El catarismo, la religión del amor - Parte I

 

Desde mediados del siglo X, un movimiento religioso se propagó rápidamente por toda Europa Occidental, hasta ser erradicado por la Iglesia Romana: el catarismo.  
 
   El origen del movimiento ha sido discutido por la historiografía, sin resultados concluyentes, por lo que el debate sigue abierto. Algunos autores lo consideran una evolución de las formas heréticas orientales, otros lo ven como un impulso renovador totalmente occidental, surgido de una parte del clero latino, descontento con la Reforma gregoriana y vinculado a la llegada a Oriente del bogomilismo.
 
   El movimiento recibió diferentes nombres (búlgaros, publicanos, patarinos, tejedores, bougres...). El término “cátaro” les fue aplicado por primera vez hacia el 1163 por el monje renano Eckbert de Schöu, quien en sus discursos se refiere con dicha palabra a una secta herética surgida en las ciudades de Bonn y Colonia.
 
   Un personaje y un hecho histórico resultan relevantes a la hora de analizar los orígenes del catarismo: Nicetas, obispo bogomilo de Constantinopla (algunas fuentes lo llaman “papa Nicetas”), y el gran concilio cátaro celebrado en San Félix de Caramán, al sur de Francia, en 1167 (nos ha llegado un documento que relata lo sucedido en dicho concilio: la carta de Niquinta, publicada en 1660 por Gillaume Besse en su “Historia de los condes, marqueses y duques de Narbona”, si bien, algunos autores dudan de su autenticidad). Nicetas impuso a su llegada a Lombardía su visión dualista absoluta, e impartió entre sus seguidores el “Consolamentum”. Posteriormente fue a Languedoc donde, en presencia de representantes de las diferentes iglesias cátaras, presidió el concilio de San Félix de Caramán, confirmó en el cargo a seis obispos cátaros (Robert d'Espernon, obispo francés; Sicard Cellarier, obispo de Albi; Marcos, obispo de Lombardía; Bernard Raymond, obispo de Toulouse; Gerald Mercier, obispo de Carcassona; y Raymond de Casals, obispo de Agen), y renovó los “consolamenta”.
 
   Pese al intento unificador de Nicetas, más que de catarismo, deberíamos hablar de “catarismos” pues, en su origen, lo encontramos vinculado a grupos como los Albigenses, los Bogomilos, Paterinos, o los mismos trovadores de la época. Por otro lado, al menos las comunidades asentadas en Italia, estaban fragmentadas en seis iglesias locales con obispado propio, no existiendo una organización diocesana.

El dualismo cátaro

  Para comprender la religión cátara creemos necesario tener presente las raíces gnósticas de la misma, y su dualismo (proclama la existencia de dos principios antagónicos que actúan en el mundo: el Bien y el Mal).
 
   Zoroastro o Zaratustra, el iniciado que estructuró y dio forma al mazdeísmo en el Irán de los siglos VI y VII a.C., enseñaba ya a sus alumnos la existencia de dos dioses, de dos fuerzas opuestas que se enfrentan en el Universo: el dios del Bien o de la Luz, Ormuz, y el dios del mal o de las tinieblas, Arriman.

   El mazdeísmo enseñaba que el hombre vive en un continuo debate entre estas dos fuerzas o principios, y que es castigado o recompensado según sus propios actos. Las enseñanzas de Zoroastro influyeron notablemente en las religiones posteriores, especialmente en el cristianismo y en el maniqueísmo.
 
   Manes, nacido en el año 216, en Persia, recoge la antorcha de los misterios de Zoroastro y proclama, igualmente, que en el Universo existen dos principios: el dios de la Luz y el dios de las Tinieblas o de la materia.

   Las creencias del maniqueísmo, están vinculadas al gnosticismo cristiano de los primeros siglos y, en particular, a la gnosis cristiana de Pablo.

   La religión cátara que se propagará rápidamente a principio del siglo XI por toda Europa, diferencia claramente entre el Espíritu y sus obras, y el cuerpo, creación material y, por tanto, obra de Satanás.
 
  No faltan fuentes históricas que permitan profundizar en los aspectos filosóficos, doctrinales y prácticos que generaban tal antagonismo. No obstante, aparte de los documentos procedentes de los archivos de la Inquisición y los tratados escritos con el fin de desacreditar a los cátaros, se conservan tres documentos estrictamente cátaros que nos ofrecen luz al respecto:

     - El libro de los dos principios, manuscrito latino de los años 1260 y que es un resumen de una obra compuesta por el doctor cátaro Juan Lugio, en 1230.

     - El ritual occitano (o ritual de Lyon).

     - El ritual latino.

Estos últimos (aproximadamente, del año 1250), son de gran importancia para todo lo concerniente a la liturgia cátara. A estos tres valiosos documentos cabe añadir dos evangelios apócrifos que ejercieron una clara influencia en las formulaciones doctrinales de los cátaros:

     -  La Cena Secreta o Interrogación de Juan, escrito transmitido por los bogomilos hacia 1190 y que tuvo especial importancia entre los cátaros franceses e italianos, y

     -  La Ascensión de Isaías, antiguo texto búlgaro usado entre los bogomilos.

