James Joyce – Los muertos – The lass of Aughrim

 18/12/2019 

Quique Matas dijo que había encontrado en YouTube una versión estupenda de The lass of Aughrim.

— ¿The lass of Aughrim?—pregunté.

Estábamos en el bar del Teatro Español, celebrando el inminente inicio de las vacaciones de Navidad con otros amigos. Alguien se había acercado a la barra y había vuelto con una ronda de cervezas y un plato con porciones finas de queso y picos de pan. Quique y yo somos más partidarios de las conversaciones a dos. No es que rehuyamos las tertulias concurridas, no es eso, pero sin duda preferimos las conversaciones a dos, que son las únicas que permiten entrar de verdad en los temas que nos interesan. Me miró con reprobación.

— The lass of Aughrim, la canción de los muertos.

— Hombre, Quique, qué morboso.

— “Los muertos”, de Dublineses.

— ¡Ah!—dije, alargando la vocal—; ¿La canción en la escalera?

Ya en otras ocasiones Quique y yo habíamos cruzado comentarios sobre “Los muertos”, un relato que a los dos nos entusiasma. Más a Quique, que siempre ha sido muy de Joyce, y un apasionado de sus libros desde lo del divorcio, que le ha dejado, dicho sea de paso, un aire de desconsuelo. Una vez, nada más enterarse de que tengo una cuñada irlandesa, propuso un desayuno con riñón de cerdo, té y tostadas, preparado por ella. “Aunque no sea dieciséis de junio”, añadió, como restando exigencias. “Pero si Denise vive en Santiago de Compostela”, dije. “Mejor, así podemos prepararlo con tiempo”, respondió él. Desde el divorcio tiene siempre algún viaje en grupo, a lo Bloomsday, rondando por la cabeza. Eso sí, Quique es un verdadero poeta joyciano, de los que han leído hasta el Finnegans Wake.

— ¿“Los muertos”?—preguntó Lucía, interesada— ¿Escritura para escritores, al estilo de Ulises?

Quique pasó por alto la insolente apreciación de Lucía, y explicó que, cuando Joyce terminó este cuento, en Trieste, se lo leyó a Italo Svevo y a su mujer, Livia. Y esta última, emocionada tras la lectura, se levantó a buscar una rosa para Joyce.

— Lo tendré en cuenta—dijo Lucía, enarcando las cejas— ¿Y de qué va?

— No te quitaré el placer de descubrirlo por ti misma. Pero te adelanto que va de la fragilidad del amor y de una Epifanía, la de la propia mediocridad, desenmascarada por una canción.

— Pretencioso—intervino Nicolás, chasqueando la lengua—. Apuesto una ronda de cerveza a que aquí nadie recuerda qué es una Epifanía.

El comentario de Nicolás fue recibido con algunos golpes sobre la mesa, en señal de aprobación.

— La acción transcurre en una cena de Reyes, fiesta de la Epifanía—dijo Quique—. Una mujer escucha una canción popular irlandesa, The lass of Aughrim, la joven de Aughrim, y ese hecho aparentemente trivial crece hasta convertirse en eje central del relato. Y una Epifanía, notable burro, es una revelación.

— Mi rosa para Joyce—dijo Nicolás, ofreciendo al aire su porción de queso, antes de comérsela.

Un conocido actor hizo en ese momento su entrada en el bar del Español, tocado con un vistoso gorro de invierno. Hubo un excitado revuelo de preguntas y comentarios jocosos, y la conversación sobre Joyce pasó al olvido. Alguien se acercó a la barra para pedir otra ronda, y yo me perdí durante unos instantes en el recuerdo de las últimas páginas del relato, la nieve a través de la ventana, la triste habitación de hotel en la que el protagonista, echado en la cama al lado de su esposa, se descubre a sí mismo “consumido funestamente por la vida”… Al cabo de un rato, pude hacer de nuevo un aparte con Quique.

— La verdad, nunca me preocupé de saber si esa canción existía.

— Claro que existe. Y si buscas un rato en Google, descubrirás que Joyce hizo varias veces referencia a ella en su correspondencia. La Gretta del cuento era una proyección de Nora, su propia esposa, que le contó la historia de Los muertos como propia.

— Hummm. Y eso convierte a Joyce en el verdadero protagonista del cuento, ¿no?

— Gabriel, el protagonista del cuento se llama Gabriel Conroy. Y a todos nosotros—añadió Quique, haciendo girar su índice  en el aire y bebiendo un sorbo de cerveza—en el mismo paquete.

