Castells, Manuel. Redes de indignación y esperanza: los movimientos sociales en la era de Internet1.
Madrid: Alianza Editorial, 2012. 296 pp.
Isabel Duque Franco
Universidad Nacional de Colombia
Doctora en Geografía Humana de la Universidad de Barcelona
EL 2011 HA PASADO a ocupar un lugar central en la historia. Será recordado como un año más en la crisis económica global, pero, fundamentalmente, como el año de la primavera árabe, de la indignación, de las revoluciones, de las protestas multitudinarias y del surgimiento de nuevos movimientos sociales. Al ser uno de los temas políticos más asombrosos y fascinantes de nuestro tiempo, ha motivado la publicación de una buena cantidad de artículos, libros y reportajes que abordan las causas, implicaciones y consecuencias de esta oleada de manifestaciones y movilizaciones. Uno de ellos es el libro de Manuel Castells, Redes de indignación y esperanza: los movimientos sociales en la era de Internet, en el que se analiza el papel de la Internet y las nuevas tecnologías en la formación, dinámica y perspectivas de cambio social de dichos movimientos.
En este trabajo Castells hace un análisis de plena actualidad, y casi que en tiempo real, en el que conjuga las que han sido sus líneas de investigación durante décadas, y que están presentes en su grandiosa y prolífica obra2: los movimientos sociales (1986), la sociedad red global (1997; 1998; 2001) y las relaciones de poder y los medios de comunicación (2009). El objetivo de Castells es, a su jucio, modesto:
[...] proponer algunas hipótesis, basadas en la observación, sobre la naturaleza y perspectivas de los movimientos sociales en red con la esperanza de identificar los nuevos caminos del cambio social en nuestra época y estimular el debate sobre las repercusiones prácticas (y, en última instancia, políticas) de dichas hipótesis [...]. (2012, 22)
Para ello se sustenta, primero, en el marco analítico de la teoría del poder, formulada en su anterior libro, Comunicación y poder (2009); segundo, en un exahustivo ejercicio de indagación sobre diferentes movimientos sociales y también en la experiencia y conocimiento directo que gracias a sus visitas a las acampadas de Barcelona, Madrid y Londres y a su apoyo en la elaboración de propuestas del movimiento ha obtenido.
El libro se estructura en ocho apartados, a través de los cuales Castells explora tanto el papel de la Internet como la diversidad cultural y el poder político de los movimientos. La introducción presenta los planteamientos teóricos en torno a las relaciones de poder y las redes de comunicación. La siguiente sección está dedicada a las revueltas de Túnez e Islandia, que sirvieron de inspiración a los movimientos posteriores, los cuales son analizados en detalle en los siguientes cuatro apartados del libro: la revolución egipcia, la primavera árabe, las indignadas en España y el movimiento Occupy Wall Street en Estados Unidos. En las dos últimas secciones de su obra, Castells analiza los elementos de convergencia de los diferentes movimientos y su capacidad transformadora y generadora de cambio social.
Dos cuestiones son centrales en la reflexión de Castells: de un lado, determinar cuáles fueron los factores que incitaron las revueltas en diferentes lugares del mundo; y del otro, establecer la perspectiva de cambio social de esta nuevas formas de participación y acción política. La respuesta, según Castells, es simple:
No fue solo la pobreza, o la crisis económica, o la falta [...] fue fundamentalmente la humillación causada por el cinismo y la arrogancia de los poderosos, tanto del ámbito financiero como político y cultural [...]. (2012, 20)
Fueron las redes sociales del Internet inalámbrico, "la difusión viral de imágenes e ideas", las que hicieron que estos sentimientos de ira, indignación y esperanza se extendieran por el mundo como una forma de contagio.
Castells es enfático al señalar que, si bien el papel de la Internet y la comunicación inalámbrica han sido fundamentales en estos movimientos sociales, en ningún caso pueden ser consideradas como sus referentes causa-les: "Ni Internet ni ninguna otra tecnología, para el caso, puede ser origen de una causalidad social [...]" (2012, 218). Asumir que los movimientos han sido creados por la Internet implicaría caer en lo que algunos denominan el determinismo tecnológico. Las revueltas surgen por las contradicciones y conflictos de diferente tipo que existen en cada una de las sociedades —bien sea por los regímenes autoritarios, por las crisis económicas o por la connivencia entre la política y el capital—, pero es a través de la redes interactivas de comunicación como la gente logra conectarse entre sí y compartir su indignación. En este sentido, la Internet es un soporte material, un instrumento de acción de estos movimientos, en la medida en que les permite "movilizar, organizar, deliberar, coordinar y decidir" (2012, 19).