El libro de los dos principios, aboga por un dualismo creador que se asienta en la existencia de dos órdenes de realidades opuestos: la realidad espiritual, invisible y eterna, y el mundo visible, temporal, en el que reina la maldad y la destrucción.

   Los cátaros no podían concebir que un Ser único, sabio y bondadoso, hubiera podido crear al mismo tiempo ambos órdenes de existencia, por lo que presuponían la existencia de dos creadores distintos y opuestos: el primer orden de existencia sería creación del Dios Bueno o Dios Legítimo, mientras que este mundo material se consideraba obra del Dios Malo.

   El principio creador del Mundo (el Dios malo), sería co-eterno del Dios Bueno, mas no era un Dios verdadero. Es el Príncipe de este Mundo, el Príncipe de las Tinieblas, mas no tiene la existencia absoluta que solo el Dios verdadero posee.

   Frente a este dualismo absoluto, otros sectores del catarismo abogaban por un dualismo moderado, considerando este mundo como obra de Satanás o Lucifer, quien en su caída, su rebelión contra su creador, arrojó a las almas a la “tierra del olvido”, el mundo de la materia, en el que el alma pierde el conocimiento de su origen y esencia.
 
  Para los dualistas moderados, solo el Cristo es el Creador, puesto que él es Dios, Pero Lucibel, el príncipe de la guerra y las calamidades, “no ha creado, pero ha transformado al mundo, imagen grosera y terrestre del mundo perfecto y celeste”.

   En ambos supuestos, según la concepción cátara, no hay más infierno que el de este mundo. El hombre participa, por su alma, del Reino del Espíritu, y por su cuerpo del mundo del Dios malo. La salvación se llevaría a cabo mediante la unión del alma con el Espíritu. Tal unión solo podría llevarse a cabo mediante el bautismo instituido por Cristo y transmitido sin interrupción por los Apóstoles: el bautismo de fuego, la efusión del Espíritu Santo por aquellos que lo poseen, a través de la imposición de manos.

El “consolamentum” o bautismo de fuego

El bautismo de fuego, o de la Luz, era el principal sacramento cátaro, y, según sus concepciones, el verdadero bautismo del Cristo.
 
  Tanto El ritual occitano (o ritual de Lyon) como El ritual latino, describen ampliamente el bautismo de fuego bajo el nombre de Consolamentum o bautismo espiritual. A través de él, se realiza una verdadera unión mística entre el alma prisionera del cuerpo y su Espíritu.

   El Consolamentum lo recibían los novicios en el momento de ser ordenados, tras una estancia de tres años en una casa de Perfectos, en los que se les preparaba en las enseñanzas y en la práctica de las estrictas reglas de vida.

   En el Ritual Occitano leemos al respecto:

Si queréis recibir este poder y fortaleza, es preciso que guardéis todos los mandamientos de Cristo y del Nuevo Testamento según vuestro poder. Y sabed que ha mandado que el hombre no cometa ni adulterio ni homicidio, ni mentira, que no jure ningún juramento, que no robe ni desole, que no haga al prójimo lo que no quiera que se haga con él, y que el hombre perdone a quienes le hayan hecho daño, que ame a sus enemigos, y rece por sus calumniadores y por sus acusadores y los bendiga, y si se le roba la túnica, que dé también el manto; que no juzgue ni condene, y muchos otros mandamientos.


La ceremonia de ordenación se desarrollaba en presencia de otros Perfectos. Tras el intercambio de frases rituales, el oficiante colocaba el Nuevo Testamento sobre la cabeza del neófito y ponía sobre él su mano derecha para llevar a cabo el Consolamentum o bautismo espiritual. Pero antes de poder recibir el Consolamentum, el novicio debía pasar por un periodo de trabajo y rigurosa ascesis conocido bajo el nombre de endura.

La “endura”

El verdadero sentido de la “endura” ha sido, ciertamente, mal comprendido, acusando a los cátaros de entregarse al suicidio. Nada más lejos de la realidad. La “endura”, ciertamente representa la muerte, pero no de la personalidad, sino la aniquilación de lo impío en el ser, en el microcosmos, y la santificación de todo el sistema. La base fundamental de tal trabajo era apartarse del mundo para consagrarse por entero a Dios, y purificar el cuerpo mediante una dieta estrictamente vegetariana.

   También los simples creyentes, en caso de grave enfermedad, podían recibir el Consolamentum, lo que no significaba que se les abrieran automáticamente las puertas celestes, sino que podían ser perdonados.
 
  Una vez que los novicios eran consagrados, convirtiéndose en Perfectos o Perfectas, debían vivir y desplazarse, de dos en dos, predicando y ejerciendo alguno de los oficios aprendidos en su estancia comunal.

   En la siguiente parte, veremos el segundo aspecto del catarismo que hemos mencionado: su relación con el cristianismo romano.

(Continúa en parte 2)

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