— ¿Y qué tiene de especial esa versión de YouTube?—preguntó el músico que siempre llevo dentro.

— Ah, bueno, son dos hombres mayores, uno canta y el otro le acompaña tocando la guitarra de Joyce. Han restaurado esa guitarra, hay por ahí una fotografía del escritor, tocándola. El tío que canta es un simple aficionado, pero—Quique hizo aquí un subrayado en el aire— es la mejor versión que conozco. Te paso por correo el link, y la traducción. Ten en cuenta que el lector de habla inglesa encuentra en la letra cosas que a nosotros se nos escapan.

— ¿Por ejemplo?

— Te digo lo mismo que a Lucía: descúbrelas tú mismo.

— Quique, eres un jodido fanático joyciano.

— Gracias.

Salimos a la Plaza de Santa Ana. No hacía mucho frio, para ser diciembre. Pensé que no faltaba mucho para Reyes, fiesta de la Epifanía, pero descarté con un gesto enérgico el recuerdo de Joyce: había que despedirse, coger el metro, volver pronto a casa… Y entonces vi a Quique, señalando sonriente a un joven que cantaba con su guitarra al pie de la estatua de García Lorca, y a una mujer que lo escuchaba ensimismada, apoyando la espalda, con un pie doblado, contra una de las paredes que hacen esquina con la calle del Príncipe. Al fondo de la plaza la luna, asomada como una gran moneda de oro sobre el hotel Reina Victoria, iluminaba la escena.

— ¿Y su Gabriel Conroy?—pregunté, dirigiéndome a Quique.

Pero él ya no me escuchaba: miraba a la mujer, olvidado de mí y de los demás compañeros, envuelto en un aire de atlántica melancolía. Y de pronto caí en la cuenta. Y aunque no lloraba, vi sus lágrimas, y la nieve cayendo sobre las tumbas de todos los muertos.

John Huston: Dublineses

John Feeley y Fran O’ Rourke

The lass of Aughrim

[Lord Gregory] If you be the Lass of Aughrim / As I suppose you not to be, / Come tell me the last token / That passed between you and me.

[Young Woman] Oh Gregory, don’t you remember / That night on yon lean hill? / When we both met together / Which I’m sorry now to tell.

The rain falls on my yellow locks. / The dew it wets my skin. / My babe lies cold within my arms. / Oh Gregory, let me in.

Oh Gregory, don’t you remember / One night on yon lean hill? / When we swapped rings  / Off each others hands / Sorely against my will.

Yours was of the beaten gold. / Mine was but black tin. / Yours cost one guinea, love. / Mine was but one cent.

The rain falls on my yellow locks. / The dew it wets my skin. / My babe lies cold within my arms. / Oh Gregory, let me in.

Oh Gregory, don’t you remember / That night in my Father’s hall? / When you had your will of me / And that was worse than all.

The rain falls on my yellow locks. / The dew it wets my skin. / My babe lies cold within my arms. / Oh Gregory, let me in.

La joven de Aughrim

[Lord Gregory] Si eres la chica de Aughrim, / tal como dices, / dime cuál fue la primera prenda / que cruzamos tú y yo.

[La joven de Aughrim] Oh Gregory, ¿no te acuerdas / De aquella noche en la colina / Cuando nos conocimos? / Ahora lo lamento.

La lluvia cae sobre mis mechones rubios / y el rocío humedece mi piel; / mi hijo tiene frío en mis brazos; / Oh Gregory, déjame entrar.

Oh, Gregory, ¿no recuerdas / la noche en la colina, / cuando cambiamos los anillos, / de las manos de uno a las del  otro, / en contra de mi voluntad?

El tuyo era de oro bruñido, / el mío, de estaño negro. / El tuyo costaba una guinea, amor / El mío solo un centavo.

La lluvia cae sobre mis mechones rubios / y el rocío humedece mi piel; / mi hijo tiene frío en mis brazos; / Oh Gregory, déjame entrar.

Oh Gregory, ¿no recuerdas / Esa noche en el salón de mi padre / Cuando conseguiste mi voluntad? / Eso fue lo peor de todo.

La lluvia cae sobre mis mechones rubios / y el rocío humedece mi piel; / mi hijo tiene frío en mis brazos; / Oh Gregory, déjame entrar.

Publicar un comentario

0 Comentarios