Según Castells, esta relación entre la Internet y los movimientos sociales en red no es meramente instrumental, sino que, además, da lugar a una ‘cultura de la autonomía’, entendida como la "[...] capacidad de un actor social para convertirse en sujeto definiendo su acción alrededor de proyectos construidos al margen de las instituciones de la sociedad, de acuerdo con los valores e intereses del actor social [...]" (2012, 220). Castells asegura que existe un círculo virtuoso entre las nuevas tecnologías y la autonomía, pues a través de la conexión en red actores individuales construyen su autonomía con personas de similares ideas a través de las redes que prefieran. Esta idea de la autonomía está relacionada también con su noción de la ‘autocomunicación de masas’, basada en redes horizontales, en las que se procesan mensajes de muchos para muchos y sobresalen rasgos como la autoconvocatoria, la cooperación, la instantaneidad o el dinamismo.
Ahora bien, ¿es posible que se esté sobredimensionando el papel de la Internet en los movimientos sociales? ¿Qué ocurre con las formas y espacios "tradicionales" de movilización social? A este respecto, Castells mantiene que las "redes de comunicación son un elemento indispensable en la práctica y la organización de estos movimientos", pero también reconoce que "son un elemento necesario aunque no suficiente de la acción colectiva" (2012, 219), y que, además de la Internet, los movimientos también viven y actúan gracias a la comunicación cara a cara, a las redes sociales offline preexistentes y a la ocupación del espacio urbano. Justamente, el trabajo de Wilson y Dunn (2011) contribuye a matizar —al menos en términos cuantitativos— el protagonismo de la comunicación inalámbrica en el levantamiento egipcio. Según los resultados preliminares de la encuesta aplicada a los manifestantes de la plaza Tahrir, la interacción cara a cara fue la forma más importante de comunicación para los activistas (93%), seguida de medios tradicionales como el teléfono, la televisión vía satélite y los medios impresos. El medio digital más mencionado fueron los SMS (46%), seguidos de Facebook (42%), los correos electrónicos (27%), el Twitter (13%) y los blogs (12%) (Wilson y Dunn 2011, 1252). No obstante, estos datos de ninguna manera restan importancia al papel de las tecnologías en la difusión en tiempo real de las imágenes de lo que estaba ocurriendo durante las revueltas en los diferentes países árabes, que resultaron determinantes para el efecto de contagio viral entre países, pero también para denunciar la dura represión de las protestas, para generar una opinión pública y, en algunos casos, para lograr los objetivos inmediatos.
Detrás del protagonismo concedido a la Internet y a la comunicación inalámbrica en los movimientos sociales del 2011, hay una cuestión clave: la relación entre el espacio de los flujos y el espacio de los lugares, en los propios términos empleados por Castells. Como muestra en todos los casos estudiados, las redes de comunicación sirvieron para convocar e informar sobre las revueltas, pero el desarrollo de las movilizaciones y las grandes deliberaciones tuvieron lugar en el espacio público. Las calles de Sidi Buzid y la Place du Gouvernement de la capital en Túnez, la Plaza Tahrir en Egipto, la Plaza de La Perla en Bahréin, la Plaza del Sol en Madrid, la Plaza Catalunya en Barcelona, Zuccotti Park en Nueva York o Finsbury Square en Londres fueron los espacios urbanos donde convergieron las movilizaciones, haciéndose evidente la diversidad de los manifestantes. El espacio público fue el lugar de encuentro, visibilización y resistencia de las revueltas.
En este sentido, es claro que los movimientos sociales en la era de la Internet conservan al espacio público como el lugar para la expresión política y el diálogo polifónico de las visiones del mundo. A este respecto, Castells sostiene: "[...] la revolución de Internet no invalida el carácter territorial de las revoluciones a lo largo de la historia. Más bien lo extiende del espacio de los lugares al espacio de los flujos [...]" (2012, 72).
