tímido, tan dulce, al terrible preceptor que se había imaginado como dómine sucio y mal vestido, cuya misión sería regañar y dar azotes a sus hijos. «¡Cómo! ?exclamó al fin?. ¿Es posible, señor, que usted sepa latín?». La palabra señor sonó como música deliciosa en los oídos de Julián. «Sí, señora», contestó con timidez, no sin reflexionar antes. La alegría que inundaba el alma sensible de la alcaldesa dio a esta valor para preguntar: «¿Verdad que no reñirá demasiado a mis pobres hijitos? [?] ¿Qué edad tiene usted, señor?», preguntó a Julián. «Cumpliré muy pronto diecinueve años». «Mi hijo mayor tiene once ?repuso la señora Rênal?. Será casi un camarada, un amigo para usted. Su padre quiso pegarle un día y las consecuencias para el pobre niño fueron una semana de enfermedad; y eso que el golpe que le dio fue insignificante».

 

(Comienzo del capítulo IV de Rojo y negro)

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