Castells va mucho más allá sobre esta cuestión al señalar que, aunque los movimientos sociales comenzaron en las redes de la Internet, se convirtieron en movimiento al ocupar el espacio urbano, bien fuera de manera permanente o por manifestaciones continuadas. El espacio de los movimientos se construye a través de las interacciones entre el espacio de los flujos y el espacio de los lugares ocupados, generando, según Castells, un híbrido, un tercer espacio, al que denomina espacio de la autonomía. La explicación es que la autonomía, como se mencionó antes, solo puede darse mediante la capacidad de organización de las redes de comunicación, de la misma manera que solo se convierte en fuerza transformadora desafiando el orden institucional y recuperando el espacio público para los ciudadanos.
Esta recuperación del espacio público como el lugar de ejercicio de la ciudadanía plena tiene que ver con el proceso de conquista y redefinición de la democracia; objetivo compartido por los diferentes movimientos estudiados por Castells. Los manifestantes tunecinos, al igual que los egipcios, y, en general, los de los países árabes reivindicaron la total democratización de sus países, que pasaban necesariamente por el abandono del poder o el derrocamiento de los gobiernos —que durante décadas se habían mantenido como dictaduras o como pseudodemocracias—, y la posterior definición de nuevos regímenes electorales y la celebración de elecciones libres y limpias. Efectivamente, tanto en Túnez como en Egipto se llevaron a cabo procesos electorales y se reformaron las respectivas constituciones. Sin embargo, a juzgar por las nuevas manifestaciones ocurridas durante los últimos dos años, parte del malestar y del inconformismo que motivaron las revueltas no han sido superados del todo.
La experiencia de Islandia, como lo ilustra Castells, mostró que era posible acabar con la subordinación del gobierno y de los partidos políticos al sector financiero, mediante la transformación del sistema político. La celebración de un proceso constituyente que armonizara la democracia representativa con la democracia participativa —esta última ejercida a través de la Internet— permitió la construcción "colaborativa" de una nueva Constitución, cuyos principios, valores y formas políticas estuvieran hechos a medida de las demandas y aspiraciones de los ciudadanos.
Castells define las indignadas en España como un movimiento político contra el sistema político, el cual denunciaba la falta de una democracia real, cuestionando el sistema de representación política, pues se consideraba que los principales partidos servían a los intereses de los bancos y no eran sensibles a las demandas de los ciudadanos. Con la celebración de unas elecciones municipales como telón de fondo, los manifestantes ocuparon las plazas de Madrid y Barcelona y, posteriormente, las de otras ciudades del Estado, para debatir el significado de la democracia real, los problemas que las campañas políticas habían ignorado, la injusta gestión de la crisis económica, y también para manifestar su rechazo al sistema de participación electoral. Las mismas asambleas realizadas en los espacios ocupados se convirtieron en una especie de laboratorios de repertorios de democracia participativa y deliberativa, trasladando las prácticas de la Internet al espacio público. Los manifestantes se representaban a sí mismos, sin intermediaciones, ni líderes o portavoces reconocidos, primando la pluralidad y la horizontalidad como norma, la deliberación y la generación de consensos, la flexibilidad (ajustes sobre la marcha a la dinámica a partir de los aprendizajes) y la descentralización (comisiones y asambleas por barrios o ciudades). Como indica Castells, este mismo modo de funcionar se replicaría y enriquecería posteriormente en Occupy Wall Street con nuevos esquemas para la organización, deliberación y toma de decisiones como una forma de aprender haciendo, lo que se considera la democracia real.
Las cuestiones aquí resaltadas, y otras igualmente sugerentes, hacen parte del análisis de Castells sobre las perspectivas del cambio social de los movimientos sociales en la era de la Internet. Como bien lo señala el autor, al momento de redactar el libro estaban todavía muy frescos los acontecimientos y era demasiado pronto para elaborar "una interpretación más sistemática y académica sobre estos movimientos sociales", además algunos de ellos continuaban de alguna manera como si se tratara de revoluciones inconclusas y otros habían derivado en sangrientos conflictos, que aún hoy día se mantienen, como en el caso de Siria.
De todas maneras, a partir del trabajo de Castells quedan planteadas algunas cuestiones que ameritarían nuevas reflexiones, especialmente a la luz de la evolución que, durante los años transcurridos, han tenido los movimientos sociales estudiados. En primer lugar, valora los movimientos no solo en términos de proceso social sino también de su efectividad política y capacidad transformadora de las instituciones; que, aunque no es un tema ajeno en el análisis de Castells, requeriría de mayores precisiones. Por ejemplo, en qué medida los debates en torno a la forma y alcances de la democracia real han permeado o no la agenda programática y la lógica de los partidos políticos o los sistemas electorales, y cómo han actuado los movimientos sociales ante cualquiera de esos escenarios. En el caso de las indignadas en España, a pesar de su rechazo al modelo de representación política y de que, según el análisis de Castells, los movimientos sociales "expresan sentimientos y agitan el debate, pero no crean partidos ni apoyan gobiernos" (2012, 217), algunos de los seguidores del movimiento han creado recientemente el partido X, una nueva formación política con una única propuesta, "democracia y punto"3, y cuatro mecanismos para su realización: referéndum, transparencia, voto permanente y wikigobierno. Se trata de una experiencia a la que valdría la pena seguirle la pista, en la medida en que intenta articular dos aspectos presentes en la reflexión de Castells: la construcción de la democracia real y el uso de la Internet.
En segundo lugar, Castells refiriéndose a la primavera árabe, señala que aquellos países que no tienen una sociedad civil equipada con una plataforma digital son mucho menos propensos a generar movimientos sociales a favor de la democracia; en esa medida pareciera establecer una relación directa: a mayor acceso a la Internet, más democracia. Es preciso matizar el papel que puede desempeñar la Internet en la profundización de la democracia, en la medida que si bien las redes de comunicación permiten compartir información y movilizar la acción, en muchos casos se trata de redes débiles, reactivas, instantáneas, construidas por afinidades pero que no aportan significativamente en términos de construcción de proyectos políticos en el mediano y largo plazo.
En tercer lugar, tanto las indignadas en España como los movimientos Occupy debatieron en torno a la crisis económica, al poder del sector financiero, al drama de las hipotecas y a la desigualdad en los ingresos, entre otros. Sin embargo, según señala Castells, no se plantearon posiciones abiertamente anticapitalistas, para el caso de Nueva York, sosteniendo que la mayoría de partidarios del movimiento "[...] no critican abiertamente al capitalismo, [...] la crítica se centra en el capitalismo financiero y en su influencia en el gobierno, no en el capitalismo en sí [...]" (2012, 195). Un asunto bien interesante, si se tiene en cuenta que los actuales movimientos sociales antiglobalización son en su mayoría decididamente anticapitalistas. ¿Es posible que con respecto al sistema económico se configuren diferentes tipos de movimientos sociales en la era de la Internet?
Finalmente, como se ha intentado presentar en esta reseña, la obra más reciente de Manuel Castells presenta algunas de las claves para comprender uno de los fenómenos sociales y políticos más apasionantes de los últimos años e ilustra el paso de la indignación a la esperanza y la ruta del cambio social a partir de los movimientos sociales en la era de la Internet.
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Referencias
Castells, Manuel. 1986. La ciudad y las masas: sociología de los movimientos sociales urbanos. Madrid: Alianza. [ Links ]
Castells, Manuel. 1997-1998. La era de la información: economía, sociedad y cultura. 1ed. Madrid: Alianza. [ Links ]
Castells, Manuel. 2001. La galaxia Internet: reflexiones sobre Internet, empresa y sociedad. Barcelona: Plaza & Janés. [ Links ]
Castells, Manuel. 2009. Comunicación y poder. Madrid: Alianza. [ Links ]
Castells, Manuel. 2012. Redes de indignación y esperanza: los movimientos sociales en la era de Internet. Madrid: Alianza. [ Links ]
Wilson, Christopher y Alexandra Dunn. 2011. Digital Media in the Egyptian Revolution: Descriptive Analysis from the Tahrir Data Sets. International Journal of Communication 5:1248-1272. [ Links ]
http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0121-215X2013000200015
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